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11 Se puede estudiar científicamente la política

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Resumen
Desde sus orígenes, la ciencia política no ha 
estado exenta de cuestionamientos. Conje-
turas existenciales sobre si se podía estudiar 
científicamente la política ya habían floreci-
do aun cuando esta disciplina se encontraba 
en plena eclosión. En el presente ensayo, se 
pretende exponer primero un recorrido his-
tórico de cómo el estudio de la política pasó 
a ser científico para después ahondar en las 
críticas que se le hacen a la politología sobre 
su carácter de ciencia. Por último, expondre-
mos brevemente una alternativa que busca 
apaciguar el debate expuesto, cohesionando 
las visiones modernas y posmodernas que se 
tienen sobre la ciencia. 
Palabras clave 
Ciencia política, ciencia, Posmodernidad, mé-
todo científico, filosofía política. 
Abstract
From its origins, political science has not 
been exempt from questioning. Existential 
conjectures whether political science could 
be studied scientifically, had already flouris-
hed, even though this discipline was right 
in the middle of its boom. In this essay, it is 
pretended to explain, firstly, a historical route 
about how political studies became scienti-
fic, and thereafter, to go deeper into the cri-
ticisms which is made to the political scien-
ce about its real scientific sense and value. 
Lastly, we will briefly explain an alternative 
that searches to appease the displayed deba-
te by means of linking modern and post-mo-
dern visions about science. 
¿Se puede estudiar 
científicamente la política?*
Jesús Alfredo Martínez Díaz**
* Este texto lo realicé por iniciativa propia para presentar-
lo en la primera edición de la revista Red Política. 
** Estudiante de séptimo semestre de Ciencia Política y 
Gobierno de la Universidad del Norte. Barranquilla, Colom-
bia. jesusam@uninorte.edu.co 
A R T Í C U L O D E 
D I V U L G A C I Ó N
Revista estudiantil del Departamento de
Ciencia Política y Relaciones Internacionales
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Keywords
Political science, science, postmodernity, 
scientific method, political philosophy. 
Los primeros estudios sobre política se re-
montan a siglos anteriores, en los que la exis-
tencia de la ciencia todavía era precaria, y los 
autores de las obras magnas sobre el tema 
recurrían a métodos ajenos al científico para 
el desarrollo teleológico de sus obras. Sin em-
bargo, aun cuando en los siglos anteriores al 
XX no existía un estudio científico de la polí-
tica, y tampoco el desarrollo de una disciplina 
dedicada exclusivamente a esto, sí se puede 
hablar de la existencia de obras y métodos de 
estudio precursores que sin su influencia, no 
se hubiera logrado el desarrollo de esta rama 
del conocimiento. 
Se puede afirmar que hasta cierto punto de 
la historia existió un estrecho maridaje en-
tre el estudio de la filosofía política y el de la 
política utilizando el método científico. No en 
vano algunos de los grandes filósofos de la 
historia, como Aristóteles o Maquiavelo, fue-
ron quienes influenciaron el desarrollo de la 
aplicación del método científico a los estudios 
sobre política. 
Como precursores de la conformación de la 
ciencia política encontramos a Aristóteles, 
quien “fue el primero en utilizar el méto-
do comparado, al estudiar ciento cincuenta 
y ocho constituciones griegas. Maquiavelo 
aportó a la ciencia política el método objetivo 
desligando los estudios políticos de preocu-
paciones morales” (Galvis, 1998, p. 7). 
A su vez, encontramos a Jean Bodin, quien 
en su libro La República desarrolla el método 
de observación aristotélico, y a Montesquieu, 
quien en su Espíritu de las leyes sistematiza 
sus observaciones. También existen otros 
teóricos políticos como John Locke, quien a 
través del empirismo, y Thomas Hobbes, que 
con el método more geométrico, utilizaron 
de manera sistemática aunque no científica, 
un método estricto, basado el primero, en el 
conocimiento derivado de la percepción sen-
sorial y, el segundo, en el racionalismo car-
tesiano de Spinoza cimentado en un método 
deductivo fundamentado en axiomas. 
El advenimiento del siglo XIX significó un 
paso preponderante en el desarrollo de la 
ciencia política con el auge del positivismo 
de autores como John Stuart Mill y, principal-
mente, Auguste Comte, quien sentó “las bases 
definitivas del método objetivo y del análisis 
científico de los fenómenos sociales” (Galvis, 
1998, p. 8). Aunque Comte se refería al estudio 
de la sociedad, es decir, la sociología, de ma-
nera similar también en Francia y luego, en 
Estados Unidos se buscó aplicar más tarde el 
mismo método científico pero a los fenóme-
nos políticos. 
Al darle el carácter de cientificidad al estu-
dio de los fenómenos políticos, primero es 
pertinente aclarar que cuando hablamos de 
ciencia, con el término ciencia política hace-
mos referencia a un “conjunto de proposicio-
nes generales, probabilísticas o de tendencia, 
comprobables empíricamente, interrelaciona-
das, referidas a una misma clase de fenóme-
nos” (Lozada y Casas, 2008, p. 30). 
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La ciencia es un método, es decir, un medio a 
través del cual se obtendrá conocimiento. En 
el caso de la ciencia política, la ciencia sirve 
como medio para lograr un fin que es el es-
tudio de los fenómenos políticos. Dichos es-
tudios pueden ser de explicación, descripción, 
interpretación, critica (Andrade, 2001) e inclu-
so predicción siempre y cuando “los conoci-
mientos a los que lleguemos sean sistémicos, 
generales y objetivos” (Galvis, 1998, p. 1). 
Por su parte, la política es aquella actividad 
de la sociedad que busca regular el conflicto 
social a través de la adopción e implementa-
ción de decisiones que son vinculantes. En 
esa misma línea es:
“La actividad social que se propone asegurar 
por la fuerza, generalmente fundada en un 
derecho, la seguridad exterior y la concordia 
interior de una unidad política particular, ga-
rantizando el orden en medio de las luchas 
que nacen de la diversidad y de la divergencia 
de opiniones y de intereses” (Freund, 1978, pp. 
751). 
Es, principalmente, después de “la Segunda 
Guerra Mundial que la Ciencia política se abre 
paso como ciencia meticulosa, parcelable, li-
mitada y sometida a todos los rigores del mé-
todo científico” (Guzmán, 2008, p. 281). Entre 
las décadas de 1950 y 1960, con el auge de la 
revolución conductista que buscaba explicar 
a través del descubrimiento de leyes por me-
dio de la comprobación empírica el comporta-
miento político de los individuos, se produce 
un desarrollo de la ciencia política por medio 
de diversos enfoques, como el de actor racio-
nal, el estructural- funcionalista, el sistémico 
y el psicosocial que tenían en común el uso 
del método científico de las ciencias exactas 
para el estudio de los diversos fenómenos po-
líticos y sociales. 
De esta manera, se creaba una disciplina que 
basaba su método de estudio en la verifica-
ción empírica las técnicas cuantitativas, la 
ausencia de juicios de valor y que tuvo un 
vasto crecimiento en institutos y universi-
dades de Estados Unidos; pero mucho menos 
en Europa. En efecto, desde allá surgieron 
críticas en contra del conductismo por parte 
de académicos y pensadores que aunque se 
dedicaban a la filosofía política, se tildaban a 
sí mismos como estudiosos de la Ciencia po-
lítica (Lozada y Casas, 2008). 
Al preguntarse en su Manual de Ciencia Polí-
tica, Fernando Galvis (1998) sobre si se puede 
estudiar científicamente la política, su res-
puesta es afirmativa ya que según él, “los he-
chos políticos pueden estudiarse con método 
en forma objetiva y sistemática, se puede lle-
gar a generalizaciones y, es posible, verificar 
las conclusiones a las que se llegue” (p.6). Víc-
tor Alarcón (2010) sigue una línea similar al 
sostener que las afirmaciones de la ciencia 
política están “basadas en la construcción 
de evidencia empírica relevante que permita 
probar hipótesis propuestas”(p.23) lo que la 
ha convertido en una “disciplina rígida” (p.23). 
Dieter Nohlen (2012), por su parte, expone que 
la intromisión de valores y la subjetividad son 
parámetros que tienen “su plena legitimidad 
solo en el contexto del surgimiento de una in-
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vestigación y en el de aplicación de los resul-
tados, pero tienen que suprimirse o desapare-
cer en el contexto interno de argumentación 
científica” (pp. 15-16), donde solo valen “el ar-
gumento bien probable o bien probado, la teo-
ría bien comprobada o refutada por el control 
empírico o de consistencia teórica” (p. 16). Para 
que esto sea posible es necesario desprender-
se de la “excitación estéril” (Weber, 2008, p. 
143) de la realpolitik y abstraer el estudio de 
la ciencia política a un nivel por encima de la 
política misma, lo que le permite ser objetivo 
al científico y tener una visión panorámica de 
los fenómenos que estudia.
Otros autores, como Cuéllar Argote, sostienen 
que el estudio de la política en la disciplina de 
la ciencia política no solo es científico, sino 
que es necesario que lo sea
“porque el principio intersubjetivo de la for-
ma de construcción del conocimiento político 
(que siempre es social como relación), parece 
falible (inexacto); de ahí la necesidad de mo-
delarlo, proyectarlo, cuantificarlo y explicar-
lo a través de la “verdadera” manera de hacer 
ciencia, del único modo científico reconocido 
y válido, es decir, desde el paradigma positi-
vista o neopositivista, que en muchas ocasio-
nes implica generar “conocimiento a lo Rorty” 
esto es, pragmático y contrastable” (Caicedo, 
Ángel y Cuellar, 2015, p. 137). 
Para Wolfgang Abendroth, la ciencia política 
debe ser comprendida como una ciencia his-
tórica de la sociedad, ya que es dependiente 
del proceso histórico- social, siendo su objeto 
de estudio el análisis del poder político (Cami-
nal, 2005, p. 25). 
Otros autores como Caminal Badia (2005) 
sostienen que cuando la política pasa a con-
vertirse en una actividad democrática, se 
hace necesario la tarea de analizarla de for-
ma distinta a través de técnicas estadísticas 
y el método empírico (p. 23). 
A su vez, se encuentra la visión comporta-
mentista de Easton, que según Pasquino sos-
tiene que deben cumplirse ciertos objetivos 
para que se considere científico el estudio de 
la política. Primero, se deben 
“descubrir las regularidades en los comporta-
mientos políticos que se presten a ser expre-
sadas en generalizaciones o teorías con valor 
explicativo y predictivo; 2) someterlos a veri-
ficación (…); 3) elaborar rigurosas técnicas de 
observación, recogida, registro e interpreta-
ción de datos; 4) proceder a la cuantificación 
(…); 5) mantener separados los valores de los 
hechos” (Pasquino, 1995, p. 18); luego realizar 
una sistematización de los datos obtenidos. 
De manera similar, para Carlos Guzmán, el ob-
jeto de la ciencia política radica en encontrar 
uniformidades con base en abstracciones es-
tipuladas que justifiquen la presencia de rela-
ciones causales entre diferentes factores. Di-
chas generalizaciones se verificarían con la 
realidad práctica en el ámbito de un sistema 
lógico-deductivo; por lo cual, es lógico aprobar 
el calificativo de ciencia política como una 
disciplina científica y autónoma que se en-
cuentra institucionalizada (Guzmán, 2008). 
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Bulcourf y Cruz Vázquez también siguen la 
misma idea de considerar que sí se puede es-
tudiar la política a través del método científi-
co, ya que la ciencia política “pretende arrojar 
algún tipo de conocimiento específico y siste-
mático sobre una porción de la realidad social 
que define como política, su objeto de estudio” 
(Bulcourf y Cruz, 2004, p. 256); estudiando así 
al ser humano y su conducta en relación “al 
poder y la organización jerárquica de decisión 
colectiva de una sociedad” (p. 261). 
Aunque se puede considerar como comple-
jo ajustar el estudio de la política al enfoque 
positivista, se ha concluido que los obstácu-
los que padecen los científicos sociales para 
ejecutar el método científico no son muy dis-
tintos de los que suelen tener los científicos 
naturales (Vallès, 2007). No obstante, para 
autores como Josep María Vallès y los refe-
renciados en los párrafos precedentes sí se 
puede hablar de un estudio científico de la po-
lítica, debido a que los politólogos al analizar 
y explicar los distintos fenómenos políticos 
realizan una “descripción objetiva de un he-
cho, una explicación sobre sus causas y una 
confirmación de la misma mediante la repe-
tición de experimentos” (Vallès, 2007, p. 62). 
A estos científicos políticos que “se inclinan 
más hacia teorías mecánicas abstractas de la 
política y a los análisis estadísticos de infor-
mación numérica” (Phillips, 1997, p. 16) se les 
denomina conductistas. 
Sin embargo, existen distintas escuelas de 
pensamiento y autores que “por razones fi-
losóficas, epistemológicas o éticas, no creen 
sensato pretender un estudio del mundo polí-
tico con carácter propiamente científico” (Lo-
zada y Casas, 2008, p. 40). 
Si bien no son muchos los académicos que 
piensan que es “utópico o imprudente” (Losa-
da y Casas, 2008, p. 40) realizar un análisis de 
los fenómenos políticos a través del método 
científico, se pueden encontrar unos que sí lo 
consideran. A este tipo de estudiosos de la po-
lítica se les llama interpretativistas y “tienen 
mayor probabilidad de tratar los aspectos his-
tóricos y filosóficos de la política y buscar in-
formación detallada no numérica sobre unos 
cuantos casos” (Phillips, 1997, p. 16), debido a 
que consideran que “la política es tan comple-
ja e implica valores personales básicos que 
no se debería de intentar concretarla a regu-
laridades exactas” (p. 15). 
Entre los interpretativistas encontramos al fi-
lósofo político germano- estadounidense Leo 
Strauss, quien considera que es inconvenien-
te realizar un estudio científico de la política, 
ya que “deshumaniza al politólogo y lo vuelve 
moralmente irresponsable, porque le induce 
a abstenerse de juicios de valor sobre lo que 
analiza1” (Lozada y Casas, 2008, p. 40), así 
como mantiene la postura del libre albedrío 
que tenemos los seres humanos, lo cual impi-
de la capacidad de toda ciencia para predecir 
nuestro comportamiento. 
1 Respecto a esto, Pasquino (1995) menciona que ninguno 
de los estudiosos de la política de la historia “ha sabido o 
querido nunca (suponiendo que sea posible además de de-
seable) mantener cuidadosamente separados el momento 
descriptivo del prescriptivo, los hechos de los valores (p. 15). 
Para Vallès (2007)“la delimitación del hecho político no está 
libre de prejuicios: cuando un investigador social describe 
un hecho lo hace a partir de determinados sesgos teóricos o 
incluso éticos” (p. 62).
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Contrariamente a esto, existen otras postu-
ras que defienden que aunque no existen en 
las distintas sociedades unas leyes naturales 
absolutas que rigen la conducta humana, sí 
están de acuerdo en que el comportamiento 
humano sigue un conjunto de patrones o re-
gularidades que se pueden estudiar a través 
de teorías, fórmulas y modelos esquematiza-
dos (Colomer, 2009). 
Sin embargo, Strauss no considera que la 
ciencia política también se encarga de anali-
zar, interpretar, describir, comprender y expli-
car los fenómenos políticos del pasado y del 
presente, no solo del futuro. Tampoco tiene en 
cuenta que la ciencia política, así como todas 
las demás ciencias, ya sea que estudien fenó-
menos sociales o naturales, tiene la cualidad 
de que es provisional2. Esto quiere decir que 
“lo que desde el punto de vista de los cientí-
ficos es aceptable hoy, puede, en virtud de 
nuevos hechos o de nuevas teorías,no serlo 
mañana” (Lozada y Casas, 2008, p. 28). 
El hecho de que los planteamientos de una 
disciplina sean provisionales, y que en el fu-
turo se descubra que son erróneos, no le quita 
el carácter de ciencia a esta, debido a que si 
fuera así, entonces las ciencias naturales no 
serían ciencia, ya que se equivocan a menu-
do en su capacidad predictiva, como cuando 
los meteorólogos o climatólogos pronostican 
el advenimiento de un tornado en tal fecha y 
no termina sucediendo. Al decir que los pos-
2 No en vano Karl Popper (1980) afirma que no existe un 
sustento absoluto en el fundamento empírico de la ciencia 
objetiva, pues esta no se apoya en una roca estable y com-
pacta, sino que la estructura de sus teorías se extiende so-
bre un terreno pantanoso. 
tulados científicos son provisionales, esta-
mos sosteniendo la idea de que no podemos 
afirmar que existen verdades absolutas en la 
perpetuidad del tiempo.
Habitualmente, se pueden observar distintos 
errores en estudios de carácter científico, pero 
eso no demerita el hecho de que la disciplina 
como tal deje de ser ciencia. No podemos in-
ducir que por el hecho de que un científico se 
equivoque en sus planteamientos, entonces 
la disciplina a la que este está adscrito pierde 
su carácter científico. Sería un razonamiento 
inductivo erróneo ya que todo estudio cientí-
fico no está exento de un margen de error. 
Strauss toma una posición subjetiva al decir 
que es erróneo que los politólogos se absten-
gan de incluir juicios de valor en sus análisis. 
Pero aunque el politólogo se “deshumanice” al 
no utilizar juicios de valor, eso no le quita a 
su trabajo el carácter científico mientras sea 
imparcial, objetivo, sistemático y se apoye en 
la evidencia empírica. 
El hecho de que Strauss no considere justo no 
utilizar valoraciones imparciales en los estu-
dios sobre política es una posición tan permi-
tida como el hecho de que los politólogos no 
quieran hacer este tipo de valoraciones. Esto 
termina siendo una diferencia que se da en-
tre la filosofía política y la politología y que no 
demerita a una disciplina ni a la otra. 
Se le cuestiona a la politología, por el mismo 
hecho de ser ciencia, su pretensión de univer-
salidad; es decir, de que sus postulados sean 
considerados como leyes universales y apli-
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cables en cualquier contexto. Según Fernando 
Galvis (1998) dichas proposiciones “para que 
se trate de ciencia, se necesita que los conoci-
mientos adquiridos los pueda verificar cual-
quier persona, en cualquier parte y que sus 
resultados sean los mismos” (p. 1).
La relatividad de los postulados en la 
ciencia política no solamente está con-
dicionada por el tiempo y por los nue-
vos hechos y teorías que pueden desvir-
tuar las conclusiones pasadas. También 
está condicionada por el contexto en el 
que se desarrollan los distintos fenóme-
nos políticos. Los diversos hechos políti-
cos, las distintas relaciones y juegos de 
poder entre los diversos actores varían 
según el contexto y cultura donde se 
desarrollan.
Lo anterior quiere decir, por ejemplo, que un 
fenómeno político que se da en un país en Oc-
cidente puede tener una explicación distinta 
a un fenómeno similar que se da en oriente. 
O también, un hecho político en un país con 
ciertas condiciones económicas favorables se 
desarrolla de una manera diferente de otro 
donde las condiciones económicas son preca-
rias. 
Al realizar postulados muy generalizadores 
y universales, el politólogo corre el riesgo de 
que con un solo fenómeno político que ocu-
rra en cualquier lugar del mundo y que sea 
contrario a sus planteamientos, su teoría se 
considere como errónea. 
Cuando se estudia un hecho político desde 
una perspectiva científica, se debe ser muy 
precavido con el contexto y las circunstan-
cias donde este se desarrolla, ya que estas 
son variables que influyen determinante-
mente en el desarrollo de la coyuntura, y que 
no son homogéneas en las distintas socieda-
des del mundo. Por esto, es importante el uso 
del método comparado, que permite extraer 
conclusiones también científicas sobre fenó-
menos más o menos similares en distintos 
momentos y épocas del espacio - tiempo. 
A su vez, se ha cuestionado esa pretensión de 
universalidad de los postulados de la ciencia 
política, en el sentido en que estos terminan 
siendo muy abstractos y exiguamente apli-
cables a los casos concretos y al entorno que 
rodea la investigación. En palabras de Sartori 
(2011) “al privilegiar el enlace teoría - investi-
gación y no teoría-práctica, se ha creado una 
ciencia inútil de la política sin componente 
de aplicación” (pp. 313 - 314). Esto hace ver al 
politólogo como poco comprometido con la 
realidad política de su sociedad y a la ciencia 
a que se dedica de una manera inaplicable, 
poco pragmática y escasamente involucrada 
en la realpolitik.
Otra crítica importante que se le hace a la 
ciencia política es que al ser esta ciencia, 
sus resultados son considerados como ver-
daderos, imparciales y objetivos, y están, por 
lo tanto, exentos de toda clase de cuestiona-
miento. La ciencia no debe ser considerada 
como un dogma, y menos los postulados de 
la ciencia política, ya que estos pueden ser 
utilizados por las distintas autoridades pú-
blicas para justificar y blindar sus políticas y 
su actuación bajo una tecnocracia autorita-
ria que, al basarse en unas premisas que son 
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consideradas como absolutas, verdaderas y 
objetivas, entonces no pueden ser objeto de 
crítica, polémica, controversia y disputa.
Debido a esto, es sustancial reconocer que la 
ciencia además de ser provisional es también 
pública, ya que “lo que cree haber descubierto 
un estudioso de los fenómenos políticos, no 
es reconocido como tal en tanto no sea some-
tido al escrutinio de sus colegas en las tareas 
científicas y legitimado por estos” (Losada y 
Casas, 2008, p. 28). Con base en esto debe-
mos afirmar que todo planteamiento científi-
co debe estar abierto a críticas constructivas 
que permitan fortalecerlo. 
Además de Strauss, pero por razones dese-
mejantes, la escuela marxista y algunos 
miembros de la neomarxista, de entre las dé-
cadas de 1960 y 1970, se mostraron en contra 
de realizar un estudio científico de los fenó-
menos políticos, ya que rechazaban “someter 
a examen y verificación empírica sus tesis 
principales” (Losada y Casas, 2008, p. 40). Di-
cha divergencia metodológica con las bases 
epistemológicas de la ciencia política, le dio 
cierta índole de dogma al marxismo. 
La escuela crítica de Max Horkheimer, Theo-
dor Adorno, Walter Benjamín, y más tarde de 
Jürgen Habermas, se caracterizó también por 
el uso de los valores de dicha corriente como 
fundamento axiomático de la interpretación 
que se hacía de los fenómenos políticos. Así 
mismo, se dio espacio para el uso de un len-
guaje no comprobable empíricamente que 
era más augusto con respecto a la filosofía 
que con el método científico (Losada y Casas, 
2008).
No todo estudio que se vanaglorie de ser cien-
tífico realmente lo es. En ocasiones hasta un 
mismo científico puede confundir un juicio 
normativo con una proposición científica, he-
cho que llena su obra de matices que podrían 
considerarse seudocientíficos. Mientras que 
una proposición científica está cimentada en 
la evidencia, un juicio normativo se apoya en 
los valores (Colomer, 2009). 
Aunque la mayoría de politólogos consideren 
que sí se puede estudiar científicamente la 
política, existen otros estudiosos por dentro o 
fuera de la misma disciplina que no está del 
todo de acuerdo con ello. 
Entre las distintas razones que se han deta-
llado en este escrito que niegan la aplicación 
de la ciencia en el estudio de los fenómenos 
políticos podemos encontrar primeramente 
la intromisión dejuicios normativos en los 
estudios politológicos, también la negación 
de la existencia de leyes universales acerca 
de los fenómenos políticos, el uso de axiomas 
en las investigaciones y la menesterosa ca-
pacidad para aplicar los postulados a la rea-
lidad a los distintos contextos y culturas. La 
otra mayoridad considera que el comporta-
miento humano sigue unos patrones regula-
res de comportamiento y que los fenómenos 
políticos pueden ser analizados y explicados 
a través de teorías e hipótesis evidenciadas 
empíricamente de manera objetiva, imparcial 
y sistematizada. 
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La pregunta que da título a este ensayo tiene 
una respuesta subjetiva. Hemos visto que hay 
contestaciones tanto positivas como negati-
vas, cada una con sus argumentos. Aunque 
un politólogo puede afirmar con vehemencia 
que su disciplina es una ciencia, un filósofo 
político, como Leo Strauss, puede no tener la 
misma convicción. Estos debates existencia-
les que desde su comienzo atacan las premi-
sas vitales de la ciencia política permanece-
rán vigentes en un mundo que cada vez más 
se acoge en los brazos de la posmodernidad. 
La influencia que la modernidad ha tenido en 
la ciencia ha sido determinante para el de-
sarrollo del behaviorismo, el positivismo y, 
en general, de la ciencia política. Esta es, en 
efecto, un producto de la modernidad. Pero 
los cuestionamientos permanecen, y con el 
auge postmoderno que se comienza a gestar 
ya se menciona en escritos académicos una 
vertiente posmoderna en la ciencia política3. 
Para los posmodernistas, la ciencia es una 
disciplina “abierta a la incertidumbre, al di-
senso, a lo especulativo, a lo no comprobable 
empíricamente, a lo cualitativo, a la compren-
sión de los fenómenos, a lo subjetivo, a lo va-
lorativo, a lo complejo a lo diverso” (Diéguez, 
2006, pp. 2 y 3).
Lo que se propone en este texto no es el paso 
de una ciencia política moderna a una pos-
moderna, sino una integración de estas, en 
donde tanto politólogos como filósofos políti-
3 Lozada y Casas (2008) la denomina también como una 
posición “pos-conductista, pos-empírica o pos-científica” (p. 
41). 
cos y académicos de otras ramas del conoci-
miento puedan aportar a un estudio de los fe-
nómenos políticos que tenga como principal 
objetivo no solo la explicación de la realpoli-
tik, sino también proporcionar un conjunto de 
insumos que aporten significativamente al 
mejoramiento de dicha realidad. A este mari-
daje algunos lo llamarían Ciencias Políticas. 
Para denotar un campo de estudio más abier-
to, plural e íntegro, yo lo denominaría Discipli-
nas Políticas4. 
4 En Gran Bretaña, por ejemplo, se consideraba que Poli-
tical Studies “era una denominación más adecuada que la 
de Political Science porque identificaba con mayor amplitud 
esta materia (la política) cuya exploración se realizaba de 
forma interdependiente desde distintas ciencias sociales” 
(Caminal, 2005, p. 24). 
Revista estudiantil del Departamento de
Ciencia Política y Relaciones Internacionales
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