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1898 El final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas 18 98 . E l fi na l d e cu at ro s ig lo s d e C ub a y Fi lip in as e sp añ o la s 1898 El final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas 1 1898 El final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas Edita: Paseo de la Castellana 109, 28046 Madrid © Autores y editor, 2023 NIPO 083-23-232-X (edición impresa) ISBN 978-84-9091-824-1 (edición impresa) Depósito legal M 31767-2023 Fecha de edición: noviembre de 2023 Maqueta e imprime: Imprenta Ministerio de Defensa NIPO 083-23-233-5 (edición en línea) Las opiniones emitidas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de los autores de la misma. Los derechos de explotación de esta obra están amparados por la Ley de Propiedad Intelectual. 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En esta edición se ha utilizado papel procedente de bosques gestionados de forma sostenible y fuentes controladas. p ub lic ac io ne s. d ef en sa .g o b .e s cp ag e. m p r. g o b .e s Catálogo de Publicaciones de Defensa https://publicaciones.defensa.gob.es Catálogo de Publicaciones de la Administración General del Estado https://cpage.mpr.gob.es 5 Índice 6 Introducción 12 Jesús Arenas García Presentación 14 Guillermo Calleja Leal El escenario cubano filipino El escenario del conflicto 19 Ángel Navarro El factor geográfico 19 El marco geoestratégico general 20 El marco regional antillano 22 El marco regional filipino 23 El medio geográfico en Cuba y Puerto Rico 23 El medio geográfico en Filipinas y el Pacífico hispano 28 Primera parte. Cuba Hacia una revisión histórica del grito del alzamiento que protagonizó el 24 de febrero de 1895: ¿Baire o Bayate? 35 Guillermo Calleja Leal Introducción 35 El 24 de febrero de 1895 37 ¿Por qué el levantamiento se realizó el 24 de febrero? 37 El 24 de febrero en Occidente: el fracaso total de los alzamientos 38 El 24 de febrero en Oriente: triunfo de los alzamientos 40 Las claves de la minusvaloración del grito de Bayate en favor del grito de Baire en la historia de la guerra 45 El factor cubano 45 EI factor norteamericano 49 El ejército español en Cuba 53 Eladio Baldovín Ruiz Hasta la guerra de los diez años 53 La guerra de los diez años 56 7 Evolución del ejército de operaciones 60 Período entreguerras 62 El levantamiento de Baire 64 La invasión de occidente 67 Los insurrectos 69 El general Martínez Campos 70 Segundo año de guerra. El general Weyler 72 El refuerzo desde la península 77 Cambio de política de guerra. Las reformas 79 La guerra con los Estados Unidos 81 Mambises contra españoles. La visión cubana del adversario 87 René González Barrios Enemigos letales 90 Dignidad en la adversidad 91 Ética en el recuerdo 95 Eloy Gonzalo y Cascorro 103 Gabriel Rodríguez Pérez Introducción 103 De Chapinería a Cascorro 104 En Cascorro 107 La acción de Cascorro 108 El marco bélico 111 Después de Cascorro 114 Los últimos meses 114 Epílogo 116 La dimensión internacional de la guerra hispano-cubana-americana 119 Ignacio Uría Rodríguez Introducción 119 España en el concierto internacional 120 Un conflicto internacional 125 Dos hechos fatídicos: Dupuy de Lóme y el Maine 126 La mediación internacional 129 La recta final hacia la guerra 132 Conclusiones 139 La guerra hispano-cubana-norteamericana: los combates terrestres en el escenario oriental 145 Guillermo Calleja Leal El ejército de la república de Cuba en armas y el de España en los combates terrestres del 98 145 El ejército norteamericano no estaba preparado para la guerra contra españa 155 Situación caótica del V Cuerpo de Ejército de EE. UU. en Tampa 158 Operaciones de desembarco del V cuerpo de ejército de EE. UU. 164 Los combates de Guantánamo y las Guásimas 168 Comentario a la batalla de Guantánamo 169 8 Los combates del Caney y de San Juan 174 El objetivo final: Santiago de Cuba 186 Epílogo 196 La Guardia Civil en la guerra final de Cuba (1895-1898) 201 Enrique de Miguel Fernández-Carranza Francisco J. Navarro Chueca Raúl Izquierdo Canosa Antecedentes e implantación de la guerra civil en Cuba 201 Antecedentes 201 Creación y evolución de los tercios de la Guardia Civil 203 La guardia civil en la guerra final 206 Organización 206 La Escala de Reserva de la Guardia Civil 209 Acciones y recompensas 210 Miembros de la Guardia Civil recompensados 211 Con la Cruz Laureada de San Fernando 211 Una recompensa especial 212 Algunos hechos heroicos 212 Otras recompensas 212 Fallecidos 214 Los retornos 217 Voluntarios y guerrilleros en la última guerra de Cuba (1895-1898) 221 Enrique de Miguel Fernández-Carranza Raúl Izquierdo Canosa Francisco J. Navarro Chueca Introducción 221 Los Voluntarios durante la guerra Larga (1868-1878) 223 El mandato del general Dulce y los conflictos con los Voluntarios 223 El Reglamento de Voluntarios del 21-4-1869 225 La opinión del general Weyler sobre los Voluntarios en la guerra Larga 226 Del mando de Caballero de Rodas al final de la guerra (1869-1878) 226 El reglamento de 1892 y las unidades de Voluntarios existentes en la isla en dicho año 227 La situación del Ejército en Cuba 227 El Reglamento de 1892 228 Las fuerzas regulares en la última guerra 235 Generalidades 235 El mandato de Martínez Campos 243 El mandato de Weyler 244 El periodo del general Blanco 250 La llegada de Voluntarios y guerrilleros a la Península 252 Voluntarios y guerrilleros fallecidos 256 La asistencia sanitaria a las Fuerzas Armadas destinadas en ultramar 263 Manuel Gracia Rivas Introducción 263 La campaña de Cuba 265 La situación en Filipinas 272 La ocupación de Puerto Rico 274 El retorno de los repatriados 274 Segunda parte. Filipinas José Rizal: padre de la nación filipina 281 Francisco Marín Calahorro El hombre 282 El pensador y sus ideas 293 Proceso y condena. El «último adiós» 296 Epítome 300 9 La defensa de la soberanía española en Filipinas antes de la guerra del 98 303 Luis E. Togores Sánchez Los moros de Joló y la revuelta de Cavite de 1872 304 Blanco y el comienzo de revuelta tagala (agosto a diciembre del 96) 318 El mando de Polavieja (diciembre del 96 a abril del 97) 324 Llega Primo de Rivera (abril del 97 a febrero del 98) 325 Epílogo 333 1898, La guerra hispano-americana en Filipinas 335 Luis E. Togores Sánchez El mando de Primo de Rivera 335 Las noticias de la declaración de guerra llegan a Manila 336 El combate naval de Cavite 339 El ataque al arsenal de Cavite 341 Aguinaldo proclama la independencia de Filipinas 343 El sitio de Manila (mayo y junio) 345 La sublevación de la Pampanga 347 El sitio de Manila (julio y agosto) 348 El asalto final por las tropas norteamericanas 350 La resistencia de la Marina y el Ejército en otras partes del archipiélago 353 El escenario olvidado de la guerra: el Pacífico español 354 La financiación de la guerra en Asia 355 Conclusión: el tratado de París 355 La gesta de la defensa de la posición de Baler, Filipinas (30 de junio 1898–2 de junio 1899) 359 Miguel Ángel López de la Asunción Miguel Leiva Ramírez Antecedentes 359 El tercer sitio a la iglesia de Baler 361 El atrincheramiento de la iglesia de Baler 362 El decreto de Aguinaldo 374 Manila y el regreso a España 375 Los defensores de Baler 376 10 Las repercusiones de la caída de las Islas Filipinas en España 389 Miguel Luque Talaván España y sus posesiones ultramarinas en el marco internacional 389 La actuación política y militar durante la guerra del 98: la campaña de Filipinas (1896-1898) 390 Las consecuencias de la guerra sobre el ejército. Un estudio de caso 392 El tratado de París y el regreso de las tropas 394 La repatriación de las tropas 395 Algunos de los efectos de la derrota 397 Acerca de las posibles razones que llevaron alGobierno español a emprender una guerra 397 La situación naval hispana versus la estadounidense 398 Reflexiones finales 400 El impacto del desastre del 98 sobre la mentalidad del Ejército español 405 Pablo González-Pola de la Granja Introducción 405 Antecedentes. El Ejército que llega a enfrentarse a la crisis de 1898 406 Un Ejército que no se siente derrotado 409 La propuesta regeneracionista militar 414 La configuración de la conciencia intervencionista militar 416 11 Introducción Jesús Arenas García General de brigada Director del Museo del Ejército Una de las efemérides que este año conmemora el Ejército de Tierra es el 125 aniversario de su participa- ción en los conflictos de Cuba y Filipinas. El Museo del Ejército, en cumplimiento del primero de sus fines, mostrar la historia del Ejército español como parte integrante e inseparable de la historia de España, se une a esta conmemoración con la exposición temporal 1898. El final de cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas. El 10 de diciembre de 1898, España firmó con los Estados Unidos el Tratado de París, por el que renunciaba a su soberanía sobre Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam, estos tres últimos en beneficio de los Estados Unidos. Tras el tiempo transcurrido, el Museo del Ejército invita a reflexionar sobre la España de ultramar y su vigencia actual en esa gran familia de naciones que forman la Hispanidad. La exposición pretende una doble finalidad: mostrar el legado español en Cuba y Filipinas, y recordar las gestas de los soldados que lucharon y murieron por su tierra y por su patria en aquella España de ultramar. Su comisario, el historiador y académico de la Real Academia de la Historia Guillermo Calleja Leal, ha rea- lizado un magnífico trabajo, al alcanzar dichos objetivos de forma magistral con una acertada elección de las obras, un esmerado discurso expositivo y un exquisito rigor histórico. Es fundamental destacar la ingente aportación histórica de España a nuestras queridas Cuba y Filipinas, enriquecidas durante siglos en todos los ámbitos: artístico, monumental, cultural, urbanístico, sanitario, educativo, de infraestructuras o red viaria… Sin distinción con la España. Una reflexión serena del acontecer histórico, al margen de leyendas, nos permite comprender que Cuba y Filipinas fueron parte de España, compartieron cuatro fecundos siglos de historia común y se engrandecie- ron con ella; que sentó las bases civilizadoras mediante el progreso y el desarrollo que, paradójicamente, hicieron posible el nacimiento de estas dos nuevas naciones. La actuación del Ejército español fue fundamental desde los inicios de la presencia descubridora de Es- paña. Fue el Ejército quien tuvo a su cargo no solo la construcción de castillos, fortificaciones y arsenales, sino también la urbanización y obras públicas de los pueblos y ciudades ultramarinas: calzadas, puentes, acueductos, puertos, catedrales, hospitales, mercados, escuelas y un largo etcétera. La Sanidad Militar, a través de clínicas y hospitales, resultó esencial, al igual que la educación, la cultura y la investigación. Como ya se ha dicho, la exposición recuerda las gestas de aquellos soldados que lucharon y murieron por España. No murieron en tierra extranjera, porque era una sola España la que existía. Lucharon y murieron en una auténtica guerra civil, enfrentados a otros españoles con los que compartían cultura, lengua, fe y cua- trocientos años de progreso y de historia común. Una guerra, derivada de las crisis políticas y sociales de la época y condicionada por factores externos, entre españoles que quisieron independizarse y españoles que querían seguir siéndolo y no pudieron. 12 Una guerra en la que fueron determinantes los intereses geoestratégicos de una incipiente potencia mun- dial, los Estados Unidos de América, y que supuso la fractura territorial y política de España mediante la independencia final de ambas naciones hermanas. Por ello, se han querido mostrar los ejércitos combatien- tes, que, como en todas las guerras, tuvieron héroes, sacrificios de toda índole, victorias y derrotas. Y, por supuesto, esta exposición constituye un reconocimiento al soldado español; al honor, entrega, sacri- ficio, coraje y heroísmo de aquellos hombres que derramaron generosamente su sangre por España, con independencia del acierto o error de las decisiones gubernamentales de carácter político o diplomático. La cubierta del catálogo simboliza perfectamente ese reconocimiento, la imagen de la magnífica escultura titulada No importa, obra de Julio González-Pola, que se encuentra en el Centro Cultural de los Ejércitos de Madrid y cuyo boceto en yeso se conserva en el Museo del Ejército. Nada importa: fatigas, privaciones, re- nuncias, sacrificios, calamidades, riesgos, ni aun la propia vida. Todo por la Patria, sin esperar nada a cambio. Al soldado le basta la íntima satisfacción del deber cumplido. Sirva esta recorrido expositivo como recordatorio de sus gestas, homenaje de gratitud y acto de justicia hacia todos ellos. Y, también, como muestra de cariño a estas dos naciones hispanas, muy presentes en nuestro corazón y a las que nos unen fuertes lazos fraternales. 13 Presentación Guillermo Calleja Leal Comisario El 125 aniversario de 1898 supone una excelente oportunidad para retroceder en el tiempo y reflexionar so- bre los cuatro largos siglos en los que la isla de Cuba y el archipiélago de Filipinas formaron parte territorial, política y administrativa de la España de Ultramar y compartieron una indisoluble historia común. Además, el Ejército siempre estuvo presente: no sólo en su defensa y seguridad, sino también como particípe en su progreso, desarrollo y bienestar común. Las crisis políticas y sociales que sucedieron en España repercutieron lamentablemente en Ultramar y no fue casualidad que la Revolución de La Gloriosa de 1868 coincidiera con el inicio de la primera de las guerras independentistas de Cuba que fue la guerra de los Diez Años (1868-1878). Con la perspectiva que ofrecen tantos años desde 1898, podemos asegurar que las guerras independentistas fueron verdaderas guerras civiles y nunca coloniales. En el primer ámbito de la exposición se contempla el retrato de la reina regente M.ª Cristina de Habsbur- go con su hijo Alfonso XIII de niño. Este lienzo del pintor habanero Manuel Wssel de Guimbarda abre el espacio dedicado a la milicia de España en Cuba donde se presentan piezas de los fondos del Museo del Ejército que aportan una visión general de la realidad de la época: fotografías, banderas, uniformes, ar- mas, proyectiles, cuadros, miniaturas y demás elementos. También piezas importantes del Ejército cubano («mambí») y algunas del V Cuerpo de Ejército de EE. UU. Se recuerda así a los héroes, tanto cubanos como españoles. El boceto de la imponente escultura No Importa, con toda su significación, da paso al espacio dedicado a Filipinas, donde el visitante contemplará un selecto conjunto de armas tradicionales tagalas del fondo que posee el Museo, y que es la colección más importante de estas armas fuera del archipiélago filipino. Uni- formes, retratos, maquetas y otros objetos conducen hacia una de las páginas más gloriosas de la historia militar de España:el sitio de Baler. Una gesta que despertó la admiración del propio general Aguinaldo, como meses antes la habían provocado Vara del Rey y sus hombres en la posición cubana oriental del Caney, que llevó a Henry Cabot Lodge a comparar su coraje y heroísmo con los defensores de Zaragoza y Gerona contra los franceses. El último espacio del recorrido está dedicado al legado español en las provincias españolas de Cuba y Filipinas. La guerra puso fin a la soberanía de España, pero su presencia siempre se mantendrá como también la de Cuba y Filipinas en la propia España, así como la unión fraternal de cooperación y amistad en el seno de esa gran familia de naciones que forman la Hispanidad. Quisiera destacar además la realización de estecatálogo que, en su primera parte, ofrece estudios realiza- dos por magníficos especialistas que aportan con maestría sus conocimientos y contribuciones sobre la re- ferencia geográfica, la realidad militar de la época, los teatros de operaciones, la sanidad militar, los aspec- tos organizativos, la Guardia Civil, los voluntarios y muchos otros asuntos militares, políticos y diplomáticos. En su segunda parte, el catálogo aporta un detenido y pormenorizado análisis de la mayoría de las piezas expuestas, algunas de ellas inéditas para muchos visitantes y estudiosos. 14 Por todo ello, 1898. Cuatro siglos de Cuba y Filipinas españolas tiene como finalidad contribuir al proceso de revisión, asumiendo la historia con una perspectiva objetiva y aprendiendo de ella. Finalmente, quisiera dejar constancia de mi agradecimiento sincero hacia el general director, Jesús Arenas García, por el inmenso honor que supuso para mí ser nombrado comisario de esta exposición, por su con- fianza y su constante apoyo; al personal del Museo del Ejército que, con su proverbial profesionalidad y experiencia, han realizado un trabajo extraordinario con su buen hacer y sus tan buenos como muy oportu- nos consejos; a todos los historiadores que han participado, con sus excelentes trabajos, en este catálogo; al Instituto de Historia y Cultura Militar por su indispensable colaboración; y también a la Subdirección General de Publicaciones del Ministerio de Defensa que afrontó el reto que suponía la complejidad de este trabajo y, teniendo siempre el tiempo como enemigo, hizo posible que este catálogo fuera una realidad. A todos, sinceramente, millones de gracias. 15 El escenario cubano filipino El escenario cubano filipino 19 EL ESCENARIO DEL CONFLICTO Ángel Navarro1 Ciento y veinticinco años después del conflicto (1898-2023) que significó para España la pérdida de sus principales posesiones ultramarinas, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que por múltiples repercusiones en la vida española se conoce como «EI Desastre», es posible analizar, con la objetividad que permite el tiempo transcurrido, las causas, las circunstancias, los hechos y las consecuencias que significó este acontecimiento. Toda la vida española, no solamente del momento histórico en el que se produjo, finales de siglo XIX, sino también la de los años y décadas siguientes, se vio influida por la derrota española y sus consecuencias. Buena muestra de ello son la literatura, con una importante generación de escritores que lleva como iden- tificador el año del desastre –el 98–; la economía, con el agridulce sabor de la pérdida de unos mercados y unos productos exóticos (caña de azúcar, tabaco, café...) y la ganancia del cese de una sangría agotadora de nuestros recursos en un conflicto interminable; el ejército, que perdería parte de su protagonismo y que conoció una exagerada inflación de jefes –casi quinientos generales– como consecuencia de la guerra; las migraciones transoceánicas y la afirmación de España como potencia de segunda clase en el concierto de las naciones. Cada uno de estos aspectos y otros muchos pueden ser objeto de análisis, pero si se intenta buscar una respuesta, unas razones que expliquen cómo pudo llegarse a esta situación, cómo se produjo la derrota, resulta imprescindible conocer el marco geográfico, es decir, las características naturales, humanas, econó- micas y organizativas de estas tierras transoceánicas, porque en su conocimiento residen algunas de esas respuestas. EL FACTOR GEOGRÁFICO En muchas ocasiones, la geografía de un lugar ha sido considerada como el obligado marco de referencia donde localizar unos hechos históricos, humanos o económicos, pero los sucesos y fenómenos puramente geográficos tienen mayor protagonismo que el mero hecho de suponer un telón de fondo para los decisi- vos acontecimientos históricos. La localización espacial es el primero de los principios geográficos, como la localización temporal lo será de los históricos, pero, aunque ambas coordenadas, dónde y cuándo, son fundamentales, la aportación de la geografía al conocimiento y explicación de los hechos históricos no acaba ahí. La geografía no solo nos dice el dónde, sino el cómo del dónde, como medio para esclarecer por qué generalmente se considera que el papel que juegan los componentes del medio natural es tanto mayor cuanto más primitiva sea la sociedad a que nos refiramos, cuanta mayor relación tenga la economía con las condiciones del medio y cuanto más extremos sean los caracteres de ese medio. 1 Doctor en Geografía e Historia. Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. (1998). «El escenario geográfico del conflicto». En: El Ejército y la Armada en el 98. Madrid, Artes Gráficas Luis Pérez S.A., pp. 17-32. 20 En el caso de Cuba y Filipinas, los tres principios citados están presentes en grado sumo. Hablamos de una sociedad –en el momento del conflicto– con una tecnología poco desarrollada, al menos con los paráme- tros que hoy conocemos, donde la esclavitud hacía poco tiempo que se habría abolido, pero aún quedaban formas de servidumbre, de vinculación forzada a la tierra y a las haciendas, de manera legal o real, princi- palmente en Puerto Rico y Filipinas. En Puerto Rico, debido a la puesta en marcha del «Reglamento General de Jornaleros», se daba de hecho un régimen de servidumbre o semiesclavitud que afectaba tanto a blancos, como a negros y mulatos. Los trabajadores sujetos a este reglamento debían realizar un contrato de por vida, consignado en una libreta que venía a ser el certificado de servidumbre y adscripción a la tierra. De esta manera, en la isla, los traba- jadores «libres» sustituyeron a los esclavos, aunque las condiciones reales apenas se modificaran2. En segundo lugar, está claro que la principal base económica era la agraria, más aún el cultivo de productos tropicales no existentes o poco importantes en la metrópoli, que dependían de unas condiciones naturales, como clima y suelo, que en el caso de España solo se daban en el Caribe y Filipinas. Los dos cultivos fun- damentales serán la caña de azúcar y el tabaco. Por último, es indudable que las condiciones naturales del medio antillano y filipino, principalmente desde la óptica de los soldados peninsulares que tuvieron que luchar en este escenario, eran verdaderamente extremas. El clima y la vegetación se convirtieron en los principales aliados de los insurgentes, más adap- tados a estas condiciones que los soldados de reemplazo, para los que el medio fue su enemigo y uno de los principales factores desencadenantes de la principal causa de muerte: las epidemias. Podemos definir varios marcos de referencia en los que inscribir la incidencia de los elementos geográficos, en relación con los acontecimientos que estudiamos. EI primer marco será de carácter general, geoestratégico, mientras que un segundo nivel hará referencia a los marcos regionales antillano y filipino, aunque esos dos planos no están desconectados, sino que signi- fican planos de aproximación. El marco geoestratégico general Con independencia del marco político general y de las relaciones internacionales en el momento del con- flicto, solo un hecho geográfico, la situación, cobra especial relieve hasta el punto de ser uno de los factores decisivos en la contienda. En efecto, es necesario tener en cuenta tres aspectos decisivos dependientes de la posición geográfica de los países contendientes, como son las distancias, la pertenencia a continentes distintos y alejados entre sí y el carácter insular que tienen las zonas protagonistas. EI primero de los aspectos, la distancia, puede establecerse tanto con la metrópoli, España, como con el país más interesado en que se produzca una ruptura entre esta y las islas, de tal manera que se pudiese operar una sustitución, de hecho, o de derecho, del país hegemónico, en este caso de España por Esta- dos Unidos. No podemos olvidar que una supuesta ayuda de Estados Unidos a la liberaciónde las islas se traducirá en el control y tutela de Cuba y la ocupación de Puerto Rico y Filipinas. La distancia desde los puertos españoles, principalmente los de Vigo, Santander o Cádiz a La Habana o Santiago de Cuba, es de unos 7 u 8.000 km y algo menos hasta el de San Juan de Puerto Rico, que tuvo un papel menos destaca- do. Dados los medios de transporte y comunicación del momento, la distancia temporal oscilaba entre los 15 y 20 días de navegación y el coste económico para el transporte de un elevado número de soldados y pertrechos se mostraba verdaderamente ruinoso e ineficaz. Si consideramos el escenario filipino, el tema se agrava, puesto que la distancia real se acerca a los 20.000 km, distancia que, tras la independencia de los países hispanoamericanos del continente, se mos- traba decisivamente negativa, ya que no cabía la posibilidad de hacer transbordo o etapas en territorios 2 IBARRA, Jorge. (1996). «Cultura e identidad nacional en el Caribe: el caso portorriqueño y el cubano». En: Naranjo Orovio, Consuelo y otros. La Nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98. Aranjuez, pp. 85-95. 21 propios, como fue el caso de México con el famoso galeón de Acapulco. Frente a estas desgarradoras dis- tancias, especialmente si tenemos en cuenta los medios de la época, el principal competidor y, a partir de 1898, contrincante en la disputa, Estados Unidos, se sitúa a poco menos de 200 km, distancia que separa a La Habana del extremo sur de Florida. Y si tenemos en cuenta el área del Pacífico, tanto la costa occidental norteamericana, como las islas Hawái compiten ventajosamente con España, en cuanto a su accesibilidad a las Filipinas, todo esto sin tener en cuenta la potencia industrial, militar y de transporte marítimo muy claramente favorables a Estados Unidos. Los otros dos aspectos generales, la pertenencia de Cuba y Puerto Rico, por un lado, y Filipinas, por otro, a continentes diferentes de la metrópoli, el carácter insular de estos territorios no hace más que agravar la situación para España y favorecer los intentos independentistas de los insurgentes. Ahora bien, si conside- ramos también la postura de Estados Unidos con respecto a estos territorios –es necesario hacerlo porque su protagonismo en el conflicto fue decisivo– es preciso resaltar que su interés venía de muy lejos y se articulaba de forma clave en su estrategia económica y política internacional. La política norteamericana respecto a Cuba se evidencia en la declaración de James G. Blaine, secretario de Estado, el 1 de diciembre de 1881: «Esa rica isla, llave del golfo de México y campo de nuestro más extendido comercio en el Hemisferio Oc- cidental, es, aunque esté en manos de España, una parte del sistema comercial americano... si alguna vez cesa de ser española, Cuba tiene necesariamente que ser americana y no caer bajo cualquier dominación europea». No es esta, sin embargo, la idea de los cubanos insurgentes y especialmente del apóstol de la independen- cia cubana, José Martí, como resalta A. Elorza: «[...] la independencia de Cuba ha de surgir de un doble re- chazo. Primero de la dominación española, pero a continuación del peligro de una anexión norteamericana. Cuba, ante todo, no es España, y en lo sucesivo no deberá ser una parte de Estados Unidos»3. 3 ELORZA, Antonio. «EI sueño de Cuba en José Martí». En: La Nación Soñada... Op. cit. Proyección transversal de Mercator. Wikipedia. Dominio público 22 El marco regional antillano Será el principal protagonista del conflicto y, dentro de él, Cuba constituirá el auténtico nudo gordiano, de tal manera que casi toda la atención militar y los principales acontecimientos de armas tienen lugar en esta isla. En este hecho evidente intervienen diferentes factores, tanto internos, como externos. Por un lado, la ya citada posición, pues dentro del rosario de islas que constituyen el arco antillano hay dos llaves que marcan la mayor proximidad al continente y el primer y principal eslabón de esta cadena de islas. Así, hacia el norte, Cuba es la isla más próxima a Florida, es decir, a América del Norte, mientras que Trini- dad, frente a las costas venezolanas de la península de Paria y las bocas del Orinoco, lo es de América del Sur. EI arco así formado separa el océano Atlántico del golfo de México y el mar Caribe o de las Antillas, formando un mar casi cerrado, por lo que también es conocido como el Mediterráneo americano. Por otro lado, Cuba es la principal de las Antillas desde todos los puntos de vista. Es la más extensa, con casi 110.000 km2, la de mayor población total, tanto en la actualidad, como a finales del siglo XIX, el principal centro económico, fundamentalmente agrario, de la región. Cuba, que fuera descubierta en 1492 durante el primer viaje de Colón, sería, cuatro siglos después, la última pertenencia hispana en tierras americanas. Puerto Rico, la segunda isla caribeña implicada en el conflicto, tanto en extensión, como población, tendrá un menor protagonismo y constituye un escenario poco activo en acontecimientos bélicos, pero depen- diente de los hechos ocurridos en Cuba. La distancia de unos 1.000 km entre los puertos de San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba constituía, en muchos casos, la última etapa entre la Península y Cuba y, a la vez, una especie de área refugio, punto de partida y descanso para las tropas españolas, ya que la efervescencia política y guerrillera no fue nunca la existente en Cuba, ni tuvieron lugar hechos de armas relevantes. Podemos decir que fue un peón en la contienda y, una vez caído el núcleo principal, Cuba, el vencedor, Estados Unidos, tomó posesión efectiva de este territorio. Mapa marítimo del Golfo de México e islas de la América. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos 23 El marco regional filipino Filipinas no es un país americano –lo que dejaba sin efecto la doctrina Monroe–, pero Estados Unidos ya había mostrado su interés por Asia y sus posibilidades mercantiles con la intervención del comodoro Perry, en 1853, en Japón. La incorporación de Hawái y Samoa significaban el control de dos de los principales productores de azúcar (Cuba era el primero y el que completaba la trilogía azucarera), pero la posibilidad de anexionarse o controlar Filipinas suponía una importantísima plataforma frente al Sureste Asiático y la constitución de un «imperio» extra americano, tras el reparto de África en 1885 en el Congreso de Berlín, del que había quedado al margen. Filipinas es uno de los eslabones insulares entre Asia y Australia, pero también entre el Japón y China al norte y las tierras de Insulindia al sur y suroeste, ricas en recursos naturales, ya sean minerales o vegetales. Y aunque no fuera un escenario principal de la guerra hispano-norteamericana, no cabe dudar de su valor estratégico4. «Estaba claro que la guerra era claramente por Cuba y el Caribe. Pero a nadie se Ie escapó que España también tenía posesiones en el Pacífico y que, por tanto, la guerra podría adquirir una dimensión oriental, que ofrecería a los norteamericanos la posibilidad de adueñarse de alguna base propia desde la cual introducirse en el Extremo Oriente». Mucho menos importantes, casi desconocidos y con mínima presencia hispana, eran otros archipiélagos del Pacífico, como las islas Marianas, las Carolinas y las Palaos. Filipinas es un extenso archipiélago de más de siete mil islas e islotes que en conjunto ocupan una superficie de unos 300.000 km2 y la población hispana y las escasas fuerzas militares allí destacadas apenas podían controlar las zonas más ricas y pobladas de los alrededores de Manila y de las islas principales, especialmente Luzón y Mindanao. EL MEDIO GEOGRÁFICO EN CUBA Y PUERTO RICO Los distintos medios geográficos no solo sirven para caracterizar un país, sino que pueden ser aprovecha- dos como un recurso estratégico más. En los años sesenta, Yves Lacoste, en su obra Geografía, un arma para la guerra, estudia las ventajas que el conocimientodel terreno o el aprovechamiento de alguna de sus condiciones puede suponer para la población indígena frente a un enemigo exterior y en Cuba los insur- gentes compensaron su menor número y peor armamento con una mejor adaptación al medio y apoyos en la población local. Aunque ciertos aspectos geográficos, como la población, su composición étnica y procedencia, su localiza- ción, la actividad económica y las comunicaciones, tanto interiores como con el exterior, no pueden dejarse de lado, es sin duda el medio natural el principal protagonista geográfico en 1898. EI relieve cubano (las referencias a Puerto Rico serán puntuales, por su menor protagonismo) tiene dos as- pectos destacables, atendiendo a su utilización en la guerra de Cuba: la topografía y la litología. La litología de Cuba es fundamentalmente de rocas calcáreas, es decir, muy porosas, que permiten la cir- culación del agua en profundidad, susceptibles, por tanto, de dar lugar a un paisaje kárstico. Ciertas zonas, como la península de Zapata, parecen una gigantesca esponja porosa, que almacena gran cantidad de agua y forma lagunas y ciénagas impracticables. Estas ciénagas son un fenómeno relativamente normal en la isla y son algunas de las zonas de imposible aprovechamiento y difícil penetración, por lo que apenas tenían ni tienen población y podían suponer eventuales y puntuales áreas refugio. Por otra parte, ciertos lugares muestran una topografía exterior quebrada, con unos mogotes muy carac- terísticos en el interior de grandes depresiones, a manera de gigantescas dolinas, así como desfiladeros, simas y unos complicados y extensos sistemas cavernarios, que también proporcionaron refugio en ciertas ocasiones. 4 ELIZALDE, María Dolores. «Valor internacional de Filipinas en 1898: la perspectiva norteamericana». En: La Nación soñada... Op. cit. 24 En la zona occidental, en la provincia de Pinar del Río, existen sistemas cavernarios de hasta 25 km de lon- gitud. La difícil accesibilidad, la abundancia de cuevas y su escaso valor económico hizo de estas zonas uno de los santuarios rebeldes en esta ocasión, como también lo sería en las distintas rebeldías contra el poder central de La Habana, aunque el signo político fuera muy diferente. EI segundo aspecto interesante del relieve es la topografía. La isla de Cuba tiene una escasa altitud media y solo existen tres áreas montañosas de importancia, pero desconectadas entre sí, es decir, una especie de archipiélagos montañosos sobre una isla de paisaje llano o alomado dominante. A oriente se encuentra la principal de las alineaciones montañosas, Sierra Maestra, una auténtica cordillera paralela a la costa, hasta cuyos bordes llega, haciendo casi inexistente la plataforma continental y creando dos excelentes bahías muy abrigadas que penetran en el interior de la isla: las de Santiago de Cuba y de Guantánamo. Sierra Maestra es un intrincado complejo montañoso, donde se alcanzan las máximas alturas de la isla, con el pico Turquino (1.972 m), como principal elevación. Otros picos son los de Cuba (1.872 m), Bayamesa (1.730 m) y Martí (1.722 m). En el mismo conjunto de sierras orientales se integran las de Nipe, del Cristal y Cuchillas de Moa. Sierra Maestra fue para los guerrilleros de Antonio Maceo y Máximo Gómez, los principales caudillos mi- litares insurgentes, su principal área, refugio y base de operaciones, como sesenta años después lo sería de los revolucionarios Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara. En sus alrededores se encuentran lugares protagonistas en la guerra de Cuba, como La Mejorana, Yara, Baire, Peralejo y Dos Ríos (donde moriría José Martí). En Los Mangos de Baraguá iniciará Máximo Gómez, comandante en jefe del Ejército de Libe- ración de Cuba, a finales de 1895, la gran expedición hacia occidente, que atravesará toda la isla (unido a Antonio Maceo) y que, a comienzos de 1896, Ie llevará al extremo occidental de Cuba, hasta Mantua, en la provincia de Pinar del Río. Las repercusiones propagandísticas de semejante marcha, atravesando la trocha Júcaro-Morón y no pudiendo ser detenido por las tropas españolas, fueron enormes. En el centro de la isla se encuentra otra zona elevada, el macizo de Guamuhaya, con las sierras del Escam- bray como zona más escarpada y boscosa y, al igual que Sierra Maestra, otra zona de refugio de insurgen- tes, más tarde de revolucionarios castristas y, posteriormente, de contrarrevolucionarios. Aquí las alturas son menores y solo cabe citar el pico de San Juan (1.140 m), el único punto al oeste de Sierra Maestra que supera los 1.000 m, y el de Potrerillo (931 m). Hacia el sur, las alturas de Trinidad llegan hasta las proximi- dades de esta ciudad, una de las más antiguas e interesantes de la isla. Por último, en la provincia de Pinar del Río, existe una zona de alineaciones montañosas de poca elevación, la cordillera de Guaniguanico, pero de paisaje muy quebrado, por lo que fue siempre un refugio de perse- guidos: esclavos, bandidos, guerrilleros, revolucionarios y contrarrevolucionarios. EI Pan de Guajalbón, con 699 m, es su altura máxima y el valle de Viñales uno de sus lugares emblemáticos. Reserva de la Biosfera Ciénaga de Zapata. UNESCO 25 Por otra parte, la hidrografía cubana no se muestra tan decisiva como en otras partes. Las razones que explican su papel secundario son de dos tipos: por un lado, las elevadas precipitaciones existentes en la isla hacen que los ríos no sean lugar preferente de localización urbana, ya que el agua necesaria para toda instalación humana no procede exclusivamente de los ríos. En segundo lugar, es preciso tener en cuenta las características de los ríos cubanos. La forma alargada y es- trecha de Cuba hace que los ríos sean cortos, solo el Cauto llega hasta los 343 km y los demás no alcanzan los 150 km de longitud. Este escaso recorrido se compensa con unos caudales abundantes, especialmente en las épocas de primavera y verano, donde las fuertes precipitaciones tropicales pueden generar inunda- ciones, lo que hace poco atractivas sus riberas como lugar de asentamiento de ciudades. Sin embargo, el principal problema de estos ríos es que su curso bajo y desembocadura suelen ser zonas inundables, de marismas, ciénagas y abundantes manglares, lo que impide que sean navegables y que sirvan como autén- ticas vías de penetración y eje de comunicaciones entre la costa y el interior, como ocurre en otros lugares. Serán, sin duda, el clima y la vegetación los dos factores naturales que tengan un mayor protagonismo en la vida cubana y los que jugaron un papel estelar en todos los conflictos cubanos, especialmente en la contienda de 1895 a 1898. Por su situación latitudinal y su posición entre el Atlántico y dos de los mares más cálidos del mundo, el mar Caribe y el golfo de México, Cuba posee un clima tropical, cálido y húmedo, muy diferente del existente en la metrópoli, España. Las temperaturas son permanentemente altas, con una media anual de unos 25º C, es decir, unos 7º C más que en Sevilla, uno de los climas más cálidos de la península ibérica. La costa oriental, con Sierra Maestra como barrera frente a los vientos fríos del norte, es la zona más cálida de Cuba, con temperaturas medias anuales superiores a los 26º C. AI estar Cuba situada en latitudes muy bajas, entre los 20 y 23º C, inmediatamente por debajo del trópico de Cáncer, la amplitud térmica es muy reducida, de tal manera que los valores medios del mes de enero son de unos 21º C y de 28º C los del mes de julio, es decir unos 4-8º C de amplitud térmica. Los valores extremos reales llegan hasta casi los 40º C, que, unidos a una humedad relativa tan alta, llegan a ser ver- daderamente asfixiantes, en tanto que nunca alcanzan a registrarse temperaturas negativas, ni siquiera en las estribaciones montañosas. Por esto podríamos decir que no existen auténticas estaciones térmicas, sino pluviométricas. En efecto, las precipitaciones son su principal elemento de diferenciación con respecto al climaespañol. Las precipitaciones medias de la isla son de 1.375 mm (una cantidad semejante a la que se registra en lugares como Santander o San Sebastián), es decir, son abundantes y, además, con fuertes diferencias estacionales. La costa norte, en los archipiélagos de Camagüey y Sabana y el valle del río Cauto, son las áreas de ma- yores precipitaciones, entre 900 y 1.000 mm anuales, mientras que las áreas montañosas registran valores superiores a 2.000 mm. EI extremo oriental, el área de Baracoa (primera ciudad fundada en Cuba por los españoles) y la sierra de las Cuchillas de Moa, son las zonas más húmedas, alcanzándose más de 3000 mm anuales. La distribución anual de las precipitaciones marca las dos estaciones: la seca (entre noviembre y abril) y la húmeda, de mayo a octubre. La combinación de altas temperaturas, copiosas lluvias y fuertes vientos fue el principal obstáculo para las tropas españolas y la génesis de una serie de enfermedades tropicales. Entre todas estas situaciones climáticas, la más llamativa y extrema es la presencia de huracanes y tormen- tas. Las principales tormentas tropicales se producen entre junio y septiembre y, en ocasiones, llegan a ser tremendos huracanes de impresionante carácter destructivo. En 1870, 1876 y 1888 se produjeron grandes huracanes, es decir, aquellos que tienen vientos superiores a 200 km/h. La provincia de La Habana –y la propia capital de la isla– es la zona más afectada por huracanes, seguida de las de Pinar del Río y Matanzas, en tanto que en la zona oriental son inexistentes o alcanzan valores más atenuados. Asociada a este clima, tropical cálido y húmedo, la vegetación de la isla cubana se caracteriza, especial- mente en la época que nos interesa, por su densidad y variedad de especies, desde los manglares costeros 26 a las zonas encharcadas del interior y las áreas boscosas que cubrían casi todas las zonas no cultivadas o de aprovechamiento ganadero. Son bosques mixtos, caducifolios y perennifolios, con pinos, encinas, mag- nolias, arbustos, matorrales y dos especies emblemáticas: la magnífica palma real (símbolo de la isla) y la ceiba, un árbol de gran porte y tamaño, que los afrocubanos identificaban con árboles originarios de África y que llegaron a tener así un carácter semisagrado. Lo más importante de todo es que su densidad convertía a estos bosques en un muro verde, un infierno verde para los peninsulares y un área refugio para los mambises. EI término manigua, indicativo de terreno pantanoso, de vegetación intrincada y dificilísimo acceso, se hizo sinónimo de peligro y emboscada. Todos estos elementos geográficos tuvieron un gran protagonismo en la guerra de Cuba y de ahí el traerlos a colación. EI número de soldados españoles en la isla, que era de unos cien mil regulares y unos sesenta mil volun- tarios isleños, fue aumentando hasta los 224.000, es decir, un elevado contingente militar si tenemos en cuenta que la población total de Cuba era de 1.600.000 personas, aproximadamente. Frente a ellos, los insurgentes cubanos probablemente no Ilegaron a superar los 54.000 hombres, aunque las condiciones que tenían eran muy diferentes. Mientras las tropas españolas ocupaban, en general, posi- ciones fijas, en las ciudades importantes o en la defensa de líneas fortificadas, como la trocha Júcaro-Mo- rón, los insurgentes cubanos contaban con una gran movilidad. La necesidad de defender las áreas pobladas y las zonas agrícolas importantes obligó a dispersar las fuer- zas españolas, a realizar una estrategia defensiva y a perder su movilidad y capacidad de maniobra, de tal modo que la superioridad numérica general no fue decisiva y la fijación de las tropas españolas a los lugares de interés económico y político en los últimos tiempos de la contienda, dejó en manos de los mambises la mayor parte del territorio, permitiendo su reagrupamiento y Ilevando la iniciativa del desarrollo de la guerra. Los rebeldes aprovecharon esta situación y su mejor conocimiento y adaptación a las condiciones del terre- no, realizando una guerra de guerrillas que Ilegó a poner en jaque al ejército español. Sin embargo, este conocimiento del medio natural –tradicionalmente utilizado por los españoles como arma estratégica frente a los invasores de nuestra patria a lo largo de la historia– no fue un hecho decisivo, sino los propios efectos de estas condiciones naturales, productoras de enfermedades tropicales y acen- tuadoras de las ya de por sí difíciles condiciones de toda guerra. Ciertas enfermedades, entre ellas la viruela, que se padecía en España y, especialmente, la fiebre amarilla y la malaria, endémicas en la isla, causaron muchas más bajas a las tropas españolas que las balas de los mambises, lo que ponen de manifiesto figuras como Santiago Ramón y Cajal, que había estado destacado como médico militar en la isla, el propio caudillo cubano Máximo Gómez, citaba «entre sus principales ge- nerales» a junio, julio y agosto, es decir, calor, Iluvia y fiebre amarilla. Este hecho también aparece recogido por Espadas Burgos: «Según La Estafeta, entre Marzo de 1895 y Marzo de 1897 hubo 2.161 bajas en combate, frente a 13.313 a causa de la fiebre amarilla y 40.127 por otras enfermedades»5. EI eufemístico nombre de «otras enfermedades», sin duda, encubre la deserción, hecho nada aislado, ya que algunos soldados, especialmente los voluntarios, estaban vinculados a la isla por casamiento con indí- genas cubanas. Además de los elementos naturales del medio, los aspectos demográficos y económicos e, incluso, las propias comunicaciones son importantes, puesto que completan la caracterización del medio geográfico. La importancia estratégica de Cuba, como escala entre España entre y México y Centroamérica hasta su independencia, se tornó en principal posesión ultramarina española, tras producirse esta, ello se aprecia claramente en su evolución demográfica y económica. 5 ESPADAS BURGOS, M. «Las lecturas históricas del 98». En: La Nación Soñada... Op. cit. 27 La población cubana se multiplicó por tres entre 1817 y 1895, cuando Ilegó a una cifra de 1.600.000 perso- nas y una densidad de 14,5 hab./km2. Este incremento tan notable se debió no solo al crecimiento natural de la población cubana, sino también a la emigración, forzada o voluntaria. Entre 1762 y 1838 Ilegaron a Cuba unos 391.000 esclavos, procedentes de África, base de la población negra de la isla, que en 1895 suponían unas 500.000 personas, casi un tercio de los habitantes de la isla y ya libres tras la abolición de la esclavitud en 1880. La mayor parte de los negros y mestizos se localizaba en la zona occidental, donde estaban asociados a los ingenios azucareros y a las plantaciones de tabaco de Pinar del Río, La Habana y Matanzas. La zona central, con explotaciones ganaderas y, sobre todo, la oriental, tradicional lugar de asentamiento hispano, eran las de mayor población peninsular y criolla y, por ello, sede principal de autonomistas e independentistas. EI último tercio del siglo XIX –como también lo serán las dos primeras décadas del XX– contempla la emigración de un nutrido grupo de españoles que «hicieron las Américas» y Cuba fue uno de sus desti- nos preferidos: «Desde 1882 y hasta 1904, Cuba fue el primer lugar de destino elegido por los españoles emigrantes. A partir de ese año, el porcentaje más elevado de salidas por puertos españoles se dirigió a Argentina»6. La actividad económica cubana había ido cambiando desde finales del siglo XVIII. Carente de riquezas mineras, como las de la cercana México, la isla era a finales del siglo XVIII la sede de grandes haciendas ganaderas, mientras que las actividades agrícolas que serán su eje económico posterior, la caña de azúcar, el tabaco y el café, apenas empiezan a mostrar su importancia para el desarrollo económico cubano. La caña de azúcar y la necesidad de gran número de trabajadores en la época de la zafra serán las causas de la elevada cifra de esclavos llevados a Cuba y tambiénel motor para una amplia, aunque poco articulada, red de ferrocarriles que comuniquen las plantaciones e ingenios azucareros del interior con los puertos de embarque del azúcar, el ron y las melazas producidas a partir de esta. Tal es el caso del primer ferrocarril de la isla y de España, el de La Habana a Güines, construido en 1837. En la época previa al conflicto, la caña de azúcar suponía la principal riqueza de Cuba, con casi el 75 % de la producción económica total. En 1898, las tierras ocupadas por la agricultura solo suponían el 3 % de la superficie total cubana y la mitad de esas tierras estaban dedicadas a la caña de azúcar. Cuba se había convertido en el principal productor del mundo de azúcar de caña, con algo más de un mi- llón de toneladas en 1894, aunque el conflicto frenara drásticamente la producción. Este azúcar tenía como destino principal el mercado norteamericano, que pasó de suponer un 26 % del total en 1850, a un 59 % en 1860 y un 83 % en 18907. La importancia de esta producción, junto a los factores estratégicos ya citados, explica el interés de Estados Unidos por controlarla y el recelo y oposición que esta idea, públicamente anunciada, despertó en José Martí: «Cuba no puede ser provincia ruinosa de una nación estéril o factoría y pontón de un desdeñoso vecino»8. EI tabaco suponía otro de los cultivos característicos de la trilogía cubana, e incluso el propio nombre de uno de sus productos, los habanos, se identifican con la isla, especialmente en las vegas de Vuelta Arriba y Vuelta Abajo, auténticas mecas de este tabaco. EI tercero y de más reciente implantación en Cuba era el café, que se ubicaba en las laderas de Sierra Maes- tra, las únicas con altitud óptima para el desarrollo de su cultivo. Serán haitianos y dominicanos los que, a finales del siglo XVIII, lleven este producto a la región de Oriente de Cuba, como dominicano será también el líder militar insurgente, Máximo Gómez. 6 NARANJO OROVIO, C. «En búsqueda de lo nacional: migraciones y racismo en Cuba (1880-1910)». En: La Nación soñada... Op. cit. 7 MORENO FRAGINALS, Ml. (1978). EI ingenio, Complejo económico-social cubano del azúcar. La Habana. 8 MARTÍ, J. (1975). Obras completas. La Habana. Tomo 2, p. 349. 28 Todas estas características del medio geográfico cubano son aplicables en gran medida a la isla de Puerto Rico, especialmente en lo referido a los aspectos naturales, ya que sus caracteres demográficos, relaciones entre los distintos grupos humanos existentes y actividad económica presentan una identidad propia. La isla de Puerto Rico es la cuarta en superficie de las Antillas, con poco más de 9.000 km2, es decir, menos de la décima parte de la superficie de Cuba, lo que ya es una indicación de sus posibilidades de protago- nismo en el conflicto. EI relieve portorriqueño está marcado por la presencia de la cordillera Central, que se extiende de este a oeste, dividiendo a la isla en dos partes, la norte (que organiza San Juan) y la sur, con Ponce como capital. Las alturas máximas apenas superan los 1.000 m (Cerro Calderona, con 1.341 m, es el punto más elevado). Las características climáticas, hidrográficas y de vegetación son parecidas a las de Cuba, mientras difieren las demográficas y económicas. Puerto Rico contaba con mayor densidad de población que Cuba, con unos setecientos mil habitantes. Además de sus pobladores tradicionales y un componente de esclavos africanos menos significativo que, en otros lugares del Caribe, durante la primera mitad del siglo XIX recibirá un importante grupo de emi- grantes, buena parte de los que, especialmente los dominicanos y venezolanos, tendrán como destino las plantaciones azucareras y los cafetales, productos en expansión en dicho siglo. Otro grupo singular, de corsos y catalanes, encontrarán en el comercio o las plantaciones su principal actividad9. En 1899, de las veinticuatro más grandes plantaciones de Yauco el 62 % eran de los corsos, el 25 % de los españoles (sobre todo catalanes y mallorquines) y solo el 3 % eran de portorriqueños. Hasta comienzos del siglo XIX, la actividad dominante, como en Cuba, era la ganadería, con grandes ha- ciendas y una oligarquía ganadera que controlaba toda la actividad de la isla. En 1775, las haciendas gana- deras ocupaban el 82,4 % de la superficie agraria. Hacia 1822, el desarrollo de la caña de azúcar sustituye a la ganadería, que ya solo ocupa el 12,5 % de las tierras agrarias y, hacia 1860, los cafetales compartirán con la caña de azúcar la actividad agraria. A pesar de la abolición de la esclavitud en 1870 y de la autonomía administrativa que España Ie concede- ría en 1897, al finalizar la guerra hispano-norteamericana por el Tratado de París de 1898, España entregó Puerto Rico a los Estados Unidos, viendo así truncadas sus esperanzas independentistas. EL MEDIO GEOGRÁFICO EN FILIPINAS Y EL PACÍFICO HISPANO A pesar de la lejanía con respecto a la metrópoli, las riquezas naturales propias y las derivadas de un activo comercio con China, del que Manila, como Hong Kong y Macao, suponía la puerta de contacto con Occi- dente, hizo de Filipinas un enclave muy apetecible para las políticas expansionistas de Alemania y Estados Unidos. Las condiciones naturales de Filipinas y de los archipiélagos de Carolinas, Marianas y Palaos, que estaban bajo dominio español, eran algo diferentes de las existentes en Cuba y Puerto Rico. Aunque están situadas en latitudes parecidas a las de las islas caribeñas, entre los 5 y los 21º de latitud nor- te y en mares cálidos, las posesiones españolas en el Pacífico suponían un inmenso rompecabezas de siete mil islas, de las que solamente las mayores de las Filipinas tenían dimensiones notables. La isla de Luzón tiene unos 105.000 km2 (casi la misma superficie que Cuba) y Mindanao, casi 95.000 km2. Presentan un relieve muy accidentado, de carácter volcánico principalmente, su pico más elevado es el volcán Apo (2.955 m). Su clima es tropical monzónico, muy cálido y húmedo, por lo que, combinados la riqueza de los suelos volcánicos con las elevadas temperaturas y precipitaciones, dan una vegetación exu- berante, de dificilísima penetración. 9 IBARRA, J. «Cultura e identidad nacional en el Caribe Hispánico: el caso portorriqueño y el cubano». En: La Nación Soñada... Op. cit. 29 En verano, el monzón húmedo da lugar a lluvias torrenciales, unidas a un calor tremendo, lo que dificulta toda actividad, sea de trabajo o de las marchas y rigores de la guerra. En otoño, los ciclones tropicales, aquí denominados tifones o baguíos, suponen otra importante estación húmeda y unos vientos que supe- ran habitualmente los 100 km/h, convirtiéndose en el principal obstáculo para la navegación, lo que en un archipiélago donde las comunicaciones por vía marítima son acaso las únicas viables, era determinante. Las precipitaciones, abundantes en todo el archipiélago, llegan a superar los 4.000 mm anuales. La diferencia sustancial entre Filipinas y Cuba es su carácter de archipiélago, es decir, la multiplicidad de unidades territoriales, de pobladores indígenas diferentes e, incluso, enemigos, donde el elemento unifica- dor fue una autoridad política y administrativa (a veces poco asentada) y una autoridad religiosa, represen- tada por las órdenes religiosas que Ilegaban donde no alcanzaron los colonizadores. La fortaleza, tachada a veces de tiranía, de esos grupos religiosos en Filipinas fue un carácter propio de la presencia española. Sin embargo, será el capítulo demográfico el que muestre las principales singularidades de Filipinas. Filipinas era una auténtica colonia, en el sentido de una escasez de pobladores españoles dominando sobre una gran masa heterogénea indígena (tagalos, negros, visayas, moros, etc.), cuyas diferencias eran la base de ese domi- nio. El mestizaje era escaso y la proporción de peninsulares e indígenas era probablemente de más de uno a mil. Algo parecido ocurría en el campo militar. España tenía un Ejército de unos diezmil hombres, de los que escasamente una quinta parte eran de la Península. Ante semejante desequilibrio, frente a la revuelta, los españoles apenas podían defender las zonas más pobladas e importantes, como Manila y sus alrededores o el valle de Cagayán y, sobre todo, sería necesario una escuadra que diese movilidad a las fuerzas. Eviden- temente, la vieja escuadra española, tan alejada de su base, poco podía hacer frente a la norteamericana del almirante Dewey, interesado por este enclave: «La anexión de Filipinas no supuso la entrada en escena de Estados Unidos en un conflicto de intereses que se desarrollaba en Extremo Oriente desde hacía más de cincuenta años, pero produjo la asunción, por parte de estos, de aquel papel de potencia con plena presencia en la zona en relación a cuestiones de índole estratégico, territorial y comercial»10. 10 TOGORES SÁNCHEZ, L. E. (1895). «La otra amenaza a la soberanía de España en Ultramar durante la restauración». En: Diego García, E. de. La guerra en Cuba. Tormenta tropical en Filipinas. NASA 30 Productos como el tabaco, menos renombrado internacionalmente que el cubano, pero muy importante para la economía filipina, la copra y los productos artesanales, fabricados en las islas o procedentes de la cercana China, como los afamados «mantones de Manila», las sedas, maderas preciosas, porcelanas, etc., eran algunas de las riquezas que ofrecía Filipinas. EI escenario del Pacífico fue siempre secundario para España y también lo sería a la hora de la guerra hispano-norteamericana. Por ello, la única acción bélica importante será la batalla naval de Cavite, cuyo resultado final era tan previsible como la valerosa acción del almirante Cervera en la de Santiago de Cuba. Ambas suponían el ocaso definitivo del imperio español de Ultramar y el reparto de sus dominios: «Esta- dos Unidos conseguirá la parte del león (Filipinas y Guam, en las Marianas), mientras Alemania tendrá que conformarse, mediante compra a España, con un área menor de los archipiélagos del Pacífico (Carolinas, Palaos y parte de las Marianas)»11. BIBLIOGRAFÍA ALONSO BAQUER, M. «EI ejército español y las operaciones militares en Cuba (1895): La campaña de Martínez Campos». En: 1895: La guerra en Cuba... Ob. cit. CHIDSEY, D. B. (1973). La guerra hispanoamericana 1896-1898. Barcelona. CUESTA DOMINGO, M. «Cuba en las publicaciones periódicas: un capítulo de historiografía hispánica». En: 1895: La guerra en Cuba. Ob. cit. DAVIFATA, F. y TRUSOV, I. (1965): Los recursos climáticos de Cuba. La Habana. DIEGO GARCÍA, E. (1983). La administración española en Puerto Rico durante la 1.ª mitad del s. XIX. Ma- drid. ELIZALDE, M. D. (1992). España en el Pacífico. 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Guillermo Calleja Leal1 INTRODUCCIÓN Han pasado ciento veinticinco años desde que terminó la guerra Hispano-Cubano-Norteamericana (1898- 2023) y todavía en la historiografía actual existen muchos aspectos y episodios de la contienda que siguen suscitando preguntas que en su mayoría no son contestadas de forma clara o incluso carecen de respuesta. Por supuesto, todas las guerras tienen sus enigmas y misterios, sus claroscuros, y también ofrecen dificulta- des para poder interpretar cómo sucedieron los hechos, máxime cuando nos movemos entre lo histórico, lo mítico y lo legendario. La última guerra de Cuba (1895-1898) no es una excepción. Pongamos solo algunos pocos ejemplos. Por parte de España, la marcha a EE. UU. (Tampa, Florida) del general Pando, jefe del Estado Mayor del capitán general Ramón Blanco, tratándose de territorio enemigo y en plena guerra, resultó ser una misión secreta. ¿Para qué fue enviado allí y cuáles fueron los términos de sus negociaciones con el general Miles? ¿Por qué el Gobierno de Sagasta ordenó al capitán general Blanco que ninguna unidad de refuerzo pasara la trocha de Júcaro a Morón para socorrer Santiago y su provincia? ¿Qué órdenes recibieron los valientes, patriotas, disciplinados y magníficos almirantes Cervera y Montojo para estar obligados a acatarlas y ser derrotados de forma tan incomprensible como lo fueron en Santiago de Cuba y Cavite? ¿Por qué se ordenó a Cervera mantener su escuadra dentro de la bahía de Santiago, una «verdadera ratonera», cuando aun la escuadra del almirante Sampson se mantenía dispersa? Siendo España el país derrotado en la guerra, ¿por qué tras firmar la Paz de París no solo no tuvo que indemnizar al enemigo como sucede en todas las gue- rras, sino que además pudo llevarse sus capitales de Cuba (lo que fortaleció la banca española y permitió la creación del Banco Hispanoamericano) y mantener sus intereses económicos en la isla? Y un largo etcétera. Respecto a EE. UU., veamos solo un par de ejemplos. En su historiografía se considera la batalla de Las Lo- mas de San Juan como la victoria más gloriosa e importante de la guerra del 98 en suelo cubano. Allí, el ya entonces coronel Theodore (Teddy) Roosevelt, al frente del pintoresco regimiento de los Rough Riders, logró tomar la Loma de la Caldera, una importante posición y, por tanto, no tomó la Loma de San Juan, la princi- pal posición, pese a que la Yellow Press norteamericana dio la falsa noticia de que lo hizo y así también lo escribieron sus biógrafos a sueldo. En la actualidad, esta leyenda que glorifica a Roosevelt persiste entre mu- chos historiadores norteamericanos y fue lo que, siendo vicepresidente, le convirtió en el 26.º presidente de EE. UU., al caer asesinado McKinley por un anarquista en 1901. Como puede comprobarse a través de fuentes 1 Licenciado y doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Doctor en Contemporary History por la Phoenix International University (Reino Unido). Correspondiente de la Real Academia de la Historia (RAH), de la Real Acadèmia de la Cultura Valenciana (RACV) y de la Academia de Ciencias y Artes Militares (ACAMI). Vocal electo de la Comisión Española de Historia Militar (CEHISMI) del CESEDEN, miembro de número del Consejo Asesor del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire (CASHYCEA) y miembro del Instituto de História e Cultura Naval Dom Luiz I de Portugal. «Una revisión histórica del 24 de febrero de1895, ante el primer centenario de la Guerra de Cuba». Conferencia pronunciada el 15 de febrero de 1994 en el Paraninfo del CESEDEN, en el marco de las I Jornadas de Historia Militar. 36 documentales de archivos españoles y cubanos –y lo aseguran otros historiadores, como Donard Chidsey Barr–, el 10.º Regimiento de Caballería desmontada fue quien, en realidad, pasó primero las trincheras y entró victorioso en el fortín de la Loma de San Juan. Naturalmente, en aquel tiempo hubiera sido imposible decir que la Loma de San Juan la tomó una unidad formada solo por soldados voluntarios negros. También tenemos el hundimiento del buque acorazado USS Maine en el puerto de La Habana, en la ma- ñana del 15 de febrero de 1898, cuyas causas aún continúan siendo objeto de especulaciones. A pesar de la investigación iniciada en 1974 por el almirante Hyman G. Rickover y concluida en 1976 con su libro How the Battleship Maine Was Destroyed, la realizada en 2002 por Advanced Marine Enterprises (AME) en 1998, por encargo de la National Geographic Magazine, y la que hizo el canal de televisión norteamericano, The History Channel, en su serie de documentales Unsolved History, con el documental titulado Death of the USS Maine, entre otras muchas investigaciones, la causa del hundimiento continúa siendo aún hoy objeto de especulaciones. Entre estas, un incendio no detectado en una carbonera situada junto a un pañol de munición que a su vez produjo una explosión mayor que hundió el buque, una mina isostática colocada en el casco cerca de uno de los pañoles, el hundimiento deliberado por algunas de las facciones interesadas (los cubanos insurgentes de la Junta Revolucionaria de Nueva York y no los del Partido Revolucionario Cu- bano o los mambises), cubanos pro-españoles que obraron por su cuenta, marinos españoles o norteame- ricanos interesados en provocar el desencadenamiento de la guerra mediante una operación de bandera falsa, etc. En definitiva, a fecha de hoy, el misterio de su hundimiento sigue abierto y muy posiblemente se mantendrá durante muchos años. Y en cuanto a Cuba, qué duda cabe que en la historiografía cubana también existen mitos, leyendas, me- dias verdades, interpretaciones erróneas, manipulaciones interesadas y asuntos «tabú», que nunca han sido tratados pese a tantos años que han pasado hasta hoy. Hemos elegido el levantamiento del 24 de febrero de 1895, con el que se inició la última guerra de la Independencia, concretamente los «gritos» de Baire y de Bayate, por considerarlo novedoso y una aportación al estudio y conocimiento de esta guerra. Nos ha llamado la atención que los historiadores cubanos no hayan concedido la enorme importancia que tuvo el «grito de Bayate», dado por el mayor general Bartolomé Masó, al igual que nadie haya logrado explicar por qué «el grito de Baire» figura en todos los manuales de Historia como el levantamiento inde- pendentista principal del 24 de febrero de 1895, que dio principio a la última guerra de la Independencia de Cuba. Lo ignoran hasta los propios historiadores cubanos. El historiador e intelectual cubano, Luis Fernández Caubí, publicó el 24 de febrero de 2002 un artículo titulado sobre «Los misterios del 24 de febrero de 1895» en el Diario de las Américas, en el que afirmó: «En el poblado de Baire, Saturnino Lora se presentó al frente de amigos y parientes para dar el grito de independencia. Y, por sutiles misterios de la historia, fue el grito de Saturnino Lora el que dio nombre al glorioso día». Otro historiador cubano, el santiaguero Fernando Portuondo del Prado, en su tan conocido Manual de His- toria de Cuba, 1492-1898, nos dice: «No fue, sin embargo, ninguno de los lugares ni de los hechos citados el que había de dar nombre al nuevo movimiento fue el –grito de Baire– el que, por circunstancias que la historia no ha esclarecido aún suficientemente, había de monopolizar la gloria del 24 de febrero». El prestigioso mayor general cubano-dominicano, Enrique Loynaz del Castillo, por mostrar un tercer y último ejemplo, en sus Memorias de la guerra, afirma con razón que carece de todo sentido que el Grito de Baire dado por Saturnino Lora haya protagonizado los alzamientos del 24 de febrero de 1895, cuando en realidad no tuvo entonces trascendencia alguna, máxime cuando Baire era una localidad en la que los autonomistas se habían hecho fuertes y lo siguieron siendo hasta meses después. A continuación, vamos a ver primero y de forma general los distintos alzamientos y sucesos que acon- tecieron aquel histórico 24 de febrero de 1895. Una vez que presentemos el teatro de los alzamientos, pasaremos a explicar cuáles son los «sutiles misterios» a los que se refiere Luis Fernández Caubí y también las circunstancias «aún no esclarecidas» que menciona Fernando Portuondo. Recurriremos entonces a lo que llamaremos «el factor cubano» y «el factor norteamericano», que fueron los que, en nuestra opinión, engendraron la mítica e incomprensible gesta del Grito de Baire, con la consiguiente e intencionada mi- nusvaloración de los hechos más importantes de aquel día. Esta será una aportación para los estudiosos e interesados en la historia de la última guerra de la Independencia de Cuba. 37 EL 24 DE FEBRERO DE 18952 ¿Por qué el levantamiento se realizó el 24 de febrero? Tras el fracaso del Plan de Fernandina, elaborado en secreto por José Martí para invadir Cuba, ya no era posible contener por más tiempo a los revolucionarios que conspiraban en la isla para realizar un nuevo alzamiento general. De ahí que José Martí en sus cartas a Juan Gualberto Gómez (jefe de la conspiración en toda Cuba) le concediera plena libertad de acción para que determinase la fecha del levantamiento. Por otra parte, Martí también se vio obligado a escribir a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo para explicarles cómo se produjo el desastre de su plan de invasión y calmar la ansiedad de combatir, informán- doles además que muy pronto se realizaría un nuevo intento. Queda demostrado que, después del Plan de Fernandina, a pesar de su fracaso, ya nada sería igual. El alzamiento se consideraba como un hecho que se produciría muy pronto ante las fuertes presiones que los revolucionarios cubanos ejercían dentro y fuera de Cuba. La correspondencia que llegaba a Nueva York desde Costa Rica y Cuba demostraba que había una gran impaciencia por iniciar la sublevación, ya que los generales Antonio Maceo y Julio Sanguily exigían un le- vantamiento inmediato. El 29 de enero de 1895 se redactó por fin en Nueva York el decreto del alzamiento en toda la isla de Cuba. El documento tuvo tres firmas: la de José Martí, como delegado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), la del general Mayía Rodríguez, como representante personal del general Máximo Gómez (nombrado ge- neral en jefe por Martí y así acatado por todos los grupos conectados a la conspiración) y la del comandante Enrique Collazo, enviado por la Junta Revolucionaria de La Habana. 2 Conferencia pronunciada el 15 de febrero de 1994 en el paraninfo del Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN), en el marco de las Primeras Jornadas de Historia Militar organizadas por la Comisión Española de Historia Militar (CEHISMI). «Una revisión histórica del 24 de febrero de 1895, ante el primer centenario de la Guerra de Cuba». Boletín de Información. n.º 235. Ministerio de Defensa, CESEDEN, 1994, pp. 5-22. José Martí, óleo Hermann Norman, 1891. Wikipedia. Dominio público 38 En la orden se especificaba que el alzamiento se haría «con la mayor simultaneidad». Era lógico, ya que, si se iniciaba en una región sin el respaldo efectivo del resto de la isla, se corría el riesgo de que la revolución fracasase y, lo que sería aún peor, quedarían anuladas las energías de los revolucionarios por muchos años. De ahí que el alzamiento fuese general y no provincial o regional. Por otra parte, en la orden se señalaba que «el alzamiento debía producirse durante la segunda quincenay no antes del mes de febrero». Este documento fue dirigido a Juan Gualberto Gómez, principal hombre de confianza, corresponsal e in- termediario de Martí en Cuba, así como a los jefes de todos los grupos revolucionarios de Occidente. En cuanto a los de Oriente, estos ya habían declarado de antemano que acatarían cualquier fecha. Tan pronto como llegó la orden a La Habana, Juan Gualberto Gómez, delegado del Partido Revolucionario Cubano en Cuba y, por ello, jefe de la conspiración en toda la isla, reunió en el domicilio de Antonio López Coloma, Trocadero, n.º 64, a los principales jefes de Occidente, quedando acordado el día 24 de febrero como la fecha para el alzamiento general. Concurrieron a esta reunión, histórica por su trascendencia, Juan Gualberto Gómez, el doctor Pedro Betancourt, Antonio López Coloma, Joaquín Pedroso y otros, hasta completar once en total. Se trataba de los jefes designados para encabezar los alzamientos de Occidente. A continuación, se enviaron comunicaciones a todos los jefes de prestigio que estaban dispuestos a secun- dar el movimiento independentista en el resto de la isla. Surge una pregunta: ¿por qué esa fecha y no otra? La fecha fue cuidadosamente elegida y lo explica el propio Juan Gualberto Gómez: «Esa fecha estaba recomendada por estos dos motivos: caer en el último domingo de mes, y ser el primer día de carnavales. Lo primero, daba la ventaja de que los emisarios podrían ir a los lugares donde se hallaban los principales líderes de los grupos que habrían de alzarse y regresar con sus respuestas, a tiempo para avisar a Nueva York; y lo segundo, permitía que la gente en los lugares de campo se pudiera reunir en grupos armados y transitar por los caminos a caballo sin llamar la atención, por ser explicable que en un día de fiesta señalada se realiza- sen esas reuniones y tránsitos». Una vez aceptada la fecha del 24 de febrero por Las Villas y Oriente, recibido en La Habana el aviso del Marqués de Santa Lucía de que «el Camagüey no podía iniciar el movimiento, pero que lo secundaría a poco que se iniciase», Juan Gualberto Gómez dirigió a Martí un cable de apariencia comercial cuyo texto decía simplemente: «giros aceptados». Con este histórico mensaje, el periodista matancero expresaba que todos los jefes revolucionarios estaban de acuerdo con la orden y fecha que él había propuesto para el alzamiento general. Fueron tan solo dos palabras, pero las suficientes para cambiar el curso de la historia y el preludio de una nueva y última guerra fratricida entre cubanos y españoles. Toda una tragedia que terminaría para España con el «desastre del 98» y para los cubanos, con el establecimiento de un gobierno militar norteamericano en la isla el 1 de enero de 1899, que durará hasta el 20 de mayo de 1902. Pasemos ahora a ver los alzamientos que tuvieron lugar en la jornada del 24 de febrero de 1895. El 24 de febrero en Occidente: el fracaso total de los alzamientos Para exponer el escenario completo de los alzamientos del 24 de febrero, veamos qué sucedió con los grupos occidentales, cuya acción fue fácilmente neutralizada por el Ejército español. El mayor general Julio Sanguily era, sin duda, el líder principal de La Habana y las provincias inmediatas, compartiendo gloria con Ignacio Agramonte. Desde el Pacto de Zanjón (1878) se había convertido en el ídolo de la juventud habanera. Sin embargo, a última hora, vaciló en lanzarse a una empresa militar sin una organización que creía indispensable y fue detenido en su propio domicilio y en la misma mañana del alzamiento. 39 Otro líder occidental, el coronel José María Aguirre, que había combatido en la guerra de los Diez Años a las órdenes de los generales Ignacio Agramonte y Máximo Gómez (como Julio Sanguily), fue igualmente detenido y encarcelado cuando se disponía a tomar el tren que salía de la Capital a Matanzas. En Pinar del Río, donde no había ningún jefe veterano, los organizadores no recibieron orden de alzarse y permanecieron expectantes a la espera de que los combates se entablaran en el centro y en oriente, de modo que se podría operar una vez que el ejército español fuera movilizado a comarcas distantes. Así pues, no hubo ningún alzamiento el 24 de febrero. Entre los alzamientos occidentales, el más importante fue el de Ibarra, en la provincia de Matanzas. Juan Gualberto Gómez, Antonio López Coloma y algunos jóvenes entusiastas se trasladaron el día 23 de La Habana a Ibarra, donde aquella noche debían congregarse unos 400 combatientes, entre ellos, el célebre bandolero independentista, Manuel García, quien al frente de su partida se había ofrecido voluntario y murió en la misma madrugada. Al amanecer del día 24, ningún grupo había llegado a Ibarra, por lo que los periodistas revolucionarios, Juan Gualberto Gómez y Antonio López Coloma, fueron perseguidos por unidades españolas. Antonio López Coloma cayó prisionero, mientras que Juan Gualberto Gómez y otros tuvieron que rendirse tras intentar durante varios días establecer contacto con algunas de las partidas que se creían formadas. Final- mente, Gómez fue deportado y López Coloma fusilado. En Matanzas, el jefe era un médico muy popular, el doctor Pedro Betancourt. Debía de reunirse con los alzados en Ibarra, pero no pudo reunir a un grupo considerable de seguidores. Cuando llegó a Ibarra con Pedro Acevedo, al mediodía, Juan Gualberto Gómez y sus amigos habían tenido que marcharse precipita- damente. Tras varios días de andar escondido, el doctor Betancourt decidió volver a Matanzas, donde fue detenido. Pedro Betancourt fue deportado a España, de donde huiría en 1896. Regresó a Cuba en una expedición. Acabó la guerra como mayor general y jefe de la División de Matanzas. Suerte análoga corrieron el doctor Martín Marredo y el hacendado Joaquín Pedroso. Ambos se alzaron el día 24, el primero, con 36 hombres en el potrero de La Yuca, cerca de Jagüey Grande; y el segundo, en los Charcones, en Aguada de los Pasajeros, término municipal de Las Villas Occidentales. Dichos alzamientos deben incorporarse a los de Matanzas, ya que se realizaron en concierto con la organización revolucionaria de esta provincia. Julio Sanguily. Wikipedia. Dominio público 40 EL 24 DE FEBRERO EN ORIENTE: TRIUNFO DE LOS ALZAMIENTOS La lección del Plan de Fernandina sí dio sus frutos en Oriente. Tal como había recomendado Martí, el día señalado para el alzamiento muchos pequeños grupos separatistas amanecieron en el «monte» (expre- sión usual en Oriente para designar el campo) o se fueron al mismo en actitud de rebeldía. La jefatura del movimiento revolucionario en la provincia oriental estuvo compartida por dos veteranos que se habían destacado por sus grandes méritos en la pasada guerra del 68: los mayores generales: Guillermo Moncada y Bartolomé Masó. Guillermo Moncada y los levantamientos del sudeste Guillermo Moncada tenía la dirección de los grupos «mambises»3 del sudeste de la provincia de Oriente, por su jerarquía militar, su prestigio y su experiencia en la pasada guerra de los Diez Años. Poseía «Guiller- món» (como se le llamaba familiarmente) un cuerpo hercúleo, maneras reposadas y una gran simpatía per- sonal. Tenía un enorme arraigo entre los campesinos y los combatientes de color de la zona de Guantána- mo y Baracoa (donde había combatido en la guerra del 68), que se enorgullecían de este caudillo de color. También despertaba un gran entusiasmo en la juventud de Santiago de Cuba, a la que seducía la leyenda heroica de este poderoso y genial machetero, que comenzó a gestarse a partir de que consiguiera copar y dar muerte al célebre guerrillero Miguel Pérez, uno de los jefes más tenaces y temidos que combatieron contra los mambises en la guerra de los Diez Años. En la mañana del día 24, Moncada se hallaba en su cuartel, instalado en el barrio de Jarahueca, en la loma del pueblo La Lombriz, perteneciente al municipio de Alto Songo. Con ello, había dado cumplimiento a su firme promesa de dirigir el movimiento