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El_area_funeraria_del_solar_de_la_amplia

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Ana Ruiz Osuna 
(coordinadora)
SPAL MONOGRAFÍAS ARQUEOLOGÍA
XXXVII
Morir en Hispania
Novedades en topografía, arquitectura, 
rituales y prácticas funerarias
Editorial Universidad de Sevilla
Morir en Hispania
Colección SPAL Monografías Arqueología
Director de la Colección
Ferrer Albelda, Eduardo
Consejo editorial
Ferrer Albelda, Eduardo. Universidad de Sevilla
Álvarez Martí-Aguilar, Manuel. Universidad de Málaga
Álvarez-Ossorio Rivas, Alfonso. Universidad de Sevilla
Belén Deamos, María. Universidad de Sevilla
Beltrán Fortes, José. Universidad de Sevilla
Cardete del Olmo, Mª Cruz. Universidad Complutense de Madrid
Garriguet Mata, José Antonio. Universidad de Córdoba
Gavilán Ceballos, Beatriz. Universidad de Huelva
Montero Herrero, Santiago C. Universidad Complutense de Madrid
Pereira Delgado, Álvaro. Facultad de Teología San Isidoro. Archidiócesis de Sevilla
Tortosa Rocamora, Trinidad. Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC
Comité Científico
Arruda, Ana Margarida. Universidade de Lisboa
Bonnet, Corinne. Universidad de Toulousse
Celestino Pérez, Sebastián. Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC
Chapa Brunet, Teresa. Universidad Complutense de Madrid
Díez de Velasco Abellán, Francisco. Universidad de la Laguna
Domínguez Monedero, Adolfo J. Universidad Autónoma de Madrid
Garbati, Giuseppe. CNR, Italia
Marco Simón, Francisco. Universidad de Zaragoza
Mora Rodríguez, Gloria. Universidad Autónoma de Madrid
Oria Segura, Mercedes. Universidad de Sevilla
Vaquerizo Gil, Desiderio. Universidad de Córdoba
Sevilla 2021
Ana Ruiz Osuna
(coordinadora)
Morir en Hispania
Novedades en topografía, arquitectura, 
rituales y prácticas mágicas
SPAL MONOGRAFÍAS ARQUEOLOGÍA
Nº XXXVII
Colección: Spal Monografías Arqueología
Núm.: XXXVII
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro 
puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento elec-
trónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o 
cualquier almacenamiento de información y sistema de recupera-
ción, sin permiso escrito de la Editorial Universidad de Sevilla.
Comité editorial:
Araceli López Serena 
(Directora de la Editorial Universidad de Sevilla)
Elena Leal Abad 
(Subdirectora)
Concepción Barrero Rodríguez 
Rafael Fernández Chacón 
María Gracia García Martín 
Ana Ilundáin Larrañeta 
María del Pópulo Pablo-Romero Gil-Delgado 
Manuel Padilla Cruz 
Marta Palenque Sánchez 
María Eugenia Petit-Breuilh Sepúlveda 
José-Leonardo Ruiz Sánchez 
Antonio Tejedor Cabrera
© Editorial Universidad de Sevilla 2021 
 C/ Porvenir, 27-41013 Sevilla. 
 Tlfs.: 954 487 447; 954 487 451; Fax: 954 487 443 
 Correo electrónico: eus4@us.es 
 Web: <https://editorial.us.es>
© Ana Ruiz Osuna (coordinadora) 2021
© De los textos, los autores 2021 
Impreso en papel ecológico 
Impreso en España-Printed in Spain
ISBN de la Editorial Universidad de Sevilla: 978-84-472-3055-6
Depósito Legal: SE 787-2021
Diseño de cubierta: Cuadratín Estudio 
Maquetación: Cuadratín Estudio
Impresión: Ulzama Digital
Motivo de cubierta: Vista cenital de una tumba infantil excavada en la 
calle Sagunto (Córdoba). Autor: Jose Valderrama.
La edición de este libro se ha realizado gracias a la colaboración 
económica de la Asociación Cultural «Arqueología somos todos».
Índice
Prólogo
Ana Ruiz Osuna .............................................................................................. 11
Bética
La vía sepulcral y la topografía extraurbana de Baelo Claudia. 
Apuntes metodológicos e interpretativos
Fernando Prados Martínez y Helena Jiménez Vialás ........................... 17
La necrópolis norte de Onoba: un juego de poder entre la 
población autóctona y los nuevos ciudadanos romanos entre 
el cambio de era y el siglo II d.C.
Lucía Fernández Sutilo ............................................................................... 31
Busta y ustrina en la Córdoba romana: el ritual de cremación 
en la capital de la Bética
Ana Ruiz Osuna .............................................................................................. 47
La moneda en los diferentes actos del funus cordubensium: 
su participación en el ritual de cremación
Alicia Arévalo González y Elena Moreno Pulido................................. 77
Inhumaciones infantiles en Colonia Patricia – Corduba
Manuel Rubio Valverde ............................................................................... 93
Enterramientos intramuros tardoantiguos en Corduba
Manuel D. Ruiz-Bueno ................................................................................. 115
La cristianización del paisaje funerario en Corduba 
(siglos IV-V d.C.): El final de un proceso cultural y religioso
Eduardo Cerrato Casado ............................................................................ 129
8 ÍNDICE
Lusitania
El área funeraria del solar de la ampliación del Museo 
Nacional de Arte Romano (Mérida): ritualidad y prácticas 
mágico-religiosas de las capas humildes de Augusta Emerita
José María Murciano Calles y Rafael Sabio González ........................ 153
Ritualidad y magia en el suburbio funerario de 
Augusta Emerita (Mérida, Badajoz)
Macarena Bustamante Álvarez, Francisco J. Heras Mora y 
Cleia Detry ..................................................................................................... 175
Crematio na província Lusitania: o contributo dos estudos 
bioantropológicos
Filipa Cortesão Silva .................................................................................... 199
O mundo funerário romano no Alto Alentejo 
(Portugal) – subsídios para uma síntese regional
Mónica Rolo ................................................................................................... 217
Memórias sepulcrais romanas do Algarve: dinâmicas de um 
espaço funerário suburbano
Carlos Pereira y Célia Coelho .................................................................. 237
TARRACONENSIS
La necrópolis altoimperial del mercado de 
Sant Antoni de Barcelona
Carme Miró y Emiliano Hinojo ................................................................... 261
Rituales y prácticas funerarias en las necrópolis de la ciudad 
romana de Baetulo (Hispania Tarraconensis). El ejemplo de la 
necrópolis occidental de Illa Fradera
Clara Forn, Pepita Padrós y Daniel Vázquez .......................................... 279
Las urnas cinerarias de las necrópolis altoimperiales de 
Segobriga. Tipología formal y cronología
Rosario Cebrián Fernández ........................................................................ 299
Los tituli sepulchrales y el origen del hábito epigráfico en el 
extremo oriental del solar de los Vascones
Javier Andreu Pintado ................................................................................. 317
9ÍNDICE
Morir en Legio. Una aproximación desde la arqueología y 
la epigrafía sobre las costumbres funerarias en la ciudad de 
León en época romana
David Martino García y Fernando Muñoz Villarejo............................ 333
Análisis iconográfico del conjunto epigráfico de las necrópolis 
de La Boatella y la calle San Vicente Mártir (Valencia)
Mª Asunción Martínez Pérez ...................................................................... 347
Amortización de espacios en El Salitre, Librilla. 
El enterramiento de un individuo en una almazara y su 
estudio antropológico
Ana Corraliza Gutiérrez, Olga María Briones Jiménez, 
Mª José Morcillo Sánchez y David Munuera Marín ............................. 359
Creencias, rituales y prácticas mágicas
Las concepciones escatológicas romanas en el cambio de era: 
problemas de investigación
Rafael Barroso Romero ............................................................................... 375
Sobre tumbas, magos y defixiones: actividades mágicas en 
contextos funerarios de Hispania
Silvia Alfayé Villa......................................................................................... 393
Mors inmatura extra locas sepulturae. Enterramientos 
infantilesen Hispania en áreas no funerarias
Ana Andújar Suárez y Cruces Blázquez Cerrato .................................. 411
Usos del cánido en los contextos funerario y ritual del 
periodo clásico
Ana Portillo Gómez ..................................................................................... 429
El paisaje funerario
El uso de las materias primas de origen vegetal en el mundo 
funerario de la Hispania romana
Luis Javier Sánchez Hernando ................................................................... 447
Resúmenes / Abstracts ................................................................................... 461
11
Prólogo
La Arqueología ha venido empleando, como medio para esclarecer el pasado 
de la Humanidad, los retos materiales que el hombre ha dejado a lo largo de su 
existencia y que conforman distintos tipos de yacimientos, entre los que se en-
cuentran aquellos destinados a la deposición de los difuntos, ya sea de forma 
aislada o en concentraciones: necrópolis. Estas últimas entrañan una serie de 
ventajas científicas, pues ofrecen una alta concentración de restos en un es-
pacio muy reducido, y con un repertorio material selecto que abre la posibili-
dad de confeccionar grandes e interesantes colecciones museográficas de una 
manera fácil y rápida. Estos fueron los motivos que impulsaron durante el si-
glo XIX y la primera mitad del XX grandes excavaciones en espacios funerarios, 
tanto por la espectacularidad de estas como por el extraordinario volumen de 
materiales que proporcionaban. Sin embargo, debido a las técnicas y medios 
de la época se pasaron por alto gran cantidad de datos que en la actualidad li-
mitan enormemente su interpretación.
Es aquí donde debemos situar el nacimiento de la denominada “Arqueo-
logía de la Muerte”, definida gracias a la revolución epistemológica surgida 
en la escuela anglosajona hacia mediados del siglo XX que cambiaría la ma-
nera de investigar el mundo funerario, aproximándose a aspectos ideológicos 
y sociales mediante el estudio de los ritos de ultratumba, a los que se sumaba 
la propia paleopatología del difunto (enfermedades, edad, dieta o sexo). Las 
propuestas de los grandes padres de esta arqueología moderna, como Saxe y 
Binford, que consideraban el acto funerario como condensador de conductas 
sociales significativas, y la aplicación de una metodología procesual, que bus-
caba regularidades básicas en el tratamiento de los difuntos como medio para 
acometer la investigación del mundo funerario, tuvieron continuidad en au-
tores como Brown o Tainter, que provocaron un nuevo desarrollo científico a 
comienzos de la década de los ochenta basado en el diseño de las áreas fune-
rarias y sus contenidos para, finalmente, conocer la organización de una de-
terminada sociedad.
No obstante, la aplicación insistente de estos nuevos presupuestos per-
mitió con el tiempo poner de manifiesto sus carencias, y proponer vías al-
ternativas. La crítica más acusada era la excesiva simplicidad de la relación 
sociedad-mundo funerario, aplicando criterios válidos tan solo en cierto tipo 
12 ANA RUIZ OSUNA
de culturas. Los propios defensores de la Nueva Ar-
queología intentaron mejorar las aplicaciones de la 
“Arqueología de la Muerte” sin renunciar a sus prin-
cipios, así la denominada “Arqueología Post-Pro-
cesual” llegó a negar una relación inmediata del 
registro arqueológico con la estructura social. Ar-
queólogos de esta tendencia, como Hodder, Shanks 
y Tilley, afirmaban que es la ideología la que marca 
el lenguaje funerario, legitimando los intereses de 
un grupo frente a otros, y falseando las auténticas re-
laciones sociales.
A pesar de estas críticas, algunos arqueólogos, 
como Chapman, rechazaron el particularismo his-
tórico propuesto por los post-procesualistas. Según 
este, la “Arqueología de la Muerte” debía ser multidi-
mensional, siendo preciso no extraer un rasgo frente 
a otros, sino atender a la variación de todas las di-
mensiones del sistema funerario. Por su parte, otros 
autores, como Lull y Picazo, rechazaban la objetivi-
dad en el reconocimiento de los estatus sociales que 
llevaban a cabo los procesualistas, afirmando más 
bien que nos encontramos ante un sistema clasifi-
catorio sin ningún carácter explicativo. Además, se-
ñalaban que el estudio de los restos humanos, de la 
tumba y de su contenido, permitiría establecer una 
propuesta de estructura social siempre y cuando 
fuera contrastada con la información proporcio-
nada por los asentamientos, línea por ejemplo de-
sarrollada con éxito en el estudio de la Cultura de El 
Algar, que ha llegado a proporcionar una de las me-
todologías de referencia a nivel internacional.
En el caso de la Península Ibérica la presencia de 
enterramientos humanos es una constante desde el 
Paleolítico Superior, con precedentes en el Paleo-
lítico Medio. Sin embargo, los estudios relativos al 
mundo de la muerte centraron su atención en un pri-
mer momento en la etapa protohistórica, de la mano 
de investigadores como Chapa, Lull y Picazo, Que-
sada, Pereira, Kurtz, Santos Velasco, Ruiz Zapatero 
o Vaquerizo Gil, para a continuación dar una situa-
ción de privilegio a las necrópolis de época romana, 
más fructíferas en resultados dado el volumen de in-
formación procedente de estos espacios, la conser-
vación de textos escritos, un mejor conocimiento de 
los asentamientos y de la cultura material del mo-
mento y el establecimiento de paralelos con excava-
ciones rigurosas en otros territorios, especialmente 
Italia con Pompeya y Ostia Antica a la cabeza.
Así, en Hispania, definida de forma definitiva en 
época augustea, momento en el que las provincias 
Citerior y Ulterior se transformaron en tres: Tarraco-
nensis, Baetica y Lusitania, se observa, por un lado, 
el mantenimiento de rituales precedentes propios 
de las culturas íberas, celtas, turdetanas y púnicas, 
para a continuación asistir a un proceso de hibrida-
ción con las nuevas costumbres itálicas traídas por 
los colonos, que tuvieron su reflejo más inmediato 
en la topografía funeraria, con la apertura de nuevos 
ejes viarios que tuvieron fuertes repercusiones en el 
paisaje, redefiniendo los espacios ocupacionales in-
sertos en el mismo y ejerciendo de fuerza de atrac-
ción para la ubicación de áreas de enterramiento 
privilegiadas, con importantes monumenta destina-
dos a la exhibición personal. La ausencia de datos 
llevó a considerarlos en un inicio como productos 
provinciales y de marcado carácter rural, ya que mu-
chos de ellos aparecían aislados y en ámbitos agres-
tes. Sin embargo, en la actualidad, las aportaciones 
derivadas de las intervenciones arqueológicas lle-
vadas a cabo en los últimos 50 años ponen de ma-
nifiesto que la mayor parte de ciudades hispanas 
contaron con extensas áreas funerarias urbanas re-
partidas en el espacio inmediatamente extramuros, 
siguiendo las principales vías de comunicación, que 
con el tiempo se convertirían en verdaderos cintu-
rones funerarios, caso de Tarraco, Emerita Augusta, 
Corduba/Colonia Patricia, Astigi, Valentia o Sego-
briga, entre otras.
Aun así, sigue siendo evidente la falta de obras 
de conjunto, hecho condicionado posiblemente por 
la dispersión de los restos y el escaso conocimiento 
que hasta hace poco se tenía de los mismos. Una au-
sencia que ya se puso de manifiesto M.ª Luisa Can-
cela en su Tesis Doctoral Los monumentos funerarios 
de Hispania: tipologías (inédita) a principios de los 
90, cuando llamaba la atención acerca de la falta de 
estudios sobre las principales vías funerarias y la or-
denación de las respectivas necrópolis configuradas 
en su entorno, destacando como pionero el estudio 
realizado por H. von Hesberg, padre de la arquitec-
tura funeraria romana, en Römische Grabbauten in 
den hispanischen Provinzen (1993). A estos debemos 
sumar las publicaciones relativas a las necrópolis de 
Castulo, Carmo o Baelo Claudia, caracterizadas por 
su profundidad –difícil de superar durante décadas–, 
que suponían la presentaciónpública de las prime-
ras necrópolis hispanas excavadas en extensión.
Al estudio de necrópolis concretas gracias a cam-
pañas de excavación más o menos continuas con 
un marcado sesgo de investigación se fueron su-
mando los estudios pormenorizados de materiales 
depositados en las distintas instituciones museísti-
cas, elementos en su mayor parte descontextualiza-
dos, pero de enorme interés, como así reflejan los 
diferentes trabajos de Beltrán y Baena sobre el Alto 
Gualdalquivir, y los resultados de las intervenciones 
13PRÓLOGO
arqueológicas de urgencia o preventivas derivadas 
en este caso del crecimiento urbanístico de nuestras 
ciudades, lo que ha generado un volumen ingente de 
información desigual pendiente todavía de revisión.
Fue en 1998 cuando se puso en marcha el primer 
proyecto financiado por el Plan Nacional de Investi-
gación para abordar el estudio conjunto de las cos-
tumbres funerarias de la Córdoba romana (Funus 
Cordubensium), dirigido por Desiderio Vaquerizo 
Gil, dando como resultado publicaciones de todo 
tipo, tanto científicas como divulgativas de alto ni-
vel, un congreso internacional que todavía hoy se 
alza como referente sobre el tema, trabajos de docto-
rado y tesis doctorales, así como la puesta en marcha 
de un Centro de Interpretación del Mundo Funera-
rio Romano (Mausoleos de Puerta de Gallegos). Gra-
cias a ello, y por primera vez, Córdoba era entendida 
como yacimiento único, marcando un punto de in-
flexión en el tratamiento y la sistematización de la 
información previa, configurando una visión de 
conjunto –tanto sincrónica, como diacrónica– de los 
usos (estatuaria o decoración arquitectónica, ritua-
les, sarcófagos, urnas funerarias, ajuares) y de los es-
pacios funerarios de la ciudad.
El resultado fue la conformación de un “modelo” 
que desde hace años se está extrapolando al resto 
de Hispania. El primer paso lo supuso la monogra-
fía Necrópolis Urbanas en Baetica (2010), donde su 
autor lleva a cabo una mastodóntica labor de sínte-
sis que, aunque estructuralmente mantiene unos lí-
mites geográficos muy concisos, no pierde de vista lo 
que sucede en el resto del panorama hispano, dando 
cuenta así de lo ambicioso de la obra y de la actuali-
zación de datos que presenta, recogiendo incluso las 
últimas novedades procedentes de las excavaciones 
de Segobriga, entre otras.
Una obra de conjunto, pues, que como indica 
el propio D. Vaquerizo no pretendía desde ningún 
punto de vista ser exhaustiva ni dogmática; configu-
rándose, en realidad, como una primera aproxima-
ción a la realidad arqueológica del mundo funerario 
de algunas ciudades béticas (las que a día de hoy, 
por unas razones u otras, han aportado mayor inte-
rés en la configuración de sus espacios sepulcrales). 
Todo ello, además, en un momento muy concreto 
que va desde época tardorrepublicana hasta el siglo 
II d.C., sin que falten ciertas pinceladas a la transfor-
mación de los espacios sepulcrales a partir del ba-
joimperio con la instauración del cristianismo.
El autor, referente internacional sobre el tema, 
supo percibir rasgos comunes para toda la pro-
vincia Bética, que desarrolla de manera detallada 
en el capítulo de conclusiones, a saber: el uso 
simultáneo de la cremación y de la inhumación 
desde el siglo II a.C.; el establecimiento de un po-
sible ajuar-tipo; la presencia de mortes singulares 
(inhumaciones de decúbito prono u otras posicio-
nes extrañas) con huellas de violencia o enferme-
dades; enterramientos infantiles relacionados con 
el hallazgo de terracotas y tabellae defixionum; o la 
documentación de fosas rituales y pozos votivos re-
lacionados con la celebración de banquetes en ho-
menaje al fallecido; todo lo cual se ha corroborado 
gracias a la labor de los investigadores participan-
tes en el proyecto CVB. Ciudades romanas de la Bé-
tica. Corpus Vrbium Baeticorum, dirigido por Juan 
Campos y Javier Bermejo desde la Universidad de 
Huelva, con una reciente publicación sobre los con-
ventus hispalensis y astigitanus.
De igual forma, debemos mencionar la mono-
grafía Funus Hispaniense. Espacio, usos y costumbres 
funerarias en la Hispania Romana (2014), fruto de 
la Tesis Doctoral de Alberto Sevilla. Su publicación 
en BAR International Series de la editorial Archaeo-
press (Oxford) supuso una cierta internacionali-
zación del tema hispano. Se trata de una obra con 
aspiraciones muy ambiciosas pero infructuosas, por 
cuanto las disparidades rituales presentes en cada 
región dejan conclusiones finales muy abiertas en 
cuanto a rituales y tipologías de enterramiento que 
pueden cambiar con cada momento al albor de los 
nuevos hallazgos que puedan producirse.
El principal problema al que nos enfrentamos 
es el de los intereses concretos de cada excavación, 
que son los que acaban determinando los trabajos 
de campo. Aun así, creemos que existen una serie de 
informaciones básicas que deben ser tenidas muy 
en cuenta en la excavación y posterior tratamiento 
de los materiales localizados. En primer lugar, resul-
tan fundamentales una serie de datos topográficos 
de interés, como la localización y cantidad de necró-
polis respecto al poblado o el paisaje; la delimita-
ción del área funeraria, la orientación y localización 
de cada sepultura y la posición de los materiales en-
contrados. En segundo lugar, durante la clasificación 
del material habrá que prestar especial atención al 
ajuar, el registro antropológico (restos óseos) y el re-
gistro faunístico, pues nos ofrecerán gran cantidad 
de información sobre el ritual y las características 
ambientales y económicas de la sociedad en cues-
tión. Además, se podrán realizar análisis diversos, 
para conocer mejor el entorno, como la sedimen-
tología, estudios de pólenes y carbones. Y, por su-
puesto, el establecimiento de cronologías mediante 
el estudio tipológico de estructuras funerarias y los 
ajuares, además de análisis estratigráficos, datación 
14 ANA RUIZ OSUNA
absoluta (C14) y otros sistemas como la dendrocro-
nología o la termoluminiscencia.
Sin duda, los análisis antropológicos (inclui-
das las cremaciones) se están convirtiendo en pieza 
clave en el estudio cultural de las necrópolis, ya que 
nos dan información de primera mano y con mayor 
objetividad que los estudios de los ajuares. La deter-
minación del sexo y la edad nos da a conocer, por 
ejemplo, qué tipo de individuos reciben mayor es-
fuerzo de la comunidad en su enterramiento, pu-
diendo realizar un primer análisis de su estatus 
social. Las diferencias físicas entre poblaciones pue-
den, por su parte, permitirnos reconocer diversas et-
nias, así como las enfermedades identificadas nos 
hablan también de su cultura, ambiente y economía. 
El análisis de la dieta de los individuos estudiados, 
mediante análisis químicos y exploraciones visua-
les y radiográficas, nos ayuda a establecer el sistema 
económico y el diferente acceso a la alimentación de 
estos, así como las actividades reiteradas llevadas a 
cabo por las personas quedan reflejadas en sus es-
queletos. Incluso, las relaciones de parentesco pue-
den ser estudiadas en estos contextos funerarios, 
mediante análisis paleoantropológicos que ayuden 
a identificar rasgos comunes entre esqueletos.
Creemos, pues, que ha llegado el momento de 
abordar una labor de síntesis que permita reflexionar 
sobre los problemas arqueológicos más importantes 
que afectan al tema de estudio, en aras de estable-
cer una primera tipología, no dogmática, de las tum-
bas conocidas, y fijar sus características formales, 
áreas de expansión, evolución cronológica y mode-
los, así como su imbricación en la topografía urbana 
o rural, a fin de detectar posibles viae sepulcrales y 
espacios de uso diferencial. Muchas de estas cons-
trucciones –así como los aspectos rituales asociados 
a ellas– suponen un reflejo directo de las transforma-
ciones sociales e ideológicas que surgen como con-
secuencia de la conquista romana, por lo que resulta 
obligado atender además a otros campos que se re-
velancomo parte importante de nuestro análisis: 
monumentalización y modelos; vinculación a gru-
pos socioeconómicos y comitentes; simbología de 
repertorios ornamentales; cuestiones de orden ar-
tístico/artesanal; talleres y corrientes de influencia, o 
uso de materiales y epigrafía como elementos de au-
torrepresentación y soportes de la memoria.
En este sentido, la elaboración de Cartas Arqueo-
lógicas cada vez más presentes en los municipios es-
pañoles y la conformación de grandes equipos de 
carácter multidisciplinar están sentado las bases de 
nuevos proyectos de investigación de especial rele-
vancia en lo que a la topografía funeraria se refiere. 
Este es el caso de la Actividad Arqueológica Preven-
tiva de Llanos del Pretorio llevada cabo en Córdoba, 
que ha permitido sacar a la luz una necrópolis al-
toimperial conformada por varias vías funerarias 
en torno a las cuales se distribuían un mínimo de 
15 recintos a cielo abierto que contenían más de 60 
enterramientos (54 urnas de cremación y 11 enterra-
mientos de inhumación infantiles). Los resultados 
derivados de las distintas líneas de trabajo emana-
das de este espacio funerario motivaron la celebra-
ción del Congreso Internacional Rituales, costumbres 
funerarias y prácticas mágicas en Hispania. A propó-
sito del sepulcretum de Llanos del Pretorio en 2019, 
con el que se pretendía poner a disposición de la co-
munidad científica las primeras impresiones y esta-
blecer comparaciones con otros espacios funerarios 
del Occidente Romano, ya fuera en relación a su to-
pografía, arquitectura, rituales o prácticas mágicas. 
Esta reunión científica convocó a un número total de 
47 investigadores, que, procedentes de varios pun-
tos de la Península Ibérica, han permitido sentar las 
bases de una red de trabajo nacional cuyos prime-
ros resultados se recogen en esta monografía que 
cuenta con una veintena artículos elaborados por 
especialistas en el mundo funerario hispano y por 
arqueólogos, historiadores, epigrafistas y antropó-
logos independientes, lo que ha permitido llevar a 
cabo una puesta al día en cuanto a novedades cientí-
ficas con las que abrir futuras líneas de trabajo en lo 
que a la Arqueología de la Muerte se refiere.
Ana Ruiz Osuna 
Universidad de Córdoba
153
* Museo Nacional de Arte 
Romano de Mérida
El área funeraria del solar de la 
ampliación del Museo Nacional de 
Arte Romano (Mérida): ritualidad 
y prácticas mágico-religiosas de las 
capas humildes de Augusta Emerita
José María Murciano Calles* 
Rafael Sabio González*
1. DESCRIPCIÓN GENERAL
La zona funeraria analizada en estas líneas se suma a la ingente información 
disponible sobre las necrópolis emeritenses situadas en los suburbios de la 
Colonia. El motivo de su hallazgo fue la necesidad de excavaciones arqueoló-
gicas previas a las obras del edificio destinado a la ampliación del actual Mu-
seo Nacional de Arte Romano, en adelante MNAR (Fig. 1). Dichas excavaciones 
se acometieron en 2016 bajo la dirección científica de José María Álvarez Mar-
tínez y la dirección técnica de los autores de este artículo. Contó además con el 
inestimable apoyo de recursos humanos y materiales de la empresa Tera, dis-
poniendo de los servicios de topografía y dibujo de Groma 2.0.
Pese a que en este artículo nos referiremos de manera extensa al área fu-
neraria documentada en este solar, queremos hacer constancia, de manera 
sucinta, de sus fases (para más información vid. Sabio González y Murciano 
Calles 2017). La primera actividad documentada es la realización de un foso 
defensivo tallado en el suelo de roca natural (Sabio González y Murciano Ca-
lles 2019a), que debe correr en paralelo a la muralla, la cual, sin embargo, no 
se ha podido documentar fehacientemente. Este foso debe iniciarse aproxi-
madamente en la fundación de la ciudad, ya que los materiales más tempra-
nos asociados a él son de al menos la primera mitad del siglo I d.C. Debió estar 
en funcionamiento durante unas pocas décadas, porque en torno a mediados 
o segunda mitad de dicho siglo se inicia un vertido sistemático de residuos de 
todo tipo que inutilizan y lo cubren.
En paralelo al uso e inicio de colmatación del foso, se generan nuevas es-
tructuras públicas, como es el tramo del acueducto ya conocido en su recorrido 
bajo el actual edificio del museo y, junto a él, en el ángulo sureste del solar, un 
lienzo con sillares de cuarcita y abundante mortero de cal cuya función es des-
conocida pero que por sus características técnicas tuvo que edificarse, al menos 
en su nivel de cimentación, en paralelo al acueducto. No es descartable que se 
trate de una torre anexa a la muralla, que debe correr bajo la calle aledaña, aun-
que con una cronología hasta ahora no documentada en la ciudad.
Casi de forma inmediata, a partir probablemente de época flavia o ini-
cios del siglo II d.C., se establece en el solar la construcción de dos recintos 
154 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
y, posiblemente, la planificación de un tercero, que 
pese a no haber arrojado en ninguna de sus fases de 
uso sepultura alguna, han sido interpretados como 
de funcionalidad funeraria, debido a algunas de 
sus características como luego veremos. Estos re-
cintos colapsan de forma inesperada y rápida, po-
siblemente por su mala cimentación en un terreno 
inestable conformado con residuos orgánicos so-
bre una superficie inclinada como era la del foso de-
fensivo, ya colmatado. En las cercanías de uno de 
ellos, y cerca de la calzada que se documenta ya en 
el MNAR, se hallaron dos tumbas de cremación.
A partir de ese momento se inicia un nuevo ver-
tido sistemático que se extendió en el tiempo hasta 
al menos época tardoantigua, momento a partir del 
cual contamos con una ausencia de estratigrafía en 
el solar, posiblemente debida al arrasamiento pro-
vocado por la edificación en los años 70 del edifi-
cio de apartamentos que se demolió en el 2004, una 
vez fue adquirido por el Estado para la ampliación 
del MNAR.
De forma alternativa a la deposición de residuos 
se efectúa la generación de un área funeraria mar-
cada por el ritual de inhumación y la ubicación indi-
vidualizada en fosas, sin más señalizaciones que las 
habituales para las tumbas individuales. Es en esta 
fase en la que nos detendremos de forma pormeno-
rizada. La alternancia de residuos y generación de 
tumbas parece producirse desde finales del siglo I o 
inicios del II hasta el siglo IV o, incluso, V d.C.
A época tardoantigua se corresponde también 
un gran corte en estos estratos de vertido, que co-
rre probablemente en paralelo a la muralla, y que 
ha sido interpretado como nuevo un foso defensivo. 
Quizás pueda ponerse en relación con la aparición 
en el interior del muro de cierre del solar, conser-
vado en una caja practicada al efecto, de unos silla-
res y material reutilizado de granito, cuya apariencia 
recuerda al refuerzo visigodo de las murallas.
La secuencia documentada en el solar se cierra 
con un estrato ceniciento alojado en la cuenca de 
este foso.
Fig. 1. Localización del solar de la ampliación del MNAR en Mérida (Archivo Fotográfico MNAR).
155EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
2. LA EXPRESIÓN DEL RITUAL FUNERARIO 
EN LAS TUMBAS INDIVIDUALES
2.1. La morfología de las sepulturas
Como hemos dicho, existen dos grandes fases fu-
nerarias, una marcada por la monumentalización, 
creando una serie de recintos para albergar sepul-
turas, las cuales, debido al mal estado de conser-
vación, no han pervivido, y una segunda gran fase 
caracterizada por la presencia de tumbas de inhu-
mación en fosa. A efectos del tema que nos atañe, 
nos centraremos en esta segunda fase (Fig. 2 y 3) que 
tuvo un largo recorrido, desde fines del siglo I o ini-
cios del II hasta prácticamente el periodo visigodo, 
por lo que es lógico que se pueda compartimentar 
en sub-fases, delimitadas por los distintos estratos 
de vertedero que van siendo cortados por las tum-
bas y por otrosque las cubren.
En la Tabla 1 se relacionan las denominaciones 
de las sepulturas halladas, así como su cronología 
y depósitos, en caso de haberlos. En general, pese a 
ser un largo periodo de tiempo, se advierte un am-
biente funerario unitario, basado en unos rituales y 
creencias similares que hacen posible unificar dicho 
periodo en una sola fase.
Se documentaron 109 restos humanos, de los 
cuales dos eran cremaciones y 13 consistían en me-
ros restos óseos descontextualizados, a veces arra-
sados por la edificación precedente a la excavación, 
pero en otras ocasiones producto de remociones 
y alteraciones antiguas, hecho derivado de la alta 
densidad poblacional observable en el solar. Esta 
circunstancia se deduce igualmente de la superpo-
sición de varios cadáveres en un mismo lugar, en 
ocasiones destruyendo total o parcialmente el ente-
rramiento anterior (las relaciones entre A 82, A 93 y 
UE 388 o entre AA 22, 28 y 31 eran los casos más fla-
grantes de ello), algo que también se puede relacio-
nar con posibles relaciones familiares. Otras veces 
se hallaban huesos humanos desarticulados, total o 
parcialmente, entre los huesos de esqueletos com-
pletos (UUEE 115, 165, 233, 273 y 388).
De estas incidencias en tumbas previas, la más 
destacada es la aparición en una pequeña fosa con 
dos cráneos aislados, apoyados uno sobre otro (A 50, 
que a su vez cortaba los pies del individuo infantil de 
la tumba A 47). Ponemos en relación esta actividad 
con la exigencia legal de considerar sagrado sólo el 
espacio de ubicación de la cabeza (Digesto 11.7.4.2; 
Remesal Rodríguez 2002: 371), imaginándonos 
la destrucción accidental de tumbas anteriores al 
Fig. 2. Vista general del solar en el proceso de excavación de la fase funeraria (Archivo Fotográfico MNAR).
156 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
realizar la cava y obligando al enterrador a efectuar 
una nueva fosa esta vez con los cráneos, la única sec-
ción sacra del cuerpo y de obligada protección.
En cuanto a las cremaciones, se hallaban una 
junto a otra en el límite oeste del solar, en un área 
cercana a la vía que corre a unos metros de distan-
cia, dentro ya del actual edificio del Museo. Posible-
mente su conservación se deba al azar, puesto que 
parece que la intensa actividad funeraria posterior 
haya podido borrar toda huella de fases preceden-
tes, algo que pudimos intuir ante la presencia de 
otra posible cremación, ésta sin embargo en el lado 
sureste del solar. Consistía en una fosa ovalada (UE 
192), rellena en su interior de ceniza, la cual se mez-
claba con arcilla en la zona superior del relleno y se 
extendía a lo largo del área (UE 176). Esta amalgama 
y dispersión debió producirse por el arrasamiento 
producido al llevar a cabo inhumaciones posteriores 
(AA 13 y 16), que se situaban justo sobre la UE 192, 
afectando a parte de sus paredes con la excavación 
de su propia fosa (Fig. 4).
Comenzando con la descripción generalizada de 
las inhumaciones, su posición es mayoritariamente 
en decúbito supino, con la cabeza orientada hacia el 
Sur, salvo tres casos, dos de ellos con la cabeza hacia 
el Norte (AA 5 y 38) y uno al Oeste (A 46).
La gran mayoría, como decíamos, se depositaban 
en fosas realizadas directamente sobre la superficie 
del vertedero, aunque se documentaron algunos 
ejemplares que se encontraban, por la inexistencia 
de fosa y por su posición, claramente arrojados sin 
ningún cuidado. En este punto hay que ser caute-
losos, ya que debido a la naturaleza de los estratos 
no siempre era posible documentar correctamente 
Fig. 3. Planta general de la fase funeraria, marcando con distintos colores las sub-fases identificadas (planimetría Marco 
Antonio Aza).
157EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
la fosa, lo que no quiere decir que no existiera. Aun 
así, es claro el simple echado de cadáveres sin eje-
cución de fosa ni de ningún tipo de estructura y sin 
ningún rastro de ritual, en al menos tres ocasiones 
(UE 233, A 35 y A 72), mientras que en A 42 y posi-
blemente A 76, la posición del cadáver denota una 
evidente falta de atención en la deposición que, sin 
embargo, no interfiere en la generación de una fosa 
para su ubicación. Se documentan también cavida-
des de pequeño tamaño que obligan a la deposición 
del cadáver con las piernas flexionadas, en postura 
fetal. Esta última disposición se observaba en espe-
cial en la fase más tardía del área funeraria (con el 
conjunto de tumbas AA 6, 7 y 8), y recuerda mucho a 
lo constatado en un solar cercano, aunque con cro-
nologías anteriores (Márquez Pérez y Pérez Maestro 
2005; Pérez Maestro 2007).
En los casos mayoritarios de tumbas en fosas 
ovaladas tendentes al rectángulo, muchas de ellas 
conservan cubiertas de algún tipo: con tégulas a dos 
aguas (AA 13, A 25, 53, 96, 97), a un agua usando 
tégulas (AA 16, 18, 85) o ladrillos (A 94), combi-
nando ladrillos y tégulas (AA 27, 77, 81), fragmen-
tos cerámicos de tipo variado (A 55) y fragmentos 
cerámicos y piedras (A 78). La sepultura A 33 tenía 
su cubierta hundida, pero debió ser relativamente 
apiramidada, disponiendo varias capas de tégulas, 
primero de forma transversal, luego longitudinal y, 
finalmente, una hilera central de ladrillos rectangu-
lares. No todas las cubiertas tienen el mismo grado 
de conservación: algunas de ellas estaban en buen 
estado (por ejemplo, A 25 con la cubierta todavía 
parcialmente a dos aguas). En otras, el peso de las 
tierras que las cubrían provocó su fragmentación y 
dislocación (como en A 33, cuyo hundimiento ha-
bía causado el aplastamiento del cadáver y el de-
pósito). Por último, en otros casos podríamos estar 
hablando de procesos postdeposicionales que las 
alteran más severamente, en los que se documenta 
su sustracción parcial, quizás fruto de expolios y ro-
bos (por ejemplo, con todas las salvedades, en A 78 
o A 81).
Algunas de las fosas tienen sus paredes consoli-
dadas con elementos reutilizados, principalmente 
piedras y materiales arquitectónicos cerámicos, co-
gidos posiblemente de las cercanías. Esto ocurre en 
las tumbas A 44, 45, 52, 64, 69, 85, mientras que en 
otros casos esos refuerzos solo se encontraron en el 
lado de la cabeza (en AA 15) o de los pies (en AA 26 
y 70, Fig.  5) del difunto. Finalmente, había tumbas 
que disponían el ímbrice para hacer reposar la ca-
beza (AA 10, 21, 86, 68, 77).
Finalmente, en lo relativo a la configuración ge-
neral de la sepultura, cabe destacar la presencia de 
Fig. 4. Tumba A 13 (Archivo Fotográfico MNAR).
158 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
Tabla 1. Enterramientos hallados en el solar de la ampliación del MNAR.
Actividad/UE Datación estimada Depósito funerario
A 4 siglo III-IV No tiene
A 5 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 6 siglo III - siglo V, tercera década No tiene
A 7 siglo III - siglo V, tercera década No tiene
A 8 siglo III - siglo V, tercera década No tiene
A 9 siglo III - siglo V, tercera década No tiene
A 10 siglo III, segunda mitad No tiene
A 11 siglo III - siglo V, tercera década No tiene
A 12 siglo IV, sexta década - siglo V, tercera década No tiene
A 13 siglo II, mediados - siglo III, mediados
Lucerna cerámica
Jarra de vidrio
Cuenco de vidrio
Recipiente indeterminado de vidrio
Conjunto de tachuelas de hierro
20 clavos de hierro
Moneda
Cal
A 14 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 15 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 16 siglo II, mediados - siglo III, mediados Moneda reutilizada como colgante
A 17 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 18 siglo IV, sexta década - siglo V, tercera década No tiene
A 19 siglo III, segunda mitad - siglo IV
Jarra monoansada de cerámica común
Plato de cerámica común
A 20 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 21 siglo III, segunda mitad - siglo IV Anillo de bronce
A 22 siglo IV
Amuleto de hueso
Dos pulseras de bronce
Dos anillos de bronce y uno de hierro
Restos de maderaA 23 siglo III, segunda mitad - siglo IV
Jarra biansada
Conjunto de tachuelas
A 24 siglo III, tercera década - siglo III, fines No tiene
A 25 siglo III, segunda mitad - siglo IV Estilete de hierro
A 26 siglo III
Jarra de cerámica común con restos óseos animales en 
su interior
Jarra biansada de cerámica común con restos óseos 
animales en su interior
Dos cuencos de cerámica común
Lucerna
Aguja de pelo de hueso
A 27 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
159EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
Actividad/UE Datación estimada Depósito funerario
A 28 siglo III, segunda mitad - siglo IV Conjunto de tachuelas
A 29 siglos II-III Jarra monoansada
A 30 siglo II-III No tiene
A 31 siglo III No tiene
A 32 siglo II-siglo III, mediados No tiene
A 33 siglo II- siglo III, mediados
Jarra monoansada
Copa
Cuenco
Tapadera
Lucerna 
Conjunto de tachuelas de hierro
23 clavos
Posible cáscara de huevo
Cal
A 34 siglo II, mediados - siglo II, mediados Cuenco imitación de paredes finas
A 35 siglo III, segunda mitad No tiene
A 36 siglo III, segunda mitad No tiene
A 37 siglo III, segunda mitad Plato de cerámica común
A 38 siglo I, fines - siglo III, segunda mitad
Jarra biansada con un pequeño objeto de bronce en su 
interior
Jarra monoansada
Cuenco
Conjunto de clavos
A 39 siglo III, segunda mitad No tiene
A 40 siglos III-IV No tiene
A 41
siglo II, mediados - siglo III, mediados
Recipiente de vidrio azul y concha (junto a un 
ímbrice con posibles funciones libatorias)
Cuenco
Ungüentario de vidrio
4 acus de hueso
6 clavos de hierro
Moneda.
A 42 siglo III, segunda mitad No tiene
A 43 siglo III, segunda mitad No tiene
A 44 siglos III-IV No tiene
A 45 siglos III-IV No tiene
A 46 siglo IV, segundo cuarto - siglo IV, fines No tiene
A 47 siglos III-IV No tiene
A 50 siglos III-IV No tiene
A 51 siglos II-III No tiene
A 52 siglos III-IV No tiene
A 53 siglos III-IV No tiene
A 54 siglos III-IV No tiene
160 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
Actividad/UE Datación estimada Depósito funerario
A 55 siglos III-IV No tiene
A 56 siglos II-III Lámina de bronce
A 57 siglos III No tiene
A 58 siglos III
Jarra de cerámica común
Vieira
A 59 siglos III
Cuenco de cerámica común
Mortero de cerámica común
A 60 siglos III No tiene
A 61 siglos III No tiene
A 62 siglos III No tiene
A 63 siglos III No tiene
A 64 siglos III-IV No tiene
A 65 siglos III No tiene
A 66 siglos III-IV
Objeto no identificado de bronce, en la mano derecha 
(¿un anillo, una moneda?)
A 67 siglos III No tiene
A 68 siglos III Cuenco deformado de cerámica común
A 69 siglo III, aunque con ajuar del siglo II
Jarra de cerámica común
Lucerna
3 clavos de hierro
A 70 siglos II-III Restos de animales en el entorno
A 71 siglos II-III No tiene
A 72 siglo II-III, posiblemente III Brazalete de hierro.
A 73 siglo II-III, posiblemente III
Plato o cuenco de vidrio
15 clavos de hierro
Conjunto de 19 tachuelas de hierro
A 74 siglos II-III No tiene
A 75 siglos II-III No tiene
A 76 siglos II-III No tiene
A 77 siglos III
Jarra de cerámica común
Lucerna
A 78 siglos II-III No tiene
A 79 siglos II-III No tiene
A 80 siglos II-III Dos plato de cerámica común
A 81 siglos II-III No tiene
A 82 siglos II-III No tiene
A 83 siglos II-III Dos clavos de hierro
A 83 siglos II-III No tiene
A 84 siglos II-III No tiene
161EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
Actividad/UE Datación estimada Depósito funerario
A 85 siglos II-III
Plato de cerámica común con una placa de hueso y un 
hueso de animal de pequeño tamaño en su interior
Jarra de cerámica común
Lucerna
Recipiente de vidrio
16 clavos
A 86 siglos II-III
Plato de cerámica común
Lucerna
A 87 siglo I, mediados - siglo II, mediados
Lucerna
Tenazas de hierro
Trépano de hierro
Dos martillos de hierro
Dos escodas de hierro
11 cinceles o punteros de hierro
Conjunto de tachuelas de hierro
30 clavos de hierro
A 88 siglos II-III No tiene
A 89 siglo II, mediados - siglo III, mediados o fines
Lucerna
Plato de vidrio
Cuenco de vidrio
Cuenco de vidrio
Ungüentario de vidrio
Dos agujas de hueso
21 clavos de hierro
A 90 siglos II-III No tiene
A 91 siglo II, mediados - siglo III, mediados
Jarra de cerámica común
Lucerna
Caracola
Anilla de hierro
Tres clavos de hierro
A 92 siglos II-III No tiene
A 93 siglos II-III No tiene
A 94 siglos II-III No tiene
A 95 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 96 siglo III, segunda mitad - siglo IV
Anillo de bronce
Dos arandelas de hueso
Cuenta de collar de pasta vítrea blanca
Cuenta de collar de piedra roja
Cuenta de collar de vidrio
A 97 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
A 98 siglo I, segunda mitad Dos cuencos de paredes finas
A 99 siglo I, segunda mitad Un cuenco de paredes finas y una concha horadada
A 100 siglo II, mediados - siglo III, mediados No tiene
UE 94 siglo III-IV No tiene
UE 115 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
UE 118 siglo III, segunda mitad No tiene
UE 119 siglo III, segunda mitad No tiene
162 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
ciertos amontonamientos de este tipo de materiales 
(cerámicos arquitectónicos y pétreos) sobre la tumba 
y que fueron interpretados como hitos, un modo de 
señalización para localizar el enterramiento. Siendo 
estrictos, a ellos habría que sumar ciertas cubiertas, 
especialmente las ejecutadas a dos aguas, que for-
marían un pequeño promontorio sobre el terreno, 
una vez recubiertas de tierras, facilitando, como de-
cimos, la localización. Es reseñable que estos hitos 
estaban invariablemente situados sobre tumbas in-
fantiles de individuos muy pequeños (AA 24, 47, 74 
y 100), cuya fosa sería fácilmente olvidable. Un caso 
controvertido de señalización lo supone la tumba A 
41, que además tenía otros elementos de difícil in-
terpretación, como veremos más adelante. En ella, 
a una cota superior de la habitual en el solar, se do-
cumentaron dos hileras paralelas de piedras que re-
cordaban vagamente a lo que después se comprobó 
que era la fosa donde se contenía el finado, si bien se 
encontraba ligeramente desplazado. Daba por ello 
la impresión de que las hileras de piedras marcaban 
la posición de la tumba, pero de forma imprecisa a 
modo de recuerdo vago. Junto a ellas, además, se ha-
lló un conjunto de materiales que fue interpretado, 
con muchas dudas, como restos de una ofrenda pos-
terior (Cantillo et al. e.p.).
Si hacemos un examen general a todo lo co-
mentado en cuanto a la conformación general de 
las tumbas, podemos ya extrapolar una pobreza de 
materiales y ejecución, circunstancia sobre la que 
se volverá a incidir cuando se traten los depósitos. 
Las sepulturas no son más que una fosa en el suelo, 
con la forma adaptada a la introducción del cadá-
ver en decúbito supino, y los componentes para cu-
biertas y refuerzos parecen ser los que se hallan en 
el entorno, entre la multitud de vertidos de elemen-
tos constructivos propios de reformas de estancias. 
Un caso paradigmático en este sentido es la tumba 
infantil A 64, que aprovechaba ladrillos dispersos 
en el entorno para realizar su cobertura. En este 
caso se pudo comprobar claramente este fenó-
meno puesto que en toda el área circundante a la 
sepultura existía un potente vertido (UE 429) de la-
drillos cuadrados de 15 cm de lado, un formato no 
documentado en el resto del solar, excepto en ese 
vertido y en esa tumba.
2.2. La expresión del ritual 
funerario en los depósitos
Sin duda, un aspecto esencial para entender la ritua-
lidad del proceso de enterramiento es la cultura ma-
terial derivada de ésta, y en el caso de la ampliación 
del MNAR tenemos ejemplos interesantes que se in-
sertan de lleno en la mentalidad romana.
Son 35 enterramientos los que tienen algún 
tipo de depósito. Cronológicamente, sólo las dos 
cremaciones y dos inhumaciones son claramente 
adscribibles a la época altoimperial, tal como se 
desprende de la datación de losmateriales, en com-
binación con las relaciones estratigráficas de los 
estratos que cubren y son cortados. Así, las dos cre-
maciones (A 98 y A 99) se datarían sin muchas di-
ficultades en torno a la segunda mitad del siglo I o 
inicios del II d.C. por la presencia de cuencos de pa-
redes finas emeritenses Mayet XLIII, mientras que 
las primeras inhumaciones coinciden aproximada-
mente con esa fecha (A 87), tal vez algo más tardías, 
lo que las englobaría en el siglo II d.C. (AA 29 y 34). 
De ellas, la A 87 ha deparado varios objetos intere-
santes en su ajuar (Fig. 10), que se reseñarán opor-
tunamente en este trabajo, pero que también han 
dado lugar a su publicación exclusiva (Sabio Gon-
zález y Murciano Calles 2019b).
Actividad/UE Datación estimada Depósito funerario
UE 165 siglo III, segunda mitad - siglo IV No tiene
UE 230 siglo III, segunda mitad No tiene
UE 233 siglo III, segunda mitad No tiene
UE 273 siglo III, mediados No tiene
UE 346 siglos III-IV No tiene
UE 353 siglos III-IV No tiene
UE 380 siglo I, fines - siglo IV No tiene
UE 388 siglos II-III No tiene
UE 396 siglo III No tiene
163EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
El resto de las inhumaciones con depósitos se de-
sarrollan sin solución de continuidad desde el siglo II 
hasta el siglo IV d.C.; si bien, hay que tener en cuenta 
que algunas de ellas no pudieron datarse correc-
tamente, sólo mediante cronologías generales, de-
bido a las distintas remociones y alteraciones de tierra 
provocadas por las actividades del vertedero.
Todas ellas se suman a la ingente documen-
tación existente en Mérida sobre el ritual funera-
rio (Murciano 2010) del que iremos viendo, paso a 
paso, cómo deja rastro en el registro arqueológico. 
Para el mundo romano tenemos la fortuna de que el 
proceso que inicia con la muerte de un allegado y fi-
naliza con su enterramiento (y las posteriores con-
memoraciones) ha sido mencionado una y otra vez 
por distintos autores latinos. Todas estas referen-
cias han sido exhaustivamente recopiladas en Hope 
(2007), y hoy existen buenos estudios que recopilan 
esas menciones y las trasladan al contexto arqueoló-
gico (Toynbee 1996; Prieur 1986; Hinard y Lambert 
1995; Heinzelmann 2001; Braune 2008; Carroll 2011; 
para el caso hispano destacan Vaquerizo Gil 2001: 
44-118; Sevilla Conde 2014). Seguiremos para ello 
parcialmente el esquema elaborado por otros (Sevi-
lla Conde 2014: 214-258; Martínez Pérez 2016), aun-
que adaptado al discurso observable en el solar de la 
ampliación del MNAR y comparable con otros casos 
emeritenses.
2.2.1. Unctura
Una vez el difunto exhala, la primera acción de sus 
allegados es el cierre de sus ojos (oculos premere). 
Algunos autores (Ramos Sáinz 2003: 180; Martínez 
Pérez 2016: 176; Sevilla Conde 2014: 245), basándose 
en las palabras de Plinio (His.Nat., 33, 2), consideran 
que la segunda acción ritual es el annulos detrahere, 
la extracción de los anillos, para evitar la profana-
ción de la posterior sepultura. Por otro lado, es cierto 
que otros autores modernos (tras la consulta de los 
principales manuales de referencia, en especial Toy-
nbee 1996 y Prieur 1986) no mencionan esta acción 
como parte del ritual funerario. Para Sevilla Conde, 
este acto quedaría reflejado en el depósito funerario 
en el hallazgo de anillos no situados en las manos, 
aunque si seguimos a Plinio, la fuente originaria, 
lo habitual sería no encontrar estos anillos, puesto 
que el objetivo es precisamente ese, no dejarlos en 
la sepultura para evitar su sustracción. Con todo, y 
para que quede constancia del aporte, en el solar 
del MNAR, hallamos un caso (A 22, Fig. 6) en el que 
tres anillos, dos de bronce con cabujón de vidrio y 
uno de hierro, se depositaron a un lado de la tumba, 
junto a dos pulseras de bronce y un amuleto, que se 
describirán más tarde (y que fueron analizados, en el 
Informe n.º registro 31752/167 emitido el 19 de sep-
tiembre de 2017 por José V. Navarro Gascón). Otro 
Fig. 5. Tumba A 26 (Archivo Fotográfico MNAR).
164 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
anillo se halló en la tumba A 21, pero éste estaba si-
tuado en el dedo correspondiente (también se tra-
tará más adelante).
Continuando con el proceso de la despedida del 
difunto, se inicia con la conclamatio (última des-
pedida y lamentaciones) y la unctura (limpieza y 
amortajamiento del cadáver). Para estos primeros 
momentos tenemos ya objetos en los depósitos que 
los evocan, como son aquellos que han pervivido de 
la vestimenta y adorno personales, puesto que, en 
ocasiones, esa mortaja era la ropa del difunto, la toga 
si era ciudadano (Juvenal, Sátiras 3, 171; vid. Hope 
2007: 97). Otras veces, la mortaja era un simple paño 
ceñido en torno al cuerpo del finado, algo de lo que 
queda huella en el registro arqueológico por la po-
sición comprimida que adopta el esqueleto, con los 
huesos de los hombros ligeramente alzados con res-
pecto al cuerpo y las piernas muy juntas, lo cual se 
evidencia en las tumbas AA 12, 13, 14, 18, 23, 33, 38, 
39, 59, 79 y 81 y UE 230. Además, otro signo es, en 
dos de ellas (AA 13 y 33, Fig. 4), la presencia de una 
lechada de cal viva que se halla bajo el esqueleto y 
que siluetea lo que debió ser el cuerpo, dando la im-
presión de que esa cal ha quedado contenida en un 
sudario. La necesidad de esta cal es obvia, como me-
dida preventiva para intentar evitar contagios, un 
procedimiento ya documentado en la Mérida ro-
mana (Ayerbe Vélez y Márquez Perez 1998: 145, 
AA 63 y 64; Méndez Grande 2006a: 324-325, A 61).
Por otro lado, es habitual la presencia de clavi ca-
ligari, las pequeñas tachuelas de hierro que confor-
maban las suelas de las caligae, un calzado usado 
mayoritariamente por los legionarios, pero que tam-
bién fueron empleadas en otros oficios que requirie-
ran un buen agarre del pie al suelo. Estos vestigios se 
hallaron en las tumbas AA 13, 23, 28, 33, 73 y 87. De 
ellas las AA 23 y 33 conservaban in situ los clavi, en 
ambas piernas derechas, formando una línea ova-
lada, por lo que debían situarse en torno al perfil de 
los dedos del pie. Sin embargo, la tumba que mejor 
conservaba las caligae era la A 28, adheridas toda-
vía a los huesos del pie. En el momento de su extrac-
ción se adivinaba cierta textura y composición que 
anunciaba la posible pervivencia del cuero o tejido. 
Sin embargo, no se halló resto alguno de estos ma-
teriales, a pesar de los exámenes mediante micros-
copía electrónica de barrido realizados en el IPCE 
(Informe n.º registro 31752/3 emitido el 9 de enero 
de 2018 por José V. Navarro Gascón). Sí se obser-
varon estructuras fibrosas mineralizadas, algunas 
trenzadas o torsionadas, relacionadas con restos del 
material de las sandalias, reemplazados por los óxi-
dos de hierro. Pero lamentablemente, ninguna fibra 
pervivió en el interior del óxido, por lo que ha sido 
imposible identificar el tejido (Informe n.º registro 
31752/3 emitido el 31 de enero de 2018 por Enrique 
Parra Crego).
Estos clavi caligari son muy habituales en los 
depósitos funerarios hispanos, aunque se corre el 
riesgo de no citarlos en las publicaciones de exca-
vaciones. En Augusta Emerita hay varios solares en 
las que se hace referencia. Por ejemplo, en las distin-
tas intervenciones en la antigua Campsa (Bejarano 
Osorio 2000: 319, también podrían formar parte de 
cajas u otros elementos del atuendo) y en la tumba 
de un médico datada en la segunda mitad del si-
glo I d.C. (Bejarano Osorio 2002: 400 y 405, lám. 9, 
nº  14). Otros conjuntos de tachuelas documenta-
dos en tumbas de cremación son los localizados en 
el Norte de la ciudad (Chamizo de Castro 2006: 24-
25 y listados de la A 21, 25 tachuelas; Silva Cordero 
2004, conjuntos de tachuelas en los listados de A 20 
y A 25). Ya con ritual de inhumación y cronologías 
bajoimperiales, se constatan al menos en la Avda. 
de la Plata, también al Norte (Ayerbe Vélez 2001: 29, 
Actividad 11), y en un interesante caso al Sur, conla 
aparición de 176 tachuelas de hierro algunas de ellas 
unidas por restos de cuero (Barrientos Vera 2004: 
383, Fig.  18). También se han documentado exten-
samente en toda la provincia Tarraconense, con am-
plia presencia en su capital (Sevilla Conde 2014: 
250-251), mostrando cronologías relativamente tar-
días, al igual que nuestros ejemplares.
Otros materiales aparecidos en el solar del 
MNAR están relacionados con el adorno corporal. 
Así, la cremación A 99 tenía una concha de hinia 
reticulata, probablemente horadada para colgante 
(Cantillo et al. e.p.). Por su parte, una tumba infan-
til (A 96) contenía un pequeño anillo de bronce y 
un collarcito formado, al menos, por dos arande-
las de hueso y tres cuentas, dos de pasta vítrea y una 
de piedra roja no identificada, mientras que la A 21 
conservaba un anillo de bronce en el dedo anular de 
la mano izquierda del cadáver, lo que podría iden-
tificarlo como un anulus pronubus, signo de mujer 
casada (Fayer 2005: 66-73). Otra consecuencia deri-
vable es la inexistencia, en este caso, del ritual cono-
cido como annulos detrahere (véase más adelante).
Dentro de esta clasificación, es interesante se-
parar otros tipos de objetos que aportan informa-
ción adicional. Por un lado, existen elementos que 
en época romana se asocian al mundo femenino: en 
la A 26 se conservaba en una posición casi horizon-
tal y junto a la nuca del cráneo un acus crinalis para 
la sujeción del cabello en forma de moño o para su-
jetar un velo a él. En otros depósitos han aparecido 
165EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
también acus de hueso (cuatro en A 41 y dos en 
A 89), pero por su posición, a los pies y junto a otros 
objetos ubicados con cuidado, deben tener más bien 
un carácter de ofrendas o viático.
Otros objetos de adorno femenino son las pul-
seras de bronce que ya hemos mencionado al ini-
cio. La pareja, junto a otros tres anillos, todos unidos 
entre sí por la corrosión, apareció en A 22 (Fig.  6). 
Además, junto a ese conjunto se conservaba un in-
teresante amuleto óseo en forma de figura femenina 
desnuda. Todos ellos se encontraban amalgamados 
junto a la rodilla derecha del difunto. El amuleto nos 
remite a objetos de tipo profiláctico, que eran usa-
dos con fines mágico-religiosos, cuando no me-
ramente supersticiosos. Estas figurillas óseas son 
conocidas desde antiguo y consideradas de carácter 
indígena, aunque recientemente se ha comprobado 
su cronología tardía y su posible relación con el culto 
a la Magna Mater (Heras Mora, Bustamante-Álvarez 
y Aranda Cisneros 2012). Nuestro ejemplar confirma 
una datación del siglo IV d.C., momento en que se 
fecha la tumba por relaciones estratigráficas. Su apa-
rición junto a otros objetos de índole ornamental, 
hace posible la restitución como colgante.
Un nuevo objeto con significado profiláctico fue 
hallado en la inhumación A 16. Se trata de una mo-
neda totalmente frustra, de módulo en torno a los 2,5 
cm, con un orificio a un lado para ser usada como col-
gante. Estas monedas horadadas están también pre-
sentes en la ciudad de Augusta Emerita en sus fases 
tardías: una moneda de Magencio en un estrato da-
tado en el siglo VI (Méndez Grande 2015: 51 y Fig. 42; 
en sus listados de materiales aparece otra de cuya 
perforación se duda que sea intencional) y otra frus-
tra en un contexto del siglo V (Méndez Grande 2005: 
listados de materiales de la UE 49). También conoce-
mos de la existencia de monedas perforadas en con-
textos funerarios altoimperiales (Bejarano Osorio 
2017: 326, Fig. 31; Heras Mora 2017: 180, A 28).
El significado de estas monedas-colgantes es 
francamente complejo, y, quizás, múltiple. Una hi-
pótesis que en el caso que nos ocupa no se cumple es 
relacionarlas con el motivo iconográfico que portan 
(sobre la dificultad de esta idea véase Perassi 2011: 
278 y ss.), por lo que se debe vincular con la relevan-
cia de un elemento circular en bronce con valor má-
gico-religioso, con la capacidad de alejar espíritus 
malignos (discusión también en Perassi 2011: 283; 
vid. también Ceci 2001: 90-91).
Otros objetos de carácter personal, íntimamente 
ligados a la personalidad del difunto, son aquellos 
instrumentos y herramientas que fueron usados en 
sus actividades diarias. El caso más sorprendente, 
por abundancia de materiales, excepcionalidad de 
los mismos y rareza de hallazgo (este tipo de herra-
mientas de mediano y gran formato no son habi-
tuales en contextos funerarios) es el lote de objetos 
hallados en la tumba A 87 (Fig. 10), que describire-
mos aquí someramente (y de forma pormenorizada 
en Sabio González y Murciano Calles 2019): se trata 
de un conjunto de 17 elementos de hierro, la ma-
yoría de los cuales aparecieron unidos entre sí por 
la corrosión en dos bloques, a sendos lados de las 
piernas del difunto. Una vez restaurado por el IPCE 
Fig. 6. Tumba A 22 (Archivo Fotográfico MNAR).
166 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
(Informe nº registro 31.752 emitido el 2 de febrero de 
2018 por Paz Ruiz Rivero), se han podido individua-
lizar las siguientes herramientas: unas tenazas, un 
posible trépano, dos martillos, dos escodas y once 
cinceles o punteros. Todos ellos denotan un uso cla-
ramente artesanal o industrial, si bien dudamos so-
bre su atribución al trabajo de la piedra, al de los 
metales o a ambas tareas (debatido en Sabio Gonzá-
lez y Murciano Calles 2019b).
Como decíamos, la presencia de herramientas e 
instrumentos no es usual en los contextos funera-
rios imperiales (vid. Sevilla Conde 2014: 219-220), 
excepto en casos específicos como los conjuntos 
instrumentales médicos, los cuales sí son abundan-
tes como parte de depósitos, especialmente en el 
Alto Imperio (los emeritenses son recopilados por 
Bejarano Osorio 2015). También son habituales los 
instrumentos de escritura, que pueden tener un do-
ble significado: bien pueden referenciar el oficio del 
propietario, bien evocar sus gustos eruditos y refi-
nados y su interés por la escritura (para Mérida vid. 
Sabio González y Alonso 2014, así como más global-
mente para Hispania Alonso et al. 2014). En nues-
tra excavación destacaremos la presencia de un 
stylus en A 25. Aunque en Augusta Emerita es ha-
bitual su presencia en parejas en los depósitos fu-
nerarios (Sabio González y Alonso 2012: 1011), el 
ejemplar del solar, fabricado en hierro, apareció en 
solitario sostenido por la mano izquierda de un in-
dividuo que, por el carácter de la sepultura, podría 
identificarse con una persona que se estaba for-
mando o dedidando ya a tareas en las que se hacía 
preciso el dominio de la escritura. El hecho de que 
la pieza esté confeccionada en hierro no viene sino 
a ratificar la idea preexistente de que los instrumen-
tos fabricados en tal materia se asociaban a las bajas 
clases sociales, mientras que los confeccionados en 
bronce se vincularían a las clases altas (Sabio Gon-
zález y Alonso 2012: 1012).
No conocemos otroscasos de herramientas arte-
sanales en depósitos funerarios emeritenses, salvo 
que así queramos considerar a la pareja de lanzas 
halladas en una cremación altoimperial en las inme-
diaciones del circo (Gijón Gabriel 2001: 86), y que po-
drían relacionarse con actividades cinegéticas, o, por 
qué no, con las propias de los edificios de espectácu-
los (Gijón Gabriel y Sabio González 2019). Por último, 
englobamos en los objetos de uso personal dos de los 
que dudamos de su carácter49: el primero es una la-
minita alargada de bronce que se ubicaba sobre la 
49. Existen más objetos interesantes por su rareza en las tumbas del 
solar de la ampliación del MNAR. Uno de ellos es una plaquita de 
pierna del difunto de la tumba A 56 y de la descono-
cemos su función e incluso de si era su pertenencia, 
ya que el enterramiento estaba muy afectado por un 
gran corte tardoantiguo. La segunda pieza, mucho 
más interesante, consiste en una gruesa arandela, o 
brazalete, de hierro que quedó fijada por la corrosiónen el antebrazo derecho del cadáver de A 72. Este era 
uno de aquellos que estaban claramente arrojados, 
sin cuidado alguno en su deposición, y es atractivo 
relacionar este hecho con la presencia del brazalete, 
preguntándonos si podemos estar ante un elemento 
identificativo de un esclavo.
2.2.2. Translatio
Una vez limpio y vestido el cadáver, se realizaban las 
conclamationes (que continuaban a lo largo de todo 
el proceso) y las visitas oportunas de familiares y co-
nocidos, algo que se mezclaba con otros rituales me-
nores (para los detalles, vid. Toynbee 1996: 43-55). 
Resulta recurrente la vinculación del hallazgo de cla-
vos metálicos de mediano tamaño con la existencia 
de un soporte para trasladar al difunto (Gottschalk 
2004; para el caso de Mérida Ayerbe Vélez 2006: 140, 
Pérez Maestro 2017: 275, A 3 y varios en Ayerbe Vélez 
2001; Márquez Pérez 2005; Márquez Pérez 2017; Sán-
chez Hidalgo 2017). En el caso del solar del MNAR 
se han hallado estos clavos en al menos 12 sepultu-
ras (AA 13, 22, 33, 38, 41, 69, 73, 83, 85, 87, 89 y 91), 
aunque no siempre tienen que cumplir la función 
de mantener el armazón de un ataúd (feretrum) o 
unas parihuelas (sandapila), que eran los medios de 
transporte más económicos (exceptuando, por su-
puesto, la mera carga humana) y los que debemos 
suponer en este ambiente. En las sepulturas AA 13, 
33, 38, 85, 87 y 89 su número suficientemente amplio 
(de 15 a 23 clavos, dominando aquellos conjuntos de 
en torno a la veintena) y su ubicación contorneando 
al difunto hacen pensar en su instalación en esos me-
dios de transporte. Hay que tener en cuenta, no obs-
tante, que estos números son estimados, debido por 
un lado a que muchos de estos clavos han podido 
perderse en procesos post-deposicionales, y, por 
otro, a que la cuantificación de lo conservado tam-
poco es exacta: algunos de ellos se hallan fragmenta-
dos, siendo imposible saber a veces si unían entre sí.
Observando el número de piezas y su ubica-
ción, podemos aventurar si el transporte se realizó 
por parihuelas o por ataúd. En principio, es lógico 
que las parihuelas usen menos clavos y quizás más 
hueso, en proceso de estudio todavía, que apareció en el interior de 
un plato a los pies de la tumba A 85. 
167EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
localizados. Esto ocurre en tres casos: en A 33 hay 
cuatro clavos dispuestos en vertical en línea recta 
junto a la parte alta del cráneo, y otros cuatro de 
igual modo junto a las plantas de los pies. Sendas 
alineaciones de cuatro clavos cada una, podrían ha-
ber sujetado un travesaño horizontal a cuatro ta-
bleros longitudinales (paralelos a la dirección de 
cuerpo humano), para formar, como decimos, unas 
parihuelas. La alineación de cuatro clavos también 
ocurría en A 38, salvo que sólo en la zona del cráneo, 
pues el resto se hallaban aparentemente removidos. 
En A 85 también se disponían en la zona superior e 
inferior, aunque todos en una ubicación aparente-
mente alterada.
Por el contrario, otros casos incitan a pensar en 
ataúdes, sobre todo, porque los clavos se localizan 
en toda la superficie y en distintas posiciones, de-
bido a que el mayor volumen de la caja hace que, 
cuando ésta se descompone, los clavos de sujeción 
caigan aleatoriamente. A 87 conservaba los clavos 
en línea en torno a los laterales y la parte inferior de 
la fosa (en la zona superior no se conservaban), lo 
cual hace pensar en una caja de ataúd. Igualmente, 
cabe suponer ataúdes en AA 13 y 89, puesto que los 
clavos también están repartidos a lo largo y ancho de 
la fosa, incluyendo posiciones sobre el cadáver, aun-
que su número es francamente menor. Por último, 
los clavos de A 73 se ubican en torno al esqueleto, 
pero en un número menor y muchos aparentemente 
removidos.
Otros posibles indicios de ataúd son los restos de 
madera conservados en A 22 (Fig. 6), los cuales apa-
recieron junto al lote de objetos de adorno ya des-
critos de esta tumba, por lo que no es descartable 
que la presencia de la madera corresponda también 
a una caja que contuviera las piezas. Sin embargo, 
nos es más factible la idea de los restos de un ataúd, 
porque lo conservado es de mayor tamaño que los 
objetos (sin tener en cuenta que la caja contuviera 
materiales perecederos, como tejidos, que hicieran 
más bulto en el interior) y se distribuía en línea recta 
justo en el límite de la fosa, donde el ataúd habría es-
tado dispuesto.
Cuando su número es escaso, menor de 10 cla-
vos (en AA 41, 69, 83, 91), se puede plantear su sim-
ple intrusión entre las tierras de relleno, la completa 
desintegración del resto de ejemplares que debían 
conformar la estructura o, idea más sugerente pero 
difícil de demostrar en nuestro solar, su uso como 
elemento profiláctico (Bevilacqua 2001). Según Ceci 
(2001: 90), estos “clavos mágicos” suelen hallarse en 
un número de uno a tres, muchas veces en combina-
ción con monedas. En el solar intervenido no existen 
tumbas en las que se den todos estos presupuestos: 
A 41 también conserva una moneda, pero el número 
de clavos, seis, es mayor; el resto de las tumbas no 
conservan moneda alguna, pero sí tienen sólo 2-3 
clavos.
Del conjunto de estos elementos metálicos debe-
mos mencionar los hallados en A 83, ya que en esta 
fosa sólo se conservaba la mitad del esqueleto, por lo 
que no sabemos el número real de clavos. Los otros 
dos casos parecen tener clavos in situ, pero sin poder 
concretar funcionalidades: los dos clavos de A 69 es-
tán alineados en horizontal en la misma dirección a 
los pies del difunto, mientras que los de A 91 se en-
cuentran en vertical a los costados, a la altura de los 
brazos del cadáver (Fig. 7)
Un caso particular es el de la inhumación A 73, 
en la que quince clavos se encontraron a los pies del 
difunto, pudiendo haber sujetado una caja o cual-
quier otro objeto. Otra opción, observando su gran 
tamaño, es que hubieran mantenido originaria-
mente un ataúd o parihuelas, pero que en algún mo-
mento posterior alguien los hubiese desplazado allí 
por alguna razón.
2.2.3. Inhumatio
El traslado del cadáver ha sido efectuado. La co-
mitiva, la pompa funebris, sale de la ciudad por la 
puerta que debe estar cercana al solar, portando el 
cadáver por la vía que se ubica bajo el actual museo. 
Es la hora de realizar las últimas muestras de respeto 
al difunto.
Obviamente, la evidencia completa de esta fase 
dentro del solar es la cava de las fosas en las que se 
introduce el cadáver, pero aquí queremos restrin-
girla, como estamos haciendo ahora, a los depósitos 
funerarios. En este momento, la familia realizaba las 
ofrendas pertinentes en homenaje al difunto, consi-
deradas regalos o munera, y al mismo tiempo, qui-
zás, usadas como viático en ayuda en su viaje al Más 
Allá (sobre aspectos relativos a todos los tipos de 
ofrendas y su carácter vid. Ortalli 2001; Vaquerizo 
Gil 2009 y 2011; Ciurana 2011: 135, además de la bi-
bliografía general ya comentada). También se reali-
zaba un banquete junto a la tumba (silicernium), en 
el que se podían verter libaciones (profusiones o li-
bationes) sobre el difunto, relacionadas a su vez con 
otro ritual mencionado por Cicerón (Leg., 24, 60), la 
circumpotatio, compartiendo con una misma copa 
una bebida, típicamente vino, entre los asistentes 
(Ciurana 2011: 709).
En esta fase del sepelio incluimos lo que consi-
deramos ofrendas al difunto: los escasos alimentos 
168 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
conservados, y los recipientes para sólidos (reci-
pientes abiertos) y para líquidos (cerrados), que se 
relacionan con ofrendas alimentarias, independien-
temente de que de manera puntual ambos tipos pu-
dieran alternarse (un contenedor líquido puede 
albergar sólido y viceversa). A ellos sumamos las 
monedas y las lucernas, en las que a su carácter vo-
tivo se le suma el profiláctico.
Como decíamos, los restos de alimentos que han 
pervivido son pocos (AA 26, 33 y 85). Destaca la pre-
sencia depequeños huesos de animales en el inte-
rior de dos jarras en A 26 (Fig. 5), lo cual hace que 
puedan ser consideradas como contenedores de ali-
mentos semisólidos, al incluir algún tipo de esto-
fado o potaje. También es reseñable la existencia de 
un mínimo fragmento de cáscara de huevo en A 33 
(Casas y Ruiz de Arbulo 1997; para otro espectacu-
lar caso emeritense vid. Murciano Calles y Ferreira 
López 2019).
En cuanto a los diversos recipientes, son piezas 
realizadas en cerámica común de producción local y 
en vidrio, y se depositan completas y con cuidado en 
forma de lotes en el interior de las fosas50. Aparecen 
50. Pese a su integración entre las ofrendas al difunto, no quisiéra-
mos descartar la pertenencia y uso previo de estos recipientes por 
parte del individuo al que terminaron acompañando. Muy signifi-
cativo resulta al respecto la presencia de un grafito en la jarra ha-
llada en la sepultura A 91, que al parecer expresaba en genitivo el 
sólo fragmentadas por procesos post-deposicionales 
como la caída accidental de la cubierta sobre ellas o 
la propia presión de la tierra. Las roturas en ambos 
casos son diferentes: mientras en el primero las pie-
zas se hayan divididas en numerosos fragmentos, ha-
ciendo a veces difícil o imposible su recomposición, 
en el segundo la pieza se fragmenta poco y perma-
nece in situ. El lugar más habitual de deposición de 
objetos es a los pies del difunto, documentado en 
AA 13, 19, 23, 37, 38, 41, 59, 69, 77, 85 y 89. En algu-
nas ocasiones (en AA 59 y 89) el depósito completo 
no entra en el espacio reservado a los pies, ubicán-
dose ciertos elementos sobre las piernas del difunto. 
En la cabeza se documenta en AA 29, 33, 73, 86 y 91 
(en este último se dejan también a un lado) y a un la-
teral en AA 34, 58, 80 y 87. Por último, el depósito de 
A 26 (Fig. 5), numeroso en objetos, se distribuye tanto 
en un lateral, como en la cabeza y sobre el difunto.
Se conservan dos ases de bronce integrados en 
sendos depósitos (AA 13 y 41), tan desgastados que 
no se puede aportar nada más de ellos. En la tumba 
A 41, la moneda se hallaba sobre la pelvis derecha, 
posición que hace pensar que estuviera en una bolsa 
o bolsillo en la cintura, mientras que en la A 13 se 
encontraba englobada en el depósito. La ausencia 
nombre de su propietario (Gamo Pazos, Sabio González y Murciano 
Calles 2019).
Fig. 7. Tumba A 91(Archivo Fotográfico MNAR).
169EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
de motivos iconográficos hace que no se pueda vin-
cular su presencia con ellos, sino más bien, como 
habíamos dicho con la moneda-colgante (véase la 
bibliografía mencionada), con su fábrica circular 
y broncínea. En los dos casos documentados es di-
fícil relacionar la moneda con la idea del llamado 
“óbolo de Caronte”, por lo dicho en cuanto a su con-
servación, unida a su posición, que no es la descrita 
para este ritual, en el interior de la boca (Juvenal, 
Sat. 3, 257–78, y documentada arqueológicamente, 
Ceci 2001: 88). La existencia real de esta costum-
bre debería revisarse al menos para el caso hispano 
(por ejemplo, Arévalo González 2011: 4); para Au-
gusta Emerita no conocemos ningún ejemplo de 
este proceder, aunque las inclusiones de mone-
das en inhumaciones son relativamente frecuentes 
(Ayerbe Vélez y Márquez Pérez 1998: 145; Estévez 
2000; Ayerbe Vélez 2001; Sánchez Sánchez 2001; Pé-
rez Maestro 2005; Méndez Grande 2006b; Bejarano 
Osorio 2007; Alba Calzado 2008: 328-329; Méndez 
Grande 2015; Bejarano Osorio 2017; Pérez Maestro 
2017: 275, AA 3 y 4; Pereira Ramos 2017: 806-807; Pé-
rez Maestro 2017: 275, AA 3 y 4).
En el caso de las lucernas, éstas son más abun-
dantes en los depósitos, documentándose en las se-
pulturas AA 13, 26, 33, 69, 77, 85, 86, 87, 89 y 91. No 
entraremos aquí en interesantes cuestiones tipoló-
gicas y formales, sino que presentaremos sólo los as-
pectos que atañen al ritual. En todos los casos, salvo 
en A 26 (Fig. 5), la piquera se muestra cenicienta, lo 
que implica su uso, quizás muy posiblemente en el 
ritual de inhumación. De ellas, algunas tienen mo-
tivos que se vinculan al mundo de la muerte: Diana 
Lucífera-Luna-Selene (AA 33, 91), Victoria (A 89), y 
otros menos directos como racimos de uva (A 13) o 
un cántaro con hojas de vid (A 69, Fig.  8), que po-
drían asociarse al contexto dionisíaco. Este interés 
en motivos funerarios ya ha sido observado en otros 
solares emeritenses (Ayerbe Vélez 2002; Alba Cal-
zado 2008: 334-335). Es de destacar el caso concreto 
de la lucerna de la tumba A 91, que estaba acompa-
ñada por una caracola, con implicaciones posible-
mente mágico-religiosas (Cantillo et al. e.p.).
En cuanto a los recipientes que presumible-
mente contenían algún tipo de alimento, parece que 
existe cuantitativamente un equilibrio entre alimen-
tos sólidos y líquidos: 15 recipientes que deberían 
contener sólidos frente a 13 con líquidos (existen 
además cuatro contenedores vítreos cuyo carácter 
desconocemos por su mala conservación). Es inte-
resante también observar la combinación que se da 
entre ellos, para lo cual hemos realizado una tabla 
con las relaciones de recipientes que se muestran 
en los depósitos, aunque las implicaciones de estos 
procedimientos no son claras por ahora. Quede aquí 
nuestra contribución a posibles estudios futuros al 
respecto:
 — Depósitos con contenedores de sólidos en exclu-
siva: AA 34, 37, 41, 59 (dos ejemplares), 68, 73 y 80 
(dos ejemplares)
 — Depósitos con contenedores de líquido en exclu-
siva: AA 23, 29, 58, 98 (este con dos ejemplares).
 — Depósitos con combinación exclusiva de conte-
nedores de líquidos y sólidos: AA 19 (con cuatro 
ejemplares líquidos) y 38.
 — Depósitos con combinación exclusiva de conte-
nedores de sólidos y lucernas: AA 26 (Fig. 5), 86 
y 89.
 — Depósitos con combinación exclusiva de conte-
nedores de líquidos y lucernas: AA 69 (Fig. 8), 77 
y 91.
 — Depósitos con combinación de contenedores de 
sólidos y líquidos y lucernas: AA 13 (Fig.  4), 33, 
85 (Fig. 9).
 — Depósito de una lucerna, en combinación con 
herramientas: A 87 (Fig. 10).
Es significativa la ausencia de ungüentarios en el 
interior de las tumbas (sólo se ha documentado uno 
en A 89), circunstancia que podría achacarse a la 
pobreza de medios de los finados, visible en los de-
pósitos. Existen otros índices de pobreza, como la 
existencia de objetos mal realizados desde fábrica, 
con deformaciones que alteran gravemente la pieza 
(AA 41, 59, 68, 77). Otras veces, la deformación es más 
parcial: un mal asiento del recipiente (AA 26, 58 y 91), 
y no deja de ser significativo el hecho de que a mu-
chas lucernas les falta el asa ya antes de su deposición 
(AA 87, 89 y 91). También una jarra, en la tumba A 26, 
tiene ausentes sus dos asas desde origen (la fractura 
se da en el propio arranque del asa y parece parcial-
mente pulida). Este hecho puede vincularse con el 
mero azar, pero también con la opción del uso de pie-
zas desgastadas en un intento de ahorro.
3. CONCLUSIONES
A modo de reflexión final en torno a la aportación del 
solar de la ampliación del MNAR al conocimiento de 
la ritualidad emeritense en el contexto de la ciudad 
de Mérida, hemos de subrayar cuatro aspectos:
 — Por una parte, tras el colapso de una serie de es-
tructuras monumentales desarrolladas sobre 
los niveles de colmatación sistemática del foso 
fundacional, vemos proliferar un área funeraria 
asociada a individuos de baja extracción social, 
170 JOSÉ MARÍA MURCIANO CALLES · RAFAEL SABIO GONZÁLEZ
Fig. 9. Depósito de la tumba A 85 (Archivo Fotográfico MNAR/Lorenzo Plana).
Fig. 8. Depósito de la tumba A 69 (Archivo Fotográfico MNAR/Lorenzo Plana).
171EL ÁREA FUNERARIA DEL SOLAR DE LA AMPLIACIÓN DEL MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO (MÉRIDA)…
según se infería de la ausencia de cualquier in-
dicio de monumentalización, la elevada con-
centración y superposición de personas, algunos 
procedimientos de inhumación y los depósitos 
asociados.

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