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3 Broken Jex Lane

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Broken
TRADUCCIONES INDEPENDIENTES
J E X L A N E
CRÉDITOS
 
Reshi
 
 
Vaughan
 
Achilles
Akira de Undaunted
Aruasi S.
Blackbeak
Cris
Ella R
Irán
Isabel
Juliette
Ornella
Ravell
Samn
Tello
Valeria
Venus
YazmiinonClouds
 
 
Akira de Undaunted
Cotota
Ella R
Traducción Corrección
Corrección Final
Diseño
SINOPSIS
Vampiro. Íncubo. Semidios. Arma.
Matthew tiene muchos nombres, pero ninguno tan doloroso 
como mascota. De esclavo a íncubo del Alto Rey Malarath, 
Matthew está cansado. Cansado de pelear. Cansado de 
perder a aquellos que él ama. Cansado de la tortura. Y, en 
su desesperación, su cuerpo comienza a decaer frente a él.
El Alto Rey, furioso de que su mascota está muriendo, trae a 
la única persona que puede ayudar a sanar a Matthew: El 
Alto Lord General Tarrick. 
Aunque toda la confianza que tenía en el general se ha ido, 
tal vez aún hay esperando en la situación. Todo lo que 
Matthew necesita es empezar a actuar como un íncubo y dar 
un espectáculo. 
El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo 
final de varias personas que, sin ningún motivo de lucro, han 
dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos del libro.
El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos 
tengan la oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto 
posible, sin tener que esperar tanto tiempo para leerlo en el idioma 
en que fue hecho.
Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin 
ningún motivo de lucro, es por eso que este libro se podrá 
descargar de forma gratuita y sin problemas.
También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en 
sus países, lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a 
seguir publicando más libros para nuestro deleite.
¡Disfruten la lectura!
 
 
PRÓLOGO 
 
MALARATH 
Traducido por Ella R 
Corregido por Cotota 
 
Siglo V A.C. Grecia. 
 
—Ha llegado, su Majestad. 
La áspera voz distrajo al rey de sus pensamientos. 
Malarath bajó la mirada desde su trono dorado. Un guerrero se encontraba 
arrodillado en la base de los escalones, con el casco debajo de su brazo y su 
armadura de hoplita resplandeciendo. La batalla estaba sobre ellos, pero él no 
llevaba armas ni escudo. 
Malarath le había ordenado partir varios días atrás, pero el humano desobedeció 
y se quedó a pesar del riesgo. Incluso el gran dragón negro, Zafirah, había huido, y 
ahora el fuerte estaba vacío, salvo por ellos dos. 
Con sus pálidos ojos azules, el Rey estudió al temerario guerrero que le había 
servido durante muchos largos años. Su cabello y barba eran oscuros y su piel 
bronceada por entrenar bajo el sol durante los días; sin embargo, sus noches las 
pasaba luchando, y tenía el cuerpo firme para probarlo. 
—Deberías haberte ido, Prescott —dijo Malarath. 
El guerrero no dijo nada, sólo ofreció un leve asentimiento en señal de que había 
escuchado al Rey. 
Malarath se puso de pie. 
—Serás castigado por tu desobediencia. 
—Si él no nos mata, entonces acepto el castigo. 
La sombra de una sonrisa apareció en el borde de los labios del Rey; estaba 
contento de tener un súbdito con tanto coraje, incluso si era solo un humano. 
Malarath desabrochó el dije de rubí cerca de su hombro y dejó que su capa azul 
cayera encima del trono, exponiendo su túnica hecha de una tela tan fina que era 
 
 
casi transparente. La túnica caía suelta alrededor de su cuerpo, terminando en su 
muslo. 
Las joyas, tan doradas como su cabello, adornaban sus extremidades. Él ajustó 
un brazalete, enderezando la dirección de las gemas. No sería suficiente verse bien, 
necesitaba ser irresistible. 
—Levántate ¿Entiendes que te ofreceré a él? 
—Sí, su Majestad —dijo Prescott poniéndose de pie y colocándose el casco. 
Cubría su rostro por completo y lo hacía ver como un íncubo, largos cuernos 
curvándose en la punta hacia atrás. 
El Rey bajó las escaleras de su trono y esperó a que él llegara. 
Malarath consideró mudarse a otra habitación, una más íntima. A su alrededor, 
grandes murales decoraban las paredes y estatuas de mármol descansaban en 
cada esquina. Telas caras y pieles ricas colgaban de las altas columnas, todo 
diseñado para dirigir la vista al enorme trono dorado desde el cual él reinaba. 
Había insistido en que ese fuerte estuviera tan decorado como cualquier palacio 
que hubiera visitado. 
No. Esta habitación serviría. Él disfrutaría la sensación de poder que se 
manifestaba en este espacio. 
Malarath se obligó a serenarse, incluso al oír los pesados pasos aproximándose 
por el gran salón. Las puertas de la habitación del trono se abrieron de golpe y allí 
estaba de pie el Sanguine Dominar, un vampiro sin igual, capaz de controlar la 
sangre con un movimiento de su mano, y doblegarla a su voluntad. Vestía apretadas 
ropas de cuero, como los bárbaros: pantalones oscuros y una burda camisa, junto 
con una impresionante capa de piel que se arrastraba por el piso detrás de él. 
Egipcio por nacimiento, su piel era oscura, pero sus severos ojos eran color 
ámbar dorado. Su grueso cabello largo estaba retorcido en salvajes bucles. Y, a 
pesar de que Malarath era casi quince centímetros más alto, su presencia era 
imponente. 
Carnicero. Asesino. Destructor. Nombres que los enemigos de los vampiros le 
habían dado. 
 
 
Pero para el Rey, él era Apep: el muchacho que había encontrado en las calles 
y convertido en la compañía perfecta. 
Al verlo, Malarath tensó su mandíbula, recordándose lo que necesitaba hacer, 
incluso mientras su corazón latía fuertemente en su pecho. 
El vampiro lo observó; sus ojos estaban rojos. 
—¿Este fuerte es todo lo que tienes? 
Por supuesto. El Rey no tenía otras guaridas ni bastiones, apenas esta fortaleza 
intrascendente. Había estado escondida, protegida por la magia. O por lo menos 
así había estado, hasta una hora atrás, cuando él levantó el velo, exponiendo el 
último bastión de lo que una vez fue un poderoso imperio. 
Apep llevó su mano hacia adelante y la tensó en un puño. Prescott se levantó del 
suelo mientras una fuerza invisible comenzaba a aplastarlo en el aire. 
—Esperaba una batalla. 
—¡Espera! —gritó Malarath, cayendo de rodillas—. Me rindo —dijo, su voz casi 
temblando. 
—¿…qué? —La mano de Apep cayó hacia un lado, como si no estuviera seguro 
de lo que había escuchado. Liberado, Prescott cayó de repente al suelo y se puso 
de rodillas. 
Malarath agachó la cabeza. 
—Me rindo. Has ganado. 
El vampiro se quedó en silencio, sus ojos pasando entre los dos hombres. 
—Un íncubo decepcionante. 
—No. No puedo luchar más contigo. Todo lo que tengo es tuyo. Yo soy tuyo ¿No 
es eso lo que deseas? ¿Lo que siempre has deseado? 
—Lo que deseaba —escupió Apep, con sus colmillos afuera—, era que me 
salvaras de ella. Soporté décadas de tortura a su lado, esperando que mi amante 
viniera a buscarme. 
—Me habrías matado si lo hubiese intentado. Como lo hacen todos los vampiros 
a quienes aman después ser convertidos. No fue hasta que rompiste el vínculo que 
pude ir por ti. 
 
 
—E incluso entonces, no viniste. Usaste la guerra en mi contra para deshacerte 
de los que estaban por encima tuyo. Tú elegiste ascender al trono, Gran Rey. 
Malarath bajó su mirada y susurró: 
—Y me arrepiento de esa elección. 
—Porque hice que te arrepientas. He matado a tus guerreros, tomado tus tierras 
y te he despojado de tus riquezas. 
—No —El Rey sacudió su cabeza—. No. Me arrepiento porque tú no estabas a 
mí lado. Lo habríamos hecho juntos, y en vez de eso, estaba solo —Malarath 
levantó la vista, sus ojos se volvieron de un dorado brillante cuando se encontró con 
la mirada de su antiguo amante—. Y te anhelaba. 
Apep se acercó, atravesando la distancia de la habitación hasta posicionarse 
directamente frente al rey arrodillado. 
—¿Alguna vez la verdad sale de tus labios? 
Malarath se puso de pie, lenta y deliberadamente. Uno a uno, se fue sacando los 
anillos de oro, dejándolos caer al piso de piedra. Cadagolpe hacía eco en la enorme 
habitación. Cuando finalmente se los quitó todos, continuó con los brazaletes y 
finalmente la diadema dorada de su cabello, la cual también tiró. 
—No tengo más magia que te prohíba usar tus poderes de sangre en mí. Tú me 
controlas ahora. Estoy consciente de que me torturarás, y cuando te canses de 
hacerlo, me matarás —Malarath inclinó su cabeza en un gesto de sumisión—. Pero 
ya no lucharé contigo. 
Apep levantó el brazo y apoyó su fría mano sobre la mejilla de Malarath. Sus 
garras se clavaron en el rostro del íncubo y él cayó de rodillas una vez más. 
—¿Tus súbditos? ¿Tus guerreros? —Apep miró hacia Prescott, quien se había 
quedado en el suelo, pero sus músculos estaban listos para moverse si era 
necesario. 
Atrapado dentro de su propio cuerpo, Malarath luchó para responder y sólo pudo 
hacerlo una vez que Apep hubo chasqueado sus dedos. 
—Son tuyos. Él es tuyo. 
—Quítate tú armadura —le ordenó a Prescott. 
 
 
El guerrero se puso de pie y se sacó el casco, luego desabrochó un lado de la 
coraza que cubría su torso y, una vez que estuvo suelta, la dejó sobre el suelo, 
revelando el cabello de cabra teñido de azafrán que estaba debajo. Por último, 
descubrió las grebas que cubrían sus espinillas. 
El vampiro apareció detrás del guerrero y envolvió sus brazos alrededor del 
humano, hundiendo sus colmillos en su cuello. Prescott aceptó su destino sin luchar, 
y Apep lo liberó con un gruñido de decepción después de haber tomado apenas 
unos sorbos de sangre, lanzando al humano al suelo. 
El guerrero presionó su mano contra la herida sangrante y alzó la cabeza. 
—Patético —gruñó el vampiro, levantando su mano. 
Prescott comenzó a gritar mientras su propia sangre se volvía un arma dentro de 
él apretando y quebrando su interior. Momentos más tarde se quedó en silencio, su 
rostro pálido y sus ojos muertos. 
—¿Lo has matado? —preguntó Malarath, aún incapaz de moverse. La pérdida 
de su guerrero le dolía, mucho más de lo que alguna vez permitiría ver a alguien. 
—No he decidido todavía. 
La esperanza barrió sobre Malarath. 
—¿Y yo? ¿Qué será de mí? 
Apep caminó a su alrededor, juzgándolo desde cada ángulo. Sus ojos recorrieron 
el cuerpo del íncubo, deteniéndose en sus delgadas caderas y en su espalda. El 
vampiro intentó enmascarar sus emociones, pero Malarath pudo sentir el deseo 
despertando en él. 
El Rey esperó, sin atreverse a utilizar ninguna de sus habilidades de íncubo. La 
maldición del Sanguine Dominar volvía a Apep demasiado impredecible. Su mente 
estaba envuelta de sed de sangre y poder. 
El vampiro se detuvo frente a él, su altura imponente. 
—No he decidido eso tampoco. 
Luego Malarath sintió las ataduras del control de sangre aflojarse y entonces su 
espalda golpeó contra una columna. Una mano alrededor de su pálido cuello, 
apretando lo suficientemente fuerte como para dificultar su respiración. 
 
 
Apep se inclinó hacia él y susurró, su frío aliento golpeando ásperamente la 
mejilla de Malarath: 
—Tenías razón, te torturaré… y te usaré. 
Malarath quería extender un brazo y tocarlo, pero sería peligroso. Convirtió sus 
manos en puños. 
—Déjame complacerte. Ha pasado tanto tiempo. 
Los ojos del Dominar resplandecieron. Soltó el cuello de Malarath, luego con sus 
garras abrió el frente de la túnica del íncubo, exponiendo su cuerpo excitado. 
El vampiro le dio un zarpazo. Delgadas líneas de sangre aparecieron en la pálida 
piel de Malarath. El fuerte olor a sangre inundó el aire y las garras se clavaron más 
profundo. El temor se despertó en Malarath y los labios del vampiro se curvaron en 
una cruel sonrisa, sus colmillos hambrientos. 
Golpeó duro, hundiendo sus dientes profundamente en el tierno cuello del incubo, 
chupando ansiosos tragos de sangre. Malarath luchó contra él, y por mero instinto 
intentó controlar al Dominar, pero un dolor intenso lo atravesó. Perdió su habilidad 
para concentrarse y emitió un grito. 
—Derin, por favor —suplicó, usando la palabra afectiva de los íncubos: Adorado. 
Un nombre que le había dicho muchas veces a Apep en los momentos en que 
permitía que la pasión lo sobrellevara. 
Apep se separó de golpe. 
—No, tú has perdido el privilegio de llamarme así —gruñó, con la sangre 
brillantemente roja cubriendo sus colmillos—. Me llamarás “su Majestad”. 
Malarath bajó su mirada. 
—Sí, su Majestad. 
El dolor que lo ahogaba se calmó. 
Apep quitó lo que quedaba de la túnica de Malarath de su cuerpo, luego tomó su 
muñeca y lo empujó mientras ascendía los escalones hacia el trono de oro. Pasaron 
a un lado de Prescott, quien seguía inconsciente, su pecho subiendo y cayendo en 
un ritmo superficial. 
Sentándose en el trono, Apep empujó a Malarath entre sus piernas. Este se 
arrodilló, su cuerpo desnudo presionado contra el cuero del vampiro, y preguntó: 
 
 
—¿Me dejarás satisfacerte, su Majestad? 
Apep asintió una vez. 
Malarath colocó sus manos sobre los poderosos muslos del Dominar. Se tomó 
su tiempo, recorriendo los delgados y definidos músculos a través del cuero. Tan 
gentil como la brisa, fue dándole placer al cuerpo del vampiro, y Apep dejó salir un 
suave sonido de aprobación como respuesta. Malarath tiró de los lazos de cuero 
que apenas podían contener la dura erección de Apep. 
La situación era delicada. En cualquier momento, el humor de Apep podría 
cambiar. Si Malarath no era perfecto en cada aspecto, sufriría un dolor agonizante. 
Resistió la urgencia de alimentarse de las brillantes tiras de energía que salían del 
vampiro. 
Con los lazos sueltos, la gruesa polla de Apep quedó en libertad y Malarath pasó 
sus dedos por el lateral, deteniéndose en la punta y aplicando presión. 
—Ha pasado tanto tiempo, Muri —dijo Apep, dejando salir un gemido cargado de 
pasión. 
Muri… la palabra para amante. Atrapado con la guardia bajo, Malarath alejó la 
mano bruscamente, sus ojos dorados bien abiertos. 
Sentado poderosamente en el trono, Apep bajó la mirada al íncubo desnudo que 
estaba entre sus piernas. 
—¿Aún me amas, Derin? —preguntó Malarath, ignorando la orden de no usar 
ese nombre y conociendo de antemano la respuesta. 
Brillantes ojos rojos lo miraron, estrechándose, entonces abruptamente se 
suavizaron, volviéndose de un color dorado como la miel. Sus garras retrocedieron 
y ahuecó el rostro de Malarath, abriéndose. Por un momento, parecía que había 
pasado tanto tiempo, sus emociones se entrelazaron, y se fusionaron en uno. 
Malarath no podía decir dónde terminaba Apep y comenzaba él. 
Tan de repente como se abrió, el vampiro se cerró, dejando un vacío dentro de 
ambos. Apep se estiró y tomó las caderas de Malarath, empujándolo sobre su 
regazo y sosteniéndolo fuertemente. Pasó una mano por la piel del íncubo, 
recorriendo los cortes, devorándolos. 
 
 
—Nunca ha pasado un momento en que dejara de amarte. Te amaré por siempre, 
y no hay nada que pueda cambiar eso. 
El incubo se hundió contra el pecho del vampiro, acomodándose en el agarre. 
—Lo lamento —susurró. 
No había otra respuesta más que un apretado abrazo. El aire fresco de la noche 
se abrió paso hacia la habitación del trono y la luz de la luna se proyectó desde los 
arcos arriba de ellos. 
—Estás temblando —dijo Apep. 
—Lo lamento —volvió a susurrar Malarath, cerrando sus ojos y permitiéndose 
tomar el consuelo que le ofrecía su amante. 
Apep lo sostuvo fuertemente, con cuidado de no aplastar al frágil íncubo. 
—He esperado por mucho tiempo oírte decir eso. 
El silencio cayó sobre ellos, la pasión cociéndose a fuego lento. Finalmente el 
vampiro dijo: 
—Serás castigado. Y una vez que termine, podemos comenzar de cero. 
Malarath se alejó para estudiar el rostro de Apep. 
—No —dijo Malarath, forzándose a hablar. La guerra acabaría en unos 
momentos. Su gente, la poca que quedaba, estaría a salvo. Pero el precio era alto: 
el vacío lo atormentaría durante el resto de sus días. 
—¿No? —Confusión e ira hirvieron dentrodel vampiro. 
—Immol —dijo Malarath. Un collar de hierro apareció alrededor del cuello de 
Apep. A decir verdad, el collar había estado alrededor de su cuello durante un 
tiempo. Malarath se lo había colocado la primera vez que él se acercó y no fue hasta 
que pronunció la palabra que se volvió tangible. 
El collar tenía antiguas runas grabadas que tomaban su poder de cuatro piedras 
negras incrustadas en el metal. Las piedras eran redondas, pulidas y contenían 
cientos de pequeños agujeritos resplandecientes, cada una parecía tener una 
galaxia atrapada dentro. Piedras Nocturnas, las llamaban las brujas. Eran la magia 
consolidada. 
Él había gastado una pequeña fortuna para adquirir la magia necesaria para 
contener al Dominar, pero valdría la pena. Por su pueblo. 
 
 
El vampiro salió disparado hacia arriba, empujando a Malarath lejos de él y 
haciéndolo caer por los escalones. Malarath gruñó y se quedó quieto un momento 
mientras su cuerpo sanaba. Apep extendió su mano para controlarlo pero nada 
sucedió. 
—Mis poderes… ¿qué has hecho? —rugió Apep y comenzó a arañar el collar 
alrededor de su cuello, intentando quitárselo. 
Malarath se puso de pie. 
—Mataste a la mayoría de mi pueblo y destruiste mi imperio. No tienes control 
sobre ti mismo, Dominar. Estás resuelto a matar y purgarás éste planeta hasta que 
no quede un ser vivo en él. Estás contaminado con sangre maldita y ya no puedo 
permitir que vivas. 
—Te mataré. 
Malarath sacudió su cabeza. 
—No. Ya ha terminado todo. 
El vampiro se lanzó por los escalones, pero jamás llegó al suelo. 
—Olipsus —dijo Malarath, y el cuerpo del vampiro se aflojó, derrumbándose. 
El Gran Rey pasó por encima del cuerpo inconsciente y fue hacia su trono. Se 
colocó la capa azul que se había quitado antes, abrochándola una vez más con el 
broche de rubí. 
Arrastrando al vampiro hacia su guerrero, cortó las muñecas de Apep con una 
sola garra, dejando que la sangre fluyera dentro de la boca de Prescott. Prescott 
comenzó a atragantarse y a toser, ahogándose con la sangre mientras esta lo 
sanaba. 
—Tuvo éxito, su Majestad —dijo, mientras se incorporaba y se limpiaba la 
esquina de su boca. 
—Sí. Ponte tu armadura y tráelo al lugar que tengo preparado para él. 
Prescott asintió e hizo lo que se le había ordenado. 
Una vez fuera, Apep fue amarrado a una gran roca con pesadas cadenas de 
plata, su cuerpo desnudo a excepción del collar, estirado sobre la piedra como una 
ofrenda a los dioses. Malarath observó a su amante inconsciente, memorizando 
cada detalle. 
 
 
El silencio fue roto cuando Prescott estiró su mano y, con un chisporroteo y un 
brillo verde, una espada dorada apareció, adornada con marcas de la diosa íncubo. 
—Ella está aquí, su Majestad —dijo, señalando al cielo. Un enjambre de 
murciélagos revoloteó contra la gran luna. Los murciélagos se fueron acercando 
hasta fundirse juntos, formando a una mujer de piel oscura y ojos crueles. 
La Reina de los Vampiros. 
—Nunca lo debiste haber convertido, Nebethat —dijo Malarath. 
Los labios de la Reina se curvaron hacia arriba, mostrando sus largos colmillos. 
—Deberías haberme elegido a mí, no a él. Él no te merecía. 
—Nunca te amé. 
—¿Y lo amaste a él? 
Malarath acarició el rostro de Apep en un gesto de ternura. 
—Él es el único a quien alguna vez he amado. —Los ojos de Malarath se 
estrecharon al dejar libre su furia—. Y tú lo arrancaste de mí. 
—Tú deberías haber… 
Cansado de escucharla hablar, él levantó una mano para hacerla callar. 
—Borraré a tu especie del planeta, y cuando tú seas el último vampiro que quede, 
entonces vendré por ti. Tal vez entonces entiendas la profundidad de mi pérdida. 
Tal vez entonces entiendas lo que me arrancaste. 
Ella se rió de él, sus blancos colmillos reflejando la luz de la luna. 
—La mayoría de los tuyos están muertos. Tú nunca podrás matarnos a todos. 
Su cuerpo explotó en miles de murciélagos y ella voló hacia la noche. 
—Ella no se equivoca, su Majestad. No quedan muchos íncubos —dijo Prescott, 
todavía sosteniendo la espada. 
—Quedan los suficientes. Y con ellos, reconstruiré y levantaré un poderoso 
imperio para servirme. 
Prescott señaló a Apep con la cabeza. 
—¿Lo despertará? 
Malarath extendió su mano y Prescott le entregó la espada. 
—Vete. 
El guerrero hizo una reverencia y se marchó. 
 
 
—Suspilo —dijo Malarath, y el vampiro despertó. Tironeó de las cadenas de plata. 
Una vez que se dio cuenta que estaba atrapado, no emitió palabra mientras clavaba 
la mirada en el rey íncubo—. El sol saldrá pronto. 
Apep cerró sus ojos fuertemente y apartó la mirada. 
Malarath tocó su barbilla y le hizo voltear la cabeza para enfrentarlo. 
—Mírame, Derin. 
Él lo hizo. Sus severos ojos no ocultaban su furia. 
—No dejes que me queme bajo el sol. Si voy a morir, prefiero que sea bajo tus 
manos, Muri. 
—Yo… —Malarath no estaba seguro de tener la fuerza necesaria para cumplir 
con el pedido. 
—Bésame —dijo Apep. 
Malarath obedeció, inclinándose sobre la roca, y sus labios se aplastaron contra 
los de Apep. El calor se volvió fuego dentro de él. Este era su último beso. La última 
vez que sentiría a su amante contra él. Cuando se separó, le costó trabajo recuperar 
el aliento, como si una gran estatua estuviera aplastando su pecho. 
Quería hacerle el amor, satisfacer ambos cuerpos. Restregó su cadera contra el 
vampiro, su sexo pidiendo más. 
—No —dijo ásperamente Apep, haciendo claro su propio deseo—. Sería una 
burla a lo que tuvimos. Termina con esto. Por favor. 
Malarath se alejó y quedó de pie frente a la roca, observándolo una última vez. 
—Si existe alguna manera de volver a estar contigo, la encontraré —dijo el 
íncubo, y cortó el cuello de Apep con la espada, separando la cabeza del cuerpo. 
Observó mientras el vampiro se transformaba en cenizas. El collar de hierro cayó 
sobre la piedra y rebotó hacia el suelo. 
Malarath lo levantó y lo apretó en su mano. Emitió un grito cuando el sol se divisó 
a su espalda, quemando los últimos restos del cuerpo de su amante. 
 
 
 
CAPITULO UNO 
 MATTHEW 
Traducido por Ella R 
Corregido por Cotota 
 
Aproximadamente 2500 años más tarde. Nueva York. 
 
—Devak —dijo Matthew, su voz bruta, tensa. Delirando a causa del hambre, no 
podía recordar dónde estaba o cómo había llegado hasta allí. 
Luchó contra las invencibles ataduras que lo mantenían suspendido en el aire, 
pero estas no cedieron. Sus brazos dolían como si hubiese estado colgado desde 
hacía tiempo. Los gruesos grilletes alrededor de sus tobillos no se sentían mucho 
mejor. Pesadas cadenas amarradas al suelo tiraban de sus piernas, dejando que 
sólo las puntas de sus pies tocaran el piso. Un brillante foco de luz direccional lo 
iluminaba. 
Estaba desnudo a excepción de los grilletes y el pesado collar alrededor de su 
cuello. Su cabeza estaba caída hacia adelante a causa de la debilidad. Por lo menos 
el metal no era plata. Una pequeña bendición. 
No podía recordar la última vez que la sangre había tocado sus labios. 
Sus caracteres de vampiro, las garras, los colmillos y los irises rojos, no se 
retraían, sin importar lo mucho que intentara regresar a su forma humana. La 
criatura dentro de él estaba desesperada por alimentarse. 
—Devak —repitió Matthew, como si al decir su nombre pudiera invocarlo. 
—Tú guardián de sangre lleva tiempo muerto —susurró una voz cruel de entre 
las sombras. 
Eso era. Los íncubos lo habían recapturado ¿Cuánto tiempo había pasado? 
¿Semanas? ¿Meses? Quizá la peor parte del encarcelamiento de Matthew no era 
el hambre, sino él. 
Malarath. 
El Gran Rey. 
 
 
Cada vez que Matthew despertaba, la criatura estaba allí en la habitación. 
Observando y esperando en las sombras, lejos de la luz. 
Con un gran esfuerzo, Matthew levantó su cabeza y un destello de luz se reflejó 
en los ojos azul claro de Malarath. La presencia del Gran Rey hacía que incluso el 
aire se tornara frígido e hiriente, yel leve olor a jazmines mareaba a Matthew. 
Salvo la primera noche de la captura de Matthew, cuando Malarath le había 
informado que debía llamarlo Amo, esta era la primera vez que el Rey había dicho 
algo más. Y fue sólo pare recordarle que Devak se había ido. Muerto. 
Maldito idiota. 
Matthew estrechó sus ojos y gruñó. O intentó hacerlo. Salió más parecido a un 
murmullo seco. 
Malarath dio un paso hacia la luz, sus ropas azul grisáceas se movían detrás de 
él, acomodándose en el lugar cuando él se detenía. El líder de los íncubos no era 
nada parecido a lo que había imaginado Matthew la primera vez que había oído 
hablar de él. Él estaba esperado un enorme bruto, alguien que llenara el trono con 
un inmenso físico masculino y una presencia arrolladora. Un guerrero. Un general 
convertido en rey. 
Pero Malarath no era eso. Era alto y delgado, con una apariencia casi espectral 
y una postura que denotaba una perfecta seguridad en sí mismo. 
Malarath pasó un dedo a lo largo del demacrado cuerpo de Matthew, 
comenzando por el collar hasta llegar a la base de su flácido pene. El contacto fue 
mucho más cálido de lo que Matthew esperaba, y si no hubiera estado muriéndose 
de hambre en esos momentos, su polla estaría dura como una maldita piedra. 
Era desagradable, aunque no sorprendente, dado que se estaba enfrentando al 
íncubo más antiguo del planeta, la manera en que el cuerpo de Matthew respondía 
al Rey, como si lo deseara. Su estómago rugió. 
—¿Tienes hambre, mascota? —preguntó Malarath. 
Matthew clavó la vista en el largo cuello del Rey, observando cómo la vena 
pulsaba debajo de su piel. Arrastró su mirada para fulminar al Gran Rey. No 
respondería una pregunta tan estúpida. Ni ninguna pregunta, en tal caso. 
 
 
Malarath no dijo nada más. Se quedó de pie quieto, durante lo que parecieron 
horas, como si no le afectara el paso del tiempo, esperando que Matthew 
respondiera. 
Mattew entraba y salía de la consciencia. Hasta que, finalmente, el Gran Rey 
volvió a hablar. 
—Mi general me dice que tú le estuviste hablando durante seis días con el mínimo 
esfuerzo de su parte. Podría hacer que supliques en seis minutos, ¿deseas 
experimentar eso? —preguntó Malarath, sonando indiferente; e incluso algo 
aburrido. Su rostro no mostraba emociones, lo que era un extraño contraste con lo 
seductor y atractivo que era. Pero era una belleza vacía, como la de una muñeca 
de porcelana. 
Los íncubos habían evolucionado, volviéndose excitantes, perfectos, para poder 
atraer presas de las cuales alimentarse, pero eran tan monstruos como los 
vampiros. Por lo menos estos últimos eran honestos acerca de lo que eran. 
Matthew cerró sus ojos, preguntándose qué era lo que al Gran Rey le gustaría 
hacerle si no respondía. La única pizca de felicidad que tenía era debido a que 
Samantha estaba lejos de allí y segura. Por lo que él sabía, ninguno de los íncubos 
conocía la existencia de su hija vampiro. 
Su corazón se hizo jirones al pensar en ella. 
En realidad, esa era la peor parte de su encarcelamiento, su separación de ella. 
De vez en cuando podía sentir un delgado hilo que tiraba de su pecho, haciéndole 
saber que ella estaba viva. A veces, a través del vínculo, podía sentir que ella estaba 
atemorizada y le mataba saber que él no podía ayudarla. 
La mayoría del tiempo no podía sentirla para nada, y eso era mucho peor porque 
no tenía idea de qué había sucedido con ella. Era extraño que él no se cegara por 
la ira cada vez que el vínculo desaparecía. Pero claro, apenas tenía la fuerza 
suficiente como para mantener la cabeza erguida. 
Matthew consideró lo que el Gran Rey había dicho… ¿seis minutos? Demonios, 
si alguien pasara una bolsa de sangre por sus narices las palabras se atropellarían 
por salir de su boca. No era que no quisiera pelear, pero ya habiendo sido 
 
 
quebrantado por un íncubo, la idea de que volviera a suceder tornaba su alma de 
plomo. Las cosas serían más fáciles si solo se rendía ante Malarath. 
Abrió sus ojos y tragó en seco. 
—Sí, Amo. Tengo hambre. 
Las palabras se atoraron en su garganta. Los odiaba. Se odiaba a sí mismo. Y 
odiaba a su maldito creador por hacerle esto a él, por dejarlo indefenso en el suelo 
para que los íncubos lo recapturaran. 
Malarath se quedó congelado en el lugar durante tanto tiempo que Matthew no 
tenía idea si recibiría algo de sangre o no. Tal vez tendría que pedirla como hacía 
con Tarrick… 
—¿Puedo tomar un poco de sangre, Amo? 
La mano de Malarath se presionó tan fuerte en el raquítico estómago de Matthew 
que él soltó un grito. Una sensación de antaño pulsó en su vientre. Estaba siendo 
escaneado. Era una habilidad que permitía a los íncubos “ver” su interior como un 
ultrasonido. No todos los íncubos podían hacerlo, pero no era sorprendente que el 
Rey sí pudiera. 
Él ya sabía lo que el Rey encontraría: cuatro bolsas de sangre explotadas y un 
soavik vacío que se acalambraba dolorosamente, a pesar de que la falta de sangre 
era mucho más agonizante. 
Malarath dejó de escanearlo, pero dejó su mano apoyada sobre su abdomen. No 
dijo nada, y eventualmente Matthew dejó caer su cabeza hacia adelante. No 
obtendría sangre y el hambre se estaba volviendo demasiado sobrecogedora y 
dolorosa. Se sorprendió de haberse mantenido lúcido durante tanto tiempo. 
Eventualmente sus pensamientos comenzaron a desencajar y el mundo dejó de 
tener sentido. 
Cerró sus ojos y se concentró en intentar recobrar la compostura. Cuando los 
abrió, Malarath ya no estaba tocándolo… y estaba usando ropas diferentes, de color 
verde claro. Su largo cabello dorado estaba atado. Una o más noches habían 
pasado, y Matthew ni siquiera se había dado cuenta. 
—Lo estás llevando bien, mascota —dijo Malarath. El cumplido fue… inesperado. 
—¿…qué? —preguntó Matthew, con la garganta seca. 
 
 
Malarath se quedó quieto, esperando algo. 
Le tomó un tiempo, pero Matthew recordó qué era lo que Malarath quería y volvió 
a intentar. 
—No estoy seguro de lo que quiere decir, Amo —dijo, con algo de esfuerzo. 
—No tolero la falta de auto control. Si tienes hambre, debes soportarla hasta que 
decida alimentarte. He estado entrenándote para que resistas el hambre y no cedas 
ante la furia. 
¿Entrenando? Esto se sentía como una tortura. 
—¿He estado enloqueciendo de furia? —preguntó Matthew. Tarrick le había 
dicho una vez que los vampiros sucumbían a la ira cuando morían de hambre. Era 
una respuesta instintiva para encontrar sangre. Una vez que un vampiro llegaba a 
ese punto, se enloquecía hasta atiborrarse con los humanos. 
Malarath se acercó un poco más. El aire alrededor suyo bajó un par de grados. 
—¿Cuánto tiempo crees que pasó desde que mi guerrero te trajo aquí? 
Matthew se habría encogido de hombros si hubiera podido moverse, 
—Un par de semanas, quizás un mes. 
—Nueve meses. 
Matthew parpadeó. 
¿Nueve meses? ¿Nueve malditos meses desde que Devak había muerto? 
¿Desde la última vez que había visto a Samantha? ¿Nueve meses colgado en 
esta… celda? Por lo menos él asumía que era una celda, sus sentidos estaban 
demasiado entumecidos, sus ojos demasiado débiles para ver algo fuera del círculo 
de luz. 
Los recuerdos lo invadieron. Durante meses había estado solo. Hambriento, 
había suplicado sangre. Suplicaba compañía, una persona con la cual hablar. 
Suplicaba a Devak que apareciera… a Tarrick… a cualquiera que apareciera y lo 
salvara. 
Entonces cedió a la furia y sus recuerdos se desvanecieron. 
La confusión lo retuvo. Él temía al Gran Rey… pero había una parte de él que no 
quería que él se fuera, aunque fuese para no estar tan solo. 
Era enfermizo. 
 
 
Matthew quería gritar, o tal vez llorar, pero no tenía energía para ninguna. 
En vez de eso, se volvió a desvanecer en la oscuridad. Cuando volvió en sí, 
Malarath vestía una bata azul oscuro con bordados dorados, su cabello suelto, sus 
pálidos ojos examinándolo. 
—Estas cerca, mascota. Cuando seas capazde pasar una noche entera sin 
sucumbir a tu hambre, avanzaremos. 
¿Una noche entera? No estaba seguro de poder hacerlo, pero debía intentarlo si 
tenía alguna esperanza de soltarse de esas cadenas. 
Horas más tarde, no pudo soportar más los calambres y se desvaneció. 
Cuando volvió a despertar, Malarath tenía otra vestimenta. De pie allí, sin 
moverse. 
Al ver a Malarath al borde de la luz, Matthew se dio cuenta que rara vez 
parpadeaba, quizás una vez cada un par de minutos. Como una distracción, 
comenzó a contar cada parpadeo e intentar adivinar cuánto tiempo pasaba. Tenía 
que soportar una noche entera. 
No lo hizo. 
No esa noche. Ni la siguiente. Ni la que le siguió a esa. Pero cada noche pasaba 
más y más tiempo despierto. Cada noche, Malarath se quedaba en silencio, sin 
decir nada, incluso cuando Matthew suplicaba algo de sangre o intentaba aferrarse 
al Gran Rey. Apenas le cosquilleaba, aunque Matthew no esperaba realmente poder 
persuadir a una criatura tan antigua. Apenas podía hacérselo a los humanos. 
Una noche intentó controlar a Malarath, quien no utilizaba lentes de contacto 
preventivos ni anteojos, con un “libérame”. Eso le hizo ganar una pequeña media 
sonrisa de parte del Gran Rey. 
Malarath se adelantó y pasó sus manos por las huesudas costillas de Matthew. 
Él quería alejarse de ese contacto… y acercarse a él. Lo deseaba y quería más. Era 
humillante. 
—Durante nueve meses no fuiste capaz de salir de esa furia, ni siquiera por un 
par de minutos, y ahora casi puedes pasar una noche. Un mes más y serás lo 
suficientemente fuerte como para resistir —dijo Malarath. 
¿Un mes? No. Esta noche. 
 
 
Estrechó sus ojos, determinado a probarle al Gran Rey que estaba equivocado, 
y utilizó su ira para distraerse del dolor. 
El tiempo pasó lento, y la urgencia de rendirse a las sombras crepitaba a su 
alrededor, pero él la hacía retroceder. 
En las largas horas de silencio, sus pensamientos se centraron en Devak y la 
pena lo ahogó. Nunca volvería a sentir el cálido toque de Devak, ni sus suaves 
labios. Nunca volvería a ver sus ojos color ámbar, ni a oír su serena voz. 
Solo habían pasado un par de meses juntos, sin embargo se sentía como si 
hubiese sido mucho más tiempo. 
Y ahora Matthew volvía a estar solo. Sin familia a su alrededor, sin amantes, sólo 
un frío e indiferente íncubo monarca paseándose por las sombras. “Amo” debía 
llamarlo Matthew. Una vez más, consideró resistirse, pero sabía dónde lo llevaría 
ese camino, y no estaba seguro de poder luchar. 
Los párpados de Matthew se sentían como plomo. Mantenerlos abiertos era una 
tarea casi insuperable, pero se rehusó a sucumbir al cansancio esa noche. Tenía 
algo que probar. 
Sobrevive. No dejes que te quiebren. Esa era la última cosa que Samantha le 
había dicho. Matthew había asumido que ella estaba hablando acerca de su 
creador, el Dios de Sangre, pero se había equivocado. Ella había estado hablando 
acerca del Gran Rey. Los oráculos eran graciosos, hablaban misteriosamente y con 
amagues. 
Matthew no estaba seguro de poder salir entero de esta, pero lo intentaría, por 
ella. 
El tiempo pasaba y, a pesar de que no lo podía ver, sentía al sol aproximarse en 
el horizonte. Le disparó a Malarath una mirada triunfante. 
La boca de Malarath se curvó en una sonrisa. 
—Bien hecho, mascota. 
Matthew se avergonzó, horrorizado por el placer que le provocó el cumplido. 
 
 
 
 
 
 
 
CAPITULO DOS 
Traducido por Ella R 
Corregido por Cotota 
 
 En lo que Matthew solo pudo describir como una experiencia divina, la vida 
inundó su boca. Deliciosa, celestial y restauradora, la sangre se filtró por su lengua 
y bajó por su garganta. Estaba demasiado débil para abrir sus ojos, pero absorbió 
fuertemente de una especie de tubo que penetró sus labios. 
La sangre dejó de fluir, seguida de un fuerte sorbido. El tubo fue arrancado de su 
boca y él dejó salir un quejido. Necesitaba más. 
Dentro de él se concentró en sanar su cuerpo. Sus músculos estaban débiles, 
sus sentidos embotados, las bolsas de sangre colapsadas e incluso tenía algunas 
fracturas, especialmente donde sus muñecas estaban encadenadas. 
—¿Cuánto va hasta ahora? —preguntó un hombre, de pie cerca suyo. 
Probablemente la persona que lo estaba alimentando. 
Un hombre diferente respondió. 
—Dos galones, señor ¿Quiere que vaya a buscar más? 
—Sí. Los está terminando rápidamente. Trae otros dos y ponle una sonda. 
¿Ya iban dos litros? La sangre quemaba dentro de él mientras se curaba. O por 
lo menos así se sentía. No estaba realmente seguro de cómo su cuerpo se deshacía 
de la sangre física. Seguro como el demonio que no la orinaba. Tendría que 
preguntarle a alguien algún día como funcionaba todo eso. 
Sonrió para sus adentros. Era un íncubo viviente que se alimentaba de sexo y 
sangre y aquí estaba, buscando una clase de explicación científica. Próximamente 
querría saber cómo los guardianes volaban con alas hechas de sangre o cómo los 
cambia-formas ganaban masa cuando se transformaban… 
Dios, estaba siendo absurdo en esos momentos, pero se sentía tan 
endemoniadamente bien volver a tener sangre. Estaba vibrando de placer y 
comenzó a ronronear. 
—Alguien está feliz —dijo el hombre que estaba más cerca. 
 
 
Matthew abrió sus ojos de golpe y los forzó a centrarse. 
La celda, no, tacha eso, la jaula ahora estaba iluminada por las luces del techo. 
Él estaba encadenado en medio delo que parecía una enorme jaula para pájaros. 
Barrotes dorados se levantaban desde el piso de cemento y se curvaban por encima 
de él. 
Alrededor de la jaula había un espacio vacío, luego una pared de concreto circular 
con runas resplandecientes pintadas en ella. Una trampa de vampiros. 
No había ventanas y sólo una pesada puerta plateada que se veía como si 
perteneciera a una base militar. Varias cámaras colgaban del techo, junto con un 
único cabezal de ducha posicionado arriba de la jaula. 
Matthew notó que había una sección de barrotes que se veían recientemente 
soldados. También había sangre seca por doquier. Y marcas de garras en las 
paredes fuera de la jaula, sobre el propio cemento. Algo grande y fuerte había roto 
los barrotes e intentado escapar de la habitación. Matthew estaba noventa y nueve 
por ciento seguro que había sido él, a pesar de no recordar haberlo hecho. 
El Emperador Prescott estaba de pie delante de él. 
Líder del Cuerpo de Cazadores. 
El guardaespaldas personal del Gran Rey. Según los rumores, él tenía más de 
mil años de edad, pero se veía más joven que Matthew; como de veinte y pico. 
Llevaba puesta su usual armadura de cazador: un diseño griego con una pechera 
esculpida, gruesos protectores de brazos y piernas y una falda hecha con tiras de 
cuerpo que se vería estúpida en cualquier otra persona, pero a él le quedaba bien. 
Cuando Matthew lo había visto en el pasado, siempre llevaba su casco puesto, 
ocultando sus rasgos. Ahora no lo tenía, y dejaba al expuesto su cabello corto, su 
barba prolija y su nariz recta. 
El hijo de puta había asesinado a Devak. 
La furia se despertó en Matthew, él se sacudió y le siseó al Emperador; las 
cadenas sacudiéndose. 
Prescott golpeteó el pecho de Matthew, como una burla. 
 
 
—Cálmate. Nos tomó un par de intentos, pero estas cadenas pueden sostenerte 
incluso a ti. —Prescott observó el daño en la habitación. —Fuiste un poco más fuerte 
de lo que esperaba. 
—Voy a matarte —siseó Matthew. 
Prescott sacudió su cabeza. 
—No, pero será divertido verte intentarlo. 
Matthew curvó sus labios, mostrando sus colmillos. 
—Deberías ser más agradable conmigo, soy el que tiene la sangre —dijo 
Prescott, sosteniendo una bolsa de sangre llena y balanceándola. 
Matthew fantaseaba con drenarlo hasta que estuviera al borde de la muerte, 
sanarlo, y volverlo a hacer. Una y otra vez hasta que su necesidad de venganza 
estuviera satisfecha. Pero era una tonta fantasía, dado que los cazadores 
envenenabansu sangre. Se preguntó cuánto tiempo tardaría purgarla del cuerpo de 
Prescott. 
Prescott metió un tubo conectado al paquete de sangre en la boca de Matthew. 
Este le clavó una mirada ceñuda. Asesino. 
—Chupa —ordenó Prescott, apretando la bolsa. La sangre goteó por la boca de 
Matthew mientras él estrechaba sus ojos. Prescott se encogió de hombros y 
comenzó a sacar el tubo—. Si no quieres sangre… 
Matthew se aferró al tubo con sus dientes y a regañadientes comenzó a succionar 
de él como si fuera un sorbete. Sangre fría que le recordaba al café que no se 
tomaba lo suficientemente rápido, pero para él era éxtasis. Y tan enojado como 
estaba, también estaba emocionado por obtener más. Tenía un presentimiento que 
sería demasiado esperar algo de ropa próximamente. 
A lo largo de las siguientes siete noches, un cazador entraba a la jaula cada dos 
horas para cambiar la bolsa de sangre que tenía conectada por intravenosa, pero 
salvo eso, Matthew estaba solo. Su soavik le daba calambres, y estaba tentado a 
hacer que un cazador le hiciera una mamada para poder alimentarse sexualmente 
y detener el dolor. 
No estaba lo suficientemente fuerte para controlar mentalmente a un cazador, en 
especial a estos que trabajaban para Prescott y Malarath y estaban directamente 
 
 
entre los mejores. O por lo menos eso había oído él cuando entrenaba con los 
cazadores cadetes en la Academia Ashwood para Cazadores de Vampiros. 
Obligarlos estaba descartado, dado que todos los cazadores usaban lentes de 
contacto para prevenir que eso sucediera. 
Estaba miserablemente solo en la jaula, pero por lo menos tenía sangre. 
Antes del atardecer de la octava noche, el golpe de un látigo contra su espalda 
desnuda lo despertó. Era incapaz de moverse dado que aún era de día, pero podía 
gritar y, con un enorme esfuerzo, mantener sus ojos abiertos. 
El Gran Rey estaba de pie delante de él vestido con una bata granate con 
bordado plateado y un gran collar que le daba un aspecto siniestro. Llevaba anillos 
con gemas en cada uno de sus dedos, siempre los tenía puestos, y una diadema 
dorada trenzada en su cabello. 
Otro latigazo golpeó contra su espalda y Matthew se las arregló para suprimir su 
grito con un gruñido. 
—Oh. Estás despierto —dijo Malarath, los bordes de sus labios alzándose en una 
sonrisa inquietantemente juguetona. Bastardo. 
Matthew podía oler a Prescott parado detrás de él, blandiendo el látigo sin dudas. 
También había olor a dedalera, un veneno para vampiros que ralentizaba la 
curación. Apestaba como el demonio. 
Cuando Malarath se acercó, la temperatura bajó un par de grados. Él pasó su 
mano a lo largo del brazo derecho de Matthew, trazando el tatuaje que lo cubría. 
Algunos de los músculos de Matthew habían sanado durante la semana pasada, 
beneficios de ser un vampiro, pero aun tendría que trabajar por los que restaban. 
Deseaba que Malarath dejara de tocarlo. El suave contacto le causaba repulsión… 
y sin embargo, quería más. 
Estaba agradecido que su polla no estuviera dura como una piedra en ese 
momento, pero tan pronto como el sol se pusiera, su traicionero pene 
probablemente se excitaría. Tal vez le dieran algo de ropa en algún momento. Heh. 
—Que lo trasladen a mi habitación. Lo disfrutaré allí —dijo Malarath, bajando su 
mano. 
 
 
Matthew gruñó y otro latigazo cayó sobre su espalda. Aún incapaz de moverse, 
Matthew no pudo hacer más que soportar el dolor. 
—Con que le gruñas otra vez, te cortaré la lengua —dijo Prescott detrás de él. 
Matthew resistió la tentación de gruñirle, sólo para fastidiarlo. 
Malarath pasó sus nudillos por la mejilla de Matthew, las gemas de sus anillos 
frías contra su piel. 
—¿Te gusta, eh? —preguntó Prescott. 
El Gran Rey tomó a Matthew por la barbilla, moviendo su cabeza para 
inspeccionarlo. 
—Será una mascota adecuada. 
—Vete a la mierda —dijo Matthew antes de poder detenerse. 
Los dedos se tensaron en la barbilla de Matthew mientras otro latigazo golpeaba 
su espalda. Él gritó. 
Prescott dio un paso hacia adelante. 
—No hables salvo que te pregunten algo, y cada vez que lo hagas, te referirás al 
Gran Rey apropiadamente. Lo llamarás “Amo” y a mí te dirigirás como “Emperador”, 
¿está claro? 
—Vete a la mierda tú también, Emperador. 
Otros cuatro golpes destrozaron su piel y Matthew tensó su mandíbula, gruñendo 
del dolor. Por poco se desmaya. Mantenerse despierto durante el día era siempre 
exhaustivo y esto lo estaba llevando al límite. 
—Intenta responder eso nuevamente —dijo Prescott. 
Matthew se estaba sintiendo rebelde, pero había marcado su punto de vista lo 
mejor que pudo. Cualquier otra cosa lo haría ganar más azotes. 
—Estuvo claro, Emperador. 
El sol se puso y Matthew fue capaz de volver a moverse, o algo así. Podía 
sacudirse un poco, pero las cadenas mantenían a su cuerpo quieto y no le permitían 
ningún movimiento además de ese. Por instinto, quitó su cabeza del tenso agarre 
de Malarath. Para su sorpresa, Malarath lo soltó. 
—¿Estás seguro que se comportará en tu habitación? —preguntó Prescott. 
—Sí. Se comportará —dijo Malarath, saliendo de la jaula. 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPITULO TRES 
 
Traducido por Ella R 
Corregido por Cotota 
 
Prescott estaba de pie en el umbral de la jaula, un látigo envuelto alrededor de 
su mano. 
—Rayak —dijo, y las cadenas que sostenían a Matthew se desconectaron de las 
esposas. Matthew, quien no había estado de pie durante meses, se derrumbó en el 
suelo. 
Pero ahora era libre y el hombre que había matado a Devak estaba en la jaula 
con él. 
Su puto error. 
Matthew alejó al dolor encogiéndose de hombros y se abalanzó sobre Prescott. 
Sus colmillos aparecieron y evocó a su hacha, Bloodreaver, Portadora de la Ruina. 
Según Samantha, el hacha tenía nombre propio. Era una perra egocéntrica. 
Los tatuajes de su brazo derecho, usualmente negros, se volvieron color 
escarlata al abrirse. La sangre salió pero el hacha no se formó. 
En vez de eso, la sangre simplemente cayó al suelo, fallando al tomar forma en 
su mano. Antes de poder deducir qué carajos estaba pasando, Prescott pronunció 
la palabra: 
—Raylo. 
Las esposas en los brazos de Matthew se unieron de golpe detrás de su espalda 
como si estuvieran magnetizadas. Las de sus piernas también se juntaron y él 
tropezó y cayó al suelo, dejando tras de sí un rastro de sangre al chocar contra las 
barras de la jaula. La plata quemó su piel desnuda. 
Intentó no gritar, pero no fue capaz de detener los alarmantes gruñidos que 
escapaban de sus pulmones. 
Prescott bajó la vista hacia él, poco impresionado. 
—¿Has terminado? 
 
 
Matthew le enseñó los colmillos mientras se retorcía alejándose de las barras de 
plata, solo para que una pesada bota aterrizara en su hombro y lo mantuviera 
presionado contra la jaula. El olor y el crepitar de la carne quemándose llenaron el 
aire. 
Prescott sonrió. 
—No tenemos apuro. 
Matthew siseó, y Prescott retrocedió unos pasos con una sonrisa plantada en sus 
labios. Matthew rodó sobre su estómago y luchó por ponerse de rodillas, una tarea 
nada fácil cuando tenía todas sus extremidades sujetadas. 
—¿Cuál es tu plan aquí? —preguntó Prescott— Asumiendo que puedes ponerte 
de pie, ¿saltarás hacia mí como un conejo e intentarás morderme un par de veces? 
¿Quizá darme unos cabezazos? Tu papi me golpeó y no me movió ni un pelo. 
Necesitas detenerte y pensar antes de intentarlo nuevamente. 
Sí. Sí, ese había sido su plan. Pero ahora que Prescott lo decía en voz alta, 
sonaba estúpido. Las palabras actuaron como sedante ante su furia ciega y él se 
dio cuenta que no había nada que pudiera hacer en esos momentos. Se sentía 
malditamente inútil mientras intentaba curar a las tiras de quemaduras de plata. 
También cerró sus tatuajes sangrantes, preguntándose por qué mierda no podía 
evocar su hacha. 
Matthew inclinó su cabeza hacia adelante, y estrechó su mirada hacia Prescott. 
—¿Terminaste? —preguntóPrescott. 
Matthew ni se acercaba a terminar, pero esperaría una mejor oportunidad antes 
de intentar atacar nuevamente. Asintió una vez. 
—Rayal —dijo Prescott, mientras enganchaba el látigo a su cinturón. Las 
cadenas alrededor de los pies de Matthew se desconectaron y él se levantó. Cual 
fuera la fuerza que mantenía las esposas de sus brazos pegadas en su espalda, no 
cedía. 
Magia de mierda. 
Odiaba la magia y esas estúpidas malditas palabras: Rayak, Raylo, y ahora 
Rayal; cada una le hacía una mierda nueva. 
 
 
Prescott movió sus manos hacia la marca sangrienta en el suelo y el cuerpo 
cubierto de sangre de Matthew. 
—Mandamos a hacer estas esposas especialmente para ti. Intentar convocar a 
tu amada arma no hará más que causar un gran desastre. 
Maaaaldita magia. 
Por lo menos ahora sabía por qué su arma no se había formado. 
—Intenta escapar otra vez y aprenderás de lo que es capaz el collar. 
Personalmente, no lo recomiendo. Fue hecho para alguien mucho más fuerte que 
tú —Prescott tomó a Matthew del codo y lo apuró fuera de la jaula. 
Esperaron en el umbral de la pesada puerta de la habitación antes que esta se 
abriera. Una luz brillante lo inundó desde el otro lado y él forzó a sus ojos a ajustarse 
mientras era empujado hacia adelante. 
Caminaron por un largo pasillo de cemento que tenía más puertas reforzadas. 
Matthew podía sentir a las otras criaturas poderosas encerradas allí, pero no tenía 
idea de lo que eran. Un equipo de seis cazadores montaba guardia. Todos se veían 
toscos, con una actitud de no-me-jodas. Cada uno saludó a Prescott. 
Matthew odiaba el hecho de estar desnudo. Como un íncubo, no le debería 
molestar tanto como lo hacía, pero deseaba algo de ropa. Por lo menos Tarrick 
siempre le había vestido. 
—¿Necesita un escolta, señor? —preguntó uno de los guardias a Prescott. 
—Nah, él no me dará problemas. 
Matthew frunció el ceño. Le daría malditos problemas si pudiera… 
Prescott empujó su bota contra la pantorrilla de Matthew para ponerlo en 
movimiento. Matthew le clavó la mirada y siguió avanzando. Al final del pasillo había 
otra pesada puerta. Ellos esperaron y esta se abrió hacia una habitación con tres 
elevadores. El del medio se abrió y ellos entraron en él. 
Era enorme, capaz de contener a dos equipos de cazadores, doce personas, 
fácilmente. No había botones, sino que runas verde resplandecientes cubrían las 
paredes de metal. Prescott colocó su mano donde el panel de botones normalmente 
estaría y las runas se hicieron visibles. Había casi cien de ellas. 
Él tocó la segunda runa de la parte superior y luego le sonrió a Matthew. 
 
 
—Si estas planeando escapar, necesitarás a alguien que pueda activar la magia 
para este elevador. Si llegas tan lejos, serías el primero. 
Matthew pretendió ignorarlo, pero estaba planeando su escape. Necesitaba 
aprender el diseño de este lugar. Mientras el elevador comenzó su ascenso, él 
observó su reflejo en el metal. Se veía miserable: cubierto de sangre, su cabello 
marrón opaco, su cuerpo delgado y huesudo, y sus ojos plateados oscuros. 
Su cabello estaba mucho más largo de lo usual. No estaba seguro de por qué, ni 
de cuándo había crecido, usualmente tenía que forzarlo a crecer. Nunca tener que 
cortarse el pelo era un beneficio extrañamente agradable de ser un vampiro. No 
estaba demasiado emocionado de ver que su pelo púbico había crecido también, y 
se veía como un nido de pájaros. Le gustaba mantenerlo prolijo. 
El pesado collar de hierro alrededor de su cuello llamó su atención. Tenía runas 
que resplandecían de vez en cuando. Las cuatro piedras negras encastradas a él 
eran lo más interesante. Cada una poseía puntitos de luz, como estrellas. 
Matthew las reconoció. Era el mismo tipo de piedra que habían usado como una 
ofrenda para romper la maldición de Devak, una Piedra Nocturna, la había llamado 
Samantha. Matthew nunca le había preguntado específicamente por qué necesitaba 
una, pero ahora podía adivinar que era porque se podían alimentar de magia 
poderosa. Como un collar con el poder de mantener a un semidiós controlado. 
Él torció su cuerpo para observar las esposas. Estas también tenían runas 
grabadas, pero eran diferentes a las que tenían los grilletes que le había colocado 
el General Tarrick. Aquellos habían sido más delgados, cubrían la mayoría de su 
antebrazo y eran diseñados para usar en batalla… diseñados para un guerrero. 
Estas esposas fueron hechas para un esclavo, ajustadas y pesadas alrededor de 
sus muñecas. 
Las que estaban en sus talones eran iguales. 
Notó que Prescott lo estaba observando, pero el cazador no dijo nada. Momentos 
más tarde, las puertas del ascensor se abrieron hacia otra habitación de cemento. 
Había una gran seguridad. Por lo que Matthew podía ver, no había forma de 
atravesar las puertas salvo que alguien controlando las cámaras las abriera desde 
una ubicación remota. 
 
 
Cualquier esperanza de escapar, se estaba empequeñeciendo rápido. Este lugar 
era un fuerte y, a pesar que Matthew odiaba admitirlo, su carcelero era habilidoso. 
Pasando dos puertas más, Prescott apuró a Matthew por un pasillo que no se 
veía nada como las habitaciones de concreto que recién habían pasado. Coloridas 
alfombras cubrían el piso de mármol y cuadros de arte contemporáneo colgaban de 
las paredes. Había más entradas, pero era la tallada puerta al final del pasillo a la 
que, como era de esperarse, lo estaban conduciendo. 
La habitación del Gran Rey. 
Prescott entró, esperando que Matthew le siguiera. Matthew caminó hacia 
adelante y se congeló en el umbral. 
No era solo una “habitación”, como la había llamado Malarath, Era un puto 
apartamento que ocupaba casi todo el piso. Era enorme, con techos altos. Una 
escalera en espiral llevaba a un balcón en el segundo piso que rodeaba la 
habitación. Las paredes estaban llenas de libros. 
Todo era moderno, decorado de blanco y gris pizarra con toques de ladrillos 
granates y cuadros de arte que lo dotaba de pizcas de color. 
Había un área de descanso con muebles de cuero blanco que no parecían muy 
cómodos. A su izquierda, no lejos de la puerta, una plataforma se elevaba. Sobre 
ella se encontraba una cama minimalista con una cabecera de madera y, 
naturalmente, sabanas de seda. 
Quizás la característica más fascinante era la ventana del piso al techo que 
mostraba el paisaje de Manhattan. 
La vista era malditamente impresionante. 
Central Park se encontraba ante él y la ciudad brillaba a la distancia. Matthew 
sabía que el Gran Rey vivía en algún lugar de la ciudad de Nueva York, pero no 
había esperado esto ¿Cómo era que los íncubos y tantos cazadores pasaban 
desapercibidos entre los humanos? Seguramente alguien los habría visto de vez en 
cuando. 
El lugar no era nada parecido a la finca de Tarrick. La habitación de este estaba 
demasiado limpia y ordenada para el gusto de Matthew, pero aún era cálida y 
 
 
tentadora…bien, a excepción de los grilletes en la pared. El lugar de Malarath era 
algo salido de las páginas de una revista de diseño, esterilizado e intocable. 
Después de absorber todo, notó al Gran Rey sentado sobre una gran silla, 
parecida a un trono, mirando por la ventana. 
El Rey se puso de pie y estudió a Matthew. Bajo la fría mirada, Matthew luchó 
contra la urgencia de retroceder unos pasos. Por décima vez en la última hora, 
deseo tener pantalones puestos. Demonios, incluso se conformaba con algo de ropa 
interior…o un taparrabo, o un suspensorio. Algo que contuviera su polla de 
sacudirse de aquí para allá para que todo el mundo la vea. 
—No se ha portado bien —declaró Malarath, su voz fría y sus ojos deteniéndose 
en la sangre. 
—Intentó convocar su arma, pero creo que ya ha aprendido la lección —dijo 
Prescott. 
—Entra, mascota. 
Matthew se tragó un gruñido que se asentó en su pecho y dio un par de pasos 
dentro de la habitación. La puerta se cerró detrás de él automáticamente. 
Desdeel rabillo del ojo, notó que la pared a su izquierda era de metal y estaba 
cubierta con runas. El piso de azulejos tenía un desagüe en el medio. Y había 
cadenas. Parecía que Tarrick no era el único íncubo con la tendencia a mantener 
vampiros encadenados en su habitación. Se preguntó si eso era un fetiche común 
entre ellos. 
—Olyar —dijo Prescott, y las esposas se desengancharon una de la otra, dejando 
las manos de Matthew en libertad. De ellas salieron largas garras y él las flexionó. 
Prescott enarcó una ceja e hizo señas a la pared que poseía runas—. Párate allí. 
Matthew no se movió. 
Prescott suspiró y caminó hacia Matthew. No se veía ni un poco amenazado y 
tenía una buena razón: su armadura lo hacía invencible. Pero Matthew tenía un plan 
que no involucraba matarlo, sólo tenía que hacerlo callar por unos minutos para que 
no pudiera pronunciar ninguna de esas palabras que encadenaban a sus esposas. 
Entonces Matthew asesinaría al Gran Rey. 
 
 
Cuando Prescott estuvo lo suficientemente cerca, Matthew llevó su puño al cuello 
del cazador. Prescott salió volando, pero Matthew no esperó para ver dónde había 
aterrizado. Le dio poder a su velocidad, y en un movimiento borroso, estuvo encima 
de Malarath. 
Tomó al Gran Rey del cuello y lo empujó hacia un sillón de cuero blanco, 
atrapándolo. 
Todo lo que Matthew tenía que hacer era apretar un poco más para aplastar la 
tráquea de Malarath, y estaría muerto. 
Pero no lo hizo. 
Pasó la mano por la parte trasera del cuello de Malarath y empujó al íncubo hacia 
arriba con la desesperante necesidad de probarlo. Lamió los labios del Rey, con 
cuidado de no cortarlo con sus colmillos. La última cosa que quería hacer era dañar 
la flexible piel de Malarath o su suave y rosada lengua. 
Entre sus piernas, el miembro de Mathew estaba tan duro como el hierro y ya 
goteaba presemen. El líquido perlado humedeció la túnica del Rey. Él hundió sus 
caderas dentro del Gran Rey. Nunca en su vida había experimentado tanto placer 
atravesándolo. Estaba cerca del orgasmo y no había nada tocando su polla. 
Gimió en la boca de Malarath, luego se alejó y lo observó. Estaba tan magnífico, 
tan hermoso, que conmovió a Matthew hasta casi hacerlo llorar. Necesitaba más 
del íncubo, ahora. 
Matthew abrió la parte de arriba de la túnica que los separaba y se inclinó hacia 
adelante para adorar su pecho, sus pálidos pezones, el hueco en su clavícula, su 
cuello, todas partes. Lamió, chupó y besó su camino por la delicada piel de Matthew, 
pensando en nada más que brindarle al Rey placer, y maldiciéndose a sí mismo por 
su falta de experiencia, por estar tan pronto cerca del orgasmo. 
Y luego se detuvo. 
Malarath aflojó el agarre y la mente de Matthew se aclaró. Jadeó. Sus pulmones 
quemaban como si siguiera vivo y necesitara más aire. Apoyándose sobre sus 
codos, bajó la mirada al Gran Rey, sus rostros separados por centímetros. 
 
 
El agarre del íncubo era algo que Matthew nunca había experimentado. 
Normalmente era un tira y afloja de emociones, pero esto era algo diferente: una 
dominación completa de sus pensamientos. 
El pánico inundó a Matthew y este intentó alejarse, pero estaba atascado en esa 
posición; era como si su cuerpo ya no le respondiera a él. 
Malarath tomó a Matthew por las caderas, juntando sus cuerpos y el miembro de 
Matthew se enterró en la túnica del Rey, enviando un relámpago de estímulos a 
través de su cuerpo, el cual comenzó a temblar por el esfuerzo, el miedo y el placer. 
—¿Me vas a violar? —preguntó Matthew. Un temor salvaje tiñó sus palabras. 
Malarath no dijo nada, mientras sus manos trepaban por la espalda de Matthew. 
—Pregúntale nuevamente, pero esta vez con el debido respeto —dijo Prescott, 
su voz áspera. Estaba de pie a un par de pasos, frotándose la garganta. 
Matthew luchó por moverse otra vez, pero fue en vano. Cerró sus ojos por un 
momento para serenarse. 
—¿Me vas a violar, Amo? 
—¿Temes eso? —preguntó el Rey—. ¿Ser tomado en contra de tu voluntad? 
¿La falta de control? —Matthew tragó. Sí. Temía eso. Había perdido el control tantas 
veces que le resultaba doloroso. Sin embargo, no dijo nada. Malarath pasó un dedo 
por la mejilla de Matthew—. Eres fácil de leer, Mascota. 
El agarre se desvaneció y él fue capaz de volver a moverse. Con su velocidad de 
vampiro, se alejó del íncubo y se apresuró hacia la puerta intentando abrirla 
frenéticamente. Pero fue inútil. La puerta estaba trabada, y cuando Matthew intentó 
destrozarla, nada sucedió. No tenía sentido, la puerta estaba hecha de madera, 
tendría que hacerse pedazos bajo sus manos. 
—Matthew —dijo Prescott, pero Matthew lo ignoró y continuó intentando escapar, 
rasgándola con sus garras y marcándola profundamente. Pero las marcas no 
quedaban… la puerta sanaba las marcas de sus garras. Tenía que salir de este 
loquero de mierda. No quería ser torturado ni violado, ni forzado a matar o a estar 
solo. No quería nada de esto. No quería ser una especie de mascota. Quería a 
Samantha de vuelta. Quería a Devak. 
—Matthew —repitió Prescott. 
 
 
Matthew se quedó quieto. Salir de allí era imposible. Miró hacia atrás. Malarath 
estaba de pie, su túnica se había salido de sus hombros y quedó colgada de su 
cadera, exponiendo su delgado pecho, ahora sucio con sangre. 
Prescott tenía su mano sobre el látigo, pero no se había molestado en 
desenroscarlo. 
—Ningún prisionero se ha escapado de aquí y tenemos criaturas mucho más 
poderosas que tú. No atravesarás ni una sola puerta salvo que nosotros lo 
permitamos. 
Matthew miró hacia la ventana. 
—No tendrás mucha suerte con ellas tampoco. No están hechas de vidrio. Te 
juro que no te irás a ningún lado, vampiro. 
Matthew flexionó sus garras. Los pálidos ojos del Gran Rey lo quemaron, 
haciendo que sintiera picazón y tensión en su piel. Su estómago se retorció del 
miedo y le tomó cada onza de control no sucumbir a la furia nacida del pánico. 
¿Qué esperanzas tenía de escapar de ese lugar? 
Sobrevive. No dejes que te quiebren. Las palabras de Samantha hicieron eco en 
su cabeza. 
Matthew cerró sus ojos e hizo retroceder a su lado vampiro. Si iba a sobrevivir, 
provocar a sus captores no era la forma de hacerlo. 
—Ve hacia la pared —dijo Prescott, repitiendo la orden que le había dado 
anteriormente. 
Con una gran reticencia, Matthew acató su orden esta vez. Se plantó con la 
espalda hacia la pared de metal, las baldosas del piso frías contra sus pies 
desnudos. 
—Kayar —dijo Prescott. Las cadenas que estaban colgando cobraron vida como 
serpientes, doblándose en el aire, luego conectándose a las esposas de Matthew. 
Una vez enganchadas, retrocedieron hacia la pared, empujando a Matthew hacia 
atrás y separando sus extremidades. 
Se veía como una cruz, su espalda presionada contra el metal, sus pies fuera del 
suelo. El Gran Rey lo miró como si fuera una obra de arte. Asintió su aprobación y, 
 
 
entonces, moviéndose como la briza, abandonó la habitación a través de una puerta 
lateral. 
Unos minutos más tarde, un hombre y una mujer íncubo entraron a la habitación. 
Eran andróginos, en cierto modo, sin mucha estatura, y llevaban ropas cortas y casi 
transparentes. Si una no tuviera pechos pequeños, sería difícil adivinar que fuera 
hembra. Ambos tenían el mismo grueso cabello marrón, grandes ojos pardos y 
pequeñas narices. Parecían jóvenes, adolescentes, y Matthew supuso que serían 
hermanos, gemelos incluso. 
Hicieron una reverencia a Prescott y le dispararon a Matthew una mirada nerviosa 
mientras se dirigían a la habitación por la que había desaparecido Malarath. 
Prescott cruzó sus brazos sobre su pecho. 
—El golpe a mi garganta fue una buena idea, pero solo me toma un segundo 
sacármelo de encima. Sabía que tenías un cerebro por ahí. Es agradable ver que 
en realidad lo usas —sonaba sincero con el extraño cumplido, pero Matthew no 
tenía nada que responderle—. Atacar al Rey no es tan inteligente, sinembargo —
el cazador se inclinó contra una columna—. Tu vida será más fácil y menos dolorosa 
si obedeces. Cada vez que no lo hagas, serás castigado. 
Matthew se preguntó qué tan terribles serían los castigos ¿Peor que estar solo 
en una jaula durante meses? Como íncubo, ese era un destino fatal. 
Prescott estudió a Matthew. 
—Durante las próximas semanas te enseñaré todas las reglas, pero por ahora 
debes saber que odio las súplicas. Y ninguna cantidad me detendrá de hacer lo que 
se me ordena, ¿entiendes? 
Matthew no respondió. 
El Emperador se frotó la barba. 
—También odio tener que repetir. Si no quieres responder preguntas, problema 
tuyo, pero habrá consecuencias. 
Malarath volvió a entrar a la habitación y la temperatura decayó un par de grados. 
Se había limpiado la sangre y llevaba una nueva túnica puesta, esta vez verde 
oscura con bordados blancos. La parte superior de su cabello dorado estaba 
peinada hacia atrás mientras el resto caía por su espalda. Detrás de él estaban los 
 
 
íncubos pequeños. Malarath los despidió con una seña y ellos hicieron una profunda 
reverencia antes de abandonar la habitación. 
Malarath se sentó sobre su cama, acomodando sus ropas al hacerlo. 
—Quítale los colmillos. 
 
 
 
CAPÍTULO CUATRO 
Traducido por Samn 
Corregido por Cotota 
 
¿Sacarle sus colmillos? ¿Qué carajo? Matthew luchó contra las cadenas que lo 
mantenían suspendido. 
Prescott tocó la pared y una sola runa empezó a dar un brillo verde. La parte en 
donde Matthew estaba sujetado, se empezó a mover. Se sintió ir hacia delante, 
luego balancearse hacia arriba hasta que estuvo recostado de forma horizontal, de 
frente al techo. Le tomó un momento darse cuenta que la pared se había 
desprendido. Se sintió como si estuviera atado a una mesa de autopsia. 
—Te dije que atacar al Rey era estúpido —dijo Prescott—. Ahora, abre tu boca. 
Sí. Claro. Matthew mantuvo sus labios cerrados. 
Prescott esperó y después de un tiempo, levantó su mano. Con un destello verde, 
una ampolleta llena de líquido plateado apareció. Abrió la tapa con su pulgar y lo 
vació en el abdomen de Matthew, empezando por su ombligo y dirigiéndose hacia 
abajo. La piel de Matthew empezó a quemar y burbujear, comenzó a resistirse al 
dolor. 
Antes de que Prescott pudiera verter la mierda en el pene de Matthew, Matthew 
abrió su boca con un grito. 
—Bien. Mantenla abierta —dijo Prescott, tapando la ampolleta y deslizándola en 
un bucle de su cinturón. En su mano, invocó un gran artefacto metálico y lo introdujo 
en la boca de Matthew, presionando una manija que colgaba de lado. Le tomó un 
momento a Matthew darse cuenta que era un esparcidor de boca. El metal se 
expandió, forzando a su mandíbula a abrirse ampliamente hasta que le era incapaz 
morder. Dolía, pero no tanto como la plata que todavía quemaba en su estómago. 
—Colmillos —dijo Prescott. 
 
 
Matthew gruñó, el dolor aumentando mientras su piel quemaba incesantemente. 
Cuando no sacó sus colmillos, Prescott tomó la ampolleta de plata y lo sostuvo sobre 
la flácida polla de Matthew. 
—¡Espera! —dijo Matthew, o intentó decir. En realidad no podía hablar con la 
maldita cosa en su boca y sonó más como:— ¡Sdera! 
Prescott alzó una ceja y Matthew luchó contra las cadenas una vez más. Incapaz 
de escapar, se quedó quieto y dejó que sus cuatro colmillos salieran. 
—Esto va a doler. Déjalos fuera. Si los retiras, terminaré de verter el líquido. 
Jesucristo. Puto enfermo hijo de perra. 
Tenazas dentales aparecieron en su mano y en un suave movimiento, las cerró 
en uno de los colmillos superiores de Matthew y lo arrancó. Matthew gritó. Le tomó 
todo lo que tenía para no retirar los otros tres, porque en verdad no quería tener 
plata quemando su pene sin parar. 
El filoso diente golpeó la mesa de metal con un golpeteo y con una frialdad 
eficiente, Prescott sacó el segundo. El dolor fue de raíz al ser desgarrado de golpe 
de Matthew y luchó de nuevo. 
Prescott insertó las tenazas en el colmillo inferior y lo arrancó, soltándolo en la 
mesa e hizo lo mismo con el último. La mandíbula de Matthew dolía. Estuvo tentado 
a usar energía de la sangre para disolver el dolor pero ahora mismo solo tenía la 
mitad de una bolsa sanada y estaba casi vacía. No estaba seguro de qué otras 
torturas le esperaban pero tenía un presentimiento de que serían peor que está 
mierda, así que quería conservar lo que pudiera. 
Con un destello verde, una pequeña caja apareció en la mano del emperador. La 
abrió y sacó lo que parecía ser un diente de metal con una enorme aguja para la 
hendidura. Prescott la insertó en las encías de Matthew. 
—Puha mare —dijo Matthew mientras la aguja le quemaba por dentro. Parecía 
ser que la aguja tenía una pizca de plata en ellas, lo suficiente para evitar que sus 
colmillos crecieran de nuevo, pero no tanto para que quemara la piel y se escurriera. 
 
 
Prescott repitió el proceso, llenando los huecos con dientes de metal. Cuando 
hubo terminado, liberó la boca del separador. Matthew pasó su lengua sobre los 
dientes de metal. No tenían punta. Su cuerpo seguía tratando de sacar sus colmillos 
perdidos pero nada sucedió. 
¿Ahora cómo se iba a alimentar? 
Prescott activó la runa y la mesa de metal volvió a ser una pared de metal. 
—Estos no son permanentes —dijo el emperador—, tus colmillos volverán a 
crecer si los vuelves a sacar, pero hacerlo sin permiso significa perderlos para 
siempre. Yo me aseguraré de que no vuelvan a crecer. Compórtate y tal vez el Rey 
te dejará tenerlos de vuelta algún día. 
Matthew miró a Malarath, quién seguía sentado en su cama elevada. Su 
expresión era ilegible; sin importancia. Matthew curveó sus labios para gruñirle pero 
solo gimió cuando un choque del látigo golpeó su pecho. 
—¿Cuántos, Su Majestad? —preguntó Prescott. 
—Doscientos —respondió Malarath. 
Prescott asintió y luego comenzó. Doscientos latigazos matarían a un humano y 
con tan poca sangre, tampoco le sería fácil a Matthew. 
Los primeros diez no fueron tan malos. Después de todo, Matthew se había 
acostumbrado al uso del látigo mientras estuvo con Tarrick. Excepto cuando el látigo 
pasó a través de sus caderas y rozó su polla. 
—Jesucristo —siseó Matthew. 
—Golpéalo ahí de nuevo —dijo Malarath. 
—Oh, dios, no por favor. No ahí… 
Prescott chasqueó el látigo contra su polla. Las cadenas de Matthew 
traquetearon mientras intentaba luchar contra ellas. 
El Rey miró sus uñas; aburrido. 
 
 
—Diez más en su pene y tal vez así recordará la forma apropiada de dirigirse a 
mí. 
Diez latigazos más azotaron en las caderas y pene de Matthew. Apoyó su cabeza 
hacia atrás y lágrimas punzaron en sus ojos. Gruñó con cada golpe y 
eventualmente, aceptó lo que estaba sucediendo, porque, ¿qué más podía hacer? 
Prescott retrocedió para azotarlo en el pecho con el látigo y Matthew nunca se 
había sentido tan aliviado de ser azotado en otra parte. Mantuvo su cabeza elevada, 
demasiado asustado para mirar hacia abajo. 
Cada veinte latigazos, más o menos, Prescott sumergiría el látigo en una cubeta 
junto a sus pies para cubrirla de dedalera. Cada latigazo quemaba como el sol, 
abriendo la piel de Matthew. Trató de sanarla pero la dedalera evitaba que siguiera 
y se estaba quedando rápidamente sin sangre. 
Por algún momento en los cientos, la cabeza de Matthew se dejó caer hacia 
delante. Su pecho, abdomen y caderas perecían carne hecha trizas. La piel se 
desprendía, exponiendo el músculo y la sangre manaba de las heridas. Era 
nauseabundo. Matthew trató de sanar de nuevo, para detener la pérdida de sangre 
pero se sentía agotado. 
Miró a Prescott, quien estaba metiendo el látigo a la cubeta de nuevo. 
—Emperador, por favor, necesito sangre —suplicó desesperado. 
—Bueno, al menos se está dirigiendo a ti de forma correcta —dijo Malarath desde 
la cama. 
Prescott rió entre dientes. 
—Cuarenta y tres más, Matthew. No ruegues por sangre o empezaré desdeel 
principio. 
Matthew mantuvo a raya su curación. Los vampiros todavía sanaban lo 
suficientemente rápido sin siquiera forzarlo. Tendría que soportar el dolor y dejarlo 
entrar. Hasta que la dedalera desapareciera, eso es. 
 
 
Azote tras azote, el sonido del choque del látigo retumbó en el aire. Su cuerpo y 
mente se adormecieron, sufriendo el rítmico dolor con indignantes gemidos hasta 
que, finalmente, se acabaron. 
Su cuerpo se desplomó contra las cadenas, sosteniéndolo y su cabeza colgaba 
hacia delante. Necesitaba sangre. Un sollozo salió cuando recordó que sus colmillos 
se habían ido. 
Malarath se paró frente a él, su mano se posó en el hombro de Matthew. El toque 
era gentil, alejando algo del dolor que palpitaba a través de su lado frontal. 
Matthew ni siquiera tuvo la energía para estar asqueado y en su lugar, se rindió 
ante la poca misericordia, incluso si él no quería entender la razón. 
—Hemos terminado. No me ataques otra vez —dijo Malarath. 
Prescott enrolló el látigo detrás del Rey. 
—Sabía que te gustaría. 
—Mm —Malarath dio un leve asentimiento y una desdeñosa despedida. 
Prescott hizo una reverencia y abandonó la habitación, con la cubeta y látigo en 
mano. 
Malarath mantuvo su mano en el hombro de Matthew. Se quedó ahí mirándolo. 
Inmóvil. Al principio fue inquietante, pero unas pocas horas después se volvió 
totalmente desconcertante. Y aun así, Matthew no quería que se detuviera. 
Disfrutaba ser tocado después de haber pasado tanto tiempo solo. Cerró sus ojos 
y se rindió al sentimiento. 
—Despierta —dijo Prescott, su voz brusca como siempre. 
Matthew parpadeó con fuerza, su cuerpo dolía. Ni siquiera se había dado 
cuenta cuando el sol vino y se fue. Malarath no estaba en la habitación, solo el 
Emperador. 
Se miró en el espejo, su cuerpo estaba cubierto de moretones y cortes pero la 
mayoría del sangrado se había detenido. Su pene se veía mejor, gracias a dios. 
 
 
Bueno, no dios. Era un dios quien lo había puesto en esta situación. Gracias, 
papá. 
Parecía como si los íncubos no tuvieran idea de quién era la madre de 
Matthew… o Devak. Después de todo, Malarath lo había llamado guardián de 
sangre, no un guardián del placer. En cualquier caso, Matthew estaba seguro 
como el carajo de que no les daría información gratis. No se la daría al Gran Rey 
para que simplemente termine siendo el hijo de la diosa del sexo. O para usar la 
información en otro grotesco juego de poder. 
—¿Podría tener algo de sangre, emperador? —Si no tenía algo cuanto antes, 
no habría forma de que llegara a sobrevivir otra noche de tortura. 
—Tarrick te hizo preguntarlo así, ¿verdad? 
Matthew asintió. 
—Así no es como será aquí. Si vas a tener sangre, será el Rey o yo quien te 
la daremos cuando sintamos que deberías tener algo. No estás autorizado a 
aceptar de nadie más y que los dioses te ayuden si tratas de alimentarte sin 
permiso. ¿Está claro? 
Le tomó todo lo que Matthew tenía para no darle una respuesta sarcástica. 
—Sí, Emperador. Está claro. 
Prescott juntó sus manos detrás de su espalda y esperó. 
—¿Hay algo que debería estar haciendo ahora mismo, Emperador? —
preguntó Matthew, sintiéndose asfixiar debajo de la mirada de Prescott. 
—Nop. Te diré cuando necesites hacer algo. No hables a menos que se te 
dirijan, pero dejaré pasar esa. 
—Es amable de su parte, Emperador. 
Prescott soltó una risita. 
—Te gusta forzar tus ataduras, ¿no es cierto? 
 
 
—Supongo —Matthew se preguntó si podía forzar un poco más—. ¿Podría 
preguntar algo, Emperador? 
Prescott suspiró. 
—Claro, Matthew. 
—¿Mi hija está a salvo? ¿Será castigada por mis estupideces? —aparte de 
las fotos, no había visto a Lily desde que fue convertido en vampiro. La abandonó 
a ella y a su esposa para protegerlas. Tal vez el único regalo que su señor le 
había dado era que no estaba obligado a matarlas como los otros vampiros 
cuando apenas fueron convertidos. Nada lo había sorprendido más que saber 
que ella era un súcubo. 
Prescott se vio completamente atrapado fuera de guardia. 
—… ¿Hija? 
—Retírate, guerrero —dijo una fría voz, Malarath estaba parado junto a la 
puerta, sus dos jóvenes asistentes caminaban detrás de él. 
Prescott cubrió su confusión rápidamente pero Matthew pudo ver que no había 
sido informado acerca de Lily. Asumió que el líder de los Cazadores Asociados 
habría sabido. Ambos comandantes, Silva y Cullip, lo habían sabido. 
Malarath les hizo un ademán a los hermanos, quienes, junto con Prescott, se 
retiraron con una reverencia. El Rey fue a pararse frente a Matthew. 
—Lily es una hermosa criatura, intacta al vampirismo que te contamina. Aún 
no la he usado contra ti y si te comportas, no tendré que hacerlo. ¿Lo entiendes? 
Matthew quería gritarlo. Maldecirlo. Golpearlo, maldición, con un centímetro 
de su vida por incluso insinuar que un día podría lastimarla. Pero en su lugar solo 
dijo: 
—Sí, Amo. 
 
 
Malarath tocó una runa en la pared y la plataforma de metal detrás de Matthew 
se movió y extendió, volviéndose horizontal otra vez. El Gran Rey lo miró desde 
arriba. 
Espera. 
¿Un íncubo activó una runa? Un íncubo no podía usar magia. Matthew miró a 
Malarath, luego a la pared, luego de vuelta a él. Como si supiera lo que estaba 
pensando, el más pequeño indicio de una sonrisa se formó alrededor de los labios 
de Malarath, pero no le dio ninguna explicación. 
—No menciones a tu hija a nadie de nuevo, incluso a mi guerrero. Si su linaje 
se conoce, hará su vida difícil. 
—No lo haré, Amo. 
—Lo sé, mascota. Eres joven y predecible —dijo Malarath, sonando algo 
decepcionado. Abandonó la habitación y Matthew no lo vio de nuevo hasta la 
siguiente noche. 
 
 
 
CAPÍTULO CINCO 
Traducido por Samn 
Corregido por Cotota 
 
El sol apenas se había puesto y el cielo estaba brillando en un rosado y naranja 
dramático, pero Matthew no lo notó. Su atención estaba puesta en Prescott y 
Malarath, quienes lo estaban mirando desde arriba como un par de científicos 
malvados a punto de iniciar un experimento. 
—¿Dónde lo quiere, Su Majestad? —preguntó Prescott, sosteniendo algo en su 
mano. Matthew no podía ver qué era. 
Malarath pasó sus dedos a través de la piel de Matthew, recorriendo sus 
abdominales hasta que se detuvo justo debajo de su pelvis. El Rey movió sus dedos 
al lado izquierdo de su cuerpo y golpeteó el área izquierda de la cadera de Matthew. 
—Aquí. 
Prescott sostuvo algo que parecía ser un bloque de metal del tamaño de un 
ladrillo. En un lado de él, tenía un tipo de diseño en relieve, como un estampado. 
Prescott lo bajó al área donde Malarath lo había señalado. 
El diseño era plateado… era una marca. Carajo, ellos iban a marcarlo. Prescott 
sacó unas correas de cuero y las usó para asegurar el diseño en su lugar. Luego 
sacó una ampolleta con un líquido café, olía como dedalera, como un gotero. Soltó 
el líquido en los agujeros en la parte trasera del diseño. 
Matthew no estaba seguro de qué podría causarle una real cicatriz a un vampiro, 
pero parecía ser que lo descubriría de propia mano. No se molestó en pelear. Si lo 
hacía, probablemente terminaría siendo castigado antes de que simplemente, 
empezaran una vez más. En cuanto al dolor, no era tan malo, mientras ignorara el 
olor de la carne quemada que cubría el aire. 
 
 
Las siguientes noches pasaron en silencio con Prescott regresando cada pocas 
horas para verter más líquido en los agujeros. Matthew estaba esperando poder 
tener algo de sangre pero no tuvo tanta suerte. Tal vez un poco de sangre ayudaría 
a la marca a formarse en la piel. 
Malarath pasó las noches sentado en una silla, mirando hacia las afueras de la 
ciudad. Era un extraño comportamiento. Rara vez dejaba la habitación y Matthew 
nunca lo vio alimentarse, tal vez lo hacía durante el día. Y, al ser un íncubo más 
antiguo, no necesitaría mucho sueño. 
Matthew encontró el silencio escalofriante pero era mejor que el azote

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