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El espacio social (Henri Lefbreve)

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LEFBVRE, Henri. El espacio Social. In: La producción del espacio. Madrid: Capitán
Swing Libros, 2013
“En el hegelianismo, la producción tiene una importancia determinante. La Idea
(absoluta) produce el mundo; después, la naturaliza produce el ser humano, el cual, a su
vez, produce mediante sus luchas y su trabajo, simultáneamente, la historia, el
conocimiento y la consciência de sí, esto es, el Espíritu que reproduce la Idea inicial y
final” (p. 125).
“En el pensamiento de Marx y Engels, el concepto de «producción» no abandona esa
ambigüedad que conforma de hecho su riqueza. Posee dos acepciones, una amplia y otra
restringida y precisa. En la acepción amplia, los hombres, en tanto que seres sociales,
producen su vida, su historia, su conciencia, su mundo. Nada hay en la historia y en la
sociedad que no sea adquirido y producido” (p. 125).
“La producción, el producto, el trabajo, conceptos que emergen simultáneamente y
permiten la fundación de la economía política, constituyen abstracciones privilegiadas,
abstracciones concretas que hacen posible el análisis de las relaciones de producción”
(p. 126).
“En Marx, como en Engels, el concepto nunca alcanza uma concreción. Hablamos de
producción de conocimientos, ideologías, escritura y significados, imágenes, discursos,
lenguaje, signos y símbolos; y del mismo modo, del trabajo del sueño, trabajos de
conceptos operativos, etc. Esos conceptos han adquirido lal extensión que su
comprensión se diluye. Lo que resulta más comprometido es que aquellos que
promueven tales extensiones del concepto utilizan de un modo abusivo el procedimiento
que Marx y Engels emplearon ingenuamente: dotar a la acepción extensa, esto es
filosófica, de la positividad de una acepción estrecha, científica (económica)” (p. 126).
“Una recuperación de esos conceptos parece, pues, del todo punto indicada para
restaurar su valor y su dialéctica, determinando concierto rigor la relación entre
«producción» y «producto» así como las existentes entre «obra» y «producto», y entre
«naturaleza» y «producción». Con objeto de adelantar en forma resumida lo que
después vendrá, digamos que la obra posee algo de irreemplazable y único mientras que
el producto puede repetirse y de hecho resulta de gestos y actos repetitivos. La
naturaleza crea y no produce; provee recursos para una actividad creativa y productiva
del hombre social; pero proporciona sólo valores de uso, y todo valor de uso (todo
producto en tanto que no es intercambiable) retorna hacia la naturaleza o sirve como
bien natural. Evidentemente, la tierra y la naturaleza no pueden separarse” (p. 126-127).
“¿Produce la naturaleza? El sentido original del término parece sugerirlo: conducir y
llevar hacia delante, hacer surgir de las profundidades. Sin embargo, la naturaleza no
trabaja; incluso se trata de un rasgo que la caracteriza: la naturaleza crea” (p. 127).
“El espacio-naturaleza no corresponde al de una representación. No tiene sentido
preguntar la razón porque no la hay: la flor no sabe que es flor, ni la muerte sabe a quién
visita” (p. 127).
“El «hombre», esto es, la práctica social, crea obras y produce cosas. En ambos casos se
precisa trabajo, pero en lo concerniente a la obra, el rol del trabajo (y el del creador en
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tanto que trabajador) se antoja secundario, mientras que domina en el plano de la
fabricación de los productos” (p. 127).
“El espacio (social) no es una cosa entre las cosas, un producto cualquiera entre los
productos: más bien envuelve a las cosas producidas y comprende sus relaciones en su
coexistencia y simultaneidad: en su orden y/o desorden (relativos). En tanto que
resultado de una secuencia y de un conjunto de operaciones, no puede reducirse a la
condición de simple objeto. Ahora bien, nada hay imaginado, irreal o «ideal»
comparable a la de um signo, a una representación, a una idea, a un sueño. Efecto de
acciones pasadas, el espacio social permite que tengan lugar determinadas acciones,
sugiere unas y prohíbe otras. Entre esas acciones, unas remiten al universo de la
producción, otras al del consumo (es decir, al disfrute de los productos). El espacio
social implica múltiples conocimientos. ¿Cuál es, pues, su estatus preciso? ¿Qué
relación guarda con la producción?” (p. 129).
“¿Puede entonces un espacio tal ser descrito como una «obra»? Inapelablemente se trata
de un producto en el sentido más estricto: reproducible, resultado de actos repetitivos.
Con toda seguridad es un espacio producido incluso cuando esta producción no posea la
amplitud de las grandes autopistas, aeropuertos u obras públicas. Tengamos muy
presente que esos espacios poseen un carácter visual cada vez más pronunciado. Se los
fabrica para ser concebidos en el plano de lo visible: visibilidad de gentes y cosas, de
espacios y de todo aquello que éstos contengan. En tanto que rasgo dominante, la
visualización (más notable que la espectacularización que por otro lado incluye) sirve
para enmascarar la repetición. Los individuos miran y confunden la vida con la vista y
la visión. Construimos sobre informes y planos; compramos a partir de imágenes. La
vista y la visión, figuras clásicas que en la tradición occidental personificaban lo
inteligible, se vuelven tramposas: permiten en el espacio social la simulación de la
diversidad, el simulacro de la explicación inteligible, esto es, la transparência” (p. 132).
“Toda obra ocupa un espacio, lo engendra, lo elabora. Todo producto ocupa asimismo
un espacio y circula por él. ¿Cuál es la relación entre estas dos modalidades de
ocupación del espacio?” (132).
“Ni la naturaleza — el clima, el lugar— ni la historia previa pueden explicar
suficientemente un espacio social. Ni siquiera la «cultura». Es más, el crecimiento de
las fuerzas productivas no conlleva la constitución de un espacio o de un tiempo
particular de acuerdo con un esquema causal. Las mediaciones y los mediadores se
interponen: la acción de los grupos, las razones relativas al conocimiento, la ideología o
las representaciones. El espacio social contiene objetos muy diversos, tanto naturales
como sociales, incluyendo redes y ramificaciones que facilitan el intercambio de
artículos e informaciones. No se reduce ni a los objetos que contiene ni a su mera
agregación. Esos «objetos» no son únicamente cosas sino también relaciones. En
calidad de objetos, poseen particularidades discernibles, formas y contornos. El trabajo
social los transforma y los sitúa en otra configuración espacio-temporal, incluso cuando
no afecta a su materialidad ni a su estado natural (como en el caso de una isla, un golfo,
um río o una montaña, etc.)” (p. 133-134).
“Las cosas y los productos que son medidos, esto es, reducidos al patrón común del
dinero, no comunican su verdad; al contrario, la ocultan en tanto que cosas y productos.
Desde luego, hablan a su manera, en su lenguaje de cosas y de productos, para
promocionar la satisfacción que aportan o las necesidades que satisfacen: mienten y
disimulan el tiempo de trabajo social que contienen, el trabajo productivo que encarnan
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y también las relaciones de explotación- dominación en que se basan. Como todos los
lenguajes, su lenguaje de cosas sirve para mentir tanto como para decir la verdad. La
cosa miente. Y alcanzando el estatuto de mercancía, al mentir respecto a su origen —el
trabajo social—, al disimularlo, la cosa tiende a erigirse como un absoluto. Los
productos y los circuitos a que dan lugar (en el espacio) se fetichizan, devienen más
«reales» que la realidad misma, es decir, que la actividad productiva, apoderándose de
ella. Esta tendencia alcanza su expresión última, como sabemos, en el mercado mundial.
El objeto oculta algo de gran importancia, y lo hace con mayor efectividad en tanto que
no podemos (el «sujeto») pasar sin él; no podemos prescindir de lo que nos aporta, un
placer ilusorio o rea! (¿pero cómo distinguir ilusión y realidad en el goce?). La
apariencia y la ilusión de realidad no se hallan en el uso de las cosas ni en el placer
derivado del uso, sino en la cosa misma encalidad de soporte de signos y significados
falaces. Arrancar la máscara de las cosas con el fin de desvelar las relaciones (sociales),
tal fue el gran logro de Marx, la misión del pensamiento marxista, cualesquiera sean las
tendencias políticas que reclamen su tradición. Por supuesto, ni esa roca sobre la
montaña ni esa nube ni el cielo azul, ni esse pájaro o aquel árbol mienten. La naturaleza
se muestra tal cual es: cruel y generosa a un mismo tiempo. La naturaleza no pretende
engañar, y puede reservarnos las más tristes venturas sin mentirnos jamás. La llamada
realidad social es dual, múltiple, plural. ¿En qué medida es capaz de garantizar una
realidad? Si la realidad es entendida como materialidad, la realidad social no tiene ni es
realidad. Por otro lado, contiene e implica abstracciones terriblemente concretas (ahora
y siempre, el dinero, las mercancías y el intercambio de bienes materiales) así como
formas «puras» tales como el intercambio, el lenguaje, los signos, las equivalencias, las
reciprocidades, los contratos, etc” (p. 137).
“Esos espacios están producidos. La «materia prima» a partir de la cual se han
producido no es otra que la naturaleza. Son productos de una actividad donde la
economía y la técnica están involucradas, pero van mucho más lejos: son productos
políticos, espacios estratégicos. El término «estrategia» comprende proyectos y acciones
muy diferentes, combina la paz con la guerra; el comercio de armas con la disuasión en
caso de crisis; el empleo de recursos propios de los espacios periféricos con el uso de
las riquezas procedentes de los centros industriales, urbanizados y estatalizados” (p.
140).
“Podemos afirmar que el espacio es una relación social, pero inherente a las
relaciones-de propiedad (la propiedad-del suelo, de la tierra em particular), y que por
otro lado está ligado a las fuerzas productivas (que conforman esa tierra, ese suelo);
vemos, pues, que el espacio social manifiesta su polivalencia, su «realidad» a la vez
formal y material. Producto que se utiliza, que se consume, es también médio de
producción: redes de cambio, flujos de materias primas y de energías que configuran el
espacio y que son determinados por él. En consecuencia, ese medio de producción,
producido como tal, puede ser separado de las fuerzas productivas, incluyendo la
técnica y el conocimiento, ni separado de la división social del trabajo, que lo modela,
ni de la naturaleza, ni del Estado y las superestructuras de la sociedade” (p. 141).
“El concepto de espacio social se desarrolla mediante su ampliación. Se introduce en el
seno del concepto de producción, lo invade incluso, llegando a hacerse parte (quizá una
parte esencial) de su contenido. De ahí engendra un movimiento dialéctico muy
específico que no abóle ciertamente la relación «producción -consumo» aplicada a las
cosas (bienes, mercancías, objetos de cambio), pero que modifica mediante su
ampliación. Entre los niveles a menudo separados del análisis se atisba lina unidad: las
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fuerzas productivas y sus componentes (naturaleza, trabajo, técnica, conocimiento), las
estructuras (relaciones de propiedad), las superestructuras (las instituciones y el mismo
Estado)” (p. 141).
“No hay un espacio social, sino varios espacios sociales e incluso podríamos decir que
una multiplicidad ilimitada; el término «espacio social» denota un conjunto
innumerable. En el curso del crecimiento y desarrollo ningún espacio llega a
desaparecer: lo mundial no abóle lo local. No se trata de una consecuencia de la ley del
desarrollo desigual, sino de una ley propia. El entrecruzamiento de los espacios sociales
es una ley. Tomado aisladamente, cualquier espacio sólo es una abstracción.
Abstracciones concretas que existen «realmente» por redes y ramificaciones, en virtud
de haces o racimos de relaciones. Por ejemplo, las redes de comunicación a escala
mundial, las redes de información. Hay que hacer notar que el desarrollo de estas redes
muy recientes no erradica de su contexto social aquellas otras más antiguas,
yuxtapuestas en el curso de los siglos, y que constituyen los mercados locales,
regionales, nacionales o internacionales; el mercado de las mercancías, el mercado de
dinero y capitales; el mercado de trabajo; el mercado de las obras, símbolos y signos; y
el último en aparecer, el de los espacios mismos. Cada mercado em el curso de los
tiempos se ha consolidado y ha asumido una forma concreta en una red: los puntos de
compra-venta para los intercâmbios mercantiles, en las rutas comerciales; los bancos y
bolsas de valores financieros para la red bancaria y la circulación de capitales; las bolsas
de trabajo, etc. Todo ello encuentra su materialización en las ciudades mediante la
construcción de edificios apropiados. Así pues, el espacio social y, sobre todo, el
espacio urbano emergen en toda su diversidad, comparable a la de uma estructura
laminada (como la de las milhojas) mucho más que a la homogeneidad isotrópica del
espacio matemático clásico (euclidiano-cartesiano)” (p. 142).
“Los espacios sociales se interpenetran y/o se yuxtaponen. No son cosas que limitan
entre sí, colindantes, o que colisionan como resultado de la inercia [...].El principio de la
superposición de pequeños movimientos nos enseña que ia escala, la dimensión y el
ritmo desempeñan un papel importante. Los grandes movimientos, los ritmos y las
grandes olas se compenetran: cada lugar social no puede comprenderse sino de acuerdo
a una doble determinación: de un lado, el lugar sería movilizado, violentado, a veces
hecho añicos por las grandes tendências — los movimientos que producen
interferencias—; por otro lado, el lugar sería atravesado, penetrado por pequeños
movimientos característicos de las redes y las ramificaciones” (p. 143).
“Esta perspectiva implica una distinción nítida entre el pensamiento y el discurso en el
espacio {en un espacio particular, dado y localizado); el pensamiento y los discursos
sobre el espacio, que no son sino palabras, signos, imágenes y símbolos; y, por último,
el pensamiento del espacio, que parte de conceptos elaborados. Esta distinción supone
un examen crítico atento a los materiales empleados, las palabras, las imágenes, los
símbolos y conceptos, así como del instrumental: los procedimientos de conjunto, el
utillaje empleado para recortar y montar, todo dentro de los marcos de la división del
trabajo científico” (p. 159).
“Todo espacio social resulta de un proceso de múltiples aspectos y movimientos: lo
significante y lo no significante, lo percibido y lo vivido, la práctica y la teórica. En
suma, todo espacio social tiene una historia a partir de esta base inicial: la naturaleza,
original y única, en el sentido en que está dotada siempre y por doquier de
características específicas (sitios, climas, etc.)” (p. 164).
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“Cuando se expone abiertamente la historia de un espacio como tal, la relación de ese
espacio con el tiempo que lo ha engendrado difiere notablemente de las
representaciones admitidas por los historiadores. Para la historiografía, el pensamiento
opera fraccionando la temporalidad; sin muchos inconvenientes, inmoviliza la sucesión
del tiempo; su análisis fragmenta y recorta la temporalidad. En la historia del espacio
como tal, lo histórico, lo diacrónico, el pasado generador dejan su inscripción
incesantemente sobre el espacio, como sobre un cuadro. Los trazos inciertos dejados por
los acontecimientos no son lo único que hay sobre y en el espacio; también existe la
inscripción de la sociedad en acto, el resultado y el producto de las actividades sociales.
Hay más que una escritura del tiempo. El espacio generado por el tiempo es siempre
actual, sincrónico y dado como un todo; lazos internos, conexiones que ligan sus
elementos, también producidos por el tempo” (p. 164).
“cuando hablamos de un paisaje, de un monumento, de un conjunto espacial (desde el
momento en que no está dado en la naturaleza), como de un cuadro, de un conjunto de
obras y productos. Una vez descifrados, un paisaje o un monumento remiten a una
capacidadcreativa y a un proceso significante. Esta capacidad puede ser
aproximadamente datada: es un hecho histórico. No se dataría al modo de un
acontecimiento, como cuando se pone fecha exacta a la inauguración de un monumento
o al día en que se ordenó erigir por tal o cual notable. No se dataría tampoco al modo
institucional, refiriendo el momento exacto en que una petición imperiosa exige que tal
organización social se incorpore a un edificio —la justicia en un palacio, la iglesia en
una catedral— . Ni en un sentido ni en otro. La capacidad creativa es siempre la de una
comunidad o colectividad, la capacidad de un grupo, de una fracción de clase activa, de
un «agente» o «actuante». Aunque el mandato y la demanda puedan ser funciones de
distintos grupos, la atribución de la responsabilidad sobre la producción de uln espacio
no puede hacerse a un individuo o a una entidad, sino a una realidad social susceptible
de investir el espacio, de producirlo! con los medios y recursos a su alcance (fuerzas
productivas, técnicas, conocimientos, medios de trabajo, etc.)” (p. 169).
“Así se evoca una larga historia del espacio, aunque este espacio no sea ni «sujeto» ni
«objeto», sino una realidad social, es decir, un conjunto de relaciones y de formas. Esta
historia del espacio no coincide ni con el inventario de los objetos en el espacio (lo que
se ha denominado desde hace poco la cultura o civilización material), ni con las
representaciones y discursos sobre el espacio. Debe rendir cuenta tanto de los espacios
de representación como de las representaciones del espacio, pero sobre todo de sus
vínculos mutuos y de los lazos con la práctica social. Encuentra así su lugar entre la
antropología y la economía política. La nomenclatura (descripción, clasificación) de los
objetos aporta algo a la historia clásica, si el historiador se preocupa de modestos
objetos cotidianos, como los alimentos, los utensilios de la cocina, las fuentes y los
platôs — o incluso los trajes— o la construcción de las casas y los materiales e
instrumentos de fabricación, etc. Pero esta vida cotidiana figura también en los espacios
de representación, o incluso podría decirse que los forma. En cuanto a las
representaciones del espacio (y del tiempo), puede decirse que forman parte de la
historia de las ideologías, siempre que el concepto de ideología no quede restringido,
como a menudo sucede en las ideologías de los filósofos y de las clases dirigentes — o,
dicho de otro modo, a las nobles ideas de la filosofía, la religión y la ¿imrn— . La
historia de! espacio mostraria la génesis (y, por consiguiente, las condiciones en el
tiempo) de essas realidades que algunos geógrafos designan como redes y que están
subordinadas al armazón de la política” (p. 170).
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“La actividad mental y social impone sus redes sobre el espacio natural, sobre el flujo
heraclítico de los fenómenos espontáneos, sobre ese caos que precede el advenimiento
del cuerpo. Esa actividad establece un orden que, como veremos, coincide hasta cierto
punto con el orden de las palabras. Atravesado por caminos y redes, el espacio natural
se modifica. Puede decirse que la actividad práctica se inscribe en él, que el espacio
social se escribe sobre la naturaleza (quizá en garabatos), lo que implica una
representación del espacio. Los lugares son marcados, numerados y nombrados” (p.
171).
“El tiempo y el espacio no se disocian en las contexturas: el espacio implica un tiempo
y viceversa” (p. 172).
“El espacio mismo, simultáneamente producto del modo de producción capitalista, e
instrumento económico-político de la burguesía, revela sus propias contradicciones. La
dialéctica surge del tiempo y se realiza; obra de un modo imprevisto en el espacio. Las
contradicciones del espacio, sin abolir las que provienen del tiempo histórico, emergen
de la historia y transportan las viejas contradicciones, en una simultaneidad mundial, a
otro nivel; algunas se atemperan, otras se agravan, y el conjunto contradictorio adquiere
un nuevo sentido y viene a designar «otra cosa», otro modo de producción” (p. 183).
“Como toda realidad, el espacio social se relaciona metodológica y teóricamente con
tres conceptos generales, a saber: forma, estructura y función. Es decir, cualquier
espacio social puede devenir objeto de un análisis formal, de un análisis estructural y,
por último, de un análisis funcional” (p. 198).
“El análisis formal y el análisis funcional no eliminan la necesidad de considerar las
escalas, las proporciones, las dimensiones y los niveles. Ésa es la tarea del análisis
estructural, relativa a los vínculos entre el todo y las partes, lo macro y lo micro.
Metodológica y teóricamente, este análisis debe completar a los otros, no abolirlos. A
este análisis incumbe la tarea de definir el conjunto (lo global), descubrir si conlleva una
lógica, esto es, una estrategia, así como un simbolismo (del imaginario). La relación
entre el todo y las partes responde a categorías generales y bien conocidas, tales como
anáfora, metonimia y metáfora, pero el análisis estructural introduce otras categorías
específicas en el debate” (p. 207).
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