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Comunicarse con los animales - Laila del Monte pdf versión 1

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Querido Lector dispone de más obras de Laila del Monte, sus cursos,
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Ediciones Isthar Luna-Sol
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Titulo original: Communiquer avec les Animaux
© Traducción: Carmen López de la Parte
Primera edición: mayo 2011
Segunda edición: febrero 2013
© Ediciones Véga - Guy Trédaniel - enero 2008
© Ediciones Isthar Luna-Sol - 2010
Calle albahaca 17, 
45340 Ontígola - TOLEDO (ESPAÑA)
ISBN (epub): 978-84-943786-2-1
Depósito Legal: TO-1343-2015
Diseño cubierta: oak.bonac@gmail.com
Maquetación: oak.bonac@gmail.com
Reservados todos los derechos. Este libro no puede ser reproducido, integra o parcialmente, por
cualquier medio mecánico, electrónico o químico, ya existente o de futura introducción, incluidas
fotocopias, adaptaciones para radio, televisión, internet o webTV, sin la autorización escrita del
editor.
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A mis dos hijos, Shaul y Enosh…
...............................................
Doy las gracias con todo mi corazón a las maravillosas
personas que he encontrado en Europa, convertidas ahora en
bellas y profundas amistades. Les doy también las gracias por
el amor, la ayuda y el apoyo que con tanta generosidad me
han dado.
Doy las gracias a todos los que han contribuido a la
realización final de este libro.
ÍNDICE
Prólogo
1. El Lobo
2. Formentera
3. La comunicación por telepatía
4. Las comunicaciones sencillas
5. Los animales y su corazón
6. Los animales y su cuerpo
7. Casos particulares o extraños
8. Los pájaros mensajeros
9. No estamos solos
10. Las señales
11. El despertar
12. Cuando llegan a nuestra vida…
13. Ellos nos enseñan
14. Los gatos gurú
15. Cuando vienen a nuestra vida… nos explican
16. Cómo perdonar
17. Lecciones
18. Amar
19. Cuando creemos que estamos separados
20. Las puertas
21. La preparación
22. Después de la muerte
23. Cuando encendemos la vela
24. Luz
S
Prólogo
olo soy un hombre de caballos, pero pertenezco a una cultura de
miles de años de antigüedad. En las ceremonias tradicionales y de
medicina he visto, en varias ocasiones, cosas excepcionales. El encuentro
con Laila forma parte de esas experiencias. Yo era muy escéptico al
principio, cuando algunos jinetes del equipo francés de salto y una amiga
común me hablaron de ella. Lo que me convenció, o mejor, suscitó
instintivamente mi interés, fueron sus sencillas cualidades humanas. Los
hombres-medicina1 u hombres de ceremonias Cheyene forman parte de
las personas más sencillas y humildes que he conocido. Laila se me
apareció como poseedora de esas mismas cualidades. Comprendí que
había tenido que ser elegida por los espíritus y que ello podía revelarse
como una buena elección.
Puesto que no soy más que un hombre de caballos, un entrenador
tradicional, hablé de ella con algunos ancianos de la reserva (Lame Deer,
Montana). Recibí la confirmación que esperaba y la segunda etapa fue la
de permitir que Laila y algunos respetados hombres de medicina se
conocieran.
Así que la invité a reunirse conmigo en Montana durante el verano.
Hablamos con un “Sacerdote Sun Dance”2 cuyo nombre era Mark
Wandering Medecine. La confirmación de su eventual “contacto directo”
con los espíritus no se hizo esperar; tan pronto como se puso frente a él,
Laila recibió informaciones excepcionales y concretas sobre él mismo.
Mark mostró un gran respeto hacia ella y su cualidad de “conexión” con
el mundo sin tiempo-ni-espacio. De forma indudable, Mark estaba
sorprendido y casi emocionado frente a esta “joven” mujer.
He intentado comprender lo que Laila explica y enseña durante los
seminarios, y todo ello forma parte de la cultura amerindia; la
confirmación me ha sido dada por todos los ancianos de mi pueblo con
los que he hablado. Es por esa razón por la que he aceptado unir nuestras
experiencias organizando seminarios juntos. Se trata de dos caminos
diferentes para alcanzar la conexión que forma parte de la misma filosofía
y la misma cultura, o mejor aún, la misma forma de vivir.
Laila no es una imagen de publicidad o de marketing que utiliza nuevas
modas empleadas en el mundo de los caballos y de la equitación de hoy.
La verdad que hay en ella, la sinceridad consigo misma, la devoción hacia
lo que hace, el respeto de seguir hoy en día un camino trazado de
experiencias amerindias es la puerta para ser parte integrante y expresión
de ese pueblo. A mis ojos, Laila no es un nuevo gurú con excepcionales
dones intelectuales sumergida en campañas de publicidad dándole
prioridad a los intereses económicos. El trabajo continuo que realiza
sobre sí misma con la ayuda de los hombres-medicina es para mí una
garantía; es una garantía para el que aprende de ella; es una garantía para
todos el estar protegidos por la experiencia milenaria de la cultura
amerindia. Una expresión cultural indígena entre las que reivindican, hoy
día, experiencias de relación con la naturaleza basadas en un equilibrio
ecológico que nosotros llamamos “círculo sagrado de la vida”. Es en el
interior de este círculo donde sitúo el trabajo de Laila por la sinceridad
que le pertenece.
P. Allori “HEVATAN”
1 En inglés “Medicine man”, para los nativos americanos es el que tiene la clarividencia para su
tribu, el que puede transformar las cosas y eventos y, a veces, curar.
2 En inglés “Sun Dance Priest”.
E
AVISO al LECTOR
ste libro describe mis experiencias personales. Por ello invito al
lector a tomar aquello que resuene en su corazón.
Es importante respetar la verdadera naturaleza del animal. No se le
puede confundir con un humano, pues hay demasiadas situaciones de ese
tipo que perjudican a los animales.
Para comunicarse con los animales, es indispensable realizar un trabajo
sobre sí mismo de manera continua. Es peligroso proyectar nuestras
emociones no controladas sobre los animales y sobre las personas a las
que transmitimos la información. Cada palabra tiene sus consecuencias.
El objetivo de la comunicación no es el de juzgar o criticar a un
guardián (empleo esta palabra pues estimo que los animales no nos
pertenecen), sino el de ayudar de manera honesta al animal o a la persona.
Cuando evoco el hecho de que los animales absorben a través de las
personas, tengo que subrayar que es de manera inconsciente. No hay que
sentir culpabilidad o hacer reproches a los guardianes o a las personas
responsables del animal.
¿De dónde viene la información durante las comunicaciones?
Personalmente, yo paso por el Creador, Gran espíritu3, para pedirle que
establezca una comunicación, lo que permite una mayor precisión. La
comunicación depende de diferentes factores, el Creador está por encima
de todo, pero a nosotros nos corresponde hacer un trabajo sobre nosotros
mismos. Ahí es donde se encuentra nuestro libre albedrío. En una
comunicación, es responsabilidad nuestra proyectar nuestro espíritu con
integridad hacia el espíritu del animal. El animal también debe querer
establecer esta conexión con nosotros. Somos nosotros los que tenemos
que trabajar con disciplina para desarrollar las habilidades de todos
nuestros sentidos.
¿Cómo transmitir esta información? Quiero subrayar que lo que es
visto, resentido, oído en la comunicación, necesita de manera imperativa
del discernimiento y del rigor antes de transmitir la información. Además,
nuestras creencias y nuestras proyecciones emocionales pueden confundir
las informaciones percibidas. El hecho de pedir la comunicación al
Creador no garantiza respuestas libres de proyecciones y de
interpretaciones erróneas.
Para toda comunicación, hay que limitarse a informaciones concretas y
no entrar en interpretaciones abstractas reforzadas por formas de
“desarrollo personal” cada vez más expandidas.
La trampa del ego: todos nos sentimos satisfechos de obtener buenos
resultados durante las comunicaciones. El peligro es sentirse superior,
especial respecto a los otros. Plantéense la pregunta: ¿Se trata de una
información útily condescendiente para el animal y la persona?
Utilizo la palabra comunicarse en lugar de la palabra hablar.
Si digo: Tu caballo dice… Es una afirmación absoluta. Es decretar que
lo que se dice es la única verdad, cosa que no es deseable.
Si digo: Cuando me comunico con tu caballo… Esto deja la elección a
la persona de tomar o dejar la información, de identificarse con ella o no.
Cuando hablo de terapias, de curación o de ayuda, es otro campo
totalmente diferente al de la comunicación con los animales. Este es un
don que me ha sido ofrecido de ALLÁ ARRIBA desde mi más tierna
infancia y que he descubierto a lo largo de mi vida. Por tanto, es,
completamente diferente: no puede ni aprenderse ni transmitirse. Deseo
precisarlo para que no haya confusión por parte del lector: la
comunicación con los animales no permite practicarles terapias.
3 En inglés “Great Spirit”.
V
El Lobo
“La Divinidad está presente en todos nosotros y en todos los seres,
como un todo. Como el espacio, la Divinidad está en todas partes, lo
impregna todo, es todopoderosa, lo conoce todo. La Divinidad es el
principio mismo de la vida, la luz interior de nuestra conciencia y el
éxtasis puro… Es nuestro propio ser”.
Amma (Mata Amritanandamayi Devi)
erano del 2002. Me encontraba en Yellowstone, una magnífica
reserva y parque natural en el norte de los Estados Unidos. Estaba
con amigos. Habíamos decidido coger un coche e ir a visitar el parque.
Éramos cuatro: David, su amiga Cathy que conducía, Chris un joven de
veinte años y yo. Situado sobre una antigua caldera volcánica,
Yellowstone es uno de los lugares más bellos del continente americano.
Era magnífico: cascadas de luz, géiseres que brotaban del suelo, el
omnipresente olor del azufre, la tierra plateada que brillaba de cristales y
sales, las fuentes termales, las fumarolas en la tierra, el agua hirviendo de
la que escapaba un vapor caliente y extraño, las montañas de color violeta
de los grandes cañones detrás de mí. Me encontraba en una tierra
encantada, perdida en el tiempo, y de una belleza de las que cortan la
respiración. A través de los árboles percibimos bisontes enormes, alces y
ciervos que nos miraban con ojos sospechosos. Toda una población de
animales salvajes vivía en esa tierra americana.
Yo deseaba sobre todo ver un lobo. Siempre me han gustado los lobos.
Por supuesto, los lobos que me fascinaban eran los del Libro de la Selva,
así como la legendaria loba que amamantó a Rómulo y a Remo. Me
imaginaba que ella nos había adoptado a mi hermano mellizo y a mí, y
que nos protegía. Todo eso no tenía nada que ver con la realidad, pero me
daba igual: todo era más bello de esa manera. Algunos años atrás, en
Estados Unidos, conocí a una mujer chamán de origen amerindio y
asiático. Bajo los sonidos rítmicos del tambor, con los ojos cerrados, fue
un lobo lo que se me apareció durante ese viaje rítmico. No sabía si todo
eso era real o si simplemente era fruto de mi imaginación. No podía
olvidar su mirada amarilla, el olor de su pelaje espeso al que me había
aferrado. Ahora quería ver uno de verdad. Me habían dicho que la ciudad
de Yellowstone intentaba introducir de nuevo a los lobos que habían sido
diezmados por la caza. Quedaban pocos y se escondían.
Una horda de alces se acercó a nosotros. Un gran macho estaba muy
cerca, a la entrada del puente, parecía furioso. Otros tres más pequeños,
probablemente hembras, le esperaban en medio del puente.
Evidentemente era el líder del grupo. No había ningún otro medio de
llegar al otro lado del río. Estábamos muy impresionados y asustados.
Tras deliberarlo, se decidió enviarme como portavoz. Tenía el miedo
metido en el cuerpo. El alce tenía un aspecto más bien amenazador con su
gran cornamenta, además, no parecía en absoluto querer dejar sitio a esos
pobres humanos civilizados perdidos en la naturaleza. Era su territorio y
ese río brillante, de un azul profundo, le pertenecía.
Me mantuve a una distancia desde la que me podía sentir segura y le
comuniqué rápidamente, mentalmente, que nos dejara pasar, que no
íbamos a molestarle. Pero estaba verdaderamente furioso y no tenía
intención alguna de colaborar. Le expliqué que queríamos pasar al otro
lado del puente. Comprendía perfectamente que no le gustaran los turistas
de dos patas que invadían su territorio, pero no queríamos hacerle ningún
daño. Deseábamos simplemente atravesar el puente. Le envíe en varias
ocasiones imágenes de nuestro grupo andando rápidamente sobre el
puente con una actitud benévola hacia él.
Le mostré una imagen del puente, libre ya de esos “molestos
extranjeros”, alejándose hacia el horizonte azul violeta de las montañas.
Tras varias tentativas llegamos a un acuerdo. Les dije a mis amigos que
seguían preocupados: “Ahora pasemos uno a uno en silencio, y sobre
todo sin mirarle a los ojos”. Ese día yo debía convencerme de la realidad
de la comunicación por telepatía, había sido una prueba. Todos contaban
conmigo. Nuestro amigo David avanzó con valor, y el alce nos dejó
pasar. Casi teníamos que rozarle y nos miraba con ojos feroces. Por si
acaso, yo estaba dispuesta a saltar al río… Los otros alces nos dejaron
pasar sin hacer un solo movimiento.
Al final de esa extraordinaria tarde, tomamos el camino de regreso.
Dormitaba. David me despertó de un codazo y dijo: “¡Mira el lobo!” Solo
vi una sombra plateada y la chispa amarilla de sus ojos, que huía delante
de las luces de nuestro coche. Exclamé: “¡Oh, no, no es suficiente!
¡Quiero ver realmente un lobo!” Después me dormí enseguida, cansada
por las aventuras del día.
Al día siguiente, el mismo grupo volvió a salir en expedición.
Habíamos previsto terminar la tarde sobre una de las montañas violetas
que percibíamos a lo lejos. De regreso, cerca de medianoche, nos
paramos a mirar el mapa, pues nos habíamos equivocado de carretera. La
luna iluminaba ese paisaje fantástico y sobrenatural. En el aire flotaba
siempre el olor embriagador y espeso de las sales minerales. En el
momento en que el coche se detuvo, sentí cómo todo se movía a mi
alrededor. Pensé: “¡Tiene que haber un terremoto!”, pero en el coche mis
compañeros no parecían preocuparse, estaban ocupados en encontrar el
camino de vuelta.
De repente sentí que abandonaba mi cuerpo. Un gran vacío interior me
dio la impresión de que no iba a volver nunca, tuve miedo de no poder
regresar. Después sentí una gran Presencia de Luz, una sensación muy
potente de una corriente que irradiaba, que entraba por mi cráneo y
descendía a lo largo de la columna vertebral. Apenas podía respirar de lo
fuerte que era, me parecía que iba a vomitar. Mi amigo David intentaba
calmarme pero apenas podía contener esa gran Fuerza en mi cuerpo. Era
tan poderoso, como si mi cuerpo se fuera a consumir. Aparentemente
Chris veía cosas que yo no podía ver, me dijo: “Déjate llevar, no luches,
será más fácil si no te resistes”.
Me relajé con gran dificultad, sentí como una luz redonda y rosa,
palpable, que entraba por mi frente, luego me inundó una paz maravillosa
y absoluta. La Fuerza seguía ahí, pero me deslicé hacia un espacio
intemporal, suave como la miel, a la vez oscuro y luminoso. Formaba
parte del Todo. Era muy sencillo. Yo no era nada y lo era todo a la vez.
Estaba ahí desde siempre en esa Paz sin sustancia. Para siempre. Era tan
límpido, como si nada más existiera o tuviera importancia. Creo incluso
que ni respiraba, al menos ni siquiera sentía ya la respiración, sin
embargo estaba viva, más viva que nunca. Me encontraba en el centro de
ese espacio infinito, sin límite, al mismo tiempo era consciente de las
personas presentes en el coche, de la carretera, del bosque y de la luna.
Era consciente de todos los demás en mi vida, formaba parte de todos
ellos y al mismo tiempo estaba ausente, lejos de las emociones,
únicamente en la Paz.
Después oí la voz clara de Chris: “¡Ahora tienes que volver, vuelve!”
Pero no yo tenía ninguna intención de volver. Ahí donde me encontraba
todo era perfecto. Sabía que mi cuerpo estaba en alguna parte, sentado en
ese coche, pero estaba muylejos de todo ello. Chris insistió: “Vuelve
ahora”. Sin tener realmente intención de volver, de repente, me encontré
de nuevo sentada en el asiento trasero del coche, con la sensación de una
potente Luz en toda mi espalda y de una energía casi insoportable,
eléctrica, en mis manos. Estaba atónita. Mis compañeros me miraban.
Tenía hambre, mucha hambre. Imposible mover las manos. Me
pusieron un trozo de plátano en la boca. Su sabor era extraño, como si
estuviera probando una nueva variedad o como si no hubiera sabido
nunca lo que era un plátano. Apenas podía controlar toda esa energía en
mi cuerpo. Oí el ruido del motor. Retomamos nuestro camino. A pesar de
todo, dije en voz alta: “¡Sigo queriendo ver un lobo!”
Era más de medianoche. Estábamos en medio del bosque y la luna
brillaba con su luz fantástica en el negro cielo. Pero el encantamiento
estaba en el interior de todo mi ser. El bosque y la luna mostraban otra
realidad. De repente, un frenazo, y Cathy, nuestra conductora dijo: “¡Hay
un lobo!”
En plena noche, en medio del bosque, los ojos amarillos y brillantes del
lobo estaban fijos en los míos. Un lobo de color gris plateado, delgado,
con costillas que sobresalían, solo, a dos metros a mi izquierda. Dejé de
respirar, no podía mover las manos, estaban con las palmas hacia el cielo,
vibrantes de toda esta energía en el interior. El lobo estaba conmigo, en
mí, y yo estaba perdida en el oro oscuro de sus ojos. Me miraba. De vez
en cuando bajaba la cabeza como si comiera algo, pero no había nada
sobre el asfalto frío y negro de la carretera. Luego me volvió a mirar.
Súbitamente, el lobo se desplazó de forma silenciosa, rodeó el coche para
acercarse a mi ventana. Justo en ese momento se me encogió el corazón.
El animal volvió rápidamente al otro lado del coche y siguió mirándome
intensamente a los ojos. Él y yo. Eso era todo. Un encuentro. Mis
compañeros le miraban, les oía respirar a mi lado, pero era como si
estuviesen en otro mundo. Me encontraba envuelta por el brillo único y
salvaje de sus ojos, yo formaba parte de él. Todo parecía muy claro y
definido, como si hasta entonces hubiese estado ciega y que de repente
alguien me hubiera dado unas gafas. De alguna manera, en el fondo de mi
conciencia, sabía que ese lobo era una ofrenda privilegiada.
Un haz de luz iluminó la carretera, detrás de nosotros. Otro coche se
acercaba, nuestra conductora volvió a poner el motor en marcha. La
mirada del lobo estaba ahora a mis espaldas. Habían pasado diez minutos
desde este encuentro entre el lobo y yo. Sabía que mi vida iba a cambiar
para siempre. Esa noche tuve que dormir completamente vestida en la
habitación del hotel porque la energía era tan fuerte en el interior de mis
manos que apenas podía moverlas. Soñé que una manada de lobos
entraba en mi habitación, formando un círculo alrededor de mi cama,
velando mi sueño.
C
Formentera
“Todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol, el
hombre, el aire.
Todos comparten el mismo espíritu y la vida que los sostiene”
Jefe Squamish de Seattle
uando era pequeña, quería ser como el rey Salomón: hablar con las
plantas, los animales e incluso las piedras. Me fascinaba. En aquella
época la sabiduría no me interesaba. Eso era para los reyes de largas
barbas.
Pasábamos todos nuestros veranos en la isla de Formentera, en las
Baleares. Tres meses de felicidad, de luz y de Mediterráneo. Mi hermano
y yo vivíamos en casa de Manuela, una campesina de la isla, mientras que
mis padres, escritores, consagraban una gran parte de su tiempo a la
escritura. Los primeros años dormíamos en la bodega, en colchones
hechos con algas. Del techo colgaba una cuerda en la que se colocaban en
fila ristras de tomates para secar. No era muy confortable pero olía bien a
mar. Más tarde nos instalaron en la habitación de abajo. Nos dormíamos
escuchando el ruido de las uvas que fermentaban en los grandes
recipientes de cerámica. Había muy pocos habitantes, un solo taxi, el
número uno, y un autobús, eso era todo. Las pocas familias de la isla
hablaban el payés, un dialecto derivado del catalán, y algo de castellano.
Todos los sábados íbamos al pueblo con Carmen, la hija de Manuela, al
único cine al aire libre que existía en la isla. Había que esperar a que se
hiciera de noche para ver la película. Las noches eran muy calurosas.
Mientras tanto, los habitantes del pueblo paseaban con sus bonitas ropas
de domingo. Las chicas andaban cogidas del brazo, haciendo revolotear
sus faldas blancas, perfectamente planchadas, y mirando a los chicos por
el rabillo del ojo. Los chicos mostraban sus músculos, decían tonterías y
hablaban alto para llamar la atención. Las mujeres se sentaban fuera,
contándose historias y agitando sus abanicos, mientras que los hombres se
tomaban un café o veían un partido de fútbol.
Eso era antes de la llegada de los hippies a la isla. Todas las películas
eran americanas, dobladas al español, pero tan censuradas que no
entendíamos nada. Tampoco oíamos nada. Todo el mundo hablaba
durante la película, mientras comían pipas y kikos. Los chicos
aprovechaban para acariciar las piernas de las chicas a escondidas o
intentaban captar su mirada. Una chica nunca salía sola. Siempre la
acompañaba una tía, mujer vestida con traje negro y con sombrero de paja
típico de la isla. Yo siempre iba con mi hermano, nosotros éramos
extranjeros.
El resto del tiempo lo pasábamos en la granja. Había cabras, ovejas, un
burro llamado Ara, cerdos, conejos y gallinas. No había ni electricidad ni
agua corriente. El servicio estaba fuera. Utilizábamos el agua del pozo
para lavarnos. El agua clara del tanque servía para que bebieran humanos
y animales. El agua era algo precioso, pues llovía muy poco. Si una
lagartija caía en el depósito de agua y se descomponía, había que
vaciarlo, blanquearlo con cal y hacer llegar en camión cisterna de otra
isla. No había hierba. La isla era tan árida que las cabras comían las hojas
de las higueras chumbas. Me preguntaba cómo no se pinchaban la boca.
Les encantaba. Para ellas era un manjar como el helado de pistacho o
limón que tanto nos gusta, ¡una delicia!
Manuela me había enseñado cómo ordeñar las cabras. No era fácil. No
apreciaban para nada mi mano sin experiencia. Con esa leche se hacía el
único queso de cabra de la isla, que se ponía a secar en lo alto de los
patios hasta que se volvía consistente con miras al invierno. Los
habitantes de la isla preparaban esa estación con bastante antelación.
Íbamos a buscar higos que poníamos a secar sobre hojas de parra. Dentro
metíamos semillas de hinojo que habían sido recogidas en el borde de la
carretera. También secábamos las almendras y preparábamos tarros de
aceitunas. Cuando llegaba el mes de septiembre, mi hermano y yo
ayudábamos en ocasiones a vendimiar. Toda la uva recogida era vaciada
en el lagar. Carmen, mi hermano y yo las pisábamos con nuestros pies
descalzos. Bailábamos y cantábamos mientras pisoteábamos la
aterciopelada y suave uva, mientras que un jugo escarlata, suave y
perfumado, se escurría en el recipiente.
A las mujeres no se les permitía hacer el vino porque supuestamente
hacían que se volviese agrio. Éramos nosotros, con nuestros pequeños
pies de críos, los que hacíamos el vino. De todas formas estaba agrio. Los
hombres tenían porrones, echaban la cabeza para atrás y dejaban que el
hilillo de vino goteara en sus gargantas, con los ojos medio cerrados. Se
divertían viendo quién lo hacía mejor.
Nos alimentábamos con leche de cabra. Manuela cortaba una rama de
la higuera, la abría con un cuchillo, extraía un jugo extraño, pegajoso y
verde. Lo ponía en un plato lleno de leche de cabra caliente y humeante.
La leche cuajaba y una vez cubierto todo de azúcar se convertía en un
postre delicioso. ¡Hasta el flan se hacía con leche de cabra! Un día
alguien trajo una vaca a la isla, la única vaca. ¡Todo el mundo quiso verla,
nunca habíamos visto una vaca antes! Más tarde también hubo un toro en
el campo de al lado. Cuando saltábamos por encima del muro de piedra
para ir al “servicio”,había que tener mucho cuidado para no servirle de
blanco.
Mi hermano y yo pasábamos mucho tiempo con los animales. Yo sabía
que estos poseían otros niveles de percepción diferentes a los del ser
humano. Bastaba con entrar dentro del otro, era muy fácil. Me sentaba en
el muro de piedra con mi hermano y mirábamos las cabras y las ovejas.
Mi hermano le había puesto un nombre a cada una de ellas. Su Majestad,
la Señora Duquesa, la Señora Condesa, etc. Yo sabía cómo se sentía cada
una de ellas cada día: el calor agobiante, la sensación calmante de la
sombra, todo el rebaño agrupado alrededor del único árbol en el árido
campo, la sed en los labios, la cuerda que cortaba la carne de sus patas,
para que no se escapasen y que las hacía cojear, sentía cómo sus
percepciones nos concernían. Sus sensaciones se convertían en las mías.
Me bastaba con sentarme sobre el muro, con no pensar en nada, con
mirarlas, y podía captar lo que sentía cada una de ellas, ya fuese la Señora
Duquesa o la Señora Condesa.
Hablaba con los cerdos. Me gustaba darles restos de comida, no se
enfadaban cuando yo les hacía rabiar vaciando las cáscaras de melón
sobre sus cabezas. Me daba cuenta de que tenían siempre una mente muy
rápida y despierta. Sus pensamientos eran vivos. Provocaban una
sensación aguda en mi cabeza y eso me divertía. Los cerdos son muy
inteligentes. Apreciaban mis visitas, sobre todo si llevaba sandía.
También iba a ver a Ara, el único burro de la familia que estaba
encerrado casi todo el día en la casita oscura detrás de la casa. Siempre
triste y cansado, se aburría terriblemente. Su soledad rebasaba el grado de
simple aburrimiento. En realidad estaba deprimido. A veces, cuando iba a
verle, me daba la espalda pero aún así me quedaba junto a él porque
sentía mi presencia. Nos quedábamos juntos en silencio para sentirnos el
uno al otro. Le sentaba bien saber que yo le entendía, aunque no pudiera
hacer nada por mejorar su condición actual.
Pasaba horas observando las hormigas y molestando los coleópteros en
los caminos de arena. Me divertía poniéndoles ramitas de madera como
obstáculo en sus trayectos. Al principio, siempre estaban resignados a su
pesado destino, intentaban superar los obstáculos. Me extrañaba ver que
siempre intentaban superar el obstáculo sin buscar otra solución. Para
gran sorpresa de ellos, cuando yo notaba que empezaban a estar
demasiado cansados, me gustaba levantarlos para acortar el camino de su
destino y eliminar todos los obstáculos. Me convertía en un deus ex
machina magnánimo. Construía igualmente casas con hojas y ramitas
para los caracoles que recuperaba en la carretera, la mayor parte de las
veces con el caparazón roto. No sabía si su hábitat podía repararse, así
que había que construirles una nueva casa artificial. Me encantaban las
huellas plateadas que dejaban sobre las hojas. Se sentían aliviados y
agradecidos. Pero al día siguiente ya habían abandonado la nueva casa
que les había construido.
También me gustaba salvar a las moscas de una muerte inminente
cuando se caían en la colada. Tenían mucho miedo y se debatían con
todas sus fuerzas para salir adelante, ello creaba una onda eléctrica que
atravesaba todas las fibras de mi cuerpo. Así un pequeño trozo de madera
servía de barco refugio, me gustaba su sensación cuando se encontraban
pasmadas al sol, bañadas de detergente, como borrachas. Sus alas
transparentes parecían temblorosas, y las drosophilas felices de estar
vivas. ¡El resto del tiempo detestaba las moscas y lamentaba
inmensamente haberlas salvado la vida!
Así transcurría el paso de los meses, a la merced de los placeres de
vivir en esta isla. De pequeña, estaba conectada con toda la naturaleza.
Todo en ella estaba vivo, todo respiraba y yo respiraba al mismo tiempo.
Todo vibraba y formaba parte de mí: la arena ardiente cantaba bajo mis
pies, el olor de las higueras penetraba en todas mis células. El jugo de las
moras que goteaba en mi garganta se volvía vivo como un néctar de los
dioses. Las casas blancas, pintadas con cal, me invitaban al descanso a la
espera del frescor de la tarde y me contaban sus recuerdos. Incluso el
silencio bajo el calor agobiante del mediodía, interrumpido únicamente
por los grillos, me llenaba de su aliento, a mí y a todos los seres, grandes
y pequeños, que vivían en la isla.
De pequeña, en mi fuero interior yo sabía que todo tenía un alma y que
todo permitía un diálogo. A menudo, durante la noche, me deslizaba fuera
y bailaba para la luna, hablaba a los espíritus del agua del pozo quienes
respondían al eco de mi voz, me sentaba al pie de un gran pino que me
gustaba y le confiaba mis secretos. Yo sabía que había seres pequeños
que vivían por todas partes, escondidos en la naturaleza y que me
observaban. A veces, encontraba lugares “especiales” y dejaba ofrendas,
tomillo y piedras encontradas en el borde del mar. Me gustaban las hadas
y pasaba horas dibujándolas y buscándoles nombres. Vivía en un mundo
interior, siempre renovado y maravilloso, “construía” todo en mi cabeza,
durante horas. En la isla no había juguetes, la isla en sí misma se
convertía en una plastilina gigante, modelada por mi imaginación. Al
crecer lo perdí todo. Primero, era muy difícil soñar en el colegio. Había
que encontrar técnicas sutiles para que la maestra no se diese cuenta. Y
después, pasada una cierta edad, se supone que ya no tenemos que creer
en las hadas. ¡Es peor aún que creer en Papa Noel!
Entonces aprendí a ser crítica, a enunciar teorías, a juzgar y a hacer
disertaciones. Ya no había sitio en mi cabeza para escuchar a la
naturaleza o a mi ser interior, puesto que me llegaban pensamientos muy
ruidosos, por momentos, que inundaban mi conciencia. De vez en cuando
encontraba una interioridad en forma de sueños magníficos o de visiones,
para recordarme que existía otro mundo paralelo al metro, a la monotonía
y a los discursos intelectuales en los cafés llenos de humo. Pero la
realidad de la vida cotidiana prevalecía poco a poco. Un día, el año de
COU, tuve un cero en la clase de química, porque había escrito ácido
feérrico4 en la hoja del examen en lugar de ácido férrico. El profesor
estaba furioso. ¡Me lo había subrayado tres veces en rojo, con varios
puntos de exclamación!
Después, me convertí en bailarina profesional y me fui a vivir a
Madrid. Había que ensayar mucho, trabajar la técnica, tener ambición
para llegar cada vez más lejos, ser cada vez “más” y convertirse así en la
mejor. Yo sabía que había una parte de mí misma que estaba olvidada,
pero no tenía ni el tiempo ni la energía de volver a encontrarla.
4 En francés “féerique”, que significa mágico.
Y
La comunicación por telepatía
From Spirit to Spirit ®
“Al comienzo de todo, la sabiduría y el conocimiento estaban con
los animales, pues Tirawa, El de Arriba, no hablaba directamente al
hombre. Enviaba a los animales para decir a los hombres que Él se
mostraba a través de las bestias y que solamente a través de ellas, de
las estrellas, el sol y la luna, el hombre debía aprender.
Todas las cosas hablan de Tirawa”
Jefe Eagle (Letakos Lesa) Pawnee
o me comunico con los animales. Esta comunicación se hace de
espíritu a espíritu. Considero la comunicación animal como algo
sagrado. Es un regalo maravilloso poder hacerlo. Gracias a la
comunicación he recorrido el largo camino para encontrar lo que ya había
comprendido cuando era pequeña. En esa época había dejado España y
vivía en Estados Unidos. Estaba totalmente volcada en mi carrera de
bailarina. Sabía que poseía una hipersensibilidad, pero para mí era más un
obstáculo que una ventaja y eso me hacía sufrir más que otra cosa. Era
como una esponja, lo sentía todo, lo cogía todo, y además era susceptible.
Todas esas sensaciones podían volverse contra mí.
Había perdido la inocencia de mi infancia. La telepatía jugaba, más que
otra cosa, en mi contra, puesto que sentía todos los pensamientos
negativos. Un día descubrí que la telepatía no era un arma, sino un
instrumento. Empezaba a darme cuenta de quién era yo realmente. A
partir de entonces,decidí encaminarme completamente hacia ese ámbito,
pues poseía esa capacidad desde la infancia. Quería ir más lejos, sentía
que era el camino que tenía que tomar.
Comunicar con los animales se hace por telepatía. Cuando oímos la
palabra telepatía, pensamos a menudo en alguien que entra en la cabeza
del otro y le impone sus propios pensamientos. Pero realmente no es eso.
En la comunicación por telepatía, recibimos las impresiones del animal,
que pueden llegar en forma de palabras, de imágenes o de sensaciones.
Así es como nos comunicamos verdaderamente entre nosotros, los
hombres, pero estamos acostumbrados a aferrarnos a las palabras. Por
ejemplo, yo puedo transmitir en impresiones lo que hubiera dicho con
palabras: “¡No vayas por la carretera! ¡No te alejes!” Existe un mundo
entero muy rico en impresiones detrás de las palabras. Puesto que los
animales no tienen cuerdas vocales para formar palabras y frases, basta
con ir directamente a buscar impresiones. Comienza por el hecho de
establecer una comunicación en la que recibo informaciones, y después,
descodifico esas impresiones y las traduzco en cierto modo para poder
retransmitirlas al humano que cohabita con ese animal. Con la
comunicación puedo tener todo tipo de informaciones sobre el animal en
cuestión, en particular en lo relativo a sus estados de ánimo y sus
emociones hacia la persona humana, hacia los otros animales que le
rodean, y conocer mejor sus deseos. Existe un abanico de deseos muy
amplio en el animal, tal como existe en nosotros, únicamente no nos
damos cuenta porque no los oímos.
Por ejemplo, el animal ¿quiere o no quiere participar en una
competición?, ¿quiere quedarse en casa de tal persona, en tal lugar?,
¿quiere seguir viviendo si está enfermo, o bien desea partir? Con la
comunicación, es posible también mirar el cuerpo físico, ver cómo se
sienten los animales, si sufren o sienten un dolor localizado, darse cuenta
si son capaces de realizar una carrera, si están enfermos. La comunicación
también permite transmitir un mensaje rápido a un animal, yo le envío
imágenes. Por ejemplo, si quiero decir: “¡No vayas por la carretera, te van
a atropellar!” o “¡Hay coyotes por aquí, es peligroso, no te alejes!”, envío
imágenes del coche, del impacto del choque o del coyote y de sus
colmillos. Añado los sonidos e incluso los olores. Cuanto más vivas y
detalladas son las imágenes, más claro es el mensaje. Por ejemplo, en el
caso del coyote, envío también el olor del pelaje, del aliento, así como la
sensación de los dientes que se enganchan al cuello del pequeño animal,
el miedo. Todo lo que permite visualizar mejor. Intento formar una
imagen completa de la situación. Por supuesto, es una proyección
holográfica en el futuro, de lo que podría ocurrirle al animal, de hecho
esto se traduce por: “Si te alejas de la casa, corres el riesgo de ser comido
por un coyote”. Si alguien me dice con palabras: “¡Corres el riesgo de ser
comido por un coyote!”, yo también tengo esa asociación de imágenes en
la cabeza, pero ocurre tan deprisa que no me doy cuenta. De esta forma,
al mismo tiempo le preciso al animal que no es una realidad, sino una
posibilidad virtual en un futuro indefinido, y que no hay que ponerse
delante del peligro, intencionalmente, para desafiar al destino.
Cuando busco a un animal perdido, a través la comunicación, recibo
imágenes y sensaciones. Por ejemplo, siento sus patas sobre la hierba o el
cemento, siento la textura del suelo bajo sus patas, si hay viento, sol o
nieve, edificios, una carretera o un prado. Me pongo en el lugar del
animal y miro el mundo a través de sus ojos. Sin embargo, cada uno es
diferente, según el sentido que está más desarrollado en él. Algunos oyen,
otros ven y otros huelen. Lo ideal sería poseer el conjunto de esos
sentidos a la vez, de este modo la comunicación es más completa.
Cuando realizo una comunicación, procedo por etapas. En la primera
fase, proyecto mi espíritu hacia el Gran Espíritu, pues ello corresponde a
mis convicciones personales. Seguidamente me reúno con el animal. Al
principio no se distingue lo imaginario de la realidad. Más tarde, con la
práctica, conseguimos discernir bien lo que es “fantasía” y comunicación
real. Es necesario cierto entrenamiento para adquirir mayor soltura en la
comunicación. Para estar segura de que me dirijo al animal correcto,
necesito una fotografía. También puedo comunicarme sin fotografía, pero
el trabajo es más fácil si dispongo de una imagen del animal. La
fotografía permite tomar contacto con la esencia del animal. Si solo tengo
un nombre, “Minette”, no es suficiente, pues en Francia existen miles de
“Minette” de muchas formas y colores. A lo largo de la comunicación
observo al animal, que se encuentra delante de mí, miro su personalidad,
si parece acogedor, desconfiado, contento, triste, enérgico o cansado. Me
quedo con él, simplemente en su presencia. Le capto. Es como si
estuviese realmente delante de él.
Si entro en una casa en la que hay un perro, comienzo por captarle
antes de entrar en contacto con él. Captar es recibir un conjunto de
sensaciones y de informaciones que me llegan en unos segundos. Así,
después de eso, decido si me acerco o no al perro. En la comunicación a
distancia es exactamente lo mismo, pero al principio descodificar las
informaciones lleva un poco más de tiempo. A continuación me
comunico con el animal, interiormente. Escucho las respuestas que llegan
en forma de imágenes, de percepciones, de sensaciones o de
pensamientos. La escucha es lo más importante. Entre nosotros los
humanos, estamos acostumbrados a hablar mucho. Hay siempre una
enorme cantidad de palabras que sale de nuestra boca y si lo escuchamos
es porque estamos obligados. Entonces, mientras el otro habla frente a
nosotros, tenemos ya una respuesta hecha, estamos en la anticipación, así
que no escuchamos realmente. Los animales escuchan, es por eso por lo
que nos sentimos comprendidos y amados en su presencia.
Cuando estoy frente a un caballo, primero él me percibe. Todos sus
sentidos están despiertos para captar mi presencia, mi ser y quién soy. Él
escucha antes de comunicar. Ha sido escuchando a los animales como he
aprendido a hablar de forma más calmada, a entrar en el silencio, a oír al
otro. Me he dado cuenta de que es en ese tiempo de escucha cuando estoy
verdaderamente en el momento presente. Imposible proyectarme en el
futuro, el pasado o en la fantasía. Tengo que estar ahí, completamente
enfocada en el aquí y ahora. Tengo que estar.
En la comunicación, después de haber escuchado, me siento como el
animal que está frente a mí. De alguna manera, tomo su identidad. Viendo
el mundo con sus ojos no me equivoco. Para ello, tengo que abstraerme
de todas mis preocupaciones, de mis pensamientos tumultuosos y de mis
emociones fuertes. A veces, si no me siento en paz ese día, ocurre que
tengo que dejar la comunicación para más tarde. Si estoy nerviosa o si
tengo ganas de llorar e incluso si estoy muy alegre, mi comunicación
puede verse falseada. Pero con la práctica, se consigue volver a
centrarnos rápidamente. Ese silencio está en nosotros, podemos acceder a
él en cualquier momento. Oigo solamente lo que necesito saber para
ayudar al animal.
En esa tranquilidad nos deshacemos de todos los juicios que tenemos
en nosotros y que podríamos transferir al animal. Todos tenemos un
sistema de creencias, bien anclado, ligado a nuestra infancia, a nuestra
cultura y a nuestro entorno. No es tan fácil deshacernos de él. Para ello,
hay que convertirse en el otro, ser el otro. Así, los muros que forman
nuestras creencias, nuestros juicios negativos o positivos, se atenúan y
podemos entonces recibir todo tipo de informaciones en forma de
pensamientos, de sensaciones o de imágenes. En la comunicación, oigo
solo lo que necesito saber para ayudar al animal. Ni más ni menos. Lo
más importante es querer ayudar. Es aconsejable realizar las primeras
comunicaciones guiado por una persona experimentada.
Espero para recibir eventualmente informaciones suplementarias. Estasvienen del Gran Espíritu, del Universo o campo cuántico. Algunas veces
llegan enseguida, otras veces simplemente tengo que esperar. Hay
muchas técnicas diferentes para comunicarse. Lo que cuenta es saber que
poseemos todos el mismo lenguaje, nos pertenece, basta con encontrarlo.
La telepatía era el verdadero idioma universal antes de la separación de
las lenguas, ¡en la época de Babel! Ese lenguaje es como un bello
diamante que ha estado enterrado durante mucho tiempo en una mina.
Basta con rascar un poco, quitarle el polvo y pulirlo. Las técnicas son
simplemente herramientas para despertar la memoria, saber cuál utilizar
no es importante. A partir del momento en el que podemos comunicarnos
con los animales, podemos hacerlo con el conjunto del universo, puesto
que todo tiene una conciencia, un espíritu. Incluso las piedras. Todos
nuestros pensamientos, nuestras emociones, al igual que nuestras palabras
son oídos y recibidos en el universo, todos ellos vibran y afectan a los
otros espíritus. Es por esta razón por la que hay que ser consciente de lo
que se dice, de lo que se siente y de lo que se piensa. No solo vuestro gato
o perro tumbado a vuestros pies os oye, aunque no lo parezca, sino
también vuestro caballo cuando vais de paseo con él o cuando habláis por
el móvil. Incluso las arañas de las paredes y muchos otros seres, por todos
lados, arriba, abajo, por todas partes en el universo, os oyen. ¡Estamos
muy rodeados!
La comunicación es importante sobre todo para nosotros, para que nos
demos cuenta de hasta qué punto los animales son conscientes y sepamos
lo que sienten. Ellos ya saben comunicarse entre especies. Nosotros
tenemos que acordarnos, tenemos que despertar nuestra conciencia así
como reparar el desorden que hemos sembrado en nuestro planeta.
Los animales son seres libres, no nos pertenecen. Vienen a nosotros en
la Tierra y eligen compartir su vida con nosotros. No se compra
verdaderamente un animal puesto que es imposible poseer otro ser vivo.
Los animales forman parte de la Creación, como nosotros. El valor fijado
a un animal es un error. Basta con pensarlo, es algo muy lógico. Un
animal no puede costar cien, mil o un millón de euros. Antiguamente, se
vendían las hijas para el matrimonio a cambio de algunas ovejas, o de
todo un rebaño, o de camellos, según la posición social de la familia.
En nuestros días, en nuestra cultura, no se nos ocurriría poner precio a
nuestros hijos, puesto que nos parece aberrante que el comercio de
humanos y la esclavitud hayan podido existir. Espero que algún día
ocurra lo mismo con los animales domésticos. Nos han sido enviados.
Que vengan de una tienda, de un criador o de la calle importa poco. A
veces vienen directamente hasta nuestra puerta. Incluso para esas damas
que poseen hoteles de cinco estrellas para gatos, con muchos clientes de
los que ocuparse, a los que alimentar, un recién llegado nunca está allí por
casualidad. Siempre estará presente por algo. A veces es para ayudarnos a
comprender mejor muchas cosas, y otras veces para grandes o pequeñas
lecciones de vida. Estas no están determinadas por el tamaño del animal.
Eso fue decidido mucho antes.
Quizá un día podamos todos comunicarnos y colaborar con los
animales así como aprender de ellos. Los juegos son importantes para
nosotros. Nos gusta organizar competiciones, pruebas y grandes premios.
No somos ni amos ni propietarios, únicamente guardianes. Por el
momento, los animales están bajo nuestra tutela. Velamos simplemente
para que sean alimentados, alojados y amados. Si a un animal le
buscamos por todas partes y no vuelve, es porque tiene ganas de irse y de
no ser encontrado, entonces hay que abandonar la búsqueda.
Estamos en este planeta para vivir en armonía con el mundo de los
animales con el fin de explorar con nuestros compañeros de camino la
paleta de las más sutiles emociones. Si deben irse de este planeta porque
es la hora, o simplemente porque quieren visitar otras dimensiones, no
hay que aferrarse a ellos. Su espíritu espera que estemos preparados para
poder irse. Es difícil perder ese pequeño o gran cuerpo de pelaje que tanto
hemos querido, pero su espíritu, no le da tanta importancia a esa
envoltura física. ¡Si supieseis todo el Amor que el Creador, el Gran
Espíritu, siente por nosotros, tan vasto e infinito, os sería mucho más fácil
dejarles partir! El amor está por encima del apego.
U
Las comunicaciones sencillas
“Dadme el don de un corazón que escucha”
El rey Salomón
n día me pidieron que realizara una comunicación por una iguana
que se había perdido. ¡Recibo peticiones de todo tipo en Estados
Unidos! Me puse a buscar a Freddy en comunicación dentro de mi
espíritu.
Encontré a Freddy. Poco a poco, vi a través de los ojos de la iguana,
entré en su cuerpo y me convertí en ella conservando mi conciencia de
Laila: “Estoy en un jardín con árboles, el suelo está cubierto de hojas
secas. Sólo veo las raíces de los árboles, pero sé que son árboles. Es como
si mirase las raíces con una lupa, veía todos los detalles. No había sentido
eso nunca con mi cuerpo de humano. De manera extraña el mundo me
parecía muy llano. No veía muy alto, nunca el cielo, pero sabía que era
azul. Si levanto la cabeza, veo azul. La sensación del sol sobre mi piel es
extraordinaria. No me quema, me reconforta y me tranquiliza. Es
diferente de la luz que entra en mi jaula. La tierra huele bien. Debajo de
mí, el suelo está algo seco y crujiente, pero muy agradable. Cada parcela
de tierra emite un olor diferente. También es muy agradable sentirme bajo
la tierra, en la fresca oscuridad del túnel. Aquí la tierra es más oscura, un
poco húmeda y con un fuerte olor. Huele tan bien, tengo ganas de dormir
aquí para siempre. Las sensaciones son más agudas que en mi cuerpo
humano, mi olfato está más desarrollado y oigo hasta el más mínimo
sonido. Puedo pensar muy deprisa, mi espíritu es muy ágil, y cuando
descanso ya no pienso en nada. Se hace el vacío. No sé dónde me
encuentro, pero me siento bien. Estoy viva, ¿no? ¿De qué tendría que
tener miedo? Sí, está Isabel, pero me encuentro bien, aquí, ahora. No,
creo que no voy a volver a su casa, quizá después de una siesta en el
fresco túnel, ya veremos más tarde…” Al ponerme en el lugar de Freddy,
las sensaciones son más agudas que en mi cuerpo humano, mi olfato está
más desarrollado y oigo hasta el más mínimo sonido. Puedo pensar muy
deprisa, mi espíritu es muy ágil.
Existe lo que yo llamo las comunicaciones “sencillas”, que son
suficientes para saber lo que el animal piensa. Las comunicaciones más
complejas son aquellas en las que hay que resolver un gran problema de
comportamiento. Situaciones emocionales en las que los animales
“captan” en el lugar de las personas sus problemas físicos o misterios por
resolver. He aquí algunos ejemplos de comunicaciones sencillas.
Una señora me llamó por su perro Georges, un pequeño bulldog que
vivía en Beverley Hills. La señora quería saber únicamente si era feliz. Le
pregunté quién compartía la casa con ella. Esa señora vivía con su
marido, con un cocinero y una mujer de la limpieza. Vi al perro venir a
mi encuentro, con una mancha blanca en la oreja, lo que le daba un aire
travieso y pícaro. Estaba muy contento de venir a hablarme. Se acercó
impaciente y alegre. Georges estaba muy mimado, vivía en una lujosa
casa americana. Me enseñó grandes salas luminosas con los suelos de
mármol blanco. Le seguí de una sala a otra. Era el amo y señor de esta
casa.
Iba donde le parecía y hacía lo que quería. El “chef” era el único que
no le dejaba entrar en la cocina, pero se colaba por la puerta, a
escondidas, cuando estaba entreabierta. Me enseñó la cocina. ¡Olía tan
bien en el interior! A veces podía quedarse sin que el chef se diera cuenta.
El pobre chef le apreciaba mucho, aunque protestara sin parar. De vez en
cuando el cocinero estaba de buen humor y le daba pequeñas golosinas.
Pero en la actualidad el hombre estaba triste pues su amante le estaba
dando problemas. Algunos días antes estaba llorando solo en la cocina.También estaba la mujer de la limpieza. Según la descripción de
Georges deduje que era hispana y que había llegado hacía poco tiempo.
Era muy tímida, tenía miedo de no agradar, de perder su trabajo. Estaba
muy nerviosa. Además, tenía algo de miedo de Georges. No le gustaba
cuando éste se le echaba encima. Georges no se preocupaba de nada.
Hoy, contento, iba a jugar con sus amigos, los perros del vecindario. Se
reunían con “sus señoras” varias veces por semana en su casa. ¡Estaba
muy orgulloso!
Otras veces me llaman para hacer preguntas, conocer ciertas cosas o
simplemente para transmitir mensajes. A menudo la gente me pide que
avise a los animales de su salida de viaje. Una señora, en Texas, me llama
regularmente cuando se va de viaje para avisar a sus pájaros y a su perro.
Están mucho más tranquilos después de la comunicación y hay menos
daños en la casa cuando vuelve. Efectivamente, los animales se
comunican telepáticamente, pero eso no quiere decir necesariamente que
sepan si vas a volver ni cuándo lo vas a hacer. Basta con decirles:
“Vuelvo a tal hora o tal día” para que su angustia disminuya
considerablemente.
Fay, la perrita de mi vecina María, de dos años de edad, había sido
recogida en un refugio en Los Feliz, un barrio de Los Ángeles. Era muy
bonita, de tamaño mediano, pelaje blanco y sedoso. Vivía muy feliz con
su nueva familia. Pero cuando todos se iban de vacaciones, Fay hacía
sistemáticamente todas sus necesidades en la alfombra, debajo de la mesa
del comedor. Aunque alguien fuera todos los días para darle de comer, no
cambiaba nada, se volvía histérica, ladraba, daba vueltas en la casa sin
parar. Los vecinos se quejaban. Entonces pedí poder comunicarme con
Fay. Una vez frente a ella, le pregunté cómo se sentía cuando estaba sola.
¡Tenía pánico! Sentía la opresión dentro de su vientre, la angustia en su
garganta, el más mínimo sonido la sobresaltaba y se ponía muy nerviosa.
Cuando alguien pasaba delante de la casa corría de manera nerviosa a
la ventana para ladrar. Me enseñó también la habitación de la niña
pequeña a la que iba a acostarse. Pero Fay no conseguía descansar, se
levantaba sin cesar y daba vueltas sin parar por la casa, que de repente se
había vuelto muy pequeña. Me mostró también imágenes de ella muy
pequeña, sin mamá, en una jaula en la que pasó mucho tiempo. Quería
dormir, no tenía sitio para moverse. Había varios niños en la casa, ruido,
la cogían en brazos todo el tiempo, tiraban de ella en todas las
direcciones, intentaba irse, quería dormir. Consiguió escapar, no sé cómo.
Me puse en su lugar. Estas son, traducidas con mis palabras, las
sensaciones que sentí5: “Estoy en la calle, hay mucho ruido, veo humo.
Hace tanto calor, el asfalto me quema las patas, tengo hambre, no hay
nada que comer, he conseguido beber agua de la alcantarilla, hay casas en
fila, camino, busco la sombra para dormir, hierba, intento no llamar la
atención, tengo tanta hambre, estoy cansada, quiero hierba…”
Fay tenía miedo de ser abandonada, sola y perdida de nuevo, sin su
familia, sin la niña pequeña a la que había cogido cariño. Como no sabía
si iban a volver algún día, la casa grande se transformaba en una jaula
pequeña con barrotes. La sensación de pánico, de rechazo y de angustia
predominaba. Le expliqué que no iban a estar ausentes por mucho
tiempo: “Van a volver pronto, te quieren”. Le envié imágenes de su
querida familia abriendo la puerta, entrando en casa, cogiéndola en
brazos, muy contentos por su recibimiento. Le expliqué también que ella
tenía que cuidar la casa en su ausencia, que ya no era un cachorro, que era
su trabajo. Le mostré en imágenes su familia, que estaba muy orgullosa
de ella pues había protegido la casa. Fay se calmó un poco. Es cierto que
no estaba contenta de quedarse sola en la casa, pero dejó de hacer sus
necesidades en el interior en ausencia de su familia.
Otras veces me hacen preguntas acerca de sus gustos, sus preferencias,
para saber lo que quieren, adónde desean ir, lo que quieren hacer. Cuando
hablamos con ellos, nos muestran también sus preocupaciones diarias.
Un día una señora me llamó por su perro Brendon. Durante los
concursos, delante de los jueces, se ponía muy nervioso, salivaba y hacía
pis. Brendon, un bonito perro de color caramelo y ojos melancólicos me
comunicó que él no quería hacer concursos caninos, quería quedarse en
casa y vivir una vida tranquila, era demasiada presión para él. ¡Estaba
harto de estar estresado y obligado! Le gustaba hacer los ejercicios con
Marge, pero los concursos, eso era otra cosa. Volví a vivir con él toda la
experiencia: “Siento cómo se me hace un nudo en la garganta, las piernas
se vuelven muy débiles y temblorosas, oigo el ruido, los gritos, la
excitación de los otros perros, el polvo me quema los ojos. Me tiran de la
correa delante de los jueces. ¿Qué quieren de mí? No sé lo que tengo que
hacer. Un líquido caliente me gotea entre las patas. Ahora se va a enfadar
y me va a castigar. Ya no puedo más, me quiero ir, ¿pero cómo?
Los nervios. Yo conocía esa sensación como bailarina, pero para él era
peor pues no le gustaba la competición. ¡Me daba tanta pena Brendon!
Lo peor es que no sabía cómo ayudarle. Todo lo que podía hacer era
explicar a Marge lo que el perro sentía. Pero ella no quería saber nada:
“No lo entiendo —me dijo por teléfono— es brillante en las pruebas, pero
frente a los jueces se transforma en un perrillo tímido y miedoso. ¡No es
el mismo!” Intenté conversar con Marge, hacerle sentir el estado de
Brendon, pero añadió: “Lo entiendo, pero tiene que superar sus
angustias, tiene que aprender, ¡ni hablar de abandonar los concursos!
Todos mis perros participan en espectáculos, es por lo que vienen a mi
casa”. No sé lo que fue del pobre Brendon, Marge no volvió a llamarme.
Sunny, un galgo gris plateado de pura raza, se comunicó conmigo a
propósito del recién nacido de Nancy y Joe que acababa de llegar a casa.
Nancy había notado que Sunny estaba raro con el bebé. En presencia
suya el perro gruñía. Nancy, preocupada, me pidió que me comunicara
con él. Sunny apareció enseguida. Yo ya había tenido comunicaciones
con él, incluso había venido a mi estudio para sesiones de terapias. Era
muy sensible, yo le quería mucho y estaba muy unida a él. Tenía grandes
y límpidos ojos y la cabeza fina y sensible del galgo. Siempre era un poco
miedoso. Provenía de las carreras. Cuando dejó de ganar lo metieron en
una jaula y lo abandonaron. Estaba destinado a que le dieran la eutanasia.
Una asociación de “socorro” lo recogió.
La primera vez que Nancy lo había traído tenía una enfermedad grave
en la piel con abscesos y fiebre. Los veterinarios consultados no se ponían
de acuerdo sobre su caso, era una enfermedad extraña. Lo habían
intentado todo. Sunny se acercó indeciso. Era desconfiado. Me quedé un
momento con él, agachada, en silencio, sin preguntarle nada, sólo para
estar ahí, presente para él. Pasado un tiempo, se atrevió a mirarme a los
ojos, se sentía más seguro. Le pregunté qué le había ocurrido.
Me mostró su pasado en las carreras. Era un mundo que yo no conocía
y que no deseaba conocer: “Nos encierran, somos numerosos, no hay
sitio, siempre tengo hambre, mucha hambre, tengo miedo continuamente
de los ruidos del metal (¿de cadenas, de puertas metálicas?). Gritos, las
carreras, correr lo más deprisa posible. Sin tiempo para descansar. Esa
sensación en mi cuerpo de extrema nerviosidad, los espasmos en las
patas, no puedo dormir. Todos los otros tienen miedo, gritan durante la
noche. No puedo dormir, no vamos a durar mucho tiempo. Si hay uno que
se va, otro llega. ¿Cuándo será mi turno? ¿Adónde vamos luego? Estoy
agotado, no tengo fuerzas, ya no tengo ganas de vivir, de todas formas
todo me da igual, así que ¿qué más da? Y después un día veo el rostro de
Nancy detrás de mis barrotes, su sonrisa, sus lágrimas, su voz, me lleva a
su casa. Ahora me siento tan bien, Nancy se ocupa de mí, me quiere. Hay
otros animales aquí, tres gatos y otro galgo. Son tranquilos, duermen todo
el tiempo. No conocen lo que esestar encerrados. Al principio pensé que
Nancy no volvería, que iba a abandonarme, pero ahora sé que está aquí,
siempre vuelve. Ya no tengo hambre. Ahora está ese bebé. Ya no me
habla, ya no me deja entrar en su habitación, estoy solo, incluso tuvo
miedo de mí el otro día, como si yo fuera a hacer algo malo.
Sunny “lloraba”. Los animales lloran en silencio, las lágrimas van
hacia el interior. Lloré con él. Un gran espacio de tristeza y de soledad me
entró en el corazón. “¿Por qué Nancy me ha abandonado de repente?” Me
sequé las lágrimas y le expliqué que el pequeño “cachorro humano” sin
pelo también necesitaba amor. Había bastante amor para todos. Pero el
bebé era muy pequeño y frágil y necesitaba muchos cuidados. Después
crecerá… Ahora le tocaba a él ayudar a Nancy. Después de la
comunicación con Sunny y con un poco más de atención de parte de
Nancy y Joe todo volvió a la normalidad, Sunny se calmó y aceptó
valientemente la presencia del pequeño “cachorro humano”.
Lady era un bonito water spaniel de pura raza, de color chocolate, con
ojos inocentes y traviesos de color avellana, un hocico negro
aterciopelado y orejas rizadas que le rodeaban de forma graciosa la
cabeza. Vivía en casa de Joyce, criadora y preparadora. Eran cinco perras
de la misma raza. Todas participaban en concursos. Lady estaba
aprendiendo. Tomaba lecciones. Dentro de poco se iría a casa de alguien
para un entrenamiento especial. Estaba lejos, viajaría en avión. El
problema se producía con Noemi, su hermana mayor. Es la razón por la
que Joyce me había llamado. Lady y Noemi se tiraban una al cuello de la
otra.
He aquí, con mis palabras, las sensaciones que percibí en Lady:
Noemi, la mayor, había ganado todos los premios de los concursos y
hacía todo a la perfección. ¡Era verdaderamente exasperante! Además
Joyce le decía siempre lo que tenía que hacer, la criticaba sin parar y
consideraba que Noemi era perfecta. “Me observa constantemente y me
gruñe. ¡Lo hago todo mal! Nunca está lo suficientemente bien. ¡Estoy
harta! ¡Ya no la soporto! Y además, no soy lo suficientemente bella,
tengo el hocico muy ancho y el cuerpo muy largo. Joyce opina que
Noemi es perfecta. Ella es la que gana todos los premios. Yo ya no quiero
participar en concursos, nunca seré lo bastante bella, así que ¿para qué
intentarlo? Y además, ya estoy harta de estar sentada con la cabeza
levantada, de estar obligada a dar la pata, de comportarme bien, de andar
de esta u otra manera, de que me regañen o me critiquen. Quiero
(traducido en imágenes): correr, jugar, saltar, ir al río, estar sucia, muy
sucia, mojada, quiero sacudirme, olfatear allá donde quiero, correr, hacer
locuras, saltar, brincar… quiero… ya no quiero ser una Lady”.
La entendía muy bien. No volver a estar obligada, no más etiquetas
sociales, no más obligaciones, no volver a estar obligada a parecer, a
sonreír, no más “buenos días señora”, “sí señora”, “gracias señor”, “pido
perdón”. Quiero ser libre, correr en la playa hasta no poder más, sentir mi
cuerpo…
Pero había venido a la tierra bajo la forma de un “water spaniel”, pura
raza, nacida en casa de una criadora reconocida, así que, ¿qué parte de
elección y qué parte de destino existía para esta perra? Le expliqué que
era tan bella y perfecta como su hermana y que tenía que tener confianza
en sí misma. Por el momento no tenía otra elección puesto que se
encontraba en el seno de una familia que realizaba concursos y que había
sido concebida para ello. Al menos había que intentarlo, y si no
funcionaba, volvería a hablar con Joyce. Por otro lado iba a pedir a Joyce
que le otorgara más tiempo libre y que la llevara al río. A cambio, ella se
esforzaría más en los entrenamientos. Después tuve que establecer un
contrato entre las “dos hermanas guerreras” con leyes, condiciones y
términos que respetar. Tras todo esto no podía decirse que Lady y Noemi
se adorasen, pero las disputas habían disminuido, llegaban a cohabitar sin
tirarse una al cuello de la otra por pequeñeces. Lady continuó los
concursos. Al parecer ahora se comporta bien, como una verdadera Lady.
Se ha dejado domesticar.
Otro caso. Rosie, un gato pelirrojo y Mosy, un conejo blanco de ojos
rojos, se peleaban continuamente. Vivían en Pasadena, un barrio muy
bonito de Los Ángeles. Ambos intentaban llamar la atención de Cindy.
En cuanto esta salía de casa, ¡era la guerra! Se tiraban uno sobre el otro
mientras se perseguían y causaban terribles destrozos en el gran salón.
Cuando Cindy volvía, todo estaba por el suelo y había que curar las
heridas de guerra de los dos combatientes. La sangre chorreaba. Además,
durante las treguas, el pequeño Mosy mordisqueaba nerviosamente todos
los bellos libros de arte que estaban sobre la mesa, sin contar los daños
hechos a los cables eléctricos de las lámparas, a los bajos de las sillas y
otros objetos de valor que eran “suculentos”. Cuando me comuniqué con
ellos, cada uno acusaba al otro y se defendía de haber comenzado las
hostilidades. Mosy hasta se enfurruñaba. Me hacían correr del uno al
otro, ¡terminaba por ser agotador!
¡Tenía la impresión de ser una pelota de ping-pong! Entonces, decidí
tomar las riendas. Recurrí a toda la diplomacia de un embajador de las
Naciones Unidas. Fijamos una fecha para el tratado de paz. Tras muchas
vacilaciones, llegamos a un acuerdo. Recé a los dioses para que el
contrato se mantuviera. Al día siguiente de este acuerdo de paz, conejo y
gato eran inseparables, lavándose mutuamente y durmiendo la siesta
acostados el uno contra el otro.
Una yegua, Charm, que vivía en un hermoso lugar cubierto de verde al
norte de California, me contó cómo una araña la había picado en el pecho
durante un paseo. Me describió con todo detalle al hombre que le daba de
comer en ausencia de su guardiana. Le vi con su cubo de avena, me
enseñó las manos (una imagen con pelo) y su gorra azul. También llevaba
una camisa azul. No le gustaba ese hombre en absoluto. Nunca me
explicó el porqué pero era visceral. En cuanto se acercaba a ella, todo su
cuerpo se estresaba. Sentí cómo toda la adrenalina subía por mi cuerpo y
cómo me atravesaba el rechazo total de ese hombre. Era extraño sentir el
rechazo a través de los ojos de Charm. Era más bien la sensación que
emanaba de él la que le ponía los pelos de punta. ¿Quién sabe por qué?
Quizá era porque ella conseguía captar algo en él de su pasado, de sus
acciones, de sus pensamientos. No lo sé. En todo caso, ella, que
habitualmente era dulce, se volvía agresiva. La guardiana me confirmó
que la yegua ya había dado algunas coces a ese hombre. Tras la
comunicación, la guardiana decidió buscar otra persona para alimentar a
la yegua en su ausencia.
Otro día traté a un pequeño póney negro en una cuadra, le dolía mucho
la nuca. El póney me enseñó la imagen de una niña de unos diez años, de
cabellos castaños y vestida de rojo. La niña le hacía daño cuando le
montaba. Era un poco torpe y tiraba hacia arriba demasiado. Cada vez
que la niña estaba encima de él, tenía dolor en la nuca, en la espalda y en
las costillas. “Yo intento que no se caiga, que se encuentre más a gusto,
así que estiro el cuello, pero mi cabeza está demasiado alta y tira, me
duele la boca, pero ella no lo sabe, no es culpa suya”. Me pregunté si
debía decir algo o callarme. ¿A lo mejor era imaginación mía? Además,
era enero y estábamos en Francia, hacía mucho frío. Justo en ese
momento apareció una niña que debía tener entre diez y doce años, con el
cabello castaño, recogido en una coleta y un abrigo rojo. Era la hija del
propietario de la cuadra.
Ya era de noche, tenía frío y hambre y muchas ganas de irme a dormir,
pero me dije que más me valía transmitir ese mensaje para ayudar al
pequeño póney. Entonces le pregunté su nombre a la niña y si ese póney
era el suyo. Sí. Le expliqué con amabilidad que a su póney le dolía
mucho la nuca, que debía ser más suave y tener cuidado al montarlo, que
los humanos no nos dábamos cuenta de que los póneys son muy
delicados, que no dicen nada para complacernos. Le hice pasar su mano
sobre la nuca delpóney para que lo sintiera. La niña me encontraba
extraña, seguramente se preguntaba quién era esa señora, pero parecía
comprender… Eso espero. Los niños comprenden rápidamente si se les
explica. No tienen ningún problema para creer que los animales se
comunican. Eso ya lo saben. No obstante, por ignorancia, actúan
haciendo daño a los animales. A menudo he visto niños pegar a su gato o
perro. Incluso si es su mejor compañero y le adoran, pegan cuando
piensan que el animal ha hecho algo “mal”. A veces es también para
liberarse de toda la tensión acumulada, porque les han repetido a lo largo
del día que son malos y se comportan mal.
Recuerdo una situación en la sala de espera de un médico en Los
Ángeles. Un niño pequeño mejicano jugaba con su cachorrillo marrón
claro, de pelaje liso. Este último era muy pequeño, muy mono con sus
grandes ojos marrones de cachorro “sorprendido de la vida” y su pequeño
hocico negro. El niño le meneaba por todas partes, a veces incluso se lo
disputaba con su hermana: era para ver a quién le tocaba coger al perro, el
pobre estuvo a punto de ser descuartizado. Fueron a quejarse a la madre,
que les miró aburrida. El niño golpeaba sin cesar al cachorro en el hocico,
en la cabeza, diciendo “malo, malo”. Las señoras hispanas en la sala de
espera no decían nada, por lo menos los niños estaban ocupados. La
sangre me bullía. Hice una breve comunicación, pero el cachorrillo, que
era muy pequeño, no comprendía nada de lo que le estaba pasando, la
cabeza le daba vueltas y la única idea que le venía era la de ponerse a
cubierto de los golpes. Entonces expliqué al niño pequeño que los
animales eran como nosotros, que lo sentían todo, que los golpes les
hacían mucho daño, como a nosotros, y sobre todo que nunca, nunca
había que golpear a un animal.
Le dije que el cachorro no era en absoluto malo, solamente pequeño y
que corría el riesgo de convertirse en un gran perro muy, muy malo si
seguía golpeando de esa manera. Tras un momento de: “¿Quién es esta
que me habla en español con un acento raro y qué me está contando?”, vi
en sus ojos durante una fracción de segundo culpabilidad, vergüenza y
por último una chispa de comprensión. ¡Había comprendido en tres
segundos! A partir de entonces trató a su cachorro con mayor respeto,
como si se tratara de un pequeño tesoro, ni siquiera dejó que su hermana
se acercara a él. Sentí un pequeño agradecimiento del cachorro cuando
me lamió la mejilla. Recé en mi fuero interior para que esa actitud durase.
En numerosos lugares (en Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania,
España, Polonia), me he comunicado con animales de todas las razas, de
todos los colores. El país no es importante, el tiempo y el espacio no
existen. Todas las comunicaciones son diferentes, a veces sorprendentes,
pero el lenguaje y las emociones son los mismos que los nuestros. Hay
amor, tristeza, envidia, sumisión, dominación, preocupaciones y
necesidades idénticas a las nuestras. A veces he sido llamada para
comunicarme con conejos, con un lobo, un mono, un cerdo, un búho, con
ardillas, serpientes, iguanas. Son solo variaciones sobre el mismo tema.
Las palabras tienen otra sonoridad, pero los pensamientos que están
detrás son los mismos. El corazón es semejante en todas partes, de un
pueblo al otro.
5 Nota de la autora: Las palabras entre comillas son una traducción en palabras de las sensaciones
recibidas con mi propia conciencia, no son las “palabras” del animal.
M
Los animales y su corazón
“Es la luz de la conciencia la que lo vuelve todo precioso y
extraordinario.
Entonces las cosas pequeñas dejan de ser pequeñas.
Cuando una persona con vigilancia, sensibilidad y amor toca una
piedra en el borde del mar, esa piedra se vuelve preciosa como un
diamante.
Cuanta más conciencia tengáis, mayor profundidad y sentido tendrá
vuestra vida”
Sri Ramana Maharishi
ediante la comunicación, puedo saber lo que sienten los animales,
sobre todo lo que quieren y lo que necesitan. Cuando trabajaba
como voluntaria en los refugios, me pedían a menudo ayuda para la
adopción. Mirando bien la personalidad y el pasado de un animal, podía
ver si se iba a sentir bien en una familia con niños o si necesitaba la
atención de una sola persona. También podía distinguir si la convivencia
con otros animales iba a ser posible. Algunos tienen un pasado muy
cargado, les es difícil deshacerse de la memoria de traumas muy
dolorosos, como las personas que han vivido guerras o abusos. En lo que
a los caballos se refiere, la comunicación me permite también determinar
sus aptitudes para las competiciones, física y moralmente.
Un día fui a una caballeriza en el este de Francia. Andaba delante de
los boxes, con mi bloc de notas en la mano. Me pidieron que evaluara las
aptitudes de los caballos para los concursos. En un primer momento me
sentí muy contenta de hacerlo. Me encanta establecer comunicaciones,
escuchar, buscar, encontrar cosas, entrar en la piel del otro. Luego, de
repente, me observé con mi papel y mi bolígrafo, y mi aspecto de saberlo
todo. Pero detrás de los barrotes: los caballos, su mirada… Todo me
parecía triste ahora, incluso mi chal de color alegre estaba apagado y se
me caía de los hombros. Estaba avergonzada, realmente avergonzada.
¿Con qué derecho? Como si yo fuera un juez, ¿Cómo podía tomar una
decisión sobre sus capacidades? ¿Cómo podía yo anotarlas? Me sentí
como un mercader de esclavos, mirando los dientes de los hombres para
ver si eran lo suficientemente fuertes y resistentes para la tarea. Mis
pensamientos se iban hacia todas partes, los caballos me miraban.
Si no estaban hechos para la competición quizá era mejor decirlo, por
su bien, con el fin de evitar pérdida de tiempo y entrenamientos inútiles.
¿Quién era yo para decir si estaban hechos o no para ello? ¿Y si me
equivocaba? No era como para tomarlo a la ligera, se trataba de toda su
vida. Cada palabra tiene su peso, cada decisión tiene sus consecuencias.
Hiciera lo que hiciera seguirían estando obligados, encerrados en boxes,
encarcelados. Yo no podía devolverles su libertad. Deseaba tanto
ayudarles: los caballos no tienen palabras para expresarse. Así que, ¿qué
hacer?
Entre los caballos estaba Jaina, una yegua baya de doce años de edad,
entrenada para la competición de alto nivel. No obstante, al comunicarme
con ella, vi que no poseía ni la resistencia física, ni la disposición mental
para ese tipo de trabajo. Era preferible por su bien que fuese vendida a un
particular que se ocuparía de ella y la sacaría de paseo. Además, la yegua
no comprendía realmente lo que se esperaba de ella, todo era confuso. En
la misma caballeriza, Naomi, baya, muy bonita, poseía grandes aptitudes
físicas pero mentalmente estaba un poco dispersa. Adoraba las
felicitaciones. Bastaría con darla un entrenador adecuado y haría
maravillas. Otra, Leslie, a pesar de las verrugas que se extendían por todo
su cuerpo y que atraían miradas de repulsión, tenía una gran resistencia y
voluntad, una mente clara y lealtad. Le esperaba una gran carrera
deportiva. Se sentía bien en ese mundo de competiciones, se movía en él
con desenvoltura.
Cuando llegué a la caballeriza, me enseñaron uno que acababa de
llegar, un alazán. Estaba visiblemente ansioso, muy nervioso y no se
dejaba tocar. Pensando que no tenía ningún ánimo de entrar en contacto
conmigo, me dirigí hacia otro box, al extremo opuesto de la caballeriza.
Pero tuve la impresión de que me tiraban enérgicamente de la camisa y
tuve que dar marcha atrás. El caballo quería comunicarse absolutamente.
Ahí estaba yo, tenía que escuchar. He aquí la traducción de las
sensaciones que recibí de su parte. “Quiero quedarme aquí, no estar sólo
de paso. Soy muy fuerte y ágil, poseo una gran fuerza mental y una
potente voluntad, quiero trabajar. Que me den una oportunidad. Quiero
quedarme aquí. Es mejor que el otro lugar. Él (Jean-Michel) es más
tranquilo, y tiene buena voluntad. Los otros caballos parecen apreciarle.
Pero habla de venderme. Me gustaría tanto quedarme. Soy fuerte. Puedo
hacerlo todo. Basta conenseñármelo. Estaré bien aquí… sobre todo no
quiero volver al otro lugar. Aquí todo es más tranquilo, los otros caballos
están a gusto”. Cuando le expliqué todo eso a Jean-Michel, vi claramente
en su expresión que el testimonio le había emocionado, que quizá iba a
darle esa oportunidad. Tras esta conversación, me acerqué de nuevo al
alazán. De repente se mostró diferente. Agachó la cabeza, me dejó
tocarle, con su cuerpo ahora relajado hasta me dejó soplarle en los
orificios nasales. En fin, estaba más tranquilo, apaciguado, porque alguien
le había ofrecido comprensión y seguridad. Se llamaba Lothaire, hijo de
El Tot de Semilly.
Escuchando bien a los caballos también puedo ayudar al jinete. El
caballo me muestra siempre la posición de este sobre su lomo. Casi
siempre hay algo que no está bien, lo que a menudo provoca dolores de
espalda al caballo. El peso de la persona está demasiado echado para
adelante, demasiado para atrás, el cuerpo se inclina hacia un lado, la
persona tira demasiado de una rienda, el trasero no está equilibrado en la
silla de montar, una mala posición sobre el caballo, etc. Para restablecer
el equilibrio de su jinete, el caballo pone mucha tensión en su lomo, en su
nuca e incluso en sus patas. A menudo tiene la sensación de que el jinete
va a resbalar o caer. Intenta retenerlo. Ello crea una tensión muscular que
con frecuencia se convierte en una contractura y que, a largo plazo,
engendrará otros problemas que necesitarán la intervención de un
osteópata.
Al comunicarme con el caballo, puedo ver dónde se encuentra el error
y corregirlo. Esto no tiene nada que ver con las reglas aprendidas en las
escuelas de equitación. Cada caballo tiene una estructura anatómica algo
diferente de los otros. Lo mismo ocurre con cada jinete, hay que respetar
el conjunto. Mediante la comunicación, puedo simplemente ayudarles a
adaptarse mejor el uno al otro y así evitar buen número de heridas. Sobre
el caballo, excepto unos cuantos grandes jinetes, raramente he observado
una posición perfecta. Hay que saber ante todo que el caballo nunca emite
un juicio en relación con las capacidades del jinete. Simplemente,
mediante la comunicación, me muestra imágenes de su falta de confort.
No obstante, lo que más a menudo se echa en falta es la conexión
mental entre el jinete y el caballo. Cuando los dos espíritus se fusionan,
todos los defectos técnicos y de posiciones adquieren un impacto menos
importante en el momento de la monta. Cuando formamos uno solo con
nuestro caballo, éste está dispuesto a todo por nosotros. Podemos realizar
maravillas.
Un día realicé una comunicación con una yegua de salto de alto nivel.
Isis estaba herida desde hacía algún tiempo y no conseguía recuperarse
bien. Su jinete, Gérard, pensaba venderla. Comunicándome con ella, vi
que poseía un temperamento extraordinario, era fuerte, dulce, fiel, dotada
de una fuerza mental y de una inteligencia superiores a lo normal.
Además, tenía capacidades físicas poco habituales, músculos muy
poderosos, a la vez finos y ágiles, miembros sólidos, fuertes, finos y
elegantes, su agilidad era increíble. El tiempo de respuesta entre su
espíritu y su cuerpo era muy rápido, lo que le daba mucha rapidez y
fuego. Es más, poseía una conexión mental muy fuerte con Gérard, lo que
le permitía responder sin dudar a su voluntad. La comparé a una bailarina
en la cima de su arte. Cuando el cuerpo reacciona perfectamente al
espíritu artístico, entonces la técnica al servicio del espíritu se vuelve
invisible.
Pero Isis estaba deprimida porque Gérard hablaba de venderla y ella lo
sabía. Lo que ella hacía con él era toda su vida, lo había dado todo por él.
Me enseñó también que se había hecho daño durante un concurso cuando
otro jinete la había montado. La posición de éste último era diferente,
inestable, su mente estaba dispersa por todas partes. Además, antes del
salto, su equilibrio se desplazó ligeramente sobre el lomo de Isis. La
yegua, que poseía una sensibilidad extrema, tuvo que poner toda la
tensión en su lomo para ajustarse durante el salto. Al estar el peso mal
repartido, antes de la recepción, sintió un latigazo en la rodilla delantera
izquierda. A pesar del dolor acabó la prueba, pero estaba herida. Cuando
le expliqué todo esto a Gérard, se produjo un cambio en su cabeza y
decidió no venderla, curarla y retomar la competición con ella. Nosotros,
los humanos, necesitamos un tiempo para comprender.
Comunicarme con los caballos me permite saber en qué estado están y
así no perder tiempo y evitar que sean vendidos en numerosas ocasiones,
lo que les causa muchos traumas. Se encierran y no dan más de sí
mismos. Realmente significa mucho para un caballo pedirle que se adapte
a un nuevo lugar y a una nueva persona. Es como si hubiese que
reconstruir toda una casa, empezando por el primer ladrillo. Esto es lo
que no vemos, teniendo siglos de memoria colectiva que nos aseguran
que los animales no sienten. Poco a poco el velo se levanta, centímetro a
centímetro, y comenzamos a mirar el mundo a nuestro alrededor de otra
manera. ¿Seremos tan orgullosos como para pensar que somos los únicos
seres que sienten emociones, que tienen sentimientos? Es cierto que
construimos catedrales y bombas atómicas, pero en lo demás somos
iguales que todos los otros seres existentes visibles e invisibles. Todo
alrededor nuestro muestra un sentimiento que vibra, cada uno según su
propia emanación.
Claude me llamó en relación con el caballo de Jane. Era miedoso,
inquieto e imprevisible. A Jane, su guardiana, le hubiera gustado dar
paseos con él, pero comprendió que algo no iba bien. El caballo se
llamaba Ebony. Pedí entonces tener una comunicación con el caballo.
Apareció en el horizonte, era un magnífico caballo castrado de pelaje
negro y brillante y una franja en la frente. Parecía inseguro, confuso, no
me miraba a los ojos. Tomó su tiempo antes de acercarse a mí, esperé
tranquilamente, dejándole la elección de venir o no. Cuando estuvo más
cerca de mí, le dije que venía de parte de Jane para hablar de lo que le
preocupaba. Le hice llegar el deseo de Jane de poder pasear con él en el
bosque. ¿Qué pasaba? Ebony me mostró en imágenes las sesiones de
trabajo con un entrenador de doma. Esta vez no había palabras,
únicamente imágenes y sensaciones. Veía el picadero, la arena, al
entrenador. ¡Este último tenía cambios de humor todo el tiempo!
Mimaba, hacía cumplidos, ofrecía una recompensa a Ebony. Este se
acercaba confiado y, de repente, sin ninguna razón aparente, el hombre se
ponía furioso contra él, le insultaba y le golpeaba. Ebony no comprendía
nada. El caballo estaba traumatizado, asustado, y aún así intentaba
colaborar valientemente. El escenario se repetía sin cesar durante toda la
sesión.
Deduje que el entrenador tenía una personalidad inestable o que había
tenido una infancia miserable. Quizá un matrimonio fallido. Por ello
pasaba su frustración a los caballos. En resumen, necesitaba una terapia.
Pero mi compasión se quedó ahí. Estaba indignada, en cólera contra él,
me parecía rudo e inestable. El pobre Ebony ya no sabía qué hacer,
estaba confuso, no comprendía nada, como un niño que recibe bofetadas
sin parar. El caballo no sabía lo que se esperaba de él. Ahora ya no
confiaba en nadie. Se había cerrado. Claude me confesó que había
asistido a una sesión de entrenamiento y que era verdad, el entrenador era
tal y como lo había mostrado Ebony. Le había chocado, pero no pensaba
que pudiera intervenir puesto que ella era simplemente una jinete en
periodo de aprendizaje. Ahora que lo que había sentido se había
confirmado, iría a hablar con Jane. Ya era hora de decir la verdad y de
encontrar otro lugar para Ebony. Basta con escuchar a los animales para
saber lo que pasa. Un caballo puede ser dominante, pero no extraño o
inestable. Antes de juzgarlos hay que conocerlos en todo su conjunto. Los
caballos tienen una sensibilidad extraordinaria, lo captan todo, lo
absorben todo. Son como una gran antena. A menudo, somos nosotros los
que tenemos que reparar los errores cometidos