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Este libro está dedicado a quien me quiso —entre días de vino y rosas— y a mis fieles amigos Las palabras que no tienen corazón y no co- munican sólo pueden traernos regresión y locura. ROSA MONTERO Correspondencia con el autor: Facultad de Filosofía y Educación Av. Blasco Ibáñez, 30 46010 Valencia Vicente.Garrido@uv.és PRÓLOGO A LA SEXTA REIMPRESIÓN Han transcurrido tres años desde que saliera El psicópata, y en este periodo he podido comprobar el gran interés des- pertado por lo que alli se decía, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Ahora, al celebrar su aparición en este for- mato, para su sexta reimpresión es oportuno preguntarse acerca de las razones de ese interés. Pienso en dos, especialmente. La primera se halla en su ca- pacidad para sugerirnos soluciones o respuestas a episodios que han cruzado nuestras vidas en un momento u otro, pero que quedaron sin respuesta. ¿Por qué tal persona, a la que creía mi amiga, me hizo esa jugada tan sucia que estuvo a punto de arrui- nar mi crédito profesional, ganado con tanto esfuerzo? ¿Por qué mi marido cambió de forma tan súbita una vez comprendió que ya me tenía «en el bote», y se dedicó a aprovecharse de todo lo que yo había conseguido? En efecto, muchos de los lectores de las reimpresiones anteriores me dijeron: «Ahora puedo enten- der cosas que me angustiaban y cuya interpretación no podía siquiera imaginar». De este modo, saber que existe este trastorno y cómo opera es algo importante, una necesidad desde el punto de vista de la higiene social mental. Porque al peligro que supone el psi- cópata en sí, ha de añadirse el de su desconocimiento. Mien- tras que la gente siga creyendo que los psicópatas son sólo asesinos en serie o monstruos de degeneración, su peligrosi- dad quedará limitada a aquellos sucesos brutales que de vez en cuando conmueven a la opinión pública, pero éstos no nos dirán nada sobre los psicópatas integrados, es decir, aquellos que viven junto a nosotros camuflados bajo la máscara de la amabilidad y la decencia. La segunda razón es la gran capacidad dramática que tie- ne el psicópata en sus actos y designios, dramatismo que ya advirtió Shakespeare cuando concibió a Ricardo III, Lady Macbeth o Yago, personajes de componentes psicopáticos in- contestables. Lo que quiero decir es que los psicópatas encar- 7 nan las peores pesadillas, dan sentido real a las pasiones, las traiciones y los deseos más oscuros del hombre y la mujer; y todo esto se sabe que ha nutrido al arte de la novela, el teatro y el cine desde los comienzos, porque sus semillas se encuen- tran en la misma cuna de la tragedia griega, en el nacimiento de los primeros grupos de Homo sapiens, porque la psicopatía surgió en el primer momento y lugar donde fuera posible vi- vir explotando a los otros, imponiendo una astucia y una vio- lencia superiores. A medida que las leyes y las sociedades iban denunciando más estas prácticas, los psicópatas tuvieron que aprender a fingir, a aparentar ser gente honesta y encantado- ra... y confiar en esas dotes para subvertir las defensas de los sujetos o las empresas que no advertían su peligrosidad. Esta reimpresión no es una nueva edición; ha pasado poco tiempo para forjar un libro con cambios sustanciales. Pero, aunque algunos de sus casos queden hoy fuera del primer plano de la actualidad, su relevancia se mantiene porque for- man parte de un mosaico amplio, donde confluyen muchos tipos de acciones que ilustran características de personalidad propias de la psicopatía, y nos muestran claves esenciales para comprender este trastorno. Comprender al psicópata es algo más que un ejercicio in- telectual o una necesidad para el médico o psicólogo que ha de avenirse al trato con ellos. Es una medida de prevención radical que cualquiera debería asumir como una forma harto eficaz de evitar vivir situaciones rayanas en el desconcierto y la degradación, cuando no en la violencia y la locura. Vicente GARRIDO, enero de 2003 1. PRESENTANDO AL CAMALEÓN/PSICÓPATA Camaleón. Nombre aplicado a varias espe- cies de reptiles saurios del género chamaeleon... Persona con habilidad para cambiar de actitud, adaptando en cada caso la más ventajosa. (Diccionario de María Moliner) Eugenia es una chica venezolana aficionada a rela- cionarse con mucha gente mediante Internet, como mi- llones de personas en el mundo. En junio de 1998 enta- bló relación con un catalán, Enric, por este medio, en un canal de charla. Ella, desde Caracas, y él, desde Barcelo- na, llegaron a intimar. En pocos días se habían converti- do en una pareja romántica que dedicaba varias horas a hablar de esas cosas de las que hablan los enamorados. Él le había enviado su foto, y aparecía realmente apues- to. Además, era piloto de aviones. La llamaba con fre- cuencia por teléfono. «Tenía una labia increíble», dice Eugenia; «yo no quería salir de casa para poder seguir hablando con él». 1 En pocos días, Enric la convenció para que viajara a España y se reuniera con él. Después de enviarle un gran ramo de flores, le hizo llegar un pasaje de avión de ida y vuelta. «Soy la menor de cuatro hermanos, y cuando se lo dije a mis padres casi se mueren del susto». Pero tal y como fueron las cosas, el susto iba a ser para ella. Cuando em- barcó para Barcelona, el 9 de agosto, dejó tras de sí su trabajo en una compañía de publicidad, su piso de alqui- 1. El País, 22 de octubre de 1998 8 ler y todos sus enseres con el encargo de que se vendieran. Iba a reunirse con el amor de su vida. Cuando llegó al moderno aeropuerto de Barcelona, su galán parecía ser otra persona. «Por Internet era una persona culta y educada. Tenía muy buen humor y me hacía reír muchísimo. Cuando le vi, comprobé que no te- nía nada que ver con la imagen que yo me había creado de él. Era más bajo de estatura de lo que me había dicho, no iba muy bien vestido y estaba siempre malhumorado». Enric fue a recogerla con un todo terreno muy sucio debi- do, según él, a que su casa estaba en obras. Posteriormen- te la trasladó a un apartahotel, donde convivieron por es- pacio de dos días. Él se ausentaba unas horas porque, explicaba, tenía que ir a volar. Esos dos días fueron normales, pero la noche del miércoles algo sucedió: «Me llevó a dos clubes de inter- cambio de parejas. Le dije que no estaba de acuerdo con eso, y me dejó en el hotel. Al día siguiente me llamó para decir que se iba a retrasar. Todavía le estoy esperando». ¿Qué había sucedido? Eugenia empezó a investigar por su cuenta. Primero fue a la dirección que él le había dado en un pueblo cercano a Barcelona, pero tal direc- ción no existía. Llamó luego a la compañía aérea a Madrid (ya que ni siquiera tenía una delegación en Barcelona), pero no conocían de nada a Enric. Eugenia no daba crédi- to a lo que estaba pasando. Completamente desconcerta- da, recurrió a un detective privado, Jorge Colomar. Éste fue capaz de darle las respuestas que buscaba. Descubrió que, en realidad, «lo único cierto era el nombre, Enric, y qúe se trataba de un delincuente habitual que había esta- do detenido en 11 ocasiones; incluso había pasado perio- dos en la cárcel, siempre por pequeños robos, y que, en ese momento, estaba reclamado por la justicia». Además, el galán informático se había quitado años; no tenía 36 años, como le había dicho a Eugenia, sino 40. Desgraciadamente, Colomar no fue capaz de propor- cionar a Eugenia una respuesta quizás más importante que el hallazgo de que su Romeo era un vulgar delincuente: la respuesta a la pregunta de por qué alguien se gasta 500.000 pesetas en traer a una chica de Venezuela en medio de una historia llena de mentiras que no parece conducir a nada. Seguimos en Barcelona. Octubre de 1998. 2 Estamos en el cinturón litoral. Unamujer circula por su carril al volante de su coche. Al llegar al Pla del Palau, observa que hay una señal de giro obligatorio hacia la izquierda. Como la mujer pretende seguir recto, le pide educa- damente permiso a una furgoneta que tiene delante —y que está esperando el cambio de semáforo— para ade- lantar por la derecha y seguir su camino. El conductor de la furgoneta, al ver que la mujer pone el intermitente e inicia la maniobra de adelantamiento, toca reiterada y enfurecidamente el claxon e, impidiendo que siga avan- zando, aprovecha la superioridad física de la furgoneta para, iñaca!, abalanzarse sobre el turismo y chocar con él cual pirata al abordaje, al grito de «igilipollas!», «imala puta!» y otras lindezas. 17 de diciembre de 1997, Cúllar Vega, provincia de Granada. Ana Orantes se había hecho famosa porque quin- ce días antes había denunciado en Canal Sur, la televisión andaluza, que su marido, José Parejo, la había estado mal- tratando durante 40 años de vida en común. Ese día, Ana llega con su coche a la vivienda de dos pisos que ambos compartían (un piso cada uno), porque el juez había de- terminado tal circunstancia, sin que todas las denuncias y • 2. Sergi Pámies para El País, 5 de noviembre de 1998 10 11 quejas de Ana hubieran servido para otra cosas Parejo sabe lo que tiene que hacer. Coge un bidón de gasolina y se lo echa por la espalda a su mujer; luego la quema viva. En el pequeño jardín de su casa hay una manguera, pero él no hace nada. Se queda inmóvil, observando cómo Ana se consume entre las llamas. En el juicio, Parejo llora con gran emoción; asegura que Ana le había insultado previamente, y que eso le hizo perder la cabeza. Sin embargo, los hijos tienen una opi- nión bien diferente. Francisco, de veinte años, dice: «Mi madre era incapaz de insultarle. Le tenía demasiado mie- do, sobre todo estando sola». Piedimonte San Germano, sur de Italia, 18 de no- viembre de 1998, fecha de la desaparición de Mauro lavarone, de 11 años. Eric, un peruano y conocido del niño, de 17 años, le acompaña a donde se hallan otros chicos, entre ellos Denis Bogdan, de 19. Eric se marcha, una vez cumplida su misión. Ha dejado a Mauro en un bosque distante unos 20 kilómetros del pueblo. Allí Denis y sus amigos matan a Mauro, destrozándole la cabeza. 4 ¿Cuál fue el motivo para acabar con la vida de un niño de once años? En un principio se pensó que el asesi- no podía ser un pederasta, alguien que quisiera matarlo para ocultar la denuncia por el abuso a que hubiera some- tido a Mauro. Pero la verdad era mucho más inconcebi- ble. La razón la dio el propio «gancho» del crimen, Eric, quien había oído a Denis planear el asesinato: «[le asesina- ron sus amigos] porque molestaba, hablaba más de la cuen- ta y se metía en todo lo que no le importaba». 3. El País, 10 y 16 de diciembre de 1998 4. El País, 30 de noviembre de 1998 12 Son estos ejemplos hechos muy dispares, que no pa- recen tener ninguna relación. Sin embargo, la tienen. Los actos que se describen son antisociales, algunos de una gran inhumanidad. Pero, sobre todo, son absurdos, inex- plicables, casi diríamos que son actos estúpidos. Aun a ries- go de equivocarnos, diríamos que son comportamientos claramente psicopáticos. En este libro aparecen muchos casos de comportamien- tos de esta especie. Muchos son claramente criminales, mien- tras que otros son más ampliamente contrarios a la socie- dad («antisociales»), siempre inmorales, humillantes para una o más personas, vejatorios para la dignidad humana. ¿Por qué alguien se inventa una apostura y un presti- gio social, se gasta en una chica medio millón de pesetas, y luego la deja abandonada a los dos días? ¿No podía tener a las mejores chicas de alterne de la ciudad con ese dinero? ¿No sabía que su fachada se iba a desplomar cuando Eugenia llegara a conocerle, bajito, sucio y malhumorado? ¿Por qué un conductor reacciona como un salvaje cuan- do una chica le pide amablemente paso en un semáforo? ¿Por qué un hombre mata sádicamente a una mujer después de haberla torturado durante cuarenta años? ¿Por qué unos jóvenes matan sin piedad a un niño de 11 años cuyo único pecado pareció consistir en ser un «pesado»? ¿No había otra forma de librarse de tan molesta compañía? Este libro es una propuesta para explicar esos por- qués. No pretendemos haber elaborado un catálogo de ho- rrores. Quizás se trata más bien de «horrores cotidianos», porque el camaleón no sólo es un criminal. Puede estar perfectamente integrado en nuestra sociedad, vivir en la puerta de al lado. Puede ser un político, el director de una prisión, un policía, un profesor universitario, un emplea- do de banco o un camarero. La tesis fundamental de este ensayo puede resumirse en estos puntos: 13 1.Muchos comportamientos que actualmente son ca- lificados de «incomprensibles» son obra de psicópatas. Y pretendemos explicar quiénes son y por qué hacen lo que hacen. 2. Los psicópatas criminales son muy peligrosos. Cons- tituyen los delincuentes más violentos, y nutren muchos de los casos de maltratadores de mujeres y niños, asesinos en serie, violadores sistemáticos, asesinos a sueldo y multirreincidentes. Es preciso llegar a identificarlos y ha- cer un esfuerzo para que reciban una atención adecuada. 3. Pero otras muchas personas son psicópatas y no se dedican al crimen. Viven en nuestra escalera, son nues- tros maridos o amantes, nuestros hijos, nuestros compa- ñeros de trabajo, nuestros políticos... Es vital comprender este hecho, darse cuenta de la magnitud de este proble- ma. 4. Los psicópatas que no son delincuentes habituales se adaptan a muchas circunstancias, se camuflan, mani- pulan, desacreditan nuestras instituciones públicas, soca- van nuestra confianza en la gente, son capaces de llevar- nos al infierno en vida. Dado que están especialmente pre- parados para desoír las necesidades de los demás, dado que son capaces de dañar y maltratar sin reparar en nada, constituyen uno de los mayores desafíos que tiene la hu- manidad en el siglo xxI. 5. Hay una predisposición hacia la psicopatía. Parece difícil rebatir esa opinión con los datos científicos en la mano. Pero resulta igualmente importante recordar que el medio social que entre todos levantamos para vivir no- sotros y nuestros hijos puede ser de vital importancia para inhibir de forma relevante este fenómeno, o bien para fo- mentarlo, para construir lo que algunos autores han lla- mado «una sociedad psicopática». Hemos desarrollado una extraordinaria tecnología en los últimos cincuenta años. Desgraciadamente, nuestra capacidad para organizar la sociedad no ha ido a la par. 5 Junto a artilugios y avances médicos que han dejado obsoletas muchas novelas de ciencia ficción de hace unos años, hemos creado o extendido problemas «globales» que nos llenan de ansiedad: el crimen y las drogas, la contami- nación ambiental, los genocidios, los innumerables acci- dentes de tráfico... Pero a menos que pensemos que tales lacras sean un resultado de la evolución natural, habre- mos de convenir que la mano del hombre se halla detrás de estas calamidades. Nosotros planteamos la idea de que tales problemas s agravan de modo extraordinario gracias a la acción de lo psicópatas o, al menos, como resultado del comportamient de personas que, sin desarrollar plenamente esa condición han adoptado formas psicopáticas de relación con los demás De ahí que creamos que la calidad de vida de nuestr especie y de nuestro planeta pase necesariamente por lu char contra la extensión de la psicopatía. Porque la mal dad y capacidad destructiva de estos sujetos resultan ob vios cuando estamos frente a un personaje notoriament público, como Milosevic o Sadam Husein; pero la conduc ta de millones de ellostodos los días desliza la convivenci hacia simas miserables para otros millones que se relacio nan con ellos. Este libro pretende demostrar que ninguna arena e estéril para la psicopatía. Los hay artistas, intelectuale analfabetos, pobres y ricos. Algunos casos están convenie temente documentados, bien por los informes público existentes (caso del violador del Ensanche), bien por nue tro conocimiento personal del caso. Pero la gran mayorí 5. V. Garrido, P. Stangeland y S. Redondo (1999), Principios Criminología, Valencia: Tirant Lo Blanch, capítulo último. 1 4 1 se describe por fuentes indirectas, como artículos de pren- sa o comentarios en libros. Es importante que el lector entienda que, salvo que se diga así de modo expreso, no suponemos que el caso en particular represente a un au- téntico psicópata, sino que ilustra el comportamiento que un «psicópata típico haría», o bien propicia la reflexión para ejemplificar diversos grados de psicopatía. Un ejemplo es Luis Roldán. Nosotros no lo hemos es- tudiado, ni hemos tenido otra información que la que se ha revelado en los medios de comunicación. No podemos de- cir que Roldán sea un psicópata. Pero sí que podemos ase- gurar que muchas de las cosas que se ha acreditado que ha hecho Roldán (fingir estudios que no tenía; organizar baca- nales siendo un alto cargo de la nación; trepar desde la nada a puestos de gran confianza; robar y engañar de forma in- creíble; protagonizar situaciones bufas e incomprensibles...) son cosas muy características de los psicópatas, son compor- tamientos psicopáticos. Si Roldán no es un psicópata, mu- chos de sus actos (los que han trascendido) sí lo son. 1.1. SAURIO/REPTIL Al comienzo del libro figura la definición de lo que es un camaleón. ¿Por qué un camaleón es una buena metá- fora para el psicópata? En primer lugar, el concepto de saurio nos describe lo más esencial de este personaje: su capacidad de evitar las emociones humanas más genuinas y alzarse como metáfora del mal, o de la Bestia. Lo ha escrito con su habitual maestría Rosa Montero: 6 6. Rosa Montero para El País, 15 de diciembre de 1998 16 Qué bestia es en verdad la Bestia: qué irrazonable. Caer en brazos de la Bestia supone prescindir de la autocrítica y ser incapaz de ver y entender a los demás; es perder todo contacto con la realidad (porque el mundo son los otros) y abismarse en un egocentrismo de bebé o imbécil. Uno de los principales especialistas en psicopatía ha defendido que la ausencia de toda preocupación por el bienestar de los demás, la crueldad, la insensibilidad emo- cional, bien pueden considerarse como propios de un «es- tado reptiliano». 7 El psicópata, de este modo, se convierte en el más perfecto depredador de su propia especie. Otro escritor insigne, Félix de Azúa, ha planteado esta misma cuestión. 8 «¿Hay ciudadanos malévolos, malignos, desal- mados?» Su respuesta es que sí, ya que cualquiera puede torturar o matar por mil motivos, pero... ...sólo un tipo particular de criminal humilla a sus víctimas. El sádico, el cruel, es un perturbado que no sólo daña, sino que disfruta dañando. Cuando alguien se chancea o utiliza expresiones como «tu asquerosa cara de extremeño» en una amenaza de muerte, cuando des- corcha una botella de champaña o pide langostinos por- que unos salvajes han matado a un concejal de pueblo, cuando asegura que a su secuestrada le sienta muy bien la dieta, ese individuo tiene mala entraña... ¿Toda la vio- lencia es igual, todos los criminales son iguales? No. No todos los criminales son iguales. Lo que propo- nemos en este libro es un viaje hacia el estudio de esa mis- ma esencia de la maldad humana, cuya naturaleza puede expresarse de mil maneras, muchas de ellas criminales, pero otras no. 7. R. Meloy (1988). The psychopathic mirad. Northvale, NJ: Aronson. 8. Félix de Azúa para El País, 3 de marzo de 1999 17 No son los psicópatas necesariamente los más violen- tos, los que causan mayores atrocidades. Otros muchos pue- den hacerlo. Por ejemplo, un mafioso puede matar a san- gre fría y extorsionar porque lo ha aprendido desde niño; ha crecido en una subcultura criminal y ha asumido sus normas y valores. Ello hace que, por ejemplo, pueda dis- frutar de una vida «normal», fuera de sus «negocios». Y así, tal y como lo hemos visto mil veces en las películas, será un esposo solícito y un padre severo pero cariñoso, y podrá emocionarse con los espaguetis de su madre. Este sujeto no es un psicópata. «Ha aprendido normas psicopáticas que afectan una parte de su vida, pero su personalidad no se ve del todo afectada». Ha aprendido a vivir de forma disociada (esta cuestión se discutirá más adelante). Es posible, sin em- bargo, que algunos sujetos se quiebren ante la presión de una vida donde la violencia se extiende como una gota de aceite, y terminen desarrollando un estilo de vida muy cer- cano al de un psicópata. Pero se trataría de una psicopatía creada por una cultura que, en muchos sentidos, desarrolla en los sujetos la crueldad y el crimen como forma de vida. Es obvio, sin embargo, que, cuando los psicópatas disponen de esa cultura ya instalada, actuarán de modo extremadamente violento, en ocasiones incluso ponien- do en peligro a la propia organización, quien temerá que el escaso autocontrol del psicópata le traiga quebra- deros de cabeza. Sin embargo, si el psicópata es el líder, es de esperar una gran violencia y bandidaje. Es el caso del «monstruo» de México, Daniel Arizmendi «Mocha- orejas», jefe de una banda de secuestradores que hasta su captura había sembrado el terror en ese país. Ariz- mendi contó en dos entrevistas grabadas para televisión que solía torturar y desorejar a sus víctimas con tijeras, siendo su única motivación el retarse a sí mismo. En tan sólo tres años perpetró decenas de secuestros, y obtuvo por los rescates más de tres mil millones de pesetas. Se 18 demostró que asesinó a seis de sus secuestrados. Dijo que nunca había sentido compasión, pero piensa que Dios le perdonará. 9 • De este modo, no todos los responsables de crímenes atroces son psicópatas, pero éstos son responsables de un buen número de ellos, y fuera de los casos en que media la estructura de una organización criminal (terrorismo, trá- fico dé drogas, mafias varias), la violencia del psicópata será la más destacada entre el resto de los criminales. Junto a esto no podemos despreciar la posibilidad de que los psicópatas con mayor capacidad de autocontrol logren escalar posiciones elevadas en la subcultura crimi- nal, gracias a su notable encanto externo y su elevada in- teligencia. En todo caso, sea porque el sujeto posee esa persona- lidad, o porque la estructura criminal adopta patrones psicopáticos de actuación, en ambos casos asistimos al mis- mo resultado: el mayor de los desprecios por la vida hu- mana, por los sentimientos y necesidades del otro; un aban- dono de la dignidad que poseemos como seres humanos. Es esto lo que comparten los ejemplos que han abierto este capítulo introducto .rio, junto con una sensación profund de futilidad, de estupidez. Si el modo más preclaro de vivi es un trato inteligente con la vida, lo que aquí se descuelg entre tanta aberración y despropósito es el insulto, no sól a la sensibilidad humana, sino a la inteligencia real y pro funda del hombre/mujer, la que nos dicta el juicio pruden te, el criterio del «buen sentido», la capacidad de discerni correctamente de acuerdo a las circunstancias. Porque, corno se comentará en este libro, es este quid de la cuestión, donde hace agua la psicología de dich personaje. Es cierto que puede planear minuciosamente sacar un gran provecho económico de sus acciones de ve 9. El País, 20 de agosto de 1998. taja o de sus delitos; hay psicópatasque tienen más auto- control y son más brillantes, en buena medida fruto de un ambiente con instrucción. Pero aun así, muchas de sus con- ductas serán irracionales, sin propósito real, sin que haya una meta sensata que justifique los pasos previos. Predominará lo bufo y lo grotesco. Y en muchos psicópatas esto será la ten- dencia más clara, más diáfana, por encima incluso de la violencia y la crueldad física. Nos dejan la sensación de que nos manipulan y nos maltratan sin que, en realidad, obtengan así mayor ventaja. «Les iría mucho mejor con nosotros si se portaran mejor.» Y comprender eso nos des- concierta, y nos sume en la más profunda desazón. 1.2. CAMUFLAJE El camaleón puede adoptar varias docenas de tonali- dades, de acuerdo a las necesidades de su supervivencia. El propósito es camuflarse, pasar desapercibido, confun- diéndose con el lugar en el que está. Esta es la otra buena metáfora para el psicópata. Hay psicópatas que crecen desde niños en un am- biente marginal; comparten con el resto de delincuentes comunes unas circunstancias que, sin duda, han propicia- do un estilo de vida antisocial: padres que no le han ense- ñado normas y valores prosociales, que no se han relacio- nado afectivamente con ellos; un tránsito por la escuela decepcionante, con peleas, expulsiones y pésimos resulta- dos académicos; un contacto temprano con la droga; una asociación precoz con delincuentes más avezados... Estos chicos no son camaleones. Son duros, egocéntricos y vio- lentos. Representan a los delincuentes comunes más peli- grosos. Son polivalentes en el crimen, no tienen ninguna vinculación real con nadie y sólo buscan el placer más in- tenso e inmediato. J. A. C. cometió su primer delito grave a los 14 años. Golpeó en la cabeza con una barra de hierro a un de- pendiente de una gasolinera para robarle el dinero. An- teriormente había asaltado varias veces su escuela y ha- bía abusado de un niño más pequeño que él. A los 16 años atracó un banco, disparando a un guardia jurado que intentó detenerle, sin que, felizmente, le matara. Su vida críminal se extendió a lo largo de su edad adulta. A los 36 años había cometido dos violaciones, había pro- bado todo tipo de drogas y era un personaje temido por todos los que le trataban. Siempre engañaba y extorsionaba cuando tenía la más mínima probabilidad de sacar algún beneficio. Sus mujeres eran sólo objetos sexuales, y sus padres hacía tiempo que habían renun- ciado a verle. Cuando era muy pequeño (sobre los siete años) había prendido fuego a su casa, pero los bombe- ros llegaron a tiempo de impedir que la vivienda se cal- cinara. Este psicópata no se camufla. Su conducta es extre- madamente dañina, pero, a pesar de la gravedad de sus actos, hay otro psicópata que se nos antoja más inquietan- te. Podemos describir aquí dos categorías. La primera la constituyen aquellos psicópatas que son delincuentes, pero que se camuflan como personas respetables. Son asesinos y agresores sexuales que trabajan sus ocho horas; son maltratadores de esposas y de niños que asisten a las jun- tas de vecinos de su escalera, y que los domingos organi- zan barbacoas. Son policías que manejan redes de tratas de blancas en su tiempo libre. Son jueces que cometen los propios delitos que en sus horas de juzgado condenan con impecables razonamientos jurídicos. Son industriales y banqueros que siembran la desesperación en la economía de miles de pequeñas familias o en el erario público mien- n I 20 1 tras salen en las revistas de actualidad. Es decir, no sospe- chamos nada de ellos, pero tienen una «doble vida»: son personas crueles y ambiciosas que se burlan de las leyes y la sociedad sin asomo de culpabilidad o reparo. Casi nos anonada su desfachatez, su descaro, y nos llena de temor conocer unos crímenes tan brutales a manos de personas que comparten el autobús o la oficina con nosotros. Una de las más modernas formas de vivir que han encontrado los psicópatas de esta categoría es la de líder de una secta. Estamos convencidos de que la capacidad de manipulación, astucia, narcisismo y encanto externo que requiere tener el líder de una secta (o un alto cargo en la jerarquía), hace de este puesto un objetivo idóneo para el camaleón/psicópata. ¿Quién si no puede convencer a mi- les de personas de que su salvación depende de que con- siga secuestrar «psicológicamente» a otros incautos? ¿Quién tiene tanto arrojo para robar y abusar sexualmente de los acólitos a quienes dice llevar al paraíso? La otra variedad del camaleón/psicópata es la del su- jeto que no es técnicamente un delincuente (aunque algu- nos de sus actos rayan muchas veces en la ilegalidad, ya sea penal, civil o administrativa), pero que en la relación con los demás exhibe todas las características de dominio y humillación. El resultado de esto es la extensión de la desgracia y la miseria para todos aquellos que tienen el infortunio de estar vinculados a él. No son delincuentes, pero nos hieren, nos engañan, hacen que dudemos de nuestra cordura. Es el caso de compañeros de trabajo que han fingido lealtad para traicionarnos cuando les ha con- venido; de «amigos» que han ido absorbiendo nuestra per- sonalidad, energía y dinero a lo largo de muchos años, sin que supiéramos cómo lo han podido lograr y por qué he- mos sido tan estúpidos; de maridos o parejas que nos han enamorado para luego descubrir que teníamos que ser muñecos de su capricho y de su trato abusivo... Son nues- 22 nos hermanos, que desde pequeños parece que nos envi- dian, que seamos sus enemigos, que hacen cosas que se nos antojan incomprensibles. Roban nuestros ahorros, se aprovechan de nuestros amigos, nos calumnian para pro tegerse ante el castigo de nuestros padres... Son nuestros hijos, imposibles de gobernar en casa, pero con grandes dotes de actuación ante otras personas. Nuestros hijos, que sin saber por qué mienten sobre sus estudios, nos hacen mil promesas incumplidas y dan sablazos por doquier. Su crecimiento va parejo con nuestro estupor; un día nos enteramos, que los fines de semana participan en peleas de bandas, que se emborrachan hasta el coma; otro día conocemos que las calificaciones de los últimos meses han sido falsificadas.... Aún podríamos abrir una nueva categoría, una de «cinco estrellas», compuesta por aquellos políticos y hom- bres de estado que juraron servir a la patria y que luego nos arrojaron a nuestra cara nuestra propia estupidez y credulidad. Políticos asesinos, criminales de guerra, mili- tares psicópatas... constituyen el mayor peligro por el po- der que reúnen. Son responsables de asesinatos en masa, genocidios, años de miseria e incultura para su pueblo. Ahora se llaman Milosevic y Husein, antes Stalin, Goering o Bokassa... Le invitamos, querido lector, a que compruebe por qué el psicópata supone una amenaza formidable para nosotros como individuos y para el modelo de sociedad que queremos legar a nuestros hijos. 23 2. LAS CARACTERÍSTICAS DEL PSICÓPATA (EL PSICÓPATA CRIMINAL) 2.1. LOS PSICÓPATAS CRIMINALES ¿Cuáles son las características del psicópata? Este ensa- yo no podría pretender arrojar luz sobre este tipo de suje- tos si la investigación acumulada hasta la fecha no hubiera constituido un cuerpo de conocimientos relativamente fia- ble. No es que tengamos todas las respuestas; como el lector observará a lo largo de los capítulos, desafortunadamente las preguntas todavía son más que los hallazgos. Pero ello hace más necesario, si cabe, reflexionar, interrogar, urgir a todos para que avancen los argumentos y las soluciones. En este capítulo hablamos del psicópata criminal, pero no hemos querido desarrollar extensamente este punto, por dos razones. La primera es que, en diferentes partes de esta obra, aparecen casos en los quese ilustran com- portamientos claramente ilegales y antisociales a cargo de diferentes personas que tienen, o al menos muestran, al- guno de los rasgos típicos de este desorden. La segunda razón es que el énfasis de este estudio no se pone en la criminalidad, porque ésta ha sido la actividad central de la mayoría de los análisis sobre la psicopatía.' Nosotros, por el contrario, hemos querido subrayar que la capacidad des- 1. Véase V. Garrido (director) (1993). Psicópata. Perfil psicológico y reha- bilitación del delincuente más peligroso. Valencia: Tirant Lo BlanCh. 2 tructiva del camaleón, incluyendo los actos criminales, re- basa con mucho los márgenes tradicionales de la crónica negra. Sin embargo, la psicopatía criminal extrema repre- senta la metáfora del mal en nuestra sociedad y, en la medi- da en que estamos ahora construyendo la sociedad del nuevo milenio, es un asunto que debe ser abordado en un ensayo de esta naturaleza. Este capítulo tiene un afán de síntesis. Sigue la cons- telación de rasgos descriptivos de la psicopatía tal y como han sido pergeñados por diferentes autores, pero, en es- pecial, por Hervey Cleckley, en su obra señera La Máscara de la Cordura, y por Robert Hare, en su libro Sin Concien- cia. No obstante, en realidad, todo este texto pretende pro- fundizar en la psicología del psicópata a modo de rompe- cabezas que se va completando en cada capítulo, de tal manera que quedaríamos satisfechos si, al final del mis- mo, el lector pudiera tener la visión completa (al menos hasta lo que ahora sabemos). 2.1.1. La extensión del problema Se calcula que en los Estados Unidos existen, al me- nos, dos millones de psicópatas, y que en Nueva York vi- ven aproximadamente unos 100.000 de ellos. Se trata de estimaciones conservadoras; no es una condición que afecte sólo a unos pocos sujetos, sino que existen muchas posibi- lidades de que en un momento u otro de nuestras vidas (y para muchas personas, en periodos duraderos) nos vea- mos afectados seriamente por el comportamiento de uno o más sujetos psicópatas. 2 En Inglaterra, como consecuen- cia de la enorme inquietud que suscita en la sociedad la 2. Robert Hare (1995), Without consciente. Nueva York: Simon & Schuster, p. 2. violencia causada por los psicópatas, el gobierno está con- siderando actualmente la posibilidad de encerrar preven- tivamente a los sujetos diagnosticados con este desorden, aun cuando no hayan cometido ningún delito.' En Espa- ña no se ha hecho nunca ningún tipo de estimación a respecto, pero si calculamos que al menos el 20% de lo delincuentes encarcelados tienen este desorden, la cifr total, únicamente de entre los sujetos detectados por e sistema de justicia, se sitúa en torno a los 10.000. Sin embargo, muchos psicópatas no están (ni han es tado) en la cárcel. Quizás la prevalencia (o número de ca sos que presentan una determinada condición) de la psi copatía es muy parecida a la de la esquizofrenia, aunqu la amplitud del daño y del dolor provocado por ésta e muy inferior a la suscitada por la psicopatía, ya que ella s define, precisamente, como un cuadro que se manifies en una relación especial con los demás; es, por encima d todo, una condición relacional, cuya ruptura con los cód gos morales se constituye en la característica más distint va, y no necesariamente por cometer los delitos más gr ves, sino porque, en su actuar cotidiano, están ausentes mínimas habilidades que permiten establecer una relación sinc ro, predecible y plenamente humana. La expresión más violenta de la psicopatía es la co ducta criminal, y los delitos más crueles muchas veces s cometidos por sujetos psicópatas. Sin embargo, la mayor de ellos no son delincuentes, o al menos no delinquen c suficiente intensidad o frecuencia como para ser captur 3. Véase El Mundo, 14 de julio de 1999. La idea puede parecer puro disparate: nadie puede ser castigado si no ha cometido un delito. embargo, es justo reconocer que subsiste un problema grave en el caso la psicopatía: esta «enfermedad» ahora no dispone de un tratamiento h pitalario conocido. Si alguien, por ejemplo un esquizofrénico, constit un peligro, se le puede tratar y medicar por la fuerza. Pero, ¿qué hace alguien es peligroso y no tenemos el remedio para tratarlo? 26 dm y procesados. Se trata más bien de personas que, gra- cias a sus «encantos» personales, engañan, manipulan y arruinan las finanzas y las vidas de todos aquellos que tie- nen la mala suerte o la imprudencia de asociarse personal o profesionalmente con ellos. No obstante, es justo reconocer que los ejemplos más dramáticos de la psicopatía se han incrementado en nues- tra sociedad en los últimos años, como atestigua una cui- dadosa revisión de los medios. Los psicópatas constituyen una contribución muy importante a los homicidas, asesi- nos en serie, violadores, ladrones, estafadores, políticos corruptos, maltratadores de esposas e hijos, terroristas, mafiosos, líderes de sectas, profesionales desleales y em- presarios sin escrúpulos que pueblan un día sí y otro tam- bién las noticias de los programas informativos y los argu- mentos de películas y series de televisión. Los criminales psicópatas más notorios son, sin duda, casos extremos, pero resultan adecuados para ilustrar los rasgos de este desor- den en su vertiente más letal. 2.1.2. Imagen global del camaleón/psicópata Tendremos muchas oportunidades para ir matizan- do y desgranando quién es, en realidad, este singular per- sonaje. Por ahora baste reseñar aquí dos citas muy autori- zadas. La primera es del canadiense Robert Hare: 4 Conjuntamente, este sujeto nos presenta una ima- gen de una persona preocupada por sí misma, cruel y sin remordimientos, con una carencia profunda de empatía y de la capacidad para formar relaciones cáli- das con los demás, una persona que se comporta sin las 4. Without consciente, pp. 2-3. 28 restricciones que impone la conciencia. Lo que destaca en él es que están ausentes las cualidades esenciales que permiten a los seres humanos vivir en sociedad. Por su parte, Cleckley lo describió del siguiente modo: 5 El psicópata muestra la más absoluta indiferencia ante los valores personales, y es incapaz de comprender cual- quier asunto relacionado con ellos. No es capaz de inte- resarse lo más mínimo en cuestiones que han sido abor- dadas por la literatura o el arte, tales como la tragedia, la alegría o el esfuerzo de la humanidad en progresar. También le tiene sin cuidado todo esto en la vida diaria. La belleza y la fealdad, excepto en un sentido muy su- perficial, la bondad, la maldad, el amor, el horror y el humor no tienen un sentido real, no constituyen ningu- na motivación para él. También es incapaz de apreciar qué es lo que motiva a otras personas. Es como si fuera ciego a los colores, a pesar de su aguda inteligencia, para estos aspectos de la existencia humana. Por otra parte, es inútil explicarle dichos aspectos; ya que no hay nada en su conocimiento que le permita cubrir esa laguna con el auxilio de la comparación. Puede, eso sí, repetir las palabras y decir que lo comprende, pero no hay ningún modo para que se percate de que realmente no lo com- prende. 2.1.3. ¿Maldad o enfermedad mental? Los medios de comunicación social tienden a presen- tar a los psicópatas como sinónimo de «locos» o enfermos mentales; esto es, como psicóticos.' De ahí que sea necesario diferenciar a los asesinos psicópatas de aquellos otros que cometen crímenes en serie o de modo único, pero debido a una enfermedad mental o psicosis. En estos casos, la gra- 5. Hervey Cleckley (1976). The mask of sanity. S. Luis: Mosby, p. 90. 29 tuidad, el absurdo de esos crímenes no responde a un patrón de personalidad peculiar, como es el caso de los psicópatas, sinoa una mente trastornada. Cuando se hace caso omiso del trastorno mental y se infiere que el asesina- to es una manifestación de la personalidad del sujeto y, más aún, una manifestación del modo de ser de una raza, se llega fácilmente al odio xenófobo y racista, como en el caso del gitano esquizofrénico que en julio de 1998 mató sin causa alguna a un joven de la Vila Joiosa, en Alicante. Hubo una reacción .de odio hacia todos los gitanos del pue- blo —sin duda subyacían aquí otros problemas de vida de los gitanos, asociados a la marginación y al menudeo en el tráfi- co de drogas— , y el alcalde de la Vila fue abofeteado por los coléricos vecinos en el entierro del joven desafortunado. Pero claramente el asesino era un psicótico, un esquizofrénico, no un psicópata. En éste, «sus actos no son el producto de una mente desequilibrada, sino de una decisión racional, calculada, combinada con una escalo- friante incapacidad para tratar a los demás como seres humanos, dotados de pensamiento y sentimientos. Esta conducta moralmente incomprensible, exhibida por una persona aparentemente normal, nos deja con una pro- funda sensación de rabia e impotencia». 6 Por otra parte, es cierto que la palabra psicopatía sig- nifica etimológicamente 'enfermedad de la mente' (depsico, `mente', y patía, 'enfermedad'), y así fue empleada en los orígenes de la psiquiatría. Pero, actualmente, se sabe que los psicópatas no tienen una pérdida de contacto con la realidad, ni experimentan los síntomas, característicos de la psicosis, como alucinaciones, ilusiones o profundo ma- lestar subjetivo y desorientación. «A diferencia de los psicóticos, los psicópatas son plenamente racionales y cons- 6. Without consciente, p. 6. tientes de lo que hacen y por qué lo hacen. Su conducta es el resultado de su elección, libremente realizada». 7 2.1.4. Tres tipos de anormalidad Subyaciendo a esta polémica está el concepto de «sa- lud» o de «normalidad» que manejamos. Podemos dife- renciar tres tipos de normalidad. La primera incluye la idea de lo común o frecuente, es decir, lo que resulta estadísticamente habitual con relación al fenómeno que esta- mos estudiando. Así, un cociente de inteligencia, digamos, de 150 es anormal, porque sólo muy pocos sujetos lo pre- sentan. Un asesinato premeditado como consecuencia de seguir las instrucciones de un juego —como el realizado por Javier Rosado y su cómplice, en 1994, para cumplir con el juego del rol creado por ellos mismos- 8 también es anormal bajo este prisma, ya que son muy infrecuentes los hechos de esta naturaleza. Por otra parte, un delito de robo en un coche es algo perfectamente esperable en la socie- dad en la que vivimos, porque las estadísticas delictivas así lo señalan. En segundo lugar, la normalidad tiene otro significa- do, esta vez referido al ámbito moral: es anormal lo que repu- dia nuestra moralidad, lo que ofende nuestra sensibilidad. En ocasiones, la anormalidad estadística coincide con la anormalidad moral. El ejemplo del asesinato del juego del rol sirve tanto para la una como para la otra: se trata de algo muy infrecuente que ofende a nuestra sensibilidad moral, especialmente cuando se consulta el diario que es- cribió Rosado después del crimen y se leen cosas como éstas: 7. Without consciente, p. 25. 8. Véase para el caso de Javier Rosado el libro Los sucesos, en la cita 25. 31 3 0 ...salimos a la una y media. Habíamos estado afilan- do los cuchillos, preparando los guantes y cambiándo- nos, poniéndonos ropa de viaje en previsión de que la que llevaríamos quedaría sucia... ¡Era espantoso lo que tarda en morir un idiota! Desgraciadamente., bien puede ocurrir que, en otras ocasiones, la sociedad se halle tan corrompida o violenta- da que hechos claramente reprobables desde la moral se tornen cotidianos, como puede ser el caso de los crímenes en tiempos de guerra o en periodos en que la ley se ve impotente para frenar linchamientos y disturbios (lo que, añadamos, puede tener como consecuencia que incluso nuestra percepción moral vaya decayendo en su firmeza, y vea ahora con comprensión los hechos que antes juzga- ba intolerables). Existe una tercera acepción de normalidad: la médi- ca, psiquiátrica o psicológica. Aquí «normal» significa que el sujeto sabe lo que hace y quiere hacerlo, que sus faculta- des psicológicas no están alteradas, ya sea por cuestiones de nacimiento o por circunstancias advenidas a la perso- na. La pregunta fundamental es: la persona que comete hechos anormales desde el punto de vista moral y (gene- ralmente) estadístico, ¿es necesariamente un enfermo mental, alguien que «debe estar loco»? Porque éste es, en efecto, el punto. El psicópata es alguien con una personalidad peculiar, es cierto, pero que sabe lo que hace, y se afana por lograrlo. Quizás podemos alegar que las peculiaridades de su personalidad son tan notables que ello supone, al menos, una merma en su res- ponsabilidad ante la ley. De hecho, en España muchas ve- ces es ésta la posición tomada por la justicia, al aminorar la pena si se demuestra que el inculpado obró sujeto a esa condición (especialmente si se aduce una causa orgánica), remitiéndole de modo excepcional a un 'establecimiento psiquiátrico si se observan otras circunstancias cualifica- d- oras que pudieran influir en su psique. 9 Un asesino en serie esquizofrénico fue llamado «el men- digo psicópata», Francisco García Escalero, quien asesinó a 11 personas, igualmente indigentes, entre noviembre de 1987 y septiembre de 1993. Culpaba de sus crímenes a una «fuerza interior» que se apoderaba de él después de beber alcohol e ingerir pastillas. Su caso es interesante porque, de modo secundario, había desarrollado rasgos psicopáticos como una gran agresividad, una profunda insensibilidad y una manifiesta incapacidad para sentir arrepentimiento o remordimiento por sus hechos. A pesar de ello, en él resul- ta determinante su psicosis, su esquizofrenia paranoide. 2.1.5. Sobre la terminología En ocasiones, los profesionales y el aficionado emplean la expresión «sociópata» en vez de la de psicópata. Esta ex- presión se puso de moda en los años 60 y 70, porque preten día poner de relieve el origen social de este cuadro, es decir, que había unas causas en nuestro modo de funcionar en so- ciedad que eran las responsables últimas del fenómeno. Hoy en día apenas se emplea, pero, a partir de 1968, la Sociedad Americana de Psiquiatría introdujo el concepto de «persona- lidad antisocial» para definir al psicópata, dentro de los tras- tornos de personalidad. Y las sucesivas ediciones del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desórdenes Mentales (1980, 1987 y 1994), un tratado al que recurren los profesionales para diag- nosticar los trastornos psíquicos y de la conducta, no han hecho sino continuar esta línea, prescindiendo del término psicópata —que es muy antiguo, como veremos— y sustitu- yéndolo por el trastorno de personalidad antisocial. 9. Véase Norbert Bilbeny (1993), El idiota moral. Madrid: Anagrama 32 7 7 En todo ello hay una gran confusión. Si bien la edición de 1968 aún describía algunos de los aspectos esenciales de , la personalidad psicopática (lo que llevó al mismo Cleckley a aprobar ese término en su última edición de La Máscara de la Cordura, 1976), las ediciones posteriores claramente forzaban a que el diagnóstico se basara en una serie de con- ductas antisociales, actos delictivos, rehuyendo la mayoría de los rasgos de personalidad que han definido la psicopatía desde siempre, y que tan bien describió Cleckley ya en 1941. 2.1.6. Desarrollo histórico del concepto Uno de los pioneros fue Philippe Pinel, un psiquiatra francés que vivió a principios del siglo xix. Empleó la ex- presión «locura sin delirio» para describir un patrónde conducta caracterizado por la falta de remordimientos y una ausencia completa de restricciones, lo que considera- ba claramente distinto a «la maldad que la mayoría de los hombres realizan». 1° En 1835, el psiquiatra J. C. Pritchard abundó en esta misma idea describiendo el concepto de «locura moral» (moral insanity) del siguiente modo: «[apa- rece cuando] los principios activos y morales de la mente se han depravado o pervertido en gran medida; el poder de autogobierno se ha perdido o ha resultado muy daña- do, y el individuo es incapaz, no de razonar a propósito de cualquier asunto que se le proponga, sino de comportarse con decencia y propiedad en la vida»." A finales del siglo xix esta inquietante personalidad vuelve a ser objeto de descripción por los grandes psiquia- tras alemanes que, como Emil Kraepelin, se referirá a ella 10. Véase Without consciente, pp. 20 y ss. 11. J. C. Pritchard (1835), A treatise in insanity. Londres: Sherwood, Gilbert & Piper. 34 como extravagante, responsable de una conducta perver- sa, pero no alejada del contacto con la realidad. En 1903, en la séptima edición de su libro clásico Psiquiatría es cuando in troduce el término que hoy en día todavía utilizamos: personalidad psicopática.12 La Segunda Guerra Mundial supuso un impulso no- table de la inquietud científica por estudiar este cuadro, merced a dos hechos notables. En primer lugar, se hizo necesario identificar y separar a aquellos sujetos que po- dían destruir la moral de las tropas o poner en grave ries- go sus vidas, y nadie como un psicópata podía cualificar mejor para este puesto. En segundo lugar, la atrocidad nazi supuso un aldabonazo para los pensadores y científi- cos de la época, que se sintieron en la obligación de llegar a comprender cómo y por qué las personas podían llegar a realizar actos que estaban más allá de las fantasías de destrucción que podíamos albergar todos nosotros. La investigación moderna acerca de la psicopatía se origina con la publicación en 1941 de la primera edición de La Máscara de la Cordura, libro escrito por el psiquiatra Herbert Cleckley, quien ya había alcanzado notoriedad al escribir una obra clásica sobre personalidad múltiple titula- da Las tres caras de Eva, llevada posteriormente al cine. La obra de Cleckey, ahora en su quinta y definitiva edición (ori- ginal de 1976) es, definitivamente, un tratado de psicopatía extraordinario. En él, por vez primera, define con claridad las características básicas de la psicopatía, haciendo hinca- pié en los rasgos de personalidad como los aspectos más distintivos, y ayuda a separar nítidamente la psicopatía de otros trastornos mentales o de personalidad, reclamando para este trastorno la distinción clínica que posee, y alertando sobre su extraordinaria expansión en nuestra sociedad. 12. E. Kraepelin (1903), Psychiatrie: Ein Lehrbuch. Leipizg: Barth. 35 .11 2.2. Los RASGOS DE LA PSICOPATÍA La investigación revela que la psicopatía se compone de dos tipos de constelaciones de rasgos (o dimensiones). La primera incluye el área emocional o interpersonal, es decir, todos aquellos atributos personales que hacen que el sujeto se desentienda de su componente más básica- mente humano, o lo que es lo mismo, su capacidad para tratar bondadosamente a los otros, su capacidad de sentir pena o arrepentimiento y su potencial para vincularse de una manera realmente significativa (o «sentida») con sus semejantes. El sujeto con estas carencias es alguien pro- fundamente egocéntrico, manipulador, mentiroso y cruel. La segunda constelación de rasgos remite a un estilo de vida antisocial, agresivo, donde lo importante es sentir ten- sión, excitación, sin más horizonte que el actuar impulsivo y dictado por el capricho o los arrebatos. La persona re- sultante se comporta de modo absurdo, sin que parezca obtener riada valioso de sus actos, con poco autocontrol y ninguna meta que «parezca lógica» a la vista." 13. Véase, por todos, el libro editado por David Cooke et al., (1998) Psychopathy: Theory, research and implications, Dordrecht: Kluwer. Robert Hare (1991) ha creado el Hare Psychopathy Checklist Revised (PCL-R) para evaluar estas dos dimensiones o constelaciones de rasgos (Toronto Multihealth Systems). Otras obras interesantes para estudiar la personali- dad y estilo de vida del psicópata son, entre otras, las siguientes: B. Dolan y J. Coid (1993), Psychopathic and antisocial personality disorders, Londres: Gaskell; D. T. Lykken (1984), «Psychopathic perso- nality», en Encyclopedia of Psychology (pp. 165/167), Nueva York: Wiley; J. R. Meloy (1988), The psychopathic mind, Nortvale, N. J.: Aronson; W. McCord (1982): The psychopath and melieu therapy, NY.: Academic Press. 2.2.1. Área emocional/interpersonal Locuacidad y encanto superficial Los psicópatas suelen ser locuaces, expresarse con encanto, tener respuestas vivaces y presentar historias muy improbables, pero convincentes, que les deja a ellos en un buen lugar. Sin embargo, el observador atento ve que es muy superficial e insincero, como si estuviera leyendo mecánicamente un texto." Habla de cosas atractivas para las que no tiene prepara- ción, como poesía, literatura, sociología o filosofia. Es destacable que no le importe gran cosa el que se evidencie que sus histo- rias son falsas, algo que no siempre es fácil de lograr, dado el desparpajo y la inventiva con que emprenden sus relatos. Dionisio Rodríguez Martín se hizo un ladrón muy cé- lebre cuando, en julio de 1989, robó el furgón blindado de la compañía de seguridad en la que trabajaba y se esca- pó a Brasil con un botín cercano a los 320 millones. Uno de los cronistas de esta historia, describía así al Dioni: «De todo lo que ha contado el Dioni a quien ha querido o ha tenido que escucharle sólo hay una afirmación que puede ser considerada absolutamente verdadera: le gusta Julio Iglesias. Lo demás no hay por donde cogerlo: una mezcla constante de medias verdades y falsedades totales. Si al- guien intentara relatar los hechos en los que intervino so- bre la base de lo que él confiesa, acabaría paralizado por la perplejidad»." Los que le conocieron hablan de su gran don de gentes, su innata capacidad de suscitar simpatía y confianza, algo que debió de serle de mucha utilidad cuan- do, cumplida la condena de cuatro años, emprendió (sin mucho éxito) su carrera de cantante y escritor. 14. Without consciente, p. 41. 15. Frances Arroyo (1996), «Un culebrón brasileño». En Los sucesos. Madrid: El País, pp. 143/164. 36 37 Egocentrismo y grandioso sentido de la propia valía El psicópata tiene una autoestima muy elevada, un gran narcisismo, un egocentrismo descomunal y una sensación omnipresente de que todo le es permitido. Es decir, se sien- te el «centro del universo», y cree que es un ser superior que debe regirse por sus propias normas. Se comprende que con esta percepción de sí mismo aparezca ante el ob- servador como alguien sumamente arrogante, dominante y muy seguro en todo lo que dice. Es claro que busca poder controlar a los demás, y parece incapaz de comprender que otras personas tengan opiniones diferentes a las suyas. Enfrascados en ese mundo de superioridad, rara vez se preocupan de los problemas (financieros, legales o per- sonales) que puedan tener, sino que son «dificultades tem- porales» producto de la mala suerte o de las malas artes de terceros. Alguien así no necesita tampoco embarcarse en me- tas realistas a largo plazo y, cuando plantean un objetivo de futuro, pronto se ve que no tienen las cualidades nece- sarias para alcanzarlo ni saben en realidad qué hay que hacer para ponerse manos a la obra. En realidad, creen que sus capacidades les permitirán lograr cualquier cosa. Un egoceñtrismo y un sentimiento de serel «número uno» apareció con mucha nitidez en la psicología de Jean Louis Camerini, cerebro de la banda del secuestro de la niña Melodie, hija del financiero Nakachian y de la can- tante Kimera. Se trata de un hecho que captó todo el inte- rés del público en el mes de noviembre de 1987. 16 Antes de que perpetrara con su banda el secuestro, Camerini se había escapado de la prisión de Toulouse, Francia, y, para celebrarlo, envió un mensaje al director de la cárcel dan- 16. Gabriela Cañas (1996), «Melodía en la Costa del Sol». En Los suce- sos. Madrid: El País, pp. 121/143. 38 do recuerdos a todos sus colegas. Al mensaje adjuntaba una foto de sí mismo junto a una réplica de la estatua de la libertad. Y cuando fracasó su intento de cobrar el rescate por la niña Melodie (que fue liberada por los GEOS), lla- mó por teléfono desde Madrid al comisario de Estepona (Málaga) para advertirle que «la próxima vez no fallaría». Felizmente para todos, Camerini fue capturado poco tiem- po después. Falta de remordimientos o de sentimientos de culpa No experimentan ninguna preocupación por los efec- tos de sus actos en los demás y, en ocasiones, lo manifies- tan claramente. Cuando aseguran que «lo sienten» no es más que por dar una buena imagen; sus palabras anterio- res y posteriores y sus hechos suelen contradecir ese arre- pentimiento. Junto a esto, encuentran todo tipo de excu- sas para explicar los desmanes que cometieron y, en mu- chas ocasiones, niegan en absoluto que ellos fueran los res- ponsables o que tales acontecimientos que se imputan exis- tieron en realidad. Pocos asesinos psicópatas han expresado tan claramen te la imposibilidad de sentir culpa como Perry Smith quien junto a Richard Hickock, mataron «a sangre fría» a toda u familia en 1959 en una ciudad rural americana para robar les unos pocos dólares. El libro A sangre fría, de Truma Capote, recogió en una prosa extraordinaria este rasgo par ticularmente temible del psicópata." Perry habla con u amigo suyo que le visita en la cárcel antes del juicio: ¿Que si lo siento? (...) No siento nada en absoluto. quisiera que no fuera así. Pero nada de aquello me ca sa preocupación. Media hora después, Richard me co 17. Truman Capote (ed. 1998), A sangre fría. Barcelona: Anagram p. 269. taba chistes y yo me reía a carcajadas. Quizá no seamos humanos. Yo soy lo bastante humano para sentir lástima de mí mismo. Me apena no poder largarme de aquí cuan- do tú te vayas. Pero nada más. De forma irónica, muchos psicópatas se ven a sí mis- mos como las víctimas reales de la situación, ya sea debido a su infancia problemática o a otras circunstancias de su vida. Un ejemplo extremo es el de Kenneth Taylor, un dentista norteamericano que golpeó a su mujer en la luna de miel, se aprovechó de ella durante su matrimonio, para acabar asesinándola más tarde. En el libro que Peter Maas escribió sobre él, Taylor dijo: «La amaba profundamente. La echo mucho de menos. Lo que sucedió fue una trage- dia. He perdido a mi mejor amante y amiga (...) ¿Es que nadie es capaz de comprender por lo que estoy pasando?».' 8 Falta de empatía La falta de empatía es una de las grandes avenidas hacia el crimen y la violencia. El psicópata no puede po- nerse en el lugar de los demás, salvo en un sentido pura- mente intelectual; no puede entender qué es lo que sien- ten los demás ante las experiencias de la vida. En una oca- sión en la que estaba entrevistando a un joven que había herido muy gravemente a un trabajador para robarle, le pregunté por las cosas que estaba pensando y sintiendo inmediatamente antes de realizar el delito. Después de varias explicaciones, terminó contestándome: «corazón duro». Es decir, no podía sentir nada si tenía que ser capaz de cometer el asalto. Este chico necesitaba bloquear el sen- timiento natural de preocuparse por el otro, pero los psi- cópatas no precisan de este esfuerzo ya que, simplemente, 18. Without consciente, p. 56. no poseen esta habilidad. De ahí que su falta de interés ante el sufrimiento y los derechos de los demás sea algo g eneralizado, aplicable tanto a su familia como a personas extrañas. Esto hace que, si mantienen lazos con algunas personas, sea por puro interés, no por sentir algo profun- do hacia ellas; son, en realidad, como posesiones que tie- nen, seres que tienen la misión de proveerles de sus nece- sidades sin que hayan de recibir nada a cambio. Debido a su incapacidad para apreciar los sentimien- tos de los otros, algunos psicópatas realizan actos de extre- ma crueldad, crímenes execrables y que desconciertan por su gratuidad y sadismo. Pero es importante recalcar que la mayoría de los psi- cópatas no cometen ese tipo de actos. Su conducta perju- dica gravemente a quienes les rodean, desde luego, pero el daño se produce merced a su forma manipuladora y agresiva de manejar a los demás, su desconsideración ha- cia las necesidades ajenas y su modo de tomar cualquier ventaja que se le presente por encima de cualquier otra consideración. Mentiroso y manipulador Mentir, engañar y manipular son talentos naturales para el psicópata. Cuando se demuestra su engaño no sien- te apuro alguno; simplemente cambia su historia o retuer- ce los hechos para que encajen de nuevo. «El resultado es un conjunto de oraciones contradictorias y un oyente com- pletamente confuso.» 19 En buena medida, las mentiras no pretenden ningún objetivo concreto, sólo demostrar su habilidad para enga- ñar. La gente suele creer, cuando escucha al psicópata, que éste no se da cuenta de sus mentiras y, en ocasiones, duda 19. Without consciente, p. 55. 40 41 de su estado mental. Pero, muy frecuentemente, el interlo- cutor resulta «cazado» por la historia que aquél le presenta. La convicción con la que cuenta su historia se acompaña de la creencia de que el mundo se encuentra dividido en dos bandos: los que ganan y los que pierden, de tal modo que se le antoja absurdo no aprovecharse de las debilidades aje- nas. En muchas ocasiones, desarrolla una buena capacidad para determinar cuáles son los puntos débiles de aquellos con los que se relaciona. Algunas de sus triquiñuelas están bien elaboradas, mientras que otras son bastante evidentes. Pero cualquiera que sea la que ponga en práctica, siempre emplea un estilo frío y desvergonzado. Estas características le hacen especialmente apto para perpetrar fraudes, estafas y suplantaciones de personali- dad. Si están en prisión, saben cómo convencer a las auto- ridades de que se están rehabilitando; para ello se apun- tan a clases, exhiben una «profunda» religiosidad y parti- cipan en numerosos programas orientados a que se les clasifique cuanto antes en regímenes próximos a la liber- tad condicional, o en esta misma circunstancia. Antonio Mantovani, de 42 años, conmocionó a toda Italia cuando la policía descubrió que era el responsable de la muerte de tres mujeres a las que asesinó mientras disfrutaba de permisos penitenciarios 2 0 En septiembre de 1996, el psiquiatra de la cárcel de Opera (Milán) lo conside- ró maduro para disfrutar del régimen abierto por motivos de «atenuación del juicio de peligrosidad social». Anterior- mente había asesinado a la mujer de un amigo, condena que estaba cumpliendo desde 1983. Cuatro mujeres asesi- nadas... por no haber sabido valorar lo que se escondía de- trás del comportamiento «ejemplar» del camaleón. 20. El País, 3 de junio de 1999 Emociones superficiales Los psicópatas parecen poseer una incapacidad ma- n ifiesta para sentir de modo profundo el completo rango de emociones humanas. En ocasiones, junto a una apa- riencia fría y distante, manifiestan episodios dramáticos de afectividad, que no son sino pequeñas exhibiciones de falsa emotividad. Cuando aseguran que sienten emocio- nes,son incapaces de describir las diferencias sutiles exis- tentes entre diversos estados afectivos. Como comenta un personaje de una prisión de máxima seguridad en la pelí- cula de John Woo «Cara a cara» (Faces off), obligado a ver continuamente en una pantalla gigante imágenes evoca- doras de la naturaleza: «Parece que quieran que tengamos emociones». Esta ausencia de afectividad manifiesta llevó a los psi- cólogos Johns y Quay a decir que el psicópata «conoce las palabras, pero no la música», es decir, puede hablar como si estuviera teniendo una emoción, pero, en realidad, no la está experimentando, habla «de oídas». Es como si sólo tuviera «proto-emociones»: respuestas primitivas dadas ante necesidades inmediatas." Investigaciones experi- mentales desarrolladas en el laboratorio revelan que el psicópata no muestra las respuestas psicofisiológicas aso- ciadas con el miedo o la ansiedad. Se trata de un déficit importante, ya que las personas sin esta condición son capaces de aprender a inhibir determinadas conductas (por ejemplo, antisociales) por miedo a sufrir algún tipo de castigo. Éste es uno de los modos en que, cuando so- mos niños, aprendemos a reconocer cuáles actos son in- adecuados, al tiempo que obtenemos recompensas por los actos que nuestros padres nos señalan como correc- tos. En ambos casos, es el conocimiento de las emociones 21. Without conscience, p. 64. 42 43 1 que están asociadas a las conductas lo que nos impele a actuar: emociones negativas en el caso de conductas pro- hibidas («si hago esto luego seré castigado») y emociones negativas y positivas en el caso de las conductas aproba- das («si no hago esto, se enfadarán conmigo, pero si lo hago se sentirán orgullosos de mí»). Nada de esto ocurre con los psicópatas; actúan, quizás, sabiendo las consecuen- cias, pero sin que les importen. La ansiedad y el miedo son para nosotros estados afectivos con claros componentes corporales. Tenemos «el estómago en la garganta», o «sudamos a mares» por la ten- sión. Por supuesto, los psicópatas pueden tener sensacio- nes corporales, quizás en momentos de gran excitación ante algo atractivo, pero su activación es mucho menos rica e intensa. Y, en el caso de la ansiedad, su experiencia es más que nada cognitiva, desprovista de la carga afectiva que caracteriza precisamente ese estado emocional. 2.2.2. Aspectos del estilo de vida Impulsividad El camaleón no suele pensar en los pros y los contras de una decisión, ni en las posibles consecuencias- simple- mente actúa. Gary Gilmore fue condenado por un doble asesinato, y alcanzó notoriedad porque fue el primer eje- cutado en los Estados Unidos en un periodo de 10 años. Cuando se le preguntó si hubiera matado a más personas si no hubiese sido atrapado la noche en que cometió los asesinatos, contestó: «Hasta que me hubieran atrapado o matado... No era capaz de pensar; no estaba planeando nada, sólo estaba actuando. Fue una maldita mala suerte para esos chicos [los asesinados] (...) Estoy diciendo que los asesinatos surgieron de la rabia. La rabia no es razona- 44 ble. Los asesinatos no tuvieron ninguna razón. No trate de comprender el asesinato mediante la razón». 22 La impulsividad no es tanto una muestra del tempera- mento del psicópata como de su deseo permanente de al- canzar la satisfacción inmediata. Es como un adulto que no ha: sido capaz de niño de aprender a demorar la gratifica- ción; no modifica sus deseos cuando las circunstancias lo exi- gen, y no toma en consideración los deseos de los demás. El resultado de todo ello es que muchas conductas que lleva a cabo se suceden sin ninguna explicación o ex- pectativa de que vayan a ocurrir; puede abandonar de súbito el trabajo, o golpear a alguien, o marcharse de casa... sólo por lo que parece el capricho de un instante. Deficiente control de la conducta Además de actuar sin pensar, el psicópata es extraor- dinariamente reactivo a lo que él considera que son las pro- vocaciones o los insultos, actuando con violencia fisica o ver- bal. No posee esa capacidad que tenemos los demás de con- trolarnos, de inhibirnos frente a los deseos que podamos tener de agredir a alguien. Simplemente, pasa a la acción; su respuesta es también muy violenta cuando ha de enfren- tarse a los reveses y frustraciones que inevitablemente apa- recen, y tolera mal las críticas o los intentos de que cumpla con la disciplina de algún lugar, ya sea un centro correccio- nal, una escuela o una empresa. Se enoja muchas veces por trivialidades, y en un contexto que es claramente inapro- piado tal y como los demás lo perciben. Sin embargo, los arrebatos de cólera no suelen ser duraderos; al poco, actúa corno si nada hubiera pasado. De hecho, estos arrebatos no suelen tener la carga emocional que les caracteriza, sino que suceden de un modo más frío y controlado. Ven la respues- 22. Without consciente, p. 69. 4 5 ta agresiva como un modo natural de revolverse ante una provocación y, a pesar de que puedan herir o maltratar psi- cológicamente a alguien con gran intensidad, no reconoce.. rán que tienen dificultades para controlar su temperamento. Un ejemplo particularmente dramático de esta falta de control ocurrió en febrero de 1994 en Madrid. 23 Una noche Carlos Herrero, obrero del metal de 61 años, y su mujer salieron a cenar y tomar unos vinos. La pareja se dirigía a su coche caminando por la calle Almendro. Cuan- do estaban a la altura del número 10... ...dos individuos se acercaron a la carrera por sus espaldas y les propinaron varios empujones y golpes, hasta que lograron tirarles al suelo. Uno de los delin- cuentes le arrebato a la mujer su bolso, mientras que el otro comenzó a golpear a Carlos, que ni siquiera pudo hacer ademán de repeler la agresión. Cuando los tironeros ya se habían apoderado de su botín, se ensañaron con el obrero metalúrgico. Mientras estaba tendido en el suelo, sin posibilidad de defensa alguna, los delincuentes le patearon hasta que compro- baron que ya no se movía. Estaba muerto, con la cabeza destrozada. Su esposa, a unos metros del cadáver, grita- ba implorando piedad a los criminales y pidiendo deses- peradamente auxilio. Los ladrones no tuvieron ninguna razón para matar a este hombre. Éste ni siquiera pudo darse cuenta de lo que pasó. No suponía ninguna amenaza ni para ellos ni para su botín. La agresividad de sus verdugos se alimentó de su propio frenesí, sin control alguno, sin misericordia. Necesidad de excitación continuada Hay, entre los psicópatas, un hambre desmesurada 23. El Mundo, 20 de febrero de 1994. por vivir nuevas sensaciones, por llenar el sistema nervio so de acontecimientos que les lleven al vértigo. Por ello e tan frecuente el consumo de drogas y alcohol, o el cambi constante de trabajo o de lugar de residencia. Pero, d entre todas estas ocupaciones, sin duda, la violencia y crimen son las actividades que producen más dividendo para lave aburrimiento, vida rimin límite. Este to, como causa de un estilo de vid criminal, puede hallarse de modo muy nítido en el co mentario que realizó un delincuente sexual reincident explicando por qué volvió de nuevo a delinquir: 24 Al principio me esforzaba por realizar las activida des que me enseñaron en la terapia. Era duro, pero sab' las cosas que tenía que hacer... Con el tiempo, echaba d menos las sensaciones que vivía cuando me preparab para cometer una agresión; anhelaba recordar esos bue nos momentos... Era muy aburrido seguir el plan tera péutico. Quería a toda costa volver a experimentar tod lo que vivía cuando cometía una violación. Se comprenderá lo dificil que resulta participar en un vida normal y rutinaria, en un trabajo que requiera concen tración, unas pautas definidas. Lo cierto es que, a pesard que existen trabajos que suponen aventuras y riesgo, so muy pocos comparados con los que resultan, por su po excitación, intolerables para el psicópata. Esto es una des gracia para ellos y para nosotros, como futuras víctimas. Se discute con frecuencia si los psicópatas pueden se personas idóneas para formar parte de grupos terroris o para ser empleados como espías. Estamos seguros d que entre estas ocupaciones debe de haber sujetos con cl ras tendencias psicopáticas, especialmente si atendernos 24. W. D. Pithers (1993), 7'reatrnent of rapist. En el libro de Gordon Nagayarna y otros: Sexual Aggression. Washington: Taylor & Francis, pp. 17 y . 175. 46 la extraordinaria crueldad y futilidad de muchos de los actos perpetrados por estos últimos. Pero, ciertamente, un psicópata puro no está bien cualificado para la espera pa- ciente y la astucia planificada, algo necesario en una orga- nización criminal que persigue objetivos a largo plazo. La impulsividad, el vivir al límite y la asocialidad de estos su- jetos no encaja bien con la sumisión y el recibir órdenes. Falta de responsabilidad Un psicópata puede decir que se preocupa de sus hijos, de su mujer, de sus empleados o de sus amigos, pero rara vez hallamos pruebas de esto. La razón es que las personas a su cargo son, en general, meros inconvenien- tes para su estilo de vida. Contrariamente a los esposos y padres responsables, la familia es, en el mejor de los casos, un lugar de descanso donde reponer fuerzas después de un periodo especialmente agitado. En el peor, un mero instrumento para obtener dinero o comodidades, sin que sea raro que las deudas se acumulen y acaben consumien- do el patrimonio familiar. ¿Por qué, entonces —podemos preguntar— se casa una persona así, por qué decide tener una familia? Las razones varían, desde luego, pero, en general, la respues- ta es que, cuando decidió casarse o tener hijos, en aquellos momentos era algo que servía a sus fines inmediatos, acer- ca de lo cual no adquirió ningún tipo de responsabilidad. Por ejemplo, casarse puede ser algo muy útil si uno quiere vivir del patrimonio de su esposa, o si se quiere disponer de una buena imagen para medrar en un determinado ambiente. Del mismo modo, los hijos pueden ser el resul- tado de unas relaciones sexuales sin que haya un deseo ulterior de hacerse cargo de ellos. Sencillamente, a los psicópatas les trae sin cuidado las consecuencias negativas de sus actos en los demás. Así, conducen de modo temerario, o se juegan todo el dinero en una noche, o no toman ninguna precaución para no contagiar a sus parejas, a pesar de conocer que poseen el virus del sida. Esta falta de responsabilidad se extiende a los com- promisos adquiridos con el sistema de justicia. Los permi- sos penitenciarios, la libertad condicional, y otras formas de medidas penitenciarias que implican cumplir con una serie de reglas, son oportunidades para fugarse o cometer nuevos delitos. Un ejemplo notable fue Antonio Anglés, el cual, fugado al disfrutar un permiso, asesinó junto con Miguel Ricart a tres jóvenes de Alcásser (véase más ade- lante). Determinados jóvenes pueden percibir sus obligacio- nes de hijos como algo muy desagradable. En Benijófar, Alicante, un adolescente mató a sus padres a sangre fría para librarse de injerencias que él juzgó abusivas. Problemas precoces de conducta Muchos psicópatas empiezan su carrera de abusos en la infancia. Es fácil ver en ellos conductas habituales de mentir, engañar, originar incendios, tomar drogas y alco- hol, vandalismo, violencia hacia sus compañeros, una sexualidad precoz y fugas del hogar y de la escuela. Por supuesto, los criminólogos saben que esas ac- ciones son habituales, de forma aislada, en muchos jó- venes, y de modo más intenso en niños que han crecido en ambientes negativos o con padres, a su vez, que les han maltratado. Los niños que luego serán psicópatas, sin embargo, exhiben estos signos precoces de destruc- ción de modo más persistente y violento, y acompañan estas hazañas sin que parezca que haya pena o lamento alguno cuando son enfrentados a los hechos. No obs- tante, aparecen con mayor claridad, por efecto de con- 48 49 traste, las tendencias psicopáticas en aquellos niños que proceden de buenos ambientes, cuyas condiciones de vida difícilmente parecen suscitar tales comportamien- tos. Sorprende en la niñez de estos chicos su percepción positiva de actos crueles hacia otros niños o animales. Esta capacidad de sentir satisfacción a partir de emociones ne. gativas —el sufrimiento de los otros— hace que sus actos• parezcan sorprendentes ante aquellas personas que no les conocen bien. «Me parece increíble que pudiera ha- cer una cosa así», se puede escuchar frecuentemente en boca de atónitos conocidos y vecinos de un psicópata que acaba de ser identificado por la justicia. Pero no es algo que haya surgido de la nada; quizás el paso al acto, la comisión de un crimen violento, no se produce hasta bien entrada la madurez del sujeto, pero su personalidad, sin , embargo, estaba ya conteniendo, desde edades tempra- nas, la semilla de esa capacidad destructiva. Que surja la violencia en la preadolescencia o la juventud, o bien se demore hasta los años adultos, es algo que, probablemen- te, tenga mucho que ver con el ambiente donde se lleve a cabo su socialización. Ambientes criminógenos estimula- rán, con toda probabilidad, desde los diez o doce años, actos antisociales y un claro desafío a las normas. Por el contrario, en medios sociales más benévolos la manipu- lación y la violencia pueden tardar en hacerse más ob- vios, y. no suponer una violación tan flagrante de las le- yes. En todo caso, es muy probable que los sujetos que exhiban de modo intenso este componente de comporta- miento de la psicopatía causen auténticos estragos en la relación con los demás, conduciendo a la miseria a mu chas personas (padres, hermanos, novias) que se intere- san por él. Conducta antisocial adulta Como se ha comentado en otros lugares, los psicópatas no tienen por qué ser delincuentes, si bien es muy probable que sean responsables de muchos actos colindantes con el delito, o inclusive de'actos que constituyen delitos, 'sólo que son acciones —engaños a Hacienda, pequeños devaneos con el tráfico de droga, graves infracciones del código de circula- ción, etcétera— que, normalmente, quedan sin descubrir o sancionar. A esta lista podríamos añadir el abuso fisico y psi- cológico contra mujeres y niños, lo que, desgraciadamente, sigue siendo algo dificil de controlar en nuestra sociedad. Pero no cabe duda de que, si existe una «personalidad criminal», ésta se encuentra en los rasgos de la psicopatía. Nadie como él está tan capacitado para quebrar las leyes, para ser violento por el solo prurito de lograr el control de la situa- ción, para engañar sin que importen las consecuencias. Cuan- do son delincuentes, son muy versátiles y, en muchas ocasio- nes, no se detienen ante el hecho de estar en prisión, sino que, en el centro penitenciario, siguen extorsionando o agre- diendo, tratando de obtener ventajas de cualquier situación. Los psicópatas son los mejor preparados para aco- meter las empresas criminales más absurdas, sin ganancia aparente. También los más cualificados para ser gratuita- mente violentos. Pero no todos los actos excesivamente vio- lentos son obra de los psicópatas. Los esquizofrénicos pa- ranoicos pueden ser muy peligrosos y ser responsables de asesinatos atroces sin ningún sentido... salvo el que dicta su enfermedad. En otras ocasiones, la violencia surge de vendetas mafiosas, y aquí se impone el código mafioso, algo estrictamente «comercial». O también la pasión ciega de un amante despechado... 50 51 2.3. LA METÁFORA DEL MAL
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