Logo Studenta

El tratamiento psicoanalítico de la psicosis maníaco depresiva a la luz de los conocimientos actuales - François Sauvagnat & Rokaya Sauvagnat

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

"INNAMORATO MELANCÓLICO" 
Parte del frontispicio que se encuentra 
en el libro de Roger Barton, 
Anatomía de la melancolía. 
Depresiones y psicoanálisis 
• 
Insuficiencia, cobardía moral, fatiga, 
aburrimiento, dolor de existir 
José María Álvarez 
Enrie Berenguer 
José R. Eiras 
Germán García 
Jean Garrabé 
Daniel Matusevich 
Franc;ois Sauvagnat 
Rokaya Sauvagnat 
Juan Carlos Stagnaro 
Gustavo Stiglitz 
Emilio Vaschetto 
(COMPILADOR) 
El tratamiento psicoanalítico 
de la psicosis maníaco depresiva 
a la luz de los conocimientos actuales 
FRANr;OIS 5AUVAGNAT Y ROKAYA 5AUVAGNAT 
Introducción: Las contradicciones de los discursos 
que prevalecen actualmente y su confrontación 
a la clínica 
La situación actual de la psicosis maníaco-depresiva, desde múl­
tiples puntos de vista, es extremadamente paradoja!, y la manera en 
In que es frecuentemente presentada en el terreno francófono no es­
rnpa a esta regla. El psicoanalista no debe retroceder a afrontar esto, 
Incluso si es un terreno en el cual se mantiene tradicionalmente a dis­
tnncia, en la medida en que, según los términos de Freud (1913), "el 
Interés del psicoanálisis por la psicopatología" fue históricamente de 
ltocer surgir el sentido, ahí donde sólo los fenómenos orgánicos eran 
d scubiertos de manera intencional. La insistencia llevada a cabo por 
1 .o can sobre la noción de discurso nos vuelve entonces, quizás, aten­
hl a lo que, concerniendo a la manía-depresión, al menos dos discur-
llOS muy contradictorios se han sostenido en el dominio de las inves- � 
ligaciones clínicas. � m 
Primero, un discurso que podríamos calificar de organicista, fuer- VI o 
ll'rnente predominante en el terreno francófono, al punto que un cier- � 
In número de especialistas dicen -pero lo creen realmente- que la VI 
-< 
., VI 
n o � 
IIIIANc;:ors SAUVAGNAT en psicoanalista en París. Profesor de la Universidad �­
d \ Rennes-II. Miembro de la Ecole de la Cause Freudienne (ECF) y de la Aso- : 
··loción Mundial de Psicoanálisis (AMP). VI 
ltOKAYA SAUVAGNAT es psicoanalista en París. 39 
PDM, claramente_bajo su forma bipolar tipo 1 de L onhard) sería 
esencia� problema de prescripción, los mecanismos biológi· 
cos del trastorno siendo considerados como suficientemente conoci­
dos y sus d�rminaciones genéticas siendo establecidas; en conse­
cuencia los autores en cuestión declaran, de manera voluntaria, que 
la sola psicoterapia razonable de la psicosis maníaco-depresiva no 
puede ser más que una psicoterapia de apo o, debiendo sostener el 
acuerdo del paciente para tomar sus medicamentos, en la medida en 
que esto sería una cuestión entendida a partir de Kraepelin: la PDM, 
desorden endógeno, no tendría ninguna determinación psicógena o 
ambiental. Continuando, según algunos habría que extender la pres· 
cripción de litio a toda suerte de estados que podrían parecerse, en 
más o en me;ms, al "espectro" de la PMO. 
Pero a decir verdad, la consulta de la literatura internacional so­
bre la cuestión muestra que existen toda una serie de objeciones a es­
te tipo de declaración organicista reduccionista .. 
/ 1) La primera objeción se apoya sobre la falta de conocimientos 
precisos sobre los mecanismos biológicos de las depresiones. En un 
informe para el Consejo de la Escuela de la Causa Freudiana, realiza· 
mos una investigación de los conocimientos precisos en este terreno. 
Aquí los resultados obtenidos. En lo que concierne, a la genética de la 
PDM, incluso si existe cierta prevalencia familiar, los trabajos más in· 
contestables no pueden hablar más que de "herencia_ compleja", o de 
" oligénesis", lo que es una manera política de admitir que no se tra• 
tana e una enfermedad "genética" en sentido estricto, y que los fac [ !Qrgs "ambientales", que dependen de "decisione�del ser" en el sen 
tido promovido por Lacan, tendrían necesariamente una am_plia par 
.!.e. Si los investigadores estudian la influencia de las mono-aminas e 
la determinación de la PDM, esas investigaciones no permitieron po 
� el momento explicar ni la psicopatología de los trastornos del humo 
<t ni el mecanismo de acción de los antidepresivos. Los estudios sob 
� las enzimas ligados al metabolismo de mono-aminas no alcanzara 
� por el momento más que a resultados contradictorios. Lo mismo pa 
>- ra las hipótesis sobre membranas, endócrinas, e iónicas. Según M.R 
� Poirier, "Un gran número de perturbaciones bioquímicas o neuro-en 
� dócrinas han sido encontradas en pacientes deprimidos, y sirviend 
:; como criterios descriptivos no han podido ser integradas en una te 
� ría coherente de la depresión. Ninguna de esas medidas biológica 
Vl 
"' puede ser calificada de indicador de rasgo específico y permanente � 
8. sigue siendo difícil determinar si una anomalía-biológica observad 
� puede ser considerada como una causa o una consecuencia de la sin 
.f tomatología. Ella puede ser un slabón intermediario en la perpetu 
4o regulación de una red multifactorial compleja. Estas pertui acion 
no permiten actualmente establecer de manera formal teorías expli­
ativas de las depresiones". 
Debemos entonces considerar que la investigación en el dominio 
de las neurociencias está en una fase debutante, y que los progresos 
de los cuales algunos tienen en cuenta conciernen más a los "instru­
mentos" o los "métodos" que a los resultados propiamente hablan­
do. 
2) Para los que son tratamientos quimioterapéuticos, sin tener en , 
uenta el triunfalismo sostenido por--aigunos, la eficacia de los anti-
depresivos o de sustancias como el litio no está apoyada sobre cono­
imientos biológicos que develaran completamente el mecanismo. La 
'ficacia a largo plazo de los tratamientos, incluso si todo el mundo se 
f ·licitacteTa eficacia a corto plazo, parece tener que ser relativizada. 
'ubrayemos que ciertos autores estiman que los efectos a largo plazo 
de los antidepresivos están muy mal evaluados (Breggins, Zarifian). 
' un hecho que estudios recientes correlacionan positivamente el 
.1umento del número de recaídas a largo plazo y el uso demasiado ex-
lusivo de ciertos antidepresivos. También, estudios americanos pro­
vistos del sello "oficial" del NIMH americano relativizan la eficacia '---
del-litio, en la medida en que el número de recaídas sería mucho más 
importante que lo que algunas presentaciones dejarían suponer. Este 
lipo de estudios es mucho más importante como según una investi­
gación de Séller y cols., subvencionada por el NIMH americano para 
'studiar las recaídas depresivas, en el transcurso de la conferencia 
.1mericana de consensos concernientes a su recurrencia (NIH/ 
NlMH,1984), las 3/4 partes de las depresiones son recurrentes. Nota­
ríamos la presencia de síntomas subdepresivos antes de la aparición 
de la depresión en el 50% de los casos; la depresión estará presente 
�'n un 60% de casos de suicidio. En fin, "50% de casos habiendo teni­
do un episodio depresivo harían otro en 10 años". 
3) El rol de las "relaciones interpersonales": bajo este término ge­
neral, un número iillp'ortante de investigaciones más o menos inspi- o 
r das or la corriente "psicodinámica" (es decir psicoanalítica) han � 
puesto en evidencia (estadísticamente) la presencia de factores que � "' 
no tienen nada de biológicos, sino que están ligados a los "acont�ci- o 
mientos de vida". Así por ejemplo la importancia de los trabajos que � 
�·onciernen a la influencia de relaciones o conflictos con otros en el -< 
d sencadenamiento de episodios, y aquí muchas referencias se pue- � 
d n consultar, incluso, estudios sobre los tipos de personalidad y so- 8 
hre los modos de existencia, tienden a hacer considerar al psicoana- � 
l>· lista lacaniano, gue las PDM entrarían en el grupo de psicosis no de- ,.... 
'ncadenadas, y que desencadenarían en ciertas condiciones, con � 
rn canismos de estabilización particularmente ricos. � 
Las teorías psicopatológicas recie 
Con respecto a las teorías psicopatológicas, recordemos que 
tipos de teorías se oponen actualmente: las teoríasque 
que existiría una base diferente para los trastornos graves del 
para el gru12o de las esquizofrenias (esquizofrenia, paranoia, 
nos crónicos sistematiza os según la terminología francesa), y 
que al contrario (escuela de Viena, escuela de Erlagen, al menos 
ta cierta época) según ellas, existiría una base patológica común, 
tenida en el hecho de que ci�o número de pacientes pasáñpor 
tornos de los dos tipos. De hecho,� clínica muestra toda una ,,,.,..,._ 
dad de casos, y parecería razonable pensar que la n• ... nnr•--·�=---
-psicosis crónicas con una ve�tiente distímica (delirios crónicos,""",,,,,_ 
zofrenias) y psicosis maníaco-depresivás, en las cuales las 
nes dramáticas del humor constituirían el punto central, 
discutida. Los casos de bouffées delirantes de color "tímica" no 
más que redoblar las interrogaciones sobre la utilidad de una 
ción estricta entre estas dos formas de psicosis. Las dudas de los 
tares contemporáneos nos confirman el interés de los estudios 
los diferentes modos de estabilización de las estructuras psicóticas. 
Las comparaciones quimioterapia-psicotera 
Un cierto número de trabajos, mal difundidos en Francia, 
1-� zan el punto de vista según el cual un seguimiento · 
� adaptado, tal como los tratamientos psicoanalíticos específicos 
; sujetos psicóticos, sería completamente apropiado para ayudar a 
(;. pacientes que presentan depresiones graves, incluso si el uso de 
� cotropos se muestra indispensable en ciertos momentos. 
� El hecho que esos estudios sean "empíricos", es decir reposen 
ª- bre una observación externa (tests particularmente) sin tener 
>- cuenta contenidos, es ciertamente susceptible de limitar su 
!;t sin embargo, sus resultados no son sin interés, como vamos a 
z � Según Seymour Fisher y Roger Greenberg, citados por 
; "los estudios controlados que comparan quimioterapia y osilcoterl 
:;. pía tienden a acordar una preferencia a las psicoterapias: "La 
"' terapia concentra sus efectos sobre el humor, la apatía, las ideas o 
u- cidas, el trabajo, y el interés, mientras que las quimioterapias · 
z � yen sobretodo en el sueño y en el apetito". La NIMH americana 
� fue insensible a tales preocupaciones. Un estudio organizado por 
42 NIMH, dirigido por Irene Elkin, llevado a gran escala (250 
multicéntrico, etc., que compara las terapias cognitivo-comporta­
mentales, la psicoterapia interpersonal, los antidepresivos y los pla-
ebos sobre un período de dieciséis semanas fue publicado en 1989. 
Ella confirma cuan difícil es diferenciar los efectos de las psicotera­
pias breves, de las farmacoterapias y de la utilización de placebos. 
Para los pacientes gravemente afectados, los resultados se muestran 
relativamente mejores para la psicoterapia interpersonal y los antide­
presivos; los investigadores explican que los efectos de los antidepre­
sivos se muestran ligeramente mejores que la psicoterapia interper­
sonal, pero los datos no muestran una diferencia significativa. Sin 
mbargo, en la publicación no especializada, inexplicablemente, esta 
investigación a sido frecuentemente presentada ¡como poniendo en 
videncia la superioridad de los antidepresivos! 
Otros estudios comparativos refuerzan la idea que las psicotera­
pias largamente inspiradas por el psicoanálisis obtienen resultados 
honorables, incluso mejores que la sola toma de antidepresivos en el 
aso de depresiones severas y que recidivan. 
En la lectura de esos trabajos, constatamos entonces a qué punto 
las preocupaciones psicoanalíticas clásicas concernientes a las depre­
sioñes graves se encuentran de hecho reforzadas, y no podemos de­
jar de evocar los modos específicos de suplencias propias a esos ca­
sos, que protegerían en alguna medida una estructura psicótica. Lo 
que nos conduce a plantear tres preguntas: 
l. ¿En qué medida podemos pensar que se trata, en sujetos manía­
o-depresivos, de una estructura psicótica con modos de estabiliza­
ión específica? 
2. En la medida en que los modos de descompensación son co­
rrientemente considerados como lo que permite captar las particula­
ridades del sujeto psicótico, ¿qué podemos decir de los de los sujetos 
maníaco-depresivos? 
3. Apoyándonos sobre los trabajos actuales de psicoanalistas so­
bre esta cuestión de los modos de estabilización o de suplencias, ¿có- o mo puede orientarse la intervención, cómo entrever las modalidades !:g 
de la transferencia, qué podemos proponer durante el seguimiento � 
d pacientes? o 
z m "' 
-< 
., "' 
La estructura psicótica de la PMD 8 
)> 
z 
)>-
Una fuerte e interesante, problemática psiquiátrica proponía, a :;:: 
partir de finales del siglo XIX, estudiar los síntomas típicos de las psi- ;:;; 
cosis bajo su forma más simple, bajo su forma "elemental", para vol- 43 
ver a tomar el término que fue frecuentemente utilizado. Así pud 
ser puesto al día, como lo mostré, un "síntoma cardinal de la para 
noia", bajo dos especies, de un lado un sentimiento de incertidumb 
insostenible, un "vacío de significación", y de otro lado un senti 
miento de designación, de relación, etc. Para lo que concierne a 1 
PMD, hubo un debate entre los autores que consideraban que se tra 
taba ante todo de un trastorno afectivo, y en consecuencia el resulta 
do de un cierto tipo de afecto ligado a tal o cual organicidad, y lo 
que estimaban al contrario que se trataba de un trastorno en el curs 
de las representaciones, especialmente a partir de los trabajos sob 
la fuga de ideas. Esos trabajo no han sido desarrollados más que s 
cundariamente por la corriente psicoanalítica (a partir de los años 3 
especialmente después de las investigaciones de Binswanger sobre 1 
fuga de ideas). 
• 
Recordemos brevemente cómo las reflexiones son desarrollada 
en este terreno. 
S. Freud había distinguido, en 1915, duelo y melancolía, de 
manera que permitía reparatirlas según el eje neurosis/psicosis. E 
los dos casos, estima Freud, un objeto ha sido perdido, y ante es 
pérdida es dolorosa, el sujeto presenta una inhibición. Sin embarg 
lo que permite la distinción entre las dos es, por un lado, el hecho d 
que en el caso de la neurosis el objeto perdido está bien localizado, 
trabajo de duelo consistiendo en la aceptación de una separació 
"rasgo por rasgo", mientras que el melancólico "no sabe que ha pe 
dido", este objeto resta para él incalificable, irrepresentable; y de o 
lado, los reproches más o menos concientes que el neurótico en du 
� lo dirige al objeto perdido se volverían sobre el sujeto mismo, se ' 
� un mecanismo que Freud calificará de incorporación (este mecani 
� mo fue retomado en la segunda tópica), de una manera que es se 
::J 
<( ramente para cuestionar, en la medida en que ese término no es p 
"' 
<( ahí muy feliz. 
� Dos aspectos son a considerar: el estatuto del objeto que estu 
"' 
o perdido, y el estatuto de la culpabilidad. 0::: 
>-r Freud distingue depresión neurótica y depresión psicótica, pe 
� tiende sin embargo a integrar la una y la otra en la misma problem 
� tica de la pérdida de objeto. 
� Si Freud no nos dice nada más sobre esta distinción, parecería s 
� embargo difícil no plantear la cuestión de los ti os de organizad 
"' 
"' psíquica de partida que pudieron permitir resultados tan erent 
8. Es precisamente lo que había propuesto K Abraham mientras ab 
� deseado diferenciar neurosis obsesiva (en la cual el carácter de "p 
� castenia". había sido puesto en relieve por P. J anet) y melancolía, co 
44 siderando que esos dos trastornos suponen que los sujetos están fij 
,tos permaneciendo en sub-estadíos de evolución libidinal diferentes 
1unque perteneciendo igualitariamente al estadio anal. 
Dos cosas justificaban la teoría de Karl Abraham: 
-por un lado, el hecho que numerosos sujetos melancólicos pre­
ll'ntan rasgos o síntomas obsesivos, 
-por el otro, el hecho que el sujeto maníaco-depresivo "expulsa el 
objeto de amor". 
La crítica de K. Abraham por E. Jacobson 
La relación entre neurosis obsesiva y melancolía había conocido 
tma primer crítica del lado de Gero, queinsistía sobre las fijaciones 
11rales de los melancólicos. Pero la crítica, la más interesante de este 
IIC'rcamiento se encuentra en E. Jacobson. Ella insiste sobre las rela-
1 Iones de objetos muy diferentes de los obsesivos y los melancólicos. 
lln el obsesivo, los trastornos de carácter agrupados bajo la rúbrica 
''l. rácter anal" están en la continuidad de síntomas propiamente ha­
hiJrido y corresponden a una relación de objeto permitiendo un mar­
f',l'Jl de maniobra más amplio- y de una agresividad menos arcaica, 
111 dialectizada que en los melancólicos. Estos últimos no pueden, 
lll'gún E. Jacobson, ser verdaderamente comparados más que con los 
p.1ranoicos, por el tipo de relación de objeto que ellos mantienen. En 
••k to, ellos mantienen una relación privilegiada con un objeto, rela-
• 1 n que es en su fondo de naturaleza psicótica, reposando sobre una 
Id •alización fuerte del objeto al cual se identifican, que hace de ellos 
11110 especie de esclavos. Lo que hace que los rasgos de carácter di­
dio "anales", si los ubicamos a la luz del tipo de relación de objeto 
'1"' ellos permiten mantener, toman un sentido radicalmente dife­
'''nte de lo que es para los obsesivos. La relación a este objeto privi­
l,•giado, que es frecuentemente una persona, y que, a veces, conside- 0 
ludo de cerca, explica E. Jacobson, no parece digno de tal confianza, � 
:» ll•·ne a fin de cuentas un efecto antidelirante: esta persona idealizada :;: 
'" supuesta poder impedir, negativizar la amenaza de destrucción o 
z 
p1 i ótica de la cual el melancólico se siente amenazado. :;: 
De esta manera, nos parece que E . Jacobson puso el dedo sobre lo -< 
'1'' � podríamos llamar una suerte de suplencia articular de ciertas � 
n h11mas de psicosis. Ella nota que en la descompensación melancólica o 
:1> 1.1 misma estructura se encuentra respetada, el sujeto se encuentra z 
:1>· uhi ado en una posición central, con una relación privilegiada a un :;:: 
uhj 'to, y es_te crea una mediación en relación a su culpabilidad. Al v; 
111nlrario, el esquizofrénico no conocería según E. Jacobson, más que 45 
identificaciones completamente superficiales del tipo as if. El para­
noico, por el contrario, no se sentiría solamente amenazado por un 
objeto, sino tendría la certeza de que el complot está ya acabado. 
La subversión fenomenológica: la fuga de idea 
como fenómeno elemental privilegiad 
Si los primeros trabajos psicoanalíticos, centrados, lo hemos visto 
sobre la problemática de la pérdida, insistían ante todo sobre el co 
tado melancólico, y hacían de la manía una suerte de reacción contr 
este, un segundo período, a partir de los años 20-30, insistirá sobre 1 
que el estado maníaco podría tener de revelador en lo concerniente 
la problemática central de la PMD. Esto será particularmente en el ca 
so de los trabajos fenomenológicos (Honigswald, Binswanger) y d 
los trabajos psicoanalíticos en ellos inspirados. Estos trabajos fen 
menológicos, que se fundaban al comienzo en las investigacion 
empíricas sobre las particularidades asociativas en la fuga de idea 
insistiendo sobre dos puntos. Primero, la idea de que la fuga de ide 
dependería de la falta de "representaciones de orden" (Obervorst 
llungen) capaces de limitar las tendencias para asociar de manera 
a-coordinada. Pero también, que paradojalmente, en numerosos cas 
ciertos tipos de "representaciones de orden parciales" permitían a 1 
sujetos mantener paradójicamente Uña "!tJga de ideas ordenadas 
todavía encuadrada por una temática relativamente unificada. 
� trabajos de Gebsattel, de su lado, insistían sobre los modos de rel z � ción al objeto "trascendental" (según el término de Husserl, larg 
; mente desarrollado por Honigswald), mostrando que esta relaci 
� en el melancólico se especificaba en la ausencia de la "muerte inm 
;: nente", versión fenomenológica de la castración simbólica, en prov 
� cho de una aprehensión bruta de la "muerte trascendente". Es en 
� te contexto que es necesario para nosotros situar los avances prom 
>- vidas por J. Lacan concernientes de un lado a los dos tipos de mu 
� te en los melancólicos, y por otro lado sobre las particularidades z \.!] la constitución del objeto en ese tipo de paciente. 
� 
> 
::::l 
� 
Vl 
V> 
o 
'-" z � "" 
u. 
46 
La cuestión de la estructura de la PMD en J. Lacan 
Hemos remarcado mucho en qué punto J. Lacan se mantuvo a 
1 istancia de las elaboraciones clásicas sobre la depresión. El interés 
por este tipo de trastorno, en el movimiento psicoanalítico, está par-
1 i ularmente ligado a la corriente dicha de las "relaciones de objeto", 
que se reconoce en maestros del pensamiento, primero K. Abraham, 
Melanie Klein, un cierto número de autores que son frecuentemente 
le tradición húngara (Cero, Radó, etc), todo arribando a diversas sín-
1' is de las cuales las más celebres son, puede ser, las de E. Jacobson 
más recientemente Kernberg y H. Kohut. O parece que el hecho de 
haber construido, en respuesta a las elaboraciones kleinianas, el esta­
dio del espejo, es lo que ha permitido a Lacan desinteresarse un po­
t'O por las elaboraciones de la teoría de las relaciones de objeto, para 
ntentar centrarse sobre el plano simbólico, lenguajero, en el cual se 
lrnma el conflicto psíquico. De hecho J. Lacan, en los años cincuenta 
sesenta, basada gran parte de sus seminarios en comentar la litera­
lura psicoanalítica contemporánea, y si nos referimos a ello percibi­
mos que parecía interesarse poco en la teoría de las relaciones de ob­
ll'tó, la consideraba bastante inexacta, y terminará por colocarla bajo 
l11 misma rúbrica que la psicología del yo. Sabemos que se interesó 
111c s en la escuela de la contratransferencia (en la cual el precursor es 
•;, Ferenczi, y los protagonistas más recientes Lucy Tower, Annie 
1{ 'ich, Margaret Little), en los cuales podemos constatar que los tra­
bajos se interesan más en otro tipo de dificultad técnica, el registro 
d ·1 acting-out, que en los trastornos depresivos propiamente dichos. 
1) • de muchos aspectos, J. Lacan no parece tener en cuenta un cierto 
1Hírnero de trabajos psicoanalíticos, y parece de hecho más próximo 
d�· los trabªjos fenomenológicos en lo que respecta a la psicosis ma-
1\l,lco-depresiva. Así sus señalamientos en el seminario sobre la an- )1 
1\IIStia recuerdan mucho más a Heidegger, Minkowski o Binswanger 
1111 a Karl Abraham o Edith Jacobson. Durante la segunda clase del 0 
••minario sobre La angustia (1962) Lacan va a comentar la clasifica- � 
1 1 n de los afectos de D. Rapaport, que había parecido ser lo esencial � 
,j¡. la literatura sobre esa cuestión. En ese trabajo muy comentado en o z 
1,, poca (particularmente por E. Jacobson ) y quedando como clási- � 
111, Rapaport distingue entre el afecto como pura y simple descarga -< 
,t,� nergía pulsional, tal como aparece en los primeros textos freudia- � 
lhlS, el afecto como variación de tensión en los diferentes momentos 8 
l> 1h• la puesta en obra pulsional, y el afecto como señal a nivel del yo � 
11 la última teoría freudiana de la angustia. A estas tres dimensiones, :;:: 
1 dilh Jacobson había propuesto agregar una dimensión temporal, co- v; 
lllo por ejemplo el chiste donde una brusca resolución va a provocar 47 
una detención instantánea. Estas reflexiones sobre el afecto, que 
tán en el cruce de reflexiones propias de la psicología del yo y de 
corriente de las relaciones de objeto, son rechazadas por Lacan 
insuficientes. A esta teorización en tres partes, Lacan propone 
tuirla por la célebre fórmula según la cual el deseo del hombre es 
deseo del Otro. Por lo cual no solamente parafrasea a Hegel, sino 
sigue a Santo Tomás de Aquino, para quien el afecto 
precede siempre un poco al afecto irascible. De hecho, me parece 'j podemos considerar que ara Lacan, el afecto, e igualmente lo 
l más tarde llamará el humor, �s siempre tomado como · de la 
sición del deseo. s a partir de este indicio que él 
considerar la distinción entre depresión neurótica y d������� 
�'- -� -
Por otra parte, es necesario igualmente marcar que el afecto 
de entrada tomado en cuenta por Lacan en una dimensión ><nJucu•�• .. 
que recuerda completamente la Stimmung heideggeriana a través 
la cual el Dasein debe forzosamente realizarse. La referencia a 
degger es por otro lado explícita cuando Lacan escribe que el 
esencialmente el afecto de angustia, testimonia del geworfensein, 
ser-arrojado-en-el-mundo" (lección 1 del seminario sobre La 
tia). Pero esta relación no nos parece suficiente. J. Lacan va en 
a empujar las cosas hasta un punto extremo , dando vuelta la 
ción, por la cual el deseo del sujeto será situado primeramente e 
mediablemente en el interior del Otro. J. Lacan propone designar 
la letra a el índice del deseo del Otro, al que el sujeto va a 
su propio deseo, a un punto tal que podríamos decir que no es el 
!;¡: jeto que desea, pero todo pasa como si fuera a este objeto, que 
� nece al Otro, que haría de alguna manera desear al sujeto; se trata 
� Otro inconsciente: el objeto a designa precisamente "alguna cosa 
::::> 
<( falta al Otro, y que él no lo sabe". A continuación de este giro, el Vl 
<( daje del deseo del Otro deviene, según Lacan, el único desvío por 
� cual el hombre puede reencontrar el objeto de su deseo, del cual 
� � can dará dos ejemplos en el registro de la imagen especular. ¿Cuál 
>- el estatuto de este objeto del deseo? Notemos antes que nada su 
!;¡: bigüedad. Es una construcción ficticia, ya que es un objeto que el 
� jeto a ubicado, transferido en el Otro. Esta transferencia no es 
� tada, por otro lado, como debiendo ser efectuada en una tenrrm)rai 
� dad genética, como lo querrían la mayor parte de los teóricos que 
Vl 
., mo E. Jacobson consideraban que los objetos sobre los cuales el 
8. to aseguraba su narcisismo debían, en el curso de su evolución, 
� cada vez menos fusionados y cada vez más realistas: Lacan no 
:f. del objeto del deseo ser un objeto "realista". 
48 A partir de aquí, podemos constatar que t�to el afecto de 
tia como el afecto depresivo son tratados por Lacan en el registro del 
deseo, en tanto que él es encarnado por un objeto negativ1Zado inclui­
lo en el Otro. Si de una manera general la pantalla del fantasma, vol­
viendo menos denso, negando el objeto, le conserva todo su encanto 
su misterio, hay ocasiones donde esta tranquilizante negativización 
:-e borra, y donde aparece de manera cruda, como un demonio, en un 
arnbio característico de toda la atmósfera, corno en la novela de 
Tchékhov titulada Frayeurs -"Miedos"-. Es entonces la angustia como 
g ce del Otro en su positividad impuesto al sujeto: la angustia, expli­
ca entonces Lacan, no es sin objeto. O bien es el afecto depresivo, que 
,, decir verdad J. Lacan parece considerar bajo tres aspectos: 
l. Para lo que corresponde al duelo, Cacan considera (Seminario 
.·obre La angustia, Clase X) q_ue la expücación freudiana (identifica­
ci n al objeto perdido) no es suficiente. Para él, el duelo es posible a 
partir del momento donde el sujeto se da cuenta que existe alguien 
1 ara el que puede ser, él, una falta, asegurándose entonces un lugar 
¡•n 1 deseo del Otro; "no estarnos en duelo más que con personas de 
L1 cuales podemos decir: 'yo era su falta'. Estamos en duelo por per-
onas a quienes hemos tratado bien o mal y frente a las cuales no sa­
hfamos que cumplíamos esa función de estar en el lugar de su falta. 
Lo que damos en el amor es, esencialmente, lo que no tenemos y, 
1'uando lo que no tenemos vuelve a nosotros, hay por cierto regresión 
y, 1 mismo tiempo revelación de en qué cosa hemos faltado a la per­
llma para representar su falta". Éste señalamiento tiene cierto valor 
11 ruco, ya que viene a concluir el comentario de un artículo de MaT­
f•,,1ret Little (representante mayor de la corriente llamada de la con­
lratransferencia). Pero por otro lado el duelo se encuentra ahí positi­
vizado: es por lo que el valor del deseo (ser deseo de deseo) es resti­
liiido al sujeto. Es interesante que Lacan correlacione el duelo con el 
1/Ciing-out, como tentativa de mediación directa en relación al deseo 
dl'l Otro y al mismo tiempo búsqueda de la falta en el Otro, que es al 
111i mo tiempo la cuestión de "en qué hemos faltado a la persona, pa- o ' ' ' r presentar su falta". En la lección XXV del seminario sobre La an- � 
.�ustia, ésta es presentificada por interposición de persona. Para Ham- ;::: Vl 1,'1, la aus ncia de duelo en su madre es lo que le impide pasar al ac- o 
z lll; "1 constata que su padre no le falta para nada a su madre para re- ::i 
1'' • entar su falta. Su deseo se hunde en ese espectáculo, que no será -< 
ll'.'laurado más que en la ocasión de un "verdadero" duelo, el que ;;; 
h,, a Laerte inclinarse sobre la tumba de su hermana Ofelia. En el 8 
d11 'lo se trata -explica Lacan- de mantener los lazos por los que el � 
d&·:-; o está suspendido al objeto i(a) idealizado en el espejo. El due7? �· 
••1 'ntonces lo que de alguna manera salvaguarda el deseo, garanh v; 
111ndo su localización en el seno del Otro. 49 
2. Por otro lado, las depresiones particularmente resistentes son 
evocadas a propósito de�-artículo de Ferenczi sobre los niños no 
�eseados� Podemos notar que aquí todavía ::) acento es puesto mu­
cho más sobre lo u� _ _:s ex_rerimentado como el deseo del Ot Q_que. 
sobre las frustraciones reales toleradas por el paciente. 
3. La melancolía es evocada en dos pasajes célebres, de un lado un 
pasaje del seminario sobre La ética ... donde el sujeto es presentado co­
mo viviéndose ya muerto , y quedando una segunda muerte; y de 
otro ado (lección XXV del seminario sobre La angustia), un señala­
miento según el cual, en la melancolía, la reversión "objeta!'' sobre el 
yo propio del sujeto no finaliza: es el objeto el que triunfa, y se pre­
senta bajo una forma desidealizada. Mientras que en etduelo el ob-
1 jeto quedó oculto tras el objeto idealizado í(a), el melancólico sigue 
un trayecto que lo hace pasar a través de su propia imagen, atacán­
dola para retmir ese objeto a por el atravesamiento del marco del fan­
tasma, como comúnmente se dice, pasando por la ventana. 
Por el contrario, en la manía, J. Lacan insiste sobre erhecho que el 
objeto del deseo, como limitación, no parece jugar su rol, de una ma· 
nera que nos parece trata de responder al problema planteado por 
Liepmann sobre la fuga de ideas cuando él marcaba que ésta parecía 
poder detenerse, al menos por tm cierto tiempo, si se ha encontrado 
cierto objeto que permita al paciente "fijar su atención". En el estado 
maníaco, remarcaba Lacan, el sujeto "no está anclado por nmgún a, 
lo que lo libra a veces sin ninguna posibilidad de libertad a la met 
nimia infinita y lúdica pura de la cadena significante". 
Esta localización en el Otro del deseo es probablemente lo que d 
� a Lacan acento espinoziano cuando él evoca la depresión como "un 
� cobardía, una falta moral que no se sitúa en último plano más que de 
� pensamiento, sea del deber de bien decir o de encontrarse ahí en e 
:::> 
<t inconciente, en la estructura". Esto, más allá del tema corriente de 1 VI 
<{ desesperanza de Dios en la teología medieval debe, nos parece, hace 
� evocar a Spinoza de dos maneras. Sabemos que este filósofo had "' :;_ equivaler la razón humana al entendimiento divino; y sabemos po 
>- otro lado que para él, "Una pasión cesa de ser una pasión desde qu 
� nos formamos una representación clara y distinta" . 
� De una manera bastante parecida, Lacan invita a considerar qu 
� el giro original evocado más arriba obliga al sujeto a no considerar s 
:::> 
<t deseo más que a través de Ia manera en que él a podido inscribir VI 
., en el lugar del Otro. El rechazo toma en cuenta esta inscripción pri 
8. mera pudiendo así provocar un hundimiento del lazo que el sujet 
� puede mantener con su deseo. 
0:: 
u. Para la neurosis, el dominio del significante gobierna su mund 
50 y se encuentra limitado por un punto de excepción: el significante d 
Nombre del Padre, que es a nombre del cualla represión puede tener 
li1gd. Significante extremo, dotado de una coloración fálica, figura 
,¡,.¡ padre revelada al niño "en la luz del asombro", delirnüando su 
d,•sco de angustia de castración. Su abordaje del objeto que causa su 
d,•s 'O está bordeado por el desierto de goce producido por el signifi­
' 1111t . El objeto a, lo que Freud calificó de objeto perdido, no es más 
'i''' lo que queda del goce cuando pasa por los desfiladeros del sig-
11 fi ante, por la ley de la prohibición del incesto que el padre, a fin 
d,• cuentas, signjfica. Este resto, incluso si él puede en ciertos mo-
11\l'ntos, por una presentificación demasiado insistente, causar la an­
IJIISlia del sujeto, es separado de ella, y viene a encarnarse en la tra­
t.l omedia de las relaciones amorosas, bajo las especies del malen­
li'lldido, del desprecio, del error, como un más allá a la vez familiar 
1 ,. traño, pero siempre limitado, y en el fondo desvalorizado. El ob­
¡••lo n está encarnado en el otro, otro en el cual los desprecios, los erro­
,, ... , garantizan de alguna manera que no es todo-poder, incluso si el 
,¡, . .., o del sujeto depende a fin de cuentas de su deseo. 
l)or el contrario �ste no es el caso de las psicosis, y singularmente 
,¡,. las diversas formas de la PMD. Aquí, ninguna pérdida, ninguna 
11111lif1gencia viene a rodear al objeto para darle un cofre luminoso, 
1111 nura de misterio. La metáfora del Nombre del Padre falta, y con 
tll.l la negativización que J. Lacan colocó en el principio de la nomi­
lloll'ión. Queda que, al menos en los "intervalos libres", los maJúaco­
tl••¡ resivos encuentran detenciones a esta ausencia de límüe, de las 
tll•llcs el carácter de artificio asombró a numerosos clínicos. Es aquí 
'i'''' l uso hecho por Lacan de la noción de signo (especialmente en 
¡,.¡ visión"), como lo que permite la referencia, es totalmente fmc­
hwsa, en la medida donde responde a lo que la corriente fenomeno­
lt p,i a describía como trastorno fundamental de las psicosis maníaco­
t.•¡ r sivas: un trastorno de las relaciones entre el dominio (subjetivo) 
Inmanente" y el "dominio trascendente" (del objeto). 
La manera en que J. Lacan considera el objeto a partir de 1970, co- o 
1111 un artefacto fijado entre las dimensiones real, imaginaria y sim- � 
11li a, luego como articulado por el síntoma, permite tematizar de � .., 
11111 ra tangible lo que no estaba más que descripto en las investiga- o 
lt111 'S fenomenológicas. Esta articulación es a la vez un manteni- � 
1h•nto del objeto en el dominio de los significantes, y provoca una -< 
1 11nsión en la cadena significante, tanto como un ordenamiento de � 
1.1 en función de un "proyecto existencial" (Binswanger). 8 
En la neurosis, típicamente, el síntoma viene en respuesta a una � 
11.1 del padre, a una insuficiencia de éste por relación al dispositivo �: .., 
,,¡ derecho, pero al mismo tiempo un arreglo tiene luga1� según el .., 
11111 la instancia paterna se encuentra preservada, gracias al síntoma 51 
del sujeto, síntoma que, escribe Lacan, constituye la "protesta" 
tet-, es decir el rechazo de una deuda de la cual queremos endosar 
responsabilidad. El síntoma es frecuentemente doloroso, puede 
lugar a afectos depresivos, pero que de cierta manera descargan 
sujeto de la falta de padre garantizando la función paterna; de ahí 
forma típica del deseo obsesivo: "que el padre no sepa, que yo 
ra antes que él sepa". 
En el caso de la psicosis maníaco-depresiva, un tal límite no 
te simplemente. En los años veinte, Freud evocó el lazo entre la 
pabilidad melancólica y la muerte del padre, una muerte 
da como un rechazo. El sujeto se ve delante de una culpabilidad 
límites, nada viene a persuadirlo que no es el último de los 
chores. Freud, en "Duelo y melancolía" (1915) plantea 
la cuestión: ¿cómo es necesario caer tan enfermo para darse 
Este límite, es necesario que el sujeto se lo crea completamente. 
contramos efectivamente dos versiones de los modos de suvuu"''-" 
de la PMD: de un lado significantes ideales, los Obervorstell 
de otro lado relaciones privilegiadas a objetos que permitirán al 
to situarse en relación a objetos no fálicos, desprovistos de una 
de su goce. 
Los modos de estabilizac 
aspectos anteriores a la descompensad 
� Lo que es reconocido como una característica esencial de las z � es sobre todo que los primeros trastornos importantes surgirían 
; tivamente tarde; si admitimos, con Kraepelin, que habría una 
� innata de trastornos maníaco-depresivos, nos llama la atención 
� tatar que la mayoría del tiempo (si dejamos de lado los trastornos 
� presivos en el niño, que tienen un estatuto particular) los tr 
(1; de la serie maníaco-depresiva �rgen escasamente de los 
>- �con a veces episodios extremamente tardíos y aislados, 
� melancolía de involución. Pero por otro lado, nos preguntamos z l:l dentemente qué hacían estos sujetos antes de ser ma ua•�u-·uc 
<t 
; vos. Parece reconocido qu� existe una organización particular de 
� investiduras vitales en estos sujetos antes de la descompensación. 
V'l Recordaré brevemente las descripciones que fueron dadas del 
o 
u- po melancólico", es decir de los modos de estabilización entre z � descompensaciones o antes de las descompehsaciones, ::�nrm·::�n,,., 
� aquí naturalmente sobre los trabajos de colegas de la escuela de 
52 delberg (Tellenbach, Kraus, Zerssen). Estos trabajos giran 
111 •nte en torno a la noción de rol y de la identificación en rol. Está, 
, .. ,cribe nuestro colega . raus, "ampliamente pro a o que la es-
1111 tura de personalidad de sujetos que sufren de melancolía impli-
1•1 una tendencia a una identificación exagerada con los roles socia­
l.•s". Esta "hiperidentificación" (overidentification), continúa el autor, 
·h·be ser comprendida como la compensación de una "muy débil 
Identidad del yo". Esta muy fuerte dependencia en relación a ciertos 
1111 s a sido reconocida desde hace mucho en la caracterización de di-
1 , •rsas formas de depresión, como la depresión debida a la pérdida 
{ t•rlustdepression de Lorenzer,1959), el fracaso de la jubilación 
l't•nsionierungsbankrott de Stauder 1955), depresión del destierro 
r:utwurzelungsdepression de Büger-Prinz, 1951), depresión de la pro­
lllOción (Befórderungsdepression), depresión del nido vado (empty nest 
d1'¡Jression, cuando los niños dejan la casa, Deykin, 1966). Von Zerssen 
IY91) describe estos casos como estando "encerrados en sus propios 
1111 s". Esto ha sido confirmado por los estudios empíricos, especial-
111 'nte sobre los acontecimientos de vida que precipitan depresiones 
1•ndógenas: muerte de un pariente, compromisos o matrimon.io de 
lml hijos, cambio de profesiones, cambio de estatus (Left 1970, Bart 
I1J71,· Parkes & Brown 1972, Glassner y al., 1979, Finley-Jones & 
1\rown, 1971). Bart, en su estudio de 1971 sobre la pérdida de rol en 
¡,,s mujeres, mostró que la pérdida de estatus de madre podía tener 
1"• efecto en las mujeres hiperprotectoras. 
Glassner mostró que el 56% de 25 casos de melancolía (contra 16% 
1•n el grupo de control) habían conocido una "pérdida de rol" antes 
del desencadenamiento. Tampoco ningún otro rol compensatorio ha­
h ,, podido encontrarse. 
Paykel (1987) en el meta-análisis de 23 estudios comparando los 
d •presivos con Jos controles, mostraba que en 18 de entre ellos las se-j 
p.1raciones recientes habían jugado un rol masivo. / 
Pero, diríamos, ¿no encontramos aquí la enigmática "pérdida de 
11hjeto" de la cual el duelo, según que se vuelva de manera más o me- o 
no favorable, haría bascular o no un sujeto en la melancolía? Preci- � 
�.,mente, el punto importante aquí es la cuestión de la " érdida de ;;: V> ltll" y no la pérdida de objeto: E_On las suplencias de una estructura o 
z 
psicótica que son sacudidas por un acontecimiento contra el cual el � 
111jeto no tiene recursos. De hecho, típicamente, en las estructuras -< 
111 lancólicas, no es tanto "la pérdida del objeto", lo que es determi- � 
n.mte sino el sentimiento que tiene el sujeto de haberfracasado al 1gu- o 
11.1 cosa esencial, la clave de su suplencia. 
-
fj � Este tipo de estudios contrasta en efecto la "personalidad p e- �· 
111órbida" melancólica con la personalidad "anancástica" (que corres- � 
ponde aproximadamente a lo que los trabajos psi\=oanalíticos llaman 53 
personalidad obsesiva verdadera), insistiendo sobre la ausencia 
conflicto neurótico caracterizado por la ambivalencia en la 
· 
de una manera que nos parece completamente esclarecedora. 
efecto, la insistencia sobre la "dependencia", la "conformidad", la 
pernormalidad por hiperidentificación a w1 rol en los 
licos" es según nosotros una barrera erigida contra la ausencia de 
mites de la cadena significante, conservando completamente las 
ticularidades estructurales de esta úl tima, que no permite el 
miento de un deseo de otra cosa vivida como realidad última del 
jeto. Por el contrario, la comparación entre personalidad nr•c>-T1nPI::�t 
cólica y personalidad hipomaníaca es relativamente decepru-.n"'"t 
en la medida en que estos autores se contentan con marcar el 
ter agresivo, egoísta de los últimos, de una manera que nos l leva a 
teorías de Wernicke, no esclareciéndonos sobre el tipo de 
puesta en juego. 
Es cierto por otro lado que la insistencia sobre las " 
des caracteriales" de lo·s sujetos "premelancólicos" peligra de 
cirnos a malos entendidos, en la medida en que el "tipo , 
parece confinar, como pareció creerlo un colega, al "borramiento 
nombre", en oposición al "fabricarse un nombre" propio de 
formas de suplencia. El asunto no nos parece an simple; los 
dimientos sociales eminentes suponen una celebridad de hecho y 
completamente compatibles con un pre-melancólico, como lo 
tra bien el ejemplo relativamente reciente de un primer ministro 
se suicida en plena melancolía delirante. La cuestión, en efecto, es 
ber, como lo decía Freud, lo que el melancólico ha "perdido" 
!;¡: te el desencadenamiento de su acceso, y'i;'experiencia prueba 
� los montajes supletorios son frecuentemente muy elaborado
J
s 
;; tiendo al sujeto asumir posiciones sociales de primer plano. 
=> - --
<( 
Vl 
<( >­
<( 
:..: 
o 
a: 
>­
>­
<( 
Modalidades del sínto 
y de la "traición " en C . F. M 
z 
� Hemos consagrado a esta cuestión de la especificidad de la " 
; dida" en los maníaco-depresivos un corto estudio que es 
.;\ mente útil de recordar aquí . Pusimos en evidencia un cierto 
� de características de formaciones sintomáticas que han pr,eci�GllGC 
o 
v seguido las dos descompensaciones melancólicas de C.F. Meyer. 
z � detalles de la vida de este último nos son conocidos, primero por 
� obra, en .la cual algunos aspectos repetitivos nos han parecido 
54 tivos del tipo de conflicto que él ha podido vivir, seguido por el 
r io de su hermana Betsy y su correspondencia (incluso si muchas car­
l as fueron quemadas por su hermana), y por último por sus historias 
l ínicas. Dos tipos de fenómenos elementales infantiles son localiza­
b ies a partir de confidencias de su hermana: 
1) De un lado, el sentimiento de que él no podría ser jamás puri­
f icado, del cual de joven se quejaba con su madre, a quien decía sin 
parar "lávame". Podemos ver ahí una incapacidad del significante a 
l i mitar lo real del goce, provocando la tentación tanatizante en el su­
j to, de desembarazarse de algo inseparable. 
2) De otro lado, una "credulidad excesiva", de apariencia mórbi­
da. Su hermana cuenta que al contrario de la mayoría de los niños 
neuróticos que tienen un placer real en las ficciones y cuentos, él no 
l legaba, en su infancia, a discriminar realidad y ficción, al punto que 
su padre había prohibido que le contaran historias "que no fueran 
v rdaderas" (en una suerte de "hiper-intolerancia a la ambigüe­
dad"). Podemos ver aquí una imposibilidad para que lo real venga a 
poner tm término al desarrollo inexorable de la cadena simbólica. 
C.F. Meyer presentará una descompensación melancólica a los 26 
.1ños, con un delirio concerniente a la infección que se liberaba de su 
uerpo; internado, verá aplicarse un tratamiento del tipo "tratamien­
l moral" según la tradición protestante de los Psychiker (1 850). 
Siguiendo, pudimos notar dos aspectos complementarios de la es­
t abilización en l a cual se mantuvo cuarenta ai1os: 
1) Su hermana se encarga de él de manera prolongada y promue­
v su obra, le sirve de secretaria, se dedica cuerpo y alma a él. 
2) Se pone a escribir, en un estilo extremamente ciselado, novelas 
h istóricas bajo el modelo de "relatos enmarcados", en los cuales w1 
personaje históricamente real viene a garantizar la consistencia de la 
ficción, encuadrando así por un real el desencadenamiento simbóli-
o, y redoblando así la posición tranquilizante de su hermana. Típi­
camente, en sus relatos, un héroe condenado a muerte, o considerán­
dose como ya muerto, arrastra otros personajes en su caída. El tema o 
d la traición melancólica está omnipresente, como pudimos mos- � 
u·arlo, y parece corresponderse bien a la tentación de la que hablába- � "' 
rnos hace un instante de desembarazarse de un objeto inseparable o 
z 
porque no es separable por el significante. � 
Este modo de suplencia fue suficientemente sólido para que él -< 
pueda casarse (a más de cincuenta años), y no conociera, durante � 
muchos decenios, dificultades más graves que las variaciones meno- 8 
r s de su humor. � 
�­La segunda descompensación intervendrá progresivamente du- • 
"' 
rante al menos dos tipos de renuncia realizadas que implican tma "' 
l ffiició� � 
1) "Traiciona a su hermana" escribiendo La mujer-juez, en la cual 
deja entender que él habría tenido relaciones incestuosas con su her­
mana. 
2) Renuncia a los relatos enmarcados, por los cuales se autorizaba 
a producir ficciones "lícitas". 
Sobrevienen entonces temas de podredumbre en el interior de su 
cuerpo, demanda que lo matemos, creyéndose inmortal, rodeado de 
diablos, etc. Presentará un estado delirante melancólico durante dos 
años a partir de los 65 años. Se restablece sin embargo, produce dos 
novelas en las que la temática de mutilación es omnipresente, y mue­
re, lo que Freud, al informarse, llamará una "liberación". 
Podemos entonces diferenciar claramente, a partir de este tipo de 
ejemplo, la pérdida de objeto neurótico, desencadenante de un pro­
ceso de duelo -más o menos patológico, cierto, pero preservando el 
deseo- y lo que es vivido como una verdadera "traición de sí mis­
mo", es decir, la pérdida de suplencias. 
Modos de descompensación: los rechazos del objeto 
como figu ras de la traición 
Daremos ahora un ejemplo clínico de un caso que ha conocido 
dos momentos de descompensación severa, a propósito del cual fui· 
mos solicitados para un control: el terapeuta dudaba en efecto sobre 
el diagnóstico (un primer analista en el control había evocado una es· 
� tructura histérico-fóbica), y por consecuencia sobre las modalidades 
z � de dirección de la cura. Se trata de una paciente salida de una fami· 
; lia muy modesta, que se presentó de entrada como habiendo sufrido 
:}. mucho de esa situación social , sus tentantivas de ascensión social han 
� sido particularmente desvalorizadas por sus padres. Se lanzó a cuer· 
� po perdido en los estudios de alto nivel, en Francia y en Estados Uni· 
ª- dos, permitiéndole ocupar puestos de alta responsabilidad. Ella tiene 
>- una inteligencia y una eficacia considerables, ajustándose literalmen 
� te a los problemas a resolver, nada se le escapa, es capaz de negocia 
z 
�.::> contratos internacionales de una tecnicidad tal que pocos interlocu· 
<( 
; tares son capaces de llevarl� la contra. Al mismo tiempo, se siente 
:;, molesta socialmente, tiene la impresión que no podrá ser jamás acep­
"' tada en el mundo, lo que relaciona con el origen muy modesto del 
o 
l.)" cual salió. Evoca al mismo tiempo un cierto número de palabras o ac• 
z � titudes de sus parientes que tienden a mostrarle que ella no será ja 
� más digna de su dedicación, y que su hermano, técnico subalterno 
· 56 será siempremejor que ella, y que en particular una cierta amiga d 
l l l ,mcia, salida de una buena familia del barrio, debe quedar como 
1 1 1 1 ideal absoluto. 
Podríamos bien hasta aquí hacer la hipótesis de una fobia apoya­
, ¡ , , s bre el horror de la rivalidad fraterna, o evocar la paralizante fas­
' 1 1.1ción histérica por la otra mujer. Pero vamos a ver que no es sufi­
' , •n te. 
Los únicos sueños que ella puede contar tienen la forma de pesa­
t i l i la ; su conclusión es no solamente angustiante, sino presenta con­
l lnt aciones de daño, a pesar, a veces, de un aire de "castración". Por 
Pj1 ·m plo: juega al tenis, pero fracasa en cierto tipo de gesto, y es cas­
t lg.lda; se da cuenta que es porgue la pelota está rota; pero le es im­
I '' 'H ible de hacer comprender esto a sus jueces. Está "perdida", expli­
' 1 1 . Otro ejemplo: debe pasar un examen; se da cuenta esa mañana 
' 1 " ' es un examen de chino, y no estudió esa lengua. En cada caso, 
11 111 una asociación que reenvíe a una intriga histérica, incluso míni-
1 1 1 .1, es posible; es reenviada a una vivencia de fracaso sin recursos. 
Veamos ahora lo que son las descompensaciones. Dos descom­
¡ H ·n aciones gravísimas han tenido lugar, de las cuales vale la pena 
dl ' l c l lar las circunstancias. 
enamora de un chico que realizaba los mismos estudios, se 
• 1 1 ' a a él, y se sitúa en una dependencia absoluta en todos los mo­
l l lentos. Siguen los mismos cursos, pero ella lo supera fácilmente; él 
h•rm ina por dejarla; y ella presenta una descompensación melancóli­
' •1 a sus 30 años. Aparecía en ese momento prácticamente estuporo-
11, debió ser internada, estabilizándose luego de muchos meses; so­
¡, ,mente hubo tratamientos guimioterapéuticos. La coyuntura del de­
• • n adenamiento parece ser la ruptura sentimental, favorecida, esti­
l l l.l, por el hecho de que ella no hacía más que "pocas concesiones", 
¡ , , hacía sentir su superioridad sin vueltas. Aquí la "traición" no pa­
, , . · haber sido simplemente la toma a su cargo de un acontecimien­
h t venido del exterior, sino una suerte de decisión de rechazo que ella 
111. s o menos asumió. o 
Durante w1 segundo episodio, quiere desembarazarse de la "ami- � 
W'" que sus padres le citaban constantemente como un ejemplo in- � vo 
d l :<pensable y de la cual ella tenía la impresión, bastante justificada 0 
z 
p r obablemente, que la despreciaba. Entonces: que para ella, no es na- � 
dol , habiendo particularmente triunfado socialmente de manera ex- -< 
plo iva. Después de un corto momento de triunfo, se siente comple- J: 
t . r mente perdida. Desencadena luego un cáncer. El practicante que 8 
l r tma su caso fue a ver en un primer momento a un colega más expe- � 
l>· l i mentado para pedirle consejo. Ese colega, psicoanalista, insistió en • vo 
,. ¡ arácter de obstáculo a la socialización que experimentaba la pa- "' 
• l l ·nte, y concluyó que tenía una estructura fóbica severa; se trataba 57 
según él de una suerte de agorafobia que seetmdariamente 
provocado una depresión, seguida a un sentimiento de fracaso 
clero. Ahora bien, este diagnóstico no es suficiente para dar cuenta 
los episodios de tinte melancólicos que esta paciente ha podido 
sentar, y que justificaron tm tratamiento medicamentoso pesado; 
no permite tampoco dar cuenta del tipo de sueños muy au 
dores que presenta esta paciente; lo tenue, incluso la ausencia de 
laciones imaginarias dialécticas es igualmente un aspecto que no 
tomado en consideración. La manera en la cual la paciente se 
a su trabajo con ímpeh1, el poco interés que ella conlleva, tanto 
los aspectos diversos de la feminidad como con las inLTigas, permi 
dudar que nos encontremos a fin de cuentas en este caso delante 
tma configuración neurótica. 
Es evidente que las destacables realizaciones profesionales, en 
te caso, no pueden ser consideradas como conllevando una 
cia. Son relaciones imaginarias (la amiga, el partenaire amoroso) 
juegan ese rol, garantizando en alguna medida su posición en 
Otro. A esto es necesario agregar la cuestión de la "tristitia", esa 
dencia a rechazar las suplencias, de la cual hemos visto bien aquí 
dimensión de traición. 
La paciente finalmente reencontró una relación duradera, con 
muchacho de un buen medio, pero habiendo él mismo 
que constituye de alguna manera un objeto que garantiza la 
tura del Otro. Una,parte importante de la estabilización actual 
ce delicada a la manera en la cual ella terminó por aceptar el fr 
de su partenaire, y por esto renuncia a la "traición de sí misma", 
� pués que discutió el asunto con su terapeuta. 
z 
<.:) 
<( 
> 
::::J 
<( 
V'\ 
<( 
>­
<( ,¿ 
o 
a: 
Los modos de traru:r�.-"',.,rl 
en la psicosis maníaco-dep 
>- Es cierto que en un número considerable de casos, los sujetos 
� níacos no so ortan el ti o de relación que supone la cur<!_ J2Sicoa 
z 
<.:J tica. El carácter poco exaltante, la modestia del dispositivo, 
<( S con lo vivenciado frecuentemente extático de las experiencias ma 
� cas. El hecho que el estado maníaco sea vivido como un estado 
� beatitud vuelve igualmente difícil la relación terapéutica que 
o 
l)" a abolir ese estado, como lo señ.ala Jamison. 
z 
� También vemos frecuentemente dominar lo que podríamos 
� mar parafraseando a Honigswald, la pasión de la Obervostellung, 
58 no es sin evocar una vivencia de todo-poder. Hemos conocido así 
paciente, maníaco-depresivo estabilizado durante un tiempo, reci­
biendo a l a vez sales de litio y neurolépticos, y que erigía una suerte 
de culto a l litio y a su prescriptor, conformándose así a un discurso 
dominante de nuestra modernidad. 
Numerosos autores indican que esta coloración afectiva tiende a 
'xcluir toda relación terapéutica poco profunda. Sin embargo encon­
tramos en ciertos casos una coloración erotómana que permite un 
vínculo más preciso, frecuentemente bien problemático, es cierto. Se­
gún Abraham, Freud, que controlaba sus casos de psicosis melancó­
l i ca, le había aconsejado tomar los pacientes en tratamiento en el 
transcurso de la depresión y en el momento donde se afianza el in­
tervalo libre. Abraham insiste sobre la puesta en lugar de una nueva 
r [ ación de objeto que sea menos "melancólica" o persecutoria: un 
sujeto l lega a no verse más como un monstruo, otro l lega a establecer 
una relación calificada de normal con una persona dada. Para h·adu-
ir estas proposiciones a nuestros términos, se trata, de alguna mane­
ra, de producir algo como un "rechazo de renunciar al objeto". Freud 
mencionó a Abraham dos sujetos que se mantenían bajo transferen­
·ia desde más de diez años, en condiciones favorables. Abraham ha­
bk5 de ello en estos términos: "Se trata de una elevación del njvel de 
la melancolía al nivel de la histeria", que nos parece indicativo del 
modo de "construcción del objeto" buscado por K. Abraham. 
La relación al terapeuta puede igualmente ser de tipo obsesivo, el 
aciente tendiendo a hacerse atormentar por un ideal inseparable, en 
r !ación al cual se trata de ver en qué medida otro modo de constitu­
·ión de objeto es posible. Es muy frecuente que el sujeto melancólico 
s haga el protector encarnado de w1a causa desesperada, de mane­
r, de constituirse un objeto inseparable. Un ejemplo célebre ha sido 
l. propia madre de C.F. Meyer, ella misma melancólica, que consagró 
su existencia a un niño gravemente atrasado, del cual se ocupó en su 
·n a. Una brutal descompensación de esta mujer, con un delirio de 
indignjdad que no pudo ceder en nada (terminó por suicidarse) fue o 
d resultado del fal lecimiento de su pensionario. � 
Teniendo en cuenta lo que precede, no nos sorprenderemos que � Vl 
1 ra nosotros un punto particularmente importante de la transferen- o z 
·ia nos parece ser, cuando la relación pudo comprometerse de ma12e- � 
ra clara, la manera en la cual el paciente, muy frecuentemente, cons- -< 
l i t uye su terapeuta como el punto pivote de la traición del objeto ha- � 
�·i . el que se siente l lamado. 8 
)> 
z 
)>· r 
Vl 
Vl59 
¡.... <( z 1.:1 <( > :::> <( VI 
<( >­<( >l o 
0::: 
>-
� z 1.:1 <( > 
:::> <( VI 
"' 
o V z <( a: 
u.. 
60 
Observaciones conclusivas 
Pensamos haber mostrado que la situación actual de la psicosis 
maníaco-depresiva, es todavía paradoja]. De un lado, los discursos 
biologicistas que no tienen en cuenta los resultados de la investiga­
ción clínica; del otro, fuertes e interesantes trabajos fenomenológicos 
sobre los modos de existencia de sujetos maníacos y melancólicos. 
Nos parece muy importante comparar estos últimos con los estudios 
actuales sobre los modos de suplencia psicótica, teniendo cuidado de 
no centrarse demasiado rápido sobre los aspectos "caracteriales" del 
"typus melancolicus", y recordando que las investigaciones fenomeno­
lógicas recientes sobre la melancolía han sido precedidas de impor­
tantes trabajos que captan el polo melancólico a partir deL polo manía­
co. Si, como lo quena Lacan, el analista no debe retroceder ante la psi­
cosis, no debe tampoco retroceder ante tales confrontaciones terapéu­
ticas que nos permiten situar de manera más precisa nuestra acción. 
TRADUCCIÓN A CARGO DE CAROLINA ALCUAZ. 
VERSIÓN CORREGIDA POR LOS AUTORES. 
Po l ít i ca

Otros materiales