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DUODA Estudis de la Diferència Sexual / Estudios de la Diferencia Sexual 40 | 2011
La historia rechazada, historia como vida significante1
Antes de que empezáramos a escribir, imaginé un texto 
colectivo de historias individuales como lecho por el que 
fluye el río de la historia viviente, que es nuestra historia. 
La historicidad de la figura de la historiadora nos fortalece, 
nos une en un vínculo y en una libertad que crea un hori-
zonte y nos hace de guía, un camino que encauza la pasión, 
da unidad al tiempo. Según María Zambrano, recuperada 
por Milagros, el camino es un método fluido que deja pasar 
el color, el sabor, el calor de la historia y lo contrapone al 
paradigma racional que olvida los contextos y los sen-
timientos.
En el lecho de la historia viviente de Marirì yo recupero 
mi historia. 
Mi hermano negacionista no quiere recordar. Quiere la 
cancelación de la muerte violenta de nuestra madre, pero 
cubierta por un recuerdo formal. Lleva las flores al cemen-
terio una vez al año, mantiene en orden la tumba familiar. 
A mis preguntas responde: “No sé, no me acuerdo… Déjalo, 
no sirve para nada hablar de eso…”. También mi madre se 
quedó huérfana cuando era muy joven. Su madre se lla-
maba Rosa. Pero es lo único que sé. No hay fotografías. Mi 
hermano, que la conoció porque es mucho mayor que yo, 
no quiere recordar, no quiere responder a mis preguntas. 
El mismo negacionismo sirve para su propia contribución 
a la muerte del mar. Ya no hay peces, el Adriático norte es 
un mar muerto. Aguas muertas, pero él, que trabajó como 
obrero técnico especializado, ahora jubilado, en una fábrica 
química, ¡no tiene nada que ver con eso! Quería dedicarse a 
la pesca, su afición favorita, al jubilarse, pero ahora descu-
bre que cuando sale al mar no pesca nada o casi nada. Pero 
no ve la conexión. 
Y, sin embargo, cuando en los años sesenta decidió aban-
donar la tierra, el campo, la casa recién construida para él, 
que iba a casarse, pues prefería la ciudad y el trabajo en la 
fábrica química, mi madre se opuso, se resistió y cayó en 
Laura Minguzzi
67 La història vivent / La historia viviente, Tema monogràfic 
un estado de profunda depresión. Al cabo de unos años se 
suicidó. Ella no quiso doblegarse a la voluntad superior de 
la industrialización forzada a costa de la agricultura. Ella 
amaba la belleza del campo: cultivar la tierra, el huerto, 
cuidar los animales, las vacas, las gallinas, los conejos, el 
cerdo, el asno… Ir al mercado a vender los productos de la 
tierra, los quesos que elaboraba ella misma con la leche 
fresca que ordeñaba… era su vida. Lo irrenunciable para 
ella. De pequeña yo miraba maravillada cómo ella ordeñaba 
las vacas y hacía los quesos. Se comunicaba con quien no 
tenía un logos, una palabra; de hecho, no le gustaba de-
masiado hablar, se expresaba haciendo crecer plantas y ani-
males. Era su manera de expresarse, o tal vez una filosofía 
de vida; no era sólo el apego al lugar, era logos, “el logos del 
Manzanares”; era razón pero razón de amor.2 No conseguía 
imaginarse un futuro diferente para sí misma. 
Aunque para mí deseaba los estudios, la universidad, 
porque veía que era lo que yo prefería. Cuando leía o estu-
diaba no me interrumpía nunca y estaba contenta, no me 
pedía que la ayudara en las labores domésticas. A las cinco 
solía traerme té con galletas a mi habitación mientras yo 
hacía los deberes y estudiaba. Quién sabe dónde habría 
aprendido esa costumbre inglesa. ¡Ella, que era tan anal-
fabeta! Un doble sí a su manera, pero desgarrador porque 
mi hermano lo planteó como un dilema. Él, en realidad, se 
oponía a su deseo y al mío. Al suyo, de vivir en el campo y 
labrar la tierra; al mío, de seguir estudiando. Él ya me había 
colocado en un papel secundario de hija mujer, de hermana 
que no debe tener pretensiones, que no puede irse de casa 
para estudiar, imaginarse un futuro propio. Contradicción 
desgarradora, irresoluble. Él era el hijo hombre, el primogé-
nito, que quería imponer su voluntad, su propia imagen del 
futuro. Ella no tenía suficiente autoridad para impedir la 
venta de la tierra, de la casa, necesaria para que todos nos 
mudáramos a la ciudad. Así, yo pude seguir estudiando a 
costa de la muerte, de su sacrificio. Pues sí, el sentimiento 
de culpa de todos por no haber sabido evitar que el conflic-
to se transformase en tragedia fue lo que permitió que yo 
fuera a Venecia con algunas amigas, donde juntas continu-
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amos los estudios lingüísticos en la universidad Cà Foscari, 
o sea que pudimos realizar nuestro deseo común. Por eso 
no puedo permitir la cancelación de su historia, la histo-
ria de mi madre. Siento la necesidad y el deseo de hacerle 
justicia. 
Pero ¿cómo introducir plenamente mi historia en la nar-
ración de la historia de la Italia de la posguerra, que fue 
la violenta transformación de un país agrícola a un país 
industrial? Pero ¿a qué precio se consiguió la moderni-
dad? El precio de esa industrialización forzada nunca se 
ha calculado. Yo he empezado a echar cuentas a partir de 
mi historia. Y en la partida doble de la vida considero una 
grave pérdida, incalculable, la pérdida de mi madre, Eva, 
cuando yo sólo tenía veinte años. Un nudo irresuelto que 
ha abierto un agujero en mis entrañas, donde yo caigo de 
repente, de forma impredecible; como me ocurrió, sin duda 
no por casualidad, en una cena de cumpleaños en la que el 
anfitrión, un militar jubilado, hablando de su pasado, nos 
enseñó a los comensales, con orgullo, su fusil de ordenan-
za; al verlo yo reviví la escena de mi madre que se quita 
la vida con la escopeta de caza de mi padre, y de repente 
me transformé en un cuerpo de dolor, agredí al anfitrión 
como una furia, a él, que con inocencia enseñaba su trofeo 
de guerra y no entendía mi reacción, a sus ojos desmesu-
rada, anómala. Nudo irresuelto que ha creado una zona de 
sombra donde se introduce constantemente la duda sobre 
el presente que estoy viviendo, que a veces ha tomado la 
forma del laberinto, donde yo pierdo la orientación hasta 
que renace el deseo del retorno a la fuente maravillosa del 
origen, del nacimiento. El deseo de un nuevo inicio, donde 
sea comprendido el deseo de mi madre. Sólo así puede 
reescribirse una nueva historia, reviviendo aquel episodio 
y, en aquella bifurcación, conseguir que hoy enfilemos 
un camino diferente, que contemple al mismo tiempo 
nuestros dos deseos, en tensión, no en una contradicción 
excluyente. Una reanudación del punto de giro, de ruptura, 
con un lenguaje atento a la vida, capaz de hacerse cargo 
y rescatar las circunstancias también aparentemente 
Laura Minguzzi
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insignificantes, como insignificante parece el pequeño río 
Lamone, el Manzanares del pueblo en el que nací, Torri 
di Mezzano. Una civilización en la que el río esté en el 
centro, con sus aguas limpias, donde una podía zambu-
llirse en verano. 
Yo y mi madre con nuestros dos deseos no podíamos estar 
más alejadas, pero un punto nos unía: el amor por la cultura 
y por la tierra y el mundo animal que requieren una cultura, 
un saber. La elección de mi hermano por el trabajo en la 
fábrica química de la ciudad, en Rávena, era el símbolo de 
una civilización en las antípodas, destructora, aunque para 
él, comprendo hoy, fuera una elección para liberarse del 
trabajo de la tierra, que no amaba.
No avergonzarse del propio origen. 
Una alumna mía de origen francés, madre francesa y padre 
italiano, una vez escribió que de pequeña se avergonzaba 
de ser bilingüe y quería ser igual a los demás, se esforzaba 
por esconder el origen, la fuente maravillosa. Luego un día 
descubrió que poseía una riqueza, conocer dos lenguas, y 
salió de la caverna, del laberinto. Negar el propio origen 
desorienta. “Los caminos, cuando no quieren llegar a nin-
guna parte, se hacen laberintos.”3 Así pues, de adolescente 
también yotuve la tentación del negacionismo. Intentaba 
ocultar a mis compañeras de clase, chicas de ciudad, mis 
orígenes campesinos. Me daban vergüenza. Pero vestía 
la ropa de ciudad con inseguridad, solía perderme por las 
calles, me faltaba orientación. Subía siempre a los autobu-
ses que iban en dirección contraria. Hoy a veces me ocurre 
cuando no estoy plenamente convencida de ir a algún sitio, 
cuando no me convence plenamente una meta propuesta. 
Inevitablemente subo al tren equivocado, pierdo el avión, 
etc. Son señales de la voz de las entrañas que nunca ha 
sido acallada completamente y que se manifiesta. Es su 
manera de hacerme pensar, hacerme cambiar de camino, 
romper los límites del yo, escuchar otras cosas, otras 
razones que habitan en la oscuridad, la sombra, e intentan 
hacerse oír, para no caer en el olvido. 
DUODA Estudis de la Diferència Sexual / Estudios de la Diferencia Sexual 40 | 2011
¿Por qué mi hermano no quiere recordar? ¿A quién le 
interesa el olvido? A quienes no quieren reconocer, pagar 
una deuda al origen, al propio nacimiento, generalmente 
a quienes tienen un poder simbólico que defender. Mi 
hermano defendía su propia elección de mundo contra su, 
mi madre, y contra mí, su hermana, recurriendo a méto-
dos violentos. La ciencia médica estaba de su parte. El 
cuidado de la depresión de mi madre fue feroz, como lo 
fue en esa época la difusión masiva del electrochoque, 
sobre todo contra las mujeres que se resistían a las elec-
ciones de la familia patriarcal. Recuerdo un ir y venir de 
los hospitales psiquiátricos de Bolonia desde cuando yo 
tenía 11-12 años y asistía, sin entenderlo, a sus altiba-
jos, a las crisis que se sucedían. Mi tía Luciana me contó 
después que ella intentó oponerse, protestaba, pero nadie 
la escuchó. Ni los médicos, ni los familiares que se enco-
mendaban totalmente a la autoridad científica, encarnada 
por los médicos. Inconscientemente fue un matricidio por 
su parte, que permitieron ese tipo de terapias. Terapias 
crueles que perjudicaban tanto a las mujeres comunes, 
de “vidas infinitamente oscuras” como mi madre, como 
a las mujeres burguesas, apartadas de la vida y ocultas a 
la vista “sensible” del mundo civilizado e instruido de la 
clase burguesa.
El Círculo de la Rosa: lugar público e íntimo.
El Círculo, del que soy presidenta desde el año 2001, pero 
también antes, desde su fundación en 1990, ha sido el lugar 
principal de relaciones en presencia, en todos los sentidos, 
abierto primero sólo a las mujeres socias y sus amigas y 
luego también a socios o amigos de las socias. Mujeres de 
todas las edades, todos los orígenes sociales, todas las cul-
turas o nacionalidades. La política, la palabra intercambiada 
también en la mesa, el ágape, ha dado y da momentos de 
ser contingentes e inmortales. La idea de la buena comida 
intercambiada, del cuidado del cuerpo y la necesidad de 
política, de simbólico, de ser más allá, comunican la ima-
gen precisa de lo que, para mí, han significado y significan 
política de las mujeres e historia viviente. 
Laura Minguzzi
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Mi práctica en el círculo, lugar público, pero también íntimo, 
puede definirse también como una forma de pagar una 
deuda simbólica. Un resarcimiento a mi madre, una espe-
cie de expiación/rescate, un hacerle justicia. He experi-
mentado el placer y también el sufrimiento de la fusionali-
dad, del intenso vínculo con la otra, el otro, que proporciona 
la pasión política cuando la necesidad y el deseo se funden 
y no hay distinción nítida entre el propio deseo y el de 
la otra-o. Un gran impulso a la acción, un sentirse en el 
centro de una gran empresa, un sentimiento totalizador que 
consume y nos deja también agotadas y desilusionadas 
al primer conflicto. Un sentido de plenitud, de alegría, en 
ocasiones, se ha transformado en una dolorosa necesidad de 
resarcimiento que me llevaba siempre a la primera pérdida, 
a la falta, al nudo inicial del vacío dejado por la muerte de 
mi madre. La angustia de la orfandad, que significa estar sin 
mediación en el mundo. Cualquier fracaso se convertía en-
tonces en sinónimo de muerte, cualquier conflicto, angustia 
de abandono; era como revivir cada vez la misma situación. 
El agujero en las entrañas que sentí palpable en el momento 
en que me comunicaron la noticia de su muerte. Me cul-
pabilizaba, me sentía responsable de su muerte como si 
hubiese traicionado sus expectativas; pasivamente padecía 
la tormenta de los acontecimientos, sin tener la fuerza para 
reaccionar. Era una no aceptación de la realidad que tenía 
raíces en la orfandad real.
¿Algo en común con el agujero en la capa de ozono provo-
cado por la industria química? Pensando en mi hermano, 
que trabajó durante años en el sector de la química, y en las 
hipótesis actuales (pienso en particular en la joven escritora 
Valentina Francolino4) de que pueda haber alguna corre- 
lación entre contaminación atmosférica del planeta y falta 
de conciencia por parte masculina de su interioridad, de su 
mundo interior, veo que tal vez haya una conexión entre la 
enfermedad del planeta Tierra y mi agujero en las entrañas. 
Pero cuando cambié de sentido su gesto y lo leí como un 
acto de libertad, lo negativo, el sentimiento de injusticia, 
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de exclusión, la rabia, la falta de palabra, el grumo oscuro, 
el agujero en las entrañas, bajo la lente de la práctica de la 
palabra intercambiada y a la luz de la experiencia positiva 
de la amistad política, me condujeron al cambio. 
Historia de nuestra Comunidad. Mis perplejidades.
Cuando Luciana y Marirì propusieron que nombráramos 
nuestro grupo de investigación, yo estaba más bien perple-
ja. Nunca he sabido poner en palabras claras y definitivas 
mi sentimiento de no plena satisfacción por la palabra 
propuesta. La palabra comunidad evocaba en mí una maraña 
de sensaciones que no conseguía comunicar con claridad. 
Me generaba emociones negativas. Recuerdos de la histo-
ria que había estudiado en la escuela, de comunidades que 
vivían en pueblos, campesinos rusos, que se inspiraban en 
la religión ortodoxa y vivían en mundos cerrados, culti-
vando las tradiciones del pasado, sin deseo de intercam-
bios, de transformaciones. Recuerdos de lazos de sangre, de 
parentesco, vínculos con el suelo, el territorio, que sólo de 
pensar en ellos me cerraban el horizonte y me generaban 
una sensación de ahogo. Me faltaba la respiración. Temía 
caer en la fusionalidad que impide lo nuevo y el cambio. Tal 
vez era el nudo irresuelto de mi historia personal que me 
apretaba en la garganta y me pedía ser escuchado. En aquel 
período la palabra estaba de moda, nacían comunidades de 
todo tipo; un ejemplo por todos: la Comunidad de Filosofía 
de Verona Diótima. Junto al trabajo político de historia en 
la comunidad yo siempre he sentido la necesidad y el deseo 
de política en los lugares que durante años he sostenido y 
creado con otras. En los años setenta en Bolonia, luego en 
los años ochenta en Parma, en la Biblioteca de las Mujeres, 
y a partir de los años noventa en Milán, en la Librería y el 
Círculo de la Rosa. La dialéctica entre las dos dimensiones, 
la tensión entre los dos tiempos: el presente y el pasado, 
el intercambio, también conflictivo, entre las dos prácticas 
ha producido la metamorfosis: una nueva idea de comuni-
dad de historia que me ha permitido ir a mis raíces, a mis 
orígenes. El amor por la investigación histórica de mujeres 
del pasado, motivada por un deseo subjetivo de historia 
Laura Minguzzi
73 La història vivent / La historia viviente, Tema monogràfic 
femenina, ha trabajado en profundidad disgregando los 
fundamentos de la genealogía masculina y dando visibili-
dad y ciudadanía a las entrañas, al grumo oscuro que quería 
ocultarse en mí como en las otras.5
El cambio
Palabras que resuenan de una a otra más allá de las 
reuniones, más alláde los encuentros con otras histo-
riadoras, más allá de la propia comunidad, y se dirigen 
al mundo para romper la separación entre comunidad y 
mundo. No hay un procedimiento paralelo sino intercam-
bio. El cambio de nombre y de nuestra práctica en 2006, 
nuestro viraje, que fue también una mutación interior, se 
ha cruzado con un fenómeno del tiempo presente, en el 
que la palabra comunidad ha tomado el cariz del miedo al 
otro, del localismo, del folclore, de la historia insignificante, 
atravesando una necesidad popular, de gente sin palabra, 
que, sin embargo, teme perder su propia historia en el 
ruidoso y veloz estruendo de la globalización. Nosotras, 
en cambio, con una mirada amplia y puntual hemos con-
seguido transformar los aspectos dañinos y destructivos 
en deseo de palabra sobre una misma y sobre los nudos de 
la propia historia. Mi angustia recurrente, mi rabia por el 
abandono violento, imprevisto que había sufrido, mi orfan-
dad, reinterpretada como gesto de libertad en una narración 
colectiva, con la ayuda de las palabras de las otras del 
grupo, me ha dado las palabras adecuadas para no padecer 
las palabras interpretativas de los otros y no perder con mi 
historia el mundo entero.
Podría decir que nuestra modalidad de hacer historia es un 
camino no triste. La alegría de recordar es una recreación 
del sentido del pasado, una reinterpretación simbólica de la 
realidad. Por eso la elección de la palabra camino se con-
trapone a paradigma, palabra que utiliza la historiografía 
tradicional; la que se refiere a la genealogía masculina, 
inspirada en los acontecimientos que otorgan poder sobre 
el mundo y dominio/control sobre las vidas de los otros, y 
que para nosotras es restrictiva; un achatamiento en pará-
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metros lineales de espacio-tiempo que nosotras, historia 
viviente, sustituimos con una práctica histórica que es 
camino,6 y que asume la imagen de un lugar-tiempo, lugar 
en el tiempo, y las formas de cuerpos deseantes, pensantes, 
y de relaciones de diferencia, es decir, con hombres, donde 
los sentimientos señalen aspectos de la mutación de la 
realidad para desenmarañar el embrollo identitario entre 
historia y poder, y así recoger, rehuyendo la historia que se 
reduce al poder, el saber que nace de la historia viviente 
que inventa libertad para todos. 
notas:
1 María Zambrano, De la Aurora, Tabla Rasa, 2004, pág. 138.
2 Ibídem, pág. 190.
3 María Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, Alianza, 2000, pág. 140.
4 Valentina Francolino, Il ventre della terra, Gingko edizioni, 2008, Bolonia.
5 Elena Pulcini, La cura del mondo, Bollati Boringhieri, 2009, pág.67-76.
6 Laura Minguzzi, “La strada si crea camminando”, pág. 84, en Cambia 
il mondo e cambia la storia, Atti del Convegno della Comunità di pratica e 
riflessione pedagogica e di ricerca storica a cura di Marina Santini, 29 de 
septiembre de 2001, Casa della cultura, Milán.
Laura Minguzzi

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