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Paul B Preciado - Prácticas ficcionales para una política bastarda. La tecno lesbiana

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13/03/2018 Prácticas ficcionales para una política bastarda. La tecno-lesbiana
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19th August 2009
“Ya no tenemos necesidad de “escritores universales” o de “intelectuales” para el movimiento queer, sino de tortilleras[1]
[http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn1] y de trans que estén preparados para investir sus
supuestas identidades abyectas escribiendo o produciendo teoría” 
Beatriz Preciado[2] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn2] 
Geopolítica de los cuerpos: habitantes del “interior” 
¿Qué significa pensar los cuerpos desde estas latitudes, en especial desde el sur argentino? ¿Cómo se inscribe en
nuestra corporalidad un espacio imaginado como lo otro, lo incivilizado, lo primitivo, lo natural, cuya memoria del
aniquilamiento histórico se evoca en las 4x4 que surcan el trazado de las picadas[3] [http://www.blogger.com/post-
create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn3] petroleras del siglo XXI? ¿De qué modo las condiciones de existencia
de los cuerpos nos vuelven no sólo humanos, sino también no-humanos, in-humanos o post-humanos? ¿Cuáles
son los relatos no canónicos invisibilizados por el dogma cultural que impone el centro hegemónico del país? 
Habitamos culturas situadas, cuyos límites no podemos dejar de interrogar, atravesadas como están por múltiples
relaciones de poder. La localización nos permite entender de qué modo ciertos cuerpos, ciertas relaciones y ciertos
deseos en esos contextos concretos pasan a ser más o menos vulnerables que otros. 
Contexto quiere decir aquí localidad de producción, sitio enunciativo, coyuntura de debate, particularidad histórico-
social de una trama de intereses y luchas culturales que especifican el valor situacional y posicional de cada
realización discursiva. Reivindicar el contexto sirve para valorar los espacios-tiempos microdiferenciados que
agitan la trama viva de cada cultura en la que situamos nuestras vidas como lesbianas, marimachas, trabajadoras
del estado y subocupadas, blancas, jóvenes, activistas feministas. 
En la organización del mundo promovida por la modernidad, las ciencias se articularon en determinadas lenguas y
localizaciones geográfico-epistemológicas, apagando la importancia de las historias locales, subordinándolas a la
historia universal de occidente. 
Si el cuerpo de la nación fue pensado como el cuerpo moderno, en el cual la genitalidad fue la centralidad que
instituyó el binarismo, ¿podemos hablar de un centro fálico del país? Los genitales “hacia fuera”, visibles, que la
disciplina médico-política definió como propiedad del varón, configuran el espacio de lo público con una gran
concentración urbana en ciertas localizaciones geográficas. Los genitales hacia adentro, invisibles, que articulan la
categoría biomédica de “mujer”, constituyen lo privado, el “interior” de un territorio cartografiado por las técnicas de
visualización epistemológicas del conquistador escópico. 
La forma científica específicamente moderna, europea y masculina, se vuelve autoinvisible, minimizando la
atención de su cuerpo para hacer creíbles los relatos de otros cuerpos. Así, el “interior” es constituido como un
espacio “feminizado”, de producción del espacio doméstico de la nación. Una economía interna dirigida por la
lógica falogocéntrica del patriarcado, que identifica los sujetos a partir de su cuerpo sexuado y los fija a lugares
inapelables en su jerarquía y su desigualdad. La función-centro del dispositivo metropolitano se articula, de este
modo, con el binarismo de género del dispositivo de sexualidad moderna. 
“La creación de mapas es esencial para cercar entidades (tierra, minerales, poblaciones, etc) y leerlas para su
ulterior exploración, especificación, venta, contrato, protección, gestión o lo que sea” (Haraway, 2004: 162). De la
misma manera, los cuerpos son mapas de poder e identidad. La cartografía, gran ciencia de la edad de la
exploración, aplicada a los genitales construye la binariedad del género mediante un trazado de mapas que
administra y distribuye asimétricamente oportunidades, saberes, tecnología, etc.; y como toda práctica de
conocimiento contiene en sí distintas posibilidades de vida y muerte, designando quiénes viven y quiénes mueren
en los campos de fuerza de la ambigüedad o la frontera. Consideremos, en este sentido, que la estabilidad pública
para algunas personas es sufrimiento privado para otras. 
Habitantes del “interior”, una dicotomía que sigue articulando el pensamiento político bajo la pulsión de una erótica
epistemológica heterosexual, somos carne tangible y sensible, que se rehúsa a ser el objeto de la visión, a ser
despojada de agencia. Porque ni la mirada ni el tacto o no tacto carecen de dolor. Tal como nos advierte Haraway,
Prácticas ficcionales para una política bastarda. La tecno-
lesbiana
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“las tecnologías de construcción de conocimiento, incluyendo la formación de posiciones de sujeto y las maneras
de habitar esas posiciones, han de hacerse implacablemente visibles y abiertas a la intervención crítica” (2004:
55), porque la pregunta por la posibilidad de mundos vivibles debe permanecer bien visible en el corazón de
nuestro activismo. 
Este relato pretende ser, a través de la localización y de la práctica de los conocimientos situados, una historia
inadecuada al punto de vista universal, al sujeto no marcado, al pensamiento heterosexual, al pensamiento
colonial. Como los discursos no son sólo palabras, sino prácticas semiótico-materiales, entonces cambiar los
relatos es una intervención creativa en términos de proyecto de conocimiento, de sensibilidad política y cognitiva. 
Comprender los mapas[4] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn4] como metáforas
de la posesión, el tráfico de cuerpos y significados, que construyen tipos particulares de espacio y humanidad
(Haraway, 2004), nos posibilita conectar su elaboración con la creación de mundos y el uso potencial desde un
punto de vista localizado. La localización, como una herramienta cognitiva, psicológica y política, no significa
estrechez de miras o localismo, sino especificidad y encarnación consecuente. 
Desde este punto del mapa hablamos con mercurio en la sangre, a través de la tranquera del bosque del
multimillonario, con el viento de la desertificación en los ojos, a través de los gases lacrimógenos en la ruta, con la
lengua que trunca los sueños del pueblo mapuche, con la boca sin dientes de la pobreza subvencionada por un
Estado clientelar. Desde este punto del mapa, fluyen nuestros deseos de una vida vivible. 
Mutaciones corporales: topografías disidentes 
“En un mundo lleno de imágenes y representaciones ¿a quién no podemos ver o abarcar, y cuáles son las consecuencias de esta
ceguera selectiva? ¿cómo es posible la visibilidad? ¿para quién, por quién y de quién? ¿qué permanece invisible, para quién y por
qué? 
Donna Haraway[5] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn5] 
El cuerpo es un campo de acción política. Así lo han puesto de relieve las teorías y acciones feministas, trans e
intersex. Sin embargo, para los feminismos el cuerpo ha quedado capturado por supuestos de naturaleza. Serán
aquellos cuerpos considerados en el régimen heterocentrado como “abyectos”, los que van a provocar la herida
inevitable a nuestro cuerpo de conocimientos feministas, desgarradura que trae todo cuestionamiento. 
Cuando el género, que históricamente estimuló toda una producción teórica para denunciar la construcción cultural
de la asimetría entre hombres y mujeres, es restituido en su genealogía conceptual como tecnología bio-médica
que fabrica cuerpossexuados, se le reintegra la violencia con que se encarna en los cuerpos. Tal como nos
recuerda Preciado, “el concepto de “género” fue ante todo una noción sexopolítica antes de convertirse en una
herramienta teórica del feminismo americano” (2003). 
El género como tecnología que produce la “naturaleza” como algo dado, pone de manifiesto que hombre y mujer
no son categorías naturales, son ideales normativos cultural e históricamente construidos. La violencia que fuerza
la estabilidad de la cadena de montaje del capitalismo heterosexual, apenas asomaba en las discontinuidades que
expresábamos lesbianas y gays décadas atrás en los grandes centros urbanos tanto de Argentina como de
América Latina, y más recientemente en las ciudades más pequeñas. 
La estructura sexo-género-deseo comienza a mostrar públicamente sus fisuras y discordancias, y se van
articulando a partir de ellas no sólo prácticas políticas sino también –y sobre todo- prácticas de conocimiento.
Entonces, comenzaremos a escuchar el grito de las travestis hostigadas por la policía, la carne mutilada de las
personas intersex, la denuncia de la obediencia a los protocolos de psiquiatrización de la transexualidad. Con
cierta indiferencia, con cierto repliegue ante un alerta de amenaza identitaria, el bisturí que corta el cuerpo para
adecuarlo a los estándares normativos del género empezó a desgarrar la piel de los supuestos del activismo sexo-
genérico. 
Históricamente invisibilizadas como lesbianas, comenzamos a dejar interpelarnos por esas demandas -muchas
veces de cuerpos que se volvían impronunciables para el saber médico, psiquiátrico, legal, y hasta para nosotras
mismas-, y se hizo un imperativo volver sobre nuestros propios cuerpos, a desandar las ficciones de naturaleza
que sosteníamos, a interrogar los límites de ciertos formatos de prácticas políticas y a “conectar” esas diferencias
en nuestros propios relatos de mundos y en nuestra geografía más cercana. De este modo, perdía vigencia en
nuestro pensamiento el estatuto del cuerpo como materia biológica dada, sin historia ni intervención política. 
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La inscripción del binarismo de género en la carne es parte del proceso de humanización, de aquello que será
considerado como humano y lo que se desechará como tal. El nacimiento dispara el funcionamiento de una
maquinaria biotecnológica destinada a identificar y catalogar como “varón” o “mujer” al organismo que se incorpora
al mundo, bajo el paradigma de la visibilidad social de los genitales, fijando la identidad en esos órganos. El ser
que presente una diferencia morfológica será objeto de una continua patologización e intervención, a través de la
normalización quirúrgico-hormonal que funcionan como prácticas de heterosexualización. Si el deseo se emplaza
en los genitales y éstos son ambiguos, se requiere la rectificación de acuerdo a criterios de cosmética sexual,
imponiendo la lógica del centímetro para evitar todo desvío. Se feminizan los cuerpos que no dan con la talla
adecuada de un pene estándar, aquel que llevará adelante la penetración no sólo sexual y social, sino también
epistémica. Nunca más naturalizada la violencia que en el mismo proceso de re-naturalización del cuerpo. 
En este sentido, Preciado nos indica que la heterosexualidad es una tecnología biopolítica de producción de
cuerpos heterocentrados, porque es parte de la administración de los cuerpos y de la gestión calculada de la vida.
“El ansiado cuerpo normal es el efecto de un violento dispositivo de representación, control y producción cultural”
(2007). 
La construcción tecnológica de la verdad natural de los sexos se realiza con el soporte de un régimen
epistemológico binario y visual de la concepción heterocentrada de lo humano. Una vez expulsado Dios, el Estado
y sus instituciones disciplinarias son los nuevos inquilinos del cuerpo moderno, el que será ocupado por las fuerzas
del capitalismo global. 
Se construye así una topografía sexual del cuerpo, segmentando los órganos en “centrales” –que serán los centros
generativos de la identidad sexual- y “periféricos”. Los órganos sexuales son los “reproductores” y
fundamentalmente productores de la coherencia del cuerpo como propiamente humano. El cuerpo hetero será,
entonces, el producto de una división del trabajo de la carne según la cual cada órgano es definido por su función.
“Capitalismo sexual y sexo del capitalismo. El sexo del ser vivo se convierte en un objeto central de la política y de
la gobernabilidad” (2003). Sin duda, si la biopolítica es la forma de poder que produce al cuerpo vivo como bien y
mercancía, entonces podemos comprender el “aparato reproductor” de las mujeres como máquina del Estado y del
capitalismo. 
El asunto es que lo que han puesto de manifiesto las topografías corporales disidentes de travestis, trans, intersex,
lesbianas marimachas y maricas femm, es que el género no es el efecto de un sistema cerrado de poder, ni una
idea que actúa sobre la materia pasiva, sino el nombre del conjunto de dispositivos sexopolíticos que pueden ser
objeto de reapropiación por los movimientos de la disidencia sexual, haciendo frente a las diferentes violencias
simbólicas y materiales de los múltiples poderes que defienden y controlan la dicotomía heterosexual jerarquizada
y genitalizada. En esta dirección, un conjunto de micropolíticas del cuerpo apuestan por explicitar colectivamente
los procesos de normalización corporal y por una re-apropiación insumisa de sus técnicas de producción. 
Sin embargo, estos cuerpos e identidades “raritas” no sólo reclamarán un sitio en este mundo, sino que revelarán
de qué modos se produce ese no-lugar o existencia invisible, o por qué debemos ocupar determinados lugares en
el entramado social e institucional, desnaturalizando de esta manera los procesos históricos-políticos-científicos de
hacerse varón o mujer. Es en este sentido que podemos comprender que el hacerse “mujer” es un proceso de
“deformación del cuerpo, por supuesto, operado por fuerzas políticas pero que continúan, sin embargo,
describiéndose como naturales” (Preciado, 2005: 123-4). El ciclo vital, la menstruación, la penetración vaginal, el
embarazo y el parto están presentes como acontecimientos naturales. De este modo, somos forzadas en nuestro
cuerpo y en nuestro pensamiento para corresponder trazo a trazo, con la idea natural que ha sido establecida para
nosotras. 
Ahora bien, no podemos comprender los cuerpos fuera del entramado histórico y político de cada época, así como
los modelos bajo los cuales construimos nuestra corporalidad. En el capitalismo avanzado o post-industrial ¿cuáles
son los modos de construcción del cuerpo contemporáneo? ¿qué nuevas formas de resistencia y de acción
políticas pueden emerger de la re/ex/a/propiación de las tecnologías que construyen nuestros cuerpos? Preciado
nos advierte: “Ya no puede entenderse el cuerpo “como un sustrato biológico fuera de los entramados de
producción y cultivo propios de la tecnociencia. Dicho con Donna Haraway, el cuerpo contemporáneo es una
entidad tecnoviva multiconectada que incorpora tecnología. Ni organismo, ni máquina, ni naturaleza, ni cultura:
tecnocuerpo” (2007). Los órganos, tejidos, fluidos y moléculas se transforman en materias primas a partir de las
cuales se fabrica nuestra corporalidad. 
El nuevo régimen postmoneyista de la sexualidad, como lo define Preciado, “no puede funcionar sin la circulación
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de un enorme flujo de hormonas, silicona, textos y representaciones, de técnicas quirúrgicas... en definitiva, sin un
tráfico constante de biocódigos de los géneros” (2007).En este contexto, el cuerpo del siglo XXI es producido por
diferentes técnicas de escritura de la vida, de acuerdo a diferentes modelos[6] [http://www.blogger.com/post-create.g?
blogID=7503834298320712559#_ftn6] políticos, textuales, cinematográficos, etc. 
Hoy no podemos dejar de pensar el género en el marco de la producción de un conjunto de materiales sintéticos
que van desde el caucho a la silicona, en la historia del vestido como ortopedia, en la relación entre cuerpo y
arquitectura, en los códigos de la publicidad, en la segmentación del espacio público y privado, en la fragmentación
de los espacios dedicados a la corrección del individuo y en la división de los cuerpos en órganos sexuales y
funciones. 
Los cuerpos raros, inclasificables, como travestis, transexuales, intersex, junto a otros grupos que comenzaron a
cuestionar el ideal corporal normativo, sacudieron los relatos de las ficciones biotecnológicas de la identidad, de los
aparatos mismos de producción de la verdad del sexo. Hormonas, cirugías, implantes, nos provocaba horror a las
feministas, y en analogía con las políticas de seguridad, construimos una fortaleza que cercó la “naturaleza” de
nuestros cuerpos de mujer, edificando nuestras propias ficciones somáticas. Mientras, estos mismos cuerpos
continuaban ingiriendo las tecnologías “como si se tratara de suplementos de feminidad” (Preciado, 2007): la
píldora anticonceptiva, las cremas faciales y anticelulíticas, las prótesis electrónicas, las terapias hormonales, las
dietas, el corte y teñido del cabello, la vestimenta de material sintético, los somníferos, la lipoaspiración, la cirugía
estética, el agrandamiento de los pechos, las dietas hipocalóricas, las nuevas heroínas del cine y de los video-
juegos como Tomb Raider, la depilación definitiva, el peeling, la gran circulación de literatura “femenina”, las
revistas de moda o salud, la celulo-terapia, los nuevos maquillajes, los corpiños con prótesis, etc. 
Esas mutaciones corporales, esas narrativas segregadas por la disidencia corporal que se ha reapropiado de las
técnicas de subjetivación y generización de su cuerpo, nos interrogan y desafían a re-pensar nuestros cuerpos, el
activismo y las prácticas de conocimiento y afecto. No salimos indemnes de su pulsión estética y política. 
De la bio-mujer a la tecno-lesbiana: un cuerpo bastardo en el capitalismo avanzado 
“El estallido de tus dientes tu alegría tu dolor la vida secreta de tus vísceras tu sangre tus arterias tus venas tus huecos habitáculos tus
órganos tus nervios su estallido su brote la muerte lenta descomposición la peste la devoración por los gusanos tu cráneo abierto, todo
le será de igual modo insoportable” 
Monique Wittig[7] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn7] 
¿Cómo se piensa política y sexualmente un cuerpo lesbiano? ¿cómo hacer inteligible la corporalidad lésbica en un
régimen visual heterocentrado? ¿acaso no es la identidad lésbica una ficción corporal de la no-reproducción? ¿qué
otras trazas de sentido se pueden diseñar en un cuerpo de órganos que desertan de las funciones establecidas por
las normativas biopolíticas del género? ¿bio-vaginas sin penetración de penes? ¿vaginas “vaciadas”? ¿vaginas
pobladas de otros sentidos? ¿vaginas sin-sentido? ¿úteros del Estado y la Iglesia que se dislocan al territorio de lo
desechable? ¿vellosidades no amputadas denunciando la construcción prostética del cuerpo “femenino”? ¿cómo
pensar otra economía del cuerpo político de la lesbiana? ¿cómo hacer del cuerpo lésbico un posible enclave de
resistencia a las “políticas de la vida” definidas y exigidas por este modo histórico del capitalismo? ¿qué pacto
político seguimos firmando con el régimen de la sexualidad heterosexual al afirmar como lesbianas que tenemos
un cuerpo de “mujer”? 
Nuestro cuerpo lesbiano ha quedado apresado en una ficción de naturaleza. Al interior del activismo lésbico o
lésbico-feminista, el cuerpo sigue capturado por el significante “mujer”. Es habitual escucharnos decir: “somos
invisibles porque tenemos un cuerpo de mujer”. Lesbianas “atrapadas” en un cuerpo de mujer. Hemos reflexionado
y escrito sobre la identidad lésbica, sin embargo, pareciera que el soporte carnal de esa identidad no contara. El
cuerpo lésbico es un cuerpo mudo, ausente, en el discurso del activismo lésbico de nuestro país. 
Es imprescindible volver sobre las prácticas, al conjunto de los modos de hacer sexo, a los modos en que el
cuerpo es construido como identidad para tomar conciencia del papel fundamental que juega la imaginería corporal
para la visión del mundo y, por lo tanto, para el lenguaje político. 
El régimen de la heterosexualidad es un régimen de visión social y produce el efecto ceguera de aquellas
manifestaciones y expresiones que no pueden ser percibidas dentro de ese régimen. La hegemonía hipervisual
satura el ojo, y produce la ceguera por exceso de visión, ojos colmados de imágenes heterocentradas. La
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invisibilidad institucionalizada de la realidad lésbica, mediante la censura o la ignorancia[8]
[http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn8] , pasan a formar parte de lo inconcebible o
pasan a ser considerados errores de percepción heterosexual (Llamas, 1998: 287). 
El cuerpo lesbiano no es un cuerpo que hable o un cuerpo al que se le escuche, afirma Llamas; no es un cuerpo
sobre el que se escriba o que pueda ser leído en una supuesta especificidad. Al carecer de cuerpo porque adolece
de capacidad para el sexo, se transforma en una lesbiana desencarnada. Construido como cuerpo de “mujer”, el
cuerpo lesbiano continúa siendo un cuerpo indetectable. Además, la epistemología de la homosexualidad apenas
presta atención a las formas posibles de representación social de la realidad lésbica. Las dificultades de acceso de
las mujeres al orden de la representación, derivadas de un régimen de sexualidad patriarcal y misógino, inciden
particularmente en esta ausencia de íconos reconocibles. 
Tal como afirma Teresa de Lauretis, es necesario un trabajo crítico para la reconstrucción de nuestros propios
discursos y sus silencios constitutivos. 
¿Qué arriesgamos cuando nos interrogamos acerca del silencio sobre los propios cuerpos en nuestros discursos
como activistas? ¿qué zonas de lo intolerable habilitamos y cuáles clausuramos? Hemos denunciado y lo
seguimos haciendo, porque es fundamental para nuestra existencia y sobrevivencia, el ocultamiento y la negación
de nuestras vidas como lesbianas; no obstante ¿cómo hemos contribuido con este silencio al régimen de
conocimiento heterocentrado, al mantener nuestro cuerpo en la mudez de la naturaleza? 
En un desafío de reapropiación de las biotecnologías para hacerse un cuerpo lesbiano, fundamentalmente de la
escritura como estrategia de transformación de la subjetividad, construimos esta narrativa bastarda como intento
de cortocircuitar las tecnologías de producción del cuerpo moderno, porque no sólo hay que sacudir las
instituciones del Estado, la Iglesia y el capital, sino también las tecnologías de escritura del género y sexo. 
En la mesa de operaciones para intervenir la anatomía de los significados sexopolíticos del cuerpo y fabricar a la
tecno-lesbiana se aglutinan Monique Wittig, Beatriz Preciado, Donna Haraway, Teresa de Lauretis, Judith Butler,
Judith Halberstam, Gloria Anzaldúa, Adrienne Rich, Chela Sandoval, Audre Lorde, Bárbara Smith[9]
[http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn9] . 
La estrategia del hipertexto se pone a funcionar para la transformación de la bio-mujer en tecno-lesbiana.
Retomando una serie de críticas procedentes de cuerpos y placeres de la periferia identitaria, que sacudieron las
ficciones acerca de lo que “debería ser” la identidadlesbiana, esta operación incluye: la negación de la vagina en
el modo de producción de la existencia lésbica, la frondosa vellosidad como modo de desnaturalización de la
tecnología de la feminidad[10] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn10] y la
histerectomía textual. No obstante, por ser tecnologías de incipiente elaboración y de consecuencias difusas, más
que por razones de espacio, sólo nos concentraremos en la primera de estas transformaciones. 
En general, la identidad lésbica es pensada como efecto performativo, de re-citación subversiva de la ley
heterosexual, pero a partir de un cuerpo definido por una bio-vagina, la cual define el género femenino y, por
consiguiente, la posibilidad misma de la identidad lesbiana. 
Si el sexo es, siguiendo a Preciado, una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas
erógenas en función de una distribución asimétrica del poder entre los géneros, haciendo coincidir ciertos afectos
con determinados órganos, ciertas sensaciones con determinadas reacciones anatómicas, desplazar la centralidad
de un órgano que instituye el sexo femenino como es la vagina, nos lleva a elaborar un argumento cartográfico que
dé cuenta de las principales estrategias con las que podemos construirnos un cuerpo lesbiano,
comprometiéndonos en un proceso de transformación discursiva y corporal. Es decir, diseñar perturbaciones en el
proceso de producción y normalización de los cuerpos para constituirnos en posibles sujetos de un nuevo devenir
político-sexual (Preciado, 2005: 112). 
La frase atribuida a Monique Wittig, “yo no tengo vagina”, tiene continuidad con aquella “las lesbianas no somos
mujeres”. Estas sentencias de índole disruptiva abren puntos de fuga en la máquina biopolítica heterosexual. Leer
la frase a partir del exceso y no como falta, “yo no tengo vagina” es un modo de deshacerse de la vagina como
órgano heterocentrado, un anuncio de la deconstrucción del cuerpo hetero-moderno, una declaración de guerra a
las ficciones naturalizantes. La vagina que aparece como un órgano clave, pues permite el vínculo institucional
entre el trabajo (hetero)sexual y el trabajo de la reproducción, al ser desplazada de estas funciones, permite
desterritorializar el cuerpo lesbiano del proceso de “hacerse mujer”. 
Resistir el proceso de incorporación de la feminidad heterosexual desde/en el cuerpo es una intervención política
en el proceso anatómico-político del devenir mujer, mediante un activo proceso de des-identificación de la
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producción cartográfica del cuerpo moderno, una modificación de la distribución del trabajo sobre el cuerpo
heterocentrado. “Si yo no tengo vagina es porque la vagina, en tanto que órgano sexual femenino, se define como
receptáculo apropiado para un pene natural…y como cavidad natural para la fertilización. Una vagina que no se
deja territorializar por el follar hetero es anatural, deficiente e incluso malsana” (Preciado, 2005: 128). Esta falta es
el “resto” que perfora y escinde los significados monolíticos de la autoridad científica que ha ejercido de forma
privilegiada el monopolio del derecho de nombrar. 
Afirmar que no se tiene vagina indica que el cuerpo aparece en el centro de un trabajo de desterritorialización de la
heterosexualidad, porque los órganos que constituyen el cuerpo sexual han sido reestructurados en el interior de
un nuevo sistema de producción de afectos y placeres. Esta operación requiere también una transformación de la
sensibilidad y sociabilidad. 
La tácita ley de este régimen sexual y político, “serás heterosexual o no serás”, garantiza la reproducción de la
feminidad y de la masculinidad en los cuerpos adecuados – o adecuándolos- y les otorga el sentido de tener un
cuerpo humano. 
Más eficaz que el discurso escolar, la medicina anatómica y la pornografía como formas de pedagogía biopolítica
nos enseñan a cómo hacerse un cuerpo hetero. Las dos efectúan idéntico recorte de órganos sexuales y la misma
puesta al desnudo en primer plano del siempre exitoso ensamblaje mecánico pene-vagina. 
Entonces, el sexo lesbiano cuando ya no es sexo “entre mujeres” es un proceso de desnaturalización de las
prácticas sexuales: no-medibles y no-genitales porque no puede decirse ni cuántas veces ni con qué órganos (si
se trata de la boca, de la no-vagina, del ano o bien de un dildo como incorporación sintética del sexo[11]
[http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn11] ). 
No queremos dejar de comentar, a pesar de las dificultades o desconciertos de una incipiente reflexión, qué
entendemos por histerectomía textual. 
Ya desertando de la vagina ¿qué sucede entonces con el útero? Mediante una histerectomía textual desplazamos
la centralidad del órgano reproductivo por excelencia, hacemos el corte con nuestra propia letra, el bisturí de
nuestra lengua incisiva. Así, la no presencia de útero en el cuerpo lesbiano es una práctica de insurgencia sexual,
un des-orden corporal. La extirpación de la esclavitud en una economía reproductiva. No más cuerpo-máquina
para beneficio del Estado y el capital. Es el rechazo no del órgano, si no de la economía política de constitución del
cuerpo moderno “femenino”; es la interrupción del doble circuito invertir-investir el útero como razón de existencia
de un cuerpo-mujer. 
De este modo, el tránsito de la bio-mujer a la tecno-lesbiana es el punto de fuga de la biopolítica del género, el
cuerpo bastardo que degenera de su origen o naturaleza heterocentrada, infiel a la ley de la reproducción
heterosexual, de resistencia a la optimización de nuestras capacidades al servicio del heterocapitalismo. Una vida
que infringe las reglas del género e implosiona el imaginario disidente. La cartografía de la tecno-lesbiana no tiene
lugares seguros y se opone a la geopolítica del saber hegemónico, resistiendo la custodia de los deseos y los
flujos de placeres. Su energía amorosa provoca una irrupción poética que tensiona la mismidad. Infiel a la matriz,
no hay naturaleza de origen. Transita con furia, humor e ironía, las coordenadas inesperadas de la contingencia. 
Las prácticas políticas como experimentación: apuntes para un activismo promiscuo 
" Existir es diferir" - Mauricio Lazzarato[12] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn12] 
Prácticas políticas como experimentación, experimentar políticamente las prácticas. Frente a las transformaciones
del heterocapitalismo y las rearticulaciones del sexismo, el racismo y la xenofobia ¿podemos seguir pensando la
política en los mismos términos que en el siglo XX? ¿Qué sucede si nos sustraemos de las prácticas políticas de
formatos convencionales y nos fugamos, no fuera de las instituciones, sino en la latencia de sus sedimentos
fundacionales? 
Para nosotras la política es un hacer, es un conjunto heterogéneo de prácticas de creación de mundos posibles,
cuyos escenarios son no sólo el Estado, la Iglesia, el capital trasnacional, sino nuestros propios cuerpos y
relaciones. 
Inventar los instrumentos de lucha política no implica el borramiento de las marcas de identidad o abolición de
categorías de sexo-género. Por el contrario, es seguir insistiendo en la producción de identidades como lugar de
acción política pero desde la perspectiva del acontecimiento, sin silenciar los privilegios de la mayoría y de la
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normalidad heterosexual, que no reconoce que es una identidad dominante. Hay que permanecer críticas frente a
los efectos normalizadores y excluyentes de toda lógica de la identidad, ya sea heterosexual u homosexual.De
este modo, entendemos las identidades como un punto de partida para la práctica política imposible y, a la vez,
necesario. 
Con estrategias tanto hiper como post-identitarias, el desafío es hacer un uso radical de los recursos políticos de la
producción performativa de las identidades desviadas o extrañas, para posibilitar la emergencia de lugares de
resistencia al punto de vista “universal”, a la historia blanca, colonial y hetero de lo “humano”. En este sentido, una
prioridad política sería preguntarnos qué significa en este contexto la “normalización” de la homosexualidad que se
promueve desde un sector del movimiento sexo-genérico, qué efectos políticos y vitales está provocando y para
quiénes. 
El proceso de “desterritorialización” del cuerpo supone cortocircuitar las tecnologías de producción de cuerpos
“normales” o de normalización de los géneros, es decir, engendrar prácticas que desarticulen los procesos de
llegar a ser “normal”. Dado que estas operaciones afectan tanto al espacio urbano como al espacio corporal, el
activismo no puede reducirse a unos espacios y tiempos determinados, a ciertas instituciones, sino que necesita
acciones dirigidas al entramado de relaciones de poder que constituyen nuestra cotidianeidad, a la
desestabilización de las subjetividades “peatonales”. Actuar allí donde no se espera la escisión política para
provocar la falla en la representación, para repolitizar las subjetividades. 
Comprender los cuerpos y las identidades disidentes como potencias políticas, y no simplemente como efectos de
los discursos sobre el sexo, es abrir la posibilidad de intervenir en los dispositivos biotecnológicos de producción
de la subjetividad sexual. Esto requiere de prácticas no sólo de escritura sino también de lectura para localizar las
tecnologías de resistencia y los momentos de ruptura de la cadena de producción cuerpo-placer-beneficio;
necesitamos reapropiarnos y subvertir los dispositivos de representación (como la escritura, cine, teoría, música,
teatro, etc) para producir visibilidad sexual y política. Precisamos, para generar un revuelo cultural de los
imaginarios políticos, emprender un trabajo de archivo a nivel local de los fracasos o residuos de las tecnologías de
normalización de los cuerpos, de los actos de una política del shock y lo discordante. Esto nos estimulará a
habilitar “un nuevo “campo de posibles” (Lazzarato, 2006: 48), porque las nuevas posibilidades de vida se pueden
expresar cuando se desplazan las oposiciones binarias y se combaten los operativos de totalización del sentido. 
Y aquí un gran desafío para el activismo de la disidencia sexual: jugar sobre dos temporalidades – o acaso más-.
Una temporalidad lenta, como la define Preciado, en la cual las instituciones sexuales parecen no haber cambiado
y toman el nombre de naturaleza; y la temporalidad del acontecimiento, constituido por múltiples ahoras. “El
acontecimiento muestra lo que una época tiene de intolerable, pero también hace emerger nuevas posibilidades de
vida. Esta nueva distribución de los posibles y de los deseos abre a su vez un proceso de experimentación y de
creación. Hay que experimentar lo que implica la mutación de la subjetividad y crear los agenciamientos”
(Lazzarato, 2006: 44). 
Las prácticas políticas ejecutadas en este sentido, requieren no permanecer en un solo plano o temporalidad, sino
trabajar sobre el tiempo de “pasaje” de un plano al otro. Toda invención es ruptura de normas, de reglas, de
hábitos, por eso un acto de creación nos hace entrar en la temporalidad del acontecimiento, bajo el signo de lo
intempestivo, abierto a los tumultos de lo plural y contradictorio. 
Lo que está en juego es cómo resistir o cómo reconvertir las formas de subjetivación sexopolíticas. La
reapropiación de los discursos de producción de poder/saber sobre el sexo es una conmoción epistemológica, que
nos moviliza a aprender y practicar lo que Haraway llamó las diversas alfabetizaciones y las conciencias
diferenciales más ajustadas al funcionamiento del mundo. 
Las alfabetizaciones no son puro manejo de letras y palabras, lejos de los formatos disciplinarios de la escolaridad
son formas de políticas culturales. La alfabetización es una práctica social vinculada a las configuraciones del
conocimiento y del poder, así como a la lucha política y cultural en torno a la experiencia y al lenguaje, que incluye
un sinnúmero de formas discursivas y habilidades culturales para acceder a una variedad de relaciones y
experiencias. Como conjunto de prácticas, las alfabetizaciones múltiples constituyen la precondición para habilitar
la novedad radical. 
En el mismo sentido que Chela Sandoval insiste en las prácticas y procedimientos de una “metodología de las
oprimidas” como “un compendio energético de técnicas de movimiento —o, mejor, como tecnologías opositivas de
poder: tanto “internas” o tecnologías psíquicas, como tecnologías “externas” de praxis social”[13]
[http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftn13] (2004: 85), proponemos una pedagogía
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cyborg para un activismo promiscuo, porque la escritura cyborg trata del poder para sobrevivir, no sobre la base de
la inocencia original, sino sobre la de empuñar las herramientas que marcan el mundo y que las marcó como
otredad. “Las herramientas son a menudo historias, cuentos contados de nuevo, versiones que invierten y que
desplazan los dualismos jerárquicos de identidades naturalizadas” (Haraway, 1995: 300). 
Un activismo promiscuo desconfía de las totalizaciones monológicas, de las llamadas a la “universalización”. Más
bien es el despliegue de un repertorio de prácticas contaminadas por la conciencia de las formaciones raciales,
sexuales, de clase y género, que son las máquinas ficcionales que protegen los poderes imperantes del
heterocapitalismo racialmente estructurado. Porque así como el sexo, “la raza es un producto del discurso
biológico temprano que trata sobre los aparatos de fabricación y distribución de la vida y la muerte en los
modernos regímenes de biopoder” (Haraway, 2004: 249). La condensación de privilegios que surgen de la
intersección de todas estas formaciones mata de forma desigual, en silencio y de manera abundante. 
La mezcla de alfabetizaciones culturales necesarias para habitar en las redes semiótico-materiales de nuestro
tiempo, son las prácticas de lectura y escritura que implican una sensibilidad política y semiótica adquirida,
irreducible y no inocente, articulada y en deuda con quienes aprendieron a ver el mundo y funcionar en él a través
de formas críticas. Alfabetizaciones que posibiliten alterar la política de los espacios que territorializan las voces de
la disidencia, que establezca conexiones entre la denuncia social, la lucha política, la celebración feminista, la
perfomance cultural, el desmontaje analítico de la pulsión sexual. Las mezclas entre lo social, lo político, lo
ideológico, lo simbólico-cultural y lo estético, que se establecen como esferas separadas, retienen huecos y
pliegues donde se aloja lo turbulento y lo insatisfecho del pensar. Las alfabetizaciones múltiples son indispensables
para habitar las interfaces del activismo promiscuo. 
La mixtura de registros disímiles permite desprogramar el guión de la protesta convencional y el estallido
semántico de los códigos de la resistencia feminista, trabajando en las des-identificaciones o en la proliferación de
identificaciones. Tiende a convulsionar y escindir la homogeneidad representacional del “nosotras”, abriendo una
fisura que descentra las categorías de la ritualidad del acto político. 
Sucede que el desplazamiento del activismo hacia la institucionalidad abandona el impulso contestatario y la
dinámica agitativa, por eso entendemos que un acto de subversión críticatrabaja en el límite y sobre los límites
entre la resistencia política, la crítica-feminista y la agitación cultural, usando “fragmentos dispersos de lecturas
heterodoxas para volverlos contingentemente productivos por las vías abruptas del sobresalto” (Richard, 2007:
190). 
En este sentido, las prácticas políticas como experimentación se oponen tanto a las instituciones políticas
tradicionales que se presentan como soberanas y universalmente representativas, como a las epistemologías
sexopolíticas heterocentradas que dominan todavía la producción de la ciencia. Se aventuran en las “zonas de
secreta discordancia, de tumultuosa opacidad, donde se aloja lo más refractario al régimen translúcido de
visibilidad satisfecha que acompaña al despliegue neoliberal” (Richard, 2007: 86). En las micropolíticas de la
experimentación reside la fuerza de descentramiento y extrañamiento político-culturales. Esto supone el
despliegue de nuevos montajes estéticos, políticos, críticos, de la experiencia y la subjetividad. 
La transformación en la producción y circulación de los discursos en las instituciones modernas (de la escuela a la
familia, pasando por el cine o el arte) y la mutación de los cuerpos, requiere de desórdenes, infracciones,
cortocircuitos, interferencias, perturbaciones, desplazamientos tácticos, gestos y acciones que demandan un
activismo “alfabetizado” en los modos en que las tecnologías del yo definen las formas de subjetivación en este
siglo, teniendo en cuenta que las tecnologías del cuerpo (biotecnologías, sobre todo cirugía y endocrinología) y de
la representación (fotografía, cine, televisión, cibernética) se encuentran en plena expansión, con una distribución y
acceso desigual. Esto supone un nuevo sujeto de conocimiento, un proceso de "saber inusual" o de una "práctica
cognoscitiva" como dirá de Lauretis (2000), que no es sólo personal y política sino también textual, en la cual la
creación de conexiones, de articulaciones, devienen parte de los modos de pensamiento y afectividad. 
Si el capitalismo no sólo es un modo de producción, “sino una producción de modos y de mundos” (Lazzarato,
2006: 109), la supervivencia está en juego en los agenciamientos colectivos de las tecnologías de género, en la
circulación de la palabra, de las imágenes, los conocimientos, las informaciones y los saberes. 
Los escenarios del cuerpo y de la vida, marcados por microfascismos que configuran el mercado y las políticas
neoliberales, “son un lugar de un enfrentamiento a la vez estético y tecnológico, de una batalla por la creación de lo
sensible y por los dispositivos de expresión que los efectúan” (Lazzarato, 2006: 54), porque la guerra económica
que se juega a nivel planetario es también una guerra estética. 
Las prácticas políticas de resistencia son ejercicios cotidianos que despliegan mundos posibles y ocasiones para
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actuar deseos y prácticas irónicas que desbordan las regulaciones del régimen heterocentrado. Inmiscuirnos
promiscuamente en las controversias por mundos posibles y vivibles significa intervenir en la maquinaria que
distribuye de manera desigual oportunidades de vida y muerte. 
Así como Preciado nos alerta que “ya no se trata de elegir entre el cuerpo natural y el cuerpo tecnológicamente
transformado (¡demasiado tarde!), sino de saber si queremos seguir siendo consumidores dóciles de técnicas
biopolíticas de producción de nuestros cuerpos o si queremos devenir conscientes de los procesos tecnológicos
que nos constituyen” (2007), del mismo modo, la escritora de ciencia ficción feminista y ecologista Ursula K. Le
Guin, afirma que “es en nuestros cuerpos donde perdemos o nos damos la libertad, en nuestros cuerpos
aceptamos o ponemos fin a la esclavitud”[14] [http://www.blogger.com/post-create.g?
blogID=7503834298320712559#_ftn14] . 
fugitivas del desierto – lesbianas feministas 
Artículo de la publicación Conversaciones Feministas “Biopolítica”. Ediciones Ají de Pollo. Febrero del 2009, Bs As. 
Notas 
[1] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref1] Bollera en el original. 
[2] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref2] Devenir bollo-lobo o cómo hacerse un cuerpo
queer a partir de El pensamiento heterosexual, 2005, pág. 119. 
[3] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref3] Caminos que las empresas de hidrocarburos
abren en las bardas para llegar hasta los pozos de extracción de petróleo. 
[4] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref4] Un cuerpo de citas de un texto también es un
mapa que cartografía prácticas de conocimiento, de autoridad, de legitimidad. Una cita fuera de contexto (una cita ob-scena, diría Nelly
Richard) sería una forma de intervención crítica. 
[5] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref5] Testigo_Modesto@Segundo_Milenio.
HombreHembra©_Conoce_Oncoratón®. Feminismo y tecnociencia, 2004, pag. 233. 
[6] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref6] “Lo que hace aún más complejo nuestro
estatuto como cuerpos del siglo XXI es que este proceso de secularización y producción técnica no afecta por igual a todos nuestros
órganos…La diferencia de estatus entre una rinoplastia (operación de nariz) y una faloplastia (operación de construcción de un pene)
pone de manifiesto que un mismo cuerpo se ve construido por distintos modelos políticos. Mientras la nariz es un órgano regulado por
las leyes del mercado tecno-mediático, propiedad privada del sujeto, el pene y la vagina siguen siendo órganos estatales y onto-
teológicos, es decir, no me pertenecen a mí, sino al Estado, pues no puedo modificarlos sin pasar por un protocolo psiquiátrico y
jurídico de cambio de sexo. Dicho de otro modo, mientras nuestras narices son hipermodernas, nuestras vaginas y penes son
premodernos” (Preciado, 2007) 
[7] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref7] El cuerpo lesbiano, 1977, página 7 
[8] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref8] La teoría queer ha colocado en cuestión uno
de los binarismos fundantes de la modernidad, especialmente la que estructuró el campo educativo, como es la oposición entre
conocimiento e ignorancia. Demostrando que esos polos están íntimamente implicados, sugiere que la ignorancia puede ser
comprendida como la producción propia de un modo de conocer. Entonces, la ignorancia es ignorancia de un conocimiento. Las
ignorancias, lejos de ser fragmentos de una oscuridad originaria, son producidas por determinados conocimientos. La investigadora
Guacira Lopes Louro (2001) afirma que “la ignorancia no es neutra, ni un ‘estado original’, no es falta o ausencia de conocimiento sino
un efecto [del mismo]”. Ignorancia como efecto de un modo de conocer y no ausencia de conocimiento. De esta manera, la
heteronormatividad como conocimiento hegemónico se convierte en un elemento imperceptible en la vida cotidiana. 
[9] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref9] Quedamos en deuda con activistas, teóricas,
escritoras, artistas y especialmente poetas, del mundo anglosajón como latino e iberoamericano, que nos han aportado textos,
estéticas, cuerpos, interrogantes y conversaciones como herramientas para este debate, en un tráfico de lecturas, amistades,
afinidades y desencuentros políticos. 
[10] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref10] Sobre la pilosidad como modo de
intervención biotecnológica del cuerpo hetero, Preciado nos dice que “en el caso de la butch, del drag king y del transgénero, el pelo es
signo por excelencia de una mutación elegida,.. y tantos otros pelos, deben comprenderse no como la naturalizaciónde un destino
político, sino como distorsión performativa de la feminidad y masculinidad normativas” (2005: 126). Sobre las posibilidades de una
lesbiana “peluda”, podemos comentar una anécdota que tuvo como protagonista a una compañera activista de nuestro grupo. En el
verano, fue con su novia -una mujer bisexual y con hijos-, a la pileta de un club. Esta compañera, desde hace un tiempo, viene
experimentando su masculinidad a partir de acentuar ciertos rasgos, no sólo mediante su ropa, sino a través de signos corporales: no
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se depila las piernas ni las axilas, por ejemplo. Su traje de baño consistía en un corpiño deportivo y un short para surfistas –cuyo largo
es hasta las rodillas-. Intentó arrojarse al agua, pero el guardavida encargado de la pileta, le dijo que con esa ropa no podía bañarse,
aunque mientras se lo señalaba, observaba con incomodidad el vello de sus piernas. Agrega que el traje de baño admitido para las
mujeres son: malla enteriza o dos piezas (bikini). El requisito de dos piezas lo cumplía, lo que no se admitía –y que nunca se explicitó
como tal- era que su traje no fuera “femenino” así como tampoco su “cuerpo”. Finalmente, evitando una discusión para no poner en
evidencia a su novia que no tenía ninguna intención de hacer su salida del armario en ese contexto ni mucho menos delante de sus
hijos, no pudo ingresar al agua. Esto pone en evidencia la violencia con que se inscribe el género en los cuerpos. 
[11] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref11] Preciado señala en el “Manifiesto contra-
sexual” (2002) que el dildo vibrador ha evolucionado como una prótesis compleja de la mano lesbiana, más que como imitación del
pene, porque desatan la producción del orgasmo fuera de un contexto terapéutico y fuera de la relación heterosexual. 
[12] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref12] Políticas del acontecimiento, 2006, pag.
114. 
[13] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref13] Estas tecnologías pueden resumirse en: (1)
formas de “lectura de signos”, llamada “semiótica”; (2) el proceso de desafiar los signos ideológicos dominantes a través de su “de-
construcción”; (3) la operación de apropiarse de formas ideológicas dominantes y utilizarlas para transformar sus significados en un
concepto nuevo, impuesto y revolucionario, llamada “metaideologizar”; (4) un proceso de localización, de reunir, impulsar y orientar las
tres tecnologías anteriores, llamada “democrática”, con la intención de garantizar no sólo la supervivencia o la justicia, sino unas
relaciones sociales igualitarias o con el objetivo de producir “amor” en un mundo en descolonización, postmoderno y post-imperio; (5)
El movimiento diferencial es la quinta tecnología, a través de la cual, las demás maniobran armónicamente. 
[14] [http://www.blogger.com/post-create.g?blogID=7503834298320712559#_ftnref14] En el relato “La liberación de una mujer”, de
la obra “Cuatro caminos hacia el perdón”. 
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Publicado 19th August 2009 por valeria flores
Etiquetas: biopolítica, género, práctica política, tecnolesbiana
 
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