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Tareas E-ISSN: 0494-7061 cela@salacela.net Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena" Panamá Castro H., Guillermo AMÉRICA LATINA: CULTURA, SOCIEDAD Y AMBIENTE EN UNA ÉPOCA DE TRANSICIÓN Tareas, núm. 150, mayo-agosto, 2015, pp. 19-27 Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena" Panamá, Panamá Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=535055499003 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto http://www.redalyc.org/revista.oa?id=5350 http://www.redalyc.org/revista.oa?id=5350 http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=535055499003 http://www.redalyc.org/comocitar.oa?id=535055499003 http://www.redalyc.org/fasciculo.oa?id=5350&numero=55499 http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=535055499003 http://www.redalyc.org/revista.oa?id=5350 http://www.redalyc.org 19Tareas 150 AMÉRICA LATINA: CULTURA, SOCIEDAD Y AMBIENTE EN UNA ÉPOCA DE TRANSICIÓN Guillermo Castro H.* *Humanista, Vicepresidente de Investigación y Formación de la Funda- ción Ciudad del Saber. Resumen: La crisis ambiental hace parte de una circunstancia inédita en el desarrollo del moderno sistema mundial, que expresa un cambio de época antes que una época de cambios. En nuestra América, esto da lugar a un período de transición en el que emerge una cultura de la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con valores y visiones provenientes de las diversas culturas cada vez más vinculadas al ambientalismo global. La legitimidad técnica que ale- gan las políticas estatales se enfrenta a la legitimidad histórica y cultu- ral de los movimientos sociales, dando lugar a un proceso de creación de opciones de desarrollo de gran vigor y diversidad. Palabras clave: Ambiente, Nuestra América, desarrollo, cambio de sis- tema. En lo más esencial, deseo referirme al papel que desem- peña en la crisis ambiental aquello que en nuestra América Nueva Sociedad Nº255, enero-febrero 2015, Bue- nos Aires. 20 mayo-agosto 2015 Tareas 150 21 llamamos la cultura de la naturaleza, esto es, las formas en que los conflictos y las afinidades que definen la identidad de nuestras sociedades se expresan en la valoración que hace- mos de nuestro entorno natural, en los modos de conocerlo, y en el papel del mismo en nuestra historia y nuestras vidas. Deseo hacerlo, además, desde la perspectiva de la historia am- biental, que se dedica al estudio de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales a lo largo del tiem- po, mediante procesos de trabajo socialmente organizados, y de las consecuencias que esa interacción tiene para ambos. La historia ambiental aborda esas interacciones a partir de tres niveles de análisis interdependientes entre sí. El prime- ro se refiere a los procesos de formación y las transformacio- nes del medio biogeofísico; el segundo, a la tecnología produc- tiva y sus condiciones sociales de uso para la reorganización de ese medio, y el tercero, al papel de la cultura y las institu- ciones en la definición de nuestras formas de relación con la naturaleza. Este abordaje, en apariencia sencillo si su objeto de aná- lisis es una comunidad campesina, plantea singulares pro- blemas cuando se trata es de una región de 22 millones de kilómetros cuadrados, poblados por unos 600 millones de ha- bitantes, de los cuales cerca del 80 por ciento reside en áreas urbanas -que incluyen megaciudades como México, Sao Pau- lo, Buenos Aires y Río de Janeiro- y que desde mediados de la década de 1990 se ha constituido en la más importante fronte- ra de recursos en la economía global. En esa región coinciden hoy una circunstancia perversa de crecimiento económico con degradación ambiental y una persistente inequidad social, junto al vigoroso desarrollo de un pensamiento ambiental nuevo, vin- culado a tres fuentes principales: la tradición de reflexión so- bre los problemas económicos y sociales de la región, en desa- rrollo desde fines del siglo XVIII, que anima hoy a entidades como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe; la presencia de una intelectualidad estrechamente vinculada a la trama cada vez más densa del ambientalismo global, y los nuevos movimientos sociales del campo y de las periferias ur- banas, que despliegan una lucha tenaz en la defensa de sus derechos de acceso a recursos naturales y a un ambiente sano y digno, que les permita vivir bien. La historia ecológica de América se remonta a la forma- ción del istmo de Panamá hace unos cuatro millones de años, que vinculó físicamente a las grandes masas que hoy cono- cemos como Norte y Suramérica, separadas de Pangea 200 millones de años antes. Ese espacio alberga una vasta y com- pleja diversidad de ecosistemas, que van desde desiertos ex- tremadamente secos hasta bosques tropicales muy húme- dos, y desde humedales marino � costeros hasta altiplanos de cuatro mil metros de altura, que albergan enormes reservas de recursos hídricos, minerales, energéticos, forestales, de biodiversidad y de tierra cultivable. Dentro de ese tiempo mayor y esos espacios mayores, nuestra historia ambiental opera a partir de la presencia humana en el espacio americano, a lo largo de tres tiempos distintos, que se subsumen el uno en el otro hasta conformar el proceso mayor que nos ocupa. El primero corresponde a la larga duración de la presencia humana en el espacio ameri- cano, que se remonta a entre 30 y 15000 años, en cuyo mar- co, antes de la conquista europea del siglo XVI, nuestra espe- cie conoció un proceso de desarrollo aislado del resto de sus semejantes en Eurasia y África, que dio lugar a una amplia diversidad de experiencias culturales, desde las formas más elementales de organización social primitiva hasta la crea- ción de complejos núcleos civilizatorios en Mesoamérica y el Altiplano andino. El segundo tiempo, de mediana duración, corresponde al período de desarrollo integrado con el del resto de la especie humana, que se inicia con el control europeo del espacio lati- noamericano a partir del siglo XVI. Ese control operó hasta mediados del siglo XIX a partir de la creación de sociedades tributarias sustentadas en formas de organización económi- ca no capitalistas �como la comuna indígena, el mayorazgo feudal y la gran propiedad eclesiástica-, para desintegrarse entre 1750 y 1850, a partir de los conflictos generados por el interés de las monarquías española y portuguesa en incre- mentar la renta colonial de sus posesiones americanas, pri- mero, y después por el de los grupos dominantes en esas po- sesiones por asumir esa tarea en su propio beneficio me- diante la reforma liberal, que creó los mercados de tierra y de trabajo necesarios para abrir paso a formas capitalistas de 20 mayo-agosto 2015 Tareas 150 21 llamamos la cultura de la naturaleza, esto es, las formas en que los conflictos y las afinidades que definen la identidad de nuestras sociedades se expresan en la valoración que hace- mos de nuestro entorno natural, en los modos de conocerlo, y en el papel del mismo en nuestra historia y nuestras vidas. Deseo hacerlo, además, desde la perspectiva de la historia am- biental, que se dedica al estudio de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales a lo largo del tiem- po, mediante procesos de trabajo socialmente organizados, y de las consecuencias que esa interacción tiene para ambos. La historia ambiental aborda esas interacciones a partir de tres niveles de análisis interdependientes entre sí. El prime- ro se refiere a los procesos de formación y las transformacio- nes del medio biogeofísico; el segundo, a la tecnología produc- tiva y sus condiciones sociales de uso para la reorganización de ese medio, y el tercero, al papel de la cultura y las institu- ciones en la definición de nuestras formasde relación con la naturaleza. Este abordaje, en apariencia sencillo si su objeto de aná- lisis es una comunidad campesina, plantea singulares pro- blemas cuando se trata es de una región de 22 millones de kilómetros cuadrados, poblados por unos 600 millones de ha- bitantes, de los cuales cerca del 80 por ciento reside en áreas urbanas -que incluyen megaciudades como México, Sao Pau- lo, Buenos Aires y Río de Janeiro- y que desde mediados de la década de 1990 se ha constituido en la más importante fronte- ra de recursos en la economía global. En esa región coinciden hoy una circunstancia perversa de crecimiento económico con degradación ambiental y una persistente inequidad social, junto al vigoroso desarrollo de un pensamiento ambiental nuevo, vin- culado a tres fuentes principales: la tradición de reflexión so- bre los problemas económicos y sociales de la región, en desa- rrollo desde fines del siglo XVIII, que anima hoy a entidades como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe; la presencia de una intelectualidad estrechamente vinculada a la trama cada vez más densa del ambientalismo global, y los nuevos movimientos sociales del campo y de las periferias ur- banas, que despliegan una lucha tenaz en la defensa de sus derechos de acceso a recursos naturales y a un ambiente sano y digno, que les permita vivir bien. La historia ecológica de América se remonta a la forma- ción del istmo de Panamá hace unos cuatro millones de años, que vinculó físicamente a las grandes masas que hoy cono- cemos como Norte y Suramérica, separadas de Pangea 200 millones de años antes. Ese espacio alberga una vasta y com- pleja diversidad de ecosistemas, que van desde desiertos ex- tremadamente secos hasta bosques tropicales muy húme- dos, y desde humedales marino � costeros hasta altiplanos de cuatro mil metros de altura, que albergan enormes reservas de recursos hídricos, minerales, energéticos, forestales, de biodiversidad y de tierra cultivable. Dentro de ese tiempo mayor y esos espacios mayores, nuestra historia ambiental opera a partir de la presencia humana en el espacio americano, a lo largo de tres tiempos distintos, que se subsumen el uno en el otro hasta conformar el proceso mayor que nos ocupa. El primero corresponde a la larga duración de la presencia humana en el espacio ameri- cano, que se remonta a entre 30 y 15000 años, en cuyo mar- co, antes de la conquista europea del siglo XVI, nuestra espe- cie conoció un proceso de desarrollo aislado del resto de sus semejantes en Eurasia y África, que dio lugar a una amplia diversidad de experiencias culturales, desde las formas más elementales de organización social primitiva hasta la crea- ción de complejos núcleos civilizatorios en Mesoamérica y el Altiplano andino. El segundo tiempo, de mediana duración, corresponde al período de desarrollo integrado con el del resto de la especie humana, que se inicia con el control europeo del espacio lati- noamericano a partir del siglo XVI. Ese control operó hasta mediados del siglo XIX a partir de la creación de sociedades tributarias sustentadas en formas de organización económi- ca no capitalistas �como la comuna indígena, el mayorazgo feudal y la gran propiedad eclesiástica-, para desintegrarse entre 1750 y 1850, a partir de los conflictos generados por el interés de las monarquías española y portuguesa en incre- mentar la renta colonial de sus posesiones americanas, pri- mero, y después por el de los grupos dominantes en esas po- sesiones por asumir esa tarea en su propio beneficio me- diante la reforma liberal, que creó los mercados de tierra y de trabajo necesarios para abrir paso a formas capitalistas de 22 23mayo-agosto 2015 Tareas 150 organización de las relaciones de las nuevas sociedades na- cionales con su entorno natural. El tercer tiempo, finalmente -de duración menor pero intensidad mucho mayor en lo que hace a sus consecuen- cias ambientales-, se extiende entre 1870 � 1970, y corres- ponde al proceso de plena integración de la región al moderno mercado mundial. Ese proceso tuvo una expansión sostenida a lo largo de la mayor parte del siglo XX, bajo formas de orga- nización muy diversas, desde el peonaje semi servil de las explotaciones oligárquicas hasta la creación de enclaves de capital extranjero y de mercados protegidos para empresas estatales, hasta desembocar en el agotamiento de lo que el geógrafo chileno Pedro Cunill llamó �la ilusión colectiva de preservar a Latinoamérica como un conjunto territorial con extensos paisajes virtualmente vírgenes y recursos natura- les ilimitados�. Ninguno de estos procesos se agota en sí mismo. Por el contrario, cada uno aporta premisas y consecuencias que contribuyen a definir el desarrollo del siguiente. Así, la inte- racción entre el tiempo anterior a la conquista europea y el tiempo creado por ésta a partir de su vasto impacto demográ- fico, social, político � cultural y ambiental, dio lugar a la for- mación de cuatro cuatros grandes áreas etnoculturales, de significativa importancia en la crisis actual. Una de ellas tiene un claro carácter indoamericano, al que contribuyeron tanto la feudalidad de la cultura de los con- quistadores como aquellos rasgos de la organización política prehispánica en las áreas nucleares de Mesoamérica y los Andes que facilitaron la dominación colonial. La importación de esclavos africanos para el desarrollo de economías de plan- tación en el espacio caribeño y el Nordeste brasileño , por su parte, dio lugar a la formación de un espacio afroamericano con rasgos socioculturales y productivos característicos. Y a este se agregaron un espacio mestizo de fuerte presencia europea, en las zonas agroganaderas de la cuenca baja del Plata y del centro de Chile, y un vasto conjunto de regiones interiores que sirvieron como zonas de refugio de población indígena, mestiza y afroamericana que se desligaba del con- trol colonial y retornaba a formas de producción y consumo no mercantiles. La cultura La crisis que hoy enfrentan las sociedades latinoameri- canas en sus relaciones con el mundo natural incluye, tam- bién, la de sus visiones acerca de ese mundo y esas relacio- nes. Aquí, el rasgo dominante en la cultura latinoamericana de la naturaleza ha sido, y en gran medida sigue siendo, el de la fractura entre las visiones de quienes dominan y quienes padecen las formas de organización de las relaciones entre las sociedades de la región y su entorno natural. Esta contradicción se expresa en la coexistencia usual- mente pasiva, a veces antagónica, entre una cultura domi- nante que ha evolucionado en torno a ideales como la lucha de la civilización contra la barbarie, primero; del progreso con- tra el atraso, después, y finalmente del desarrollo contra el subdesarrollo, y un conjunto de culturas subordinadas que coinciden en una visión animista del mundo natural, y se han desarrollado en lucha constante contra esas visiones dominantes. Así, en las grandes obras de la narrativa culta que expresan el proceso de formación de las modernas iden- tidades nacionales �desde La vorágine y Doña Bárbara, hasta Cien años de soledad y La casa verde-, la naturaleza figura como un elemento amenazante, que finalmente escapa a todo control racional. Por contraste, la cultura popular tiende a encarar las relaciones con la naturaleza desde un tono de celebración, de gran delicadeza en la música de autores como el dominicano Juan Luis Guerra, o de comunión con ella en escritores como el peruano José María Arguedas. La gran excepción en este panorama escindido se encuen- tra, sin duda alguna, en la obra de José Martí, en cuyas ex- presiones más acabadas � sobre todo en el ensayo Nuestra América, de 1891, verdadera acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad � la naturaleza adquiere un claro carácter de categoría cultural y política, a ser construida desde la rea- lidad que expresa. Aun así, la obra de Martí está estrecha- mente asociada a su diálogo con la cultura norteamericana de la naturaleza, expresada en autores como Ralph WaldoEmerson y Walt Whitman, durante su exilio en Nueva York entre 1881 y 1895. Al respecto, aquí ha desempeñado un importante papel el hecho de que las estructuras fundamentales de organización 22 23mayo-agosto 2015 Tareas 150 organización de las relaciones de las nuevas sociedades na- cionales con su entorno natural. El tercer tiempo, finalmente -de duración menor pero intensidad mucho mayor en lo que hace a sus consecuen- cias ambientales-, se extiende entre 1870 � 1970, y corres- ponde al proceso de plena integración de la región al moderno mercado mundial. Ese proceso tuvo una expansión sostenida a lo largo de la mayor parte del siglo XX, bajo formas de orga- nización muy diversas, desde el peonaje semi servil de las explotaciones oligárquicas hasta la creación de enclaves de capital extranjero y de mercados protegidos para empresas estatales, hasta desembocar en el agotamiento de lo que el geógrafo chileno Pedro Cunill llamó �la ilusión colectiva de preservar a Latinoamérica como un conjunto territorial con extensos paisajes virtualmente vírgenes y recursos natura- les ilimitados�. Ninguno de estos procesos se agota en sí mismo. Por el contrario, cada uno aporta premisas y consecuencias que contribuyen a definir el desarrollo del siguiente. Así, la inte- racción entre el tiempo anterior a la conquista europea y el tiempo creado por ésta a partir de su vasto impacto demográ- fico, social, político � cultural y ambiental, dio lugar a la for- mación de cuatro cuatros grandes áreas etnoculturales, de significativa importancia en la crisis actual. Una de ellas tiene un claro carácter indoamericano, al que contribuyeron tanto la feudalidad de la cultura de los con- quistadores como aquellos rasgos de la organización política prehispánica en las áreas nucleares de Mesoamérica y los Andes que facilitaron la dominación colonial. La importación de esclavos africanos para el desarrollo de economías de plan- tación en el espacio caribeño y el Nordeste brasileño , por su parte, dio lugar a la formación de un espacio afroamericano con rasgos socioculturales y productivos característicos. Y a este se agregaron un espacio mestizo de fuerte presencia europea, en las zonas agroganaderas de la cuenca baja del Plata y del centro de Chile, y un vasto conjunto de regiones interiores que sirvieron como zonas de refugio de población indígena, mestiza y afroamericana que se desligaba del con- trol colonial y retornaba a formas de producción y consumo no mercantiles. La cultura La crisis que hoy enfrentan las sociedades latinoameri- canas en sus relaciones con el mundo natural incluye, tam- bién, la de sus visiones acerca de ese mundo y esas relacio- nes. Aquí, el rasgo dominante en la cultura latinoamericana de la naturaleza ha sido, y en gran medida sigue siendo, el de la fractura entre las visiones de quienes dominan y quienes padecen las formas de organización de las relaciones entre las sociedades de la región y su entorno natural. Esta contradicción se expresa en la coexistencia usual- mente pasiva, a veces antagónica, entre una cultura domi- nante que ha evolucionado en torno a ideales como la lucha de la civilización contra la barbarie, primero; del progreso con- tra el atraso, después, y finalmente del desarrollo contra el subdesarrollo, y un conjunto de culturas subordinadas que coinciden en una visión animista del mundo natural, y se han desarrollado en lucha constante contra esas visiones dominantes. Así, en las grandes obras de la narrativa culta que expresan el proceso de formación de las modernas iden- tidades nacionales �desde La vorágine y Doña Bárbara, hasta Cien años de soledad y La casa verde-, la naturaleza figura como un elemento amenazante, que finalmente escapa a todo control racional. Por contraste, la cultura popular tiende a encarar las relaciones con la naturaleza desde un tono de celebración, de gran delicadeza en la música de autores como el dominicano Juan Luis Guerra, o de comunión con ella en escritores como el peruano José María Arguedas. La gran excepción en este panorama escindido se encuen- tra, sin duda alguna, en la obra de José Martí, en cuyas ex- presiones más acabadas � sobre todo en el ensayo Nuestra América, de 1891, verdadera acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad � la naturaleza adquiere un claro carácter de categoría cultural y política, a ser construida desde la rea- lidad que expresa. Aun así, la obra de Martí está estrecha- mente asociada a su diálogo con la cultura norteamericana de la naturaleza, expresada en autores como Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman, durante su exilio en Nueva York entre 1881 y 1895. Al respecto, aquí ha desempeñado un importante papel el hecho de que las estructuras fundamentales de organización 24 mayo-agosto 2015 Tareas 150 25 cultural en las sociedades latinoamericanas hasta comien- zos del siglo XX fueron las correspondientes a la Contrarre- forma y el militarismo español y portugués de los siglos XVI y XVII, cuyas categorías de intelectuales dominantes fueron las del clero, el ejército y los letrados vinculados al servicio de la administración estatal y la gran propiedad terrateniente. Así, durante los siglos XVIII y XIX resalta en nuestra América la ausencia de una intelectualidad de capas medias vigorosa y bien educada, capaz de expresar el interés general de sus sociedades, del tipo de la que conocieran las sociedades Nora- tlánticas, y que permitiera a científicos de extracción modes- ta como Alfred Russell Wallace actuar por derecho propio como interlocutores con pares de origen social más elevado, como Charles Darwin. La moderna intelectualidad latinoamericana viene a con- formarse con la expansión industrial y el desarrollo urbano característicos de la segunda mitad del siglo XX. Para la déca- da de 1980, su visión del mundo no reconocía ya el mero cre- cimiento económico como evidencia de los frutos del progre- so y del avance hacia la civilización a través del desarrollo, y expresaba una creciente inquietud por el carácter a todas luces insostenible de ese desarrollo basado en la ampliación constante de la exportación de materias primas para otras economías. Este proceso de maduración cultural ha experimentado un creciente impulso en el siglo XXI. Desde arriba, la región ha conocido un notorio crecimiento de la institucionalidad ambiental, que ha trasladado al interior de los Estados �sin resolverlo� el conflicto entre crecimiento económico extrac- tivista y sostenibilidad del desarrollo humano. Desde abajo, la resistencia indígena y campesina a la expropiación de su patrimonio natural y la lucha por sus derechos políticos se combina con la de los sectores urbanos medios y pobres por sus derechos ambientales básicos. En ese marco, ha ido tomando cuerpo en América Latina una corriente de actividad intelectual que, desde las huma- nidades como desde las ciencias y las artes, expresa lo que Enrique Leff ha llamado el �nuevo pensamiento ambiental� de la región. Formada en lo mejor de la tradición académica occidental, y en estrecho contacto con los nuevos movimien- tos sociales de la región, esa intelectualidad ha conseguido articular el ambientalismo latinoamericano con el ambien- talismo global, y con los procesos de transformación política, social, cultural, ambiental y económico que están en curso en toda la región. Uno de sus voceros más característicos, el teólogo brasi- leño Leonardo Boff, ha expresado así la sustancia fundamen- tal de esa relación: Hasta el momento presente, el sueño del hombre occi- dental y blanco, universalizado por la globalización, era do- minar la Tierra y someter a todos los demás seres para así obtener beneficios de forma ilimitada. Ese sueño, cuatro siglos después, se ha transformado en una pesadilla.[�] Por eso, se impone reconstruir nuestra humanidad y nuestra civilización mediante otro tipo de relación con la Tierra [�] para conseguir que perduren las condiciones de manteni- miento y de reproducción que sustentan la vida en el pla- neta. Eso solo ocurrirá si rehacemosel pacto natural con la Tierra y si consideramos que todos los seres vivos, por- tadores del mismo código genético de base, forman la gran comunidad de vida. Todos ellos tienen valor intrínseco y son por eso sujetos de derechos. Y añade enseguida la siguiente enumeración de lo que llama �los derechos de la Madre Tierra�: ...el derecho de regeneración de la biocapacidad de la Ma- dre Tierra; el derecho a la vida de todos los seres vivos, especialmente de aquellos amenazados de extinción; el de- recho a una vida pura, porque la Madre Tierra tiene el de- recho de vivir libre de contaminación y de polución; el de- recho al vivir bien de todos los ciudadanos; el derecho a la armonía y al equilibrio con todas las cosas; el derecho a la conexión con el Todo del que somos parte. Esta intelectualidad participa hoy en el desarrollo de cam- pos nuevos del conocimiento �como la historia ambiental, la ecología política y la economía ecológica - y su producción en todos ellos constituye, ya, parte integrante de la cultura am- biental que surge de la crisis global. 24 mayo-agosto 2015 Tareas 150 25 cultural en las sociedades latinoamericanas hasta comien- zos del siglo XX fueron las correspondientes a la Contrarre- forma y el militarismo español y portugués de los siglos XVI y XVII, cuyas categorías de intelectuales dominantes fueron las del clero, el ejército y los letrados vinculados al servicio de la administración estatal y la gran propiedad terrateniente. Así, durante los siglos XVIII y XIX resalta en nuestra América la ausencia de una intelectualidad de capas medias vigorosa y bien educada, capaz de expresar el interés general de sus sociedades, del tipo de la que conocieran las sociedades Nora- tlánticas, y que permitiera a científicos de extracción modes- ta como Alfred Russell Wallace actuar por derecho propio como interlocutores con pares de origen social más elevado, como Charles Darwin. La moderna intelectualidad latinoamericana viene a con- formarse con la expansión industrial y el desarrollo urbano característicos de la segunda mitad del siglo XX. Para la déca- da de 1980, su visión del mundo no reconocía ya el mero cre- cimiento económico como evidencia de los frutos del progre- so y del avance hacia la civilización a través del desarrollo, y expresaba una creciente inquietud por el carácter a todas luces insostenible de ese desarrollo basado en la ampliación constante de la exportación de materias primas para otras economías. Este proceso de maduración cultural ha experimentado un creciente impulso en el siglo XXI. Desde arriba, la región ha conocido un notorio crecimiento de la institucionalidad ambiental, que ha trasladado al interior de los Estados �sin resolverlo� el conflicto entre crecimiento económico extrac- tivista y sostenibilidad del desarrollo humano. Desde abajo, la resistencia indígena y campesina a la expropiación de su patrimonio natural y la lucha por sus derechos políticos se combina con la de los sectores urbanos medios y pobres por sus derechos ambientales básicos. En ese marco, ha ido tomando cuerpo en América Latina una corriente de actividad intelectual que, desde las huma- nidades como desde las ciencias y las artes, expresa lo que Enrique Leff ha llamado el �nuevo pensamiento ambiental� de la región. Formada en lo mejor de la tradición académica occidental, y en estrecho contacto con los nuevos movimien- tos sociales de la región, esa intelectualidad ha conseguido articular el ambientalismo latinoamericano con el ambien- talismo global, y con los procesos de transformación política, social, cultural, ambiental y económico que están en curso en toda la región. Uno de sus voceros más característicos, el teólogo brasi- leño Leonardo Boff, ha expresado así la sustancia fundamen- tal de esa relación: Hasta el momento presente, el sueño del hombre occi- dental y blanco, universalizado por la globalización, era do- minar la Tierra y someter a todos los demás seres para así obtener beneficios de forma ilimitada. Ese sueño, cuatro siglos después, se ha transformado en una pesadilla.[�] Por eso, se impone reconstruir nuestra humanidad y nuestra civilización mediante otro tipo de relación con la Tierra [�] para conseguir que perduren las condiciones de manteni- miento y de reproducción que sustentan la vida en el pla- neta. Eso solo ocurrirá si rehacemos el pacto natural con la Tierra y si consideramos que todos los seres vivos, por- tadores del mismo código genético de base, forman la gran comunidad de vida. Todos ellos tienen valor intrínseco y son por eso sujetos de derechos. Y añade enseguida la siguiente enumeración de lo que llama �los derechos de la Madre Tierra�: ...el derecho de regeneración de la biocapacidad de la Ma- dre Tierra; el derecho a la vida de todos los seres vivos, especialmente de aquellos amenazados de extinción; el de- recho a una vida pura, porque la Madre Tierra tiene el de- recho de vivir libre de contaminación y de polución; el de- recho al vivir bien de todos los ciudadanos; el derecho a la armonía y al equilibrio con todas las cosas; el derecho a la conexión con el Todo del que somos parte. Esta intelectualidad participa hoy en el desarrollo de cam- pos nuevos del conocimiento �como la historia ambiental, la ecología política y la economía ecológica - y su producción en todos ellos constituye, ya, parte integrante de la cultura am- biental que surge de la crisis global. 26 27mayo-agosto 2015 Tareas 150 Crecer con el mundo, para ayudarlo a cambiar La crisis ambiental hace parte de una circunstancia in- édita en el desarrollo del moderno sistema mundial, que ex- presa un cambio de época antes que una época de cambios. En nuestra América, esto da lugar a un período de transición en el que emergen nuevamente viejos conflictos no resuel- tos, en el marco de situaciones enteramente nuevas, y emerge una cultura de la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con valores y visiones prove- nientes de las culturas indígenas, afroamericanas y mesti- zas, y de una intelectualidad de capas medias cada vez más estrechamente vinculada al ambientalismo global. Esa cultura toma forma tanto desde el diálogo y la con- frontación entre sus propios componentes, como en su con- traposición a políticas estatales a menudo estrechamente asociadas a los intereses de organismos financieros interna- cionales, y a complejos procesos de búsqueda de acuerdos so- bre temas ambientales en el sistema interestatal. En este proceso de transición, todo el pasado actúa en todos los mo- mentos del presente, de modo que la legitimidad técnica que alegan las políticas estatales se enfrenta a la legitimidad his- tórica y cultural de los movimientos que las confrontan, dan- do lugar a un proceso de creación de opciones de desarrollo de gran vigor y diversidad. En esta perspectiva, la dimensión cultural de la crisis no es un mero añadido a sus dimensiones ecológica, económi- ca, tecnológica, social y política, sino la expresión más acaba- da de las interacciones entre todas ellas. De esas interaccio- nes aflora ya en nuestra cultura de la naturaleza una conclu- sión que puede ser tan estimulante para unos como inquie- tante para otros, pero que es ineludible para todos: que sien- do el ambiente el resultado de las interacciones entre la so- ciedad y su entorno natural a lo largo del tiempo, si se desea un ambiente distinto es necesario crear sociedades diferen- tes. Identificar esa diferencia, y los modos de ejercerla, es el desafío fundamental que nos plantea la crisis ambiental, en América Latina como en cada una de las sociedades del pla- neta. Precisamente por eso, las transformaciones, conflictos, rupturas y opciones de salida que emergen en el ordenamiento socio-ambiental latinoamericano en la transición del siglo XX al XXI definen también los términos de la participación de nuestra América en la crisis ambiental global, y plantean problemas que deben ser resueltos desde la región, en diálo- go y concertación con el resto de las sociedadesdel Planeta. Crecemos con el mundo, para ayudarlo a cambiar en di- rección a la utopía de Boff, que nos define. 26 27mayo-agosto 2015 Tareas 150 Crecer con el mundo, para ayudarlo a cambiar La crisis ambiental hace parte de una circunstancia in- édita en el desarrollo del moderno sistema mundial, que ex- presa un cambio de época antes que una época de cambios. En nuestra América, esto da lugar a un período de transición en el que emergen nuevamente viejos conflictos no resuel- tos, en el marco de situaciones enteramente nuevas, y emerge una cultura de la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con valores y visiones prove- nientes de las culturas indígenas, afroamericanas y mesti- zas, y de una intelectualidad de capas medias cada vez más estrechamente vinculada al ambientalismo global. Esa cultura toma forma tanto desde el diálogo y la con- frontación entre sus propios componentes, como en su con- traposición a políticas estatales a menudo estrechamente asociadas a los intereses de organismos financieros interna- cionales, y a complejos procesos de búsqueda de acuerdos so- bre temas ambientales en el sistema interestatal. En este proceso de transición, todo el pasado actúa en todos los mo- mentos del presente, de modo que la legitimidad técnica que alegan las políticas estatales se enfrenta a la legitimidad his- tórica y cultural de los movimientos que las confrontan, dan- do lugar a un proceso de creación de opciones de desarrollo de gran vigor y diversidad. En esta perspectiva, la dimensión cultural de la crisis no es un mero añadido a sus dimensiones ecológica, económi- ca, tecnológica, social y política, sino la expresión más acaba- da de las interacciones entre todas ellas. De esas interaccio- nes aflora ya en nuestra cultura de la naturaleza una conclu- sión que puede ser tan estimulante para unos como inquie- tante para otros, pero que es ineludible para todos: que sien- do el ambiente el resultado de las interacciones entre la so- ciedad y su entorno natural a lo largo del tiempo, si se desea un ambiente distinto es necesario crear sociedades diferen- tes. Identificar esa diferencia, y los modos de ejercerla, es el desafío fundamental que nos plantea la crisis ambiental, en América Latina como en cada una de las sociedades del pla- neta. Precisamente por eso, las transformaciones, conflictos, rupturas y opciones de salida que emergen en el ordenamiento socio-ambiental latinoamericano en la transición del siglo XX al XXI definen también los términos de la participación de nuestra América en la crisis ambiental global, y plantean problemas que deben ser resueltos desde la región, en diálo- go y concertación con el resto de las sociedades del Planeta. Crecemos con el mundo, para ayudarlo a cambiar en di- rección a la utopía de Boff, que nos define.