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Dossier 
 
Bicentenario de la Patria 
 
Encuentro III: Juan Becerra y Martín Kohan 
 
Tiempo para leer 
 
En esta charla que le da continuidad a una serie de diálogos que ABC lleva adelante 
desde comienzos de 2010, los escritores Martín Kohan y Juan Becerra se introducen en la 
importancia de la lectura para la formación de un adolescente, el papel que cumplen los 
medios de comunicación y la escuela. Además, en el marco del Bicentenario, analizan la 
relación que existe entre la literatura y la historia. 
Martín Kohan: Creo que hay cualidades y ventajas del hábito de la lectura, pero creo que 
hay un problema con toda disposición a impartir bajo forma de regla e incluso de consejo 
o cualquier forma que tenga alguna resonancia de adoctrinamiento o de moralidad. Todo 
lo que se diga a favor de la lectura desde alguna clase de púlpito y, sobre todo, cuando 
las personas a las que van dirigidas esas palabras –como lo son los estudiantes del nivel 
medio, por caso-, es totalmente contraproducente y no tiene ningún poder de persuasión. 
Incluso los argumentos más eficaces que yo mismo pueda haber conocido o que yo 
pueda reproducir en términos de lo que creo que hace al valor de la lectura y que tiene 
que ver con que dedico mucho tiempo a la lectura, y es una de las cosas que más me 
gusta hacer, todo eso traspasado al discurso del consejo se debilita absolutamente y no 
produce nada de lo que espera producir, que es el deseo a la lectura. En mi experiencia 
como docente de escuela media, incluso cuando no saben nada de nada –que es raro, 
porque siempre se sabe algo de algo-, de los docentes saben y mucho. Perciben con una 
mezcla de instinto e intuición casi infalible cuando la persona que está ahí adelante les 
está dando consejos huecos no sostenidos por su propia práctica y cuando tienen ahí a 
alguien a quien realmente le gusta leer y de veras lo hace. Cuando un docente que está 
frente a un curso es verdaderamente un lector y su práctica lo apasiona, los estudiantes lo 
van a notar y eso va a tener más eficacia. En cambio, las arengas que se le quieren 
propinar desde la televisión o desde los padres –que muchas veces son muy hipócritas 
porque, muchas veces, esas personas que les tiran esos consejos por la cabeza no son 
muy lectores-, son detectadas como falsas rápidamente. Hay que poner en juego todo lo 
que la lectura supone para uno sin convertirlo en consejo. La posibilidad de despertarles 
alguna curiosidad al respecto está mucho más cerca siendo honesto con la propia 
práctica que poniéndose a dar consejos. 
Juan Becerra: La experiencia de lectura siempre es una experiencia de deseo; de hecho, 
todos los que persistimos en la experiencia de leer es porque hay un deseo que nos lleva 
a leer. Eso es imposible de enseñar y de aprender, excepto que comience a operar una 
especie de teatro en el que uno ve desear la lectura a través del profesor que lee. Si no 
hay un amor a la lectura por parte del profesor, no puede haberlo de parte del alumno. 
Pero imaginemos que los alumnos saben leer y tienen una pasión por la lectura que no 
 
hay que inculcarles… con sólo pensarlo podemos decir que leer es un instrumento básico 
para cualquier tipo de aprendizaje. Para cualquier deseo de conocimiento, ya no de 
lectura, uno tiene que saber leer. Ahí me parece que tendríamos que hablar un poco de la 
literatura como un campo muy fértil para el aprendizaje de todas las disciplinas, como un 
sistema de lectura muy amplio que los abarque a todos. En el campo de la educación, la 
inteligencia se manifiesta con el lenguaje. En otros campos, el otro recurso podría ser el 
poder, como en la economía, por ejemplo. Hay personas que no necesitan manifestar sus 
condiciones a través del lenguaje, sino a través de otras cosas, que son un poco más 
bestiales o menos prestigiosas. Pero, sobre todo en las capas bajas de la sociedad, el 
lenguaje es fundamental para el crecimiento personal, justamente porque es un recurso 
que se tiene, un patrimonio que se puede utilizar. 
M. Kohan: Cuando uno dice Lo sé pero no lo sé decir, lo sé pero no lo sé expresar, 
creyendo que bajo esa fórmula demuestra que está muy cerca del conocimiento, nunca 
estás más lejos. Yo me quedaría más tranquilo con alguien que diga No sé nada, no 
estudié en absoluto, no preparé la materia, no estudié ese capítulo y por lo tanto no tengo 
nada para decir, que con alguien que te dice Lo sé perfectamente pero no lo puedo 
expresar. 
J. Becerra: Pero es justamente en ese momento donde aparece la melancolía por la 
lengua que no se tiene. 
M. Kohan: Uno podría decir al mismo tiempo por qué no leí. Cuando no estudian en 
absoluto no hay ninguna frustración: les está yendo espantosamente mal porque no 
hicieron absolutamente nada. Cuando sí estudiaron, dedicaron su tiempo, hicieron algún 
esfuerzo y tienen al docente adelante y no le pueden decir eso que estudiaron, tocan un 
grado de frustración particularmente intenso y sería bueno hacerles ver de algún modo 
que esa frustración tiene que ver con que a la destreza de la lectura no la tienen 
incorporada. Hay un tipo de amistad con el lenguaje que nunca trabaron y un pie que no 
adquirieron, y es eso lo que los traba. 
J. Becerra: Hay como dos líneas del vínculo del estudiante con la lectura. Una, que sería 
el deseo de leer y otra, la necesidad de leer, de contar con algún recurso más del que se 
tiene. 
M. Kohan: Ahora, cómo se implementa eso en términos de espacios de docencia. Para 
mí, tiene que ver con destinar espacios de lectura, que los pibes inmediatamente sólo 
pueden sentir como en la hora libre, un espacio de no estudio y que probablemente 
convenga dejar flotando como algo que no importa definir si es horario de clase, hora 
libre, si esto se va a evaluar o no, pero que sí tenga un marco y un marco temporal bien 
delimitado, como decir Hoy tenemos una hora de clase, son 40 minutos, vamos a leer. Y 
yo tuve la experiencia. Cada uno iba siguiendo su propia lectura, incluso eran clases a las 
que estaban autorizados a concurrir con música de fondo y cada uno con su libro. Por ahí 
aparecía alguno que se había olvidado su libro y se quedaba 40 minutos callado; ése no 
podía escuchar música, y se quedaba callado esperando a que terminaran de leer los 
demás. Y lo que habitualmente pasa, por ahí, leer los aburre, es la oportunidad de 
hacerles conocer una experiencia más intensa, respecto de lo cual la lectura es lo otro del 
aburrimiento. 
 
J. Becerra: Lo que pasa es que la lectura aparece como solaz del aburrimiento una vez 
que uno no tiene otra cosa con la cual entretenerse; por ejemplo, por qué leen tanto los 
presos, porque no hay otro entretenimiento, excepto la posibilidad de la lectura. Pero 
mientras uno pueda entretenerse con otra cosa, la literatura va a estar siempre relegada 
porque las condiciones que se necesitan para leer no son las mismas que las que se 
necesitan para cualquier entretenimiento; necesitás tiempo, y una diferencia de actitud 
que no todo el mundo está dispuesto a levantar. 
M. Kohan: Disposición de tiempo pero también un espacio. La mayoría de los estudiantes 
que pude conocer era gente sin ningún problema económico y todos tenían habitación 
propia; no eran pibes que vivían sin un lugar tranquilo donde poder leer, pero por la 
misma comodidad económica de su condición, todos tenían tele y teléfono en sus cuartos. 
Los padres son enemigos, contrariamente a lo que ellos mismos dicen –y probablemente 
creen- y lo que testimonian con pasión en cada reunión de padres en el colegio, el primer 
enemigo que un adolescente tiene para constituirse en lector son sus propios padres, que 
no sólo no les propician verdaderas condiciones de lectura y que probablemente tampoco 
sean lectores en general, y ni siquiera sabrían cuáles son esas condiciones. En el sentido 
más llano, la principal condición es no interrumpirlos… hay una experiencia que yo intenté 
y que resultó casi infalible: les decía a los alumnos Pásense una tarde leyendo en suscasas, incluso si no les da, finjan que están leyendo, tírense en la cama y no hagan más 
que leer y el lunes me dicen cuánto tiempo pasó sin que mamá o papá no se acerquen 
preocupados preguntando si les pasa algo. Nadie pasó más de una hora. Los padres 
dicen que quieren que sus hijos lean porque saben que eso no va a ocurrir. 
J. Becerra: Lo que pasa es que los padres que intentan influir sobre sus hijos para que 
lean, aún no leyendo ellos, lo hacen creyendo que leer es bueno, no que es útil. En 
realidad, es útil, es necesario. es un recurso que tiene ese carácter patrimonial, con el 
cual puedo decir Yo tengo algo. La persona que aprende a leer, puede leer cualquier 
cosa; de hecho, puede leer imágenes y puede leer imágenes en un sentido crítico que no 
lo haría sólo la persona que contempla una imagen. Cuando digo que la lectura sirve para 
todo, digo que sirve para todo lo que haya que leer: discurso político, gestos, imágenes en 
movimiento, los nuevos dispositivos de comunicación en Internet. Me parece que, por otro 
lado, la formación del lector sigue siendo una formación clásica, a pesar de que ese 
conocimiento de la lectura puede estar aplicado a varias disciplinas o a todas. 
M. Kohan: Por otra parte, en términos de tecnología, si uno mantiene la distinción entre el 
mundo de la imagen y el mundo verbal, Internet en realidad lo que supuso fue un 
retroceso en el mundo de la imagen y un avance sobre el mundo del lenguaje verbal. 
J. Becerra: Pero ahora escribir nos sirve a todos para algo. Antes escribían sólo los 
escritores, ahora todo el mundo escribe correos electrónicos, en Twitter, Facebook… 
M. Kohan: En términos de cultura de la imagen y cultura verbal, en sí no hay por qué 
pensarlas en conflicto, claro que se complementan y las destrezas que se adquieren en 
un ámbito sirven para el otro, o enriquecen el otro. Pero si uno quiere pensar en términos 
de una disociación, en realidad lo que se produjo en los últimos 10 años, por lo menos, es 
una vuelta a la escritura y a la lectura del lenguaje verbal, precisamente a través de la 
tecnología, como, por ejemplo, de la televisión. 
 
J. Becerra: La paradoja es cómo la tecnología en la cresta de la ola de su propia 
vanguardia no pudo prescindir de la escritura. Arrastar consigo la necesidad de la 
escritura, una escritura epigramática, aforística, llena de errores y de degeneraciones 
formales, pero no puede prescindir de la palabra. 
M. Kohan: El zapping en la tele había llegado al punto del puro salto de imágenes, pero 
para navegar en Internet implica una destreza de lectoescritura. 
J. Becerra: Ahora falta saber si hay un nuevo aprendizaje, si hay una nueva lectoescritura 
con Internet y si una persona hoy podría alfabetizarse sólo a través de recursos como la 
computadora. 
M. Kohan: Creo que no, porque con la computadora hay un empobrecimiento en los 
modos de la lectura y en los modos de la escritura. Hay una cierta economía de recursos 
que es propia de la lógica de navegar Internet, incluso la economía de recursos del 
mensaje de texto. Me parece que es mejor hacer economía sobre el estado de una 
riqueza previa que economizar con poco. 
J. Becerra: Es cierto eso, pero no te parece que hay como un fenómeno nuevo que 
plantea otro nivel de asociaciones mucho más complejo. Aún en la modestia de la 
formación del lector electrónico, por decirlo de alguna manera, el nivel de asociaciones es 
mucho más amplio y más vasto que cuando alguien en el siglo XIX leía una novela y 
solamente la vinculaba con la realidad. 
M. Kohan: Mis reparos, en todo caso, tienen que ver no con la capacidad de asociación, 
que ahora es altísima; ni con la posibilidad de proliferación, que ahora es altísima, mucho 
más que cualquier forma literaria… Borges podía pensar en los jardines de los senderos 
que se bifurcan, pero no los podía hacer, ahora se pueden hacer. En todo caso, pensaría 
en la capacidad de detenimiento. Una cosa es producir una experiencia de aceleración, 
como puede ser el zapping, la tele o el chateo, donde nadie tiene demasiada paciencia. 
Una cosa es hacer economía sobre una destreza que uno ya adquirió o acelerar cuando 
uno tiene ya la capacidad y la experiencia de la lentitud en el sentido del tipo de 
detenimiento y el tipo de concentración que exige en sí. 
J. Becerra: Aparte la aceleración es un fenómeno físico que va de cero a 100, por 
ejemplo, y hay que partir de lo lento, de una quietud, sino no podés adquirir velocidad. 
Ésa es una experiencia que tiende a no tenerse más, que es la experiencia de la lentitud. 
M. Kohan: Es, probablemente, uno de los escollos a la hora de implementar de veras una 
situación de lectura más allá de las arengas y los sermones, generar de veras las 
condiciones para la capacidad de la lectura, si alguien no tiene capacidad de 
detenimiento. Ocurre con el espacio del cine también: podés poner la película en el video 
en tu casa y mientras tanto hacés otras cosas; en el cine, no: tenés que estar callado, 
quieto, una hora y media. La gente no puede permanecer callada y quieta dos horas, no 
puede sostener esa permanencia y ese entregarse a un tiempo que no es el de tu vida 
cotidiana; es un tiempo generalmente más lento. 
J. Becerra: Me parece que se establece como una farsa de la proliferación del 
acontecimiento. Uno cree que el acontecimiento está en todos lados, a toda hora, 
entonces lo que hace es tratar de no perdérselo. Y eso requiere de una velocidad 
frenética para no perder nada al cabo de esa excursión. 
 
M. Kohan: La primera experiencia que revela eso es el zapping: estuviste dos horas 
frente al televisor y no viste nada. A mí me parece que para la formación de un lector se 
requiere de destrezas y hábitos, paciencia, lentitud, concentración sostenida… Es verdad 
que es una experiencia de placer y de entretenimiento, pero también es verdad que no es 
una experiencia de puro placer y de puro entretenimiento. A veces es una experiencia de 
esfuerzo y de disciplina y si sostiene algún placer es por medio del esfuerzo y la 
disciplina, y no alguna manera inmediata. 
 
La literatura y la historia 
 
J. Becerra: Yo creo que en general no hay posibilidad de sincronizar la historia con la 
historia de la literatura. Alguna de las dos atrasa o adelanta respecto de la otra. De hecho, 
vos escribiste Dos veces junio o Ciencias morales, que transcurren en 1982, mucho 
tiempo después. 
M. Kohan: Lo que la literatura hace es una constatación o una representación de los 
acontecimientos reales y eso es cierto muy parcialmente. La representación de la realidad 
histórica se escribe de otra manera, con otras premisas y muchas veces hay un 
desacompasamiento objetivo, buscado, que es cuando la literatura no quiere ser la 
constatación de la realidad, porque para la realidad ya está la realidad o para la realidad 
ya están los discursos de la realidad. Hay escritores que buscan eso mismo en la 
literatura, pero hay una gran literatura que renuncia o se desentiende de esa premisa para 
buscar otras posibilidades y adelantar lo que no existe, o volver sobre lo que existió pero 
para transformarlo, para contar otra verdad. 
J. Becerra: Así como me parece que la cronología de la historia de la literatura es 
anticronológica respecto de la historia, la historia yo la veo como que se desarrolla en un 
campo que podemos llamar superficial y horizontal, mientras la literatura es vertical; son 
como cortes en profundidad sobre el horizonte de la historia. Es decir que una novela 
histórica muchas veces llega más lejos que la propia historia y tan lejos sólo se puede 
llegar a través de la literatura y no de la historia, que más bien es una reseña destinada a 
que no olvidemos los hechos, sin profundizar demasiado. 
M. Kohan: La literatura tiene otro pacto en la relación con la verdad, no es que renuncia 
al principio de la verdad, pero no es el mismo tipo de verdad a la que está comprometida 
la historia. No es la verdad fáctica la que la compromete. Justamente porquese libera de 
los compromisos con la verdad cruda de lo que en realidad pasó de un modo más 
inmediato, puede ambicionar otra forma de verdad. 
J. Becerra: Cada novela histórica revela o blanquea, de algún modo, la oscuridad de 
ciertas épocas que ni siquiera pudo dar cuenta la historia. La historia tiene un pudor con la 
intimidad que la literatura no tiene. La literatura es impune, llega hasta donde puede, la 
historia se frena antes, está muy detenida en sus posibilidades y no la trasciende. 
M. Kohan: En cuanto al Bicentenario, a mí me interesó mucho lo que pasa como 
momento y que es una ficción en definitiva… uno se fija un origen. Un error muy frecuente 
en todo lo que se dijo sobre el Bicentenario era que era el bicentenario de la 
independencia argentina. Es un error muy sintomático, como casi todos los errores, y es 
que no es el bicentenario de la Independencia, faltan seis años para el bicentenario de la 
 
Independencia. Pero, en realidad, lo interesante es justamente que la definición del 
origen, que parecería ser lo más cierto –que las cosas empiezan cuando empiezan-, al 
final no hay nada más complejo, ambiguo, disputado y conflictivo que decir cuándo 
empieza algo. Cuándo empezó la Patria, por ejemplo. En realidad. el Bicentenario queda 
marcado por el Centenario en 1910, porque se festejó en 1910. 
J. Becerra: ¿Por qué se festejó 1810 y no 1818? 
M. Kohan: Porque también estuvo fuertemente marcado por todo un propósito político de 
reconciliación con España. Y más aún, más que político, cultural, ideológico, lingüístico y 
por las condiciones de Argentina en esa época. Para mí la premisa más fuerte –yo estoy 
tratando de escribir sobre eso-, de lo que sería una memoria colectiva sobre el origen, es 
que la Patria nace en la guerra de la Independencia. Ni en Tucumán en 1816 ni en el 
Cabildo en 1810, nace en la guerra. Tenemos una ideología bélica en ese sentido. 
J. Becerra: O sea, nace como idea, habría que fechar el nacimiento de una idea. 
M. Kohan: Nuestros próceres son San Martín y Belgrano y no Moreno y Castelli. Si uno 
piensa en Belgrano, piensa en la creación de la bandera como acto militar donde forma 
tropa. No está tan presente que Belgrano formó parte de la Primera Junta de Gobierno. 
No me parece que su heroicidad provenga de su participación civil en la Revolución de 
Mayo, proviene del campo militar. Y el otro es San Martín… Como nuestros padres 
fundadores son héroes de guerra, el imaginario nacional argentino, con respecto a dónde 
nace la Patria, nos lleva a la guerra, nace en la guerra. Y a la vez, es difícil de fechar, 
sobre todo porque Belgrano perdió más de lo que ganó y San Martín no libró ningún 
combate decisivo en territorio argentino, entonces es difícil fechar, no podemos decir 
como los chilenos Maipú, fuimos libres después de Maipú. Entonces, por un lado, 
ideológicamente la Patria nace en la guerra, pero no tenés un año para conmemorar. Eso 
ya marca una ambigüedad entre la gesta militar y la gesta civil, y la gesta cívica tiene su 
propia ambigüedad: Tucumán 1816, Mayo 1810. Lo interesante del Bicentenario fue que 
respecto del militarismo predominante en la formulación de la identidad argentina, que 
vuelva a la gesta cívica. Además, la Presidenta elige a Castelli y no a Saavedra, porque 
también en la Revolución de Mayo hubo un sesgo hacia lo militar en Cornelio Saavedra, 
porque era el jefe del ejército. Invocar a Moreno y Castelli, y no a Saavedra, por caso, fue 
interesante. Ahí ya tenés una dispersión de orígenes posibles y la literatura no está en 
ninguno. La literatura está en la Generación de 37. Si bien hay textos gauchescos y 
cantos patrióticos, que están ya en 1810, no se puede decir que no había literatura, 
porque había. Otra vez el imaginario de la fundación patriótica de la literatura no está ahí, 
está en la Generación de 37.

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