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.1,,1 tN I I lit,l,t( )'l"l' Georg Wezeler, Atlr¿s sostiene Ia e.sfera ctrmilar, ca. 1530, a partir cle un cartón atribuido a Bernard van Orley. Originariamente creado para el rev de Porttrgal, este tapiz pasó a fornrar parte de- la colección cle los reyes de Esparla, qtrienes, como soberanos de trn irnperio de ultramal hicieron su-va la irnagen de Atlas soportando la carsa del rnundo. (Palacio Real, Madricl @ Patrimonio Nacional) f,sPAñtrA, ELIRoPA YT.LMT]NDO DT, I.]LrM (1500-1800) taurus historia T Título original: Spain, Europe and tht Witler Worltl. 150().1800, publicado por Yale University Pre5s C> 200Qhn Elliott C De esta edición: Santillana Ediciones Gen~rales, S. L., 2010 Torrclaguna, 60. 28043 Madrid Teléfono 9174490 60 Telefax 91 744 92 24 www.taurus.santillana.es C.Oordinación de la versión española: Marta Balcells y juan Carlos Bayo Imagen de cubierra: Georg Weieler, Atlas sostiene la esfera armilar, Palacio Real, Madrid C Patrimonio Nacional ISBN: 978-84-306-0780-8 Dep. Legal: M-53018-2009 Printed in Spain- Impreso en España Queda prohibida, salvo excepción prcvisia en la ley, CUlllquler fonna de reproducción, diltrlbudón, comunicación pública y uansfonnación de esta obra sin conw con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos. mencionados puede ser conslitutiva de delho contra la propiedad Intelectual (;;irtS. 270 y sgts. Código Penal). ·' ÍNDICE Agradecin1ientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Lista de ilustraciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 7 PRIMERA PARTE: EUROPA I. Una Europa de monarquías compuestas ............ . II. Aprendiendo del enemigo: Inglaterra y Espai1a en la edad moderna ............................ . ID. La crisis general en retrospectiva: un debate in tern1i11able .•................................. IV. Una sociedad no revolucionaria: Castilla en la '.dé.cada de 1640 .................. .' ~ . ~ ~uropa después de la Paz de Westfalia .............. . SEGUNDA PARTE: UN MUNDO DE ULT~~\~ VI. La apropiación de territorios de ultramar 29 55 87 113 133 por las potencias europeas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153 VII. Engailo y desengaño: España y las Indias. . . . . . . . . . . . . I 79 VIII. Inglaterra y España en América: colonizadores y colonizados. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201 IX. Rey y patria en el mundo hispánico................. 231 X. !\fondos parecidos, mundos distintos . . . . . . . . . . . . . . . 255 XI. ¿Empezando de nuevo? El ocaso ele los imperios en las Américas británica y espaüola . . . . . . . . . . . . . . . . 277 f 1 f ( ( ( ( f (. ( ( ( ( { { { ( ( ( { ( ( ( ( ( ( l l l l r-~ l' (l ) l' " ) l) '~ ) ) ' ~, ) ) ) 1 l TERCERA rARTE: EL MUNDO DEL ARTE XII. El Mediterráneo de El Greco: el encuentro ) ) l de civilizaciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303 XIII. La sociedad cortesana en la Europa el siglo xvu: Madrid, Bruselas, Londres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327 ) XIV. Apariencia y realidad en la Espaiia de Velázquez . . . . . . 355 ,) ) J ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ~81 ) )--Z::: ~j J ) 4:z )~ ~~ ~ J ~ \· ) Ajonathan Brown EsPAÑA, EUROPA Y l!L MUNDO DE ULTRAMAR literaria2• En el presente libro, una excepción a los trabajos previamen- te publicados, unas veces en inglés y otras en castellano, es la primera de las Conferencias Dacre, un ciclo anual dedicado a su memoria," que pronuncié en Oxford en octubre de 2007•. He decidido mantenerla en su forma original por estar estrechamente felacionada con algunas de las principales preocupaciones de Trevor-Roper y haber sido inspi- rada al menos en parte por su obra (véase capítulo II). Al responder su propia pregunta, argumentaba que ccensayos [ ... ]de tiempo, pro- fundidad y tema tan diversos sólo pueden soportar la reimpresión si lafilosofia del autor les confiere una unidad subyacente». En el pre- sente caso, no sé ha8ta qué punto se puede decir que estos trabajos expresan una filosofia subyacente, si es que la hay. La medida en que posean unidad.s~ debe a que se derivan de mi .ocupación con algunos temas que me ha~ atraído durante mucho tiempo y a que reflejan lo que espero sea una yisión unificada de los modos en que esos temas se relacionan entre síy con el proceso histórico como un todo. Aparte de _ell.o, todos lo~·ensay~s procuran presentar mis reflexiones y los re- sultados de mis investigaciones en forma que sea accesible a lectores que quizá no. comp~ mis intereses especializados. Aunque los estudios reunidos en este volumen van mucho más allá de España, su historia, sobre todo durante la edad moderna, ha segui- do ·siendo el foco de mis intereses. Como expliqué en España, y su mundo ( 1.500-1700), mi afición por el lugar y su civilizació1i nació como fruto de un viaje de seis semanas en las vacaciones de verano de 1950, durante el cual un grupo de estudiantes de licenciatura de Cambrid- ge recorrimos la península Ibérica'. Bajo las secuelas de la Guerra Civil, a pesar de los esfuerzos de un puñado de excelentes historiado- res que trabajaban aislados en condiciones muy difíciles, la historio- grafia española estaba atrasada según criterios internacionales y los ricos archi_vos ~el país se hall~ban relativamente sin t::xplotar. Fernand Braudel, en su hito La lvléditerranée et le monde méditerranéen a l'é/1oque de Philifrpe JI [El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Fe- lipe 11), p~blicado por primera vez en 1949, había revelado algo de los tesoros que esperaban a ser desenterrados, pero por aquel entonces había pocos investigadores sobre el terreno. Así pues, cuando a prin- cipios de la década de 1950 emprendí en los archivos mis pesquisas 2 H. R 'Il-evor-Roper, HistoricalEssays, Londres, 1957, p. v. • Véase n~ta de los traductores al principio del cap. 2 de este libro. S J. H. Elhou, Spain and its World, p. ix [España y su mundo ( 1500-1700), p. 11]. ..... . ·.~.; ·ri: :;1·lf .iíf '· .)'3 h'' P1u::FAC10 sobre la historia de Espaii.a en la primera mitad del siglo XVII (la Espa- ña del conde-duque de Olivares), tenía el campo prácticamente para mí solo. Los problemas que implicaba la invesúgación eran de enver- gadura, pero también lo eran las posibilidades. El medio siglo transcurrido desde entonces ha conocido una u-ans- formación asombrosa. La transición española a la democracia a me- diados ele la década de 1970 se vio acompañada por la aparición de una nueva hornada ele historiadores que viajaban al extranjero con una frecuencia impensable para la generación de la Guerra Civil y se füaron como objetivo ponerse al día respecto a las tendencias do- minantes en la historiografia internacional. La expansión de las uni- versidades, posible gracias a una economía renovada y floreciente, hizo que proliferaran las investigaciones. A consecuencia de esta. evolución, la historiografía española compite hoy en igualdad de condiciones con la ele otros países y sus representantes comparten las actitudes, las perspectivas y el lenguaje de una comunidad histórica internacional donde se han integrado por completo. La transformación ele la historiografia española ha implicado na- turalmente la transfom1ación del papel que los estudiosos extranjeros pueden esperar tener al escribir una historia que no es la propia. Muchos de éstos, conocidos en Espa11a como hispanistas en general, han hecho en el transcurso de los ail.os contribuciones impresionan- tes a la comprensión y el conocimiento de la lite1-atura, la historia y el arte hispánicos, y sin duda seguirán haciéndolo en los mi.os venideros~ Sin embargo, el número de investigaciones emprendidas en la actua- lidad por los estudiosos espa1i.oles y su voluntad de volver la espalda a la preocupación tradicional de sus predecesores por lo que perci- bían como cela diferencia» o ccel problema» de España han hecho que la era de los hispanistas haya tocado en verdad a su fin. Ya no hay ne- cesidad ele acudir a investigadores extranjeros para llenar lagunas de conocimiento, ni de proponer interpretaciones generadas por los últimos desarrollos en el ámbito internacional. Los esmdiosos espa- ñoles son perfectamente capaces de hacerlo por sí mismos. Ha siclo un placer y un privilegio presenciar, y vivir para contar, ese proceso_ de transformación, un proceso que ha dejado su huella en la selección y tratamiento de los temas estudiados en este libro. Sin em- bargo, sigo estando agradecido a la experiencia formativa de esos años tempranos en que vastas extensiones del pasado espa1iol aún estaban relativamente por explorar. En aquel entonces, el ~·eto con- sistía en abrirse paso a través de las barreras de interpretaciones tra- ' ' f '.' .:: f ,, ... ' " f (f \. , ' ' t l' ~· f i '- f f ' ' ' \. ' \ ' 4 ' 4 \. \. ~ ' ~ "·' ' ~ ' 4' (~ ( j t ~ ' ( 'l ') .-J .), ,, J, J, ,., )) J} :t"' ,, )' ~ ) :. t' ·• ) ) ) ) ) J ) ) ) ', :t. • } ) ) l. ) ) ) \ F.'il'AÑA, E11Ro1•A ,. t:1. Ml'Nno uE u1:rR.utAJl dicionales y conseguir otras nuevas que alcanzaran eco tanto en la España cerrada de Franco como en un mundo exterior que tenía un conjunto distinto de intereses históricos, además de una visión a me-· nudo distorsionada de España y su historia. Esa distorsión provenía de un sentido largamente arraigado del excepcionalismo español. Aunque parte de él estaba inspirado en el romanticismo decimonónico, en gran medida era de cosecha propia, fmto en particular de ia desesperación del país ante lo que se percibía como la constante incapacidad de España para llevar a cabo la transi- ción a la modernidad lograda largo tiempo atrás por los demás estados nacionales. Con una hábil inversión, el régimen del general Franco reinterpretó el fracaso como si fuera un éxito. Sólo Espa11a había lo- grado resistir la tentación de sucumbir a los cantos de sirena del libe- ralismo y el ateísmo para mantenerse fiel a los valores eternos que tradicionalmente se había esforzado en defender. El régimen, pues, se enorgullecía de proclamar que ccEspa11a es diferente». De hecho, todos los países se ven a sí mismos como excepcionales de algú11 modo, pero el excepcionalismo español, utilizado como recurso para explicar la desviación de Espaila, para bien o para mal, respecto al camino to- mado por otras sociedades occidentales, estaba firmemente au·inche- rado en la época en que comencé por primera vez a investigar en los archivos peninsulares. Los resultados de esas indagaciones,jun to a mis amplias lecturas sobre historia británica y europea para mi docencia universitaria, me convencieron de que en reaJidad la España del si- glo xvn guardaba muchas afinidades con otros estados del continente. Al examinar aspectos de su pasado, ya fuera en libros o en artículos, he tratado constantemente de situarlos, donde resultaba adecuado, dentro del contexto más amplio del mundo occidental. Este emperi.o me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza ele la historia nacional y la mejor manera de abordarla. A pesar de los es- fuerzos de muchos historiadores por tratarlas como tales, ninguna nación es una isla•. La España de la edad moderna formaba parte de una comunidad europea que era un mosaico de entidades políticas que iban desde ciudades-estado y repúblicas hasta monarquías com- puestas supranacionales, tema de uno de los ensayos de este libro (capítulo 1). De hecho, la monarquía hispánica gobcrnadci por Fe- • Alusión a las palabras No man is cm i.tlmid, •Ninglin hombre es una isla .. , ele la Meditaciñn X\'11 del poeta y predicador inglésjohn Don ne ( l 5 72-1631), casi proverbia- les en el mundo anglófono. 20 PREFACIO lipe 11 }'los Austrias que.le sucedieron fue la mayor monarquía com- puesta de Occidente, constituida por un complejo de reinos y provin- cias en la península Ibérica y el resto de Europa, además de los · dominios americanos, «el Imperio de las Indias» (capítulo IX). F...spa- ti.a también formaba parte de una comunidad atlántica en desarrollo que inicialmente ella misma había creado en gran parte, al tomada iniciativa en capturar, subyugar y colonizar extensas regiones de te- rritorio al otro lado del océano (capítulo VI). El mundo europeo en que España tenía un papel protagonista y el de ultramar que trataba · de incorporar a su esfera de influencia son dos de los explorados desde distintas perspectivas en estos ensayos. España, Europa y las Américas eran comunidades entrelazadas y sus historias no deberían · mantene1 se separadas. La büsqueda de conexiones es parte esencial de la empresa histo- riográfica y también un modo de contrarrestar el e?'cepcionalismo que emponzrnia la escritura sobre historia nacional. Una red de rela- ciones (diplomáticas, religiosas, comerciales y personales) enlazaba territorió:; y gentes en la Europa de la edad moderna, trascendiendo fronteras y salvando límites políticos e ideológicos. Tambien se exten- día a través del Atlántico a medida que las comunidades colonizadoras se establecían y maduraban en la~ Américas e intentaban definir su lugar en el m1mdo (capítulo X). La cultura de la imprenta, ~n rápido desarrollo, hizo a los europeos más conscientes los unos de los otros y también de los países más allá de los confines de la cristiandad. Los príncipes y estadistas seguían cada vez más de cerca las actividades de sus rivales y con temporáneos y no dudaban en copiarse mutuamente métodos y pr;icticas cuando convenía a sus propios fines. En el mun- do altamente competitivo del sistema de estados europeo en desarro- llo, la imi1 ación resultaba natural, sobre todo entre aquellos que se sentían en situación de relativa desventaja. Así pues, aprender del enemigo, como indica mi tratamiento de las relaciones anglo-espa- 1i.olas (capítulo II), se convirtió en un rasgo de la vida internacional. La predisposición a imitar a los vecinos y rivales cobró aún mayor vigor por el hecho de que la imprenta hizo posible que nuevas doc- trinas e ideas, como la filosofia 1;eoestoica de justo Lipsio o las teorías de Giovanni Botero sobre la naturaleza del poder y la conservación de los estados, encontraran público por toda Europa y moldearan las actitudes de toda una generación, independientemente de su afilia- ción nacional o religiosa. Las clases diligentes del continente, inspi- radac; por un mismo le~do clásico y cristiano y sujetas.a un conjunto 21 ) .. • EsPAÑA. EUROl'A Y EL MUNIJO DE ULTRAt.lA.R común de influencias, operaban dentro de un contexto intelectual que compartían. En consecuencia, sus actitudes y reaccione~, así como las políticas que adoptaban, tendían a seguir líneas en general simi- lares. Aunqu~ la ~uropa posterior a la Paz de Westfalia, surgida ele los trastornos de mediados del siglo XVII, continu~ba siendo un continen- te dividido en muchos aspectos, también tenía muchos rasgos comu- nes (capítulo V). No sólo las élites, sin embargo, estaban expuestas al impacto de información e ideas nuevas. ¿Hasta qué punto fueron esos trastornos de mediada la centuria, hoy denominados en conjunto «la crisis general del siglo XVII» (capítulos III y IV), el resultado ele un virus revolucionario que se propagaba por todo el continente y crea- ba focos de infección a los que ningún grupo social era inmune? Si trazar conexiones puede contribuir a ac~bar con el excepciona- lismo al que ian propensa a sucumbir es la escritura de historia nacio- nal, realizar comparaciones puede desempeñar una función pareci- da". En fecha tan lejana como 1928, Marc Bloch hizo un elocuente llamamiento a favor de una historia comparada de las sociedades e,µropeas&. Desde e.nto.nces, los historiadores se han mostrado más irÍclinados a alabar las virtudes de la historia comparada que a culti- varla. Su vacilación, aunque lamentable, no deja de ser comprensible. La escritura de historia co~parada presenta numerosos problemas, tanto técnicos como conceptuales6• Hay que dominar una bibliografia inmensa y en rápidQ crecimiento, no sólo de una sociedad o estado, sino de dos o más. El material publicado es inevitablemente desigual en calidad y profundidad, lo que complica la tarea de realizar compa- raciones .que se hallen libres de prejuicios y distorsiones. Ta.mpoco resulta siempre daro qué unidades es mejor seleccionar para fines comparativos, si bien es de suponer que la alternativa entre las com- paraciones en términos generales que se extienden ampliamente a 4 Véase mi National and Compamtive History: An Inaugural ú.ctun! Delivmd before tlie University of Oxford on 1 O May 1991, Oxford, Clarendon Press, 1991. La cantidad de alusiones circunstanciales de esta lección inaugural la hace poco adecuada para su reproducción en este volumen, pero he retomado algunos de sus argumentos al es- cribir este prefacio. . 5 Marc Bloch •Pour une histoire comparée des sociétés européennes .. , RntUe de synthese historique.' 46 (1928). pp. 15-30 [•A favor de una histoaia comparada de las socied~des europeas .. , en Marc Bloch, Historia e historiadores, trad. Francisco Javier González García, Madrid Akal 1999]. Por un desafornmado lapsus, la fecha aparece incorrectamente como 1 Q25 e~ el texto publicado de mi lección inaugural. 6 Véase George M~Frederickson, .. comparative History», en Michael I<ammen (ed.), ThtPast Bejore Us, lthaca (Nueva York), 1980, cap. 19. j 1 PkEFACIO través del tiempo y el espacio y las limitadas a sociedades con un mar- co geográfico y cronológico más o menos similar vie.ne dictada por el tipo de cuestiones planteadas. ·Los investigadores de las ciencias so- ciales pueden tender a favorecer las primeras y los historiadores las últimas, pero ambas elecciones poseen validez dentro de sus propios términos de referencia. En cualquier caso, sea cual fuere la decisión, sobre toda tentativa de comparación se cierne el peligro de que la búsqueda de similintdes lleve a subestimar las discrepancias. En todo trabajo contrastivo, la identificación de diferencias es al menos tan imporcante como el descubrimiento de semejanzas. La constatación de que en muchos aspectos Espai1a no era tan diferente de otros estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corrien- te principal de la historia e historiografía occidentales, con claros beneficios para nuestra comprensión del pasado no sólo del país sino también del continente. Con todo, dejar borrosas las diferencias pue- de llevar a tanta distorsión como exagerarlas con un énfasis excesivo en el carácter excepcional de la experiencia nacional. En aproxima- ciones recientes a la historia de España, se corre el riesgo de que el péndulo oscile demasiado lejos hacia el otro extremo. Después de todo, Ja Espaüa del siglo XVI fue tínica entre los estados de la Europa occidental en tener dentro de sus fronteras una numerosa minoría étnica en su mayor parte sin asimilar, la cual, a pesar de su conversión nominal al cristianismo, continuaba aferrada a su fe y costumbres is- lámicas tradicionales. También era única en la posesión de un ilnpe.;. lio de ultramar poblado por millones de habitantes indígenas con sus propios sist~mas de creencias y formas de organización social; un imperio, además, donde se descubrieron el oro y la plata tan codicia- dos por los europeos en cantidades q.ue excedían sus sueños más desmedidos, pero que demasiado a menudo se convirtió en escoria a ojo de los mismos espa11oles (capítulo VII). Estas diferencias por sí solas tuvieron profundas consecuencias para el gobierno y la sociedad de España y contribuyeron decisivamente a que el país se adentrara en la edad moderna por una senda distinta al camino seguido por los estados vecinos. La identificación de diferencias no es suficiente por sí misma. Una vez establec;idas, tanto las semejanzas como las disimilitudes han de ser explicadas. L'l perspectiva comparada, al llevar de la identificación a la búsqueda de interpretaciones, es un valioso instrumento para ·poner a prueba las hipótesis al uso, formular otras nuevas y derribar « t ' f " ( ( ' ( \ ( '-· ( ( ( ' ( ,_ ( ( ( ~ ( ~ ( ~ ( '- ( '( - ( 1.., { ·.,,. ( ~ ( ( -~ ( ~ (_ ( (_ " (. (. { e '- ' l-- ' l t l t~ ' '" l ~ ,, \) ·' ,) ., ·)"' • ~-l ) " J ') ., } ' } ) ·,) ., .) ... J "\ t } ) ' ') • > ) ~. ) ) ) " )' ''\ ) ' ') ) ,, '• ) ) ) \ _} ) } ·) ) (} j ) ESPAÑA, Eul!Ol'A \' 1::1. MUNlln ui:: u1:ntAMA1t suposiciones tradicionales que pueden estar hondamente arrnigadas en la idea que una sociedad tiene de sí misma7• Se trata de un enfoque que aparece en muchos de los ensayos de este libro. Inspiró mi tenta- tiva de estudiar en paralelo las carreras de los dos estadistas que diri- gieron las fortunas de Francia y España en las décadas de 1620y1630, el cardenal Richclieu y el conde-duque de Olivares rcspectivamenteR, y en tiempos más recientes me llevó a emprender una comparnción sistemática a gran escala ele Jos imperios español y británico en Amé- rica, para el cual sinrió de prueba el artículo incluido en este volumen sobre colonizadores y colonizados (capítulo VIIl) 9• Me gustaría pen- sar que este trabajo estableció una relación más estrecha entre un cuarteto de mundos (el europeo y el americano, el espaiiol y el britá- nico) demasiado a menudo compartimentados, sin minimizar al mis- mo tiempo las numerosas diferencias entre ellos. En el capítulo XI, sobre el eclipse del imperio en las Américas espailola y británica, in- tento identificar algunas de estas divergencias y buscar explicaciones para eIJas. · Si estos ensayos exploran aspectos de estos cuatro mundos, a la vez parecidos y diferentes, también abordan otro que me ha interesado durante mucho tiempo: eJ del arte. Mi primera visita al Museo del Prado en el verano de 1950 fue una revelación, sobre todo porque abrió mis ojos a Ja grandeza de Vclázquez. Ya en una fase temprana de mis investigaciones me di cuenta de que el arte y la cultura eran parte integral de la historia que quería contar, pues el periodo que ha sido considerado tradicionalmente como el de la decadencia de Es- paña es también conocido como la edad de oro de sus artes creativas. No era fácil, sin embargo, ver cómo se podía alcanzar Ja integración de est:'ls dos caras tan diferentes del siglo XVII hispánico. La naturale- za exacta de la relación entre los logros culturales de una sociedad y su ventura (o desventura) política y económica siempre ha sido escu- rridiza y el problema no había ocupado seriamente mi atención has- 7 Sobre el método comparado como instnnnento para poner a prueba hipótesis, véase William H. Scwcll,Jr., .. ~(are Bloch and the Logic of Comparativc Hisro1-y ... flis· tory and 17ieory, 6 ( l 967), pp. 208-218. 8 J. H. Elliott, Rir.l1f'litm ,,nrl Olfoarcs, Cambridge, Cambridge Univcrsit}' Prcss, 1984, rcimpr. 1991 [ Rid,,/if'1t y Olivares, tr.icl. Rafael Sánchez Mantero, Barcelona, Crítica, 1984, reimpr. 2002). 9 J. H. Elliott, E111/1ires oftlie Atlmitir. World: Britai11 nud Spain in Amcrira, 1492·1830, New Haven (Connccticut) }'Londres, Yalc Univcrsity Press, 2006 [Imperios rkl mundo atlántico: Espmia y Gmn Bl'f'lmia. en A mérim ( 1492-1830), trad. lldarta Balee lb, Madrid, Taurus, 2006). 24 ' ·. ~ ~ ~ t; ·.:.1 .. ·~ ::.· ... · .. ·' .:~ .•· .;r ·:~} . ~,. ';~4, .. ' ·1··~: .. ~:·. '~~ '.~~:··. '-ir"~:·~ PRUAC"JO ta que me trasladé al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton en 1973. La pltjanza de la historia del arte e~ Princeton fue un acica-. te y me hizo c:úmprcnd~r la importancia de ace.rcaríne'al pasado a través de .ms imágenes así como, más convencionalmente, a través de la palabra esci'ita. Tuve la fortuna de vivir en el vecindario del mayor· experto en Veláz- quez de Estados Unidos,Jonathan Brown. Después de muchas gratas conversaciones sobre distintos aspectos del arte y la histona del arte en ]a España del siglo XVII, ambos decidimos emprender un proyecto en colaboraci<ln que nos permitiría aunar nuestras respectivas com- petencias. Escogimos como tema el Buen Retiro, el palacio de recreo construido por el conde-duque de Olivares para el rey Felipe IV en las afueras de Madrid en la década de 1630. El libro resultante, Un pa-. lacio /Jara el Yf!)'.' el Buen Reti~o y la corte de Feli/Je IV'º, fue una. tentativa de producir una <<historia total», que abarcara tanto el palacio en sí como el contexto, en su.sentido más amplio, en que fue edificado y usado. Comprendía el estudio no sólo de la economía y la política de la construcción palaciega, sino también del mecenazgo y la cultura de la corte, así como de las relaciones de los artistas y hombres de letras con la corona, las clases dirigentes y la sociedad de la que for- maban parte. Desde la publicación de ese libro, la historia del arte ha ampliado enormemente su territorio y la contextualización de las vidas y las obras de los artistas se ha hecho habitual. En consecuencia, se me ha pedido que cont1ibuya a los catálogos de cierto número de importan- tes exposiciones internacionales. En todas las ocasiones se me solici- taba una explicación accesible del entorno cultural, político y social en que el artisr.a vivía y trabajaba, una explicación que enriqueci~ra la compre·1sión y la apreciación por parte del público de las obras exhibidas. Tres de esas contribuciones a catálogos se reimprim~n en este volumen: dos para sendas exposiciones celebradas en la National Gallery ele Londres (capítulos XII y XIV) y la otra para una en el Mu- seo del Prado (capítulo XIII). Aunque ninguna tiene pretensiones de origina!idad, todas ellas tratttn de reunir e integrar información que se halla a menudo inconexa. 10 jonathan Brown y John ·H. Elliolt, A Pal.tic,. Jora Kiug: The Bum Rttiro and the Cortrt of Pliili1-· N, New Haven (Connecticut) )'Londres, Yale University Press, 1980; cdn. rev. yam >liada 2003 [ Uu /mlaéiopari.ulrey. El Bur.nRr.timy la cortú!eFeüpeIV, trad. Vicenle Lleó ~,María Luisa Balseiro, Madrid, Taurus, 2003). ' . 25 •, ) ·. Esl'AÑA, EUROl'A Y El. !>IUNOC> DE ULTRMWt Si hay un motivo conductor en los ensayos de este yolumen, espe- ro que se eºncuentre en mi aspiración a relacionar y comparar. En lo:; últimos años, la proliferación de investigaciones combinada con un grado excesivo de especialización ha conducido a menudo a una re- ducción en los enfoques y a un nivel de concentración en las minucias que hacen dificil apreciar las relaciones con el panorama más amplio. Aún más recientemente, y al menos en parte como reacción, se nos han ofrecido estudios macrohistóricos que recorre1 t de forma emo- cionante, aunque vertiginosa, continentes y pueblos a costa de algo de esa nitidez que sólo se puede obtener con reconocimientos más cercanos al suel.o~ Espero haber c;onseguido en estos ensayos cieno equilibrio entre ambas aproximaciones al abordar problemas que: creo de importancia e interés general y al mism~ tiempo anclarlos e~1 contextos históricos específicos conformados por el Liempo y el espa- cio. El distfoguidó históriador francés Emmanuel Lé Roy Ladurie qasificó una vezJos historiadores en paracaidistas y cazadores de uu- fas~ 1. Me gustaría pensar en este volumen como en la obra de un pa- ra~aidista con uriás cuan.tas trufas en su mochila. , 11 Cuando le pedí a Ladurie Ja referencia hace algunos años, no pudo recorclai'- la, pero me afirmó que podía citarle con segu1idad (e.arta al autor~ -l de mayo d: 1999) .. Se trata del contraste entre Jos paracaidistas que realizan una banda en vastas areas de territorio, como los sold~dos franceses en Argelia en torno a 1960, y los buscadores de trufas que sacan a la luz tesoros enterrados. PRIMERA PARTE EUROPA f ( f ~( ( ( '( '( ( ( f ( ( ( ~ ( \.. { \.: { \. ¡ ( ._ ( ( ( { '- ( ( ( ' .. { \. ( { ~ l ( ( ( (_ ( l-· ( l ' t 'l ( ( l f ~ ) " ,,. ,, ,, ~" )) }~ )." :t "' J) " ) ., ) ~ ,._) , ' . ·~ )' ) ) ) ) ) t t } '· :. J j) ) j J ) } ~ ::t·:' '\'"' •• :.•t. '¡ ·' .:.:· .'.;'- CAPÍTULO 1 VNA EUROPA DE MONARQUÍAS COMPUESTAS E1 concepto de Europa implica unidad. La realidad de Europa, es- pecialmente tal como se ha desarrollado en los últimos quinientos años más o menos, revela un grado acusado de desu_nión, derivado del establecimiento de lo que ha llegado a considerarse el rasgo ca- racterístico dt· la organización política europea en contraste con la de otras civilizaciones: un sistema competitivo de estados-nación te- rritoriales y soberanos. «Hacia 1300 -escribió Joseph Strayer en un libro pequeño pero muy perspicaz- resultaba evidente que laformá política dominante en la Europa occidental iba a ser el estado sobe- rano: el Imperio universal nunca había sido más que un sueño; la Iglesia universal se veía forzada a admitir que la defensa del estado individual tenía prioridad sobre las libertades eclesiásticas y las rei;. vindicaciones de la cristi'andad. La lealtad al estado era más fuerte que cualquier otra y estaba adoptando para algunas personas (en su mayoría funcionarios gubernamentales) ciertas connotaciones de patriotismo» 1• Aquí tenemos en fase embrionaria los temas que componen el programa de Ja mayor parte de la escritura de la historia· en los si- glos XIX y xx sobre el dev¡enir político de la Europa moderna y con- temporánea: el derrumbamiento de cualquier perspectiva de unidad europea basada en el dominio de un ((Impetio universal» o una «Igle- sia universal», seguido por el fr¡icaso predeterminado de todos los intentos ulteriores de alcanzar tal unidad por medio de uno u otro de estos dos elementos, y el largo, lento y a menudo tortuoso proceso por 1 Joseph S1rar1~r. Ori the MP-die11al Origins o/t/11: Modem Stat'-, Princeton (Nueva jer- sey), Princctoo Univcrsity Prcss, 1970 [Sohrt1 los orígn1e.f medieunles del Estado moderno, trad. Horado \'á;:que7. Rial, Barcelona, Ariel, 1981]. p. 57. 2f) i .. ·> EsPAÑA, EUROPA\' EL MUNDO l>E ULTRAMAR el cual algunos estados soberanos independientes lograron definir. sus fronteras territotiales (1~ente a sus Vf!cinos e imponer una autoridad centralizada sob~e sus poblaciones súbditas, mientras que al mis1no tiempo proporcion~ban un foco de l.ealtad a través del establecimien- to de un consenso nacional que trascendía las lhltades locales. Como resultadp de este proceso, una Europa que en 1500 estaba compuesta de ccunas quinientas unidades políticas más o menos it1Cle- pendientes» se había transformado hacia 1900 en una Europa de ~<aproximadamente veinticinco»2, entre las cuales se consideraban las más fuertes aquellas que habían conseguido el mayor grado de in te- . gración como esta.dos~nacipnes con todas las de la ley. Todavía sobre- vivían anomalías. (~o}?re todo la monarquía austro-húngara), pero su condición de tal~s. quedó ampliamente confirmada por los aconteci- mientos del catacli~mo que fue la Primera Guerra Mundial. El subsi- guiente triunfq. dei «principio de nacionalidad» en el Tratado de Ver- s~lles.de 19195 p~eció ratificar el estado-nación como la culminación lógica, y de hecho .nec~s~a, de mil años de historia europea. . ·tpocas diferen.tes .. conllevan perspectivas diferentes. Lo que pare- cía lógico, neces.ario y hasta deseable a finales del siglo XIX parece menos lógico y necesario, y un tanto menos deseable, desde nuestra p~vilegiadaatalayadé principios del XXI. El desarrollo, por una parte, de organizaciones económicas y políticas multinacionales y, por otra, el resurgimiento tanto de nacionalidades «Suprimidas» COlUO de iden- .tidades locales y regionales medio sumergidas han ejercido presiones simultáneas sobre el estado-nación desde arriba y desde abajo. Estos dos procesos, sin duda relacionados de formas que habrán de diJuci- qar futuras generaciones de historiadores, han de acabar por poner en tela de juicio las interpretaciones al uso de la historia europea, concebida ~esde ,el punto de vista de un avance inexorable hacia un . sistema de estados-nación soberanos. Este proceso de reinterpr~tación histórica implica claramente una nueva evaluación de intentos más tempranos de organizar entidades . políticas supranacionales. A decir verdad, uno de tales intentos, el imperio de Carlos V en el siglo XVI, obtuvo una aprobación a medias · 2 Charles Tilly, -Reflections on the History of European State-Making .. en Charles Tilly (ed.), TheFonnation o/NationalStates in WesternEurope, Princeton (Nuevajersey)', Princeton University Press, 1975, p. 15. · · · · · 5 Eric Hobsbawm, Nations and Nationalism since 1780, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, p . .J.31 [Naciones y nacionalismo desde 1780, trad.Jordi Beltran, Barcelona, Critica, 1992, p. 142]. llNA EUROl'1\ IJt: MONARl.,!UÍAS CUMPUl::!>'l;\S desde un sector inesperado poco después de la Segunda Guerra Muri- dial, cuando Fernand Braudel argumentó en 1949 que, con la reacti- \'adón económica de los siglos xv y XVI, la coyuntura pasó a ser «con- sistentemente favorable a los estados grandes o muy grandes, a los ''supercstac.lus" que hoy se vuelven a considerar como la pauta parad futuro, del mismo modo que parecieron serlo brevemente a princi- pios del siglo XVIII, cuando Rusia se expandía bajo Pedro el Grande y se proyectaba una unión dinástica como mínimo entre la Francia de Luis XIV y la Espm1a de Felipe V»". La idea de Braudel de que la historia es favorable o desfavorable alternativamente a extensas formaciones políticas no parece haber estimulado muchas investigaciones entre los historiadores económi- cos y políticos, acaso por la dificultad inherente de cakular el tamailo óptimo ele una unidad territorial en un momento histórico dado. Tampoco las implicaciones de la recuperación de la idea imperial por parte de Carlos V, sobre cuya importancia insistió Frances Yates, pa- recen haber sido aceptadas del todo por los historiadores del pensa- miento político5• Las ideas sobre el estado territorial soberano siguen siendo el principal foco de atención en las visiones de conjunto sobre la teoría política de la edad moderna, a expensas de otras u·adiciones que se ocupaban de formas alternativas de organización política des- pués consideradas anacrónicas en una Europa que había vuelto las espaldas a la monarquía universa}ri y había subsumido sus particula- rismos locales en estados-nación unitarios. Entre estas formas alternativas de organización política, una que ha suscitado especial interés en los últimos a11os ha sido el «estado compuesto» 7• Este interés debe ciertamente algo a la preocupación " Fernand Brauclel, la Médite1ra11ée et le monde méditcrranim a l'époque de Pliilippe ll, 2 vols. París, A. Colin, 1949 [El iHediterráneo y el mundo mediterráneo m la época de Felipe IJ, u-ad. Mario Monteforte Toledo y Wenceslao Roces, 2 vals., México, Fondo ele Cul- tura Económica, 1980], p. 508. . 5 Frances Yates, «Charles V and the Idea of Empire .. , en su Astraea: Tlle I111peti<1l Tlleme iti tlie Si:-:temtli Ctmtury, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1975, p. 1. 6 Para un estudio ctcl tema de la monarquía universal, véase Fr.111z Bosbad1, Mr,. 11m"C:liia Universa/is. Ein politisclier Leitbeg,.iff der Jrül11m New.eit, Cotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1988. 7 •Estado compuesto" (composite state) fue el término usado por H. G. Koenigs- berger en 1975 en su lección de inauguración de la cátedr-.i de historia en el King's College de Londres: H. G. Koenigsberger, .. nominium regale or Dominium politicum et regale», en su Politicians and Vfrtuosi: Essays on Early Modem History, Londres, Hamble- don Press, 1986. Conrad Russell, al aplicar el concepto a la historia británica, prefiere hablar de u reinos mlíltiples .. (mu/tiple kingdoms): véase, por ejemplo, Conr.td Russell, t t ._ t ... f .. ( ~ f lo. ( ·,. ( ,_ ( ( .:~. f '-- ( ·~ ( "" ( ~ ,-· ( ·'"" { ~ { ·- ( ~ ( '- ,. { \. ( ( ( { (( '{ ( ( (( '" ( ( '{ ~~ •l ·~ ., •t l ( ~ \ l, ·, ~. '.,) ~ J> , '}, ,) )7 1)) :t :. ) ~) )> ~ ) ) , •• ) ) ) ) ) ) .. ) ) } j ) ~ ) i t ' J \ F-<;l'AÑA, f.llROrA V F.I. MllNllO DE ULTRAMAM actual eur<;>pea por la unión federal y confederal, a medida que na- cionalidades enterradas vuelven a aflorar a la superficie para reclamar su lugar al sol8 , pero también refleja ~n reconocimiento histórico.cada vez mayor de la verdad en que se basa la afirmación de Koenigsberger de que cela mayoría de los estados del periodo moderno fueron esta- dos compuestos, los cuales focluían más de un país bajo el dominio de un solo soberano». Koenigsberger clasifica estos estados en dos categorías: en primer lugar, los estados compuestos separados entre sí por otros estados o por el mar, como la monarquía de los Habsbur- go espa11oles, la monarquía de los Hohenzollern de Brandeburgo- Prusia o la corona inglesa con su dominio sobre Irlanda; en segundo lugar, los estados compuestos contiguos, como Inglaterra y Gales, Piamonte y Saboya o Polonia y Lituania9 • En el periodo de la edad moderna sobre el que escribe Koenigs- berger, algunos estados compuestos, como Borgoña y la Unión de Kalmar escandinava, ya se habían disuelto o estaban a punto de ha- cerlo, mientras que otros, como el Sacro Imperio Romano, luchaban por su supervivencia. Por otro lado, fueron los sucesores imperiales de Carlos V, provenientes de la rama austriaca de Jos Habsburgo, quienes iban a formar con sus propios reinos heredados y tierras pa- trimoniales un estado cuyo carácter compuesto perduraría hasta su final. Aunque algunos estados modernos eran claramente más com- puestos que otros, el mosaico de pays d 'élections y f1ays d 'étals en la Francia de los Valois y de los Barbones es recordatorio de un proceso histórico que se volvería a repetir cuando Luis XIII unió formalmen- te el principado de Béarn a Francia en 16201º. Un estado cuyo carácter TM. Comes o/ the E11glitli Civil mir, Oxford, Oxford University Pre.u, 1990, p. 27. Más re- cicntemente John Morrill, con el argumento rle que .. 1a noción de monarquía com- puesta tiene una connotación clcmasiado estable e institucional .. , se ha decantado por la poco elegante •aglomeración dinástica• ( dyna.tlic agglomerale), para comunicar mejor la sensación de .. cuán inestable era el compuesto en evolución». Véasejohn Morrill, ... Uneasy lies the Hcad that Wears the Crown". Dyna.o;tic crises in Tndor and Stewart. Britain 1504-1746•, The Stenton Lecture, University of Reading, 2005, pp. 10-11. 8 Véase, por ejemplo, la referencia a desarrollos europeos contemporáneos en el prefacio a Mark Greengrasi; (cd.), C.cmqut.St and Coalesr.r.nce: Tlu~Slio/1ingoftlleState in Early Mndr.rn E11m/1'-• Londres, Eclward Arnold, 1991, una colección de ensaros que presenta estudios de fusión, o intentos de fusión, entre unidades políticai; mayores y menores en la Europa moderna. 9 Koenigsbergcr, ccDnminitwi regale or Dnminirun politicum el wga/e .. , p. l 2. 10 Para una explicación sucinta de los acontecimientos de 1620, véase Christian Desplat, oeLouis XIII and the Un ion oí Béarn to France•, en Greengrass (ecL), Con- quest and Coolesr.enr.e. :J2 ;¡, '., . . ~ " :\ :;,, ' UNA EuRqr,\ OF. MONARQUIAs COMl'llf.sTA.<; era todavía esencialmente ~01npuesto se limitaba a agregar un com- ponente más a aquellos que ya estaban puestos en su lugar. Si la Europa del siglo xvt era una Europa de estados compúestos, en coexistencia con una mfríada de unidades territori~es y jurisdic- cionales más pequefias que guardaban celosamente su estatus inde- pendiente, resulta necesario evaluar su historia desde este punto de vista más que desde la perspectiva de la agmpación de estados-nación unitarios que llegaría a ser más tarde. Es bastante fácil suponer que el estado compuesto de la edad moderna no fue más que una parada intermedia y obligada en elcmnino que llevaba a la estatalidad unita- ria, pero no debería darse por sentado que a caballo entre los siglos XV y XVI éste era/ª el destino final del trayecto. La creación en la Europa occidental medieval de alguna8 unidades políticas amplias (Francia, Inglaterra, Castilla) que lograron construir y mantener un aparato administrativo relativamente fuerte y que se apoyaban en cierto sentido de la unidad colectiva, a la vez que lo fomen- taban, apuntaba ciertamente en una dirección unitaria con firmeza. No obstante, la ambición dinástica, deiivada de un sentido de la familia y el patrimonio hondamente arraigado en Europa, estaba por encima de las tendencias unitarias y amenazaba constantemente~ por su conti- nua búsqueda de nuevas adquisiciones territoriales, con disolver la cohesi6u inte~·na que se estaba alcanza.ndo con tanto trabajó~ Para unos monarcas preocupados por el engrandecimiento, fa creación de estarlos compuestos parecía ún camino fácil y natural hacia adelante. Nuevas adquisiciones territoriales significaban un prestigio real;:adn y en potencia nuevas y valiosas fuentes de riquéza. Todavía se preciaban más si poseían las ventajas adicionales de la contigüidad y lo que se conocía como ccconformidad».jacobo VI (de Escocia) y 1 (de Inglaterra e Irlanda) usáría el argumento de la con- tigüidad para fortalecer su razonamiento a favor de la union de las coronas de Inglaterra y Escocia11 • También se consideraba más fácil mantener la nueva unión donde había marcadas similitudes di lingua, di costumi e di ordini, cede lengua, de costumbres y de instituciones», como Maquiavelo observaba e~ El principe12• Francesco Guicdardíni abundaba.en la misma opinión al referirse a la conformitaque hacía 11 Véase Brian P. l .cvack, Tlie Forma( ion o/ th8 Brilisli Stnte: England, Scotland, and th4 Union, 1603-1707, Oxford, Clarendon Press, 1987, p. fi. 12 Nicollo Machi:wclli, ll Principt', ed. Luigi Firpo, Turín, Einaudi, 1972, cap. 3 [existen diversas 1 raclucciones españolas, entre ellas Nicolás Maquiavclo·, El prinape, trad. Helena Puigdnmencch, Madrid. Tecnos, 1988; también Cátedra, 1997]. :J3 EsPAÑA, EUROl'1\ y liL MUNDO DE ui;rRAMAA del recién conquistado reino de Navarra una adquisición tan exce- lente pa~ Fernando.el Católico1:1. Sin embargo, fa contigüidad y la conformidad no llevaban necesariamente por sí mismas a la unión integral. La Navarra española siguió siendo en muchos aspectos un reino aparte y no. conoció transformaciones c1e envergadura en sus leyes, costumbres e instituciones tradicionales hasta ~841. . · . Según el jurista español del siglo xvujuan de Solorzano Pereua, había dos maneras en que un territorio recién adquirido podía unir- se a los otros dominios de un rey. Una de ellas era la unión ccacceso- ria», por la cu'alun r~in.o o provincia al~untarse con otro pasaba a c9nsiderarsejutjclicamente como parte mtegral suya, de modo. que sús habitantes disfrutaban de los mismos derechos y quedaban stuetos a las mismas.leyes. El ejemplo más destacado.de este tipo de unión dentro dela monarquía hispánica lo proporcionan las Indias españo- :J~, qu~ fuero~i~corporadasjurídicamente a la c~rona de Castilla. La incorporación de Gales a Inglaterra por med10 de las llamadas Acw de Unión (.U~ion4cts) de 1536y1543 también podría conside- rarse una unión accesoria. . · Además había, según Solórzano, la forma de unión conocida como asqueprincipaliter, bajo la cual los reinos constitu~entes c~n~nuaban .. después de su unión siendo tratados como enudade.s .d1st~ntas, de · modo que conservaban sus propias leyes, fueros y pnv1leg1os. «Los reinos se han de regir, y gobernar-escribe Solórzano-,.como si el rey que los tienejuntos,·10 fuera solamente de cad~ u~o ~e.ellos,,1-1. La mayoría de los reinos y provincias d: la mon~rqma 111~p~~1ca }~\.ra gón, Valencia, el principado de Cataluna, los re~nos de S1~1ha y Na_?o- les y las diferentes provincias de los Países BaJOS) enca.iaban .ma~ o menos dentro de esta segunda categoría16• En todos estos terntonos ---;;-Francesco Guicciardini, Legur.io11e diSpagna, Pisa, 1825,.pp. 61-62 (carta XVI, 17 de septiembre de 1512). . . . ·, 14 Juan de Solórzano y Pereira, Obras posthumas, Madnd, 1776 •. pp. 188-18_9:Juan de Solórzano y Pereira, Poütica indiana, Madrid, 1647, reed. Madnd, C~~pama l~b~- . · d p bl'icaciones 1930 libro IV, cap. 19, § 37. Véase tambaenj. H. Elh- roamencana e u ' · ' · · 98 1640 C b ··d The Revolt o/ the Catalans: A Study in the Decline of Spaan 15 - , a~ 11 ge, ott, 'd U . 'ty Press 1963 p. 8 [la rebelión de los catalanes. Un est11dw sobre !a Cambn ge mven1 • • • · M d 'd s· ¡ · _J_ • J. Es·h - (111:98-1640) trad. Rafael Sanchez Mantero, a n , 1g o XXI, dec~"ªª ut: rana ,., ' • ~ '11 p bl' .· 977 141. FJ · d Ayal 'deaspulíticas de juan deSolónano, JeVl a, u acanones 1 ' P· ' . aVJer e a, '' . 946 5 de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de SeV1lla, 1 • cap. · . • · . . 1s El reino de Nápoles era en cierto 111odo una anomalía, pues ~onsutma ~·u te de la herencia aragonesa medieval, pero tarnbién había sido conqmstado en uen~pos más recientes a Jos franceses. En la pr~ctica era clasificado dentro de la categuna de aeque principalittr. . \• UNA EUJlOl'A 1>1:: MONARl,,!Ulti CllMl'lJESTAS se esperaba del rey, y de hecho se le imponía éomo obligación, que mantuviese e] estatus e identidad distintivos ele cada tÚ10 de ellos. · Es Le segundo método de unión poseía ciertas ventajas claras tanto para gobernantes como para gobernados en las circunstancias de Ja Europa moderna, por más que Francis Bacon abundara en sus insu- ficiencias posteriormente en A BrieJDiscourse Touching the Flappy Union o/ the Kingdoms o/ England and Scotland16 [«Breve discurso sobre la feliz unión de los reinos de Inglaterra y Escocia»]. De las dos recomenda- ciones ofrecidas por Maquiavelo en sus lacónicos consejos sobre el tratamiento que hay que dar a ]as repúblicas conquistadas, cca1n1inar- las)) o si no cdr allí a habitar personalmente», Ja primera resultaba desventajosa y la segunda impracticable. No obstante, también pro- ponía d':jar a los estados conquistados «vivir con sus leyes, exigiéiido- les un tributo e instaurando un régimen oligárquico que os los con- serve amigos» 17• Este método era la consecuencia Jógica de la unión aeque principalitery fue empleado con considerable éxito por los Aus- trias en el transcurso del siglo XVI para mantener unida su inmensa monarquía hispánica. La mayor ventaja de la unión aeque principaliterera que, al garanti- zar la supervivencia de las instituciones y leyes tradicionales, hacía más llevadera a los habitantes la clase de transferencia territorial que era inherente al juego dinástico internacional. No hay dtida de que a menudo se producía inicialmente un considerable resemimienco al eucontrarse subordinados a un soberano «extranjero ... Sin embargo, la promesa del soberano de observar las leyes, usos)' costumbn~s tra- dicionales podía mitigar las molestias de estas transacciones dinásLicas y ayudar a reconciliar a las élites con el cambio de se11ores. El respeto de las costumbres y leyes tradicionales suponía en particular la per- petuación de asambleas e instituciones representativas. Dado que los soberanos del siglo XVI estaban habituados en general a crabajar con tales organismos, no se trataba en sí de un obstáculo insuperable, aunque con el tiempo podía acarrear complicaciones, como sucedió 16 Francis Bacon, ·A Brief Discourse Touching the Happy Un ion of che King- doms of Eugland and Scotlancl», en Tlle Wcnks of Frmu:is Bacon, ed.James Spedding, 14 vols., Londres, Longman, 1857-1874, X, p. 96. 17 .. Qzwntlo quelli stati clie s 'acquistano, come e dello, sono consueti a viven! con le loro leggi: e in liberta, " voledi limere;· ci sono tre mocli: el primo, ruinar/e,- l 'altro, mularvi lld llbitare pmotialmtmle; el terzo, lasciarle vivere con le s11a legge, tratmdone una pensione e crta1lduvi clre1Uu unu slato di poclii che le le conservi110 amicJie,., Machiavelli, //Príncipe [Maquiavelo, El ¡11i11dpi:], cap. 5. t f .. f e< .. \.. ( ,_. ~ ( ~ ( .;_:_ ( ·,!: ( ·-- f ·, f ( f (.( ( { ' ( ~ ( ~- ( ; ~. ( i... ( ' ( ( { { .l \, ( l ¿l { ( {. (_ ( l- el e~ 't { t( l ,.., '• )' ' ~' ,, ) ,,, t, ,, )) J> ' ') :t ~ ) ·-. ~ :. t~ }" ) ·~ ) ) ) )"' )~ ,., ) ) ) } J } ) ) j ' j) ) j \ EsrA:Í:A, 1-:UKUI',\ \' t:I. MUNllO llE u1:rn,\MAK con la unión de las coronas de Castilla y Aragón. Las restricciones de las instituciones tradicionales sobre la realeza crai1 mucho más fuertes en los territorios aragoneses que en la Castilla del siglo XVI, tanto que para una corona acostumbrada a una relativa libertad de acción en una parte de sus dominios llegó a hacerse difícil aceptar que sus po- deres eran considerablemente limitados en otra. La disparidad entre los dos sistemas constitucionales también favorecía los roces entre las partes constituyentes de la.unión cuando la expresión llegó a ser una creciente dispa1idad entre sus respectivas contribuciones fiscales. La dificultad para extraer subsidios de las cortes de la corona de Aragón convenció lógicamente a los monarcas para dirigirse cada vez más a menudo a las cortes de Castilla en busca de ayuda financiera, que resultaban más dóciles a la dirección real. Los castellanos llegaron a sentirse molestos por la mayor carga fiscal que se les pedía soportar, mientras que los aragoneses, catalanes y valencianos se quejaban de la frecuencia cada vez meno: con que se convocaban sus cortes y te- mían que sus constituciones estaban siendo subvertidas en silencio. A pesar de todo, la alternativa, que consistía en reducir los reinos recién unidos al estatus de provincias conquistadas, era demasiado arriesgada para ser contemplada por la mayoría de los soberanos del siglo XVI. Pocos diiigentes de la edad moderna estuvieron tan bien situa- dos como Manuel Filiberto de Saboya, quien, tras recuperar sus tenito- rios devastados por la guerra en 1559, se encontró en posición de co- menzar la construcción de un estado saboyano casi desde cero y legó a sus sucesores una tradición burocrática centralizadora que haría ele Saboya-Piamonte un estado excepcionalmente integrado, al menos para lo habitual en la Europa moderna18• En general parecía más seguro, a la hora de tomar posesión de un nuevo reino o provincia que funciona- ba razonablemente, aceptar el statu quoy mantener la maquinaria· en marcha. Algunas innovaciones institucionales podían ser factibles, como la creación de un Consejo Colateral en el reino espailol de Nápoles 19, pero era primordial evitar la alienación de la élite de la provincia con la introducción de demasiados cambios excesivamente pronto. Por otro lado, cierto grado inicial de integración era necesario si el monarca pretendía tomar control efectivo de su nuevo territorio. 18 Para un breve resumen sobre el destino del Piamonte y sus instituciones repre- sentativa.'I, \'éasc H. G. KoenigsberJ<cr, .. The ltalian Parliaments from their 01igins to the Enct of the Eighteenth Ccntury•, en su Politirinns m1d Virtuosi, pp. 54-59. 19 E.o;toy agradecido a Giovanni Muto de la Universidad de Milán por sus 01ienta- ciones sobre los asuntos de Nápnles. 36 l"i .... , ·."' ... : '.)'): UNA EUKOl'A DE MONAJU,¿UfAS CllMl'UESTA.'i ¿Qué instrumento¡ estaban al alcance para conseguirlo? La coacción tuvo su papel en el establecimiento de ciertas uniones modernas, como la de Portugal con Castilla'en 1580, pero el mantenimiento de un ejército de ocupación era no sólo un asunto costoso, como descu- - brieron en Irlanda los ingleses, sino que además podía ir en contra de la misma política de integración que trataba de seguir la corona,~ como se dieron cuenta los austriacos hacia finales del siglo XVII con sus intentos de poner Hung1ia bajo el control real20: Excluida una presencia militar más o menos permanente, las po- sibilidades se reducían a la creación de nuevos órganos institucionales en el nivel superior de gobierno y al uso del patronazgo para conse- guir y conservar la lealtad de las viejas élites políticas y administrativas. Dado que el absentismo real era una característica in·evitable de las monarquías compuestas, era probable que el primer y más importan- te cambio que había de experimentar un reino o provincia puesto en unión con otro más poderoso era la partida de la corte, Ja pérdida de la condición de capital de su ciudad principal y la sustitución del monarca por un virrey o gobernador. Ningún virrey podía compensar del todo la ausencia del monarca en las sociedades altamente presen- ciales de la Europa moderna. No obstante, la solución española de nombrar un consejo de representantes nativos para asistir a:l rey con- tribuyó en ciei·ta medida a paliar el problema, al proporcionar un canal a través de 1 cual se podían expresar las opiniones y agravios lo- cales en la corte y utilizar el conocimiento local en la deterrilil)acion de las directrices políticas. A un nivel superior, un consejo de estado (compuesto mayoritariamente, pero no siempre exclusivamente~ por· consejeros castellaúos) quedaba en reserva como 'un instrunien.to nominal al menns para las decisiones definitivas sobre la líµea gene- ral y para la coordinación a la luz de los intereses de la monarquía hispánica en su conjunto. En la monarquía británica del siglo XVÍI un consejo de estado era algo que brillaba por su ausencia. Los pri.vy councils o cons~jos asesores de Escocia y de Irlanda operaban en Edimburgo y en Dublín, respectivamente, en lugar de en la corte, y nijacobo 1 ni Carlos 1 procuraro~ crear un consejo para toda Gran Bretaiia21 • 20 .John P. Spielman, úopnld! o/ Austria, New Bnanswick (Nuevajersey), Rutgers University PreM 1977, pp. 67y132. · 21 Levack, /oonnation of tlr~ Britisli State, p. 61; Conrad Russell, TM Fallo/ the BritiJh ·, Mnnarr:liw.s 1637-1642, Oxford, Oxford Univcrsity Press, 1991, p. 30. " ·, 37 '• EsPAÑA.; EUROl'A Y El. MUNDO DE ULTfiAMAA En los .nivel~s inferiores de la administración la concepción patr> monial de los cargos e~la Europa moderna hacía difícil sustituir a los funcionarios existentes por otros que pudieran ser considerados más leales al nuevo i;égimen. Además, bien podía haber ·estrictas reglas constitucionales que gobernaban los nombralnientos, como ocurría en partes de la monarquía hispánica. En la corona de Aragón las leyes y constituciones prohibían la designación de funcionarios no nativos y regulaban el tamaño de la burocracia. También en Sicilia los cargos seculares estaban reservados a los natura.les de la isla22• En la I calia continental la corona tenía más margen de maniobra y fue posible la infiltración de funcionarios espafloles en la administración de 'Milán y Nápoles. Con todo, aquí, al igual que en todas partes, no había al- ternativa a una fuerte dependencia de las élites provinciales, cuya · lealtad sólo se podía conseguir y conservar median ce el patronazgo. .Esto daba a su vez a las élites provinciales, como la de Nápoles23 , una influencia sustancial, que podía utilizarse por un lado para ejercer presión sobre la coron~ y por otro para ampliar sil dominio social y económico sobre sus propias comunidades. Esto indica cierta fragilidad respecto a las monarqtúas compuestas, la cual obliga a plantear preguntas acerca de su viabilidad a largo pla- .. zo. No cabe la más niínima duda de que para todas ellas el absentismo rearconstituía un grave problema estructural, que ni siquiera el vigor itinerante de aquel viajero incansable que fue Carlos V pudo resolver del todo. Ahora bien, las constantes quejas de los ca~alanes y aragone- s~s del siglo XVI de que se veían piivados de la luz del sol24 , aun siendo seguramente expresión de un sentimiento legítimo de agravio, pue- den también ser consideradas útiles estrategias pa:m obtener mC:is de . · aquello que apetecían. A los catalanes, al fin y al cabo, como miembros de uha confederación ·medieval, no les era desconocida la realeza ab- 22 H. G. Koenigsberger, Tht Govemment of Sicily unckr Philip ll o/ Spain: A St mly in the Practice o/ Empire, Londres, Staples Pr~ss, 1951 [existe versión española de la edn. rev., La práctica dtl imperio, trad. Graciela Soriano, Madrid, Alianza, 1989], pp. 4 7-48. 2! Rosario Villari, La rivolta antispagtrola a Napoli: le origini ( 1585-1647), Bari, La~ terza, 1967 [La revuelta antit$pañola en NrJpoles. Los orígenes ( 1585-1647), trad. Fernan- do Sánchez Dragó, Madrid, Alianza, 197g]. La medida en que la vieja nobleza conser- . vó su dominio después de la revuelta napolilana de 1647-1tl48 c:s a(m tema de -·discusión. Véase especialmente Pier Luigi Rovito, ocLa rivoluzione costituzionale a Na- poli (1647-1648)•, Rivistti Storica Jtalian<I• 98 (1986), pp. 367-462. No obstante, las éli- tes provinciales, que incluían un nutricio número de togati, también dispusieron de amplias oportunidades para ejercer ¡11f1uencia política. 24 ElJiott, Revoll oftlle Catalmis, pp. 12-14 [La rebelión de los catalanes, pp. 17-18]. il. -~~·~ ·:~l.' ·~t:: UNA f.UROl'A llt: MONARf.!lJIA.'i COMl'llF.S'li\S sentisca y habían aprendido a acomodarse a esta inevitable realidad, no siempre desdichada, incluso antes de la unión de las coronas. · A cambio de un cierto abandono benévolo, las élites ]ocales disfru- taban de un grado de aut.ogobierno que les dejába sin ninguna nece- sidad urgente de cuestionar el statu quo. En otras palabras, las monar- quías compuestas estaban construidas sobre un contrato mutuo entre la corona y la clase diligente de sus diferentes provincias, que confería incluso a las uniones más artificiales y arbitrarias una cierta estabilidad y resistencia. Si a partir de aquí el monarca fomentaba, especialmen- te entre la alta nobleza de sus diferentes reinos, un sentimiento de lealtad personal a la dinastía, que superase las fronteras provinciales, las probabilidades de estabilidad aumentaban todavía más. Esto era algo que Carlos V procuró conseguir cuando abrió las puertas de la orden borgoñona del Toisón de Oro a los aristócratas de los diversos reinos de su monarquía compuesta. Fue algo que también lograron los Habsburgo austiiacos del siglo XVII a una escala mucho más esplén- dida y sistemática por medio del desarrollo de una espectacular cul- tura conesana25• Era más fácil generar un sentimiento de lealtad a un monarca tras- cendente que a una comunidad más amplia creada por la unión polí- tica, aunque sin duda ayudaba que la entidad tuviera un nombre acep- table. Los monarcas que unieron las coronas de Castilla y Aragón trataron ele resucitar vagos recuerdos de una Hispania romana o visi- gótica con el fin de proponer un foco de lealtad potencialmente más amplio bajo la forma de una «España» históricamente restaurada. Pero la Union in Name, o (<Unión de nombre», como la llamaba Bacon20, no era fácil de alcanzar. Para algunos escoceses del siglo XVII, la palabra Britain, ((Gran Bretaii.a», poseía todavía connotaciones negativas27 • Una asociación más estrecha, especialmente si con11evaba benefi- cios económicos o de otro tipo, podía contribuir a fomentar esta leal- tad más amplia, como sucedió entre los escoceses en el siglo XVIII. Tam- bién podía contar la magnética atracción ejercida sobre las noblezas 25 Véase Robertj. W. Evans, TheMakingoftlleHabsburgMonarclly, 15'0-1700, Ox- ford, Oxford University Press/Clarendon Press, 1979, esp. pp. 152-154 [l.<1 morum¡ufrz delos Habl'but-gv, 1550-1700, Barcdona, Labor, 1989, esp. pp. 131-132). 26 Bacon, .. BriefDiscourse .. , p. 96 . , 27 Véase Roger A. Mason, .. scotching the Brut: Poli tics, History and National Myth in Sixtcenth-Ce111ury Britain,,, en Roger A. Mason (ed.), Swtumtl ami Et1glmul, 1286-1815, Eclimburgo,John Donald, 1987. Estoy agradecido ajohn Robertson por esta referencia y también por sus útilc:s comentarios a un primer borrador de este ensayo. . ¡ ! 1 1 11 11 ~ f \' 4! •• \¡: (. ( (. ( ,. ( ( ... f (( {. < ( f ~ { f ~ ( ¡'-' ( ,, ( - ( ( : ( : ( ' .. ( ~ .~ ( ....... ( · .... .... l ~ l / ( "" (l ~· ( .. ' el '~· e '" G{ ·~ tt ~ ( ,,, l J i, '}) ) ) ) ~ ), }· } '. ) ~ ) ) t t t ,. " ) ) ) ) ) ) ) ) } ) J j ) ) ) } ' ' E.o;l'i\ÑA, J::IJROl'A \' t:I. MUNOO O~ ULTRAMAR locales por la cultura y la lengua de una corte dominante: en fecha tan temprana como 1495 un aristócrata aragonés que traducía un libro del catalán al castellano se r~fería a este último como el idioma de «nuestra Hyspa1fa,,2s. Con todo, «España», aun siendo capaz ele des- pertar lealtad en determinados contextos, continuó lejana en compa- ración con lac; realidades más inmediatas ele Castilla y de Arngón. Ahora bien, el sentido de identidad que una comunidad tiene ele sí misma no es ni estático ni uniforme29• La fuerte lealtad a la comu- nidad natal (la pal1iadel siglo XVI)~ no era incompatible de por sí con la ampliación de la lealtad a una comunidad mayor, con tal de que las ventajas de la unión política pudieran ser consideradas, al menos por grupos influyentes de la sociedad, de más peso que las desventajas. Aun así, la estabilidad y las perspectivas de supervivencia de las mo- narquías compuestas del. siglo XVI, basadas en una aceptación mutua y tácita de las partes contratantes, serían puestas en peligro por el rumbo tomado por algunos acontecimientos en el transcurso de la centuria. En potencia, el más alarmante fue la división religiosa de Europa, que enfrentó a los súbditos tanto contra el monarca como entre sí. Si bien los grandes cambios religiosos del siglo constituyeron una amenaza para todos los tipos de entidad política, los estados com- puestos más extensos estuvieron especialmente expuestos, aun cuan- do la comunidad polaco-lituana, fortalecida por la Unión de Lublin en 1569 y fundamentada en un alto grado de consenso entre la aris- tocracia, capeó con éxito el temporal. La conciencia de este peligro alentó a los Habsburgo austriacos de finales del siglo XVI en su bí1s~ queda cada vez más desesperada de una solución ecuménica a los problemas de la división religiosa, un remedio que no sólo reuniera a una cristiandad escindida, sino que también salvara su propio patri- monio de una desintegración irreversible. 28 Citado en Alain Milhnn, C'.olón .v su mentalidad mesiánica m el ambienlf' Jrmici.u:a! nisla ,..spmio~ Valladolid. Casa-Museo de Colón, 1983, p. 14. 29 Para una esLimulante discusión sobre el carácter polifacético ele un sentido de identidad en el proceso ele construcción de estado en Europa, ''éasc Petcr Sahlins, Bormdmícs: Thc 1\.f al1ing of Fra11r~ nnd Spain in ti~ P)•rmir.cs, Berkeley (California), U ni· versity of C..alifornia Press, 1959 [Fnmteres i identilnts. Lafor111aciód"Es/mn.va iFrrmfa a la Cmltmya, sf'gk.t xm-x1x, trad. carnlanajordi Argenté, Vic, Eumo, 1993]. esp. pp. 110. 113. 30 Véase J. H. Ellioll, .. Rcvolution ami Continuity in Early Modcrn Europe•, en Past a11dP,"tSenl, 42 ( 1969), pp. 35-56, rcimpr. en Spnin and its World, 150().1700, Nc\v · Haven (Connecticut) y Londres, 1989 [ ·Revolnc!ón y continuidad en la ~uropa mo-~erna•, en España y srt mundt1 ( 1500.1700), trnd. Angel Rivero Rodrí~cz y Xavicr Gil: Pujol, Madrid, Taurus, 2007}. cap. 5. 40 . :•1 .. 1 ,. UNA EUROl'A llE MONAAQUWi COMrUE.\TAS Los cambios religiosos del siglo XVI sumaron un nuevo componen- Le, extremadamente delicado, a aquel conjunto de elementos (geo- gráficos, históricos, institucionales y, eri algunos casos, lingüísticos) que contribuyó a constituir el sentido colectivo de la identidad de una provincia con relación a la comunidad más amplia del estado. compuesto y al territorio dominante dentro de él. El protestantismo agudizó el sentido de identidad distintiva de unos Países Bajos siem- pre conscientes de las diferencias que los separaban de España, del mismo modo que lo hizo el catolicismo entre una población irlande- sa sometida al rlominio inglés protestante. Así pues, las presiones desde el centro para conseguir la conformidad religiosa tendían a provocar reacciones explosivas en comunidades que, por una razón u otra, sufrían Y" la sensación de que sus identidades corrían peligro .. Cuando se producía el estallido, los rebeldes podían albergar la esperanza de aprovechar la nueva red internacional de.alianzas con- fesionales para obtener ayuda exterior. En esto los gobernantes de estados compuestos muy extendidos eran extremadamente vulnera- bles, pues las provincias alejadas bajo control imperfecto (como los Países Bajos e Irlanda) ofrecían oportunidades tentadoras para la intervención extranjera. ' · · · Las consecuencias de la nueva dinámica religiosa del siglo XVI no se· limitaban a las provincias periféricas ansiosas por conservar sus identi- d~des distintivas frente a las presiones del centro. Castilla e Inglaterra, estados ambos que constituían el núcleo de monarquías comp4estas, avivaron sus propias identidades distintivas durante los trastornos reli- giosos del siglo XVI y desarrollaron un sentido agudo y combativo de su lugar excepciona 1 en los designios providenciales de Dios. Al contribuir a definir su propia posición en el mundo, su agresivo nacionalismo religioso tuvo un impacto inevitable sobre las relaciones en el interior de las monarquías compuest;as de las que formaban parte. LaS resp~n sabilidades extraordinarias conllevaban privilegios extraordinarios. Los castellanos, escribía un catalán en 1557, "valen ser tan absoluts, i tenen les coses propies en tan, i les estranyes en tan poc que sembla que són clls sois vinguts del cel i que la resta, deis homes és lo que és eixit ~e la terra» («quieren ser tan absolutos, y tienen sus propias cosas en tanto, y las ajenas en tan poco, que parece que ellos han venido del cielo y que el resto de los hombres es lo que ha salido de la tierra» )!11• 31 Cristofol Desp11ig, citado en Elliott, Reuoú ofthe Cnlalaus, p. 13 [La 1?/Jelión de los catalanes, p. 16] . . 41 EsPAÑA, EUROPA Y EL MUNUO DE ULTRAMAR El sentido de autoimportancia creció, tanto en Castilla como en Inglaterra, con la adquisición de un imperio de ultramai; una indica- ción adicional de favor divino. Los castellanos, al conquistar las Indias y reservarse los beneficios para sí mismos, aumentaron enormemen• te su propia riqueza y poder con relación a los' otros reinos y provin- cias de la monarquía hispánica. También los ingleses, al hacerse con sus colonias americanas, ensancharon la distancia que les separaba de los escoceses y los irlandeses. Los reyes de Escocia habían intenta- do anteriormente oponerse a las demandas inglesas de una corona imp~rial con la.adopción de una propia52; en el siglo xvu, a medida que la idea de «imperio» llegó a incluir la posesión de dominios de ultramar, los proyectos de colonización escoceses en el Nuevo Mundo podían servir para reforzar la demanda del «imperio» en su nuevo y más moderno sen.tido. En general, el imperialismo y la monarquía compuesta no hacían buenas migas. La posesión de un imperio de \lltramar por una parte de una unión animaba a pensar en ténninos de· dominación y subord~nación de un modo que iba contra la entera cól)cepción de una monarquía compt testa unida aeque principaliter''. ·Allí donde uria parte componente de una monarquía compuesta no sólo es evidentemente superior a las otras en poder y recursos, sino además se comporta como que lo es, las otras partes tendrán la sen- sación natural de que sus identidades se hallan bajo una amenaza cada vez mayor. Es lo que sucedió en la monarquía hispánica en el . siglo XVI y principios del XVII, cuando con relación a Castilla se vieron eri una creciente desventaja los demás reinos y provincias. La preocu- pación aumentó por los comentarios amenazantes o despectivos de castellanos en altas instancias y por el reforzado control castellano · sobre la administración después de que en 15_61 la c:orte se establecie- ra definitivamente en Madrid. Las necesidades financieras de un rey que tendía a ser visto cada vez más como exclusivamente castellano eran también fuente de creciente inqui~tud. Incluso donde, como en la corona de Aragón, la existenfia de asambleas e instituciones repre- sentativas actuaba como un freno eficaz sobre las nuevas iniciativas fiscales, había una desconfianza generalizada y comprensible sobre las intenciones de Madrid a largo plazo. Los reinos que temían el s2 Estoy agradecido a David Stevenson por sus orientaciones sobre este punto. · ss Compárese con la equipar&\ción c:ntre italianos e indios realizada por un mi nis- · tro de Felipe 11, citado en Koenigsberger, Government of Sicily [La práctica del i111p1:1io], p.48. ; " '1:' ( ·} .. . ' UN . .\ EUl(OPA llE MONARQUÍAS t:tlMPUt:S"li\S menoscabo de sus libertades escudriliaban cada movimiento de los funcionarios reales que pudiera interpretarse como una violación de sus leyes y reforzaban sus defensas constitucionales dondequiera que les fuera posible. No es casualidad que el famoso júramento de lealtad aragonés .. medieval», con su rotunda fórmula ccSi no; no», fuera en realidad una invención de mediados del siglo XVI :1-1. Los juristas de Aragón, como los ele otras partes de Europa'5, estaban muy ocupados con el redescubrimiento o invención de constituciones y leyes tradi- cionales. Las alteraciones de Zaragoza en 1591 fueron la revuelta de una élite dirigente, o una sección de ella, que buscó y encontró la justificación para su resistencia a la corona en la defensa de sus justas (pero no siempre jusramente interpretadas) libertades aragonesas. La respuesta de Felipe II ante este levantamiento se enmarcó en un comedimiento que sin duda debía algo a su prudencia natural, reafirmada por la experiencia de la rebelión de los Países Bajos en la década de 1560, pero que también parece expresar las actitudes mo- rales y din<isricas que gobernaban la visión del mundo tradicional en los Habsburgo. A pesar de las suposiciones contemporáneas y posee- riores en sentido contrario, el reino de Aragón, aun despojado de algunos de sus privilegios y acuerdos institucionales, retuvo su carác- ter esencialmente contractual y constitucionalista51i. Unos pocos años anees una predisposición similar a aceptar los arreglos institucionales y constitucionales existentes había sido el fundamento de la política de Felipe 11 para la unión entre Castilla y Portugal. Según el tradicio- nal estilo de los Habsburgo, esta unión de coronas en 1580 fue otra unión dinástica, aeque principaliter, cuidadosamente concebida para garantizar la supervivencia de la identidad diferente de Portugal, así como la de su impeiio. La única medida específicamente integradora fue la abolición de puestos aduaneros entre los dos reinos, un intento de unión arancelaria que fue abandonado en 159237• "' Véase Ralph A. Giesey, lf not, tiot: The Oath o/ tlie Aragonese 1md tlie Le~ndary Laws o/Sobmt'be, Princeton (Nuevajersey), Princeton University Press, 1968. 55 Vé~e Donald R. Kelley, Foundations o/ Modeni Historical Sc/10/m-sliip: Language, Law anti Hist~ry in tite Frencli Renaissmice, Nueva York, Columbia University Press, 1970. !IG Sob1:e la supe1vivencia del constitucionalismo aragonés, véase Xavier Gil Pttiol, ccL1S cortes de Aragón en la edad moderna: comparación y reevaluación .. , Revista de las Cortes Generales, 22 (1991), pp. 79-119. 37 Para una breve visión de conjunto sobre la unión durante seseuta años entre Castilla y Portugal, véase J. H. Elliott, .. The Spanish Monarchy aud the Kingdom of Portugal, 1580-1640 .. , en Greenb'Tass (ecl.), Co11quesl anti coa/esce11ce. ~ ( \ 1 ~ f J " ;... ( f .. ( ...... ¡. (' '- ( ·~ ( - ·;, :I ( ( \. { : / ~ I· ( ¡ 1 f : ~ , ( i '.\ ~ ... \. ( : ~ ( ;j { ; ~ ( 1< 11 { - e !l \, ( ! f ~ 1 ~ , ( e;,,_ ¡' " ( ;t ( i1, l ·= rl "- ~. l !1 l ;¡ I¡ (_ .J : ~ ( !J :· \. i ,. l .f \. { l, : i !I ( l ,. :¡ ' l ~· { \. : I ( ~ { r ') ~ ) . )t ) . ) ' ~ ' } , ~ t ) ) ) ) ) .:. , } } } } _) } ) ) j ,) } J ~) ,J J . } } J ) .! r) ) ) ) 1 ) 1 ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) EsrAÑA, EUKOl'A ,. E.L MllNUO DE. ULTRAMAR Es significativo que sir Henry Savile, al considerar en 1604 en su análisis de los proyectos dejacobo 1 para la unión angloescocesa una serie de ejemplos históricos (Lituania y Polonia, Noruega y Suecia, Aragón y Castilla, Bretafia y Francia, y España y la Inglaterra de María Tudor), seleccionara Ja unión entre Castilla y Portugal como «en mi opinión la más parecida a la nuestra»38• Aunque a duras penas fuera el tipo de unión perfecta al que aspirabajacobo I, una unión dinás- tica, aeque principaliter, que conservaba las identidades distintas de los reinos juntados, seguía siendo la forma de unión más fácil de conse- guir, y su medida integracionista de mayor alcance (la abolición de barreras aduaneras) resultó ser tan imposible de mantener en el caso escocés como en el portugués'9• La prueba de la realeza a partir de entonces, y Jacoho 1 fue lo bas- tante sabio para comprenderlo, era buscar cualquier oportunidad para inducir a los dos reinos en unión hacia una mayor uniformidad (en legislación, religión y gobierno), mientras que se trabajaba, por enci- ma de todo, para suprimir la hostilidad mutua que acompañaba a toda unión de estados independientes. Esta misma política pragmática sería seguida por Luis XIII en la unión de Béarn con Francia en 16204º y concordaba en gran medida con el pensamiento contemporáneo ela- borado dentro, y acerca, de la monarquía hispánica. Teóricos como Giovanni Botero, Tommaso Campanella y Baltasar Álamos de Barrien- tos dedicaron muchos esfuerzos al problema de cómo conservar una monarquía compuesta y prepararon abundantes propuestas, tales como los matrimonios mixtos entre las noblezas y una distribución equitativa de los cargos, que conducirían a una '~usta correspondencia y amistad» entre los pueblos de España y les haría posible «familiari- zarse los unos con los otros»"1• Esta idea de «familiarizar>)"2 a los pue- blos de la monarquía hispánica entre sí sería retomada por el conde- duque de Olivares, con el fin de acabar con lo que llamaba la «sequedad ss Sir Henry Savile, .. Historicall Collections .. , rcimpr. en 711t Jacobean Uni<m: Six Tracts o/ 1604, ed. Bruce R. Galloway y Brian P. Lev-dck, Eclimburgo, Scottish History Society, 1985, p. 229 . . s9 Levack, Fonnotion o/ t/il! JJritish Statl!, p. 148. La reciprocidad comercial entre Inglaterra y Escocia, introducida en 1604, tuvo que ser abandonada en 1611. ' 40 Desplat, «Louis XIII and the Un ion of Béam to France•. 4l Tommaso Canipanella, A Discourst! 1our.hing tlie S/mnisll M011nrcliy, Lonrlres, 1654, p. 125 [existe versión española comparativamente reciente de /JI! mnnnrr.hia hi.sfmuicn <liJctmm: Tommaso Campanella, La mnnarquia hispánico, trad. Primitivo Ma- riño, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982) ~ · .. -12 Elliott, Revnlt "fflv. (',atalm1s, p. ~04, n. 2. [/A TPbelión cklo.t catnlnnts, p.183, ·n. 48]. · 44 1• · .. · .. ~~ ·~ . " ........ ·. _.,. r:· .•: UNA EUROl'A UE MONAAQUIAS OOMPUE.STAS y separación de corazones»43, en sus grandes proyectos reformistas de la década de 1620, que incluían una unión más estrecha por medio de la defensa mutua. La unión de corazones (la «unión de amor» de Jacobo I)"" sería el resultado ~.atura! de la Unión de A.rnlas45 •. Imbuidos de la doctrina de justo Lipsio sobre el estado ordenado y disciplinado (donde la unidad de religión se consideraba indispensable para el mantenimiento de la cohesión política y social), los gobernantes del siglo xvu utilizaban el discurso de la unión en todas partes"6• No obstante, Lipsio también había advertido contra un excesivo celo en la in traducción de cam bios47 • A pesar de ello, hacia la década de 1620 se aprecian entre estos gobernantes indicios de una creciente impaciencia con el sistema de unión aequefmndpalitery su corolario de unificación por métodos lentos y pragmáticos. Había llegado al poder una nuew generación de estadistas con un alto concepto de la prerrogativa real y una menor tolerancia que la de sus predecesores respecto~ una diver- sidad vista como un obstáculo a un gobierno eficaz. Las actividades de · los estados mayorita1iamente protestantes en las tierras patrimoniales austriacas, que culminaron en 1618-1620 con la revuelta de Bohemia, reafirmaron a ojos de Fernando II y sus consejeros la importancia fun- damental de la unidad religiosa para la supervivencia de su propio es- · tado compuesto. Aunque una vez aplastada la revuelta se permitió a Bohemia conservar cierto grado de su anterior autonomía48,·la búsque:. da de uniformidad en las creencias y prácticas religiosas parecía una concomitancia natural del ejercicio apropiado del poder del príncipe (según pensaba también Carlos I Estuardo respecto a Escocia). H ,\ltmnrin/eJ y,wrl<u dt!l ComleDur¡tte ele Olivares: ed.J. H. Elliott y José F. de la Peiia, 2 vols., Madri.d, Alfaguara, 197R-l 981, I, p. l 87. . "" ·lntroduct·on·• ajacobean U11ion, ed. Gallowdy y Levack, p. xli (•union of love .. ). . . . · .
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