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EL 
SOCIALISMO 
ante 
mundo 
HOY 
•jA 
* Política internacional 
* Sobre la controversia chino-soviética 
EL 
SOCIALISMO 
ante 
ííLxxdo 
HOY 
* Política internacional 
* Sobre la controversia chino-soviética 
Introducción 
Desde su constitución como Partido, una de las ca-
racterísticas más vigorosas del socialismo chileno ha sido 
su política internacional autónoma. Sobre la base de que 
la teoría marxista no es un dogma inflexible, impermea-
ble al tiempo y a las circunstancias concretas de la vida 
social, hemos examinado en cada oportunidad, con la má-
xima independencia de criterio ideológico y político, los 
hechos que conmueven a la clase trabajadora internacio-
nal. De este modo, hemos elaborado una línea caracterís-
tica que, hoy en día, encuentra sus raíces en la política 
de Frente de Trabajadores. 
El presente folleto contiene las resoluciones sobre 
política internacional aprobadas en el XX Congreso ge-
neral del Partido Socialista, efectuado en febrero de 1964, 
en Concepción. Y para complementar las apreciaciones 
relacionadas con la candente controversia chino-soviéti-
ca —que se inició con los caracteres de discusión ideoló-
gica y, en los hechos, se ha transformado en una disputa 
entre Estados—, publicamos en su texto íntegro un ar-
tículo del secretario general del Partido, c. Raúl Ampue-
ro Díaz —aparecido originariamente en la Revista ARAU-
CO— que presenta, a modo de comentario crítico, los 
puntos de vista de los socialistas chilenos sobre las posi-
ciones en conflicto. 
El material de este folleto es imprescindible para la 
información y orientación de los afiliados del Partido y, 
en general, de aquellos a quienes nuestro pensamiento 
interesa particularmente. Se analizan todos los problemas 
3 
de política internacional que constituyen las cuestiones-
más importantes en esta hora tensa de la humanidad, en 
que la tercera parte de los habitantes de la Tierra vive las 
experiencias de los sistemas socialistas, millones de hom-
bres y mujeres sufren y luchan en los países subdesarro-
llados y millones de trabajadores, por su parte, se esfuer-
zan en las potencian capitalistas por substituir a las clases 
dominantes en el poder. Todos estos problemas son ana-
lizados, también, en cuanto a sus proyecciones en el mo-
vimiento popular chileno. 
Como integrantes de un vasto proceso social de di-
mensiones mundiales; como habitantes de un continente 
tan directamente sometido a la dominación del centro 
principal del capitalismo moderno; como combatientes de 
vanguardia de la revolución chilena, sabemos que los su-
cesos presentes —el desarrollo de los nuevos sistemas 
socialistas, la lucha de los pueblos sometidos al imperia-
lismo, la lucha de los trabajadores en el seno de los países 
capitalistas y, en el movimiento comunista mundial, la 
dura disputa chino-soviética— influirán en el futuro de 
todo el movimiento popular y que nuestra propia conduc-
ta de socialistas será un factor apreciable en la configu-
ración de ese futuro. Conscientes de ello, ofrecemos al 
lector los puntos de vista del Partido Socialista de Chile 
sobre todos estos graves problemas de la política interna-
cional. 
4 
Resoluciones 
sobre Política Internacional 
(XX Congreso General, Febrero 1964) 
Desde su constitución como Partido, una de las carac-
terísticas más vigorosas y persistentes del socialismo chile-
no ha sido su política internacional autónoma. Lejos de 
toda acti tud seguidista o de mera adaptación ocasional a 
las cambiantes circunstancias históricas, en este campo, 
más que en cualquiera otro, el socialismo viene demostran-
do la fecundidad del marxismo en el examen de los procesos 
contemporáneos, cuando se le mane ja como un creador ins-
t rumento científico. 
Nuestra actividad de t re inta años evidencia una con-
t inuada adhesión a ciertos principios básicos, que se po-
drían enunciar así: 
A.—Internacionalismo obrero.— El movimiento obrero 
constituye una fuerza histórica uni tar ia en escala mundial . 
La solidaridad esencial de intereses de la clase obrera, por 
encima de las fronteras , deriva de la explotación in te rna-
cional de los t rabajadores por el sistema capitalista pro-
pagado a todos los continentes. 
B.—Unidad de América Latina.— Tanto la necesidad de 
equilibrar en el continente la poderosa gravitación de los 
Estados Unidos, como la estrecha comunidad de factores 
geográficos, históricos, culturales, económicos, raciales, etc., 
que unen a los países latinoamericanos, conducen a p lan-
tearse —como orientación general y como objetivo— la in te -
gración económica y política de los estados situados al 
sur del Río Bravo. 
5 
C.—Acción antiimperialista.— La liberación de los países 
latinoamericanos del colonialismo europeo sólo consagró 
una independencia formal. Luej?o de constituirse en estados 
polít icamente soberanos, cayeron bajo la dominación eco-
nómica de las grandes potencias capitalistas —y principal-
mente de los Estados Unidos de Norteamérica— bloqueán-
dose así su desarrollo mater ia l y muti lando su autonomía. 
La eliminación de todo vínculo de dependencia del imperialis-
mo constituye, por tanto, una meta fundamenta l en la lucha 
del Partido. 
D.—Por la paz entre los pueblos.— Conscientes de que 
la guerra, en el mundo capitalista, es un medio de resolver 
conflictos de intereses entre las clases dominantes, llevando 
a las masas al sacrificio y a la muerte, animamos siempre 
una conducta antibelicista. Cuando la resistencia a rmada 
h a sido ejercida por los pueblos contra sus amos ex t ran je-
ros, en cambio, la justif icamos como una proyección legí-
t ima de la voluntad de independencia y como un medio 
inevitable de ejercer sus derechos a la autodeterminación. 
E.—La integración democrática del movimiento revolu-
cionario mundial.— Ninguna circunstancia autoriza a un solo 
país o a un part ido determinado para asumir la hege-
monía del movimiento revolucionario mundial o para su-
bordinar a sus intereses part iculares la aplicación del pr in-
cipio del internacionalismo obrero. Sólo una integración de-
mocrática, sobre la base de la más estricta igualdad de de-
rechos, ha rá posible la cooperación solidaria y la coordi-
nación estratégica de las fuerzas que luchan contra el im-
perialismo en el mundo. 
F.—La lucha de clases y no la contienda militar es la 
vía para vencer al capitalismo.— La tarea de suplantar el 
sistema capitalista por el socialismo pertenece esencialmen-
te a los t rabajadores de cada país. La constitución y el 
mantenimiento de bloques cerrados —aún formados por 
países socialistas— conduce fa ta lmente a susti tuir el pro-
ceso de la lucha de clases en el seno de cada sociedad n a -
cional por el enfrentamiento militar entre potencias y esta-
dos. La tensión bélica, además, proporciona justificación a 
6 
las naciones más poderosas para estrechar el control y la 
represión sobre los pueblos vasallos —en el área capitalista— 
y para implantar el monolitismo y una rígida dirección 
centralizada en el área socialista. En ambos casos se hace 
más penoso el avance hacia la creación de auténticas rela-
ciones sociales socialistas. 
G.—El socialismo es producto histórico de circunstan-
cias nacionales concretas.— No existe un camino exclusivo 
ni un modelo único pa ra establecer y construir el socialis-
mo. Dentro del objetivo común y esencial de sustituir la 
propiedad privada de los medios de producción por la pro-
piedad social de los mismos, los pueblos y los partidos eli-
gen las vías y las formas más adecuadas a las tradiciones, 
a las estructuras, a las condiciones geográficas, socio-econó-
micas y culturales de cada estado. 
Es dentro de la fidelidad a tales principios que debere-
mos diseñar nuestra política internacional para el período 
que se inicia con este Congreso. 
En el curso del XIX Congreso del Partido, el debate 
más intenso se desarrolló alrededor de la política in te rna -
cional. Luego de una vigorosa confrontación de ideas y de 
posiciones se adopló un conjuntode acuerdos que ra t i f i ca -
ban la posición tradicional, actualizándola en relación con 
los nuevos acontecimientos. Las cuestiones capitales de esa 
discusión fueron, por una parte, si el socialismo debería o nó 
mantener su línea antibloquista, y, por otra, si an te la exis-
tencia efectiva de los bloques deberíamos adherirnos o nó a 
aquel que se definía como una coalición socialista. La tesis 
adversaria a la política de bloques se impuso en forma cate-
górica. 
Los años 1962 y 1963 h a n sometido a prueba nuestra act i-
tud y proporcionan nuevos elementos para sostenerla en el 
futuro. 
La evolución de los bloques rivales parece conducirlos a 
una progresiva desintegración y a hacer cada vez más flexi-
ble la coexistencia entre estados de diferente estructura 
social. 
En el campo capitalista crecen las tendencias a estable-
7 
cer centros políticos autónomos, principalmente en el ámbito 
europeo; tan to la Francia degaullista como el gobierno de 
coalición italiano constituyen elementos desintegradores en 
los planos diplomático y militar. En el campo comunista, a 
su vez, el monolitismo al uso staliniano sufre el efecto de-
moledor de la disidencia china. 
Los hechos demuestran cómo, efectivamente, la guerra 
en nuestro siglo ha sufrido cambios cualitativos que al teran 
profundamente su naturaleza y sus efectos, has ta el punto 
de hacerla un instrumento inapropiado para dirimir los con-
flictos de intereses económicos, sociales o ideológicos, sean 
ellos los más perversos o los más altruistas. La guerra ató-
mica ya no es negocio política ni materialmente lucrativo 
para el imperialismo ni tampoco un medio útil para instalar 
el socialismo sobre la tierra. Lo probaron tan to la crisis del 
Caribe, en octubre de 1962, como la f i rma del Tra tado de 
Proscripción Parcial de los Ensayos Nucleares, f i rmado en 
Moscú en julio del año en curso. Fue la conciencia cabal de 
esta circunstancia la que llevó a un acuerdo al borde de la 
conflagración en el pr imer caso, y en un campo decisivo de 
las relaciones internacionales, en el segundo. Ninguno de 
estos episodios permite deducir, sin embargo, la conclusión 
ingenua o tendenciosa de que alguno ¡jie los contendores 
haya renunciado a los objetivos esenciales de una lucha que 
tiene hondas raíces sociológicas e históricas. El imperialismo 
seguirá bregando por someter a su dominación a los pueblos 
a t rasados y las fuerzas socialistas y revolucionarias por libe-
r a r a la humanidad de un odioso sistema de explotación, 
pero, en t an to el capitalismo encuentra dificultades cre-
cientes para hacer uso de la guerra —hasta ahora su más 
eficaz a rma de opresión— el socialismo sigue contando sin 
limitaciones con el principal factor para su victoria, con el 
instrumento dinámico por excelencia en las grandes trans-
formaciones: con el poderoso impulso de las clases oprimi-
das hacia su libertad social y nacional. 
Que es la paz y no la guerra, la distensión internacional 
y no el rígido alineamiento en bloques hostiles, el clima más 
favorable pa ra el pleno desarrollo del proceso de liberación 
revolucionaria, lo prueban Cuba y Argelia. Independiente-
8 
men te de las consecuencias finales de un conflicto global, si 
la crisis del Caribe hubiese desembocado en la guerra, una 
cosa es segura: Cuba no existiría. Cuba como nación, en-
tiéndase bien, no sólo la Revolución Cubana, habr ía desapa-
recido del escenario de la historia. Argelia, por su parte, geo-
gráf icamente enclavada en una zona part icularmente sen-
sible a las tensiones, encontró en una política exterior in-
dependiente un elemento decisivo para t r iunfar en su lucha 
y, ahora, pa ra avanzar resuel tamente hacia el socialismo. 
Puso término a más de un siglo de dominación colonial, 
agregando al heroico comportamiento militar de su pueblo 
la vigorosa solidaridad af r icana y el apoyo decidido de la 
opinión progresista del mundo, factores que difícilmente h a -
bría tenido de su lado si hubiese comprometido su destino con 
la suerte de una coalición militar. 
Los progresos en el camino de la paz y la atenuación de 
la guerra f r ía deben dar un impulso nuevo a la lucha por la 
descolonización y por cambios sociales profundos en todos 
los ámbitos de la tierra. La experiencia reciente demuestra, 
cada vez más, a las naciones jóvenes, que únicamente una 
•estructura socialista les permitirá salvar las distancias b ru-
tales que las separan de los países más adelantados. No 
puede entenderse, pues, que la coexistencia pacífica impli-
que una actitud de capitulación o de apoyo mecánico a las 
determinaciones de las grandes potencias; cualquiera ten-
dencia en tal sentido significaría una nueva versión de la 
"política de bloques", o sustituirla, simplemente, por la re-
partición pacífica del mundo en esferas geográficas de in-
fluencia. 
Dentro de tal enfoque comprendemos perfectamente 
bien la reacción cubana an te el Tra tado de Moscú y ante la 
iniciativa para declarar a la América Latina zona desnu-
clearizada. Mientras la isla sufra el acoso yanqui, el nuevo 
espíritu de paz carecerá de sentido para los cubanos y toda 
renuncia a disponer y a utilizar explosivos atómicos por su 
pa r t e —que no implique un compromiso análogo de los Es-
tados Unidos— significaría una abdicación de sus deberes 
patrióticos y revolucionarios. 
La elaboración de una acción socialista internacional es 
9 
necesariamente compleja, en la misma medida en que las 
experiencias revolucionarias se extienden a todos los Con-
tinentes y se realizan en las más variadas condiciones, puesto 
que exige un análisis riguroso, independiente, nacional e 
imaginativo de cada situación y de cada episodio, a la luz 
de las concepciones marxistas. Jus tamente por eso se desti-
naron a dilucidar estas cuestiones capitales dos documentos 
elaborados por el Comité Central en el período que te rmina: 
la respuesta al Partido Comunista a principios de 1962 y un 
ensayo sobre el conflicto chino-soviético en agosto del año 
1963. (1). 
Las actitudes "seguidistas", caracterizadas por la acep-
tación incondicional e irreflexiva de determinadas líneas 
dictadas por uno u otro Estado, implican la peligrosa per-
sistencia de hábitos nocivos en el movimiento obrero, de los 
cuales el Partido Socialista pudo salvarse siempre por sus 
estrechas raíces en la realidad chilena. Si bien las disiden-
cias chino-soviéticas desembocaron en una disputa teórica 
—frecuentemente confusa y tendenciosa— sus orígenes rea-
les parecen descansar más bien en graves problemas deri-
vados del desequilibrio económico en el campo socialista y en 
las condiciones materiales y sociológicas in ternas y especí-
ficas de cada país. Si el socialismo chileno, desde su aparición, 
pudo sustraerse a la estrecha y rígida estructura del movi-
miento comunista en la convicción de que era inadecuada 
para abarcar la totalidad del proceso y la extraordinaria ri-
queza de las manifestaciones revolucionarias, incurriría en 
un error irreparable si ahora —cuando esas deficiencias se 
hacen evidentes— tomara partido en una disputa que es la 
mejor comprobación de la crisis de un instrumento caduco. 
Situados en América Latina, el campo más inmediato y 
exclusivo de la dominación norteamericana, la lucha con-
t ra el imperialismo tiene en Chile una prioridad sólo p a r a -
lela a la Reforma Agraria, tan to en el accionar del movimien-
to popular como en la gestión de un nuevo gobierno de avan-
zada. Una acti tud resuelta y responsable en esta mater ia se 
debe desenvolver en diversos planos y en diferentes áreas: 
(1) Se reproduce como Segunda Par te de este fol leto. 
10 
a) Vínculos cada vez más estrechos y más orgánicos con 
todas las fuerzas definidamente antimperialistas del Conti-
nente, a f in de presentar un bloque homogéneo de resisten-
cia en la acción. No importa t an to la analogía ideológica 
como la coincidencia práctica en los objetivos comunes. En 
la actividad política como en los f ren tes de masas será pre-
ciso multiplicarlos contactos y estrechar las relaciones. 
b) Elaboración circunstanciada de una política dirigida 
a establecer el control nacional sobre los sectores claves de 
la economía, incorporando al dominio público los principa-
les núcleos de la inversión extranjera . Esta decisión impone 
la necesidad de explotar racionalmente las al ternativas teó-
ricas y las medidas complementarias, destinadas a neu t ra -
lizar las eventuales represalias del imperialismo. 
c) Estudio y aplicación de una política lat inoamericana 
encaminada a fortalecer los lazos de Chile con otros Estados 
para garant izar el libre y soberano usufructo de las riquezas 
naturales, para evitar el deterioro creciente de los térmi-
nos de intercambio, para apresurar la desaparición de los 
territorios coloniales y su acceso a la independencia y pa ra 
lograr un acuerdo que permita reducir los gastos militares 
-en beneficio del desarrollo económico, entre otros objetivos 
inmediatos y de interés común. 
d) Revisión de todos los instrumentos internacionales 
que vienen consagrando un sistema jurídico, financiero, 
comercial o mili tar destinado a preservar el orden capi ta-
lista y a obstaculizar la instalación de regímenes socialistas, 
impidiéndoles a éstos la coexistencia pacífica y la colabora-
ción con los países hermanos en una empresa colectiva de 
progreso continental. 
La condición especial de este Congreso —el último a n -
tes de la elección presidencial— nos obliga a p lantear tales 
problemas con criterio de gobernantes. El poder popular 
deberá estar resuelto a cumplir lealmente sus compromisos 
con las masas y a tomar, s imultáneamente, las medidas 
adecuadas pa ra salir victoriosos de la prueba. Los imperia-
listas procurarán aislarnos pa ra doblegar la voluntad rei-
vindicadora del pueblo chileno. No lo permitiremos. Las 
masas oprimidas del Continente deben comprender que 
11 
nuestra lucha es una batal la en que se juegan sus propios 
intereses; por eso debemos ganar su apoyo solidario y su 
colaboración activa. Los países hermanos deben saber que 
estamos dispuestos a defender nuestro derecho a la autode-
terminación por todos los medios, pero que respetaremos 
escrupulosamente el derecho de otras naciones a darse go-
biernos distintos al que nosotros queremos establecer. El 
mundo debe saber que únicamente procuramos conquistar 
nuestra plena independencia económica y ejercitar nuestra 
soberanía sin cortapisas. Tal objetivo no agravia ni amena-
za a nadie, es sólo la realización histórica de la actual ge-
neración chilena. 
CONCLUSIONES 
I 
El socialismo chileno es una fuerza incorporada al 
"mundo socialista"; pertenece al conjunto de partidos, mo-
vimientos y países que part icipan en la cruzada mundial 
contra el imperialismo y persiguen la implantación de un 
nuevo orden social. 
Las circunstancias contemporáneas exigen la coordina-
ción internacional del complejo de fuerzas que procuran es-
tablecer una sociedad regida por la voluntad de los t r aba -
jadores, basada en la propiedad social de los medios de pro-
ducción y en planeamiento de su desarrollo económico. J u n -
to a la identidad de estos objetivos básicos, sólo la acep-
tación de la más amplia libertad en la elección de los ca-
minos estratégicos y en la adopción de métodos de acción 
pueden permitir, primero, y garantizar, después, una inte-
gración democrática del movimiento revolucionario antim-
perialista en escala mundial. 
Su política está centrada en la unidad dentro de los 
principios comunes, puesto que en base al marxismo todos 
los movimientos, partidos y países que luchan por el socia-
lismo, pueden y deben resolver sus problemas controvertidos 
y encontrar las soluciones que los lleven a configurar una 
política unitaria. 
12 
II 
El XX Congreso rat i f ica la línea internacional del P a r -
tido y del FRAP, en cuanto rechaza la "política de bloques" 
como un elemento distorsionador del proceso de liberación 
de los pueblos, apoya las iniciativas encaminadas a reducir 
su influencia y a sustituirla por relaciones multilaterales, 
democráticas y pacíficas entre los Estados. Dentro de tal es-
píritu aprueba el Tra tado de Proscripción Parcial de los En-
sayos Atómicos pactado en Moscú y los esfuerzos encamina-
dos a establecer zonas desnuclearizadas en diversas regio-
nes del mundo, principalmente en América Latina. 
El Congreso denuncia, no obstante, la política de agre-
sión que mant ienen los Estados Unidos contra Cuba, lo que 
justifica la act i tud de este último país al rehusar su f i rma 
al Pacto mencionado. 
Ratifica, asimismo, el derecho de los pueblos a conquis-
tar y mantener su independencia y a defender el principio 
de su autodeterminación, con todos sus recursos —incluso 
los de la violencia— f ren te a las potencias opresoras. En 
tales casos, el Partido Socialista proporcionará la más a m -
plia solidaridad a las naciones y pueblos comprometidos en 
la lucha. 
III 
En la actual fase histórica, la coordinación estratégica 
y la unidad de acción de las fuerzas afines no excluye una 
vigorosa y f ra te rna l confrontación de diferentes posiciones 
ideológicas, pero el Congreso estima deplorable llevar las 
disidencias al plano gubernativo, transformándolas en con-
flictos de Estados. 
Desde un punto de vista de principio, el socialismo chi-
leno se opone vigorosamente a las tendencias centralistas 
y autori tarias en el ejercicio del poder popular, y a las 
tentat ivas de imponer a naciones distintas los modelos po-
líticos y las orientaciones adoptadas en un país determina-
do, características ambas de las viejas concepciones stali-
13 
nianas; estima, sin embargo, que la corrección de los fenó-
menos nocivos corresponde esencialmente a las masas tra-
bajadoras del estado en que se originan. 
IV 
El desarrollo del socialismo es consustancial con una po-
lítica de paz bien entendida, que esté en relación directa 
con los intereses de los t rabajadores en el plano mundial y 
de los pueblos de las diversas regiones. En este sentido, 
aprobamos como una estrategia justa la coexistencia pací-
fica y activa entre los estados de diferentes sistemas polí-
ticos, económicos y sociales, sin que esto signifique —de 
ninguna manera— una t regua o cancelación de la lucha 
de clases en el interior de los países que batal lan por su libe-
ración. La lucha de los pueblos de Africa, Asia y América 
Lat ina en contra del imperialismo, constituye uno de los 
factores esenciales en la derrota del principal enemigo de 
la humanidad. Cada pueblo, de acuerdo con sus propias con-
diciones políticas y económicas nacionales, elige el más justo 
camino pa ra establecer el sistema de gobierno que desee y 
elimine los factores que en t raban su desarrollo. 
V 
A fa l ta de bases objetivas para realizar una política ho-
mogénea de alianzas con otros part idos latinoamericanos, el 
Congreso recomienda estrechar las relaciones multilaterales 
con todas las agrupaciones populares del continente que ma-
nifiesten una acti tud amistosa hacia el movimiento popular 
chileno y, eventualmente, hacia el gobierno que deberemos 
ins taurar en 1964, concertando las más amplias y frecuen-
tes acciones comunes en mutuo beneficio. 
El Part ido Socialista deberá apoyar, asimismo, las inicia-
tivas destinadas a constituir una Organización Juvenil Con-
tinental y una amplia Central Lat inoamericana de Traba -
jadores, establecidas ambas sobre una actitud de indepen-
dencia con respecto a las instituciones mundiales que pro-
yectan en esos campos la política de bloques. 
14 
II 
5) El Partido Socialista considera que una organización 
regional de Estados Americanos sólo es aceptable bajo la 
condición de que sea un instrumento colectivo de defensa 
de los países pequeños y una asociación compatible con 
la participación sin restricciones de aquellos estados que re-
suelvan adoptar una economía de tipo socialista. Rechaza, 
por eso, te rminantemente , las decisiones para t r ans fo rmar 
la OEA en una alianza internacional destinadaa preser-
var las formas capitalistas y a fomentar la empresa priva-
da, facili tando así la prolongación de la dominación impe-
rialista en nuestro suelo. 
Igualmente, considera que la Asociación Latinoamericana 
de ¡Libre Comercio y la Alianza pa ra el Progreso están con-
cebidas con idéntica inspiración, constituyendo en conjunto 
un sistema destinado a perpetuar el vasallaje de las masas 
t raba jadoras del Continente con respecto a la diplomacia y 
a los intereses comerciales de los Estados Unidos de Norte-
américa. 
VII 
6) En el futuro, el Gobierno Democrático y Popular de-
berá promover una política exterior de enérgica orientación 
pacifista, unitaria y antimperialista con relación a las na-
ciones hermanas, comenzando por un apoyo sin reservas a la 
República de Cuba en la defensa de su derecho a la indepen-
dencia, a la autodeterminación y a establecer sin in ter feren-
cias el régimen económico-social que su pueblo ha elegido. 
En el orden inmediato, el nuevo Gobierno deberá dedicar 
sus esfuerzos más persistentes a elaborar una p la ta fo rma 
común orientada a garant izar el respeto de las aguas terr i -
toriales y la defensa de las riquezas marít imas, a proteger 
los precios de las mater ias pr imas y de las exportaciones 
agrícolas latinoamericanas, a obtener la liberación de los 
territorios coloniales en el Continente y a eliminar las car -
gas militares impuestas sobre nuestros pueblos por la con-
ducta belicista de los Estados Unidos de Norteamérica. 
15 
Sobre la 
controversia chino-soviética 
(Un comentario crítico 
sobre las posiciones en conflicto) 
Un desafío al marxismo 
¡La Conferencia, varias veces postergada, de los part idos 
comunistas soviético y chino en Moscú, ha terminado sin 
conclusiones, dejando una estela de dudas, desconcierto y 
frustración, en los círculos más conscientes del movimiento 
popular. 
Pa ra los comunistas el desenlace debe constituir una 
sorpresa t a n inusitada, al menos, como lo fue el conoci-
miento de las denuncias formuladas contra Stalin en el XX 
Congreso del partido comunista de la Unión Soviética. La 
época de la unanimidad y de la infalibilidad h a muerto. 
Mientras la URSS constituía la única experiencia victoriosa 
de la Revolución Socialista, resultaba fácil galvanizar a los 
fieles en el deber primario de defender la ciudadela sitiada, 
y toda disidencia —en condiciones t an precarias— equiva-
lía a una abdicación. Desde que más de mil millones de hom-
bres —desde La Habana has ta Pekín— viven y t r a b a j a n en 
comunidades socialistas, las experiencias nacionales flore-
cen en todas las latitudes, cada día más variadas, señalan-
do el ocaso de los sitiadores. El viejo monolitismo tiende a 
disolverse, entonces, dejando una aguda sensación de va-
cío y desamparo en algunos cuadros veteranos. 
¡Pero, más allá del impacto emocional del acontecimien-
to entre los miembros del movimiento comunista, lo que él 
p lantea es la apti tud de los marxis tas para enf ren ta r los 
17 
hechos contemporáneas, es la comprobación plena de que el 
marxismo constituye, efectivamente, la ciencia de la revo-
lución socialista, es decir, un conjunto eficaz y dinámico 
de principios para establecer un mundo nuevo. Deberemos 
probarlo ahora, otra vez, porque la situación mundial h a 
cambiado y las conductas precedentes pueden ilustrar la 
orientación de nuestras tareas actuales, pero están lejos 
de ofrecer soluciones adecuadas a los problemas de nues t ro 
tiempo. Los cambios cualitativos operados en la guerra, co-
mo medio o instrumento político; la actual relación de fue r -
zas en escala mundial; el deterioro creciente del sistema 
imperialista; las cuestiones que plantea el intercambio e n -
tre países socialistas con diversos niveles de productividad; 
la integración de las fuerzas revolucionarias anticapitalis-
tas en u-na estrategia global; el lugar de los factores n a -
cionales en el proceso revolucionario, son —sólo para citar 
los más relevantes— asuntos que requieren un análisis h o -
nesto y verdaderamente científico de quienes tenemos res-
ponsabilidades en la conducción del movimiento popular. 
De ahí que los socialistas chilenos estimemos de nues -
tro deber expresar las opiniones del Partido sobre el episo-
dio que origina estas reflexiones y sobre sus consecuencias. 
Somos un part ido marxis ta independiente, lo cual nos per-
mite acercarnos al problema sin subjetivismos de n inguna 
especie, en particular si vemos en él no una crisis de de-
sintegración, sino, al revés, un punto de par t ida para lo-
grar, en un nivel superior, una reestructuración coherente 
del movimiento revolucionario internacional, en la medida 
que sus diferentes sectores se man tengan fieles a una mi-
sión histórica común e impostergable: la eliminación del 
imperialismo y, con él, del capitalismo, en toda la superf i -
cie del planeta. 
Fundamento de nuestra independencia 
El Part ido Socialista chileno, en efecto, rehusó s iem-
pre asociarse a los núcleos principales de agrupamiento so-
cialista: la II y la III Internacionales. 
Hacia el año 1933, fecha de fundación del part ido So-
18 
cialista, la Internacional Comunista se caracterizaba por su 
rígida adhesión a una mental idad y a una estrategia secta-
rias. El modelo de la Revolución de Octubre constituía u n 
pa t rón indiscutible, que debía trasladarse mecánicamente 
a todos los países, cualquiera que fuese la fase de desarro-
llo que atravesaran. Así, en Chile, durante la sublevación 
de la mar iner ía o en el curso de las jornadas de junio de 
1932, cuando amplias fuerzas desafiaron el orden tradicional 
ba jó u<na vaga inspiración clasista y revolucionaria, la sec-
ción chilena de la Internacional Comunista se esmeraba en 
establecer unos "Soviets de Soldados, Obreros y campesinos" 
que terminaron por constituirse en cenáculos estridentes, 
sin la menor vinculación con las masas. 
Cuando los espectaculares avances del fascismo impu-
sieron el "Gran Viraje" (1936), a una línea más dúctil en el 
orden internacional correspondió, sin embargo, el comienzo 
de las purgas en la Unión Soviética. Vale decir, mient ras 
crecían las posibilidades de un planteamiento más realista 
y de una colaboración más estrecha con fuerzas afines en 
la política popular, otros factores contribuían a distanciar 
a éstas de la conducta soviética y de los part idos comunis-
tas. Por algunos años, el imperativo de la defensa común 
an te el totalitarismo impuso, de todas maneras , la acción 
común de socialistas y comunistas en varios países, incluso 
Chile, has ta el instante en que el Pacto Molotov-Ribben-
trop agravó el desconcierto y también las discrepancias en-
t r e las diversas tendencias revolucionarias y marxis tas de 
nuestro país. 
Terminada la guerra, los métodos arbitrarios, los pro-
cesos monstruosos, las relaciones económicas lesivas impues-
t a s a los nuevos países que abandonaban la vía capitalista, 
dieron a las prácticas stalinistas una dimensión in te rna-
cional. 
Nuestra resistencia, pues, a asociar la conducta y la 
suerte del Part ido Socialista chileno a la III Internacional , 
tuvo sólidos fundamentos de principio, que el curso del t iem-
po ha justificado plenamente. 
Con idéntica persistencia nos mantuvimos alejados de 
los organismos internacionales creados por la social-demo-
1» 
cracia, a cuyo progresivo alejamiento de los fines socialistas 
y revolucionarios se agregó una total ceguera pa ra com-
prender el alcance y el contenido histórico de las luchas 
de los países coloniales y dependientes, encerrándose cada 
vez más en una estrecha perspectiva europea. 
Independencia creadora 
No hacemos esta breve relación retrospectiva para he-
rir los sentimientos de nadie. Desde la desaparición de S ta -
lin, la resuelta corrección de los aspectos más regresivos del 
régimen soviético, su gradual democratización, el reconoci-
miento cada vez más amplio del valor de las nuevas expe-
riencias revolucionarias en diferentes países, están abriendo 
un amplio campode sincera colaboración en t re socialistas 
y comunistas, de lo cual es claro testimonio nuestra ya a n -
tigua alianza en eLseno del FRAP. Lo que queremos signi-
f icar es que tal independencia, inconmoviblemente asentada 
en una leal aplicación del marxismo a las condiciones con-
cretas de Chile, ha sido una condición fundamenta l para 
enfocar correctamente los más agudos y decisivos proble-
m a s nacionales y mundiales. 
Fuimos, así, los primeros en asignar a la lucha an t im-
perialista una prioridad absoluta en las preocupaciones del 
movimiento popular. En la década del 30, cuando prevale-
cían en nuestro medio los esquemas supuestamente marxis-
tas de una abstracta revolución proletaria y, después, cier-
tas idealizaciones que prometían una "edad de oro" en las 
relaciones interamericanas, bregamos ardorosamente por 
concentrar en el antimperialismo las acciones populares. 
Sólo la I I Guerra Mundial impuso una tregua, en virtud de 
circunstancias de emergencia ya aludidas, pero nuestros es-
fuerzos tío fueron vanos: en la conciencia del pueblo quedó 
definit ivamente inscrita, como tarea histórica central, la 
idea de que sólo liquidando al capitalismo norteamericano 
abriríamos camino a nuestra verdadera libertad. 
En medio de la confusión creada por la propaganda y 
la contrapropaganda, nuestro Par t ido tuvo la clarividencia 
suficiente para percibir el profundo sentido antisocialista 
20 
del período staliniano. Tanto la liquidación de la Vieja 
Guardia Bolchevique como la aplicación del terror en masa 
sobre el conjunto de la población, nos convencieron que si 
en la URSS subsistía una dictadura, ella no era, por cierto, 
la del proletariado. En las relaciones interestatales conde-
namos siempre, y en especial en 1948 —cuando el conflicto 
con Yugoslavia— el uso de métodos de imposición sobre los 
jóvenes países socialistas, t ras 1a. pretensión de establecer 
un "campo" rígidamente centralizado. 
Es difícil evaluar la medida en que nuestra posición h a 
contribuido a una justa apreciación del significado del so-
cialismo para Chile. Ella probó, al menos, que las violentas 
deformaciones descritas no son consecuencias inevitables, 
y ni siquiera naturales, del socialismo. 
Ajenos a todo dogma, dimos la más entusiasta acogida 
a la rebelión de los pueblos árabes; sostuvimos la revolución 
boliviana cuando se la combatía desde todos los ángulos y 
con toda suerte de argumentos doctrinarios; apoyamos a los 
protagonistas de la epopeya de Sierra Maestra cuando se 
despreciaba su "romanticismo pequeño-burgués"; comprendi-
mos, en fin, los elementos positivos que operaban en el con-
fuso y contradictorio panorama social del peronismo. Ahora 
es fácil adscribirse a esas posiciones, porque el tiempo h a 
corroborado el valor de los hechos en el cuadro de la lucha 
antimperial ista. 
En el terreno nacional, el uso científico del marxismo 
como método de interpretación y de diagnóstico, como doc-
t r ina de la actividad, como guía para la acción, nos permi-
tió prever el desplazamiento de las principales fuerzas de la 
ant igua y nueva burguesía hacia posiciones cada vez más 
reaccionarias. Subsidiariamente, esa conclusión nos llevó a 
formular la tesis del "Frente de Trabajadores", como es t ra-
tegia básica del pueblo, tan to para f i j a r las f ronteras de los 
aliados potenciales de la clase obrera, como para sostener 
la idea de que la subversión ant i feudal y antimperialista y 
el socialismo eran sólo fases sucesivas de un mismo proceso 
revolucionario. 
Una independencia que logró resultados tan significati-
vos en el pasado, es valiosa también hoy para analizar la 
21 
controversia chino-soviética sin prevenciones ni prejuicios. 
No se t ra ta , por supuesto, de asumir una presuntuosa posi-
ción de jueces. Comprendemos bien nuestro modesto lugar 
en la geografía y en la historia. Pero, como integrantes de 
un vasto proceso social de dimensiones mundiales; como 
habi tantes de un continente t a n directamente sometido a 
la dominación del centro principal del capitalismo moder-
no; como combatientes de vanguardia de la revolución ch i -
lena, sabemos que los sucesos recientes inf luirán en el f u -
tu ro de todo el movimiento popular y que nues t ra propia 
conducta será un fac tor apreciable en la configuración de 
ese futuro. Conscientes de ello, ofrecemos nuestra opinión 
sobre el grave conflicto en desarrollo. 
Una polémica oscura 
Es un duro t r aba jo para el lector de los documentos 
publicados a lo largo de la polémica, situar los asuntos sus-
tanciales de la controversia. Insis tentemente aluden una y 
otra vez a aspectos subalternos o procesales, t r a tando de 
probar la culpabilidad de una u otra de las par tes en la ges-
tación del conflicto, y, con frecuencia, las posiciones a n t a -
gónicas se adul teran o deforman para hacer más convin-
cente la réplica. 
Se agregan también otras características de evidente 
impropiedad en una discusión de tan elevado nivel. Unos y 
otros cayeron —en cierta e tapa del debate, al menos— en 
una pueril y escolástica crítica de determinadas f iguras re-
tóricas empleadas por el adversario, como aquella que com-
pa ra el imperialismo a un "tigre de papel". En nuestro me-
dio, nadie habr ía asignado a esa metáfora el valor de una 
tesis; no obstante, quienes pretenden ser los más altos ex-
ponentes del marxismo agotaron los recursos dialécticos p a -
ra darle un sentido literal. Con ello únicamente lograron 
producir una lamentable sensación de decadencia en el 
mane jo de la teoría de más amplias proyecciones de nues-
t ro siglo. 
Tampoco h a contribuido a la calidad de la discusión, 
la repetida referencia a los textos clásicos, a frases y p á -
22 
r ra fos de Marx, Engels y Lenin, que aislados del conjunto 
de su pensamiento ofrecen un ancho campo a la in terpre-
tación errónea o tendenciosa. Pareciera que el a f á n de de-
most rar una estricta fidelidad a la letra de los preceptos, 
enunciados —los más modernos— hace 40 años, fuera más 
vigoroso que el ánimo de emplear las luminosas concepcio-
nes marxistas en un examen atrevido y científico de la rea -
lidad actual. 
Analizaremos algunos de los temas planteados a la luz 
de conceptos enunciados con anticipación por el Part ido 
Socialista chileno, seleccionando aquellos que parecen cons-
t i tuir las cuestiones más importantes de la discusión y los 
de proyecciones más vastas en el movimiento popular chi-
leno. 
El socialismo y la guerra 
La noción cardinal de que las armas atómicas in t rodu-
jeron transformaciones cuali tat ivas en la naturaleza de la 
guerra está presente en las posiciones socialistas a lo largo 
de m á s de 15 años. Dijimos a comienzos de 1962: "cualquier 
" comparación ent re las guerras nacionales del siglo pasado 
" y una eventual guerra atómica global ofrecería apenas 
" analogías superficiales. Se sabe que aun el hipotético ven-
c e d o r de m a ñ a n a sería un vencido. Que la humanidad 
" perdería la guerra. Ni siquiera un socialismo universaliza-
"do resultaría un consuelo, porque sería una especie de so-
c i a l i s m o de las cavernas, una vez destruido el patrimonio 
" in te lec tual y material de la civilización". (1). 
Aparentemente, t an to chinos como soviéticos coinciden 
en la estimación de las horrorosas pérdidas humanas y f í -
sicas provocadas por una contienda nuclear y, por supues-
to, en la necesidad de movilizar amplias masas a f in de 
paralizar a las camarillas más bruta lmente belicistas del 
"campo" occidental. Los documentos del PC Chino t r ans -
parentan, sin embargo, una notoria subestimación de la 
(1) La polémica Social is ta-Comunis ta . 1962 P.L.A. 
23 
hipotética catás t rofe y denuncian, con frecuencia, un su-
puesto antagonismo entre la lucha por el socialismo y la 
lucha por la paz. Es par t icularmente ilustrativa esta t e n -
dencia cuando —apartándose del marco de una discusión 
seria— allegan variadas citas pa ra demostrar que el socia-
lismo se edificará sobre las "ruinas del capitalismo",invo-
cando la opinión de los teóricos más autorizados y dándo-
le a esta expresión un sentido absolutamente simplista y 
literal. Después de arribar a conclusión t an temerar ia co-
mo extraña a las concepciones marxistas, nada impide que 
agreguen: "los pueblos victoriosos crearán muy rápidamen-
" te, sobre las ruinas del imperialismo derrocado, una civi-
" lización mil veces superior que la existente ba jo el capi ta-
l i s m o y construirán un fu turo verdaderamente maravillo-
"so" . (1). 
Asombra, en verdad, en documentos t a n densos y segu-
ramente t an meditados, hal lar argumentaciones como esas. 
Los textos de Engels y de Lenin aluden, por supuesto, a las 
ruinas de un orden social y no a los escombros materiales 
de las fábricas, los laboratorios, los ferrocarriles, las cen-
trales hidroeléctricas. Es obvio, además, para cualquier es-
tudioso, que el socialismo en su plenitud sólo puede cons-
truirse sobre un equipo productivo de al ta eficiencia, sobre 
una tecnología muy avanzada. Desde Marx se viene dicien-
do que la revolución industrial socializó la producción me-
diante la asociación en el t r aba jo de miles y miles de ope-
rarios, manteniendo, no obstante, la apropiación individual 
del producto del esfuerzo colectivo. Hacer también colectiva 
la apropiación sería talvez la forma más simple de definir 
la meta del socialismo; pero, sobre todo, esta concepción 
ref le ja has ta donde existe, para un marxista, una relación 
directa e indisoluble entre el nivel alcanzado por los m e -
dios de producción y el vigor y 1a extensión de las relacio-
nes socialistas susceptibles de establecerse en el seno de la 
comunidad. 
(1) Una vez más sobre las divergencias en t re el cda. Togl ia t t i y 
nosotros : Lenguas Ext ran je ras . Pekín . 
24 
La revolución puede t r iunfa r en un país atrasado y le 
da rá un impulso de progreso incomparablemente superior 
al lento ri tmo del viejo sistema, pero no se a lcanzarán las 
formas superiores del socialismo sino cuando la economía 
haya roto las mezquinas f ronteras artesanales, familiares 
o aldeanas, para constituir un vasto sistema productivo 
asentado en el extenso empleo de la maquinaria moderna 
y en una amplia organización de los t rabajadores para las 
labores industriales. 
Los comunistas chinos pasan con impresionante fr ivo-
lidad sobre las ruinas y nos ofrecen a continuación un m u n -
do maravilloso después del caos. No sabemos qué sorpren-
de más, si la desaprensión con que se ignora el holocausto 
bélico de millones de hombres y mujeres del pueblo o la in -
citación a una suerte de "neo utopismo" en el movimiento 
socialista, desconectado de la historia y del medio social, 
segregado de la evolución concreta de las fuerzas produc-
tivas. 
Tampoco tienen razón cuando dan a elegir a los pue-
blos entre el socialismo y la paz. Probablemente nunca h a 
sido más evidente que ahora la complementación entre a m -
bos objetivos. La amenaza de una guerra de exterminio, 
cuyo modelo a escala reducida tuvimos oportunidad de co-
nocer en Hiroshima y Nagasaki, alienta el odio contra las 
aventuras bélicas de la abrumadora mayoría de los hom-
bres, independientemente de cualquier ideología que sus-
tenten, con prescindencia de las causas a que a t r ibuyan 
el peligro. Si el imperialismo tiende al uso de la violencia 
en las relaciones entre los estados y, en cambio, el socia-
lismo necesita la paz, ¿porqué no apoyarse en la imponen-
te voluntad antiguerrera de los pueblos pa ra detener el 
brazo de los agresores y derrotar los propósitos criminales 
de los promotores de la conflagración? 
Para llevar hasta los pueblos una más clara imagen del 
papel del imperialismo como principal factor belicista, se 
requiere, por otra parte, que los estados socialistas realicen 
una consecuente política de paz. Una política de paz, no de 
capitulación n i de desarme unilateral. Una política que elu-
da y denuncie las provocaciones; que busque en las nego-
25 
daciones la solución de los problemas concretos que fomen-
t a n la tensión internacional; que asigne a la lucha social y 
política de los t rabajadores el lugar más prominente en la 
conquista de un nuevo orden mundial, en lugar de compe-
t i r en los jactanciosos arrestos de poderío militar. Sólo así, 
objetivamente, comprenderán las masas la identificación 
histórica de la paz y el socialismo. Aplaudimos sin reservas 
los avances que se anuncian en este sentido. Si bien somos 
part idarios de la prohibición amplia de las experiencias, la 
fabricación, el almacenamiento y el uso de las armas ató-
micas, la sola proscripción de los ensayos y la de termina-
ción de zonas desnuclearizadas —entre ellas de América 
Latina— nos parecen valiosas conquistas para la h u m a n i -
dad entera. 
La guerra mundial atómica puede conjurarse y a ese 
f in debemos consagrar las principales preocupaciones de es-
t a hora. Cuando se sabe que la preparación de una nueva 
guerra cuesta ya más de 120 mil millones de dólares por 
año, sobrepasando en mucho el ingreso nacional de todo el 
mundo subdesarrollado, y que existen actualmente explosi-
vos atómicos acumulados equivalentes a 80 toneladas de 
TNT por cada habitante del globo, se explica nues t ra con-
f ianza en la fuerza invencible que puede oponer la opinión 
mundia l a la reducida camaril la de locos empresarios de 
una nueva conflagración. 
Imperialismo y Coexistencia 
La polémica ha tenido la virtud de precisar el alcance 
de la política de coexistencia. No hay duda que en un co-
mienzo muchos la idealizaron, conectándola con u n suave 
desmontaje del sistema imperialista y con el uso exclusivo 
de la vía pacífica para el t ránsi to al socialismo. Esta cir-
cunstancia permitió, a su vez, a los comunistas chinos, a t a -
carla en sus deformaciones más que en su esencia. 
La úl t ima carta del Comité Central del PC de la Unión 
Soviética explica: la coexistencia pacífica es un principio 
de la política exterior de los estados socialistas. En otras 
palabras, no es una línea de conducta pa ra las naciones so-
26 
metidas ni t iene vigencia alguna en el comportamiento de 
la clase obrera en su lucha por el poder. 
Debemos reconocer, no obstante, que la coexistencia 
pract icada en las condiciones actuales, dentro del espíritu 
de bloques, no preserva sat isfactoriamente otros valores. 
Es cierto que, en términos de poderío, las naciones se 
agrupan ba jo un doble liderato: el de los Estados unidos, 
los países capitalistas; el de la URSS, los estados socialistas. 
La "política de bloque" h a tendido, has ta aquí, a consagrar 
esta situación de hecho, a justif icar ideológica e histórica-
mente la supremacía de los centros principales de poder y 
la subordinación de las áreas más débiles, de modo que, t a n -
to en la gestación de la crisis como en la t ransi toria solu-
ción de los conflictos, los pequeños países dejaron de ser 
protagonistas para t r ans fo rmarse en meros espectadores 
—y víctimas, a menudo— de las transacciones entre las po-
tencias principales. 
Los socialistas creemos preferible, desde luego, la co-
existencia entre bloques a la guerra entre bloques, pero d e -
bemos insistir en que la rígida concepción del "campo", po-
lítica y mil i tarmente centralizado bajo la dirección real de 
un determinado país, conspira contra la igualdad de los es-
tados y, frecuentemente, contra la soberanía nacional de 
los pueblos pequeños. En la grave situación del Caribe todas 
las fuerzas progresistas tuvieron su destino comprometido; 
sin embargo, h a quedado f inalmente en claro que los a l ia-
dos de la Unión Soviética no fueron consultados acerca de 
la instalación de cohetes en territorio cubano y que Cuba, 
a su vez, tampoco fue consultada para retirarlos. 
La coexistencia pacífica desarrollará todas las posibili-
dades históricas, sólo una vez que la vieja política de blo-
ques sea definit ivamente abandonada. 
En el área capitalista, la lucha de clases en cada país 
y las crecientes presiones hacia la libertad social y nacionalen los pueblos sometidos seguirán estrechando el cerco al 
imperialismo, con un ri tmo y modalidades diferentes, según 
las condiciones específicas del movimiento en cada lugar. 
Es presuntuoso y estéril el aconsejar a los t rabajadores de 
todas las lati tudes un - comportamiento uniforme, en nom-
27 
bre de la estrategia victoriosa en otro proceso o ba jo la in-
vocación de cierta ortodoxia doctrinaria que cada vez se 
distancia más del espíritu original para asilarse en u n bi-
zantinismo verbalista. El proletariado metropolitano se ale-
ja del it inerario político que le señalan las tesis de Pekín, 
no porque esté espiri tualmente corrompido, sino porque el 
sistema imperialista —tal como se desarrolla his tór icamen-
te— le h a dado has ta ahora al capitalismo metropoli tano 
una elasticidad de conservación que no t iene en los países 
pobres, lo cual ha retardado la radicalización de la clase 
obrera. El avance impetuoso del socialismo y la quiebra si-
mul t ánea del sistema colonial la llevarán, ta rde o temprano, 
a enfrentarse a sus propias burguesías y a desempeñar un 
rol insustituible en la t ransformación de la sociedad. 
Por su parte, los pueblos dependientes y coloniales em-
peñados en la liberación nacional y, en general, los movi-
mientos revolucionarios antiimperialistas, ofrecen día a día 
t rayectorias originales, táct icas nuevas, desplazamientos 
ideológicos imprevistos. En ellos el marxismo no constituye 
u n culto secreto ni un conjunto de fórmulas muer tas : sus 
mejores conductores arr iban a él a lo largo de u n d r a m á -
tico aprendizaje experimental, en cuyo curso las concepcio-
nes del socialismo científico reemplazan paula t inamente a 
los impulsos románticos y las rebeldías instintivas. 
El apoyo resuelto a las luchas de liberación nacional, y 
especialmente cuando deben apelar a las armas, constituye 
un deber solidario insoslayable de los partidos populares, 
independientemente de su adhesión a la tesis de la coexis-
tencia pacífica entre estados de diferente régimen social. 
El "Centro de la Tempestad" 
Decíamos en nuestra respuesta al PC el año pasado: 
" . . . pa ra un marxis ta consecuente, el mundo no está bási-
c a m e n t e dividido en dos "campos", entendiéndose por ellos 
" d o s áreas perfectamente definidas en el mapa, aunque ese 
" hecho tenga un valor innegable en la realidad contempo-
"* r a n e a . . . El mundo está dividido en una contienda que 
" tiene el mundo entero por escenario, entre las fuerzas de 
28 
" la burguesía y las del proletariado, más nítida y esquemá-
" tica en algunas regiones, más pr imaria y compleja en otras, 
" pero constituyendo siempre el factor decisivo de la pugna 
" histórica de la cual somos actores y testigos". 
El razonamiento tendía a corregir la tendencia —muy 
extendida en ciertos momentos— a suplantar la contienda 
social en el seno de cada sociedad de clase por la rivalidad 
política, económica y mil i tar entre dos grandes alianzas de 
estados: la "patr ia de los t rabajadores" en el Este; la "pa-
t r ia de los capital istas" en el Oeste. Era, además, un es-
fuerzo pa ra poner de relieve el aporte del movimiento an -
timperialista en la eliminación del capitalismo en escala 
mundial . 
Nos complace constatar los avances logrados por esta 
posición en los altos círculos comunistas. Los chinos, más 
que los soviéticos, vienen subrayando la importancia deter-
minan te de las revoluciones nacionales en los escenarios de 
Asia, Africa y América Latina, "donde convergen las con-
" tradicciones en el mundo contemporáneo, son las zonas 
" más vulnerables que es tán bajo la dominación imperialista 
" y constituyen los centros de la tempestad de la revolución 
"mundia l " . "Por tanto, en cierto sentido —agregan— la 
" c a u s a revolucionaria del proletariado internacional en su 
" c o n j u n t o depende del desenlace de la lucha revoluciona-
" ria de los pueblos de esas zonas, que constituyen la abru-
" m a d o r a mayoría de la población del mundo". (1). 
El PC de la Unión Soviética, sin perjuicio de reconocer 
en su último documento que "el carácter y contenido del 
"proceso revolucionario mundial en la época actual se de-
" te rmina por la fusión en una corriente única de lucha con-
" t r a el imperialismo de los pueblos que edifican el socialis-
" mo y el comunismo, del movimiento revolucionario de la 
" clase obrera en los países capitalistas, de la lucha de libe-
" ración nacional de los pueblos oprimidos y de los movi-
" mientos democráticos", agrega que en tal alianza el papel 
(1) Proposición acerca de la l ínea general . 
29 
decisivo pertenece a la clase obrera internacional y a su 
"creación principal: el sistema mundial del socialismo", que, 
a su vez, "ejerce su influencia principal en el desarrollo de 
" la revolución mundial con la fuerza de su ejemplo y con 
" su edificación económica". El criterio soviético, pues, no es 
t a n rotundo ni t an claro. (1). 
Ya lo dijimos una vez, desafiando la áspera censura de 
los ortodoxos: "El "campo" no es sino una de las expresiones 
" específicas de la lucha de clases contemporánea. No la 
" única. Los intereses del "campo" no expresan los intereses 
" totales de las fuerzas comprometidas en la acción ant ica-
"pi ta l is ta , sino una par te de esos intereses". Ahora bien, 
¿Cuál es el frente decisivo en esta hora para la suerte de la 
batalla? No lo es, por cierto, el f ren te interno del capitalis-
mo metropolitano: dentro de sus f ronteras la clase obrera 
está lejos de amenazar el poder de la burguesía. Descarta-
das las vías militares, tampoco lo es la línea de tensión o 
competencia entre los bloques. La tesis rusa, al respecto, 
exagera la influencia inspiradora de los éxitos económicos 
de la Unión Soviética sobre el mundo subdesarrollado. La 
exagera, entre otras consideraciones, porque tales logros se 
alcanzan en un gigantesco país que nunca sufrió un re t ra -
so comparable al nuestro en relación con las naciones m a -
duras y, además, porque los niveles de bienestar individual 
en la URSS aún dif ieren del modelo de existencia mater ia l 
corriente en las potencias imperialistas, que provocan, jus-
tamente, las comparaciones que incitan a las masas a la 
acción. 
A nosotros, socialistas, no nos cabe duda que, cierta-
mente, el centro de la tempestad se si túa en la periferia del 
globo, en las extensas zonas que pagan con su miseria y 
su retraso la prosperidad de las naciones poderosas. Es allí, 
fundamenta lmente , donde la revolución y el imperialismo 
se disputan voluntades h u m a n a s y vastos territorios con 
part icular encarnizamiento; es allí donde se está decidien-
do el curso de la historia. 
(1) "El Siglo", 26 de ju l io de 1963. 
30 
Retorno al Internacionalismo 
El imperialismo es el capitalismo unlversalizado, pero 
no como un sistema homogéneo y de pare ja evolución en 
todas las latitudes. Al contrario, la desigualdad en el desa-
rrollo, la consagración de desniveles crecientes entre las 
prósperas metrópolis y las naciones saqueadas, es una con-
dición de subsistencia del capitalismo en su fase imperia-
lista. De ahí, entonces, que si la insurgencia de los pueblos 
oprimidos a r ro ja ra de su suelo toda manifestación de este 
carácter, la hora final del sistema estaría cercana. Bloquea-
do dentro de sus propias fronteras, no se har ía esperar el 
asalto de sus propias clases oprimidas en demanda del po-
der y de nuevas formas de vida, bajo la incitación de con-
tradicciones in ternas agudizadas por la pérdida de su do-
minio exterior. 
Al decir que la clave de la situación mundial se halla 
en los conflictos planteados entre las revoluciones naciona-
les y el imperialismo, no negamos el papel del proletariado 
internacional como protagonista de los cambios que sacu-
den al mundo en esta fase de declinación del capitalismo; 
sólo nos limitamos a señalar el tipo de crisis que, —en la 
actualidad— está contribuyendo con mayor eficacia a eli-
minar todo régimen de explotación. Por su sentido ant ica-pitalista, entendido como sistema mundial ; por la part ici-
pación determinante de los t rabajadores en su gestación y 
desarrollo —aunque el proletariado industrial sea, a veces, 
un núcleo incipiente—; por la radicalización ideológica ine-
vitable en toda revolución que se en f r en t a resueltamente a 
los problemas objetivos, independientemente de sus tenden-
cias doctr inarias originales, las luchas anticolonialistas y 
antimperial istas ocupan un lugar destacado en el surgi-
miento de un mundo nuevo. 
Pero aun desechando todo criterio de valoración, el 
simple reconocimiento de que los estados socialistas, las re-
voluciones nacionales y las luchas de la clase obrera en los 
países imperialistas constituyen tres expresiones diferentes 
de la contienda social de nuestro tiempo, obliga a p lan tear -
se la necesidad de una política que sincronice esos factores 
31 
en un plano de equilibrio y de verdadero internacionalismo, 
sin asignar un lugar de preeminencia al "campo" como h a s -
t a ahora y un lugar subalterno al movimiento popular en 
los países débiles. Obliga asimismo, a plantearse la necesi-
dad de promover un bloque revolucionario mundial , mucho 
más vasto y flexible que el actual movimiento comunista, 
vale decir, la urgencia de provocar una integración demo-
crática internacional de las fuerzas anticapitalistas y a n -
timperialistas. 
Los acontecimientos de los años últimos demuestran 
la fut i l idad de los esfuerzos dirigidos a mantener el mono-
polio de la dirección política de la revolución socialista en m a -
nos de los partidos comunistas. Si bien éstos condujeron con 
acierto las revoluciones china y yugoslava, en base a una 
estrategia imaginativa y autóctona, en otros países única-
mente lograron el poder auxiliados por el poderío militar 
soviético —como ocurrió en Europa Oriental— o tuvieron 
avances significativos únicamente en la perifer ia geográ-
fica del bloque, como h a ocurrido en Viet Nam, Corea y 
Laos. Por el contrario, Cuba y Argelia, en los casos más re -
cientes e ilustrativos, construyeron sus propias vanguardias 
políticas y t razaron sus propios derroteros arribando, no 
obstante, al socialismo, con prescindencia de la dirección 
comunista. 
Lo h a dicho el Comandante Guevara: "No éramos co-
" munistas. Había que luchar por el bienestar del pueblo y 
" modificar la realidad existente. Vimos al desarrollar la 
" lucha cómo el marxismo había anticipado respuestas al 
"problema y cómo la conducta del imperialismo nor teame-
" ricano nos obligaba a radicalizar el proceso de la revolu-
ción. El estudio del desarrollo de esa lucha nos mostró 
" l a verdad del marxismo". 
P lanteadas bajo diferentes banderas ideológicas, las di-
ficultades sucesivas de la Unión Soviética con Yugoslavia, 
Albania y, ahora, China; lo mismo que las convulsiones ope-
radas antes en Polonia, Alemania Oriental y Hungría, son 
otros signos de crisis de una estructura extemporánea e ine-
ficaz. P a r a contener todas las fuerzas vivas de la revolución 
en marcha ; para juzgar con rigor científico y no con cri-
32 
terios escolásticos la marcha de los procesos; pa r a consti-
tu i r un sistema verdaderamente justo y democrático de r e -
laciones entre las fuerzas nacionales empeñadas en la t a -
rea, la crisis presente debe dar lugar a una reintegración 
en un plano nuevo y superior. Así, lo que parece u n cisma 
irreparable puede servir de punto de par t ida para la reor-
ganización de los contingentes revolucionarios en vísperas 
de las úl t imas batallas. 
Pa ra nosotros, la mera sustitución de la hegemonía so-
viética por el liderato chino carece de trascendencia sus-
tant iva. El verdadero internacionalismo no admite líneas 
ideológicas n i normas estratégicas que no sean el producto 
de decisiones colectivas, multi laterales y democráticas, de 
todas las fuerzas comprometidas en la acción. 
¿Causas más hondas? 
La l i teratura producida alrededor de las posiciones a n -
tagónicas es ya abundante, pero, de una u otra manera , to -
da ella parece girar sobre los tópicos aludidos. Ahora bien, 
las discrepancias ideológicas y tácticas ¿justif ican el p lan-
teamiento de u n a crisis t an profunda, t a n abierta, t an en -
conada como la actual? 
Parecería, más bien, que despojadas de sus exageracio-
nes polémicas, de sus alusiones hirientes y de sus abstrac-
ciones irreales, las tesis en conflicto pudiesen encontrar un 
campo de entendimiento y una línea de unidad. No obstan-
te, eso h a sido imposible has ta aquí. ¿Hay, pues, causas más 
hondas que una simple querella intelectual o que una dife-
rente perspectiva para apreciar el porvenir del movimiento 
obrero? 
Sin desconocer que la natura leza misma del pensa-
miento de estilo "bolchevique" es proclive a la inflexibili-
dad y origen frecuente de herej ías verdaderas o supuestas, 
creemos que en la raíz de la controversia está presente u n 
problema has ta ahora soslayado en la polémica y sin res-
puesta satisfactoria en el campo teórico: el de la vincula-
ción económica en t re los países socialistas de diversos g ra -
dos de desarrollo. 
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La Unión Soviética, desde 1917 has ta ahora, viene sa -
crificando las espectativas de bienestar de varias genera-
ciones pa ra ofrecer a sus habi tantes , recién en nuestros 
días, un nivel de vida equiparable al de las naciones occi-
dentales. 
Necesitó casi medio siglo para alcanzar ese objetivo y 
debió padecer —para obtenerlo— la dictadura política más 
terrible. Ahora, las masas rusas exigen u n a compensación 
pa ra sus privaciones: la democratización del régimen sólo 
puede explicarse como complemento de una política eco-
nómica que tiende a dar satisfacción a los consumidores, a 
mejorar las condiciones inmediatas de existencia. 
China se incorpora al socialismo en la reciente post-
guerra, en un estado de desarrollo todavía inferior, con una 
gigantesca población pauperizada. El "Gran Salto Adelan-
t e " sólo podía lograrse de dos maneras : o mediante una 
generosa y torrencial ayuda soviética, o aplicando en la ad-
ministración del país una regimentación masiva y severa 
para acumular los recursos indispensables al despegue. 
La Unión Soviética ayudó, pero sólo has ta el punto de 
no malograr sus niveles internos de vida. China. Popular 
comenzó diferentes experiencias encaminadas a aprovechar 
su ilimitado potencial humano: comunas populares, fund i -
ciones caseras, movilización y aplicación de la mano de obra 
en escala sin precedentes. Jun to a un país socialista que sa-
lía de la dura prueba, otro en t raba en ella. Cuando un pue-
blo subdesarrollado compara su miseria con la opulencia de 
las naciones capitalistas piensa que el socialismo será el 
ins t rumento que le permitirá acortar la distancia y supri-
mir los desniveles, pero ¿qué piensa y cómo reacciona un 
país socialista pobre f rente a otro que comienza a conocer 
la abundancia? 
La colaboración f ra ternal , el t ra to justo, la ayuda soli-
daria, como quiera llamarse el auxilio de una nación socia-
lista a otra, todo esto se hace bajo una al ta inspiración po-
lítica y moral, inexistente bajo el capitalismo, pero el he -
cho es que no existen pau tas objetivas para corregir el daño 
mater ia l que va envuelto en el intercambio entre economías 
de diferente grado de productividad. ¿Cuál es la norma que 
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siendo justa pa ra aplicarla al intercambio, lo sea también 
para los t rabajadores del país más avanzado? Nos hallamos 
f ren te a una nueva versión del problema del subdesarrollo, 
esta vez, en el seno de una comunidad de naciones socia-
listas. 
Las quejas chinas f ren te a la generosidad soviética pa-
ra con los países no comprometidos; sus insinuaciones acer-
ca de la act i tud in jus ta de la URSS en las relaciones eco-
nómicas interestatales, sus denuncias de actitudes de "gran 
potencia" en la Unión Soviética y sus dirigentes, todos esos 
s íntomas parecen conf i rmar que la fisura producida en el 
mundo comunista proviene, en par te al menos, de raíces 
económicas.La "línea dura" de los chinos corresponde, además, a la 
necesidad de hacer más severo el régimen interno, una vez 
abandonadas las ilusiones en la ayuda soviética en gran 
escala. Moderna versión del rigor staliniano, esa línea ex-
cusa dentro de las f ronteras las restricciones políticas y la 
frugalidad mater ia l en nombre de los riesgos inminentes de 
una guerra santa contra el imperialismo. 
En la esfera teórica, lleva a consagrar la Dictadura del 
Proletariado como necesidad histórica, no únicamente para 
desmontar la vieja sociedad de clase, sino para regir la n u e -
va has ta el ingreso a la fase comunista. 
Por supuesto, si tal fuese la causa efectiva de la esci-
sión, el problema estaría planteado en dos planos: uno, el 
de un reagrupamiento de las fuerzas revolucionarias pa ra 
establecer una coordinación internacional de la lucha y, 
otro, el del establecimiento de un sistema de relaciones in-
terestatales nuevo, dinámico y justo, entre los países que 
han eliminado el capitalismo. 
Si mucho podemos hacer los socialistas chilenos en el 
primer campo, el segundo, por ahora, está más allá de nues-
t ras responsabilidades concretas. 
Raúl Ampuero Díaz. 
Agosto de 1963

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