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COMPAGNON - OS ANTIMODERNOS

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El Acantilado, 141 
LOS ANTIMODERNOS 
ANTOINE COMPAGNON 
LOS ANTIMODERNOS 
TRADUCCIÓN DE MANUEL ARRANZ 
B AR CEL O N A 2007 t A C A N T J.J. A D O
TÍTULO ORIGINAL Les Antimodernes 
Publicado por: 
ACANTILADO 
Quaderns Crema, S. A., Sociedad Unipersonal 
Muntaner, 462 - 08006 Barcelona 
Tel.:934 r44906-Fax:934 r47 ro7 
correo@acantilado.es 
www.acantilado.es 
© 2 o o 5, by Éditions Gallimard 
©de la traducción, 2 o 07 by Manuel Arranz 
©de esta edición, 2 o 07 by Quaderns Crema, S. A. 
Derechos exclusivos de edición en lengua castellana: 
Quaderns Crema, S. A. 
ISBN: 978-84-96489-79-0 
DEPÓSITO LEGAL: B-4.579-2007 
AIGUAD EVIDRE Gráfica 
QUADERNS CREMA Composición 
ROMANYA-VALLS Impresión y encuadernación 
PRIMERA EDICIÓN febrero de 2007 
Ba¡o las sanciones establecidas por las leyes, 
quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacióu 
por escrito Je los titulares del copyright, la reproducción total 
o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecínico o 
electrónico, actual o futuro-incluyendo las fotocopias y la difusión 
a través de Internet-y la distribución de ejemplares Je esta 
edición mediante alquiler o préstamo públicos. 
C O N T E N I D O
Nota a la traducción, 9 
INTRODUCCIÓN: 
LOS MODERNOS EN LIBERTAD, 1 1
LAS IDEAS, 23 
CONTRARREVOLUCIÓN, 2 9 
Antimodernos o contra-modernos , 3 1 - Antimoder­
nos y reaccionarios, 3 5 - Una Revolución contraria, 
o lo contrario de la Revolución, 40 - «La vergüenza
del espíritu humano», 43 - La oligarquía de la inte­
ligencia, 5 3 
ANTI-ILUSTRACIÓN, 6 5 
Burke, apóstol del realismo, 7 4 - Política experi­
mental y meta política, 8 o - El «fanal oscuro», 8 6 
PESIMISMO, 9 7
La sociedad contra el individuo, 1 0 5 - Resignados a 
la decadencia, u 6 - Ser un hombre de su tiempo, 
1 2 4 - El final de un antimoderno, 1 2 8 
EL PECADO ORIGINAL, 1 3 7 
Castigo y regeneración, 1 4 1 - El pecado original 
continuado, 1 44 - Todos culpables, 1 4 9 - Contagio 
y reversibilidad, I53 - La muerte del rey, 1 6 0 - Un 
Schopenhauer maistriano, 1 62 - La víctima es el 
verdugo, I67 
LO SUBLIME, I 7 5 
Puritas impuritatis, 1 7 7 - Metapolítica del verdugo, 
I79 - Romanticismo y reacción, I9 5 - El dandi, 2 04 
- El odio a lo sublime, 2 0 8 
LA VITUPERACIÓN, 2I7 
Genealogía de un estilo, 2 22 - Oxímoron y antime­
tábole, 22 6 - El espíritu antimoderno, 2 3 I - La pa­
sión por la lengua, 2 3 6 
CONCLUSIÓN: 
LOS REACCIONARIOS CON ENCANTO, 241 
Amor fati, 242 - «Quien pierde gana», 246 
LOS ANTIMODERNOS 
N O TA A L A TRA D U C C IÓ N 
De las numerosas obras citadas en el texto, siempre que hay traduc­
ción castellana, ésta se cita entre paréntesis a continuación de la refe­
rencia del autor. Cuando existe más de una traducción, como es el ca­
so de las obras de Baudelaire, Balzac, Proust, o Pascal, se cita 
únicamente la de fecha de publicación más reciente. No obstante, 
tanto en estos casos como en los anteriores, hemos traducido todas 
las citas , a pesar de la incuestionable excelencia de la mayoría de las 
traducciones existentes. En cuanto a los títulos de las obras citadas, 
hemos optado, en aras de una mayor legibilidad, por traducirlos en el 
texto y citarlos en su idioma original en las notas al mismo; con la úni­
ca excepción de la Recherche, por entender que es hoy la forma con­
vencional de referirse a En busca del tiempo perdido. 
M. A. 
I N TRO D U C C IÓ N 
L O S M O D E R N O S E N L I B E RTA D 
No old stuff /or me.' No bestial copyings o/ arches 
and columns and cornices! Me, I'm new' Avanti! 
WILLIAM VAN ALEN, 
arquitecto del e di ficio Chrysler 
de Nueva York, 1929. 
El moderno se conforma con poco. 
VALÉRY 
¿ Quiénes son los antimodernos? Balzac, Beyle, Ballan­
che, Baudelaire, Barbey, Bloy, Bourget, Brunetiere, Bar­
res , Bernanos , Breton, Bataille, Blanchot, Barthes . . . No 
todos los escritores franceses cuyo nombre comienza 
por una B, pero, a partir de la letra B, un importante nú­
mero de escritores franceses. No todos los campeones 
del estatu quo, los conservadores y reaccionarios de todo 
pelo, tampoco todos los atrabiliarios y desencantados 
con su época, los inmovilistas y los ultras , los cascarra­
bias, los gruñones , sino los modernos en dificultades con 
los tiempos modernos, el modernismo o la modernidad, 
o los modernos que lo fueron a regañadientes, modernos
desarraigados, o incluso modernos intempestivos . 
¿Por qué llamarlos antimodernos? E n primer lugar, 
para evitar la connotación despectiva generalmente atri-
I I 
I N T R O D U CCIÓN 
buida a las demás denominaciones posibles de esta tra­
dición esencial que atraviesa los dos últimos siglos de 
nuestra historia literaria. A continuación, porque los 
verdaderos antimodernos son también , al mismo tiem­
po, modernos , todavía y siempre modernos , o modernos 
a su pesar. Baudelaire es el prototipo, su modernidad­
él fue quien inventó la noción-es inseparable de su re­
sistencia al «mundo moderno», como iba a calificarla 
otro antimoderno , Péguy, o tal vez de su reacción contra
lo moderno en él mismo, de su odio de sí en cuanto mo­
derno. Por eso no eligió a Manet, su amigo y su igual, co­
mo «pintor de la vida moderna», sino a Constantin 
Guys, artista relegado por la aparición de la fotografía, 
mientras escribía a Manet : «usted no es más que el prime­
ro en su decrépito arte.»' 
Los antimodernos-no los tradicionalistas por tanto, 
siáo los antimodernos auténticos-no serían más que los 
modernos, los verdaderos modernos , que no se dejan en­
gañar por lo moderno , que están siempre alertas. Uno 
imagina en principio que debieran ser diferentes, pero 
pronto nos damos cuenta de que son los mismos, los mis­
mos vistos desde un ángulo distinto, o los mejores de en­
tre ellos. La hipótesis puede parecer extraña y exige ser 
comprobada. Poniendo el acento sobre la antimoderni­
dad de los antimodernos, demostraremos su real y per­
durable modernidad . 
' Baudelaire, carta a Manet, r 1 de mayo de 1 8 6 5, Correspondan­
ce, ed. Claude Pichois y Jean Ziegler, París, Gallimard, colección Bi­
bliotheque de la Pléiade, 19 7 3, 2 vol . , t . 11, pág. 4 9 7. 
12 
L O S M O D E R N O S E N L I B E R T A D 
El término antimoderno en ocasiones fue utilizado en 
los años veinte, especialmente por Charles Du Bos y Jac­
ques Maritain, antes de caer en desgracia. Du Bos anota­
ba en su Diario en 1 9 2 2 : «Esta mañana, he tratado de 
hacer recapacitar a mis alumnos sobre el empleo tan ex­
traordinario , tan totalmente anti-moderno que Pascal ha­
ce de la palabra corazón, el corazón para Pascal es un ór­
gano de conocimiento antes y más incluso que el órgano 
de la sensibilidad, cuando dice: es con el corazón con lo 
que conocemos las tres dimensiones del espacio». 1 Pascal, 
¿modelo del antimoderno? Tal vez fuera preferible «pre­
moderno», o early modern, de acuerdo con la cronología 
consagrada en inglés. Pero no cabe duda de que Du Bos, 
bajo los auspicios de Pascal, apunta al imperio moderno 
de la inteligencia y de la razón, y defiende un orden dife­
rente de conocimiento, intuitivo y sensible. 
Maritain titulaba Antimoderno una obra publicada 
en el mismo año 1 9 2 2 : «Lo que aquí llamo antimoderno 
-anunciaba en el prefacio-hubiera podido ser llama­
do perfectamente ultramoderno», 2 a saber, el tomismo al 
que Maritain se había convertido después de haber rene­
gado de Bergson, sospechoso de una de las últimas here­
jías condenadas por Roma a principios del siglo x x , el 
«modernismo». 
De este modo, mucho antes de que el posmodernis­
mo se convirtiese en una apuesta, la tentación antimo-
' Charles Du Bos, ]ournal ( junio de 1 9 2 2 ) , París, Correa, 1 9 4 6 , 
t . I, pág. I o 3 . 
' J acques Maritain, Antimoderne ( 1 9 2 2 ) , en Oeuvres, 1 9 1 2 -
1 9 3 9 , París, Desclée de Brouwer, 1 9 7 5, t. I, pág. 1 o 2 . 
I NT RODUC C I Ó N 
derna s e debatía ya entre e l premodernismo y e l ultra­
modernismo, entre Tomás de Aquinoy Pascal o Bergson. 
Tal y como Maritain y Du Bos lo concebían, el epíteto 
antimoderno calificaba una reacción, una resistencia al 
modernismo, al mundo moderno, al culto del progreso, 
al bergsonismo tanto como al positivismo. Significaba la 
duda, la ambivalencia, la nostalgia, mucho más todavía 
que un rechazo puro y simple. 
Semejante actitud no p arece en sí misma moderna, y 
corresponde probablemente a un universal . Habiendo 
existido siempre y en todo lugar, puede relacionársela 
desde la antigüedad con las familiares parejas tradición e 
innovación, permanencia y cambio, acción y reacción, 
eleatas y jónicos, o incluso antiguos y modernos. 
Sin embargo, una diferencia capital separa la moder­
na sensibilidad antimoderna del eterno prejuicio contra 
el cambio. La fecha del nacimiento de aquella, histórica­
mente localizada, es indudable: la Revolución francesa 
como decisiva ruptura y giro fatal. Había tradicionalistas 
antes de 1 7 8 9 , los ha habido siempre, pero no antimo­
dernos en el pleno y moderno sentido de la palabra. 
Los antimodernos nos seducen. La Revolución fran­
cesa pertenece al pasado, aunque se haya tomado su 
tiempo, mucho más de lo que se a dmite en general, para 
cerrarse (no antes de 1 8 8 9 , o incluso de 1 9 8 9 ) . Parece 
que ya no tiene nada que enseñarnos, mientras que los 
antimodernos están cada vez más cerca de nosotros y nos 
parecen incluso proféticos. Nos interesamos por los ca­
minos que no tomó la historia . Los vencidos y las vícti­
mas nos conmueven, y los antimodernos se parecen a las 
víctimas de la historia. Mantienen una particular rela-
1 4 
L O S M O D E R N O S E N L I B E RT A D 
c10n con la muerte, con la melancolía y el dandismo: 
Chateaubriand, Baudelaire, Barbey d' Aurevilly son los 
héroes de la antimodernidad. Desde este punto de vista, 
todavía tendemos a ver a los antimodernos como más 
modernos que los modernos y que las vanguardias histó­
ricas: en cierto modo ultramodernos , presentan hoy un 
aspect o más contemporáneo y cercano a nosotros, por­
que estaban más desengañados. Nuestra curiosidad por 
ellos ha ido en aumento con nuestra suspicacia posmo­
derna hacia lo moderno. 
Albert Thibaudet, ya en 1 9 1 3 , observaba que la Re­
volución y el romanticismo, al romper con la tradición, 
la habían favorecido paradójicamente: «Creyéndola per­
dida, se ha notado todavía más su necesidad y su belleza. 
Los restos que el tiempo restituía eran acogidos como el 
dracma o la oveja perdida del evangelio.»1 En contraste 
con la época, la moda y el curso aparente de las cosas , la 
tradición clásica empezó a beneficiarse de un prestigio 
desconocido desde los tiempos de su reinado; de recha­
zo, su reconocimiento fue «obra de unas fuerzas que, en­
frentándose con ella y dañándola, la volvieron espon­
táneamente reflexiva». De este modo «el monumento 
crítico donde se reconstruyó la tradición literaria fue le­
vantado contra el romanticismo por un romanticismo de 
vuelta». 2 El crítico por antonomasia fundó la tradición 
literaria contra el imperio romántico; fue un «romántico 
de vuelta»; otra hermosa descripción del antimoderno 
1 Albert Thibaudet, «L'esthétique des trois traditions», en NRF, 
enero de r 9 r 3 , pág. 5. 
' I bídem , pág. 6 . 
I N T RODU C C I Ó N 
tal y como se encarna en Sainte-Beuve, fiel a l espíritu del 
siglo xvm en pleno romanticismo. 
Thibaudet observaba también, de hecho ésta era una 
de sus tesis favoritas, que «el rasgo más notable de la fa­
milia tradicionalista, es su importancia entre la gente 
que escribe y su debilidad entre la gente que se dedica a 
la política». 1 Otro tanto podría decirse de nuestros anti­
modernos . El tradicionalismo, suplantado en la vida po­
lítica por el movimiento de las ideas, el Progreso, o la Es­
cuela, se trasladó a otra parte; la tradición fue «captada 
por otra red, entró en otra hidrografía: la literatura». 2 De 
Chateaubriand a Proust al menos, entre El genio del cris­
tianismo y En busca del tiempo perdido, pasando por 
Baudelaire y tantos otros , el genio antimoderno se refugió 
en la literatura, e incluso en la literatura que considera­
mos moderna, en la literatura convertida en canon por la 
posteridad, literatura no tradicional pero propiamente 
moderna en la medida en que es antimoderna, literatura 
cuya resistencia ideológica es inseparable de su audacia 
literaria, a diferencia de la obra de madurez de Bourget, 
Barres o Maurras. «Las letras, la prensa, las academias, 
los salones, París en suma, giran hacia la derecha, me­
diante un movimiento de conjunto, un empuje interior 
como el que obliga a los grupos políticos a declarase y 
situarse en la izquierda.»3 La literatura, si no es de dere­
chas, por lo menos se enfrenta a la izquierda, de acuerdo 
' Ídem, Les Idées p ulitiques de la France, París, Stock, 1 9 3 2 , 
págs. 14-r 5. 
2 Ibídem, pág. 2 7 . 
3 Ibídem, pág. 2 9 . 
1 6
L O S M O D E R N O S E N L I B E R TA D 
con l o que Thibaudet consideraba como una estetlca 
diestra opuesta a la siniestra inmanencia de la vida polí­
tica y parlamentaria francesa de los siglos XIX y xx, y so­
bre todo de la Tercera República, la de las letras y de los 
profesores. 
Casi toda la literatura francesa de los siglos XIX y xx 
preferida por la posteridad es, si no de derechas , al me­
nos antimoderna. A medida que pasa el tiempo Chateau­
briand se impone a Lamartine, Baudelaire a Victor Hu­
go, Flaubert a Zola, Proust a Anatole France, o Valéry, 
Gide, Claudel, Colette-la maravillosa generación de los 
clásicos de r 8 7 o-a las vanguardias históricas de princi­
pios del siglo xx, y tal vez incluso Julien Gracq al Nou­
veau Roman. A contrapelo del gran relato de la moderni­
dad flamante y conquistadora, la aventura intelectual y 
literaria de los siglos XIX y xx ha tropezado siempre con 
el dogma del progreso y resistido al racionalismo, al car­
tesianismo, a la Ilustración, al optimismo histórico-o al 
determinismo y al positivismo, al materialismo y al me­
canicismo, al intelectualismo y al asociacionismo, como 
repetía Péguy. 
De manera que «el siglo xx ha visto como las letras y 
París se pasaban en masa a la derecha, en el momento 
mismo en que, para el conjunto de Francia, las ideas de 
derecha perdían definitivamente la partida». 1 Thibaudet 
emitía este juicio a principio de los años treinta, antes 
del ascenso de los fascismos y del advenimiento de 
Vichy, y su «definitivamente» puede que parezca impru­
dente. La perspicacia del diagnóstico sobre la larga du-
' Ibídem, pág. 3 o. 
1 7 
INTRODUC C I ÓN 
ración no es menos notable: «Las ideas de derecha, ex­
cluidas de la política , arrojadas a las letras , se atrinche­
ran en ellas, se vuelven militantes y ejercen, a pesar de 
todo, un control , exactamente como lo hacían las ideas 
de izquierda, en las mismas condiciones, en el siglo x vm, 
o bajo los regímenes monárquicos del siglo x 1 x .»1
La tradición antimoderna en la modernidad es por 
tanto una tradición, si no antigua, al menos tan antigua 
como la modernidad. ¿ Se perpetúa hasta nuestros días , o 
bien se ha terminado? Milan Kundera, sublevándose 
contra el mandamiento de Rimbaud, « ¡ Hay que ser abso­
lutamente moderno ! » , exhortación que él interpretaba 
literalmente y no como una antífrasis que nos permite in­
cluir a Rimbaud mismo entre los antimodernos, procla­
maba, a principios del siglo x x , que «una determinada 
parte de los herederos de Rimbaud ha comprendido algo 
que es inaudito: hoy día, el único modernismo digno de 
ese nombre es el modernismo antimoderno». 2 Ahora 
bien , parece que Kundera se equivoca doblemente en la 
cronología. Por una parte, el «modernismo antimoder­
no», como él escribe, no tiene nada de insólito, al con­
trario. El pretendido grito de guerra de Rimbaud no fue 
más que una irónica boutade. En realidad, históricamen­
te, el modernismo, o el verdadero modernismo digno de 
ese nombre, ha sido siempre antimoderno, es decir am­
bivalente, consciente desí mismo, y ha vivido la moder­
nidad como un desarraigo, como iba a confirmar muy 
pronto el silencio de Rimbaud . Por otra parte, tal vez só-
' Ibídem, pág. 3 2 . ' Le Monde, 4 de julio d e 2 o o r. 
1 8 
L O S M O D E R N O S E N L I B E RT A D 
lo hoy, a principios del siglo xx1, el «modernismo anti­
moderno» ya no sea una opción , o en todo caso una op­
ción difícil de mantener. 
¿Desde cuándo? Es posible que esta vía real de la 
modernidad se haya vuelto intransitable desde mediados 
del siglo xx, después de que los antimodernos políticos 
hubieran tomado el poder, si exceptuamos lo sublime 
por supuesto, si exceptuamos el pesimismo y el dan dis­
mo que habían caracterizado hasta entonces aquella vía. 
Si hubiera que nombrar al último antimoderno de la tra­
dición francesa, Drieu La Rochelle daría la talla, hasta el 
momento en que escogió convertirse en fascista. En Gi­
lles, en r 9 3 9 , su héroe reivindicaba todavía «aquella tra­
dicional diatriba que acosa desde hace más de un siglo 
en Francia, con una enorme y evidente esterilidad, a los 
fervientes de lo Antimoderno, desde De Maistre hasta 
Péguy». 1 Drieu ilustra la valentía y la impotencia del 
dandi antimoderno, pero él contribuyó a acabar con 
aquella tradición. 
Los horrores de mediados del siglo xx habrían pro­
hibido para siempre el juego antimoderno, juego fran­
cés , pero también juego europeo, ilustrado por Marinet­
ti o De Chirico, T. S. Eliot y Ezra Pound, en ruptura, 
estos últimos, con el Nuevo Mundo. Por supuesto toda­
vía pueden reconocerse todos los rasgos típicos acá y 
allá, por ejemplo en el Diario inútil de Paul Morand, que 
decía de sí mismo , después de r 9 6 8 , algo que habría po­
dido firmar Chateaubriand: «Yo era a la vez un hombre 
' Pierre Drieu La Rochelle, Gilles, París, Le Livre de Poche, 
r 9 6 9, pág. 3 7 8 . ( Gilles, tr. de Mauro Armiño, Madrid, Alianza , 1 9 8 9) 
1 9
I N T RODU C C I Ó N 
del pasado y u n insurrecto. 1 Empeñado en desagradar, 
de 1 9 4 4 a 1 9 5 1 .»1 En él la familiaridad con todos los hé­
roes de la tradición antimoderna es manifiesta, empe­
zando por Joseph de Maistre: «Toda degradación indivi­
dual o nacional es anunciada inmediatamente por una 
degradación rigurosamente proporcional en el lenguaje" 
(Joseph de Maistre)» . 2 Porque el antimodemo se consi­
dera un purista. La ironía sobre Voltaire y Rousseau, 
sobre los «inmortales principios» de 1 7 8 9 , sobre la 
democracia, sobre el sufragio universal es continua en 
Morand, incluso el pesimismo y el sentimiento de la de­
cadencia. Pero todo esto será en lo sucesivo un tópico 
triste y amargo; todo esto carece de la energía de la de­
sesperación. El resentimiento no consigue transformarse 
en recuso: «Ya no queda noche (Orly, 2 4 horas sin inte­
rrupción) , como no quedan vestidos (hombres vestidos 
de mujeres, mujeres vestidas de hombres) , ni comida ( te­
levisión) , ni misa, ni ceremonial, ni sociedad.»3 Las jere­
miadas , renovando la viej a angustia de uniformidad 
igualitaria o de entropía democrática de las Memorias de 
ultratumba-«La sociedad al extender sus límites, se ha 
rebajado; la democracia ha ganado la muerte»-4 se es-
' Paul Morand, }ournal inutile, r 9 6 8 -r 9 7 6, París, Gallimard, 
2 0 0 1 , 2 vol . , t . I , pág. 3 2 6 . 
2 Ibídem, 2 3 8 . Morand cita la segunda conversación de Las ve­
ladas de San Petersburgo de Joseph de Maistre, ed. Jean-Louis Dar­
cel, Ginebra, Stalhine, r 9 9 3 , 2 vol . , t . I , pág. 1 3 o . 
'Morand, ]ournal inutile, óp. cit., t . I , pág. 3 3 9 . 
4 Chateaubriand, Mémoires d'outre-tombe, ed. Jean-Claude Ber­
chet, París, Classiques Garnier, 1 9 8 9- 1 9 9 8 ; 2 . " ed., París, Le Livre de 
Poche, colección La Pochotheque, 2003-2 004, 2 vol. t . II, pág. 8 47 . 
20 
L O S M O D E R N O S E N L I B E R T A D 
cuchan como amargas bromas de vichysenses encontrán­
dose para desayunar en el restaurante de Josée de Cham­
brun . El Diario inútil de Paul Morand parece confirmar 
por tanto que la corriente antimoderna no podía ya apa­
recer a finales del siglo xx más que como un vestigio. 
Eso es lo que yo he pensado durante mucho tiempo. 
Pero al releer los últimos textos de Roland Barthes, me 
ha parecido encontrar a un antimoderno clásico, a lo 
Baudelaire o a lo Flaubert. Barthes declaraba en 1 9 7 1 
que su deseo era situarse «en la retaguardia de la van­
guardia», y a continuación explicaba el sentido de esta 
ambigua frase: «ser de vanguardia significa saber lo que 
está muerto ; ser de retaguardia significa amarlo toda­
vía .»1 No encontraríamos mejor definición del antimo­
derno que como moderno arrastrado por la corriente de 
la historia, pero incapaz de guardar luto por el pasado. 
La «divina sorpresa», como Charles Maurras llamó a la 
ascensión del mariscal Petain al poder sin golpe de Esta­
do, y la «contrarrevolución espontánea» que s iguió, ha­
ría improbable el juego antimoderno-juego con fue­
go-pero sólo durante un tiempo, no para siempre. Hoy 
estamos de nuevo en él. 
¿De qué y de quién se va a tratar? No de todos los an­
timodernos, del conjunto de los representantes de la tra­
dición antimoderna de los siglos xrx y xx, ya que son le­
gión. Limitándonos a la letra B, y prescindiendo de la 
(Memorias de ultratumba, tr. de José Ramón Monreal, B arcelona, 
Acantilado, 2 o o 4, 2 vol . ) . 
' Roland Barthes, «Réponses» en Oeuvres completes, ed . Eric 
Marty, París, Éd. Du Seuil, 2 0 0 2 , 5 vol . , t . III, pág. 1 0 3 8 . 
2 1 
I N TRODU C C I Ó N 
correspondiente sorda-Péguy, Proust , Paulhan-for­
man ya una buena parte de la literatura francesa. Y no 
necesitamos analizar detalladamente los casos de Baude­
laire, de Flaubert o de los Goncourt, que son de sobra 
conocidos . 
A partir de J oseph de Maistre, de Chateaubriand, de 
Baudelaire , los primeros fundadores de lo antimoderno, 
serán analizadas algunas ideas dominantes, algunas 
constantes temáticas, algunos lugares comunes de esa 
corriente subterránea de la modernidad. 1 
Todo esto sin olvidar que no hay moderno sin anti­
moderno, y que lo antimoderno en lo moderno es la 
exigencia de libertad. Tocqueville, al principio de El 
Antiguo régimen y la Revolución, insistía en su «afición 
intempestiva a la libertad», añadiendo que le habían ase­
gurado que «nadie se preocupaba ya por eso en Fran­
cia».2 
Los antimodernos son los modernos en libertad. 
' En otra ocasión ya analicé de esta misma forma Les Cinq Para­
doxes de la modernité, París, Éd. Du Seuil, r 9 8 9 . 
' Alexis de Tocqueville, L'Ancien Régime et la Révolution 
(r 8 5 6 ) , ed. Franc,:oise Mélonio, París, Flammarion, colección GF, 
r 9 8 8 , pág. 9 3 . (El Antiguo Régimen y la revolución, tr. de Dolores 
Sánchez de Aleu, Madrid, Alianza, 2 o o 4.) 
2 2 
L A S I D E A S 
U n a serie d e temas caracterizan l a antimodernidad en­
tendida no como neoclasicismo, academicismo, conser­
vadurismo o tradicionalismo , sino como una forma de 
resistencia y ambivalencia de los auténticos modernos. 
Topoi aparecidos con la Revolución francesa y revividos 
durante dos siglos en formas variadas, estas figuras de la 
antimodernidad pueden ser reducidas a un número limi­
tado de constantes-seis exactamente-formando ade­
más un sistema en el que las veremos coincidir a menu­
do. Para describir la tradición antimoderna, ante todo es 
indispensable una figura histórica o política : la contrarre­
volución por supuesto . En segundo lugar, necesitamos 
una figura filosófica: estamos pensando naturalmente en 
la anti-Ilustración , en la hostilidad contra los filósofos 
y la filosofía del siglo xv1 1 r . A continuación viene una 
figura moral o existencial, que califica la relación del· 
antimoderno con el mundo: el pesimismo se encuentra 
por todas partes, a pesar de que la moda que provocara 
no se declaró más que a finales del siglo x1x . Contrarre­
volución, anti-Ilustración , pesimismo, estas tres prime­
ras figuras antimodernas están ligadosa una visión del 
mundo inspirada por la idea del mal. Por eso la cuarta fi­
gura de lo antimoderno debe ser religiosa o teológica; de 
modo que el pecado original forma parte del decorado 
antimoderno habitual. Al mismo tiempo, si lo antimo­
derno tiene valor, si forma un canon literario, es porque 
23 
L A S I D E A S 
define una estética : podemos asociar ésta a s u quinta 
figura, lo sublime. Finalmente, lo antimoderno tiene un 
tono, una voz, un acento singular; al antimoderno se le re­
conoce generalmente por su estilo. De modo que la sexta 
y última figura de lo antimoderno será un figura de esti­
lo : algo así como la vituperación o la imprecación . 
Los antimodernos son ante todo escritores arrastra­
dos por la corriente moderna y que repudian esa co­
rriente: «Murió de asco por la vida moderna; el 4 de Sep­
tiembre lo matÓ», 1 escribe Flaubert a la princesa Matilde 
a raíz de la desaparición de Théophile Gautier en r 8 7 2, 
después de la guerra , la derrota, la Comuna y la procla­
mación, el 4 de septiembre de r 8 7 o, de una república 
que no le gustaba. Su más viejo amigo h abía muerto «de 
asco por la infección moderna», 2 escribe en una carta a 
Ernest Feydeau, o «de asco "por la carroñería moderna" . 
Así la llamaba él» , en una carta a George Sand.3 En este 
elogio fúnebre, todos los rasgos del antimoderno se en­
cuentran reunidos en algunas líneas. El antidemocratis­
mo: Flaubert responde a una carta de Sand «con insultos 
contra la democracia; eso me desahogaba», le confía a la 
princesa Matilde.4 El catolicismo: «No me habría gusta-
' Flaubert, carta a la p rincesa Matilde, 2 8 de octubre de r 8 7 2, 
Correspondance, ed. Jean Bruneau, París, Gallimard, colección Bi­
bliotheque de la Pléiade, r 9 8 0- 1 9 9 8, 4 vols. p ublicados, t. IV, p ág. 
5 9 7 . 
' Ídem, carta a Ernest Feydeau, 2 8 de octubre de 1 8 7 2, ibídem, 
pág. 5 9 6 . 
3 Ídem, carta a George Sand, 2 8 de octubre de 1 8 7 2, ibídem, p . 59 8 . 
4 Ídem, carta a la princesa Matilde, 2 8 de octubre de r 8 7 2 , ibí­
dem, pág. 597 . 
24 
L A S I D E A S 
d o que no hubiera tenido u n entierro católico, porque el 
buen Théo era en el fondo católico como un español del 
siglo XII .» La vituperación: «si yo hubiera tenido que ha­
cer el discurso fúnebre de Théo, habría dicho lo que le 
había matado . Hubiera protestado en su nombre contra 
los Tenderos y contra los Granujas. Murió como conse­
cuencia de una larga rabia . Y algo de esa rabia se me ha­
bría escapado.» El pesimismo: «Estamos de más. Nos 
odian y nos desprecian , esta es la verdad. Así pues , 
¡ adiós ! 1 Pero antes de reventar, . . . quiero "vaciarme" de 
toda la hiel que me anega. Así que estoy preparando mi 
vómito. Será abundante y amargo, te lo advierto».' 
Contrarrevolución , anti-Ilustración, pesimismo, pe­
cado original, lo sublime, la vituperación: pasaremos re­
vista a estas seis figuras de lo antimoderno, descifrándo­
las ante todo en De Maistre, Chateaubriand y Baudelaire, 
o en Proust, sin excluir otros modelos o antimodelos 
complementarios. Bar bey d' Aurevilly agrupaba en 1 8 5 1 , 
bajo el título de Los profetas del pasado, a Joseph de 
Maistre, Bonald, Chateaubriand y Lamennais , que «te­
nían, para prever el futuro , una mesura que no tenían sus 
adversarios» . 2 De este modo convertía una denomina­
ción injuriosa en un elogio. Pero Los profetas del pasado 
de Barbey d' Aurevilly, ¿eran todos antimodernos? De 
Maistre y Chateaubriand seguramente, por su «visión de 
conjunto» , como dice Barbcy d' Aurevilly, pero Bonald y 
' Ídem, carta a Ernest Feydeau, 28 de octubre de 1 8 7 2 , ibídem, 
pág. 5 9 6 . 
' Bar bey d ' Aurevilly, Les Prophetes du passé ( 1 8 5 1 ) , París, Bour­
dilliat, 186 0 (2." ed.), pág. 50. 
LA S IDEA S 
Lamennais probablemente no, porque estos no fueron 
más que «arquitectos de la verdad» que ensamblaron y 
compusieron. El antimoderno , y en esto es moderno, su­
fre escribiendo. 
No hay mejor descripción del antimoderno que el re­
trato simultáneo que hace Émile Faguet de De Maistre y 
de Bonald, donde subraya cuan «opuestas son sus natu­
ralezas intelectuales» . 1 De Maistre «es un pesimista» que 
exagera adrede la existencia del mal, mientras que Bo­
nald es «un optimista» que «Ve el orden y el bien inma­
nentes al mundo» . «Uno es exageradamente complica­
do, capcioso, y suele dar mil rodeos . El otro . . . tiene el 
sistema más simple, más corto y más directo. -Uno es 
paradójico a ultranza, y piensa que una idea que no ex­
trañe a nadie es demasiado simple como para ser verda­
dera. Al otro no le gustaría decir nada que no fuera ab­
solutamente tradicional y eterno. -Uno es mistificador 
y guasón, y prefiere el escándalo a servir a la verdad. El 
otro, serio , sincero y de una probidad intelectual absolu­
ta .» En resumen, «uno es un m aravilloso sofista, y el otro 
un escolástico obstinado». 2 
Nuestras preferencias se dirigen al primero: pesimis­
ta, complicado, paradójico y guasón. Nos importa me­
nos la historia de la idea de «reacción», designación po­
lítica despreciativa que surge durante la Revolución , 
después de Termidor, y definida en su sentido moderno 
en un panfleto de 1 7 9 7 de Benjamín Constant titulado 
' Émile Faguet, «Joseph de Maistre», Politiques et moralistes du 
XIX siecle. Premii:re série, París, Lecene, Oudín, et Ci", 18 91, pág. 6 9. 
2 Ibídem, págs. 6 9- 7 o. 
L A S I D E A S 
Las reacciones políticas,1 o, más enraizada en la historia , 
la descripción taxonómica de las variantes extremas de la 
derecha a partir del Terror blanco y el ultracismo,2 que 
la teoría de la antimodernidad-su filosofía, su estética, 
su literatura-entrelazando en cierto modo la historia 
intelectual y la historia contextual, de la recepción mo­
derna de Joseph de Maistre y de sus huellas en la moder­
nidad. Hay una pregunta que puede resumir nuestro 
interés por los antimodernos: intempestivos y anacróni­
cos, como decía Nietzsche, ¿ acaso no han sido ellos los 
auténticos fundadores de la modernidad y sus represen­
tantes más eminentes? 
' Véase Jean Starobinski, Action et réaction. Vie et aventure d'un 
couple, París, Éd. Du Seuil, 1 9 9 9 , págs. 3 o 8-3 1 6. 
2 Véase Histoire des droites en France, dir. Jean-Franc;ois Sirine­
lli, París, Gallimard, 1 9 9 2 , 3 vols . , en concreto véase la contribución 
de Alain-Gérard Slama, «Portrait de l'homme de droite. Litterature 
et politique», t. lll, págs. 7 8 7 -8 3 8 . 
27 
1 
C O N TRARRE V O L U C IÓN 
Los antimodernos ¿son hijos de los contrarrevoluciona­
rios? Todos ellos tomaron partido por la Revolución , pe­
ro todo el mundo habló de la Revolución. 
La contrarrevolución parece una idea improbable antes 
de la Revolución francesa, ya que se puso en circulación 
a partir del verano de 1 7 8 9 , y p ronto fue teorizada por 
Edmund Burke, en sus Reflexiones sobre la revolución en 
Francia , publicadas en noviembre de 1 7 9 0 . Si se desa­
rrolló tan rápidamente fue porque la mayoría de sus ar­
gumentos h abían sido elaborados antes de r 7 8 9 por los 
antifilósofos, como demuestran trab ajos recientes inspi­
rados por un renovado interés por los precursores de la 
contrarrevolución. 1 La contrarrevolución es inseparable 
de la Revolución; es su doble, su réplica, su negación o 
su refutación; obstaculiza la Revolución, la contrarresta, 
así como la reconstrucción contrarresta la destrucción . 
Y se prolonga con fuerza a lo largo de todo el siglo x r x 
(al menos hasta 1 8 8 9 : Paul Bourget exigía en aquel en-
' Véase Didier Masseau , Les Ennemis des philosophes. L'antiphi­
losophie au temps des Lumieres, París, Albin Michel, 2000; Darrin 
M. McMahon, Enemies o/ the Enlightenment. The French Counter­
Enlightenment and the Making o/ Modernity, Oxford-Nueva York, 
Oxford Uníversity Press, 2001; también Jean-Marie Goulemot, 
Adieu les philosophes. Que reste-t-il des Lumieres?, París, Éd. Du 
Seuil, 2 0 0 1 , en concreto págs. 9 8-1o6. 
2 9 
CONTR A R R E VOL U C I Ó N 
tonces «deshacer sistemáticamente l a obra asesina de la 
Revolución francesa») ' y tal vez del siglo xx (hasta 1 9 8 9 , 
año en que se celebró su centenario) . Estaba obsesiona­
da con la Revolución, del mismo modo en que la fideli­
dad a la tradición se oponía al culto al progreso, el pesi­
mismo del pecado original se oponía al optimismo del 
hombre bueno, y los deberes del individuo o los dere­
chos de Dios entraban en conflicto con los derechos del 
hombre. La contrarrevolución se apoya en la Revolución, 
o contra ella, como la defensa de la aristocracia o de la te­
ocracia se opone al ascenso de la democracia. 
Contrarrevolución aparecía como una de las 4 l 8 pa­
labras nuevas añadidas al Dictionnaire de l'Académie en 
1 7 9 8 ,2 definida como «segunda revolución en sentido 
contrarío a la primera, restableciendo las cosas en su es­
tado precedente», así como también contrarrevoluciona­
rio, o «enemigo de la Revolución, que trata de hacerla 
fracasar». Al iniciarse en l 7 8 9 , la contrarrevolución está 
determinada por la voluntad de volver al Antiguo Régi­
men, o al menos de salvaguardar todo lo posible de él, de 
negar el cambio, de «conservar» (en Las Flores de Tarbes 
o el Terror en la literatura, Jean Paulhan justificaría toda­
vía su crítica de la tradición moderna-lo moderno con-
' Paul Bourget, Outre-mer. Notes sur l'Amérique ( 1 8 9 2) , París, Le­
merre, 1 8 9 5 , 2 vals . , t . II, pág. 3 2 1 . Esta cita le sirve de epígrafe a Mau­
rras para encabezar Trois idées politiques, dedicado a Bourget «en re­
cuerdo de las justas conclusiones de Outre-mer» (París, Champion, 
l 8 9 8 ) . 
2 Véase Gérard Gengembre, La Contre-Révolutlon ou l'histoire dé­
sespérante. Histoire des idées politiques, París, Éd . Imago, 1 9 8 9 , pág. 2 1 . 
3 0 
A N T I M O D E R N O S O C O N T R A - M O D E R N O S 
vertido e n tradición-por l a polaridad del Terror y de la 
Conservación) . 1 
A N T I M O D E R N O S O C O N T R A - M O D E R N O S 
El contrarrevolucionario es, en principio, un emigrado, 
en Coblenza o en Londres, que pronto se encontrará exi­
liado en su propia casa. El contrarrevolucionario hace 
ostentación de su desapego real o espiritual. Y todo an­
timoderno seguirá siendo un exiliado interior o un cos­
mopolita reticente a identificarse con el sentimiento na­
cional . Huye continuamente de un mundo hostil, como 
«Chateaubriand, el inventor del "No estoy bien en nin­
guna parte"», según Paul Morand,2 quien encuentra la 
misma tendencia en todos sus precursores: «El gusto por 
el adorno, en Stendhal . "Esa grave enfermedad: el horror 
del domicilio", de Baudelaire. 1 Vagabundear, para librar­
se de los objetos. 1 Los dos nihilismos; el nihilismo izquier­
dista, el nihilismo reaccionario.»3 El último poema de Las 
flores del mal en 1 8 6 1 , «El Viaje», enuncia el credo anti­
moderno. Frente al t radicionalista que tiene raíces, el 
antimoderno no tiene casa, ni mesa, ni cama. A Joseph 
de Maistre le gustaba recordar las costumbres del conde 
' Jean Paulhan, Les Fleurs de Tarbes ou la Terreur dans les Lettres 
(1 9 4 1 ) , ed. Jean-Claude Zylberstein, París, Gallimard, colección Fo­
lio essais, 1 9 9 0, pág. 1 5 7 . 
2 Morand , Journal inutile, 1968-1976, París, Gallimard, 2 0 0 1, 
2 vols . , t . 1, pág. 6 9 . 
3 Ibídem, pág. 327 · 
31 
CONT R A R R E VOL U C I Ó N 
Strogonof, gran chambelán del zar: « N o tenía dormito­
rio en su enorme residencia, ni siquiera cama fija. Se 
acostaba a la manera de los antiguos rusos, sobre un di­
ván o sobre una pequeña cama de campaña, que hacía 
colocar en cualquier lugar, según su capricho.»1 Barthes 
se reconocerá fascinado por esta frase que descubre en la 
antología de De Maistre que hizo Cioran y que le recuer­
da al viejo príncipe Bolkonski de Guerra y paz. 2 Basta 
con ella para perdonárselo todo a De Maistre. 
Si la contrarrevolución entra en conflicto con la Re­
volución-segunda característica-es en los términos 
(modernos) de su adversario; la contrarrevolución repli­
ca a la Revolución con una dialéctica que las vincula irre­
mediablemente ( como De Maistre o Chateaubriand y 
Voltaire o Rousseau) : de este modo el antimoderno es 
moderno ( casi) desde su origen, parentesco que no se le 
pasó por alto a Sainte-Beuve: «No hay que juzgar al gran 
De Maistre por el rasero de un filósofo imparcial. Siem­
pre está en pie de guerra, como Voltaire; como si quisiera 
tomar al asalto a Voltaire a punta de espada.»3 Faguet ter­
minaba diciendo a propósito de De Maistre: «Se trata del 
espíritu del siglo xvm contra las ideas del siglo xvm.»4 
'J oseph de Maistre, carta al rey Víctor Manuel, de 31 de octubre 
( 1 2 de noviembre) de 1 8 I I , Oeuvres completes, Lyon , Vítte , 1 8 8 4-
1 8 8 6, 1 4 vols . , t. XII, pág. 6 8; Textes choisis, ed. E . M. Cioran, Mo­
naco, Éd . Du Rocher, 1 9 57 , pág. 2 2 1 . 
2 Barthes, Le Neutre. Cours a u Collége de France (1977-1978) , éd. 
Thomas Clerc, París, Éd . Du Seuil, 2 0 0 2, pág. 1 8 7. 
3 Sainte-Beuve, Le Cahier vert (1834-1847) , éd. Raphael Molho, 
París, Gallimard, 1 9 7 3 , pág. 9 8 . 
4 Faguet , <<]oseph d e Maistre», art . citado, pág. 67. 
3 2 
A N TlM O D E RNO S O C ONTRA-M O D E R N O S 
En su calidad de negador del discurso revolu cionario, el 
contrarrevolu cionario recurre a la misma retórica políti­
ca moderna: en la propaganda, Rivarol habla como Vol­
taire. La contrarrevolución empieza con la intención de 
restablecer la tradición de la monarquía absoluta, pero 
pronto se convierte en la representación de la minoría 
política frente a la mayoría, y se enzarza en la lucha cons­
titucion al . La contrarrevolución oscila entre el rechazo 
puro y simple y el compromiso que la sitúa fatalmente en 
el terreno del adversario . 
Tercera característica: habría que distinguir entre 
contrarrevolución y antirrevolución . La antirrevolución 
designa el conj unto de fuerzas que resisten a la Revolu­
ción, mientras que la contrarrevolución supone una teo­
ría sobre la Revolución. Por consiguiente, de acuerdo 
con la distinción entre la antirrevolución y la contrarre­
volución, nos interesan menos los antimodernos (el con­
junto de fuerzas que se oponen a lo moderno) , que aque­
llos a los que convendría más bien llamar contra-modernos 
puesto que su reacción está fundamentada en un pensa­
miento de lo moderno . Sin embargo, contra-modernos no 
es un buen término. Por eso continuaremos hablando de 
antimodernos, sin olvidarnos de esta puntualización: los 
antimodernos no son los adversarios de lo moderno, si­
no los pensadores de lo moderno, sus teóricos . 
Teóricos de la Revolución, acostum brados a sus ra­
zonamientos, los contrarrevolucion arios-o la mayoría 
de ellos, o los más interesantes-son hijos de la Ilustra­
ción, y a menudo incluso de antiguos revolucionarios . 
Chateaubriand había visitado Ermenonville antes de 
17 8 9 y p articipado en la primera revolución nob iliaria, 
3 3 
CONTRARREVOLUCIÓN 
en Bretaña, en la primavera de 1789; en su Ensayo sobre 
las revoluciones (r797), admitía que la Revolución tenía 
muchas cosas buenas, reconocía lo que le debía a la 
Ilustración, y eximía a Rousseau de cualquier responsa­
bilidad por sus veleidades terroristas. Bajo la Restaura­
ción, para los carlistas pasaba por un jacobino, y por un 
ul-tra para los liberales; incluso bajo la monarquía de 
Julio su oposición fue a la vez, paradójicamente, legiti­
mista y liberal; «se dejó deslumbrar muy a menudo 
por las ilusiones de su época», lamentará Barbey 
d' Aurevilly. 1 Burke, un whig, tomó partido por los co­
lonos americanos contra la Corona. De Maistre, anti­
guo francmasón, siguió siendo hasta el final un enemi­
go del despotismo. E incluso Bonald, alcalde de Millau 
en 17 8 9, vivió las primicias de la Revolución en la piel 
de un liberal. Baudelaire, en febrero de 1848, pedía que 
se fusilara al general Aupick, su suegro, mientras que 
Paulhan, convertido en conservador,recordaba que ha­
bía empezado su carrera como terrorista. El auténtico 
contrarrevolucionario ha conocido la embriaguez de la 
Revolución. 
Maurras, que no era un antimoderno aunque hubiera 
comenzado su vida como crítico literario, debutó en la 
carrera política denunciando la ambigüedad de Chateau­
briand en I 8 9 8: «Prever ciertas calamidades, preverlas 
en público, con ese tono sarcástico, amargo y desenvuel­
to, equivale a propiciarlas .... Este ídolo de los modernos 
conservadores representa para nosotros sobre todo el 
'Barbey d' Aurevilly, Les Prophetes du passé, óp. cit., pág. 6 5. 
34 
A NTI M O D E RNO S Y R E A C C I ONAR I O S
genio de las Revoluciones» . 1 Maurras insiste en una nota 
sobre el hecho de que «Chateaubriand permaneció siem­
pre fiel a las ideas de la Revolución», que «lo que él que­
ría, eran las ideas de la Revolución sin los hombres y las 
cosas de la Revolución», que fue «toda su vida un liberal , 
o, lo que es lo mismo , un anarquista» . 2 Nadie resume 
mejor que el futuro jefe de Action Fran\'.aise la ambiva­
lencia de Chateaubriand respecto a la Revolución y a la 
Ilustración, ambivalencia que basta para hacer de él un 
modelo de antimoderno. 
ANTIMODERNOS Y REACCIONARIOS 
Los primeros contrarrevolucionarios pertenecen a tres 
grandes corrientes : la conservadora, la reaccionaria y la 
re/ormista.3 
Los adeptos de la primera doctrina, conservadores o 
tradicionalistas, pretendían restablecer el Antiguo Régi­
men tal cual era antes de r 7 8 9, pero sin sus debilidades 
ni sus abusos; defendían , de acuerdo con la doctrina de 
1 Charles Maur ras, «Chateau briand ou l'anarchie», Trois idées 
po!itiques. Chateauhriand, Michc!ct, Sainte-Beuve ( 1 8 9 8 ) , en Oeuvres 
capitales, París, Flammarion, 19 5 4, 4 vol . , t. 11, págs. 67-68 . 
'Ídem , «Note III. Chateaub riand et les idées révolu tionnaires», 
ibídem, p ág. 9 1 . 
' Véase J acques Godechot, La Contre-Révo!utzon. Doctrine et ac­
tion, 1789-r804, París, PUF, 19 6 r, pág. 7; George Steiner, «Aspects 
of Countcr-Revolution», en The Permanent Revo!ution. The French 
Revo!ution and its Legacy, r789-1989, Ed. Geoffrey Best, Chicago, 
University of Chicago Press, l 9 8 9, p ágs. 1 2 9 - 1 5 3. 
3 5
C O N T R AR R E VO L UClÓ N 
Bossuet expuesta en su Discurso sobre la historia univer­
sal, el absolutismo integral, es decir la monarquía tradi­
cional a partir de Luis XIV, en la plenitud de su autoridad, 
limitada únicamente por las costumbres, la ley natural, la 
moral y la religión; defendían el restablecimiento de una 
autoridad real, efectiva y centralizada. 
De acuerdo con la segunda doctrina, reaccionaria en 
el sentido de una afirmación de los derechos históricos 
de la nobleza militar, y por lo tanto de un pasado más an­
tiguo, se era partidario del preliberalismo aristocrático, 
es decir de la libertad y de la soberanía de los grandes, 
antes de su sometimiento bajo la monarquía absoluta vi­
vida como una tiranía. Por desconfianza hacia el cen­
tralismo clásico, se pedía, como en tiempos de la Fronda 
contra Richelieu y Luis XIV, no una vuelta a la monar­
quía absoluta, sino a las «leyes fundamentales del reino» 
y a las costumbres antiguas, olvidadas desde el siglo x vr1. 
Se ensalzaban las libertades feudales antes de que el 
adagio del siglo xv1, <Ói lo quiere el rey, lo quiere la ley» , 
entrara en vigor e impusiera el «despotismo real». Se 
echaban de menos los tiempos en que el rey elegido era 
el depositario de la voluntad del pueblo. Fénelon, Saint­
Simon , Montesquieu se declararon de este modo a favor 
de una vuelta de Francia a sus instituciones antiguas . Ac­
tivos en 1 7 8 7 -1 7 8 8 , en vísperas de la Revolución, los de­
fensores de los derechos históricos de la nobleza militar 
estuvieron primero a favor de la Declaración de los de­
rechos del hombre, que protegerían a la nación de un 
déspota, pero pronto se convirtieron, después de la abo­
lición de los privilegios la noche del 4 de agosto, y se pa­
saron entonces a la democracia y al republicanismo. 
A NT I M O D E RNO S Y RE A C C I O NA RI O S 
Del mismo modo que La Boétie y Montaigne, acari­
ciaban el ideal de una república aristocrática siguiendo 
el modelo de Venecia. El liberalismo, ante todo, fue un 
invento de la aristocracia para resistir al absolutismo 
creciente de la monarquía, en tiempos de la Liga y de la 
Fronda, tanto en Corneille como en Montesquieu: como 
ha apuntado Paul Bénichou, «entre el estado popular y 
el estado despótico», defendían «la monarquía modera­
da a la antigua usanza».1 Tocqueville lo había compren­
dido antes de El Antiguo Régimen y la Revolución , que 
constituye, por decirlo de algún modo, su premisa: «Ja­
más hubo nobleza más valiente y más independiente en 
sus opiniones y en sus actos que la nobleza francesa de 
los tiempos feu dales . Jamás el espíritu de libertad demo­
crática se mostró con un carácter más enérgico, y casi 
podría decirse salvaje, que en las comunas francesas de 
la Edad Media y en los estados generales que se forma­
ron en diferentes períodos, hasta principios del siglo 
XVI I». 2 Chateaubriand había resumido magníficamente 
esta marcada tendencia de la aristocracia francesa des­
pués de la revolución de Julio: «Por lo que a mí respecta, 
que soy republicano por naturaleza, monárquico por ra­
zonamiento, y borbón por fidelidad, me hubiera sido 
más fácil conformarme con una democracia, si no hubie­
ra podido conservar la monarquía legítima, antes que con 
' Paul Bénichou, Morales du grand siecle ( 1 9 4 8 ) , París, Galli­
mard, colección Folio essais, 1 9 9 4, pág. 9 5 . 
' Tocqueville, «État social et politique de France avant et depuis 
1789» (18 3 6), en L'Ancien Régime et la Révolution, óp. cit . , pág. 78. 
3 7 
CON T R A R R E VOL U C I Ó N 
l a bastarda monarquía otorgada por n o s e sabe quién». 1 
Efectivamente, en este punto Maurras tenía aquí motivos 
para escandalizarse. 
La tercera tendencia, la reformista, era la de los «mo­
nárquicos», moderados , pragmáticos, racionalistas, ad­
miradores de 1 6 8 8 o de 1 7 7 6 , adeptos al modelo inglés o 
americano (Mounier, Malouet , Mallet du Pan ) , dicho de 
otro modo, «constitucionalistas». 
De estas tres doctrinas, la segunda es la más intelectual­
mente seductora, ingeniosa y realmente equívoca, es decir la 
única contrarrevolucionaria y antimoderna, idealmente re­
publicana e históricamente legitimista. Montesquieu, antes 
que Chateaubriand, ya había hablado de la relación entre 
las corrientes reaccionaria y reformista del siglo xvm, de­
fendiendo al mismo tiempo la vuelta a la antigua Constitu­
ción y una monarquía moderada por instituciones interme­
diarias. Es una ironía de la historia que el modernismo de 
Montesquieu, tal y como aparece ilustrado por la democra­
cia americana, sea el resultado de una apología de la libertad 
feudal de los príncipes: en este punto, el antimoderno y el 
moderno son difíciles de distinguir. «Curiosa filiación-ob­
servaba Paul Bénichou a mediados del siglo xx-, entre 
los temas políticos de la nobleza indómita y los de los parti­
dos liberales del último siglo y del nuestro», después de 
apuntar que el malentendido «sólo acabaría en 1 7 8 9».2 A 
' Chateaubríand, De la nouvelle proposition relativc au hannissc­
ment de Charles X et de sa /amille ( 1 83!) , en Grands écrits politiques, 
ed. Jean-Paul Clément, París, Imprimeríe natíonale, 1 9 93, 2 vol . , 
t . II , pág. 6 2 0 . 
'P. Béníchou, Morales du grand siecle, óp . cit . , pág. 9 8 . 
A N T I M O D E R N O S Y R E A C C I O NARI O S 
menos que Chateaubriand no lo prolongara hasta 1 8 4 8 , 
Tocqueville hasta el Segundo Imperio, y Taine hasta la 
Tercera República. 
Cuando Taine, en Los orígenes de la Francia contem­
poránea, concebido después de la Comuna, hizo de la Re­
volución la consecuencia del espíritu clásico-mostrando 
una filiación centralizadora continua del colbertismo al 
jacobinismo-se sumó él también a la tesis del prelibera­lismo aristocrático. Esto es precisamente lo que le repro­
chaba Maurras , comparándolo con Chateaubriand en sus 
diatribas: «Llamar clásico el espíritu de la Revolución , era 
. . . despojar a una palabra de su sentido natural y dar pá­
bulo a equívocos», porque, para Maurras, la Revolución 
«provenía de otro lado»: de la Reforma, «del viejo fer­
mento individualista de la Germanía», «del espíritu de 
Rousseau» que «inauguró la era romántica». 1 Para Mau­
rras, Reforma, romanticismo y Revolución forman una so­
la cosa. Bourget suscribía también la tesis de Taine en El 
discípulo de 1 8 8 9 , poniéndola en boca del filósofo de la 
novela, Adrien Sixte: «La Revolución francesa . . . procede 
por completo de una idea falsa del hombre que se des­
prende de la filosofía cartesiana»,2 antes de acercarse, con 
el paso del tiempo, después del caso Dreyfus, a una posi­
ción próxima a la de Maurras, ligando romanticismo y Re­
volución, y ya no clasicismo y Revolución. 
' Maurras , «Note I . De !'esprit classique», en Trois idées politi­
ques, óp. cit . , t . 11, págs. 8 7-8 8 . 
' Bourget, Le Disciple ( i 8 8 9 ) , edición definitiva, en Oeuvres 
completes, Romans, París, Plon, r 9 o i, t . III, pág. 4 9 . (El discípulo, t r. 
de Inés Bertolo Fernández, Barcelona, Debate, 2003. ) 
39 
C O N TR A R R E V O L U C I Ó N 
El antimoderno, del que Maurras , como vemos, pue­
de servir de contra-ejemplo, no es un ferviente defensor 
del clasicismo; hay en él algo de romántico, aunque sólo 
sea de «romántico nostálgico», como Thibaudet veía a 
Sainte-Beuve, o incluso de decadente, como en Chateau­
briand y Taine, de los que Maurras se aparta en sus Tres 
ideas políticas o en sus Amantes de Venecia , o en B aude­
laire, o en el primer Bourget. El antimoderno-De Mais­
tre, Chateaubriand, Baudelaire-sufre componiendo: su 
obra es siempre algo monstruosa. Y esto es lo que sigue 
haciendo de él un moderno. 
UNA R E VO L U C IÓ N C O N T R A R I A , 
O L O C O N T R A R I O D E L A R E V O L U C I Ó N 
Algunas de las declaraciones prematuras d e J oseph de 
Maistre sobre la contrarrevolución , en las Consideracio­
nes sobre Francia ( 1 7 9 7) , son justamente célebres , por­
que dejan constancia de la complejidad del movimiento 
y confirman la necesidad de una distinción entre contra­
rrevolución y antirrevolución . De Maistre, adversario 
del despotismo, lector atento del Contrato social, replica 
a Rousseau en los términos de Rousseau, y criti ca a la Re­
volución con los argumentos de los revolucionarios: 
«¿Qué pedían los monárquicos cuando pedían una con­
trarrevolución como ellos la imaginaban, es decir llevada 
a cabo b ruscamente y por la fuerza? Pedían la conquista 
de Francia; pedían por tanto su división, la aniquilación de 
su influencia y el sometimiento de su Rey; es decir masa­
cres para los tres siglos venideros, tal vez, consecuencia 
U N A R E V O L U C I Ó N C O N T R A R l A 
infalible d e una ruptura d e equilibrio semej ante.»1 De 
Maistre condena sin ambages el recurso a los ejércitos 
extranjeros contra la Revolución; ve la contrarrevolu­
ción como la próxima etapa de la Revolución , no como 
una vuelta atrás. 
De Maistre es un pensador sutil: «Las palabras en­
gendran casi todos los errores. Nos hemos acostumbra­
do a llamar contrarrevolución a cualquier movimiento 
que se proponga acabar con la Revolución ; y como ese 
movimiento será contrario al otro, se piensa que será del 
mismo género: habría que pensar todo lo contrario» . 2 
Las cosas son en efecto más sutiles; la Revolución y la 
contrarrevolución pertenecen a la misma h istoria y son 
por tanto inseparables : «el restablecimiento de la Mo­
narquía, que llamamos contrarrevolución, no será en ab­
soluto una revolución contraria, sino lo contrario de la 
Revolución». 3 De Maistre anticipa curiosamente a Hegel: 
la contrarrevolución no será la negación de la revolu ­
ción , porque l a historia e s irreversible, sino su supera­
ción o su relevo. Para explicar esta dialéctica, recurre a 
la figura retórica de la reversio o de la antimetábole-«en 
absoluto una revolución contraria, sino lo contrario de la 
Revolución»-repetición de una sucesión de palabras en 
un orden diferente o, más exactamente, en un orden in­
verso a partir de un punto de simetría. En una antimetá­
bola, digo algo diferente con las mismas palabras. Esta 
' De Maistre, Considérations sur !a France, en Écrits sur !a Révo­
!ution , ed. Jean-Louis Darcel, París , PUF, 1 9 8 9, pág. r n 7 . 
' I bídem, pág. 1 7 8 . 
1 Ibídem, pág. 2 o 1 . 
4 1 
CON T R A R R E VOL U C I Ó N 
figura-que encontraremos a propósito d e l o antimo­
derno como estilo-produce sentido, violenta a la lógi­
ca y altera la causalidad. Es una figura corriente en De 
Maistre y esencial en su argumentación ( cuando Baude­
laire dice que De Maistre le ha «enseñado a razonar», ' 
puede que esté pensando en la provocadora dialéctica 
de la antimetábole) . Revela la dialéctica del castigo y de 
la regeneración que cimenta su filosofía de la historia: 
más tarde dirá que al ser la Revolución «completamente 
satánica», la contrarrevolución «será angélica o no será 
nada». 2 Esta dialéctica tiene como efecto paradójico 
que la Revolución habrá favorecido a la monarquía, re­
sultado absolutamente escandaloso a los ojos de la ma­
yoría de los antirrevolucionarios ordinarios o miopes, 
con excepción de los auténticos contrarrevolucionarios 
antimodernos, que siguen el modelo del hegeliano (a ul­
tranza) De Maistre: «Si se piensa bien, no nos queda más 
remedio que admitir que, una vez asentado el movi­
miento revolucionario, Francia y la Monarquía sólo 
pueden ser salvadas por el jacobinismo .»3 Un antirrevo­
lucionario piensa que la monarquía volverá de fuera; un 
contrarrevolucionario apuesta por la Revolución para 
traer de nuevo la monarquía. 
Ironías de la historia una vez más, como cuando Cha­
teaubriand escribe que la primera Restauración de I 8 1 4 
' Bau<lelaire, [Hyglene] , en Oeuvres completes, ed. Clau<le Pi­
chois, París, Gallimard, colección Bibliotheque <le la Pléia<le, 1 9 7 5-
1 9 7 6, 2 vol . , t. 1, pág. 6 6 9 . 
2 Maistre, carta al caballero <l'Olry, 5 <le septiembre de 1 8 1 8 , en 
Oeuvres completes, óp. cit . , t . XIV, págs. 148 - 149 . 
3 Í<lem, Consldératlons sur la France, óp . cit. , pág. 106 . 
42 
LA V E R G Ü E NZA D E L E S P Í R I T U H U M A N O 
fue debida a u n obispo apóstata , y l a segunda Restaura­
ción de r 8 r 5 a un fraile regicida . Esta página de las Me­
morias de ultratumba es una de las más conocidas : «De 
repente se abre una puerta: entra silenciosamente el vi­
cio apoyado en el brazo del crimen, monsieur de Talley­
rand caminaba sostenido por monsieur Fouché.»1 
« LA V E RG Ü E N Z A DEL E S P Í R I T U H U M A N O » 
L a ambivalencia que Baudelaire manifiesta hacia l a Revo­
lución reflej a, como en De Maistre y en Chateaubriand, la 
fascinación contrarrevolucionaria y la resignación anti­
moderna , más que el simple rechazo antirrevolucionario 
que pretende prescindir de la Revolución : «Hay en todo 
cambio algo de infame y de agradable a la vez, pensaba 
Baudelaire, algo que participa de la infidelidad y de la 
mudanza. Esto basta para explicar la revolución fran ­
cesa.»2 La Revolución gusta, como cualquier cambio, o 
como cualquier política de lo peor. En febrero de 1 8 4 8 , 
Baudelaire s e siente al principio eufórico con l a Revolu­
ción: «Mi euforia en I 8 4 8 . I . . . Placer de la venganza. In-
' Chateaubríand, Mémoires d'outre-tornhe, ed. Jean-Claude Ber­
chet, París , Classiques Garnier, 1 9 8 9-1 9 9 8; 2." ed . , París, Le Livre de 
Poche, colección La Pochotheque, 2003-2004 , 2 vol . , t . I , pág. 1 2 0 2 
(Memorias de ultratumba, tr. d e José Ramón Momea!, 2 vol . , Barce­
lona, Acantilado, 2 0 0 5, pág. 1 3 r n) . 
' Baudelaire, Mon coeur mis a n u , en Oeuvres completes, óp. cit . , 
t . I , pág. 6 7 9 . (Mi corazón al desnudo, tr. d e Rafael Alberti, Barcelo­
na, Círculo de Lectores, 2 0 0 5 ) . 
43 
CON T R A R R E VOLUC I Ó N 
clinación natural a l a destrucción .»1 L a misma definición 
antifilosófica de naturaleza se encuentra en todos los 
fragmentos de Mi corazón al desnudo sobre la Revolu­
ción, a fin de explicar el goce que produce en el hombre 
la destrucción: «El 1 5 de mayo.-Continúa el placer de la 
destrucción. Placer legítimo si todo lo que es natural es 
legítimo.»2 En junio sin embargo: «Los horrores de Ju­
nio . . . . Amor natural por el crimen .»3 Inclinación natural 
a la destrucción, placer natural por la destrucción , amor 
natural por el crimen: esto es lo que ilustra la Revolución 
a los ojos de Baudelaire. A partir de entonces desconfía 
para siempre del hombre, de la democracia y de la masa, 
incluso de la soberanía popular y del sufragio universal, 
que pronto devolverán el poder al futuro Napoleón III : 
«Mi rabia por el golpe de Estado», prosigue el poeta. 4 El 
golpe de Estado de 1 8 5 1 le dejará <efísicamente despoliti­
zado», como escribirá en marzo de 1 8 5 2 a N arcisse An­
celle, su notario . 5 Napoleón III habrá demostrado que 
«el primer llegado puede, apoderándose del telégrafo 
y de la Imprenta nacional, gobernar una gran nación», y 
eso con el consentimiento del pueblo que se somete 
a una servidumbre voluntaria . Todos los antimodernos 
son discípulos de La Boétie: «Quienes creen que semejan­
tes cosas pueden conseguirse sin el consentimiento del 
pueblo son unos imbéciles», añade Baudelaire.6 Cha­
teaubriand pensaba lo mismo del primer Napoleón: «los 
' Ibídem. ' Ibídem. ' Ibídem. 4 Ibídem. 
' Ídem, Correspondance, óp. cit . , t. 1, pág. r 88. 
6 Ídem, Mon cocur mis d nu, óp . cit. , t. 1, pág. 6 9 2. 
4 4 
L A V E RG Ü E N Z A DE L E SP ÍR I T U H UM A N O 
franceses quieren d e forma instintiva el poder; n o aman 
en absoluto la libertad; sólo la igualdad es su ídolo . Aho­
ra bien, la igualdad y el despotismo mantienen lazos se­
cretos . Bajo estos dos aspectos, Napoleón tenía su origen 
en el corazón de los franceses .»1 Desde Chateaubriand, 
el reconocimiento de la vulnerabilidad de la libertad 
(aristocrática) ante la igualdad (democrática) aparecerá 
como una característica del pensamiento antimoderno. 
La dictadura plebiscitaria de Luis Napoleón iba a 
representar para varias generaciones el pecado original 
del sufragio universal en Francia. Baudelaire extrajo es­
ta lección: «Lo que pienso del voto y del derecho a ele­
gir. De los derechos del hombre .» Evidentemente no 
pensaba nada bueno, ya que p roseguía de este modo: 
«No hay más gobierno razonable y seguro que el aristo­
crático. 1 Monarquía o república basadas sobre la de­
mocracia son igualmente absurdas y débiles .»2 Baude­
laire lamenta la desaparición del derecho divino. En 
Las flores del mal, el poeta mismo aparece a menudo re­
presentado como un rey caído, o incluso «depuesto», 
como en «El Albatros» : 
Apenas los han dej ado sobre las tablas , 
Estos reyes del cielo, vergonzosos y torpes , 
Dejan caer con pena sus grandes alas blancas 
Como si fueran remos que arrastran a su lado. 
' Chateaubriand, Mémoires d' outre-tombe, óp. cit. , t . 1 , pág. 
1 2 2 6 . (Memorias de ultratumba, óp. cit . , p ág. 1 3 3 7) 
2 Baudelaire, Mon coeur mis d nu, óp. cit . , t. 1, pág. 6 8 4. 
4 5 
C O N T RA R R E VO L U C I Ó N 
E l Poeta e s como u n p ríncipe d e las nubes 
Que ama la tormenta y se ríe del arquero; 
Exiliado en la tierra entre los abucheos , 
Sus alas de gigante entorpecen su marcha. 1 
La doctrina teocrática y providencialista de Baudelaire 
se basa en el odio contrarrevolucionario a la soberanía 
popular y el sufragio universal . Con Napoleón III, Fran­
cia tuvo lo que se merecía, como se había merecido la Re­
volución según De Maistre: «Lo que es el emperador Na­
poleón III . Lo que vale. Encontrar la explicación de su 
naturaleza , y su providencialidad.»2 
Innumerables son las pullas de Baudelaire contra la 
igualdad, palabra clave del siglo político heredada de 
la Revolución . A partir de Salón de r846, antes por tanto 
de 1 8 4 8 , y sin duda no sin ironía, «la sotana y la levita no 
sólo tienen belleza política, que es expresión de la igual­
dad universal, sino también belleza poética, que es la 
expresión del alma pública; una nutrida procesión de 
enterradores , enterradores políticos, enterradores ena­
morados, enterradores b urgueses» . 3 El negro del hábi­
to, la librea uniforme significan una igualdad de hormi­
ga, el triunfo de la cantidad simbolizado por la ciudad 
' Ídem, «L Albatros», Les Fleurs du mal, en Oeuvrcs completes, 
óp. cit . , t. I, págs. 9- 1 0 . (Las flores del mal, tr. <le Carlos Pujol, Barce­
lona, Ediciones Altaya, 2 0 0 5. ) 
' Ídem, Mon coeur mis a nu, op. cit. , t . I , pág. 6 7 9 . 
' Ídem, Salan de r846, e n Oeuvres completes, ó p . cit . , t . II, 
pág. 494 . 
LA V E RG Ü E N Z A D E L E SP Í R I T U H UM A N O 
moderna. Hormigueo d e la vida , hormigueo d e l a villa : 
Baudelaire pasa de uno a otro gracias a la misma proxi­
midad fonética con la que juega en el poema en prosa 
«A la una de la madrugada»: « ¡ Horrible vida ! ¡ Horrible 
villa ! »1 
Baudelaire recurre siempre al sarcasmo cuando se 
trata de la igualdad. En « ¡ Acabemos con los pobres ! » , la 
trifulca termina, una vez que el poeta ha vapuleado al 
pobre y que el pobre se ha vengado del poeta devolvién­
dole los golpes, con esta aleccionadora frase del poeta: 
«Señor, ¡ somos iguales ! Me haría el honor de compartir 
conmigo mi dinero.»2 La anécdota se presenta como el 
ensayo de una teoría que ha sido inspirada al poeta por 
los «libros donde se trata del arte de hacer a los pueblos 
felices , sabios y ricos , en veinticuatro horas», por las 
«elucubraciones» de «aquellos que aconsejan a todos los 
pobres convertirse en esclavos , y aquellos que les per­
suaden de que todos son reyes destronados»,3 es decir 
los socialistas utópicos, ridiculizados por el poeta: 
« ¿Qué dices tú, Ciudadano Proudhon ?», así termina el 
poema en prosa en una variante del manuscrito. 
En una carta a su editor Auguste Poulet-Malassis de 
1 8 60 , una vez más concerniente a sus deudas, Baudelaire 
vuelve, esta vez riéndose de sí mismo, a la expresión , 
aparentemente favorable, pero sin duda ambigua, del 
poema « ¡ Acabemos con los pobres !» : «Cuando encon-
1 Ídem, «Á une heure du matin», Le Spleen de Paris, en Oeuvres 
completes, óp. cit . , t. I, pág. 2 8 7. 
2 Ídem, «Assomons les pauvres ! », ibídem, pág. 3 5 9 . 
3 Ibídem, págs. 35 7-358 . 
4 7 
C O N T R A R R E V O L U C I Ó N 
tréis u n hombre que, libre a l o s diecisiete años , con una 
inclinación excesiva a los placeres , siempre sin familia, 
haya entrado en la vida literaria con 3 0 o o o francos de 
deudas , y, al cabo de casi veinte años, sólo los haya au­
mentado en 1 0 o o o más, . . . presentádmelo, y podré salu­
dar a un igual .»' 
En «El juguete del pobre», en que un niño rico envi­
dia al niño pobre su j uguete, «un ratón vivo» en «una 
jaula», <dos dos niños se reían uno de otro fraternalmen­
te, mostrando unos dientes de igual blancura», 2 de nue­
vo en cursiva. Esta vez la igualdad y la fraternidad, eslogan 
añadido en 1 8 4 8, son ridiculizados de forma parecida. 
También en <<El espejo», donde un «hombre espantoso» 
que se mira en un cristal es interrogado por el poeta por 
ese gesto que no puede más que producirle desagrado, el 
«hombre espantoso» invoca los «inmortales principios 
del 8 9» según los cuales «todos los hombres tienen los 
mismos derechos»; por tanto, él también tiene «el dere­
cho de mirarse». 1 
Desde hacía tiempo, en su dedicatoria a su Salón de 
1846, Baudelaire-aunque esta interpretación no sea 
unánime-se burlaba en términos pascalianos del bur­
gués : «Sois mayoría-cantidad e inteligencia;-por tanto 
tenéis la fuerza-que es la j usticia». 4 El sufragio univer­
sal,del cual «El espejo» podría ser alegoría caricatures-
' ÍJem, Correspondance, óp. cit. , t . II. pág. 94. 
' Ídem, «Le Joujou du pauvrc», en Le Splecn de Paris, óp. cít . , 
t . I , pág. 30 5 . 
1 ÍJcm, «Le Miroirn, ibídem, pág. 3 44 . 
4 ÍJcm, Salon de 1846, ó p . c í t , t . Il, pág. 4 1 5 . 
L A V E RG Ü E N Z A D E L E SP Í R I T U H UM A N O 
ca-al ser el resultado del sufragio universal el reflejo de 
la soberanía popular-confirma esta ecuación de mayo­
ría, fuerza y justicia a partir de 1 8 4 8 . 
D e nada sirve repetir la historia d e l a desconfianza 
de los escritores franceses respecto de la soberanía del 
pueblo y, a partir de l 8 5 l, del sufragio universal . 1 «La 
soberanía del pueblo , la libertad, la igualdad, el derro­
camiento de toda clase de autoridad: ¡ Qué ilusiones tan 
dulces ! La masa comprende estos dogmas, por lo tanto 
son falsos; los ama; por lo tanto son malos . Pero no im­
porta, los comprende y los ama. Soberanos , ¡ temblad 
en vuestros tronos ! » anunciaba De Maistre en 1 7 9 4, 2 
recurriendo una vez más a un argumento de autoridad. 
En sus machaconas diatribas , sus sucesores se apoyarán 
en las lecciones de la h i storia , especialmente después 
de que el sufragio universal directo (masculino) fuese 
instituido por un decreto del gobierno p rovisional de 5 
de marzo de 1 8 4 8 , sin limitaciones de capacidad ni de 
censo, disposición que ningún régimen j uzgó posible 
revocar, pero que todos, alarm ados por sus peligros, in­
tentaron regular : «La ligereza de los hombres de 1 8 4 8 
n o tuvo realmente parangón . Dieron a Francia, que no 
' Véase la trilogía de Pierre Rosanvallon, Le Sacre du citoyen. His­
toire du su/Ira ge universel en France, París, Gallimard, 1 9 9 2; Le Peu­
ple introuvable. Histoire de la représentation démocratique en France, 
París, Gallimard , 1 9 9 8 ; La Démocratie inachevée. Histoire de la sou­
veraineté du peuple en France, París, Gallimard, 2000. 
L Maistre, «Discours a Mme la marquise de Costa sur la vie et la 
mort de son fils» ( agosto de 1 7 9 4) , en Oeuvres completes, óp. cit . , 
t . Vll, pág. 2 5 o. 
4 9 
C O N T R A R R E V O L U C I Ó N 
l o pedía, e l sufragio universal» , recordaba Renan en 
1 8 7 I . 1 
Flaubert , m á s todavía que Baudelaire, e s conocido 
por sus sarcasmos sobre el sufragio universal, que deja 
caer a lo largo de su correspondencia. Lo critica ya 
desde 1 8 5 2 , en el momento en que «la infalibilidad del 
sufragio universal está a punto de convertirse en un 
dogma que sucederá al de la infalibilidad del Papa.­
La fuerza bruta, el derecho de la mayoría, el respeto a 
la m asa ha sustituido a la autoridad del apellido, al de­
recho divino , a la supremacía del Espíritu».2 El Diario 
de los Goncourt está repleto de p rotestas contra el su­
fragio universal y de reivindicaciones a favor de la aris­
tocracia de la inteligencia: «El sufragio universal, que 
es el derecho divino de la m ayoría, rep resenta una 
enorme disminución de los derechos de la inteligen­
cia» . 3 Derecho de la mayoría opuesto al derecho divi­
no, « Vox populz; vox dei», la sentencia es continuamente 
objeto de burla y, con anterioridad al epígrafe del Dic­
cionario de lugares comun es de Flaubert , sirvió de títu­
lo a uno de los Cuentos crueles de Villiers de l 'I sle­
Adam, especie de poema en p rosa que p rolongaba «El 
espejo» de Baudelaire y ridiculizaba, antes que Gusta­
ve Le Bon, la i rracional ceguera de una masa que entre 
' Renan, La Ré/orme intellectuelle et morale ( 1 8 7 1 ) , en Oeuvres 
completes, París, Calmann-Lévy, 1 9 47-1 9 6 1 , 1 0 vol . . t. I , pág. 342 . 
2 Flaubert, carta a Louise Colet, 1 5 - 1 6 de mayo de 1 8 5 2, Corres­
pondance, óp. cit . , t. I , pág. 90 . 
3 Edmond y J ules Goncourt, Journal ( 1 5 de julio de 18 60 ) , París, 
Laffont, colección Bouquins, 1 9 8 9 , 3 vol . , t . I, pág. 5 8 2. 
L A V E R G Ü E NZA D E L E SP Í R I T U H UM A N O 
1 8 7 0 y 1 8 7 3 , con el mismo entusiasmo y sinceridad, 
gritab a de un año p ara otro : « ¡ Viva el Emperado r ! » , 
« ¡ Viva l a República ! » , « ¡ Viva l a Comuna ! » y « ¡ Viva el 
Mariscal ! »1 
El odio al sufragio universal, esa «especie de papi­
l la gelatinosa», como lo llamaba Gobineau,2 fue reacti­
vado entre los intelectuales por el terror experimenta­
do durante la Comuna. En el otoño de 1 8 7 0, George 
Sand advertía «un gran desprecio, una especie de do­
loroso odio, una p rotesta que veo crecer contra el su­
fragio universah> . 3 Según Pierre Rosanvallon , la cues­
t ión del sufragio universal se ve «en cierto modo so­
bredimensionada» después de 1 8 7 1 , «como si un siglo 
de interrogantes sobre la democracia francesa se cru­
zasen y se simplificasen».4 Nada explica mejor este 
odio que la correspondencia entre Sand y Flaubert , 
quien llama al sufragio universal, en una carta del oto­
ño de 1 8 7 1 , «la vergüenza del espíritu humano» . 5 To-
' Villiers de L'lsle-Adam, «Vox populi», Cantes cruels, en Oeuv­
res completes, e<l. Alan Raitt y Pierre-Georges Castex, París, Galli­
mard, colección Bibliotheque de la Pléiade, 1 9 8 6 , 2 vol . , t . I, págs. 
5 6 2 - 56 5 . (Cuentos crueles, tr. de Manuel Granel!, Pozuelo de Alar­
cón: Espasa-Calpe, 2003 . ) 
' Gobineau , L a Troisieme République fran�aise e t ce q u ' elle vaut, 
Strasbourg, Trübner, 1 9 07 , pág. 1 0 8; citado por P. Rosanvallon, en 
Le Sacre du citoyen, óp. cit . , pág. 3 2 r . 
1 George Sand, Journal d'un voyageur pendant la guerre, París, 
Michel Lévy, l 8 7 1 ; citado por P. Rosanvallon, en Le Sacre du citoyen, 
óp . cit., pág. 3 0 8 . 
4 P. Rosanvallon, L e Sacre du citoyen, óp. cit . , pág. 3 1 r . 
5 Flaubert, carta a George Sand , 8 de septiembre d e l 8 7 l , Co­
rrespondance, óp. cit . , t. IV, pág. 3 7 6 . 
5 1 
C O N TR AR R E V O L U C I Ó N 
dos oponen a la mayoría la elite de la inteligencia: 
«Nuestra salvación sólo reside en una aristocracia legíti­
ma , es decir en una mayoría que no estuviera hecha sólo 
de n úmeros», postula Flaubert . 1 La desconfianza hacia 
la política, a la que se considera «inepta» después de 
1 8 7 1 , es la característica de los ambientes literarios , has­
ta el extremo de que Bourget, hijo de familia universita­
ria y republicana, crítico con el emperador en 1 8 7 0 pe­
ro decepcionado por la Comuna y preocupado por las 
divisiones partidistas que siguieron, confiesa en l 8 7 3 , a 
los veintiún años, que se le ha hecho imposible leer un 
periódico. Se burla de los derechos de los pueblos y 
«demás locuras políticas», y declara que «el gobierno 
del primer imbécil que llega, el de Napoleón III, por 
ejemplo, era preferible al caos universal de hoy en día». 2 
La expresión «el primer llegado», como Baudelaire 
llamaba al Emperador, o «el primer imbécil que llega», 
según el joven Bourget, que no era precisamente repu­
blicano, pero menos todavía monárquico, sino transito­
riamente antimoderno, merece ser subrayada. La deno­
minación «primer llegado» designa perfectamente la 
ambivalencia del antidemócrata que desprecia la autori­
dad, o sea al dandi. Jean Paulhan recurrirá todavía al 
«primer llegado» en 1 9 3 0, en vísperas de la guerra, ante 
la debilidad de las democracias, mensaje poco claro que 
' Ídem, carta a George Sand, 30 de abril de 1 8 7 1 , ibídem, pág. 
3 1 4· 
' Véase Míchel Mansuy, Un moderne. Paul Bourget. De !'en/anee 
au disczple, París, Les Belles Lettres, l 9 6 o, pág. 1 8 5. 
5 2 
LA O L I G A R Q U ÍA D E L A I N T E L I G E N C I A 
los lectores d e l a Nouvelle Revue Fran(·aise ( NRF) ape­
nas comprendieron, pero que anunciaba su gaullismo . 1 
L A O L I G A R Q U ÍA D E LA I N T E L I G E N C I A 
Después d e 1 8 7 1 , nadie ejerció más influencia en l a difu­
sión de las ideas antimodernas que Taine y Renan , invita­
dos de Flaubert y de los Goncourt en las cenas en Magny. 
«La influencia de un Renan ha sido infinitamentesuperior 
a la de un Joseph de Maistre» lamentará Léon Daudet, 
que percibía en Renan el tipo de «falsos valores» del siglo 
x 1x . 2 Taine, que no se identificaba ya con la «contra-reac­
ción» como en los inicios del Segundo Imperio, según la 
expresión de Charles Renouvier,3 dedicó Los orígenes de 
la Francia contemporánea ( 1 8 7 6-1 8 9 4) a preconizar un 
régimen para Francia a la vez liberal y conservador, pero 
fue La Reforma intelectual y moral de Renan ( 1 8 7 1 ) , más 
manejable, la que se convirtió en el breviario de los anti­
modernos, por ejemplo de Julien Benda, hasta los años 
treinta, antes que los otros dos, Taine-y-Renan-tan inse­
parables como Tarn-et-Garonne según Thibaudet-caye­
ran en el olvido. Renan, también él conservador y liberal, 
según el modelo de Chateaubriand o de Tocqueville, des-
' Paulhan, «La démocratie fait appel au premier venu», NRF, 
marzo de 1 9 3 9 , págs. 4 7 8-4 8 3 . 
' Léon Daudet, L e Stupide XIX' siecle ( 1 9 22 ) , e n Souvenirs et po­
lémiques, París, Laffont, colección Bouquins, 1 9 9 2, pág. 1 3 27 . 
3 Charles Renouvier, Philosophie analytique de l'histoire. Les idé­
es, les religions, les systemes, París, Leroux, 1 8 96 - 1 8 9 7, 4 vol . , t . I V, 
pág. I I 3 . 
5 3 
C O N T R A R R E V O L U C I Ó N 
cribió antes que Taine, en 1 8 7 1-con trazos que recuer­
dan a De Maistre- los orígenes de la enfermedad que 
aquejaba a Francia: «es evidente que la Providencia la 
ama, ya que la castiga». 1 Los encuentra en la aniquilación 
de la aristocracia desde Philippe le Bel, en el absolutismo 
de Luis XIV, en la abstracción y el despotismo de la Revo­
lución, en la ausencia de libertad a partir de l 8 l 5 , pero 
piensa también que, aunque con una influencia menor, el 
materialismo y la democracia habían sido responsables de 
la desaparición de las virtudes militares en Francia, con lo 
que se explicaba la derrota de l 8 70. Francia había caído 
víctima del materialismo igualitario, de la insubordina­
ción de los individuos a la autoridad con el propósito de 
una acción común. Ahora bien: «es imposible salir de se­
mejante estado con el sufragio universal». El sufragio uni­
versal no corrige los defectos del sufragio universal: «no 
se doma al sufragio universal por sí mismo».2 El gobierno, 
la corte, la administración, pero también la oposición y las 
universidades, todas las instituciones habían sido debili­
tadas por «la democracia mal entendida», ya que «un pa­
ís democrático no puede ser bien gobernado, bien admi­
nistrado, bien dirigido». 1 Para Renan, la impotencia del 
sufragio universal para poner orden en la sociedad es ob­
via. Un gobierno debe ser el resultado de una selección­
por nacimiento, sorteo, elección, o por exámenes y oposi­
ciones-que el sufragio popular hace improbable. 
Los reparos de Renan se parecen a los de Flaubert o 
los Gon court: «Aplicado a la elección de diputados, el 
' Renan, La Ré/orme intellectuelle et morale, óp. cit . , t. I, pág. 3 3 3 . 
' Ibídem, pág. 3 4 8 . ' Ibídem, pág. 3 59. 
5 4 
L A OL I G A R Q U ÍA D E L A I N T E L I G E N C I A 
sufragio universal, mientras sea directo, n o conseguirá 
más que resultados mediocres . . . . Limitado por naturale­
za, el sufragio universal no comprende ni la necesidad de 
la ciencia, ni la superioridad del noble y del sabio». ' Más 
valdría el nacimiento, o el «primer llegado» como decían 
Baudelaire y Bourget, porque, según Renan, «el azar del 
nacimiento es menor que el azar del escrutinio». 2 
El antimodernismo político se i dentifica a partir de 
entonces con el elitismo y la condena de la democracia, 
pero sin ir un paso más allá y rebela rse contra ella, to­
lerancia o debilidad que no le perdonaba Léon Daudet: 
el antimoderno lleva la cruz de la democracia. «El hom ­
bre más mediocre es superior al resultado colectivo que 
emerge de treinta y seis millones de individuos, contan ­
do cada uno como una unidad», afirma Renan. S u opi­
nión parece inapelable; podría conducir a una conver­
sión antidemocrática y facciosa; pero viene seguida de 
esta p untualización : « ¡ Ojalá el futuro haga que me 
equivoque ! »3 El antimoderno no será maurrasiano ni 
golpista. 
A partir de entonces, los remedios se imponen por sí 
mismos: serán siempre medidas a medias . Si el sufragio 
universal no puede corregir el sufragio universal, ¿ puede 
una democracia bien entendida remediar la democracia 
mal entendida? El renacer de Francia sería posible a 
condición de repudiar los errores de la democracia, de 
la reconstrucción de una aristocracia y tal vez de una 
monarquía, de dar al pueblo una educación y de devol-
' Ibídem, pág. 3 6 o. ' Ibídem, pág. 3 8 6. 1 Ibídem, pág. 362 . 
5 5 
C O N T R A R R E V O L U C I Ó N 
verle el sentido moral. E n una prosopopeya del «buen 
patriota», Renan explora dos caminos de renovación. El 
primero consistiría en relevar la monarquía, fundándola 
sobre un derecho histórico antes que sobre el derecho di­
vino,r evitando de este modo los estragos de la soberanía 
numérica. Pero la incertidumbre sobre qué dinastía, si 
la Borbonica o la Orleáns, obstaculiza esta solución , a 
pesar de que Renan , o su portavoz, considere sin mucho 
ánimo, desde 1 8 7 1 , una regencia del príncipe Napoleón 
( Jéróme) . 2 La segunda solución pasaría por la reconsti­
tución de una nobleza o de una gentry provincial , que al 
posibilitar un sufragio a dos niveles atenuaría los peli­
gros de la soberanía popular. Esto sería lo ideal, pero Re­
nan tampoco confía en ello. Optando entonces por el 
«honesto ciudadano», que después del «buen patriota», 
duda que Francia pueda cambiar radicalmente, Renan 
confiesa su perplej idad y sugiere aceptar los males me­
nores . 
Al haber sido aplazadas en 1 8 7 1 las decisiones cons­
titucionales y dinásticas, la elección de la monarquía o 
de una república quedaba abierta. Sin embargo, Renan 
tiene menos confianza en una constitución para hacer 
evolucionar a Francia que en una revisión del papel de 
las elites en la sociedad, del m odo de seleccionarlas, de 
la naturaleza de la democracia y de la forma del Esta­
do. Con el fin de organizar y de jerarquizar la colecti­
vidad nacional, ya que p arece irrealizable dar marcha 
atrás con el sufragio universal, «dos niveles corregirían 
' Ibídem, pág. 3 7 7 . ' Ibídem, pág. 3 7 8 . 
LA O L I G A RQ U ÍA D E L A I N T E L IG E N C I A 
l o que tiene d e superficial» , 1 así como el establecimien ­
to de colegios departamentales, el escrutin io de las lis­
tas y el voto plural; pero lo esencial para Renan , de 
acuerdo con su viej a idea, consistiría en una reforma 
de la enseñanza, pues sólo la educación podría endere­
zar de una vez por todas los defectos del s ufragio uni­
versal. Renan se declara, por lo tanto, partidario de 
una enseñanza primaria gratuita pero no obligatoria , 2 y 
sobre todo por una enseñanza superior real y unas uni­
versidades autónomas , algo de lo que Francia carecía 
desde la E dad Media . 3 El desarrollo de la enseñanza 
superior es capital para que pueda surgir una aristo­
cracia de la inteligencia, para el «triunfo oligárquico 
del espíritu»,4 p orque la democracia bien entendida de 
Renan sería una tiranía de los sabios: «Lo e sencial con­
siste menos en producir masas ilustradas que en pro­
ducir grandes genios y un p úblico capaz de compren­
derlos .»5 Mientras tanto, no ve otra salida más que la 
sumisión del pueblo al orden social necesario, aristocrá­
tico y desigual. 
De este modo, como la mayoría de los intelectuales, 
Renan considera la igualdad como una peligrosa utopía, 
' I bídem, pág. 3 8 6 . 
' Ídem, «La part < le la famille et <le l 'État dans l'é<lucation» 
( 1 8 6 9) , en La Réforme intellectuelle et morale, óp . cit. , t . 1, 
pág. 5 27. 
3 Ídem, La Ré/orme intellectuelle et morale, óp. cit . , t . I, págs. 
3 9 5- 3 9 8 . 
4 Ídem, «Réves», Dialogues e t /ragments philosophiques ( 1 8 7 6) , 
en Oeuvres completes, óp. cit. , t . I , pág

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