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Representación, espectacularización y poder Viejos y nuevos escenarios Beatriz Alem, Elizabeth Martínez de Aguirre y Lucía Masci (compiladoras) Representación, espectacularización y poder : viejos y nuevos escenarios / Nicolás Guigou ... [et al.] ; compilado por Beatriz Alem ; Elizabeth Martínez de Aguirre ; Lucia Masci ; prólogo de Eduardo Rinesi ; Lucia Masci. - 1a ed. - Los Polvorines: Universidad Nacional de General Sarmiento, 2020. 190 p. ; 21 x 15 cm. - (Comunicación, artes y cultura ; 19) ISBN 978-987-630-502-0 1. Militancia. 2. Comunicación. 3. Política. I. Guigou, Nicolás. II. Alem, Beatriz, comp. III. Martínez de Aguirre, Elizabeth, comp. IV. Masci, Lucia, comp. V. Rinesi, Eduardo, prolog. CDD 320.014 © Universidad Nacional de General Sarmiento, 2020 J. M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX) Prov. de Buenos Aires, Argentina Tel.: (54 11) 4469-7507 ediciones@campus.ungs.edu.ar ediciones.ungs.edu.ar Diseño gráfico de colección: Andrés Espinosa Diseño de tapa: Daniel Vidable Corrección: Andrea Gardey Diagramación: Eleonora Silva Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Prohibida su reproducción total o parcial Derechos reservados Impreso en Oportunidades S.A. Ascasubi 3398, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina en el mes de octubre de 2020. Tirada: 300 ejemplares. Índice Prólogo Eduardo Rinesi y Lucía Masci ......................................................................9 Primera parte. Arte, memoria y poder Arte, política y comunicación en los mundos contemporáneos Nicolás Guigou .........................................................................................25 Fotografía, política y memoria. Estrategias de la fotografía contemporánea para dar visibilidad al desaparecido Leticia Rigat .............................................................................................35 Un acercamiento a la Internacional Letrista (1952-1957) Gastón Amen ............................................................................................45 Por la realidad afectiva que debemos a la pasión. Acción, performance, puesta en escena y posverdad en la comunicación del gobierno de Cambiemos Lucas Rozenmacher ..................................................................................57 Segunda parte. La calle y las pantallas como escenario de disrupción e intercambio cultural ¡Primero, la movilización, después, el arte! El arte en las calles Clemente Padín ........................................................................................75 Las fiestas populares: del punto de encuentro al horizonte expresivo del pueblo Juan Pablo Cremonte ................................................................................89 Ser murguero en el conurbano bonaerense: la murga Utopías Denunciadas, de Presidente Derqui Elvira Magdalena Chamorro ...................................................................103 Al otro lado del río..Cooperación, integración e intercambios entre las cinematografías de la Argentina y Uruguay Leandro González ................................................................................... 117 Tercera parte. Imagen y representación(es) El modo de representación del colectivo trans en la fotografía contemporánea. Estudio de dos casos: Ignacio Miyashiro con su serie Magnolias (Argentina) y Luis Arturo Aguirre con Desvestidas (México) Germán Menna ...................................................................................... 137 Documentos visuales de la naturaleza. Materia y memoria en la obra de Florián Paucke, Karl Blossfeldt y Luciana Paoletti María Victoria González ......................................................................... 149 Persistencias y resignificaciones de las imágenes en nuestra cultura. La última cena, de Leonardo a Marcos López Claudia Rivarola .................................................................................... 161 Aproximación a la política de las prácticas artísticas en el espacio público. Reflexiones a partir de la indagación filosófico-política y artística Hekatherina Delgado .............................................................................. 175 Sobre lxs autorxs ...................................................................................185 Prólogo Eduardo Rinesi y Lucía Masci 1. El imaginativo profesor canadiense Marshall McLuhan, cuyas penetran- tes indicaciones sobre la comunicación y la cultura en el mundo occidental moderno son tan inclasificables como, todavía hoy, imprescindibles, hizo alguna vez una observación sobre cierto pasaje del rey Lear, de Shakespeare (1988), que mereció ya todo tipo de glosas y de comentarios, pero que puede ser interesante recordar aquí una vez más. En su clásico La galaxia Gutenberg, en efecto, McLuhan (1972) llamaba la atención sobre la importancia de un momento muy célebre del diálogo que sostienen, en la penúltima escena del cuarto acto, el joven Edgar, disfrazado de campesino, y su anciano padre el duque de Gloucester, loco, ciego y con ganas de llegar a los acantilados de Dover para terminar de una buena vez con todo tirándose al vacío. El viejo pregunta con insistencia cuándo llegarán a la cima de la colina. El joven, que en realidad lo conduce por una planicie sin relieve, le macanea que están subiendo y que ya llegan, que ya escucha el sonido de las olas del mar que rompen contra el despeñadero, y, a cierta altura, finge haber alcanzado ya la meta y divisar pasmado el paisaje que se abre ante ellos. Dice entonces: “Venid aquí, señor, este es el sitio. No os mováis. ¡Qué pavor / Y espanto causa dirigir tan abajo la mirada!” (4.4.11-12), tras lo cual describe un paisaje hecho de pájaros en el cielo y de campesinos trabajando la tierra en sus vergeles y de pescadores que, allá lejos, en la playa, no parecen –desde el punto desde el que se los observa– más grandes que un ratón o que un escarabajo. McLuhan destaca aquí tres cosas. Una, la primera, es obvia: la importancia que tiene en este pasaje de Shakespeare el sentido de la vista, la idea del mundo 10 Eduardo Rinesi y Lucía Masci como espectáculo, como cuadro, que se abre ante los ojos de un espectador. Esto es evidente, en efecto, e importante, y podríamos, quizás, retomar aquí lo que uno de nosotros decía sobre este asunto en el prólogo al libro que precede (Rinesi, 2018), como resultado del trabajo de la misma red interuniversitaria, a este que el lector tiene ahora en sus manos, en el que comentaba el tantas veces destacado diálogo entre el joven Fortimbrás y el intelectual, el schollar, Horacio, en el final de Hamlet, cuando, inmediatamente después de que el buen príncipe danés pasa a mejor vida con una referencia al sentido del oído (“El resto es silencio”, 5.2.337), Shakespeare hace protagonizar al futuro rey de Dina- marca y a su futuro “intelectual orgánico”, si podemos decirlo de este modo, un diálogo en el que, en apenas dos líneas, encontramos nada menos que tres referencias al sentido de la vista: “–¿Dónde está ese espectáculo? –¿Qué es lo que queréis ver? / Si es un cuadro de calamidad o pasmo…” (341-2). O echar un vistazo, en el también muy sugerente final de Romeo y Julieta, a los inter- cambios entre el príncipe de Verona y los padres de los dos jóvenes amantes ante el espectáculo horrible de sus cuerpos desangrados: “Ved cómo sangra nuestra hija” (5.3.201); “esta imagen de muerte” (205); “mira, y verás” (212). No necesitamos abundar: en la puerta de entrada del siglo de la óptica y de los estudios científicos y pictóricos sobre la luz y la mirada, Shakespeare nos ofrece abundantes referencias al sentido de la vista (muchas veces, como es el caso en estas dos que tomamos como ejemplos, al final de sus piezas: en el momento en que el desenlace de la tensión o del conflicto que animaba la trama de esas piezas pone fin a un mundo y da nacimiento a otro) y a su centralidad en nuestro modo de apropiarnos del espectáculo de lo existente.Podríamos conversar un rato largo sobre esto: sobre el modo en que el paso de una época a otra se expresa en el desplazamiento de un sentido a otro como dominante en las percepciones y las representaciones de los hombres y mujeres de una cierta sociedad y de un cierto tiempo, sobre el modo en que el arte popular (aquí hablamos de algunas piezas de Shakespeare, pero mucho se ha estudiado –también en el marco de la red interuniversitaria que está en la base de este libro– sobre otras formas de ese arte popular, como por ejemplo, mucho más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio, las murgas de los tablados uruguayos) expresa con particular lucidez, a veces, anticipándose incluso a su plena cristalización, esos cambios culturales, la angustia, el ma lestar por esas transformaciones que se operan en el mundo y que, en muchas ocasiones, son inasibles, o incluso inexpresables, por fuera de esas formas del lenguaje. Son siempre muy estimulantes las reflexiones sobre estos problemas de Neil Postman, ese discípulo de McLuhan tan leído en nuestras carreras de Comunicación, por más que el académico estadounidense piensa esta cuestión de los cambios en lo que él llama los instrumentos y las formas de conversación colectiva de una sociedad no tanto en el pasaje de los tiempos de la cultura medieval a los de la racionalidad moderna, letrada y libresca, sino en el de la crisis de esta última racionalidad, en manos de las técnicas y de la ideología de 11Prólogo los medios de comunicación audiovisual, con lo que Postman advertía como su terrible correlato: el desplazamiento del discurso público por el show business televisivo, con todas las consecuencias que eso tiene sobre nuestros modos de pensar algunos conceptos que a Postman le importaban muy especialmente, como los de piedad, de bondad, de belleza y de verdad. Pero volvamos a Lear. Porque aquí, como empezábamos a decir, siguiendo el argumento de McLuhan, no se trata solo de la centralidad del sentido de la vista, sino de otras dos cosas más. Una, que a nuestro autor le interesa espe- cialmente, es la importancia que tiene en el pasaje que citamos la noción y las referencias a la perspectiva que organiza la mirada de Edgar y su descripción. McLuhan señala la importancia de la aparición, en esa descripción que el joven hace del paisaje, de lo que llama la “tercera dimensión”: las cosas están lejos y parecen más pequeñas de lo que son, el tamaño de los objetos es una función derivada del punto de vista del observador. McLuhan indica que la descripción que acabamos de indicar es la primera referencia verbal en la literatura (“que yo sepa”, dice) a la perspectiva tridimensional. Importa poco. Si es la primera, queremos decir. Lo que sí importa es que esa perspectiva que aquí se presenta y se subraya con especial fuerza, en el texto de las palabras del buen Edgar, es fundamental en el pasaje que citamos, y que no deja de anunciar un asunto que tendrá la mayor importancia en la historia posterior de nuestros modos de conceptualizar las formas en las que nos apropiamos del mundo, del “espectáculo” del mundo, en los tiempos de lo que solemos llamar la “modernidad”. En la historia de lo que se han llamado, como escribe Martin Jay (2003) en el título de un texto suyo que ha sido muchas veces comentado, los “regímenes escópicos” modernos, los regímenes de la mirada de los tres o cuatro, o cinco últimos siglos. Las maneras de mirar, como dice Eduardo Grüner (“es necesario empezar por confesar de qué maneras de mirar somos culpables” [2001: 13]) en un libro que da vueltas, sugestiva, sartreanamente, sobre la pregunta por el sitio de la mirada. Por la situación en la que miramos. Por la perspectiva con la que miramos. Cuestión eminentemente política, desde luego. Nos desplazamos del mundo del teatro al teatro del mundo, a esa teatralidad que, como sostiene el teatrólogo argentino Jorge Dubatti (2012), es anterior al teatro (a esa tea- tralidad de la que el teatro, por así decir, “hace uso”, un uso) y que consiste en la relación entre los hombres a través de ópticas políticas o de políticas de la mirada. El modo en que se organiza el espectáculo de lo existente es el re- sultado del triunfo, de la imposición, de un “punto de vista”, de una específica perspectiva organizadora de la mirada, que se asienta como la dramaturgia secreta de la casi totalidad de la vida humana, y configura así la especificidad de la trama de la cultura que esa mirada, así organizada, produce. De algún modo, es eso lo que está en juego en el momento de pasaje de la cultura me- dieval a la cultura moderna en la Europa de los días de Shakespeare (es eso lo que está en juego en el malestar en la cultura de esos días que las piezas de 12 Eduardo Rinesi y Lucía Masci Shakespeare tematizan), y, de algún modo, es eso lo que vuelve a estar en juego hoy, cuatro siglos después, en nuestro propio tiempo “fuera de quicio”. Fuera de quicio y partero de una cultura que –si vamos a hacer caso a los modos en los que plantean este asunto algunos autores contemporáneos que también son lecturas corrientes en las aulas de nuestras universidades, como David Le Breton o Bruno Latour– está casi también fuera de lo propiamente humano, al menos en el sentido en el que este concepto pudo ser pensado hasta la mutación que hoy está en curso, mutación que, a partir del advenimiento de la gran revolución tecnológica contemporánea (revolución tecnológica cuyos efectos sobre la comunicación ha analizado ejemplarmente Manuel Castells en sus estudios sobre la “sociedad red”, global y autoprogramable), implica algo muy parecido a la concreción de aquel sueño moderno del “hombre máquina” finalmente materializado. La otra cuestión que hay que señalar en este pasaje de Lear que hemos recordado es que en esta escena, que se trata de la mirada y de la perspectiva, de la política de la mirada y de la construcción de una perspectiva, esa pin- tura, ese cuadro que Edgar describe como si se abriera ante sus ojos y que le permite distinguir, entonces, las distintas alturas y distancias de los pájaros que vuelan, del hombre suspendido en el abismo, de las rocas, los barcos y la playa… ¡es un cuento chino, una mentira, un puro engaño! En efecto, como ha señalado Jan Kott (2007, 2014) en sus importantes trabajos sobre Shakes- peare, lo asombroso es que ese abismo que describe Edgar… no existe. Quiero decir no que los actores que representan ante nosotros y para nosotros, en el escenario del teatro, Lear, finjan que están ante un abismo, sino que es Edgar (el personaje de la obra, no el actor que lo interpreta, que es también, dentro de la obra –como ocurre tantísimas veces en tantísimas obras shakespearea- nas–, un actor que representa un papel) quien está engañando a su padre, haciéndole creer no solo que él no es él, sino un campesino, sino que ambos se encuentran al borde de un abismo que no existe más que en sus palabras y en la imaginación, alimentada por esas palabras engañosas, del pobre viejo. Y, sin embargo, dice Kott, ese acantilado inexistente no solo sirve para engañar a un ciego: nosotros, espectadores de la obra, hemos creído también por un momento, engañados por esas mismas palabras mentirosas, en la existencia de ese paisaje, de ese abismo, y en la verdad de toda esa pantomima. Los espectadores de la obra de Shakespeare, en efecto, hemos imaginado, hemos visto, en realidad, por un instante, la tercera dimensión que las palabras de uno de sus personajes nos han permitido o nos ha conminado a figurarnos en el escenario perfectamente plano de un teatro, hemos creído que el ciego Gloucester se arrojaba, en efecto, por el acantilado descripto para él –y para nosotros– por su hijo y hemos esperado verlo morir despeñado contra las rocas allá abajo. Solo un instante después, cuando vemos cómo el actor que repre- senta al viejo cae torpemente al suelo desde el mismo suelo, descubrimos que Edgar le ha hecho creer a su padre que podríaconquistar una muerte segura 13Prólogo arrojándose al abismo, pero que no había en realidad semejante abismo, ni en el teatro ni en el mundo, y cuando comprendemos que nosotros también hemos sido engañados por su narración, que nosotros también hemos creído en todo eso, y caemos en la cuenta (habría que analizar esta expresión, “caer en la cuenta”, a la luz de las enseñanzas de esta escena de Lear), caemos en la cuenta –decimos– del engaño. Es solo entonces cuando vemos cómo el hijo recoge al padre, pero no del fondo del precipicio al que creímos por un momento que se había arrojado, sino –a lo sumo– de un pequeño desnivel en el terreno. Lo que no deja, por supuesto, de tener decisivas implicancias en el orden no de las imaginaciones, sino de la “realidad”: el padre, ante lo que cree el milagro de haber sobrevivido a una caída desde un acantilado, recupera entonces la cordura. Cae en la cuenta, él también, gracias al cuento. Así, el cuento, la ficción, el engaño, la simulación frente a la realidad, vuelve sobre la realidad para transformarla. Cultura de la imagen, pues, régimen de la perspectiva y artes de la simu- lación, de la manipulación y del engaño: igual que en el primero de los libros producidos en el marco de esta red de trabajo e intercambios entre equipos de las universidades nacionales de General Sarmiento y de Rosario de la Ar- gentina y de la Universidad de la República del Uruguay, al que ya aludimos, es de estos asuntos de los que se trata también en las páginas que siguen. Que estudian este conjunto de problemas con una mirada crítica sobre una cantidad de expresiones de lo que, desde los años centrales del siglo pasado, llamamos la industria cultural y de diversas manifestaciones de lo que Guy Debord (1995) bautizó, en su momento, recogiendo una perspectiva crítica que se sostenía sobre la militancia de un conjunto de fuertes movimientos contraculturales de su tiempo, como “sociedad del espectáculo”. Formas de manipulación de las percepciones y de las conciencias, de achatamiento de las experiencias de los sujetos, de unidimensionalización del mundo (y) de la vida, que obligan a volver a interrogarse, como lo hacen muchos de los trabajos que se presentan a continuación, sobre el lugar de la cultura, y en particular del arte, de las artes, como caminos posibles de interrogación, impugnación y crítica de las situaciones dadas. En los trabajos que componen este volumen, se oyen ecos ostensibles de los tempranos y notables estudios de Siegfried Kracauer sobre la fotografía, sobre el cine y sobre la vida en general, en las grandes cosmópolis contemporáneas, de las investigaciones de Theodor W. Adorno y Max Horkheimer sobre la industria cultural y de los difundidos trabajos de Herbert Marcuse sobre los modos en los que se opera la captura de las percepciones y en los que se cancela la posibilidad de las perspectivas críticas de los individuos y de los pueblos en las sociedades contemporáneas. 14 Eduardo Rinesi y Lucía Masci 2. La no por panfletaria menos eficaz contraposición entre “apocalípticos” e “integrados” con la que nos provocó a todos, hace ya unas cuantas décadas, Umberto Eco, permitía imaginar que las posiciones en relación con la cuestión de las tecnologías, y en particular las tecnologías de los medios, se dejaban organizar alrededor de dos polos opuestos: de un lado, el de los críticos más o menos conservadores de las innovaciones y de los cambios, a los que estos censores se ocupaban de fustigar como caminos inexorables hacia la pérdida del espesor de la experiencia estética y como vías seguras hacia la involuntaria, pero no por ello menos culpable complicidad con las formas ideológicas de organización y legitimación de un orden hecho de desigualdades e injusticias; del otro, el de los entusiastas defensores de esas mismas innovaciones tecnoló- gicas que los otros rechazaban, festejadas, en cambio, como posibilidades de acceso a formas menos opacas de relación entre las personas y entre los grupos, a alternativas de organización de las grandes conversaciones colectivas más inclusivas y más democráticas, y a modos de ampliación del acceso a la infor- mación y al conocimiento socialmente disponible. No dejaba de haber en todo ello una discusión también sobre la cuestión de la memoria: los “integrados” protestaban contra un excesivo apego de sus críticos a las presuntas bondades de un pasado menos asediado por los cantos de sirenas de las tecnologías; y los “apocalípticos” sostenían que el abandono de una actitud de prevención frente a esas tecnologías y sus efectos ponía a sus contradictores en la situación de entregarse a un modo deshistorizado de enfrentar la experiencia del mundo, y recordaban que esa deshistorización, que esa pérdida de la dimensión his- tórica de la experiencia, es la matriz misma del tipo de pensamiento para el que las viejas tradiciones críticas habían reservado el calificativo de ideológico. Porque la ideología, en efecto, es menos un pensamiento que tergiversa, que desplaza o que retacea la verdad del mundo, que un pensamiento que dice la verdad (toda la verdad y, sobre todo –sobre todo–, nada más que la verdad) de ese mismo mundo, pero que la dice sin poner a ese mundo sobre el andarivel de una comprensión de su historicidad interna, sin ser capaz de pensar que ese mundo cuya verdad enuncia tiene un pasado y un futuro y podría, por lo tanto, ser diferente de lo que es. De Simone de Beauvoir a Terry Eagleton, se ha señalado ya de diversos modos que las frases “los varones son superiores a las mujeres” o “los blancos son superiores a los negros” no son ideológicas, terribles y condenables por lo que tienen de falsas (porque “describan mal”, digamos, el mundo), sino por lo que, en un mundo tremendo, que exactamente por eso tenemos que cambiar, tienen de verdadero. Por lo que dicen de terrible sobre la verdad de ese mundo que es necesario que funcione de otro modo, que se orga- nice de otro modo, que se estructure de otro modo. Lo ideológico de esas frases, o de cualquier otra frase que merezca ese adjetivo, no consiste, por lo tanto, en su incapacidad para decir cómo son, cómo funcionan, de hecho, las cosas, sino 15Prólogo en su capacidad para decir exactamente cómo son, de hecho, las cosas, pero, al mismo tiempo, retaceándonos el examen o, incluso, la explicitación de las condi ciones históricas que las hacen ser, “de hecho”, como son. Y en su capacidad, por lo tanto, para invitarnos a suponer que es una locura imaginar que podrían ser de otra manera. El problema de eliminar de nuestra representación del mundo la historia (el problema, digamos –y perdón por ir tan rápido y tan toscamente “a los bifes”–, de poner animalitos en los billetes en los que antes había personajes de la historia) es que el mundo mismo queda situado, en la representación que de ese modo podemos hacernos de él, del lado de la naturaleza, de lo inmutable, de lo que no hay manera de suponer que podría funcionar de una forma distinta a aquella en la que funciona. Pues bien: de algunas de estas cosas, y de la necesidad de complejizar, también, aquel simpático, pero esquemático chiste sobre los apocalípticos conflictivistas, memoriosos y conservadores, y los integrados progresistas, desmemoriados y candorosos, se habla en las páginas que siguen. Por un lado, en varios de los trabajos que van a leerse, encontramos sugerentes reflexiones sobre el problema mismo del tiempo y de la memoria que en el presente los individuos y los pueblos tenemos sobre los acontecimientos y los personajes del pasado, y sobre el lugar del arte, de las diferentes prácticas artísticas, en ese trabajo social de la memoria. Por otro lado, unas cuantas de estas intervenciones se ocupan de la lógica de lo que podríamos llamar la irrupción (y a veces también la disrupción: la aparición de lo inesperado, de lo que surge para incomodar y sacudir la lisura del presente), que producen, en nuestras callesy en nuestras pantallas, algunas formas de la política y el arte, y conmueven no solo la hegemonía de las formas más convencionales de la industria cultural, sino también la posibilidad misma de seguir pensando la política y el arte como esferas nítidamente separadas. Por último, un tercer grupo de estudios presenta sugestivas reflexiones sobre el modo en que las tecnologías de la reproducción de la imagen, articuladas con las formas más sofisticadas de la sensibilidad artística, permiten no solo configurar un ámbito particularmente potente de resistencia frente a los sentidos dominantes y de lucha por imponer en el mundo sentidos diferentes, sino también poner en cuestión la propia legitimidad de la separación que, a veces, pensamos que es posible establecer con claridad no digamos ya entre las formas “altas” y “bajas” del arte o la cultura, cuyas mezclas y contaminaciones son la materia misma de muchas de las vanguardias contemporáneas, sino, incluso, entre la naturaleza y la cultura, entre el presente y el pasado, y (de nuevo) entre la política y el arte. Quizás, al fin de cuentas, lo que resultaba parcial de aquella distinción entre “apocalípticos” e “integrados”, entre pesimistas y optimistas, entre críticos de las tecnologías y entusiastas de sus posibilidades, era que ambas posiciones, en apariencia opuestas, eran expresiones de un mismo pecado con base en muchas de las aproximaciones contemporáneas al problema de la cultura y de 16 Eduardo Rinesi y Lucía Masci su relación con la vida política y social. Pongámosle a ese pecado el nombre de uno de esos “reduccionismos” de los que hemos aprendido a desconfiar (cierto que, a veces, de modo demasiado compulsivo, de un modo que nos impide pensar todo lo que estas simplificaciones tienen también –vienen a la memoria las consideraciones clásicas de György Lukács sobre la caricatura– de invita- ción al pensamiento) y llamémoslo tecnologicismo. Llamemos tecnologicismo, entonces, a la pretensión de que las transformaciones que se producen en las sociedades, en el terreno específico de los desarrollos tecnológicos, tienen casi por sí mismas la posibilidad de transformar esas sociedades en el sentido de una mayor alienación, como querrían los “apocalípticos”, o de una mayor libertad, como imaginarían los “integrados”. Y advirtamos la necesidad, de la que este libro es evidente testimonio, de poner esas consideraciones sobre los cambios tecnológicos de las sociedades, si no “por debajo” de ninguna otra, al menos, en diálogo con un estudio igualmente serio de lo que en esas sociedades ocurre, en los planos de las tradiciones culturales y de sus transformaciones, de la movilización política y de las formas que ella adopta, de las corrientes artísticas y de los modos en los que ellas conversan todo el tiempo, a veces, de maneras muy creativas, con la tradición, con las luchas colectivas y con la tecnología. Un especial énfasis se encuentra en varios de los trabajos que integran este libro en lo que llamaremos la dimensión territorial de las expresiones del arte popular. Pero “territorio” no quiere decir aquí apenas “espacio”. Los territorios de los que aquí se trata son territorios atravesados por la historia y por aconte- cimientos muy tremendos que tuvieron lugar en esa historia. En particular, ha sido motivo de reflexión, en los encuentros que están en la base de este libro, tanto la capacidad de las dictaduras que asolaron nuestros países para dañar de modos, quizás, irreparables la vida cultural de nuestros pueblos como la capacidad de numerosos actores de esa vida cultural para resistir, a veces de modos muy creativos, esos embates. Pensar la relación entre arte, política y comunicación hoy, aquí, es pensar estas tensiones y esta historia, es pensar este presente tironeado entre los espectros del pasado y las tendencias que, hijas de un cierto modo de organización de las cosas, de las relaciones, de la tecnología y del mercado, conducen, a veces, a definir formas muy injustas o muy insuficientes de trato con ese pasado, como las que se manifiestan en la museificación de la memoria o en diversas formas de instrumentalización, exotización y folclorización de tradiciones y legados. Este libro expresa, tam- bién, en este sentido, un cierto malestar, que es el que surge de la afirmación de la tendencia que Philippe Bouquillion y otros han caracterizado como de creciente “economización de la cultura y culturización de la economía”, y que se expresa en un discurso profundamente ideológico que encuentra su cauce en las actuales transformaciones de un capitalismo global que requiere, cada vez más, de las diferencias y de la “diversidad” no como punto de partida de 17Prólogo un pensamiento que las atienda, sino como multiplicación de “nichos”, en un mercado homogeneizado y liberalizado de “bienes y servicios simbólicos”. 3. Como expresión del esfuerzo por pensar conjuntamente algunos de estos problemas que quedan indicados, este libro es el segundo que el grupo de trabajo coordinado por Beatriz Alem, Elizabeth Martínez de Aguirre y Lucía Masci publica en el marco de la red interuniversitaria Arte, Política y Comu- nicación, integrada por equipos de las universidades nacionales de General Sarmiento (ungs) y de Rosario (unr), de la Argentina, y de la Universidad de la República, del Uruguay (UdelaR). Si bien el trabajo en común de estos equipos tiene ya unos cuantos años, a lo largo de los últimos, se ha visto potenciado, gracias a un financiamiento recibido, en su momento, de la Se- cretaría de Políticas Universitarias de la Nación, en el marco de su programa “Fortalecimiento de Redes Universitarias IX”, de 2015, por la realización de dos reuniones particularmente ricas entre todos los miembros de la red. La primera, que se desarrolló a comienzos de 2017 en la Facultad de Ciencia Po- lítica y Relaciones Internacionales de la unr, en Rosario, estuvo en la base de aquel primer libro que mencionábamos recién: Arte, política y comunicación (2018). La segunda, que tuvo lugar a fines de ese mismo año en la Facultad de Información y Comunicación (fic) de la UdelaR, en Montevideo, está en la base de este. Si en aquel primer volumen los asuntos que se discutían eran el problema de la ciudad como teatro de un conjunto de luchas políticas que se libraban con diversas estéticas y formas de relato, el de las relaciones entre la política y las nuevas tecnologías en las que se articulaban sus discursos y sus formas de escenificación y el de la relación entre el arte y la comunicación, en este nuevo libro que ahora ofrecemos al lector, el énfasis está puesto más bien en las nuevas formas que asume la expresión artística (especialmente aquellas expresiones artísticas preocupadas por la recuperación de los legados y de las memorias de nuestros pasados militantes) en el incierto espacio que se dibuja, en nuestras sociedades contemporáneas, entre la calle y las pantallas. Vivimos –queda largamente dicho en las páginas precedentes– tiempos de profundas mutaciones en las formas de nuestra existencia colectiva. A las que resultan de la revolución tecnológica en curso y de los cambios en las formas de organización de la economía capitalista en el planeta deben agregarse, en nuestra región, las que surgen del agotamiento de un ciclo como el de los gobiernos de izquierda, que signaron la escena del continente suramericano, durante los tres primeros lustros de este siglo, que deja abiertas una cantidad de preguntas que deben presidir el enorme trabajo crítico y reflexivo que tenemos por delante, incluida, dentro de ellas, la pregunta qué fue lo que hizo posible o lo que habilitó este escenario oscuro en el que hoy tenemos que actuar y que 18 Eduardo Rinesi y Lucía Masci pensar. De estas preocupaciones nació esta red de discusión y de trabajo, un núcleo de pensamiento crítico “a dos orillas” que se propone pensar, en este marco tan difícil, los problemas que surgen de la intersecciónentre las dis- tintas formas que hoy asumen los tres términos del triángulo conceptual que nos interesa: el arte, la política y la comunicación, al ser aquí el arte asumido como una forma del conocimiento, y la comunicación, como el campo político de una batalla por las formas en las que el conocimiento y el arte se expresan y se ponen en común en nuestras sociedades. Para esto es necesario una suerte de conjuro de nuestro compartido malestar (esperamos no haber abusado de esta palabreja), es decir, del padecimiento mutuamente reconocido entre in- vestigadores y artistas cuyos saberes se encuentran más que nunca sometidos a una instrumentalización normalizada y normalizadora, en la encrucijada de un mundo que busca extraer de ellos el máximo rendimiento económico. Se trata, pues, de promover un diálogo entre saberes académicos y artísti- cos que, a veces, se revelan como complementarios y, otras veces, en cambio (entre otras cosas, en virtud de los modos más convencionales y aceptados de organización de una suerte de division du travail intelectual en nuestras instituciones y en nuestras sociedades), entran en disputa. ¿Qué saberes son esos? ¿Qué visiones del mundo expresan o contribuyen a construir? ¿En qué difieren entre sí? ¿Por qué deberían dialogar? Lo que aquí buscamos, más que una visión de los saberes como acumulación de información o como aplica- ción de técnicas específicas a la investigación en campos delimitados, es una concepción de los saberes como formas expresivas del pensamiento o, si se quiere, como posibilidades del pensamiento que, en esa forma del diálogo que es la producción y el sostenimiento conjuntos de una conversación, pudiesen iluminar distintas aristas de un mismo objeto, o aun de ese mismo malestar que hoy urge problematizar, y cuyas causas, cuyos motivos y cuyas diversas manifestaciones (y también potencialidades: porque nada es inamovible, como sabemos bien, y de lo que se trata por lo tanto es de identificar las siempre nuevas posibilidades que se alojan en medio de las tensiones el presente) es necesario poner en evidencia. En este sentido, estamos particularmente satisfechos y entusiasmados con la concreción de los dos encuentros cuyos contenidos y cuyas discusiones recogen este libro y el anterior, que ya hemos mencionado, así como con la consolidación, en este último tiempo, de esta red interuniversitaria entre dos instituciones argentinas y una uruguaya, que nos parece que abre todo tipo de oportunidades para favorecer este pensamiento conjunto entre distintos lenguajes y también entre distintas tradiciones cul- turales, intelectuales y universitarias. Es por eso que queremos agradecer especialmente el apoyo recibido del Instituto de Comunicación de la fic para la realización del encuentro que está, como queda dicho, en la base de este libro. Muchas gracias también a Fede- rico Beltramelli, Nicolás Guigou, Eduardo Alonso, Gastón Amen y Helvecia Pérez, integrantes del equipo montevideano de la red, por su colaboración 19Prólogo y su respaldo. También queremos expresar nuestro agradecimiento a los destacados artistas uruguayos que nos acompañaron durante aquellas dos jornadas y aportaron sus valiosos puntos de vista en lo que concebimos como un diálogo entre saberes académicos y saberes artísticos acerca de la relación entre arte, política y comunicación que nos ocupa. Gracias, entonces, a Jorge Soto, Juan Ángel Urruzola, Diego Masi, Sebastián Alonso, Federico Arnaud, Samantha Navarro, Martín Turielli y Clemente Padín, por haber aceptado participar en este intercambio. Particularmente agradecidos estamos al ya mencionado Nicolás Guigou, quien, a partir de su doble condición –digamos así– de académico y de artista, operó, antes y durante nuestro encuentro, como una dúctil bisagra entre ambos mundos. Finalmente, agradecemos la presencia y la participación, tanto en el encuentro montevideano como en esta publicación, de los investigadores y docentes integrantes de los equipos de la ungs y de la unr, y el trabajo sistemático llevado adelante a lo largo de estos meses por las coordinadoras de los dos equipos argentinos de la red, Beatriz Alem y Elizabeth Martínez de Aguirre, queridas y respetadas compañeras en este camino de trabajo y discusiones compartidas que hemos empezado a recorrer, y de cuyas siempre y, por suerte, provisorias conclusiones nos da mucho gusto poder dar cuenta aquí ante los lectores. Bibliografía Adorno, Theodor W. y Horkheimer, Max (1998). Dialéctica de la ilustración. Madrid: Trotta. Alem, Beatriz, Martínez de Aguirre, Elizabeth y Masci, Lucía (comps.) (2018). Arte, política y comunicación. Los Polvorines: ungs. Bouquillion, Philippe, Miège, Bernard y Moeglin, Pierre (2013). 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Las imágenes se inscriben –en el caso de los museos– como una modalidad turística y, por lo tanto, de reificación de una realidad signada por el terror. Allí la performance tiene la capacidad de ofrecer un doble sentido: la intención de desarticular la pretensión de anular la memoria y de reconocerla a través de una composiciónde imágenes que contrasta las selfies turísticas con imágenes del terror que significó la Shoá. Una diferencia sustantiva se remarca con las imágenes de la memoria reciente que convoca a familiares y amigos de desaparecidos –durante la dictadura militar que se inició en 1976 en la Argentina– en la realización y puesta en escena de diferentes modalida- des del uso de la fotografía. La ausencia se hace presente, a partir del sentido que recobra la historia individual, en el recuerdo de imágenes familiares, en la fotografía de un documento de identidad otorgado por un Estado, el mis- mo que provoca la desaparición. El pasado se vuelve presente, pero como lo siniestro que impide cerrar la sutura de una historia, anularla o encapsularla en un museo y se constituye, así, en una historia colectiva. Otro modelo dis- ruptivo que trastoca las esferas del arte convencional fue el movimiento de la Internacional Letrista, a mediados del siglo xx, y que dio, posteriormente, lugar al movimiento de la Internacional Situacionista. El acontecimiento como ruptura de lo establecido, lo instituido, se manifestó en diferentes áreas del arte: la palabra, el cine, las intervenciones en ámbitos de instituciones tra- dicionales. Su función no solo era reemplazar la forma pasiva del arte, sino también cuestionar ciertas pautas de poder enclavadas en la esfera cultural. Esta parte se inscribe en ciertos tópicos, como el arte la memoria y el poder. 24 Beatriz Alem Un aspecto que recorre nuestra temporalidad es la comunicación del poder político, en particular, cuando este tipo de discurso desconcierta a propios y ajenos. El modelo comunicacional del gobierno macrista, en la Argentina, tiene ribetes que inauguran una modalidad con muy pocas reminiscencias del marketing político tradicional. Un tipo de discurso que se dirige a un sujeto individual antes que a un colectivo programático. A partir de este nuevo tipo de lectorado, el artículo que cierra esta parte analiza el discurso “macrista” y lanza una serie de interrogantes problemáticos, inquietantes, que se desarro- llan y fundamentan en el recorrido del texto. Beatriz Alem Arte, política y comunicación en los mundos contemporáneos L. Nicolás Guigou• Introducción Los mundos contemporáneos remiten a una pluralidad –varios mundos– cuya coexistencia es marcada por nuestra peculiar miopía generadora de sospechosas sincronías. Al postular una contemporaneidad, estamos solapando varias historicidades y temporalidades desencontradas, ajenas entre sí, que apenas se rozan o bien mantienen relaciones de antagonismo, indiferencia, convivencia, mera complicidad y, a veces, encuentros inesperados y fulgurantes. Este artículo trata de algunos encuentros y desencuentros temporales, en los cuales se entremezclan promesas de futuro y urgencias políticas frágiles como ese hilo de Ariadna que parece cortarse una y otra vez en el laberinto del tiempo. Deshilvanar, pensar desde la textura y la trama, más allá de la metafísica de la continuidad narrada por algunos historicismos, nos lleva al acontecimiento del benjaminiano tiempo/ahora, en el cual el reencuentro evanescente de los variados tiempos supera a la mera tarea de la recuperación de la memoria y, particularmente, las versiones fosilizadas de una temporalidad pasada y yerma. El montaje, como imbricación identitaria y visión etnográfica, trataría de recuperar un tiempo-ahora contrario en todos sus términos a un tiempo vacío y homogéneo. Intentar dar el salto entre el presente y el pasado por medio de imágenes que se mezclan y se interpenetran, a través de tramas narrativas, implica admitir las discontinuidades y continuidades en el propio arte de narrar. Como escribe (y narra) el propio Walter Benjamin: No es que el pasado arroje luz sobre lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación. En otras palabras: imagen es la dialéctica en reposo. Pues mientras que la relación del presente con el pasado es puramente temporal, continua, la de lo que ha sido con el ahora es dialéctica; no es un discurrir, sino una imagen, en discontinuidad (Benjamin, 2005: 464 citado en Guigou, 2011b: 206). • Profesor titular del Departamento de Ciencias Humanas y Sociales (IC, FIC, UdelaR). Profesor agregado del Departamento de Antropología Social (ICA, FHCE, UdelaR). Coordinador del Núcleo de Antropología de la Contemporaneidad (ICA, FHCE, UdelaR) y del Programa de Investigación en Antropología Visual, de la Imagen y las Creencias (PIAVIC/FHCE-UdelaR). 25Nicolás Guigou En la versión occidentalista, etnocéntrica y universalista de la construcción de la contemporaneidad, el carácter evocativo parece perderse en la apropiación insípida y reificada que emerge de las variadas museificaciones del pasado. Ese pasado es convocado al presente de manera ejemplificante y con un sentido pedagógico que procura, mediante, precisamente, la ejemplificación y la enseñanza, evitar la reiteración y el olvido. Sin desconocer los efectos de realidad que dichas apuestas simbólicas pueden eventualmente generar, sus fantasías de arribar a un lugar seguro anidan en la confianza de que las inscripciones conscientes y reflexivas de los sujetos que transitan por el pasado quedan firmemente colocadas y bajo el resguardo de sus conciencias. La monumentalización, memorialización y museificación de los espacios del terror, de la muerte, exhiben, de manera clara, estos dobles atributos de pedagogización de un pasado violento (y violentado), que se expresa a través de su enseñanza y difusión, y, a la vez, un trabajo contra el olvido hacia las víctimas del terror, mediante la ejemplificación y la escenificación. La inquietud que ese pasado propio del terror atrae, la voracidad de su fuerza destructiva y tanática, pretende ser bloqueada por medio de su memorialización, monumentalización y museificación, de manera de conjurar una eventual reiteración y llegada de ese terror al futuro. De memoriales, terrores y dones En todo memorial referido al terror, hay un ruego y una esperanza de que ese terror (o tal vez cualquier otro) no sea repetido, al traer su destrucción hasta el presente. El pasado corre el riesgo de estar vivo, y el espacio del terror en el pasado merece el mismo cuidado, respeto y temor que el del mundo de los muertos. La imposible (y tantas veces deseada) desaparición del pasado, o bien su radical transformación in situ –que alimenta tantas fantasías contemporáneas de túneles y viajes en el tiempo–, deja lugar a la desconexión temporal. El pensamiento de estado (Deleuze y Guattari, 1988), o bien su espíritu (Bourdieu, 1997), con su imparable fuente de imágenes dominantes, guía la petrificación del terror, lo que genera desconexiones temporales. Así como analizamos en otro trabajo (Guigou, 2011b), la metafísica que conlleva referirse a perder o rescatar la memoria como si de un bien se tratase resulta la misma que postula un sujeto de conciencia (Guigou, 2010, 2004) capaz de apropiarse del pasado, a través de las escenas, los ejemplos, o las meras aulas sobre el mismo. 26 Nicolás Guigou Apelar a los sujetos de conciencia a través de estos mecanismos es llamar al pensamiento con imágenes (imágenes dominantes, interiorizadas, mejor dicho, empobrecidas) sostenidas y constituidas en un conjunto de clasificaciones imposibles de superar, ya que conforman la posibilidad de ingreso al pasado desde las categorías de pensamientos dominantes, interiorizadas e inscriptas en los diferentes procesos de socialización vividos por los sujetos destinados a ser conmovidos. En los posibles riesgos simbólicos más allá de este umbral, se encuentra el acontecimiento, los contrapensamientos (Deleuze y Guattari, 1988), los encuentros que guardan la esperanza del puente de sentido entre el pasado y el futuro, esto es, la posibilidad de volver a dar el Don, o bien –corrijámonos–volver a saber que dar el don es dar el tiempo (Derrida, 1995; Guigou, 2009a, 2011a). ¿Cómo se da el Don (el tiempo) al que no está y cuyo tiempo, su Don, fue destruido por el terror? O tal vez sea mejor decir su tiempo no pudo ser dado, otorgado, no hubo posibilidad del dar/devolver y recibir, sino de la destrucción del tiempo, de la destrucción del otro, vuelto, entonces, un Don (tiempo) atravesado por la pedagogía y la cosificación que expresan ahora un Don imposible de recibir, mucho más que por la ausencia del otro, por la clausura de su tiempo en el presente. El Don del tiempo enseñable, o enseñable de tal forma que trata ingenuamente de interpelar a un sujeto de conciencia previsible, conforma una modalidad expresa de negar la posibilidad de recibir el Don en un tiempo, que es el tiempo del otro. Esa obstrucción y cierre hacia la temporalidad del otro, esa imposibilidad de ingresar en el tiempo del otro, en las memorias, trayectos y recorridos del otro (Guigou, 2011b), no resultan únicamente de una gestualidad antiesencialista en la cual el yo y el otro carecerían de sentido, unidad y comunicación cierta. Una otredad, pues, insondable e infranqueable, en la cual no habría ninguna chance para dar el tiempo, dar el Don, e ingresar en esa temporalidad otra. La metafísica de la contemporaneidad pasa de cualquier ajuste de cuentas antiesencialista elaborando, por el contrario, su sustancia propia bajo la égida de la negación de darle el tiempo al otro, de la dramática a la que está sujeta dicha negación y, particularmente, de las imágenes que se desprenden de esta. Los ejemplos que me interesa desarrollar en esa escritura tienen que ver con situaciones marcadas por el terror. El terror como espacio sociohistórico específico (Taussig, 1993), en el cual la propia densidad del terror hace imposible que nos aproximemos a él, que lo atravesemos sin 27Nicolás Guigou desdoblarnos en nuestros propios terrores, en interpelaciones varias, en los secretos que estos terrores portan y, a la vez, atraen. La desconexión temporal, la imposibilidad de dar el tiempo del otro, por medio de su evocación, genera visitas al pasado en la cuales la alteridad extrema del otro moldeado por el terror se instala a través de la producción de imágenes que llaman a los terrores del pasado para declarar su inanidad, su clausura, en cualquier clase presente. En este espacio inscribimos las arduas relaciones imagéticas entre comunicación y política. Yolocausto En la página para turistas Visit Berlín, se nos ofrece información sobre el Memorial to the Murdered Jews of Europe.1 Allí se nos cuenta que, en las cercanías sureñas a la Puerta de Brandemburgo, se encuentra, desde el año 2005, el monumento a los judíos asesinados en Europa por el nazismo. El sitio en internet continúa lacónicamente con una breve descripción del Memorial, para los turistas que quieran visitarlo. Marcado como un “punto fuerte” del turismo berlinés, recibe un número anual de visitantes importante, muchos de los cuales suben fotos, producto de sus eternas selfies, a las diferentes plataformas virtuales, en las que realizan toda clase de piruetas, malabares y gesticulaciones en medio de los impresionantes bloques que reúne el Memorial-monumento en cuestión. El artista germano-israelí Shahak Shapira, utilizando el viejo método del montaje, muestra estas fotos, aunque transformadas y trasmutadas por esta peculiar técnica. El proyecto de Shahak Shapira, Yolocaust (ver Shapira, 2017), formado por el “YO” de la frase “You Only Live Once, aunque, en entrevista telefónica, Shapira se confiesa sorprendido al saber que YO también es la primera persona del singular en español” (Sánchez, 2017) y la palabra Holocaust, surgió en las redes el 18 de enero de 2017 y generó reacciones de lo más diversas. Los montajes fotográficos que aparecen en Yolocaust exhiben a turistas sonrientes y despreocupados que en sus imágenes autoproducidas –y autocentradas en sí mismos, obviamente– llevan a cabo toda clase de performances circenses y movimientos corporales riesgosos, sin mácula de empatía con su entorno pétreo que trata desesperadamente de recordar e inscribir el asesinato de millones de judíos durante el nazismo. Shapira monta estas imágenes iniciales con otras que remiten a la inenarrable experiencia de la Shoá, a las montañas de cadáveres, a los 1 Ver Visit Berlín (2017). 28 Nicolás Guigou lugares de hacinamiento en los campos de concentración y exterminio, a las matanzas generalizadas. El resultado es una suerte de antes y después. Aparece una primera foto de los autocentrados turistas que se apropian del paisaje impresionante de plataformas graníticas del Memorial para hacer realidad los quince minutos de fama ya profetizados por Warhol (Guigou, 2009b), y una segunda, en la cual, montaje mediante, surgen en la imagen trozos de la Shoá, del terror inenarrable, mezclado e intercalado con los cuerpos turísticos atrapados en sus respectivos selfis. El “noochoque” (Deleuze, 1987) genera el efecto del buen montaje sobre el espectador, ilustrando los conflictos de tiempos diferentes que han sido obligados por el artista Shapira a convivir, a interpenetrarse. Las relaciones imagéticas aquí son del orden del choque de sentidos contrapuestos, narran visualmente la negación del Don del otro, de darle el tiempo del otro, que significa reconocerlo, y, para ello, se vuelve necesario ingresar a su temporalidad signada por el terror. A cambio, el gesto turístico visita esa temporalidad para clausurarla, para negarle cualquier posibilidad de arribo, de llegada al presente. Se oblitera así el terror desconectándolo de cualquier concatenación con los terrores presentes, con los espacios de la muerte actuales, acción con la cual la corporeidad turística asegura sus propias fantasías de eterna invulnerabilidad, trastocada para siempre por la convergencia de tiempos que hace el montaje de Shapira. Más allá do Rio das Mortes Más allá do Rio das Mortes (Fabre y Serres, 1957) fue una aventura fílmica protagonizada por el matrimonio Dardo G. Fabre y Norma Serres de Gutiérrez en el Uruguay mesocrático de los cincuenta. Se trata de una pareja patricia uruguaya que viaja a Mato Grosso (Brasil) y permanece conviviendo con los xavantes en el área de Xavantina, Rio das Mortes y sierra del Roncador, y, aunque menos intensamente, con los kamayurá, los iwarapití, los meináco, los kuikúru, los waurá y los trumaí del alto y bajo Xingú. Su expedición –ya este término se encuentra cargado de colonialismo– al Mato Grosso se desarrolla durante, prácticamente, todo el año 1956. La producción y filmación en coautoría de una película en 35 mm intitulada Más allá do Rio Das Mortes (1957) y la publicación de un libro intitulado Más allá del Río das Mortes. Historia de la “Expedición Mato Grosso” (Fabre, 1961) son los dos frutos de esta misión protoetnográfica tan peculiar. 29Nicolás Guigou Si bien la crítica de cine vernácula no fue muy elogiosa con la película (Álvarez, 1957), fue el primer largometraje uruguayo premiado en festivales internacionales de clase A y el segundo en presentarse en estas arenas. Recibió premios tanto en el VIII Festival Cinematográfico de Berlín como en el Festival dei Popoli (Florencia, Italia). Fue exhibida exitosamente en varias partes del mundo y, por supuesto, en Montevideo, el 14 de octubre de 1957, en el cine Ambassadeur, de acuerdo a las memorias de un primo de Norma Serres, Alberto Pérez Iriarte, quien nos confió este film para su presentación en la Facultad de Información y Comunicación (UdelaR), el 31 de marzo de este año (Guigou, 2017). La trayectoria del largometraje merece un capítulo aparte. El original se perdió definitivamente, pero quedan algunas copias esparcidas por el mundo, y una, en poder de Cinemateca Uruguaya, desde la década de los ochenta del siglo XX. Extraña a la tradición del cine uruguayo, el recorridoinusitado del largometraje por circuitos internacionales y el éxito de taquilla local, más allá del espíritu de la crítica del momento, hizo que esta producción fílmica cayera en el olvido hasta su rescate y reciente re-presentación ante el público local. Este film que vuelve del olvido también puede colocarse como escena y representación de los espacios del terror, pero ahora desde una perspectiva que, inevitablemente, refiere a la cosificación colonialista, a no darle el tiempo, el Don, al otro. Aquí el otro se encuentra signado por la figura de la alteridad radical. Una pareja de caucásicos se interna en la selva para llegar y convivir con los xavantes y filmarlos, una tribu guerrera, peligrosa y, de acuerdo a sus narrativas, en estado salvaje. La narrativa del film es de plena aventura, y una voz en off, dominante y monopólica, nos advierte de la veracidad de esta expedición desde su inicio. El film fue realizado “sin trucos cinematográficos o escenas preparadas, en este ambiente hostil e inhóspito donde prima el indio en su estado natural, agresivo y en donde anteriores expediciones habrían desaparecido”, nos dice la voz en off. Los carteles fijos, en blanco y negro, que se suceden en los fotogramas iniciales de la película, después del agradecimiento a los diferentes servicios públicos brasileños que permitieron a los exploradores llegar al área del Mato Grosso de su interés, nos instruyen que esa colaboración fundamental pudo hacer realidad la posibilidad de internarse en “zonas vedadas al hombre blanco y filmar por primera vez a los guerreros 30 Nicolás Guigou Xavantes en su aldea madre, sobre la sierras del Roncador y lado oriental del rio das Mortes, así como a tribus pertenecientes al alto y bajo Xingú”. Expresiones frecuentes como “tribus en pleno estado salvaje” y, particularmente, el peligro de los guerreros y belicosos xavantes con los que esta pareja de blancos hará contacto aseguran la dosis de heroísmo que requiere toda aventura exótica. Desde Río de Janeiro se despiden de la denominada civilización, para penetrar en la selva, en sus secretos. Desde el avión, emocionados, la pareja caucásica logra observar la famosa aldea principal (aldea madre) de los xavantes, intocada por los blancos por temor a los nativos. Siguiendo a la voz en off del film: “Estamos pasando sobre la famosa aldea madre xavante. Nos vienen a la mente los libros escritos sobre esta zona y las numerosas expediciones que terminaron trágicamente. Estas son tierras preñadas de misterio por donde impera el xavante”. La voz continúa: “Ellos han de ser nuestro objetivo más importante, y por varios meses, serán dueños absolutos del incierto destino que nos espera. Vemos una y otra vez (…) al famoso Rio das Mortes, límite en su lado occidental de la combativa tribu xavante, legendaria en todo Brasil por su belicosidad”. Al llegar a tierra de los xavantes, toman contacto con algunos de ellos, que ya poseen relación con la sociedad blanca. Este mero contacto no es, sin embargo, de utilidad antropológica, ya que han perdido su cultura prístina, por haber sido influenciados por la cultura occidental, siguiendo la narrativa fílmica. Después de varias vicisitudes y recorridos, llegan a la aldea madre de los xavantes y se genera entonces el primer contacto entre blancos y nativos, y, obviamente, las primeras filmaciones sobre esta cultura, caracterizada porque “su vida es ajena a la influencia externa (…) Viven en un completo y hermoso estado de primitivez. Es la primera vez en toda la historia del Brasil que se filma esta tribu madre”. El matrimonio debe pasar por una suerte de “Consejo de Guerra”, que decide si deben seguir vivos o no. Por fin, pasan esta dura prueba y se quedan a vivir con los xavantes. Pasado el tiempo, les toca vivir una experiencia singular. De acuerdo a la voz en off: …en segundos, la aldea madre se ha convertido en un infierno de llamas y calor. La aldea es un caos. En contados minutos el fuego y el viento propicio arrasarán veintidós enormes malocas o chozas que albergaban 10 o doce familias cada una. Al hacer voluntariamente este acto el xavante se ha reencontrado con su vida nómade y guerrera. No dejará ningún vestigio tras de sí (…) Esencialmente nómade, el xavante abandona sin ninguna tristeza su antiguo lar. Todo ha quedado en cenizas. 31Nicolás Guigou El discurso colonialista no es capaz de advertir la situación agonística de estos grupos nómades, que, en una extraña teleología, lo destruyen todo, para llevar a cabo la reconstrucción de su vida social a cientos de kilómetros. Las formas y estrategias de los xavantes que evitan la acumulación de excedente y la concentración del poder político son conceptualizaciones demasiado densas para ser practicadas por estos seres salvajes y belicosos. Solamente es aceptada un tipo de racionalidad: la blanca, la de los exploradores, que perciben estas situaciones como parte de una suerte de “impulso nómade”. La narrativa, la filmación, genera un espacio de terror, mediante la negativa a ingresar a la temporalidad del otro. El otro carece de voz (para eso está la voz en off), de racionalidad, es, por sí mismo, agresivo y peligroso, incivilizado, y vive en un estado intocado de “primitivez”. La ausencia de Don, de intercambio, de construcción de alguna dialógica entre los nativos y la pareja caucásica es obliterada por la afirmación. Sin tiempo ni Don, la expedición colonialista –y sus éxitos– es colocada en su lugar pleno de narcisismo caucásico, lo que genera un espacio de terror en que la exterioridad fílmica y la voz en off otorgan una profunda certeza, un discurso cerrado, en la cual la cosificación del otro, la producción de su alteridad radical, asegura una desconexión temporal absoluta, en la cual no ingresa ningún tiempo, ni ningún otro. Conclusiones El experimento de montaje de Shapira, Yolocausto, y el film Más allá do Rio das Mortes expresan diferentes espacios de terror, de muerte. En el montaje Yolocausto, se desdobla la imposibilidad del Don, de dar el tiempo, a través de temporalidades obligadas a coexistir en imágenes de exterminio sobrepuestas con selfis turísticos. El espacio de la muerte, en Más allá do Rio das Mortes, se exhibe en su racionalidad caucásica, en sus capturas, en la exhibición de mostrar visualmente toda la cultura xavante, para negarla, cerrarla en sí misma, constituir una alteridad radical que impide la emergencia de un otro, de otro tiempo. Las relaciones imagéticas –relaciones políticas, simbólicas– de corte colonialista, o bien de banalización del terror del pasado, desconectan temporalidades volviéndolas disímiles, extrañas entre sí, construyendo una ajenidad humana, en la cual el otro y su tiempo no poseen un lugar, lo que asegura así que la heterogeneidad imagética que constituye nuestra contemporaneidad contenga una profundidad incierta, en la cual el reencuentro de los tiempos se vuelve imposible. Dicha imposibilidad, más que trasuntar –como, por cierto, lo hace– desolación y nuevas formas 32 Nicolás Guigou actualizadas de terror, exige una tarea de análisis y de nuevas conexiones de los variados tiempos de corte plenamente político. Tal ha sido el fin de esta escritura. Bibliografía Álvarez, José Carlos (1957). Breve historia del cine uruguayo. Montevideo: Cinemateca Uruguaya. Benjamin, Walter (2005). Libro de los pasajes. Madrid: Akal. Bourdieu, Pierre (1997). “Espíritus de estado. Génesis y estructura del campo burocrático”, pp. 91-125. En Bourdieu, Pierre, Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama. Deleuze, Gilles (1987). La imagen-tiempo. Barcelona: Paidós. Deleuze, Gilles y Guattari, Félix (1988). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos. Derrida, Jacques (1995). Dar (el) tiempo. La moneda falsa. Barcelona: Paidós. Fabre, Dardo (1961). Más allá del río Das Mortes. Historia de la “ExpediciónMato Grosso”. 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Religión y producción del otro: mitologías, memorias y narrativas en la construcción identitaria de las corrientes inmigratorias rusas en el Uruguay. Montevideo: Lucida Ediciones-MEC/LICCom/. 33Nicolás Guigou https://fic.edu.uy/sites/default/files/old/Guigou%20Comunicaci%C3%B3n,%20antropo https://fic.edu.uy/sites/default/files/old/Guigou%20Comunicaci%C3%B3n,%20antropo https://fic.edu.uy/sites/default/files/old/Guigou%20Comunicaci%C3%B3n,%20antropo https://fic.edu.uy/sites/default/files/old/Guigou%20Comunicaci%C3%B3n,%20antropo http://archivos.liccom.edu.uy/Libro%20Religion%20y%20produccion%2 0del%20otro.pdf [2008] Religião e produção do outro : mitologias, memórias e narrativas na construção identitária das correntes imigratórias russas no Uruguai . [Tesis Doctoral] Porto Alegre:UFRGS; 2008. https://lume.ufrgs.br/handle/10183/14948 ––– (2011b). “Memorias, conexiones y desconexiones: por una antropología de la vulnerabilidad”. Sociedad y Religión, vol. 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