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Créditos Moderadora de Traducción Vale Traducción 3lik@ Arifue Aelinfirebreathing Anamiletg Candy27 CarolSoler Gerald Grisy Taty Liliana Manati5b Mer Mary Rhysand NaomiiMora Rimed Rose_Poison1324 Sofiushca Taywong Vanemm08 Wan_TT18 Yiany YoshiB Recopilación y Revisión Mais & Vale Diseño Mew Rincone Índice Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Capítulo 46 Capítulo 47 Capítulo 48 Capítulo 49 Capítulo 50 Capítulo 51 Capítulo 52 Capítulo 53 Capítulo 54 Capítulo 55 Capítulo 56 Capítulo 57 Capítulo 58 Capítulo 59 Capítulo 60 Capítulo 61 Capítulo 62 Capítulo 63 Epílogo Agradecimientos de la autora Próximamente Sinopsis Vinieron a la tierra: Peste, Guerra, Hambre, Muerte; cuatro jinetes montados en sus corceles que gritaban, corriendo hacia los rincones del mundo. Cuatro jinetes con el poder de destruir a toda la humanidad. Vinieron a la tierra y vinieron a acabar con todos nosotros. El día que cae Jerusalén, Miriam Elmahdy sabe que su vida ha terminado. Las casas se están quemando, las calles están rojas de sangre y un ejército traidor está matando a todos los residentes. No hay forma de sobrevivir a esto, especialmente no una vez que Miriam llama la atención de Guerra. Pero cuando el enorme y aterrador jinete acorrala a Miriam, la llama su esposa, y en lugar de matarla, la lleva de regreso a su campamento. Ahora Miriam se enfrenta a un futuro aterrador, en el que observa cómo su mundo se quema pueblo por pueblo, y el único responsable de todo esto es su "marido", aparentemente indestructible. Pero hay otro lado en él, uno que es amable, cariñoso y decidido a ganársela, y puede que ella no sea lo suficientemente fuerte como para resistirse. Sin embargo, si hay algo que Miriam ha aprendido, es que el amor y la guerra no pueden coexistir. Y así, debe tomar la decisión definitiva: rendirse a Guerra y ver caer a la humanidad, o sacrificarlo todo y detenerlo. War - The Four Horsemen #2 En amoroso recuerdo de Robert H. Por siempre tu "hermana pequeña". Cuando Él rompió el segundo sello, escuché a la segunda criatura viviente decir: "Ven". Y salió otro caballo rojo; y al que estaba sentado en él, se le concedió quitar la paz de la tierra, y que los hombres se mataran unos a otros; y le fue dada una gran espada. —Apocalipsis 6: 3-4 NASB —Shakespeare Capítulo 1 Traducido por Liliana Año 13 de los Jinetes Jerusalén, Nueva Palestina El día comienza como la mayoría de los demás. Con una pesadilla. La explosión ruge en mis oídos, su fuerza me arroja al agua. Oscuridad. Nada. Entonces… Lucho por respirar. Hay agua y fuego y... y... y Dios el dolor... el dolor, el dolor, el dolor. La mordida aguda casi me roba el aliento. —¡Mamá, mamá, mamá! No puedo verla. No puedo ver a nadie. —¡Mamá! El cielo se balancea sobre mí. Toso en el humo. Mi bolsa está envuelta alrededor de mi tobillo y me está arrastrando hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo. No. Intento patalear mi camino de regreso a la superficie, pero a pesar de mis esfuerzos, se mueve más y más lejos de mi alcance. Mis pulmones se hinchan. La luz del sol sobre mí se oscurece incluso mientras lucho. Abro la boca para pedir ayuda. El agua se precipita dentro… Me siento en la cama con un jadeo. Puedo escuchar mi reloj de pared haciendo clic clac, el péndulo oscilando de un lado a otro, de un lado a otro. Toco la cicatriz en la base de mi garganta mientras estabilizo mi respiración. Mis sábanas están torcidas alrededor de mis tobillos. Me desenredo y me levanto de la cama. Agarrando la caja de fósforos cercana, enciendo una lámpara de aceite. Brevemente, ilumina una fotografía de mi familia antes de que la levante lo suficiente para ver la hora en el reloj. 3:18 a.m. Ugh. Me froto el rostro. Coloco la lámpara sobre mi mesa de trabajo, empujando a un lado las plumas, las puntas de flecha de cristal y los trozos de plástico que ensucian su superficie. Miro con nostalgia a mi cama. No hay manera de que vuelva a dormir, lo que significa que puedo trabajar en mi último encargo o puedo ir a hurgar en la basura. Echo un vistazo a las paredes, donde cuelgan algunos de mis productos terminados, los arcos aceitados y las flechas pintadas apenas visibles en la oscuridad. El elegante armamento de rescate se vende por un bonito centavo en estos días. Está demasiado oscuro para distinguir las fotos que cuelgan a su lado, pero mi garganta se tensa al pensar en las imágenes de todos modos. En este momento, en las alas de mi sueño, no quiero estar en compañía de los recuerdos que atormentan mi apartamento. Así que iré a hurgar en la basura. Mis botas crujen a lo largo de la grava suelta mientras serpenteo por las calles de Jerusalén, equipada con mi arco, mi carcaj y la bolsa de lona que usaré para guardar mis hallazgos. Tengo una daga en mi cadera y una pequeña hacha en mi bolso. Paso por una oscura mezquita, que estará llena de gente cuando regrese. La sinagoga al final de la calle es oscura y siniestra, con varias de sus ventanas tapiadas. Parece dócil y arrepentida, como si alguna vez no estuvo orgullosa de adueñarse del lugar. Nadie más está fuera, a excepción de la ocasional guardia palestina. Ellos me miran sombríamente pero me dejan sola. La vida no siempre fue así. Puedo recordar vagamente mi infancia. Tuve una feliz, o más bien, solía no tener preocupaciones, y eso es casi lo mismo. Ahora, las preocupaciones se amontonan como piedras en mis hombros. Pero esa vida es menos real para mí que incluso el sueño con el que me desperté. Toco el amuleto de hamsa1 en mi muñeca mientras miro a mí alrededor. El momento en que me siento demasiado cómoda con mi entorno es el momento en que me atacan. No, la vida no fue siempre así, pero esta ha sido mi realidad desde que llegaron los Jinetes. Puedo ver el Día Uno en mi mente como si estuviera sucediendo de nuevo. Cómo las luces en mi clase de cuarto grado se apagaron, una tras otra. Mis oídos aún resuenan por los gritos de mis compañeros. Tuve la desgracia de sentarme cerca de una ventana, así que vi de primera mano cómo los autos perdían potencia, sus cuerpos de metal chocaban contra cualquier cosa (o quien sea) que estuviera más cercano a ellos. Vi a una mujer ser atropellada por un automóvil, con los ojos muy abiertos durante un segundo antes del impacto. A veces, cuando lo recuerdo, veo a mi padre y no a la mujer. A veces me pregunto si es así como se desarrolló. Nunca vi su cuerpo destrozado, solo escuché que fue atropellado por un autobús,por lo que todo lo que queda son dudas. A la gente de aquí le gusta decir que la vida puede cambiar en un instante, y es verdad. Nacer, morir, cuatro hombres extraños que se presentan un día con planes para destruir el mundo; todos cambios instantáneos. Pero a veces, el cambio más insidioso ocurre con el tiempo. Porque el Día Uno terminó y el Día Dos comenzó. Se esperaba que todos continuáramos existiendo incluso cuando los autos no podían ser conducidos, los teléfonos no podían llamar, las computadoras no 1 N.T. También conocido como Mano de Fátima, es un símbolo en forma de mano popular en todo el Oriente Medio y África del Norte. Es un símbolo de protección utilizado comúnmente como defensa, principalmente por judíos y musulmanes. podían computar, y se perdieron muchas vidas queridas. Eventualmente, esta terrible nueva existencia tuvo que volverse normal. Y así es como ha sido la vida durante la mayor parte de mis veintidós años. Me muevo hacia el oeste a través de la ciudad, más allá de un aviario, las aves dentro en silencio a estas horas. Antes, podías recibir noticias casi instantáneamente. Ahora, la paloma mensajera es la forma más rápida de enviar mensajes... y no hay garantía de que un mensaje saliente llegará a donde necesita ir al primer intento. Las aves, después de todo, son sólo limitadamente obedientes e inteligentes. La noche es tranquila. Ha sido así durante el último mes. No es que sea particularmente ruidoso aquí por la noche, pero esto se siente diferente. Puedes sentir la preocupación de las personas en el aire inmóvil. Deben ser los rumores. Hubo... historias extrañas del este, historias destinadas a asustarte cuando estás acurrucado alrededor de una fogata y la noche parece especialmente aterradora. Historias sobre ciudades enteras que van a la tumba. Sobre calles salpicadas de huesos y cementerios labrados como campos. Y a través de todo ello, Guerra, montando sobre su corcel rojo sangre, su espada desenfundada. No sé qué tan ciertas son, hay tantas cosas que se escuchan en estos días, pero Jerusalén ha estado más sometida de lo normal. Algunas personas incluso han empacado y se han ido. Podría haber sido una de esas personas, si tuviera suficiente dinero para llegar a donde quería ir. Pero no lo tengo, así que permanezco en Jerusalén. Cuando me acerco a las Montañas de Judea que se encuentran en las afueras de la ciudad, escucho las pisadas de alguien caminando detrás de mí. Podría ser la Hermandad Musulmana, podría ser la fuerza policial palestina, podría ser un saqueador como yo o una prostituta que busca completar lo último de su cuota por la noche. Probablemente no sea nada. Aun así, eso no me detiene de revisar mi código de supervivencia, también conocido como “Guía de Miriam Elmahdy para mantenerse jodidamente viva”: (1) Dobla las reglas, pero no las rompas. (2) Adhiérete a la verdad. (3) No llames la atención. (4) Escucha tus instintos. (5) Sé valiente. Cinco reglas simples que, aunque no siempre son fáciles de seguir, me han mantenido viva durante los últimos siete años. Aumento mi ritmo, esperando poner distancia entre el extraño y yo. Menos de un minuto después, escucho los pasos detrás de mí acelerarse. Dejo escapar un suspiro. Deslizando el arco de mi hombro, saco una flecha de mi carcaj y la coloco en su lugar. Dando vuelta, apunto a la forma oscura. —Muévete —digo. La figura sombría está a unos diez metros. Levanta las manos, adelantándose un poco. —Solo quería saber qué estaba haciendo una chica como tú fuera tan tarde —grita el hombre. Entonces, el individuo no es una prostituta y probablemente tampoco la policía. Eso deja a la Hermandad Musulmana, o un miembro de una pandilla local o un civil común dispuesto a pagar por la compañía de una mujer. Por supuesto, también podría ser un compañero ladrón que busca robarme mis hallazgos. —No soy una prostituta —grito. —No pensé que lo fueras. Por lo tanto, no es un cliente confundido. —Si estás con la Hermandad —le digo—, he pagado mis cuotas del mes. —Ese es el costo de moverse por la ciudad con impunidad. —Está bien —dice el hombre—. No estoy con la Hermandad. ¿Entonces un ladrón? Da un paso hacia mí. Luego otro. Tiro de la cuerda del arco hacia atrás, la madera de mi arco gimiendo. —No voy a hacerte daño —lo dice con tanta amabilidad que quiero creerle. Pero he aprendido a confiar en lo que las personas hacen en lugar de en lo que dicen, y él no está retrocediendo. Un criminal entonces. Las personas honestas no hablan con dulzura para acercarse a menos que quieran algo de ti. Y lo que él quiere, dudo que me vaya a gustar. —Si te acercas más, dispararé —advierto. Sus pasos se detienen, y ambos nos quedamos de pie allí por varios segundos en un callejón sin salida. Él está de pie en las sombras entre las farolas de gas, así que es difícil distinguir lo que está haciendo, pero creo que se va a ir. Sería lo más inteligente por hacer. Sus pasos se reanudan: uno, dos, tres… Cierro brevemente mis ojos marrones. Esta no es manera de comenzar un día. El hombre comienza a acelerar su ritmo a medida que gana más confianza en que no dispararé. Es completamente inconsciente de que he hecho esto antes. Perdóname. Libero la flecha. No veo dónde aterriza en la oscuridad, pero sí escucho el grito ahogado del hombre, y luego lo veo colapsar. Durante varios segundos me quedo donde estoy. Solo a regañadientes, bajo el arco y me acerco a él, con una mano flotando cerca de la daga en mi cadera. Cuando me acerco, veo que mi flecha sobresale de la garganta del hombre, su sangre oscureciéndole la piel y el suelo debajo de él. Su respiración es jadeante y laboriosa. Lo miro a la cara durante varios segundos mientras agarra el proyectil. No lo reconozco, no es que asumiera que lo haría. Supongo que eso es un alivio. Mis ojos van a la bolsa que llevaba. Agachándome, lo abro y hurgo en sus cosas. Cuerda, una barreta y un cuchillo. El paquete de inicio de un asesino. La inquietud se desliza a través de mí. La mayoría de las personas que hacen cosas malas tienen sus motivos: codicia, poder, lujuria, auto- conservación. Es desconcertante cruzar caminos con alguien que planea lastimarte no como un medio para un fin, sino como el fin en sí mismo. Las respiraciones ahogadas del hombre son lentas, luego se detienen por completo, su pecho queda inmóvil. Una vez que estoy segura de que se ha ido, saco mi flecha de su cuerpo, limpiándola en sus pantalones antes de deslizarla de nuevo en mi carcaj. Nadie se molestará en investigar lo que pasó. Nadie será castigado, y cuando el sol esté alto en el cielo, el cuerpo será removido y la ciudad pronto olvidará que alguna vez hubo un cadáver en el camino. Dándole al hombre una última mirada, toco el hamsa de mi brazalete y me alejo. Salgo de la ciudad hacia las colinas que se extienden hacia el oeste, tratando de no pensar en el hombre que maté y lo que él quería. O que apenas me detuve antes de matarlo. Me froto la frente y luego la boca. La muerte es cada vez más fácil de repartir para mí. Eso es... preocupante. Una vez que me abro camino hacia las montañas ondulantes, salgo de la carretera y me dirijo a los árboles. El cielo está empezando a aclararse, pasando del azul marino al cenizo mientras el sol de acerca al horizonte. Más arriba de la colina veo los huesos de una casa a medio terminar, el bloque de hormigón y el marco de hierro corrugado solo parcialmente completado antes de que su propietario abandonara el proyecto. Me muevo hacia ella, la cáscara de una casa una vista familiar. Pero no es el edificio lo que busco si no los árboles a su alrededor. Dirigiéndome a un pino, saco mi hacha y comienzo a cortar una rama gruesa. Lamadera aquí hace buenos arcos y flechas. Quince minutos en mi trabajo escucho... algo. Hago una pausa, mis ojos van al camino. Fuerzo mis oídos, pero las colinas boscosas están en silencio… Espera. Ahí está de nuevo. El sonido es apenas audible. No puedo decir qué es, solo que es continuo. Probablemente un viajero. Me mudo a la casa cercana, deslizándome silenciosamente dentro. Prefiero no meterme en un enfrentamiento dos veces en una noche. Dentro de la estructura abandonada, tierra, hojas viejas y varias colillas de cigarrillos ensucian el suelo. Por el aspecto del lugar, se construyó después de la llegada, no hay enchufes eléctricos ni tuberías que puedan llevar agua corriente. Esos lujos que perdimos poco después de que vinieran los jinetes, y por más que hemos intentado, no hemos podido recuperarlos. Me muevo hacia el marco de una ventana abierta, manteniéndome mayormente en las sombras. Me siento como una cobarde, escondida detrás de una pared porque podría haber escuchado algo, pero después de mi riña anterior, mejor cobarde que muerta. Muy lentamente, el sonido se vuelve más fuerte, hasta que puedo distinguirlo claramente. Clop. Clop. Clop Un viajero cabalgando. Miro por la ventana, el cielo ahora tiene un tono rosado. Hay árboles y arbustos que oscurecen parcialmente mi vista de la carretera, por lo que no veo a la persona de inmediato. Pero cuando lo hago… Me quedo sin aliento. Un hombre monstruoso se sienta en su corcel rojo sangre, una espada enorme atada a su espalda. Hay anillos dorados en su cabello oscuro y kohl2 se alinea en sus ojos. Sus pómulos son altos y el ceño fruncido que lleva hace que se vea absolutamente petrificante. Por un momento, nada de lo que estoy viendo realmente se registra. Porque lo que estoy viendo está mal. Ningún caballo tiene un pelaje tan rojo, y ningún hombre tiene una estatura tan impresionante, ni siquiera en la silla de montar. Bueno, si los rumores son ciertos, tal vez una persona lo haga... Siento que empiezo a temblar. No. Querido Dios, no. Porque si los rumores sobre su descripción son ciertos, entonces significa que el hombre al que estoy mirando podría ser realmente Guerra. Mis pulmones se detienen solo con el pensamiento. Y si los rumores son ciertos... Entonces Jerusalén está jodida. Un pequeño ruido sale de mis labios, y Guerra —si ese es, de hecho, Guerra— se vuelve en mi dirección. Me agacho de nuevo. Dios mío, Dios mío, Dios mío. Un jinete del apocalipsis podría estar parado a veinte metros de mí. Los cascos hacen una pausa, luego dejan la carretera principal. De repente, escucho el clop... clop… clop de ellos subiendo la colina hacia mí. Me cubro la boca, amortiguando el sonido de mi respiración, y cierro los ojos con fuerza. Puedo escuchar el crujido de las ramas secas y las ruidosas exhalaciones del caballo. No sé qué tan cerca está el jinete antes de que se detenga. Parece que está justo afuera del edificio, que si me levanto y me asomo por la 2 N.T. Cosmético a base de galena molida y otros ingredientes, usado principalmente por las mujeres de Oriente Medio, Norte de África; para oscurecer los párpados y como máscara de ojos. ventana, podría acariciar a su corcel. Los vellos en mis brazos se levantan. El caballo se detiene, y espero a que su jinete desmonte. ¿Podría ser realmente Guerra? Pero ¿por qué no sería él? Jerusalén ha sido el epicentro de varias religiones durante siglos. Es un buen lugar para ocasionar el fin del mundo, incluso se ha predicho que aquí es donde el mundo termina en el Día del Juicio. No debería sorprenderme. Aun así lo estoy. Después de un largo minuto, escucho las pisadas en retirada del caballo de Guerra; mierda, supongo que estoy asumiendo que realmente es Guerra. Espero hasta que las pisadas están lo suficientemente lejos antes de jadear, una lágrima temerosa se escapa. Oh Dios mío. No me muevo. No hasta que esté segura de que Guerra ha avanzado. Pero justo cuando creo que se ha ido, escucho más ruido de cascos. Varios golpeteos de cascos. ¿Quién más podría estar siguiendo al jinete? Los golpeteos de los cascos parecen multiplicarse en sí mismos hasta que comienzan a sonar como un trueno. Me asomo desde el cascarón de una ventana. Lo que veo me quita el aliento. Debe haber cientos de jinetes todos apretados en la carretera, armados con cuchillos, arcos y espadas y toda otra forma de armamento. Mi corazón comienza a latir más y más rápido, y sin embargo me mantengo quieta, tan quieta, con miedo de respirar demasiado fuerte. Espero a que pasen, pero siguen viniendo, los jinetes seguidos por lo que parecen soldados de infantería, y esos seguidos por carros tirados por caballos. Cuanto más observo, más jinetes me pasan, hasta que queda claro que no hay simplemente cientos de hombres, sino miles de ellos, todos siguiendo la estela de Guerra. Solo hay una razón por la que esta cantidad de hombres armados viajan juntos. Guerra no está simplemente montando hacia Jerusalén. La está invadiendo. Capítulo 2 Traducido por Manati5b Espero hasta que el ejército completo haya pasado antes de dejar mi escondite. Salgo del edificio con pies temblorosos, insegura de qué hacer. No soy una santa, no soy un héroe. Me quedo mirando el camino que se dirige hacia el oeste, en la dirección opuesta al ejército, y se ve terriblemente tentador. Miro en la otra dirección, hacia donde se dirige el ejército. Mi casa. Vete, dice la voz de mi madre en mi cabeza, vete con la ropa puesta y nunca vuelvas. Vete y sálvate. Hago mi camino hacia la calle, dejando atrás las ramas que corté. Miro hacia ambos lados: al oeste, lejos de la ciudad, y el este, de regreso a Jerusalén. Me froto la frente. Maldita sea pero, ¿qué debo hacer? Vuelo a revisar mi código de supervivencia: dobla las reglas, pero no las rompas. Adhiérete a la verdad. No llames la atención. Escucha tus instintos. Sé valiente. Siempre sé valiente. Por supuesto, están son las reglas para mantenerse viva. No necesito las reglas para saber que ir al oeste aumentará mis probabilidades de supervivencia, mientras que ir hacia el este las reducirá. No debería ser una pregunta en lo absoluto: debería ir al oeste. Pero cuando me doy la vuelta y comiendo a caminar por la carretera, mis pies no me llevan al oeste. En cambio, marcho de regreso a Jerusalén. De regreso a mi casa, al ejército y al jinete. Tal vez sea estupidez, o morbosa curiosidad. O tal vez el apocalipsis no ha vencido el último pedazo de altruismo en mí después de todo. Sigo sin ser una santa. Para cuando llego a la ciudad, las calles ya están teñidas de rojo con sangre. Presiono el dorso de mi mano contra mi boca, tratando de cubrir el horrible olor a carne que huele en el aire. Tengo que rodear los cuerpos sangrientos que ensucian las calles. Muchos de los edificios se están quemando, y el humo y la ceniza se amontonan a mí alrededor. A la distancia puedo escuchar a la gente gritar, pero aquí mismo, justo donde estoy caminando, la gente ya ha sido asesinada y el silencio parece ser una cosa en sí misma. Antes de que la Nueva Palestina fuera la Nueva Palestina, el ejército de Israel reclutó a la mayoría de los ciudadanos. Desde la guerra civil de mi país, no ha habido reclutamiento obligatorio, pero la mayoría de los jóvenes aquí aprendieron a luchar de todos modos. Cuando miro alrededor a todos los cadáveres, me doy cuenta de que nada de eso importa. A pesar de todo el conocimiento que pueden tener sobre la lucha y la guerra, todavía están muertos. En verdad, ¿qué estaba pensando al regresar aquí? Mi agarre en mi arco ahora se aprieta. Saco una flecha y la cargo. Ni siquiera debería importarme salvar a estas personas.Después de todo lo que los Musulmanes les hicieron a los Judíos y los Judíos a los Musulmanes, y lo que todos hicieron a los Cristianos, los Drusos y todas las demás sectas religiosas minoritarias, uno pensaría que estaría feliz de dejar que todo se reduzca a cenizas. Todas las religiones quieren lo mismo: la salvación. Puedo escuchar la voz de mi padre, como un eco del pasado. Todos somos iguales. Camino cada vez más rápido por las calles, con mi arma lista. El lugar ha sido barrido. Mas estructuras están en llamas, más cuerpos yacen dispersos en las calles. Vine demasiado tarde. Demasiado tarde para la ciudad, y demasiado tarde para la gente. Unas cuadras más, y empiezo a ver gente viva. Gente que está huyendo. Una mujer corre con su hijo en sus brazos. Diez metros detrás de ella, un hombre montado la persigue. Ni siquiera pienso antes de levantar mi arco y disparar la flecha. Le pega justo en el pecho, la fuerza lo hace caer del caballo. Miro por encima de mi hombro a tiempo para ver a la mujer y su hijo meterse en un edificio. Al menos están a salvo. Pero entonces, hay muchos otros que luchan por sus vidas. Agarro una flecha, cargo y disparo. Agarro, cargo, disparo. Una y otra vez. Algunos de mis tiros fallan, pero siento un arrebato de satisfacción por haber logrado eliminar a algunos de estos invasores en absoluto. Tengo que agacharme mientras continuo por las calles. Las personas se asoman por las ventanas, tirando cualquier objeto que puedan a este ejército extraño. Mientras me muevo veo a un hombre que es empujado desde su balcón. Aterriza en el toldo ardiente debajo. Lo último que escucho de él son sus gritos. En algún punto, algunos de los soldados invasores reconocen que soy una amenaza. Uno de ellos apunta su propio arco y flecha hacia mí, pero está montado en un caballo, y su tiro se desvía. Agarro, cargo, disparo. Lo golpeo en el hombro. Agarro, cargo, disparo. Esta vez mi flecha le da en el ojo. Necesito más flechas. Y otras armas, para el caso. Me precipito hacia mi departamento, que está a varias cuadras de distancia, susurrando una oración en voz baja para que no me quede sin flechas antes de llegar. Llevo una daga, pero no soy rival para un oponente más grande, y la mayoría de estos soldados son eso, grandes oponentes. Me lleva unos treinta minutos llegar a mi hogar. Vivo en un edificio declarado en ruinas, no es que alguien vaya a derribarlo pronto. Sufrió algunos daños durante los combates de hace unos años, y como resultado, la mayoría de la gente se mudó. Yo no lo hice. Llámame sentimental, pero es donde crecí. Cuando llego ahora, la entrada está en llamas. Mierda, ¿por qué no había pensado en esto? Observo la estructura. La mayoría está hecha de piedra, y aparte de la entrada, se ve bien. Me muerdo un lado de mi labio. Tomando una decisión, me lanzo dentro. Ni tres segundos después de que lo haga, el alero se derrumba, encerrándome. Bueno, mierda. Voy a tener que saltar por la ventana o esperar que la escalera de incendios antigua funcione. Una vez dentro, subo corriendo las escaleras hacia mi departamento, tosiendo contra el humo. Disminuyo la velocidad cuando veo mi departamento. La puerta principal cuelga entreabierta. Hijos de puta. Alguien más debe haber tenido ya la misma idea que tuve yo. La gente de por aquí sabe que hago armas. Entro, y el lugar es un desastre. Mi puesto de trabajo ha sido volcado. A lo largo de los estantes, casi todos los cuchillos, las espadas, las dagas, los arcos y carcaj, mazos y flechas que había almacenado cuidadosamente, han sido casi todos removidos. No hago una pausa para hurgar a través de ellos. Corriendo a mi habitación, levanto mi colchón. Debajo hay docenas y docenas de flechas y una daga de repuesto. Dejando caer la bolsa de lona al suelo, recojo las flechas y meto todas las que puedo en mi carcaj. Luego, tomo una daga enfundada y la ato rápidamente. Después de haberme armado, me dirijo hacia abajo. Pateando la puerta de uno de los apartamentos que sé que está abandonado, entro. Las ventanas aquí están casi intactas, y tengo que agarrar una silla desechada y golpearla contra el vidrio para que se rompa. Golpeando los últimos fragmentos, salgo y corro hacia el combate una vez más. No es hasta que estoy justo fuera de la Vieja Ciudad que puedo ver a Guerra. Y es él por seguro. No le creí a mis ojos cuando lo vi por primera vez, pero ahora, bañado en la sangre de sus víctimas, sus ojos brillando como ónix, no hay forma de que pueda ser otra persona. Se sienta a horcajadas sobre su caballo en medio del camino, con su corcel pateando el suelo. La criatura es tan temible como todas las historias prometieron que seria. Guerra examina la carnicería a su alrededor, viéndose muy complacido con los resultados. Colocando una flecha en el arco, coloco al jinete en la mira. Apunta al pecho. Cualquier otra cosa es muy probable que se desvíe. La cabeza de Guerra se precipita hacia mí, casi como si escuchara mis intenciones susurradas en el viento. Mierda. Se fija en mi arma, y luego en mi rostro. Guerra patea su caballo hacia adelante. Dejo a mi flecha volar, pero se desvía, fallando totalmente. Colocándome el arco a través del pecho, me doy la vuelta y salgo disparada, mis flechas se sacuden a mi espalda. Miro por encima de mi hombro. Guerra está impulsando a su corcel hacia adelante, la mirada cruel del jinete fija en mí. Corto a través de los escombros donde un edificio solía estar y me dirijo hacia la Vieja Ciudad. Por favor, que no se me tuerza un tobillo, por favor que no se me tuerza un tobillo. Detrás de mi puedo escuchar el ruido de los cascos, y puedo prácticamente sentir la mirada amenazadora del jinete en mi espalda. Hay docenas de personas peleando y huyendo a mí alrededor, pero el jinete los ignora a todos. Al parecer soy la única para la que tiene ojos. Mierda. Mierda. Mierda. Es apropiado, supongo, que conocería a un jinete aquí, en este lugar que ha visto milenios de conflictos y guerras. Jerusalén está lleno de tanta sangre como tierra. Los cascos golpean más fuertes, más cerca. No me atrevo a mirar atrás. Normalmente, siempre hay algunas personas que permanecen en la Vieja Ciudad, pero justo ahora, el lugar está completamente abandonado. ¿Por qué pensé en venir aquí? Dios no puede salvarme. No cuando su engendro está demasiado ocupado persiguiéndome. Giro a la izquierda, y de repente el Muro de Occidente aparece a mi lado. Corro a su lado, mis ojos fijos en la Cúpula de la Roca. Si alguna vez hubo un tiempo para creer en la salvación, ahora sería el momento. Empujo a mis brazos y piernas, serpenteando de un lado a otro para que el jinete no pueda atraparme por detrás. La mezquita está tan cerca, que puedo distinguir los detalles más finos a lo largo de sus paredes, y… La entrada está cerrada. No. Sigo corriendo hacia ella. Tal vez no está bloqueada. Tal vez… Cierro los últimos metros entre ella y yo, tomando la manija de la puerta. Cerrada. Quiero gritar. Puedo ver la Piedra de la Fundación en el ojo de mi mente, puedo ver el pequeño agujero que conduce al Pozo de las Almas más abajo. Si alguna vez hubiera un lugar en el que un jinete necesitaría respetar su santidad, ese sería el lugar. Me alejo de la puerta cerrada y del arco de columnas. Vuelvo al sol cegador. Detrás de mí, los ruidos de los cascos se detienen. Los vellos a lo largo de mis antebrazos se levantan. Me doy la vuelta. Guerra se baja de su montura, y me tambaleo al verlo. Es enorme. Más alto que un hombre normal, y cada centímetro de él está construido como un guerrero: amplios hombros, brazos gruesos, cintura delgada y piernas poderosas. Incluso su rostro tiene el aspecto de algún héroe trágico, su salvaje belleza masculina solo sirve parahacer que parezca más letal. Casi casualmente, Guerra saca su espada de la vaina en su espalda. Mis ojos van hacia la enorme hoja. Brilla plateada a la luz del sol. ¿Cuántas muertes ha entregado esa arma? Pero entonces, otra vista me llama la atención. Mi mirada viaja por el arma de Guerra en su mano. En cada nudillo hay un glifo extraño que brilla de color carmesí. Guerra comienza a caminar hacia mí, su armadura de cuero rojo hace ruidos suaves cuando se frotan, sus adornos dorados del cabello brillan al sol. Se ve menos como un mensajero celestial y más como un dios pagano de la batalla. Tomando mi arco, cargo una flecha. —No te acerques —advierto. El jinete ignora la orden. Que Dios me salve. La libero. Golpea a Guerra en su hombro, incrustándose en su armadura de cuero. Sin apartar la vista de mí, agarra la punta de la flecha y la saca. Sale ensangrentada, y tengo un momento de orgullo, sabiendo que mi arma pasó por su armadura. Alcanzo otra flecha detrás de mí, cargándola, y la dejo volar. Esta salta inofensivamente de él, el ángulo del golpe totalmente incorrecto. Y ahora me quedo sin distancia. Solo tengo tiempo para un tiro más antes de que necesite cambiar de arma. Agarro una flecha final, apunto y suelto. Va irremediablemente ancha. Dejo caer mi arco y mi carcaj, mis flechas cuidadosamente recogidas, ahora se desparraman por el suelo. Mi mano va por una de mis dagas. No hay rival para esa bestia de espada. Miro otra vez los músculos enormes de Guerra, y no hay ninguna posibilidad de que gane esto. Trago. Voy a morir. Mi mano se aprieta en mi hoja. Al menos tengo que intentar detenerlo. Empiezo a moverme, tratando de poner mi espalda al sol. Guerra cierra la última distancia entre nosotros, sin molestarse en superar mi táctica. No necesita ningún tipo de ventaja para derribarme, ambos lo sabemos. Y si el sol le irrita, no muestra signos de ello. Ese es el momento por el que me doy cuenta de que en realidad esto no va a ser una pelea. Este es un león aplastando a un ratón. Debo haberlo hecho enojar mucho antes. Guerra levanta su espada, el sol hace que la hoja resplandezca con un brillo deslumbrante. Con un golpe fuerte de su brazo, la aterradora espada de Guerra se conecta con la mía mucho más pequeña, haciéndola caer de mi mano. Grito por el impacto; la fuerza del golpe me adormece el brazo y me pone de rodillas. Cojo mi otra cuchilla, desenfundándola. Cuando el jinete da un paso adelante, le doy un golpe asestándole en la pantorrilla. Una línea de sangre mana de la herida. Por un instante, lo miro tontamente. Bolas sagradas, en realidad lo corté. Guerra mira la herida, luego sus ojos se mueven hacia mí, y se ríe bajo y profundo, el sonido dibujando piel de gallina en mi piel. Este hijo de puta es francamente aterrador. Me apresuro hacia atrás, con la daga apretada en la mano, tratando de alejarme de él lo más rápido posible. El jinete me sigue caminando tranquilamente, luciendo ligeramente entretenido. Me las arreglo para ponerme de pie y levantarme. Corre, ordena la voz de mi madre, pero estoy petrificada de girarme y darle la espalda a este hombre. Me gustaría mirar a la muerte a los ojos cuando sea entregada. Guerra avanza y vuelve a girar su espada y yo levanto mi daga para enfrentar el golpe. Incluso sabiendo lo que viene, la fuerza del golpe todavía es un shock. Grito por el impacto, mi arma lanzada una vez más de mi mano. Cae al suelo a un metro de distancia. Me tropiezo hacia atrás. El talón de mi bota atrapa una de las flechas esparcidas por el suelo, y me resbalo, cayendo con fuerza sobre mi trasero. El jinete se me acerca, el sol ilumina su piel de olivo y sus ojos. Me clava los ojos, nuestras miradas fijas. Levanto mi barbilla desafiante, aunque tengo miedo. Mi cuerpo tiembla con el miedo. El jinete levanta su espada. Pero no termina de inmediato. Me mira a la cara durante mucho tiempo, lo suficiente como para que me pregunte porqué está dudando. Los ojos de Guerra caen en el hueco de mi garganta, y su espada vacila. ¿Qué está haciendo? Mi mano se contrae con la necesidad de tocar mi garganta y sentir la espeluznante cicatriz que la adorna. Los ojos de Guerra viajan hacia mí. Ahora hay algo diferente en su expresión, algo que me aterroriza de una manera completamente nueva. —Netet wā neterwej. Tú eres la que Él me envió. Me sobresalto con su voz. Sus palabras no son hebreas, árabes, idish o inglés. No habla ningún idioma que reconozca… y sin embargo, lo entiendo como si lo hiciera. —Netet tayj ḥemet Tú eres mi esposa. Capítulo 3 Traducido por Manati5b Tú eres mi esposa. Esa declaración no se procesa. Tampoco el hecho de que realmente pueda entenderlo. El jinete enfunda su espada, dándome una mirada extraña y feroz. No va a matarme. Eso sí se procesa. Me quedo en el lugar unos dos segundos más, y luego retrocedo de nuevo. Me obligo a ponerme de pie mientras Guerra me persigue y ahora corro. Vuelvo por el camino por el que había venido, dirigiéndome hacia una salida de la Vieja Ciudad. No escucho al jinete detrás de mí, y tontamente creo que tal vez me va a dejar ir. Mis esperanzas se desvanecen un minuto después cuando escucho el amenazante chasquido de los cascos de su caballo contra el pavimento de piedra. Oh hombre, primer paso es algún imbécil que dice que eres su esposa; segundo paso, la mierda de repente se vuelve real. Los cascos golpean igual que antes. Solo que esta vez no creo que pueda superarlos. Mi adrenalina está casi agotada. El caballo de Guerra está casi sobre mí, y juro que puedo sentir su aliento caliente contra mi piel. Justo cuando creo que me va a pisotear, algo me golpea la espalda. El aire sale de mis pulmones cuando caigo hacia adelante. Pero no golpeo el suelo. En su lugar, me levantan y me depositan limpiamente en la silla de montar del caballo. Durante varios segundos yazco allí, orientándome. Luego miro hacia atrás, a los ojos del monstruo. Guerra me está mirando, esa extraña expresión todavía en su rostro. Me siento temblar bajo su mirada. Este es un hombre para ser temido. Y por varios largos momentos, tengo miedo. Estoy completamente aterrorizada de esta criatura sombría. Pero entonces se activa el buen instinto de supervivencia. Empiezo a luchar contra él. —Déjame ir. Su respuesta es apretar el abrazo alrededor de mi cintura, su mirada se mueve a nuestro alrededor. —En serio —digo, tratando y fallando de sacudir su agarre de hierro—. No soy tu esposa. Los ojos de Guerra chocan con los míos, y por una fracción de segundo, parece sorprendido. Tal vez no le gusta el hecho de que no estuviera de acuerdo con ese asunto de la esposa, o tal vez no se dio cuenta de que podía entenderle. Sea lo que sea, se recupera lo suficiente rápido, la sorpresa desapareciendo de sus rasgos. No me responde, y no me suelta, en su lugar conduce su caballo por la ciudad. Lucho un poco más contra él, pero es inútil. Su brazo es como una esposa, encadenándome a él. —¿Qué vas hacer conmigo? —exijo. Sueno sorprendentemente tranquila. No me siento calmada. Me siento agotada y asustada. Otra vez, Guerra no responde, aunque su agarre se contrae solo un poco. Justo lo suficiente para saber exactamente donde está su mente. Cierro los ojos con fuerza, tratando de mantener al margen todas las horribles imágenes de lo que les sucede a las mujeres en la guerra. —Neṯet ṯar —dice. Estás a salvo. Casi me carcajeo por eso. —Tal vez de tu espada. —No de otras cosas. Tal vez el jinete tiene ochenta esposas, cada una un premio de guerra que cogió de cada ciudad conquistada diferente. Oh Dios, eso suena realmente plausible. Una ola de nauseas me recorre. Guerra desenfunda su espada mientras cabalga a través Jerusalén. Los edificios estánen llamas, y las calle están llenas de gente, luchando, huyendo, muriendo. He viso mi parte de peleas, pero mi hogar nunca se había visto así, como un montón de salvajismo humano. Me quedo mirando todo, aturdida. Creo que el shock podría estar asentándose. Puedo sentir docenas de ojos sobre mí mientras nos miran a Guerra y a mí. Su temor es evidente —nadie espera encontrarse cara a cara con uno de estos jinetes míticos y mortales— pero también siento un terror más profundo. Nadie se ha dado cuenta de que Guerra podría tomar prisioneros, no hasta que en este momento, ven la prueba sentada en su montura. La vista de mí debe engendrar un nuevo conjunto de temores. Por aquí sabemos que a veces una muerte rápida es una mejor manera de irse. El jinete empieza a conducir su montura hacia adelante a un ritmo agotador. Su espada todavía está blandida y dirige su montura hacia los humanos que huyen. Cada vez que se acerca a uno, da un gran balanceo a esa poderosa espada. Tengo que cerrar los ojos para no verlo, pero aun así, a veces siento el rocío enfermo de la sangre. Por largo tiempo, simplemente me concentro en no vomitar. Es todo lo que puedo manejar. Escapar es imposible con el agarre de Guerra en mí, y pelear, bueno, realmente había agotado ese camino. Nos movemos hacia el oeste a través de la ciudad, de regreso hacia las colinas que visité recientemente. El jinete toma la misma ruta que ambos tomamos antes. La ciudad da paso al bosque, y, finalmente, los sonidos de la batalla se desvanecen. Por aquí, nunca se sabría que un pueblo entero fue masacrado. Ambos pasamos por delante de la carcasa de la casa en la que me escondí, nos adentramos cada vez más y más en las montañas. Una vez que estamos bien y verdaderamente lejos de la civilización, el agarre de Guerra se afloja. —¿A dónde me llevas? —pregunto. No hay respuesta. —¿Porque dejaste la pelea? —empiezo de nuevo. Siento los terribles ojos de Guerra en mí, y miro hacia atrás para encontrarme con ellos. Sostiene mi mirada durante varios segundos, luego vuelve a centrar su atención en el camino. Estaaaaa biennn. ¿Tal vez no me entiende como yo le entiendo a él? El resto del viaje lo hacemos en silencio. En algún punto al azar, Guerra gira fuera del camino. Las plantas aquí han sido pulverizadas por el ejército del jinete. Sigue las huellas que dejó su horda, serpenteando a través de las montañas. Eventualmente doblamos una curva y me quedo sin aliento. Enclavado en una sección relativamente plana de tierra hay un campamento tan grande como una pequeña ciudad. Miles de tiendas de campaña se encuentran anidadas entre los árboles y arbustos, cubriendo una enorme porción de la ladera de la montaña. Quien sabe cuánto tiempo han estado acampados aquí, completamente fuera de la vista de la carretera principal. Guerra pasa por varios corrales de caballos improvisados y filas y filas de tiendas. Ahora que nos estamos moviendo por el lugar, me doy cuenta de que incluso en este momento hay gente aquí. La mayoría de ellos son mujeres y niños, pero también hay algunos soldados de tipo musculoso. El jinete detiene su corcel. Desmontándose de la criatura, se da vuelta y me levanta de su caballo. No tengo idea que diablos está pasando, pero realmente desearía tener mis armas. El jinete me coloca en el piso. Me observa por varios minutos, luego mete un mechón de caballo detrás de mi oreja. ¿Qué diablos está pasando? —Odi acheve devechingigive denu vasvovore memsuse. Svusi sveanukenorde vaoge misvodo sveanudovore vani vemdi. Odedu gocheteare sveveri, mamsomeo —dice Guerra. Estarás a salvo aquí hasta que regrese. Todo lo que debes hacer es jurar lealtad con los demás. Entonces volveremos a hablar, esposa. —No soy tu esposa. De nuevo, capto un eco de su sorpresa anterior. No creo que se suponga que pueda entenderlo. Uno de los tipos soldado se acerca, una banda roja alrededor de la parte superior de su brazo. Guerra se inclina hacia él y le dice algo tan bajo que no puedo oírle. Una vez que termina, el jinete me da una larga mirada, luego regresa a su caballo. Con un tirón de sus riendas, Guerra se da la vuelta y sale del campamento, y yo me quedo sola para resolver la situación. Para cuando el el sol se está ocultando, mis muñecas están atadas detrás de mi espalda y soy forzada a esperar en una fila junto a otros individuos igualmente unidos. No sé si esto es lo que Guerra había imaginado para su esposa cuando me dejó, pero se siente correcto. Los otros cautivos han ido llegando a lo largo del día. Hay tal vez un centenar de nosotros; probablemente somos una fracción de una fracción de la población total de la ciudad. Y el resto de la ciudad… Cuando cierro mis ojos, los veo. Todas esas personas que respiraron hace solo un día, y ahora yacen muertos en la calle, comida para carroñeros. Por largo tiempo, la línea de nosotros solo permanece ahí. Un gran hombre a uno cuantos metros enfrente de mí está temblando incontrolablemente, probablemente por el shock. Puedo ver sangre salpicada en su espalda. ¿A quién perdió? Pregunta estúpida. La respuesta debe ser a todos. La única diferencia estos días es quien incluye todos. ¿Una esposa? ¿Padres? ¿Hijos? ¿Hermanos? ¿Amigos? Uno de mis clientes una vez me dijo que había más de cincuenta miembros de su familia extendida. ¿Murieron todos hoy? El pensamiento lleva la bilis a la parte posterior de mi garganta. Mi atención se extiende sobre nuestros alrededores. La mayoría de los cautivos en la línea son hombres. Hombres y notablemente atléticos. Busco otra mujer entre nosotros. Hay algunas. Muy pocas para mi gusto. Y todas ellas son jóvenes y bonitas, lo mejor que puedo decir. Un par de mujeres se aferran a niños, y eso es otro shock para mi sistema. No sé qué me enferma más, que estas pequeñas familias ahora están a merced de estos salvajes, o que debe haber innumerables dejadas atrás en Jerusalén… Cierro mis ojos. Siempre supe que este día llegaría. El día en que los Cuatro Jinetes terminarían lo que empezaron. Pero saberlo no podía prepárame para la realidad de esto. Los cuerpos, la sangre, la violencia. Esta es una pesadilla enferma. —Te voy a disfrutar más tarde. Parpadeo para abrir mis ojos justo a tiempo para ver a un hombre apuntando con su espada hacia mí, su mano libre moviéndose hacia su entrepierna. Me toma una montaña de esfuerzo no reaccionar. Mi mente destella a todas las mujeres bonitas en línea. ¿Qué planea hacer este campamento con ellas? ¿Con nosotras? Un coro de gritos interrumpe el pensamiento. La atención del hombre vulgar se desvía, hacia el frente de la línea de donde provienen los gritos. El hombre me lanza una sonrisa maliciosa, retrocediendo. —Te tendré muy pronto —promete. Lo miro fijamente durante largo tiempo, memorizando sus rasgos. Cara larga, los comienzos de una barba, y el cabello oscuro hacia atrás. Mi mirada se mueve sobre los otros hombres que nos vigilan. Todos tienen una mirada maliciosa, como si te robarían y violarían si se presentara la oportunidad. —¡Muévanse! ¡Muévanse! —grita uno de los soldados. La línea se mueve hacia adelante. Delante de mí, otro prisionero se inclina y vomita. Un par de soldados se ríen de él. Y los gritos, esos gritos desgarradores y terribles, continúan intermitentemente, seguidos por las protestas bulliciosas del campamento. No puedo ver lo que sea que está pasando adelante; hay mucha gente y tiendas en el camino, pero no obstante, me revuelve el estómago. Hay una agonía peculiar al esperar cuando sabes que algo malo te llegará al final. No es hasta que me muevo alrededor de una curva en la línea que tengo una vista de lo que es esa cosa mala. Delante de mí, hay un gran claro libre de carpas y arbustos. Parado, en medio, hay un hombre sosteniendo unaespada sangrienta. Un prisionero de rodillas en frente de él. Están hablando, pero no puedo entender lo que dicen. A su alrededor, hombres y mujeres rodean el espacio, observando con ojos ávidos y hambrientos. Sentado en un sillón a corta distancia y supervisándolo todo está Guerra. Mi corazón se tambalea al verlo. Es la primera vez que lo veo desde que me capturó. El hombre con la espada agarra al prisionero del cabello, arrastrando mi atención de regreso a ellos dos. Ahora puedo escuchar los gritos del prisionero. Parecen caer en oídos sordos. El hombre de la espada tira de su espada hacia atrás, y con un limpio movimiento del arma, decapita al prisionero. Giro mi rostro hacia mi hombro, respirando contra la tela de mi camisa para mantener a raya mi creciente malestar. Ahora entiendo los gritos y las náuseas. Los prisioneros están siendo sacrificados. Lleva treinta minutos agonizantes moverme hacia cerca del frente de la línea. En esos treinta minutos, he visto morir a más prisioneros, aunque muchos han salido en libertad. El gran hombre que vi antes, el que temblaba descontroladamente, está ahora al frente de la línea. Alguien lo agarra bruscamente, llevándolo al centro del claro antes de empujarlo de rodillas. Ya no está temblando, pero puedes prácticamente oler su miedo tiñendo el aire. Por primera vez, distingo las palabras sobre el ruido y la distancia. —¿Muerte o lealtad? —le pregunta al hombre arrodillado. De repente lo entiendo. Se nos está dando la opción de unirnos a este ejército… o morir. Mis ojos se mueven sobre todas las personas que están alrededor. Todos debieron haber escogido lealtad. A pesar de que podrían haber visto al jinete matar a sus seres queridos e incendiar sus ciudades. Es incomprensible. No me convertiré en la misma cosa contra la que luché hoy. En frente de mí, no escucho al respuesta del hombre, pero entonces el verdugo lo toma del cabello. Esa es suficiente respuesta. El prisionero echa un vistazo a la espada. —No, no, no… Con el barrido de la hoja, el verdugo corta sus gritos. La saliva se precipita en mi boca, y me trago las náuseas. Eso es lo que va a pasarme si no estoy de acuerdo con los términos de este campamento. Es casi suficiente para hacerme cambiar de opinión. Cierro mis ojos. Sé valiente. Sé valiente. Probablemente no debería estar usando la regla cinco de la guía de Miriam Elmahdy para mantenerse jodidamente viva para convencerme de que la muerte es la mejor opción. La idea de mis reglas es mantenerse jodidamente viva. El puñado de prisioneros que siguen, todos eligen lealtad. Los sacan de la arena y son tragados por la multitud. Alguien me empuja hacia adelante, y ahora es mi turno de enfrentar el juicio. Un soldado me arrastra bruscamente al centro del claro, donde el verdugo espera. Charcos de sangre manchan el área, y el líquido salpica debajo de mis botas cuando camino hacia el hombre con la espada. Aquí, el aire huele a carne y excremento. La muerte es desagradable. Olvidas eso hasta que matas a un hombre. Los ojos del campamento están ahora sobre mí. Se ven enfermamente fascinados por esto, como si fuera una especie de espectáculo macabro. Pero todas sus caras se desvanecen cuando miro a Guerra. Tan pronto como el jinete me ve, se sienta hacia delante en su asiento. Su rostro es placido, pero sus ojos oscuros son intensos. Todo lo que debes hacer es jurar lealtad con los demás. Entonces volveremos a hablar, esposa. Una de sus manos aprieta su reposabrazos; la otra descansa debajo de su barbilla, esos glifos extraños brillando de sus nudillos. Ahora que no está en el campo de batalla, Guerra se ha quitado la armadura y la camisa, dejando su pecho desnudo. Ninguna herida estropea esa piel, incluso aunque sé que al menos una de mis flechas se incrustó en su hombro. Sin embargo, hay más de esos glifos extraños y brillantes en su pecho, las dos líneas carmesí de ellos se arquean desde sus hombros hasta sus pectorales antes de curvarse en su caja torácica. Las marcas parecen tan peligrosas como el resto de él. Ya no lleva su espada gigante. De hecho, la única arma que sí lleva es una daga con forma de aguja que está atada a la parte superior de su brazo. El verdugo se mueve enfrente de mí, forzándome a alejar mi mirada de Guerra. La espada del hombre esta tan cerca que podría alcanzarla y tocarla, el acero cubierto de sangre. Detrás de mí, un soldado me empuja de rodillas. La sangre salpica cuando mis rodillas golpean la tierra empapada. Me estremezco ante la cálida sensación del líquido. Cierro mis ojos y trago. —¿Muerte o lealtad? —exige el verdugo. Debería ser una respuesta sencilla, pero no puedo obligarme a decir las palabras. A pesar de todo, no quiero morir. Realmente, realmente no quiero morir, y no quiero sentir la mordida de esa espada. En este momento, cualquier cosa, incluso la idea de volverme contra mis propios hermanos, es más tentadora. Abro mis ojos y miro al verdugo. El hombre tiene ojos muertos. Demasiado asesinato y no suficiente vida. Eso es lo que me pasará si elijo vivir. Inadvertidamente mi mirada se mueve hacia el jinete sentado en su trono. El jinete, que me atrapó y me perdonó. Quien me llamó su esposa. Ahora me mira con ojos cautivados. Sé qué respuesta quiere de mí y parece casi seguro de que la daré. Cuanto más lo miro, más enervada me siento. Un escalofrío recorre mi piel. Hay todo un mundo inexplorado en sus ojos, uno que me promete cosas oscuras y prohibidas. Alejo mi mirada de él y mis pensamientos errantes, mi atención regresa a esa sangrienta espada frente a mí. ¿Muerte o lealtad? Sé valiente, sé valiente, sé valiente. Levanto la vista hacia el verdugo y fuerzo a salir la misma palabra que no podía solo momentos antes. —Muerte. Capítulo 4 Traducido por Yiany El verdugo me fuerza la cabeza hacia abajo, de modo que la parte posterior de mi cuello queda descubierta para él. No lo veo levantar su espada, pero siento su cálido goteo de sangre. Me muerdo el labio ante la sensación. Así no es como me imaginaba el final de mi vida... —No. —La voz de Guerra llena el campamento. Su sonido es como el aliento de un amante contra mi piel. Es siniestro, profundo, muy, muy profundo, y su peso parece hacer eco a través del claro. O tal vez es simplemente el silencio que cae en su estela. Cada soldado escandaloso y de ojos pequeños se calla. Alzo la mirada. La multitud parece encogerse de nuevo, y su miedo es algo físico. Mis ojos se mueven hacia Guerra, donde se reclina en su trono. Su mirada se fija en la mía, y de repente, es como si estuviéramos de nuevo en tierra santa y me declarara su esposa una vez más. Los ojos de Guerra no se parecen en nada a los del verdugo. Están muy, muy vivos. Arden brillantes. Y, sin embargo, para toda la vida que los llena, no puedo decir lo que el hombre detrás de ellos está pensando. Si fuera un humano y lo desafiara, esperaría ira, pero no estoy segura que eso sea lo que siente. Guerra levanta una mano y me invita a avanzar. Un soldado me agarra por el brazo y me lleva hacia el jinete, solo me detiene a un par de metros de su estrado. Con un asentimiento a Guerra, el soldado retrocede. La mirada del jinete se desliza sobre mí, y no por primera vez, me doy cuenta de lo anormalmente guapo que es. Es un tipo de belleza viciosa, que solo los hombres peligrosos tienen. Su labio superior se riza lo más mínimo, y me hace pensar que está disgustado al verme. El sentimiento es mutuo. De repente, se levanta. Trago delicadamente mientras levanto mi cuello para mirarlo. No es humano. No hay error ahora. Sus hombros son demasiado anchos, sus músculos son demasiado gruesos; sus extremidades son demasiado largas, su torso demasiado masivo. Sus rasgos también... complicados.Saca la daga, que es tan fina como una aguja, de la funda que rodea su bíceps. Al verlo, una descarga de adrenalina me atraviesa, lo cual es ridículo considerando que pedí la muerte hace unos momentos. —San suni ötümdön satnap tulgun, virot ezır unı itdep? Sanin ıravım tılgun san mugu uyuk muzutnaga tunnip, mun uç tuçun vulgilüü — dice, rodeándome. ¿Te salvé de la muerte, y sin embargo ahora la buscas? Cómo me insultas esposa, yo que nunca he sido conocido por mi misericordia. Cada palabra es grave, resuena. Bajo su escrutinio mi garganta se mueve. —No voy a conservar mi vida solo para que puedas obligarme a matar a otros —le digo, mi voz ronca por el miedo. En mi espalda, siento que el jinete se detiene. ¿Se sorprende una vez más que pueda entenderlo? Antes que pueda darme la vuelta, él toma una de mis manos. Sólo ahora, cuando me toca, sus callosas manos tragándose las mías, me doy cuenta que estoy temblando. Respiro hondo unas cuantas veces para calmar mi creciente ansiedad. Guerra se acerca, su boca rozando mi oreja. —San suni sunen teken dup esne dup uynıkut? Uger dugı vir sakdun üçüt? ¿Es eso lo que crees que quiero contigo? ¿Hacerte otro soldado? Se ríe contra mi cabello, el sonido hace que mi piel hormiguee. Me sonrojo, desconcertada por sus palabras. Siento el frío metal de la hoja de Guerra cuando lo inserta entre las manos atadas a mi espalda. Hay una breve presión cuando su daga presiona contra mis ataduras. Un segundo después, escucho un desgarrón cuando, de un solo golpe limpio, Guerra corta la cuerda y me libera las muñecas. Mis brazos pican mientras la sangre fluye hacia ellos. —Sé lo que quieres de mí —digo en voz baja, comenzando a frotarme las muñecas. —Uger uzır vurvı? San vakdum tunduy uçıt-uytın. ¿Lo haces ahora? Cuán transparente me he vuelto. Guerra vuelve frente a mí. Todavía me está haciendo una mueca, como si hubiera ofendido su delicada sensibilidad. —A hafa neu a nuhue inu io upuho eu ha a ia a fu nuhueu a fu Ihe —dice. Su tono y el lenguaje que habla parecen cambiar y suavizarse. Hay muchas cosas que puedo darte que Muerte no puede. —No quiero tus cosas —digo. La esquina de la boca de Guerra se levanta. No puedo decir si su sonrisa es burlona o divertida. —Ua i fu ua nuou peu e fuhio. Y aun así las conseguirás. Me mira por encima. —Huununu ia lupu, upu. I fu ua fu ipe huy. Lávate, esposa. No morirás hoy. Tira su daga a mis pies, la hoja delgada se hunde en la tierra, y luego se aleja. Después de la salida de Guerra, nadie parece saber qué hacer. Reacciono primero. Arrodillándome, agarro la empuñadura del arma desechada de Guerra y la saco de la tierra. En el brazo del jinete, parecía más una horquilla que una daga, pero en mi mano es pesada y grande. Bastante grande. Girando, apunto la hoja hacia todos y cada uno. Alguien se ríe. Es hora de largarse de aquí. Aferrándome a la hoja, salgo del claro y me abro paso entre la multitud. Espero que alguien me ataque, pero nunca sucede. Solo logro caminar una corta distancia antes que una mujer me agarre del brazo. —Por aquí —dice, comenzando a dirigirme a través del laberinto del campamento. Miro hacia ella. —¿Qué estás haciendo? —Llevándote a tus nuevos alojamientos —dice, sin perder el ritmo—. Soy Tamar. Tamar es una cosa pequeña, con cabello canoso, piel bronceada y ojos verde oliva. —No estoy planeando quedarme. Suspira. —Sabes, la mayoría de la gente que saludo aquí me dice eso. Estoy cansada de tener que decirles la brutal verdad. —¿Y qué es eso? —digo mientras serpentea a través de filas de tiendas de campaña. —Todo el que se va, muere. Tamar me lleva a una carpa manchada de polvo que parece idéntica a las docenas de carpas erigidas a cada lado. —Aquí estamos —dice, mirando hacia arriba—. Tu nueva h... espera. —Llama a otra mujer cuatro carpas abajo—. Esta es una de las que estamos dando, ¿verdad? La otra mujer asiente. Tamar se vuelve hacia mí. —Aquí es donde te quedarás a partir de ahora. —Ya te dije que no me quedaré. —Oh, calla —dice, desechando mis palabras—. Has tenido un día desgarrador. Mañana será mejor. Muerdo una respuesta. No necesito convencerla de mis intenciones. Retira las aletas de la tienda y me hace un gesto para que mire dentro. A regañadientes, lo hago. Es un espacio pequeño, apenas lo suficientemente grande para el palet arrugado que se extiende a lo largo de él. En una esquina descansa un desgastado libro y un juego de café turco. En otra esquina descansa un peine y algunas joyas de fantasía. Claramente es la casa de otra persona. —¿Qué le pasó a la última persona que se quedó aquí? — pregunto. Tamar se encoge de hombros. —Se fue en su caballo esta mañana... pero nunca regresó. —Nunca regresó —repito tontamente. Mis ojos barren sobre los muebles otra vez. Quienquiera que fuera esta mujer, nunca volverá a recoger ese libro. Nunca dormirá en esta cama, usará estas joyas o tomará de esas tazas. —No eran todos de ella —dice Tamar, mirando fijamente los artículos a mi lado—. Algunos pertenecían a otros que fallecieron antes que ella. Si esa explicación estaba destinada a brindarme algún consuelo, no alcanzaba su objetivo. Así que he heredado las posesiones de los muertos. Y cuando muera, alguien heredará los pocos artículos míos que quedan. Eso es, por supuesto, asumiendo que me quedaré. Que no lo haré. Todos los que se van, mueren. Trago un poco ante eso. La cosa es que realmente no quiero morir. Y todavía estoy decidida a descubrir cómo salir de este lugar, pero ya puedo decir que eso no va a suceder todavía. Mis ojos barren sobre los escasos muebles. Así que supongo que este es mi hogar por ahora. Tamar se vuelve hacia mí. —¿Qué puedes hacer? —pregunta. Mis cejas se fruncen antes que agregue: —¿Puedes pelear, cocinar, coser...? —Hago arcos y flechas para ganarme la vida, o solía hacerlo de todos modos. —Maravilloso —dice, como si le hubiera dado la respuesta que estaba buscando—. Siempre podríamos usar más artesanos. Muy bien, le diré al personal administrativo que tenga esto en cuenta cuando te asignen tus funciones. —¿Mis funciones? —pregunto, levantando mis cejas. Nuestra conversación es interrumpida por varias mujeres que vienen llevando una cuenca llena de agua. —Ah —dice Tamar, perfecta sincronización—. Adelante, póngala dentro de la tienda —les dice a las mujeres, que luego proceden a llevar la palangana a mi nuevo hogar. Para mí, dice: —Disfruta del baño. Volveremos en quince minutos con ropa y comida. Antes que pueda decir algo más, Tamar y el resto de las mujeres se han ido, probablemente para ubicar a otros recién llegados. Me vuelvo a la tienda. Después de un momento, respiro hondo y entro. Muerdo el costado de mi labio mientras miro el agua del baño. Es de color marrón rojizo y turbio. Junto a ella, una de las mujeres dejó una barra de jabón y una toalla. ¿Me atrevo a entrar realmente? Casi no lo hago. No es que esto sea algo desconocido. Tenemos que bombear a mano la mayor parte de nuestra agua en estos días, así que estoy acostumbrada a bañarme con esponja y compartir el agua del baño. Simplemente no es tan sucia. Aun así, puedo sentir la sangre seca en mis jeans, fusionando el material con mis piernas, y eso, al final, es suficiente para meterme en el baño, agua turbia y todo. Me lavo rápidamente y me seco. Una vez que termino, voy a trabajar en mi ropa, usando el agua del baño para lavar la sangre de ellas. Nunca puedes sacar completamente las manchas de sangre... A medio camino, una de las solapas de la carpa se retira y Tamar y las otras mujeres se meten en el interior, trayendo consigo varios artículos, especialmente un plato de comida. Me duele el estómago al verlo. No he comido durante la mayor parte del día.Hasta ahora, he estado demasiado nerviosa para sentir mucha hambre, pero ahora que he tenido tiempo de descansar, mi hambre se ha acumulado. Tamar me mira, envuelta en la toalla que me dejaron. Levanta los artículos que cubren su brazo. —Tu ropa y unos zapatos —dice, entregándome ropa diáfana y un par de sandalias. El atuendo es un conjunto de dos piezas, y todo lo que puedo decir sobre la parte superior y la falda es que ambos son endebles, el material negro y dorado, vaporoso y transparente en la mayoría de los lugares. Me muevo un poco en mi toalla. Quiero ropa limpia demasiado, pero tampoco tengo muchas ganas de pasear por este campamento con ese atuendo de película. —Um… —¿Cómo no ser una perra sobre esto?—, ¿tienes algo más sustancial para usar? Tamar me frunce el ceño, claramente sintiéndose poco apreciada por ayudar. —Al jinete le gusta que sus mujeres lo vistan —dice ella. ¿El jinete? ¿Sus mujeres? Qué demonios. —No soy su mujer —digo a la defensiva. Eres mi esposa. Esta es la primera vez que Tamar ha mencionado al jinete. Dejé de lado el hecho que acaba de confirmar que Guerra es en realidad Guerra y me centro en el hecho de que Tamar me ha estado preparando para el jinete. —Mejor su mujer que la de otra persona —dice una de las otras chicas. Algunas de las otras mujeres murmuran su acuerdo. Voy a disfrutar de ti más tarde, me había dicho ese soldado hace unas horas. Reprimo un escalofrío. ¿Así es como funciona este lugar? A regañadientes, tomo las sedas de Tamar, el material parece deslizarse entre mis dedos. ¿Me los pongo? Mi única otra opción es deslizarme nuevamente dentro de mi ropa y zapatos mojados. Vuelvo a mirar los artículos. No soy más mujer de Guerra que de alguien más, y usar estos artículos no cambia eso. Pero el interés del jinete en mí es otro asunto. Hay cosas que quiere de mí, cosas que no tienen nada que ver con mis habilidades de lucha y todo que ver con el hecho de que me llama esposa. Mi agarre se aprieta en las sedas. Hay cosas que yo quiero también. Respuestas, información, una solución a este apocalipsis monstruoso. Quién sabe, tal vez esta noche voy a conseguir algunas de ellas. Solo tengo que ponerme el maldito traje. Capítulo 5 Traducido por Grisy Taty Tambores de batalla llenan el aire nocturno. Fuera de mi tienda, antorchas resplandecen, su humo se curva hacia el oscuro cielo. Le doy vueltas al brazalete de hamsa alrededor de mi muñeca y sigo a las mujeres de vuelta al claro, mi falda oscura susurrando alrededor de mis piernas. En el tiempo transcurrido desde mi experiencia cercana a la muerte, el lugar ha sido transformado. Puedo oler carne asándose, y hay jarras de algún tipo de alcohol ya instaladas. La visión de todo ese licor es algo chocante. La mayoría de las personas en Nueva Palestina no beben. A mi alrededor, las personas están hablando, riendo y disfrutando de la compañía del otro. Es extraño pensar que más temprano estaban invadiendo y masacrando la ciudad. No hay señal de toda esa depravación ahora. Mis ojos se mueven de persona en persona, tratando de leer sus pecados en sus ojos, hasta que diviso a Guerra. Se sienta en su estrado, justo como lo hizo más temprano. Me observa, el humo y la luz del fuego haciendo sus brutales facciones hipnotizantes. No sé cuánto tiempo ha estado mirándome, solo que debería haberlo notado. Sus ojos se sienten como el toque de una mano contra mi piel; es difícil ignorar la sensación. Alguna parte de mí reacciona a la visión de él. Mi estómago se aprieta mientras miedo retuerce mi intestino. Debajo de eso, hay otra sensación... una que no puedo describir, solo que me hace sentir vagamente avergonzada. Una de las mujeres cerca de mí coge mi mano. Su nombre es Fatimah. —Él no puede morir —me dice conspirativamente, acercándose. La miro. —¿Qué? —Lo vi yo misma, dos ciudades atrás —dice, sus ojos brillantes mientras relata la historia—. Un hombre se había enojado por algo, quien sabe por qué. Sacó su espada y se acercó al jinete. Guerra dejó que el hombre condujera su espada directamente a través de su torso, justo entre esos tatuajes suyos. Y luego se rio. Un inesperado escalofrío se desliza por mi columna vertebral. —El jinete sacó el arma de sí mismo, y luego rompió el cuello del hombre como si fuera yesca. Fue horrible. —Fatimah no luce angustiada por la historia. Luce entusiasmada. Lanzo una mirada de nuevo a Guerra, quien todavía está mirándome. —¿No muere? —¿Qué clase de criatura es inmortal? Fatimah se acerca y le da un apretón a mi mano. —Solo haz lo que él quiera y serás tratada bien. Sí, eso no va a pasar. —¿Qué hay de las otras? —le pregunto. Alguien se ha acercado al jinete con un plato de comida, arrastrando su atención lejos de mí. La frente de Fatimah se arruga. —¿Qué otras? —Sus otras esposas. —Debe haber otras. —¿Esposas? —La frente de Fatimah se arruga—. Guerra no se casa con las mujeres con las que está. —Ahora me da una mirada extraña—. ¿Cómo te encontró? —pregunta—. Escuché que condujo directamente fuera de la batalla contigo en su caballo. Estoy escogiendo mis palabras cuando la atención de Guerra regresa a mí. Por segunda vez hoy, gesticula hacia mí, las marcas escarlatas en sus nudillos brillando amenazadoramente en la creciente oscuridad. Supongo que alguien se cansó de esperar. Por un momento, me quedo enraizada en el lugar. Mi lado testarudo se activa, y estoy teniendo oscuras fantasías sobre lo que el jinete haría si simplemente ignoro su orden. Pero entonces Fatimah lo nota y me empuja con el codo hacia adelante, y empiezo a caminar, sintiendo el peso de las miradas crecientes de la multitud. Me muevo a través del gentío, solo deteniéndome una vez que estoy a poca distancia del jinete. Él se levanta de su asiento, y un murmullo corre a través de la multitud. Los tambores siguen golpeteando, pero parece como si tuviéramos la atención del campamento completo. Guerra avanza uno, dos, tres pasos, dejando su improvisado trono y cerrando la distancia entre nosotros hasta que está justo frente a mí. Estudia mis facciones por varios segundos y su mirada es tan intensa que quiero apartar la mirada. Calor arde en lo profundo de sus ojos. Calor, e interés. No dice nada por tanto tiempo que finalmente yo rompo el silencio entre nosotros. —¿Qué quieres? —Meokange vago odi degusove. Pensé que ya lo sabías. Me devuelve mis palabras anteriores. Y sí, todavía creo que lo hago. Los ojos de Guerra beben de mi rostro. Está portando la misma expresión extraña que me dio en Jerusalén. Luego de varios segundos, alcanza y frota un nudillo sobre mi pómulo, como si no pudiera evitarlo. Alejo su mano de golpe. —No puedes tocarme —digo suavemente. Sus ojos se estrechan. —¿Sonu moamsi, mamsomeo, monuinme zio vavabege odi? Entonces dime, esposa, ¿cómo sí puedo tocarte? —No puedes. Me sonríe, como si fuera encantadora y singular y extremadamente ridícula de la manera más encantadora posible. —Gocheune dekasuru desvu. Ya lo veremos. Me alejo del jinete entonces. Me observa ávidamente pero no intenta ponerme de nuevo a su lado. En algún punto, me doy media vuelta, mi falda transparente silbando alrededor de mis tobillos, y me fundo en la multitud. Casi estoy decepcionada. Después de todo el alboroto que las mujeres hicieron sobre presentarme al jinete, habría pensado que el poderoso Guerra haría algo más que murmurar unas cuantas palabras y mirarme. Pero es esa mirada que todavía puedo sentir en mi espalda como una marca. Miro sobre mi hombro y encuentro esos ojos inquisitivos y violentos. La esquina de su boca se curva en una sonrisa desafiante. Eso es todo lo que se necesita para que haga la única cosa que más odio: huir. Me quedo como una tonta en la casi oscuridadde mi tienda por varias horas. Incluso desde aquí puedo escuchar la fiesta furiosa, y puedo oler comida cocinándose. Me deslizaría afuera y agarraría un bocado para comer, excepto que tendría que mostrar mi rostro. Es bastante malo que corriera, pero al menos era alguna clase de salida. Aparecer como si nada hubiera pasado… Puedo ver la mirada desafiante y burlona de Guerra. Él lo disfrutaría. Pensaría en ello como otra apertura. Eso es realmente lo que me detiene. El mundo podría llegar a un sangriento final, pero maldición si no me salto una comida para guardar las apariencias. Así que ignoro el olor de la carne, y luego de iluminar la pequeña lámpara de aceite que Tamar me dio, leo la manoseada novela de romance dejada en mi tienda y ociosamente reflexiono sobre qué horrible idea sería quemar el campamento. En medio de la distante conversación, escucho pasos acercarse. Instintivamente, siento mis músculos tensarse. Después de todo lo que Guerra me dijo, espero ser llevada a su tienda, así que no estoy sorprendida cuando las solapas de mi propia tienda crujen, y Tamar entra en mi residencia prestada. —No voy a ir —digo. —¿Ir a dónde? —pregunta. Frunzo el ceño. —¿No me llevarás a su tienda? —¿A la de Guerra? —dice, elevando las cejas—. Hay una gran cantidad de mujeres dispuestas de las que el jinete puede elegir si quiere disfrutar de un cuerpo caliente esta noche. No necesita que seas tú. ¿Otras mujeres? Imagino esas manos pesadas y firmes posándose sobre otra piel, y frunzo el entrecejo. —No es por eso que estoy aquí —dice Tamar, cambiando el tema. Se sienta a mi lado. —Los escuché hablando más temprano —dice, sus palabras susurradas. Se acerca—. ¿Cómo conoces el idioma de los jinetes? — pregunta, su voz un susurro. Sacudo mi cabeza. Estoy a punto de negarlo cuando agrega: —Todos te vimos comunicarte con él —insiste. No había notado que alguien estaba observando el intercambio tan de cerca. Contemplo a Tamar. —No sé qué escuché —admito—, o por qué habló conmigo en lo absoluto. Lo siento, pero eso es lo mejor que tengo. No entiendo nada de esto. Tamar inspecciona mi rostro. Eventualmente asiente y alcanza mi mano para apretarla. —Guerra usa a las mujeres —dice esto como una especie de confesión, y me siento un poco enferma. Realmente no quiero saber sobre las relaciones personales de Guerra. —Si quieres terminar con él —continua—, solo sucumbe por una noche o dos. ¿Qué pasa con las mujeres aquí dándome consejos sexuales no solicitados? —Te ganará alguna medida de protección —añade. La última vez que revisé, una espada me protegió muy bien. —¿Y si no sucumbo? —digo. Hay una larga pausa, entonces Tamar agarra mi barbilla. —Este es un lugar peligroso para ser une mujer, especialmente una bonita. —Sus ojos caen adonde la espada de Guerra descansa cerca de mi lámpara de aceite—. Mantén ese cuchillo cerca. Probablemente lo necesitarás. Capítulo 6 Traducido por Liliana Tomo el último consejo de Tamar: duermo con la daga de Guerra debajo de mi cabeza. Es algo bueno, también. —Despierta, Miriam. —Una profunda voz me arrastra del sueño. Mis ojos se abren de golpe. Sentado al lado de mi camastro, con los brazos colgando holgadamente sobre las rodillas, está Guerra. Mi mano va por mi espada, y me siento, blandiendo mi arma. Los ojos de Guerra brillan cuando me asimila, espada y todo. —¿Disfrutando de mi daga? —pregunta. Me sobresalto ante sus palabras. Está hablando hebreo con fluidez. —Puedes hablar —declaro. Y sabes mi nombre, me doy cuenta. Gruñe. —Quiero decir, te entiendo. Estoy acostumbrada a escucharlo hablar en una lengua desconocida, su significado superponiéndose a las palabras. Es desconcertante escucharlo hablar el mismo idioma que yo. Lo que significa que todo este tiempo, ha podido entenderme a mí. Mantengo mi espada apuntada hacia él. —¿Por qué hablas en lenguas? —pregunto. Pregunta equivocada, Miriam. La pregunta correcta es: ¿Qué diablos estás haciendo en mi tienda? El jinete se levanta y se acerca. En respuesta, levanto mi arma. Ignora por completo la amenaza. Guerra se sienta en el borde de mi camastro, incluso cuando la punta de mi espada presiona la piel de su garganta. Los ojos negros de Guerra caen a la espada, y la esquina de su boca se curva hacia arriba. Se ve oscuramente divertido. Obviamente no tiene sentido amenazarlo. En todo caso, me da la impresión de que encuentra todo el asunto encantador. —¿Cómo es que yo puedo entenderte cuando estás hablando en lenguas? —pregunto. —Eres mi esposa —responde con suavidad—. Entiendes mi naturaleza y mis dones. Hay un problema con eso. —No soy tu esposa. Guerra sonríe con suficiencia, su expresión se burla de mí otra vez. —¿Quieres que pruebe mi reclamo? Estaría más que feliz de hacerlo. —Sus palabras están llenas de matices sexuales. Reajusto mi agarre en la daga. —Sal de mi tienda. Guerra me estudia, sus ojos brillan en la oscuridad. —¿Aunque, es realmente tuya esta tienda? —pregunta. No. No cambia el hecho de que lo quiero fuera. —Sal de esta tienda —corrijo. —¿O si no? —Levanta una ceja. ¿No es eso lo suficientemente obvio? Presiono la punta de su daga un poco más profundamente en su carne. Una línea oscura de sangre cae por su garganta. Guerra se inclina hacia adelante. —Valiente pequeña guerrera, amenazándome en mi propio campamento. —Sus ojos investigan mi cara. —¿Cómo me encontraste? —exijo. Hay miles de residencias en este lugar. —Pensé que querías que me fuera de tu tienda —dice. Siento su diversión. —Y sin embargo, todavía estás aquí. Entonces. —No puedo responder a tu pregunta si me cortas la garganta. — Mira la daga intencionadamente. Dudo. Despertar ante cualquier hombre en mi tienda es lo que consideraría una clara amenaza. Sin embargo, tengo que admitir que si Guerra quisiera hacerme daño de alguna manera, probablemente ya lo habría hecho, y ninguna de mis armas podría detenerlo. Finalmente, bajo la daga. Él toca la sangre en su garganta, y juro que veo un susurro de una sonrisa en su rostro. —Este es mi campamento. No hay secretos que se me puedan ocultar. Lo miro un poco más, mi agarre apretándose en mi daga. —He oído que no puedes morir —le digo. —¿Es por eso que aún no has intentado matarme? —Ese tono burlón ha regresado a su voz. Sí. Mi silencio es respuesta suficiente. —¿Puedes? —presiono. —¿Morir? —aclara Guerra—. Por supuesto que puedo. Maldición. Justo cuando también bajé mi cuchilla. —Simplemente tengo una tendencia a no quedarme muerto. Lo escudriño. —¿Que se supone que significa eso? Agarra una lámpara de aceite encendida que no noté, luego se pone de pie. —Lo entenderás, eventualmente, junto con todo lo demás, aššatu. —Esposa—. Todo lo que tienes que hacer es rendirte. Lanzándome una mirada final y enigmática, Guerra apaga la lámpara y luego se va como un fantasma en la noche. Aunque mi ciudad ha desaparecido y me hayan capturado, se espera que continúe con mi vida. Eso está lo suficientemente claro a la mañana siguiente cuando me despierto con el sonido de una charla general fuera de mi tienda. Supongo que no debería estar tan sorprendida. Lo mismo se esperaba de mí el día después de la Llegada de los jinetes. Por ahora soy una veterana en esto. Me visto con mis ropas manchadas. Todavía están húmedas de ayer, pero Dios, es mucho más práctico que el atuendo que me dieron. Me pongo las botas y salgo. Las personas descansan alrededor de sus tiendas, charlando, riendo, tomando té o café. Esta sección del campamento está llena principalmente de mujeres y niños, y me sorprende ver que varios de ellos tienen sus cabezas cubiertas. Habría asumido que Guerra querría que todos abandonáramos nuestra religión por la suya, pero al parecer no. El
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