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Georges Didi-Huberman Pueblos expuestos, pueblos figurantes MANANTIAL Buenos Aires Título original: Peuples exposés, peuples figurants. L’œ il de l’histoire, 4 Les Editions de Minuit © 2 0 1 2 Les Éditions de Minuit C O L E C C IÓ N T E X T U R A S : D IR E C C IÓ N G E R A R D O Y O E L T R A D U C C IÓ N DE H O R A C IO PONS Diseño de tapa: Eduardo lluiz Cet ouvrage a bénéficié du soutien des Programmes d’aide à la publication de l’Institut français. Esta obra se lia beneficiado del apoyo de los programas de ayuda a la publicación del Institut français. Didi-Huberman, Georges Pueblos expuestos, pueblos figurantes. - la ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Manantial, 2014. 272 p . ; 22x14 cm. Traducido por: Horacio Pons ISBN 978-9S7-500-179-4 I. Estética. 2. Política. I. Horacio Pons, trad. CDD 701.17 Hecho el depósito que marca la ley 1 1 .723 Impreso en la Argentina © 2 0 1 4 de la traducción y de la edición en castellano, Ediciones Manantial SRL', Avda. de Mayo 1 3 6 5 , 6 o piso (1085) Buenos Aires, Argentina Tel: (54-11) 4 3 8 3 - 7 3 5 0 / 4 3 8 3 - 6 0 5 9 i n fo@ema nantial.com. ar w w w.ema n a n tía I .c o m . a r Impresos 2 0 0 0 ejemplares en febrero de 2 0 1 4 , en Elias Porter y CIA SRL, Plaza 1 2 0 2 , CABA, Argentina Derechos reservados Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cual quier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalizacíón u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada p or las leyes 1 1 .7 2 3 y 2 5 . 4 4 6 . índice general 1. Pa r c e l a s d e h u m a n id a d e s ....................................................... 11 Esperar ver a un h om b re................................................................ 11 Sobreexpüestos y subexpuestos................................................... 14 Peligros de p a la b ra s .......................................................................... 16 R esistir en la len gu a.......................................................................... 19 R o stro s, multiplicidades, diferencias, in terv alo s 21 P ara que ap arezca una parcela de h u m an id ad ................... 2 3 E xp o n er a los sin n o m b re ............................................................. 2 6 L a “zona sucia” del aspecto h u m an o ...................................... 31 R ostros desnudos, nacidos, sostenidos................................... 36 2 . R e t r a t o s d e g r u p o ^ .................................................................... 51 Patbos del rostro o logos del dispositivo............................... 51 Del hum anism o, o la personalidad so b e ra n a ..................... 5 4 Del civism o, o el re tra to de g ru p o ............................................. 58 Del m ilitarism o, o el retrato de tro p a s ................................... 62 De la clínica, o el poder de en cu ad ram ien to ....................... 6 7 Política del encuadre: el gesto de a c e rc a rs e .......................... 7 3 M irar con t a c t o .................................................................................. 76 R ostros en con stru cció n .................................................................. 78 3. R epa r t o s d e c o m u n id a d e s ....................................................... 95 E quívocos de la cu ltu ra: el hum anism o herido................... 95 El inconfesable lugar de lo com ún............................................. 9 9 L a exposición puesta en re p a rto ................................................ 102 El rep arto form alizad o.................................................................... 105 “ Pavera, e n uda , vai F ilosofía”................................... A voz en cuello ..................................................................... “Un hombre libre, sea quien fuere, es más bello que el m árm ol” .................................................................... G estos sobrevivientes, cuerpos p o lítico s ............... 4 . P o e m a s d e p u e b l o s ....................................................................... Salidas de la fábrica, entradas en escen a ............... El pueblo im ag in ario ....................................................... Los figurantes....................................................................... Figuración, realism o, p asión ......................................... C uerpos docum entados, cuerpos l í r ic o s ............... “ Fulguraciones figurativas” .......................................... A bgio in , poem as de acciones: hacer que los conflictos bailen................................................................... Figurantes del in fiern o..................................................... En busca de los pueblos perdidos............................... La imagen al acech o.......................................................... E p í l o g o d e l h o m b r e s i n n o m b r e ....................................... Agujero, hom bre, cám ara. Seguir con la m irada ¿im ágenes de miseria o imágenes de trabajo? La leña seca, la supervivencia del bien com ú n .... Saber hacer fructificar a p artir de casi nada: técnica y dignidad del p o b re ......................................... A ras de ¡as cosas: encuadre, duración, sonido... D irecto e indirecto: delicadeza de la fo rm a . Una iirmgo bum ilis de las “ transform aciones silenciosas” efectuadas por algunos gestos........... N o t a b i b l i o g r á f i c a “ Esa búsqueda de personajes secundarios, que encuen tro en las novelas, obras de tea tro , etc. ¡El sentimiento de solidaridad que exp erim ento entonces! E n L as don cellas de B iscbofsberg (¿se l lam ará así?) se habla de dos costureras que cosen el ajuar de la única novia de la obra. ¿Qué es de esas muchachas? ¿Dónde viven? ¿Qué habrán hecho para no p oder intervenir en la obra? O bligadas a quedarse afuera, frente al arca de N o é , ahogándose casi bajo la lluvia torren cial, solo pueden ap retar p or última vez las c a r a s contra el vidrio de un ojo de buey, de m an era que el espectador de la platea solo vislumbra en él, durante un instante, una mera som bra o s c u r a .” F r a n z K a f k a , entrada del 16 de diciembre de 1 9 1 0 , en Jou rn au x , traducción de M . R o b e rt , París, G allim ard, 1 9 8 4 , p. 1 2 [trad. cast . : D iarios, 1910-1923 , Buenos Aires, E m e cé , 1 9 5 3 , p. 2 2 ] . “ Es m ás difícil h o n ra r la m em oria de quienes no tienen nom bre (das G ed äch tn is d er N am en losen ) que la de las personas recon ocid as [p a labras ta ch ad as : festejadas, sin que poetas y pensadores sean una excepción]. A la memoria de los sin n om bre está dedicada la con strucc ión histórica .” W a l t e r B e n j a m i n , “ Paraliponrènes et variantes des ‘Thèses sur le co n cept d’histoire’” ( 1 9 4 0 ) , en E crits fran çais , t raducción de J . - M . M onnoyer, Paris, G all im ard , 1 9 9 1 , p. 3 5 6 [trad. cast . : “ Paralipóm en os y variantes de las ‘Tesis sobre el con cep to de historia’ ”, en E scritos franceses, Buenos A ires , A m o r r o r tu , 2 0 1 2 , p. 4 0 5 ] , “ La c o m u n id a d [ . . . ] es lo que e x p o n e al exp on erse . Incluye la ex ter io r id ad de ser que la excluye. Exterioridad que el pensam iento no d o m in a .” M a u r i c e B l a n c h o t , L a C om m u n au té in avou ab le, París, Éditions de M inu it , 1 9 8 3 , p. 2 5 [trad. cast. : L a com u n id ad in con fesab le , M a d rid , A rena Libros, 2 0 0 2 ] , Parcelas de humanidades ESPERAR VER A UN HOMBRE Los pueblos están expuestos. N os gustaría mucho que, apoya dos en la “era de los m edios”, esta proposición quisiera decir: los pueblosson hoy más visibles unos para otros de lo que nunca lo fueron. ¿No son ellos el objeto de todos los docum entales, todos los turism os, todos los m ercados com erciales, todas las telerrealidades posibles e imaginables? También nos gustaría poder significar con esta frase que los pueblos están hoy, gracias a la “victoria de las d em ocracias”, mejor “representados” que antes. Y sin em bargo, solo se trata de exactam ente lo contrario, ni más ni menos: los pue blos están expuestos por el hecho de estar am enazados, justamente, en su representación -p o lítica , esté tica - e incluso, com o sucede con demasiada frecuencia, en su existencia m isma. L'os pueblos están siempre expu estos a desaparecer. ¿Qué hacer, qué pensar en ese estado de perpetua am enaza? ¿C óm o hacer para que los pueblos se expongan a sí mismos y no a su desaparición? ¿Para que aparezcan y cobren figura? Aparecer: ser -n a ce r o ren acer- bajo la m irada de otro. “Ser un hom bre”, sugería Prim o Levi en las últimas palabras de su relato sobre Auschwitz, acaso equivalga simplemente a poder esperar ver a un h o m b re , otro hombre, un am igo: esperar “volver a verlo algún día”, para que reaparezca otro día, un día m ás: “Y espero volver a verlo algún día”.1 C om o si se introdujera, resumida en lo extrem o de esa expectativa, la posibilidad misma de hacer un pueblo. Que los pueblos estén expuestos a desaparecer y que en ellos resista, 12 Pueblos expuestos, pueblos figurantes persista pese a todo la voluntad de reaparecer, de volver a su figura - c o m o diríam os, de 1111 hombre en peligro de ah ogarse, que vuelve a la superficie-, es lo que M aurice B lanchot habría querido llam ar la “abrum adora responsabilidad” de cada hom bre enfrentado a la desastrosa historicidad de la totalidad de la especie hum ana: Que el hombre pueda ser destruido no es, por cierto , algo tranquilizador; pero que, a pesar de ello y a causa de ello, en ese m ov im ien to mismo, el hombre siga siendo lo indestructible: eso es lo verdaderamente abrumador, porque ya no tenemos posibilidad alguna de vernos jamás desembarazados de nosotros mismos, ni de nuestra responsabilidad.2 . Aun cu and o los pueblos estén exp uestos a d esap arecer, aun cuando nos demos cuenta, frente a la historia, de que “no hay límite a la destrucción del hom bre”,2 no tendríam os que dejar de asum ir, pese a to d o , la simple responsabilidad consistente en o rg an izar nuestra espera para esperar v e r -p a ra re c o n o c e r - a ün hom bre. Y eso, a despecho de todo el pesimismo hacia el que la historia no cesa de llevarnos. En L a especie h u m a n a , el gran libro de R ob ert Anrelme, hay un m om ento paradigm ático de ese d fam a, cuando el n arrad or, en una barraca del cam p o, busca a su am igo K . y no lo en cuen tra, sencillam ente porque no tiene ya m anera de re co n ocerlo por m ucho que yazga allí, bajo sus ojos. Sencillam ente porque la máquina de destrucción concentracionar'ia ha logrado hacer desaparecer a K. a los ojos de sus propios am igos, la m an e ra final de hacerle p erd er la figura -c o m o se dice de alguien que efectivam ente se ha ahogado, que ha term inado por perder p ie -, hacerle perder la ca ra .4 En un co m en tario de ese ep isod io , Je a n -P ie rre Faye vio el m om ento extrem o del relato de A ntelm e, aquel, tal vez, en que “culm ina la descripción del enorm e ap arato de destru cción que el im perio de las SS con stru yó en el círcu lo del o d io ”.5 Pero la existencia misma de ese relato, con la com unidad de lectores que suscitó y no deja de recrear, por con tactos sucesivos “boca a b o ca”, m uestra también que el episodio, al contarse de esta m anera, habría de term in ar por rom per el aislam ien to producido en K . p or su terrible desaparición: al devolverle la figura -u n a figura e s c rita - a los ojos de los o tros, de nosotros, de todos n osotros, y reintegrarlo, Parcelas de humanidades 13 en consecuencia, a los pueblos de la “especie hum ana”. H ay en ello una dignidad devuelta -a llen d e la vida, allende la m u erte -, una “presencia que ningún poder, aunque sea el m ás form idable, podrá alcan zar salvo al precio de suprim irla, y es ella la que contiene, por sí misma y com o afirm ación final, lo que R ob ert Antelme llama sentim iento últim o d e p erten en cia a la esp ecie”.6 ¿C óm o organizar entonces, cuando los pueblos están expuestos a desaparecer, nuestra espera p ara esp era r ver a un h o m b re? Sobre la base del testim onio de A ntelm e, M au rice B lanchot responde dos cosas, dos cosas que se corresponden en cu an to la una no va sin la o tra : ante tod o , “ hacer justicia a la palabra”, en la gravedad del “poder hablar a p artir de lo im posible”;7 a continuación, hacer jus ticia a la m irada en la gravedad de una sem ejanza hum ana sacada de la desaparición m ism a, de m odo que “el ‘an trop om orfism o’ sea el últim o eco de la verdad, cuando todo deja de ser cierto”.8 Esperar ver a un hom bre sería pues volver a poner en juego la necesidad de un reco n o cim ien to d el otro , lo cual supone reconocerlo a la vez com o semejante y com o hablante. En esas condiciones, ¿cóm o sorprenderse de que el propio Antel m e, al presentar su relato -e n 1 9 4 7 y bajo el signo, no del yo, sino del n o so tros , no del au tor, sino del p u e b lo -, haya enunciado la necesidad de una palabra ganada a la sofocación y la de una im agi nación ganada al sentim iento de lo inim aginable? Antelme escribe: D urante los prim eros días que siguieron a nuestro regreso fuimos presa -to d o s , c re o - de un verdadero delirio. Queríamos hablar, que por fin nos escucharan. N os dijeron que, por sí solo, nuestro aspecto físico era bastante elocuente. Pero acabábamos de volver, traíamos con nosotros nuestra memoria, nuestra experiencia bien viva, y sentíamos un deseo frenético de relatarla tal cual era. Y sin embargo, desde los primeros días nos pareció imposible llenar la distancia que descubríamos entre el lenguaje del que disponíamos y esa experiencia que, en el caso de la mayoría, aún proseguía en nuestro cuerpo. ¿Cóm o resignarnos a no intentar explicar cómo habíamos llegado a eso? Allí estábam os, todavía. No obstante, era imposible. N o bien empezábamos a contar, nos sofocábamos. N osotros mismos encontrábamos inim aginable lo que habíamos empezado a decir. A continuación, esa desproporción entre la expe riencia que habíamos vivido y el relato que era posible hacer de ella no hizo sino confirm arse. Sin duda estábam os, pues, frente a una 14 Pueblos expuestos, pueblos figurantes de esas realidades de las que se dice que superan la imaginación. De ahora en más resultaba claro que, para tratar de decir algo de ella, solo podíam os hacerlo por elección, es decir, una vez más, por la im aginación .9 En un texto un p o co m ás tardío -d e 1 9 5 2 - tam bién titulado “L a especie hum ana”, G eorges Bataille term inaría por sugerir que entre la “dignidad propia del h om bre” y la indignidad que lo lleva a hacer desaparecer a sus sem ejantes -d ich o esto com o in trodu c ción a una an tropología del racism o, en eco con la obra de R uth Benedict, P atterns o f C u ltu re [E l h o m b re y la cu ltu ra ]- , se nos asigna finalm ente una doble ta rea : reco n o cer al sem ejante en el otro -e n el m om ento m ism o en que el o tro nos parece m ás extrañ o y más e x tra n je ro -, a la vez que recon ocem os lo desem ejante en nosotros m ism os com o la “persistencia en el ser de una negación” imposible de contener en límite a lgu n o .10 C om o si el “esperar ver a un hom bre” pudiera darse sin una interrogación cruel sobre la inhum anidad de aquello que, en la h istoria , “el hom bre hace al hom bre”. 11 C uestión de p ensar el “principio esp eran za” 12 en su fragilidad de siem pre, pero tam bién, y pese a todo , en su necesidad de cada instante.SOBREEXPUESTOS Y SUBEXPUESTOS Los pueblos están expuestos a desaparecer porque están -fe n ó meno hoy muy flagran te, intolerablem ente triunfante en su equi- vocidad m ism a - su b ex p u esto s a la som bra de sus puestas bajo la censura o , a lo m ejor, pero con un resultado equivalente, so b reex- puestos a la luz de sus puestas en espectáculo. La subexposición nos priva sencillam ente de los medios de ver aquello de lo que podría tratarse: basta, por ejemplo, con no enviar a un reportero-fotógrafo o un equipo de televisión al lugar de una injusticia cualquiera -s e a en las calles de París o en el o tro extrem o del m u n d o - p ara que esta tenga todas las posibilidades de quedar impune y, así, a lcan zar su objetivo. Pero la sobreexposición no es mucho m ejor: dem asiada luz ciega. Los pueblos expuestos a la reiteración estereotipada de las im ágenes son tam bién pueblos expuestos a desaparecer. Por ejem plo, el pobre pueblo humilde de las “telerrealidades”, que se parte Parcelas de humanidades 15 ae risa, cree sinceram ente brillar pero pronto llorará, apiadado de sí m ism o -siem p re bajo con trato , perdedor p ro g ra m a d o - antes de d esaparecer en los cubos de basura del espectáculo. Es probable que los historiadores del futuro tengan m otivos para asom brarse de una situación de hecho que reúne sobreexposición y subexposición en la m ism a imagen de los pueblos contem poráneos. H ay innum erables fotografías, innumerables secuencias televisivas donde “la gente” se expone, es cierto , pero “ b orro sa”, com o sue le decirse. Algún día habrá que cuestionar la sim etría que, vista desde lejos, reúne las censuras originadas en sistem as políticos que se p roclam an opuestos: por un lado, los rostros velados; por o tro , los rostros borrosos. Por un lado, los rostros en guerra santa destinados a la explosión y la llam a; por o tro , los rostros en santa apatía destinados a la implosión, la ceniza de los pixeles o de la nieve electrónica. Pueblos b orrosos: se osa hablar -¿an tífrasis cín ica o in con s c ie n te ?- de d erech o a la im agen . La im agen m antiene, es verdad, una rela ció n a n tro p o ló g ica de muy larga d ata co n la cu estión del derecho civil, el espacio público, la representación p o lít ic a .12 Pero ese derecho -q u e hacía de la im ago rom ana una p rerro g a tiva inseparablem ente ligada a la dignitas re p u b lica n a -14 se ha con vertid o , hoy m ás que nunca, en una cuestión de prop ied ad privada: lo co n tra rio , p or lo tan to , de una dignidad republicana que ningún sujeto, en teoría, tiene derecho a atrib uirse y m enos aún a com p rar. En una breve e incisiva reflexión sobre ese prob le m a, Jacq u es R an cière ha m ostrado que, en el co n te x to a c tu a l, la dignidad m on etizada por interm edio del “derecho a la im agen ” está b rutalm ente asim ilada a una cuestión de p ro p ied a d priv a da d e la im a g en ; m ientras que m uchas co m u n id a d e s , p riv a d a s d e im a gen , están exp uestas a desaparecer con arm as y bagajes bajo la ley del terro r m ilitar: Lo que los genocidios y las limpiezas étnicas niegan es, en efec to, un primer “derecho a la imagen”, anterior a toda propiedad del individuo sobre “su” imagen: el derecho a ser incluido en la imagen de la común humanidad. (,..] Casi nadie espera ver a las víctimas kosovares venir a demandar indemnizaciones por la publicación de su imagen en la prensa francesa.I s 16 Pueblos expuestos, pueblos figurantes ¿C óm o se m irará, m añana, a los pueblos? ¿C óm o se los m ira boy? ¿En qué está, por ejemplo, la tradición fotográfica “d o cu m en tal”, 16 esa tradición que puso a nuestro alcánce los rostros de los pueblos de W eim ar (August Sander), la N o rteam érica pobre (W alker Evans), el París n octu rn o (Brassaí) e incluso el M éxico revolucionario (M anuel A lvarez B ravo)? ¿N u estros pueblos se habrán convertido hoy -p e ro ¿en virtud de qué m aldición de la im ag en ?- en pueblos sin rostros? PELIGROS DE PALABRAS L os peligros de m uerte se fom entan, se anticipan o ferm entan en el uso de las palabras. Si los pueblos están exp uestos a desapa recer, es tam bién porque se han con stituido d iscursos p ara que, aunque ya no veam os nada, podam os aún creer que todo nos sigue siendo accesible, todo perm anece visible y, com o suele d ecirse, “ bajo co n tro l”. En su “ Pequeña historia de la fo to g rafía” W alter Benjam ín introdujo con m aestría la cuestión de la leg ib ilid a d de las im á gen es, som etiendo a estas a un descifram iento concebido 110 para d ar a las palabras la últim a palabra sobre ellas sino, al co n trario , para poner unas y otras en una relación de perturbación recíp ro ca , de cuestionam iento p or m edio de un vaivén siem pre reactivad o. Una relación crítica, p ara decirlo todo. C uan d o esta relación no se construye, cuando las im ágenes con vocan “n atu ralm en te” a las palabras que deben aco m p añ arlas , o bien cu a n do las palabras con vocan “esp on tán eam en te” im ágenes que les corresp o n d an , podem os decir que estas últim as -c o m o aquellas m ism a s- han quedado reducidas a una nadería de'm ínim o valor: a estereotipos. . Así, cuando los “clisés visuales no tienen o tro efecto que el de su scitar por asociación clisés lingüísticos (sprachficbe [ ...] K lis chees) en quien los m ira”, escribe Benjam ín, es porque la partida ya se ha perdido, tanto en el plano de la imagen corno en el del lenguaje y el pensam iento.17 Bertolt Brecht - a quien Benjam ín se m uestra aquí muy ce rca n o - decía por su parte que “una foto de las fábricas Krupp o de la A. E . G. no revela casi nada de estas instituciones”.18 E sto , para d ar a entender con claridad que una im agen solo puede e x p o n e r correcta m en te su tem a si im plica la relación con el len Parcelas de humanidades 17 guaje que su visualidad m ism a es capaz de suscitar al perturbarla y dem andarle siempre que se reform ule y se ponga en entredicho. Y Benjam ín concluye: “¿N o es m ás que analfabeto el fotógrafo que no sabe leer sus propias im ágenes (der seine e igen en B ild er nicht lesen ka n n fi ¿La leyenda (B eschriftung) no va a convertirse en el elemento esencial del clisé?”.19 En esta d ialéctica tod o funciona rigurosam ente en todos los sentidos. H ab lar de la legibilidad d e las im ágenes no es solo decir, en efecto, que estas reclam an una descripción (B escbreibu n g), una con stru cción discursiva (B esch riftu n g ), una restitución de senti do (B e d e u tu n g ). Es decir tam bién que las im ágenes son capaces de con ferir a las palabras m ism as su legibilidad inadvertida. En 1 9 2 6 , m ientras la gente se entretenía con todos los estereotipos lingüísticos sobre los “horrores de la gu erra” -y hacía lo posible para consolarse de inm ediato, para no im agina r las cosas mismas de las que h ablaba, p ara e m p o b re c e r de hecho toda su cap aci dad de c o n ta r la s - ,20 B ertolt B rech t, sin co n trad ecir su proposi ción precedente, aconsejaba ir a verlos de m ás cerca , valiéndose de docum entos fotográficos. En respuesta a una encuesta literaria sobre “los m ejores libros del a ñ o ”, declaró : “Por el precio de un disco de villancicos navideños uno puede com p rar a sus hijos ese m on stru oso libro de im ágenes que se llam a G u erra a la guerra-. son docum entos fotográficos que m uestran un retrato consum ado de la hum anidad”21 (figura 1). Se com prende entonces que la expresión “retrato consum ado de la hum anidad” equivale estrictam ente a la “jeta ro ta ” de los solda dos de infantería, esos proletarios de las trincheras, esos pueblos desfigurados por la gu erra. En la expresión elegida por Brecht no solo hay una ironía som bría. Tam bién se tra ta de la restitución de una p arte de verdad que los nacionalism os de entonces- y los im pulsos m ísticos de la “m ovilización to ta l” que en contram os, sobre tod o, en los libros publicados en esa m ism a época por Ernst Jü n g e r-22 querían cu b rir a tod a co sta con un velo de som bra o silencio. N o debem os asom brarnos de que K rieg d em K riege! pro ponga, bajo la dirección de Ernst Friedrich, un montaje de imágenes que se contradicen violentam ente (por ejemplo cuando se muestran lado a lado una decisión del E stad o M ayor y su consecuencia en las trincheras, a saber, un m ontón de cadáveres),23 pero también de im ágenes que con trad icen con igual violencia las palabras impre- 18 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Figura 1. Fo tö g rafo a n on im o , “ ‘Je ta r o ta ’ de la guerra 1 9 1 4 - 1 9 1 8 ”. Tornado de E rn st Friedrich, K rieg d em K riege!, 1 9 2 4 , p. 217. sas en frente (por ejemplo cuando las fotografías de mutilados de guerra se acom p añ an de los discursos nacionalistas y triunfalistas que las precedieron, y en los que se invoca el esplendor del “pueblo com batiente” ).24 Parcelas de humanidades 19 D esconfiem os, por lo tan to , de las palabras que acom pañan la exp osición de nuestros pueblos. H ay palabras de las que no se quiere ver que no quieren decir sino en demasía lo que dicen: por ejemplo, la palabra selecció n , a la que parece consagrado en su totalidad el relato de François Em m anuel titulado L a cuestión h um ana , así com o el reciente filme hom ónim o de Nicolas Klotz y Élisabeth Perceval. 25 En ellos se sigue, en cierto m odo, el tra yecto de lenguaje -d e terrible eficacia sobre los cu erp o s- que va de la “selección” para hacer desaparecer pueblos enteros (por el buen funcionam iento de la decisión política que los nazis llamaron E n d ló su n g)... a la “selección” para hacer trabajar a pueblos enteros en el buen funcionam iento de la industria y el “libre” mercado. Pero hay palabras, sin duda aún más num erosas, de las que no se quiere ver que pretenden decir exactam ente lo contrario de lo que en realidad dicen: por ejemplo, y ya que estam os, la palabra p u e blo. Una palabra que hoy, y por la vía de su norteam ericaniz.ación com o peo p le , quiere designar todo aquello de lo cual el pueblo real está ostensiblemente excluido: a saber, los ricachones, los famosos, quienes “tienen una imagen”, la poseen y la administran en lo mejor del m ercado sim bólico y las apuestas del prestigio. Al no m ostrar más que p eo p le , nuestros medios censuran pues con la m ayor de las eficacias toda representación legítima y toda visibilidad del p ueblo . Y al utilizar la palabra im agen para decir “imagen de m arca” e “im agen de sí”, nuestros contem poráneos consiguen con la m ayor de las eficacias despojar a esa palabra de sus significaciones fundam entales. ¿Una im agen no com ienza a ser interesante -y no com ienza, sin m á s - solo al darse com o una im agen de! o tro ? RESISTIR EN LA LENGUA Las im ágenes, com o las p alab ras, se blanden co m o arm as y se disponen com o cam pos de conflictos. R econocerlo, criticarlo, intentar conocerlo con la m ayor precisión posible: esa sea tal vez una prim era responsabilidad política cuyos riesgos deben asumir con paciencia el historiador, el filósofo o el artista. De allí el valor ejemplar del trabajo filológico -q u e fue tan arriesgado como pacien t e - llevado a cabo por V ictor Klemperer durante la Segunda Guerra 20 Pueblos expuestos, pueblos figurantes M undial. Su análisis clandestino de lo que llam aba LT1 -L in g u a Tertii Im peri, o sea la “Lengua del Tercer Reich”- fue para él “ un medio de legítima defensa, un SOS enviado a [sí] m ism o”.21’ Para nosotros, que la leemos hoy, esa lengua aparece com o una descrip ción irreemplazable de lo que puede ser una lengua totalitaria. Una lengua en la que florecen ciertos prefijos y no o tros , 27 por ejemplo; una lengua de verdugos que se insinúa a través de tantos giros obli gados que las víctim as mismas term inan por envolverse en ellos. Así, Klemperer escribe: El efecto más potente no fue producido por discursos aislados, ni por artículos u octavillas, ni por carteles o banderas; no fue el producto de nada de lo que estábamos obligados a registrar por el pensamiento o la percepción. El nazismo se insinuó en la carne y la sangre de la multitud a través de las expresiones aisladas, los giros, las formas sintácticas que se imponían a millones de ejemplares y que se adoptaron de manera mecánica e inconsciente. [...] Yo observaba cada vez más minuciosamente la manera de hablar de los obreros en la fábrica, la de los brutos de la Gestapo, y cómo nos expresábamos entre nosotros, en ese jardín zoológico de los judíos enjaulados. No había diferencias notables. N o, a decir verdad no había ninguna. Todos, partidarios y adversarios, aprovechadores y víctimas, tenían como indiscutible guía los mismos modelos.28 A nosotros, que leemos hoy estas palabras, ¿no nos toca escu char las palabras del hoy, prevenidos de las torsiones, las perver siones que, al m enor giro o inflexión, pueden afectarlas? ¿Qué pasa cuando el exp lotad or impone su vocabulario al exp lotad o, cuando el indocum entado se ve obligado a declinar su estado civil con las palabras escogidas por el funcionario de la Prefectura, y solo con ellas? Es preciso, pues, resistirse a esas lenguas: resistirse en la lengua a esos usos de la lengua .29 N o abandonar al enemigo la palabra -e s decir la idea, el territorio, la posibilidad- de la que él intenta apropiarse, prostituyendo, a sabiendas o no, su significación. N o será entonces el populismo el que logre que nos dé asco la palabra pueblo-, no serán las cobardías de los seudodem ócratas las que nos aparten de la palabra dem ocracia , y no será el régimen deletéreo de nuestras im ágenes m ediáticas el que nos haga renunciar a la atención debida a toda im agen que se respete. Pincelas de humanidades 21 Fue así com o Gilíes Deleuze y Félix G uattari supieron responder -sin descuidar ninguna de sus exigencias filosóficas-al vocabulario ya com ercializado dél acontecim iento o el concepto : Cuanto más tropieza la filosofía con rivales desvergonzados y necios, más los reencuentra en su propio seno y más bríos siente para cumplir la tarea, crear conceptos, que son más aerolitos que mercancías. Ríe con una locura que le arranca lágrimas. Así, en consecuencia, la cuestión de la filosofía es el punto singular donde el concepto y la creación se relacionan uno con otro .-10 M ás recientem ente, E ric H azan ha d iagnosticado una ver sión contem poránea ele la LTI al analizar los “eufem ism os”, las “denegaciones invertidas” o los “centrifugados sem ánticos” que la L Q R -léase L in gu a Q uintae R espublicae, “Lengua de la Q uinta República”- sabe infligir a las palabras en el lenguaje que, en todo m om ento, nos rodea y nos condiciona31 (por desdicha, p u eb lo e im agen no form an parte de su repertorio semántico). Por estar los pueblos expuestos a desaparecer, tanto en el uso de las palabras com o en el de las im ágenes, hay que “ resistirse en la lengua” y reconstruir, sin descanso, las condiciones de una reaparición de los pueblos en el espectáculo de nuestro mundo. ROSTROS, MULTIPLICIDADES, DIFERENCIAS, INTERVALOS Al plantear esta cuestión de aparición , ¿no nos indinam os por privilegiar la apariencia de los pueblos -su “imagen”- , diferenciada de algo mucho m ás fundam ental y mucho menos ilusorio, algo que, eventualmente, defina su esencia (puesto que, además, desde Platón los filósofos han tom ado la costum bre de esgrim ir la oposición canónica entre esencia y apariencia)? La respuesta es que tal cues tión, por venerable que sea, se revela sin duda mal planteada. Lina expresión com o “los pueblos” no apunta en nada a la unidad de una esencia, de una entidad con referencia a la cual pueda glosarse su form a una, inteligible y verdadera, completamentedistinta de su apariencia múltiple, sensible y ficticia. ¿Pasará con los pueblos com o con esos “viles objetos” -p elos, barro, m u g re- a cuyo res pecto Sócrates, en el P annénides, dudaba de que hubiese “ una Idea de ellos” ?32 Las distinciones y los axiom as de la filosofía idealista se aplican muy m al a esas co sas, hum anas y dem asiado hum anas, que llam am os “pueblos”, “m asas” o “ multitudes”. H an n ah A tendí, que intentó a lo largo de tod a su vida no dejar p asar nunca una apariencia ficticia o una m entira p olítica ,33 no vacilaba en integrar a lo que daba el nom bre de “vida del espíritu” -c o s a que tam bién es la vida p o lítica - un verdadero p en sa m ien to d e la a p a rien cia .34 Todas las cosas h u m an as, afirm a A ren d t, “ tienen en com ú n el hecho de p a recer y por eso m ism o estar hechas p ara verse, escu charse, to carse , ser sentidas y gu stad as”, a punto tal que se torna necesario decir: “ Ser y p arecer coinciden”.35 Este punto de partida muy general tiene una consecuencia direc ta y con creta en el plano de la experiencia política, com o bien lo ha com entado Etienne Tassin: El espacio público [debe serJ definido com o dominio de apa rición para la palabra y la acción. [...] N o estamos condenados a la apariencia y, por ende, tam poco a una presunta autenticidad. Ser y apariencia son realm ente lo mismo. Solo hay política de la apariencia, y esa es su nobleza. La relación del ser con la apariencia no debe comprenderse como una relación m imética, pero tam poco en una oposición de lo oculto y lo presentado, lo encubierto y lo exhibido: la política está siempre del lado de lo que se presenta [...] . Esa presentación es tan extrañ a a una problem ática de la representación [en el sentido clásico] com o a una problemática de lo impresentable.36 ¿C óm o hay que entender entonces ese a p a recer p o lítico , ese ap arecer de los pueblos? Para responder, H an n ah A rendt acudió a cu atro p arad igm as: ro stro s, m ultiplicidades, diferencias, in ter valos. R o stro s: los pueblos no son a b straccio n es, están hechos de cuerpos que hablan y actú an . Presen tan , exponen sus rostros. M u ltip licidad es , desde luego: todo esto constituye una m ultitud sin núm ero de singularidades -m o v im ien to s sin gu lares, deseos singulares, palabras singulares, acciones s in g u lares- cuya sínte sis no p o d ría h acer ningún con cep to . P or eso no hay que decir “el h om bre” o “el pueblo”, sino, en verdad, “los h om b res”, “ los p ueblos”. “ L a p o lítica -d ic e A re n d t- , se basa en un h ech o: la p luralidad h u m an a. D ios cre ó al h om b re; los h om b res son un producto h um ano, terrenal, el p roducto de la n aturaleza hum ana. Por ocu p arse siem pre d el hom bre, la filosofía y la teología [...] 2 2 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Parcelas de humanidades 23 nunca en co n traro n una respuesta filosóficam ente valedera a la pregunta: ¿qué es la p olítica?”.37 El aparecer político es pues una aparición de d iferen cia s : “ La política se ocupa de la com unidad y la reciprocidad de seres dife rentes [ ...] . La diversidad original se borra con tanto m ayor eficacia cuanto que la igualdad esencial de todos los hom bres es destruida no bien se tra ta d el hom bre”.38 En definitiva, pensar la com unidad y la reciprocidad de esos seres diferentes equivale, por lo tan to , a pensar el espacio político com o la red de los intervalos que em pal m an las diferencias unas con otras: La política nace en el espacio-que-está-entre los hombres, y por consiguiente en algo fundamentalmente exterior-al hombre. N o hay, pues, una sustancia verdaderamente política. La política nace en eLespacio intermedio y se constituye com o relación. [...] La política organiza de entrada a seres absolutamente diferentes, considerando su igualdad relativa y'haciendo abstracción de su diversidad relativa.39 P lan tear entonces la cuestión de la exp o sició n d e los p u eb lo s - o de la exposición en cuanto paradigm a p o lítico - equivaldría a em barcarse en lo que Aby W arburg llam aba con tan to acierto una iconología de los intervalos , una exploración del “espacio-que-está- entre” (Z w iscben raum ), el espacio por donde pasan y se constituyen las relaciones entre diferencias en un conflicto perm anente entre m onstra y astra o , com o decía W alter Benjam in, entre “ b arb arie” y “cu ltu ra”. C onflicto en el que se cuenta, com o en un perpetuo nuevo montaje de los espacios y los tiempos, toda la historia trágica de la exposición de los pueblos. PARA QUE APAREZCA UNA PARCELA DE HUMANIDAD E n un célebre discurso pronunciado en oportunidad de la recep ción del premio Lessing, otorgado por la ciudad libre de H am burgo el 2 8 de septiem bre de 1 959 , H an n ah A rendt decidió plantearse la cuestión de la hum anidad -e n un juego con el doble sentido de la kum anitas com o especie hum ana y com o sabiduría hum ana o p o é tica del co n o cim ien to -, la hum anidad tal com o querríam os verla no desaparecer en las épocas de opresión política aquí llam adas, 2 4 Pueblos expuestos, pueblos figurantes en una referencia a Bertolt B recht, “tiem pos de oscu rid ad ” (Von d e r M en schlichkeit ¡11 finsteren Z eiten ).40 ¿Qué son, pues, los “tiempos de oscu rid ad ” ? A rendt pretende hablar ante todo de la época de las guerras -g u e rra s mundiales o guerras “ frías”- , pero por nuestra p arte , en esta ép oca con tem p orán ea, también debemos pensarlos en el sim ulacro organizado, al menos en O ccidente, alrededor de la m entira de que el tiem po de las guerras habría term inado. O scu ras gu erras d eclarad as u oscuras presuntas paces, los fin steren Z eiten se caracterizan sobre tod o , a juicio de H annah Arendt, por el hecho de que “el dom inio público ha perdido [en ellos] el poder de ilum in ar”.41 E igualm en te oscu ros se revelan los tiempos en que la vida pública, la vida de los pueblos, se organiza -c o m o se organizó explícitam ente en los regímenes “com unistas”, y com o siempre se organ iza, pero de m anera im plícita, en nuestros regímenes “liberales”- en torn o del “concepto de una verdad única” del hom bre. Es, en realid ad, la inhum anidad la que to ca en suerte a las sociedades capaces de blandir así al hom bre o al pueblo, en d etri m ento de los hombres o los pueblos.42 Al ser la política hum ana el espacio de las diferencias, roda verdad situada fuera de ese espacio, ya traiga felicidad o infe licidad a los hombres, es inhumana en el sentido literal del término, y no por el hecho de que pueda levantar a los hombres los unos contra los otros y separarlos. Muy por el contrario, lo es porque podría tener la consecuencia de que todos los hombres coincidieran de súbito en una opinión única, de modo que la pluralidad llegara a ser una, como si sobre la Tierra tuvieran que vivir no los hombres en su pluralidad infinita, sino el hombre en singular, una especie y sus representantes. De suceder eso, el mundo, que no se forma sino en el intervalo entre los hombres en su pluralidad, desaparecería de la Tierra.43 Ciertos hombres, ciertas mujeres se singularizan -e n el ejercicio del arte , del pensam iento, de la historia o de la p o lítica - al hacer de los rostros, las multiplicidades, las diferencias y los intervalos su propia inquietud de hum anitas. Ellos m ism os se sitúan en la diferencia o el intervalo, sin perjuicio de “en trar en con flicto con el m undo de la vida pública” cuando esta se organiza en torno de la inhum anitas de una verdad ú n ica.44 En ese punto cob ra todo Parcelas de humanidades 2 5 su sentido en el discurso de A rendt el elogio de Lessing, escritor, dram aturgo y pensador cuya “retirada fuera del mundo [fue] tod a vía útil al m undo, y cuya actitu d , “radicalm ente crítica” y hasta revolucionaria, articulaba poesía y acció n en un mismo y pertinaz enfrentam iento de todos los prejuicios.4-1 En la perspectiva abierta por A rendt, Lessing, sin duda, se dirige por lo tan to a los pueblos: Lessing se retira en el pensamiento sin replegarse sobre su yo; y si hubo para él un vínculo secreto entre acción y pensamiento [...], ese vínculo consistía en el hecho de que acción y pensamien to advienen ambos bajo la forma del movimiento y, por ende, la libertad, que los funda a am bos, es la libertad de movimiento. [...] El pensar de Lessing no es un hablar consigo mismo sino la anticipación de un hablar con otros 46 A hora bien, en nuestros días esa anticipación solo tiene sentido con tra un fondo de d esastre: “N os b asta con m antener los ojos ab iertos”, escribe A rend t, “p ara ver que nos en contram os en un verdadero cam p o de escom b ros”.47 Se trata entonces de p rocu rar que, p ese a todo , aparezca una form a singular, una “parcela de h u m an id ad ”, p or hum ilde que sea , en m edio de las ruinas o la op resión . Es lo que sucede, p or ejem plo, cu an d o los escritores franceses de los siglos X V III y X I X se con sagran cada vez con m ayor precisión a la suerte de los pueblos “op rim id os”, de los “p erseguidos”, los “exp lo tad o s”, los “ hum illados”, los “ m isera bles”.48 O cu and o los p oetas producen una “queja que se eleva de la rem in iscen cia” - e s G oeth e, al escribir: “El dolor cam b ia, la queja repite / De la vida el vagabundeo laberíntico”- a fin de indicar un “sentido p ara el o b ra r” sobre la base de una historia narra ble: “El p o eta , en un sentido muy general, y el historiador, en un sentido muy p articu lar, tienen la tarea de desencadenar esta n arración y guiarnos en ella”.49 En este punto es preciso volver a la “política de la piedad” y, en especial, de la am istad (philia) que H an n ah A rendt analiza tan bien, sobre todo en la obra de Jean-Jacques Rousseau, sin om itir p rolon gar su tray ecto ria hasta B ertolt B rech t, W alter Benjamín o Fran z K a fk a .50 “D ondequiera que triunfe en esta ép oca una am istad sem ejante [...] , dondequiera que esta se haya mantenido en su pureza, es decir, sin falsos com plejos de culpa, por un lado, y falsos com plejos de superioridad o inferioridad, por el o tro , se habrá realm ente con q u istad o una p arcela de hum anidad en un m undo devenido in h um ano ”. 51 2 6 Pueblos expuestos , pueblos figurantes E X P O N E R A LOS SIN N O M B R E C onq u istar una “p arcela de h u m an id ad ”: de eso debería ser cap az una obra' de a rte ; con la con d ición de h acer la “ h istoria narráble”, con la con dición , tam bién, de producir.la “anticipación de un hablar con o tro s”. Al m encionar esta capacidad del arte com o hum anitas, H an n ah A rendt tenía en m ente, sobre tod o , algunas grandes obras p oéticas: de Esquilo a B ertolt B recht, de Lessing a Kafka o de Shakespeare a René C har. Pero tam bién nosotros pode mos exam in ar la producción de obras visuales conform e al criterio de esa m ism a exigencia. ¿C onq u istar una “parcela de hum anidad” haciendo una imagen? ¿C óm o puede ser aún posible, en una época que p arece tan lejos de los D esastres de C oya e incluso del G u er- nica de Picasso? Al com ienzo de su libro D e C alegari a H itler, Siegfried K racauer quiere prevenir a su lector de que, a despecho de su carácter visual y, por lo tan to , de su form a expuesta a tod os, las obras cin em atográ ficas - y esto vale en la m ism a m edida, no cabe duda, para las obras p ictóricas, escultóricas o fo to g ráficas- participan de una “historia secreta”, una historia sintom al en la que se declinarían, dice aquel, las “disposiciones interiores del pueblo”: “M ás allá de la historia m anifiesta de los cam bios econ óm icos, de-las exigencias sociales y de las m aquinaciones políticas, hay una historia secreta que involu cra las disposiciones interiores del pueblo alem án. La revelación de esas disposiciones por conducto del cine alem án puede contribuir a la com prensión del ascenso y el ascendiente de H itler”.52 Paradoja de una historia visual que no dice ni explícita aquello cuyo síntom a ofrece, es decir, la exp o sició n y el m isterio a la vez. Con esta parad oja, K racau er no hace sino reiterar p ara la his toria del cine lo que otros historiadores, antropólogos o sociólogos ya habían señalado en lo concerniente a la dim ensión “esté tica” de tod a realidad social. A sí, A by W arb u rg busca en las form as figurativas - y h asta o rn am en ta les- el surgim iento sintom al de los conflictos religiosos, políticos y culturales m ás p rofu n dos .53 Así, M arcel M auss sitúa los fenóm enos estéticos entre o tros grandes Parcelas de humanidades 27 paradigm as - té c n ic a , econom ía, derecho, m oral, re lig ió n - n ece sarios p ara llevar a buen puerto cualquier análisis an trop ológico de una cu ltu ra d ad a .54 Así, Georg Simmel descubre que toda rea lidad social tiene com o único destino el de tom ar fo rm a ; esto es, requiere en un m om ento determ inado que nos interroguem os sobre sus m odos de aparición o exposición .55 N o es una casu alid ad , por otra p arte , que estos tres autores hayan considerado n ecesario que sus “ investigaciones sociales” pudiesen exam in ar centralm ente las nociones de individuo, sujeto o persona a través de los valores de exposición del ro stro , la m áscara o el re tra to .56 En ese dom inio inestable del pensam iento, W alter B enjam ín replanteó de m anera decisiva la cuestión política de las im ágenes. Todos con ocen - o deberían co n o ce r- su llam ado a una politiza ción d el a rte con tra la “estetización de la p olítica” p racticad a con m étodo por los fascismos europeos en las décadas de 1 9 2 0 y 1 9 3 0 .57 Pero el problem a general es, en realidad, m ás com plejo de lo que lo sugiere esta única indicación en form a de consigna. En efecto , en el m ism o tex to - a saber, el fam oso artículo sobre “ L a obra de arte en la ép oca de su reproductibilidad técn ica”, escrito en 1935 y revisado en 1 9 3 8 - Benjam ín com ienza por tom ar nota de una con m oción h istórica que habría de m arcar profundam ente el uso m oderno y laico de las im ágenes, en contraste con su uso religioso de los tiempos pasados: “A medida que las diferentes prácticas artís ticas se em ancipan del culto [religioso], se tornan m ás num erosas las oportunidades de exponerlas [...] (en especial) en la fo tografía , [donde] el valor de exposición (A usstellungsw ert) com ienza a hacer retroced er en toda la línea el valor cultual (K u ltw ert)” .58 L a distinción entre valor cultual y valor d e exposición se presen ta dentro de una reflexión más amplia -q u e podríam os ca lificar de neohegelian a- sobre la evolución general de las artes. Se tra ta , dice Benjamín, de “representar la historia del arte com o la confrontación entre [esos] dos polos en el seno m ism o de la obra de a r te ”.59 Al afirm ar que en la época de la fotografía y el cine la obra de arte , “en vez de apoyarse en el ritual [religioso], se funda ah ora en [...] la p olítica”, 60 Benjamín no plantea la cuestión de m anera unilateral sino, en verdad, dialéctica: si Charles Chaplin hace un filme con la realidad social de los T iem pos m o d ern o s y Eisenstein lo hace con el acontecim iento histórico de O ctu b re , no es solo que en lo sucesivo el artista elija ex p o n er a los pueblo s; sucede tam bién que, políticam ente, ¡o sp u eb lo s, al estar expuestos a desaparecer, com o ya ocurrió en 1 9 1 4 -1 9 1 8 , han d ecidido ex p o n erse p o r sí m ism os de lina m aneta más radical y decisiva, por ejemplo m ediante el resta blecim iento de los lazos con la gesta revolucionaria del siglo X I X ; en una palabra, m ediante la vuelta a las calles p a ta hacer lo que se llam a de m odo tan pertinente “m anifestaciones”(que Eisenstein y Chaplin representan, desde luego, de dos m aneras muy diferentes). Por eso Benjamín no vacila en juzgar políticam ente las dem ocra cias m odernas conform e al criterio de su capacidad de aparecer, su p o d er de exposición: “ La crisis de las dem ocracias puede com pren derse”, escribe, “com o una crisis de las condiciones de exposición (ais ein e K rise d er A u sstellu n gsb ed in gu n gen ) del hom bre políti c o ”.61 En la econom ía to talitaria esas condiciones de exposición están reglam entadas p or una “selección” violenta, una selección “de la cual el cam peón [deportivo], la vedette y el d ictad or salen vencedores”.62 Pero, al m ism o tiem po, la exigencia d em ocrática señala que “cada uno puede hoy reivindicar legítim am ente ser fil m ad o”:65 reivindicación legítim a, por cierto , pero cuyo uso -h a b rá de co n statarse-p u ed e llevar tanto a lo m ejor com o a lo peor, según que los pueblos sean simples juguetes puestos en escena por un jefe (pensemos en el ejército de trabajadores de E l triunfo d e la vo lu n tad de Leni Riefenstahl) o los auténticos 'actores de su exposición (pensemos en las muchedumbres de O ctu b re o L a huelga). C om o quiera que sea, la exposición de los pueblos se ha conver tido en un objetivo fundam ental de la vida pública y política -n o solo, entonces, de la vida a rtís tica - con tem p orán ea. En el m om en to de redactar su testam ento filosófico, o sea, sus tesis “ Sobre el concepto de historia”, de 1 9 4 0 , W alter Benjam ín se encontraba en la situación desesperada de recon ocer en la “selección” to talitaria -e n tre los desaparecidos y los ap arecid os, así com o Prim o Levi podía hablar de los “náufragos” y los “sobrevivientes”- la instan cia victoriosa de esa lucha por la exposición política. E ra la época en que las fuerzas de la resistencia se ocu ltab an en el m onte, las octavillas circulaban bajo cuerda y la esperanza solo se sostenía, muchas veces, de la transm isión llena de interferencias de las ondas de R adio Londres. En esa situación, la desesperación lúcida -e l “pesim ism o”, la “ tristeza”, dice simplemente B en jam ín - consistía en recon ocer que la historia legible por el m ayor núm ero es escrita ante tod o por los 2 8 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Parcelas de humanidades 29 vencedores, ese “enemigo [que] no ha term inado de triunfar” y cuyo “b otín ” corre muy rápidam ente el riesgo de identificarse con todo “lo que llam am os bienes cu ltu rales”.64 Pero Benjamín bien sabía - y hoy, tratán dose de nuestra propia contem poraneidad, todavía lo sab em o s- que frente o al m argen de esa “tradición de los ven ced ores” que nos m iente, resiste, sobrevive y persiste una menos legible “tradición de los op rim id os”.65 T radición de los pueblos cuya exigen cia tendrían a su carg o volver a ex p o n er , “a con trap e lo”, tanto el historiador y el pensador com o el artista . M e parece muy probable que la situación de desesperación histórica en que se encontraba Benjam ín cuando escribió esas líneas condicione en notable medida la gran p aradoja de sus form ulaciones para una exigencia com o aquella. Por un lado, en efecto, Benjam ín parece pedirlo todo, com o si exigiera lo imposible: de allí el tono m esiánico de algunos de sus p árrafos; de allí, tam bién, la idea de que “nada de lo que ha tenido lugar alguna vez está perdido p ara la historia”, por lo cual podría im aginarse una p ráctica historiográfica para la que “el pasado [se hubiera] convertido en íntegram ente citable”.66 L a única m anera, al parecer, de no olvidar a nadie en la exposición de los pueblos. Esa sería, en cierto m odo, la vertiente m an íaca -p e ro aquí m anía ca hasta la desesperación, porque la “fuerza m esiánica” de la que habla Benjam ín en su tex to solo se califica desde la perspectiva de la “debilidad”- de las tesis “ Sobre el con cepto de h istoria”. L a o tra v ertien te , depresiva o m elan có lica , ya casi no pide nada; se con ten ta con el m ás m agro kairos, una simple parcela de m em oria involuntaria aparecida en m edio de la catástrofe: “H acer obra de h istoriad or [...] significa ap oderarse de un recuerdo, tal .com o surge en el instante del p eligro”.67 P odríam os entonces p re guntarnos: ¿no hay que olvidar nada, citar íntegram ente, represen tar a todos los pueblos de la h istoria, vencidos con vencedores? ¿O bien basta con apoderarse de unas m igajas inadvertidas, restituir una p arcela, exponer un m ero vestigio de hum anidad? Si “el sujeto del con ocim ien to h istórico es [verdaderam ente] la clase oprim i d a”,68 es decir, la clase exp uesta a desaparecer o , com o m ínim o, a verse “su b exp u esta” en las representaciones consensúales de la h isto ria , ¿có m o , en ton ces, h acer visible y legible su gigantesca p arte m aldita? ¿C óm o h acer la historia de los pueblos? ¿Dónde h allar la palabra de los sin nom bre, la escritu ra de los sin papeles, 3 0 Pueblos expuestos, pueblos figurantes el lugar de los sin tech o , la reivindicación de los sin d erech os, la dignidad de los sin im ágenes? ¿Dónde h allar el archivo de aquellos de quienes no se quiere co n sign ar n ad a, aquellos cuya m em oria m ism a, a veces, se quiere m a ta r?69 L a p aradoja de Benjam in p arece patente, pero no p odría redu círsela a una con trad icción filosófica y ni siquiera p ráctica . A dife rencia de un p rob lem a, una p arad oja no se “resuelve”. Pero se “zanja”. Im plica un acto de co rte que asum e tod a su significación -s u resp on sabilid ad - política. D esde un punto de vista filosófico, Benjam in zanja en lo concerniente a la noción de historicidad al distinguir la inm ensa y necesaria historia de los pueblos de toda “ historia universal” considerada com o la culm inación confusa del historicism o y el positivism o. “ L a historia universal no tiene arm a zón teórica. Procede por adición: m oviliza la m asa de los hechos para llenar el tiem po hom ogéneo y vacío .” C on tra eso, concluye Benjam in, hay que d otarse de un “principio co n stru ctiv o ” cuyo modelo habrían de p rop orcion ar las artes m odernas, desde Proust y Joyce h asta el cine de V ertov o E isen stein , bajo la form a del m ontaje.10 En la p ráctica , esto quiere decir que solo se zanjará la paradoja de la historia -e n tre la imposibilidad de una historia “integral” y la vanidad de una historia “ universal”- si se vuelven a exp oner todas las cosas por medio de un n u ev o m ontaje de los tiem pos perdidos tal com o “surgen en el instante del p eligro”. ¿N o es exactam en te eso lo que Benjam in proponía en su inm enso L ib ro d e los pasajes, fundado en un “m ontaje literario” que no dice ni dem uestra sino que muestra y ex p o n e los m ovim ientos de su propía-m ateria históri ca?71 ¿N o es eso lo que habrían d e intentar, desde entonces, Claude Simón o W . G. Sebald en sus novelas “docum entales”, pero tam bién A rtavazd Pelechian en su filme N u estro siglo, Basilio M artín Patino en sus C ancio nes para d esp u és d e un a g u erra , Jean -L u c G odard en sus Historia(s) del cine, Yervant Gianikian y Angela R icci Lucchi en su montaje D el Polo al E cu a d o r, o bien H aru n Farocki en sus B ilder d er Welt u n d In sch rift des K rieges [L as im ágen es d el m u n d o y la inscrip ción d e g u erra ]} ¿Los artistas de nuestros días -d e Alfredo Ja a r a Pascal C onvert, de Jeff W all a Sophie R istelh u eb er- no son decisivam ente incitados por este recu rso del m ontaje docum ental para exp oner a los sin nombre? T h e L a st Silent M o vie, obra muy reciente de Susan H iller, cuyo Parcelas de humanidades 31 trabajo exp lora desde hace tiempo las condiciones o las aportas del testim onio y él arch iv o ,72 presenta un dispositivo simple y ad m ira ble p ara esa parad ójica exposición de los sinnom bre. Se tra ta de un filme sin o tras imágenes que los subtítulos que traducen p ala bras incom prensibles de inflexiones muy extrañ as p ara nuestros oídos. Es un m ontaje en el que se expresan -s e explican, salm odian, cuentan, ríen, se lam en tan - veinticinco locutores de veinticinco len guas desaparecidas o en vías de desaparición:73 w aim aa de T im or O riental, xokleng de Brasil, yucaguiro del sur de R u sia ... E s p a r ticularm ente estrem ecedor com probar la cantidad im p ortan te de lenguas -le n a p e , p o taw atom i, w am pan oag, k lallam , b lack fo o t, cajún, co m a n ch e - que desaparecen en el territorio m ism o, E stad os Unidos de A m érica, donde florecen por o tra parte tan tos m em o riales, tantos m useos y tantas bibliotecas universitarias. ¿N o nos había prevenido W alter Benjamin del terrible lazo que im plica todo archivo de lá cu ltu ra com o archivo de la barbarie? LA “ZONA SUCIA” DEL ASPECTO H U M AN O ' O rg an izar el pesim ism o, exp on er a los pueblos pese a tod o . Digo p ese a todo p ara referirm e a la elección -e l a c to de resis te n c ia - que se to rn a n ecesario efectu ar en las con dicion es m is mas que in citan al pesim ism o, porque vemos con clarid ad a los pueblos expuestos p ese a nosotros a desaparecer, ante tod o en la subexposición , la cen su ra, el abandono, el desprecio, y luego en la so b reexp osició n , el esp ectácu lo , la piedad m al en ten did a, el hum anitarism o gestionado con cinism o.74 ¿N o hay que en carar, entonces, el difícil trabajo de exponer esa m ism a exp osició n de los pueblos a hundirse, a desaparecer? Es el trabajo que im agino en ejecución en el fo tógrafo Philippe Bazin cu and o surge frente a n o so tro s, en una superficie encuadrada p or él, una superficie cuadrada de Veintisiete centím etros de lado, el rostro de un anciano en el um bral: probable -p e ro in calcu lab le- de la m u erte (figura 2). N o es tan to el tem a de una im agen sem ejante el que debería ser objeto de nuestra interrogación: en la historia m ás clásica del retrato no faltan los rostros de ancianos, desde los bustos rom anos hasta G h irlan daio y desde Tiziano h asta R ich ard A vedon. Será preciso, m ás bien, tra ta r de com prender la org an ización , si no del 3 2 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Figura 2 . Philippe Bazin, Vieillards, f 9 8 5 - 1 9 8 6 . Fotografía (copia analógica), 2 7 x 2 7 cm . C olección del artista . pesim ism o, sí al menos del trabajo que ha culm inado en la deci sión de exponer a plena luz del día una cu aren ten a de trabajos, expuestos de por sí a la extinción. Esa serie de Faces [“R ostro s”], com o la llania Bazin, data de 1 9 8 5 -1 9 8 6 . Tiene su punto de p artid a en una exp erien cia muy p articu lar y tan to m ás significativa cu an to que no tenía por ver daderas fuentes ni el género del retrato , ni el oficio fotográfico , y m enos aún la “ voluntad artística”. Al térm ino dé sus estudios de m ed icina, en 1 9 8 0 , Philippe Bazin fue destinado) p ara cum plir su período de interno, al servicio de “larga estad ía” [long séjour] Parcelas de humanidades 33 de un hospital que m ás adelante decidiría llam ar “ X ”. Fue allí donde resolvió escribir su tesis de d octorad o en m edicina titulada “Aspectos hum anos y psicosociales de la vida en un centro de larga estadía”.75 En un principio creeríam os estar en presencia de la más perfecta -e s decir la m ás im p erson al- descripción de un servicio geriátrico , si no fuera porque el estilo convencional de la literatura m édica se ve ya sutilmente con trad ich o , pertu rb ad o, por algo así com o un tem blor del vo cab u lario : lo “p sico so cia l” se enfrenta a la cu estión ya m enos localizab le de los “ asp ectos h um anos”, se exam in a el “cen tro de larga estad ía” en lo concerniente a su impalpable “vida” y la “ pasantía in terna” se considera, no com o la exp erim entación de un oficio, sino com o la “exp erien cia” de una intersubjetividad. Pero ¿qué son exactam ente esos aspectos hum a nos que Philippe Bazin decide entonces exam inar? Se constituyen, quizá, con todo lo que sucede en un grupo de personas de quienes se dice que están “hospitalizadas de por vida”, sin que nadie se atreva demasiado a concluir que estarán , sobre todo, “hospitalizadas hasta la m uerte”. Este es el intervalo m ism o que requiere la descripción extrem a dam ente precisa a la que, en lo sucesivo, va a aplicarse el joven m édico: el despertar, hacia las seis y m edia, “sin que, no obstante, puedan m overse”, cuando “ la prim era preocupación de cada cual es deglutir” para suprim ir en la medida de lo posible los efectos del somnífero; mom ento en que se comprueba que “hay quienes esperan y quienes ya no esperan nada [ ...] , quienes m iran y quienes ya no ven n ad a”.76 El lector de este m odesto trabajo académ ico descubre entonces que la “puesta en asp ecto” de esa hum anidad no podría ser unilateralm ente fáctica , clínica o diagnóstica. Será, de entrada, fen o m en o ló g ica : descripción de cosas, pero tam bién de estados y 'entes, descripción de cuerpos, pero tam bién de gestos y sensaciones ‘de los que el observador nunca sale indemne. Se tra ta , p or ejemplo, de los ruidos muy precisos que m arcan la llegada del desayuno al pasillo; de los gestos - “se ven m anos que se aferran con frenesí a las sábanas, las frazadas, la cam isa de dorm ir, m anos tem blorosas”- que acom p añ an el aseo; de la des cripción del dorm itorio com o dispositivo supuestamente funcional, pero tam bién com o espacialidad de angustia y abandono; de las com idas que escanden la jornad a, en m edio de todo ese tiem po del “ languidecer”.77 El análisis institucional - la s modalidades prácticas del “ingreso en larga estad ía”, el sistem a de atenciones geriátricas com paradas con la pediatría, la relativa com plejidad de relaciones económ icas en las que la m uerte nunca está au sen te-78 se realiza aquí a la p ar con un análisis de los co n tacto s físicos m ás pasajeros, las relaciones de atención e incluso de hum illación y, a veces, de violencia.79 L a visita m uestra entonces su fu n dam ental falta de p resen cia . Y el joven m édico descubre, en esa falta de presencia, que, después de todo, él m ism o no es otra cosa que el “engranaje de un sistem a” em parentado con una verdadera d en ega ció n d e h u m a nidad construida en torn o del paciente expuesto a desaparecer. Los “aspectos hum anos y psicosociales” en la vida de ese m ori dera abren, pues, una brecha en la experiencia del propio agente asistencial. A p artir de allí, ¿cóm o h acer de la visita - e incluso de la pasantía p rofesion al- una relación de p resen cia ? L a respuesta, desde luego, está en el tiem po: d ed ica r tiem po , hablar con cada uno, tom arse el tiem po de escuchar, de brom ear, dé co n vocar la m em oria, de suscitar un deseo.80 Pero Philippe Bazin cuenta que, pese a sus esfuerzos de joven profesional deseoso de cam b iar las cosas, la inhum anidad, em pezando p or el olvido o el desprecio del o tro , siempre parecía im ponerse. H asta que se produjo una experiencia significativam ente llam ada d isparador: “Al arch ivar la historia clínica de un enferm o, me di cuenta de que, quince días después de su m uerte, me había olvidado por com pleto de su cara . Era incapaz de d ar una cara al nombre que tenía frente a mí en ese legajo ad m inistrativo”.81 De allí la necesidad de ded ica r tiem po a m irar m ejo r y conside rar por sí m ism o, recon ocer el rostro del o tro . E sto es, transform ar la visita en algo que Bazin, en lo sucesivo, llam ará sesión. Decidí llevar mi cám ara de fotos y p asar por todas las habitacio nes para fotografiar los rostros de todos esos ancianos, simplemente para recordar la cara que tenían, no olvidarla y poder ponerla frente a un nom bre.[...] Así em pezó la cosa. C uando las vi por prim era vez, las fotografías me trastorn aron por com pleto, porque descubrí en ellas lo que tenía ante mi vista y era incapaz de ver desde hacía sem anas y sem anas. Fue una búsqueda que duró nueve meses. A la m añana atendía, cum plía mi papel de m édico; a la tarde volvía con mi cám ara fotográfica p ara hablar con los viejos, fotografiarlos y observar todo lo que p asab a.82 3 4 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Parcelas de humanidades 35 Figura 3. Philippe Bazin , L a h ab itac ión , 1 9 8 3 . Fotografía (copia analógica), 2 7 x 1 8 ,3 cm . Colección del a r t is ta . El disparador, por lo tanto: una experim entación , m ediante el uso del equipo fotográfico de la m irada, concebida p ata tran sfor m ar el ojo clínico y su necesaria gestión técnica en o/o a la escu ch a , por decirlo de algún m odo. Bazin describe esta p rá c tic a , en la que hablar y m irar se conjugan en la m ism a tem poralidad, com o una iniciación -u n “viaje íniciático”, dice m ás e x a c ta m e n te - en el reco n o cim ien to d e los otros y, con ello, de sí m ism o. “ En sus ojos, en su rostro , aprendí a recon ocerm e.” 83 Por eso su tesis de m edici na, al cab o de unas sesenta páginas, se convierte en un verdadero ensayo fotográfico en el que “se m ezclan rostros fotografiad os de cerca, situaciones de reportaje, de docum ental social, de realism o p oético”.84 C uerpo desm oronado en un rincón de la h abitación (figura 3), delgadez de los miembros, muebles ridículos, .frialdad de los pasillos, gestos de la enferm era, prim eros planos de las m anos o las arru gas, m irad as captadas entre la tristeza, la dignidad, la m alicia o el agotam ien to .83 Si las prim eras fotografías de ancianos, en ese hospital de p ro vincia, son todavía la m uestra de una exp erim en tación errática entre géneros fotográficos bastante heterogéneos, es porque Bazin buscaba, me parece, hacer visibles dos dimensiones muy diferentes de su experiencia: por una p arte , un relevam iento d e los lugares (la dureza del espacio institucional), y por o tra , un relevam iento d el tiem po (la fragilidad de una piel, el trazado de una arru g a, la crispación de una m ano, la fatiga o la intensidad de una m irada). El relevam iento de los lugares supone un co n flicto entre lo que Bazin llama “zona limpia” hospitalaria y la “zona':sucia” donde los cuerpos parecen replegarse en su propio dolor: “¡Los viejos están depositados en una zona sucia rodeada de limpieza. E sta limpieza no debe m ancharse en ningún caso. L a zona sucia debe ser lo m ás pequeña posible, de la dimensión de una cam a”.86 La “zona limpia” es el pasillo, por ejemplo, o la habitación m ism a, que se limpia todas las m añanas, pero “ese cu arto no está hecho”, com prueba Bazin, “para estar habitado”.87 En cuanto al relevamiento del tiem po, supone un dilerna aún m ás crucial para el fotógrafo: ¿cóm o exponer el dorm ir del anciano? ¿C óm o m ostrar que ya casi no ve? ¿C óm o cap tar )o que nos parece una parcela de humanidad pero que, en realidad,^concentra en un solo rostro la hum anidad entera, y no hablo de la hum anidad en general o la universal hum anidad sino, en verdad, ¡de la hum anidad totalm ente con creta e intensamente eficaz en el m ero esfuerzo de un solo instante para alzar los ojos hacia el o tro (figura 2)? ROSTROS DESNUDOS, NACIDOS, SOSTENIDOS Por lo tanto, habría al menos dos m aneras diferentes de exponer la hum anidad com o “parcela”, a la vez en cu anto residuo expuesto a desaparecer y resistencia o superv ivencia destinada a m antener, pese a tod o , su p royecto vital. El prim ero de esos dos cam in os se funda en un relevam iento de los lugares y, en co n secu en cia , procede conform e a un en cu a d re am pliado que perm ite una espe cie de montaje: m uestra, en efecto, el con flicto de la hum anidad com o “ parcela” y de lo que hem os de llam ar, com o es op o rtu n o , el “encuadre institucional” que se empeña en reducir sus m ovim ien tos. Se tra ta en este caso del cu erp o acu rru cad o de la paciente, verdadero residuo de vida paralizada en el espació hospitalario -e s 3 6 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Parcelas de humanidades 37 decir, com o se ve con clarid ad , no h o sp ita lario - de la habitación de “ larga estad ía” (figura 3). La segunda m anera exige un en cu a d re de detalle, que pase de la visión h orizontalizada (según el form ato habitual de 2 4 x 36 m ilím etros) a un nuevo equilibrio riguroso de las orientaciones, perm itido por el form ato cu adrado. L o que se m uestra entonces es el con flicto intrínseco de la hum anidad com o residuo, pero tam bién com o fuerza -au n q u e sea en vías de a g o ta rse - de resistencia. Es el rostro m irado en su propio tum ulto, en su dram a corp oral -te lú rico , d iríam o s- en que luchan en todo sentido las fuerzas del vivir aú n y las del perecer ya, en la tensión vital hacia otros y el repliegue m ortífero en sí m ism o (figura 2). A ccedem os aquí a la extrem a proxim idad -e x tre m a porque el encuadre de la imagen no logra siquiera cap tar la totalidad de la cabeza, y también porque su form ato real88 dem uestra ser m ás grande que nuestro rostro que lo m ira - de una lucha íntima entre dos m ovim ientos: m ovimiento del tiempo que pasa (ch ro n o s) y que casi ha term inado de reducir ese rostro com o una hoja de papel que uno arruga antes de tirarla a la basura, y el del tiem po que resiste (aiorí) y no term ina de dirigir su pregunta, su súplica, su ira, su rechazo, su energía de supervivencia. El encuadre coi to reduce, es cierto , la perspectiva. Pero impone la fuerza del cara a cara . Em m anuel Levinas, se sabe, describía la “situación del cara a c a ra ” com o “el cum plim iento mismo del tiem p o”.89 Pero ¿de qué tiem po se trata exactam ente? ¿El de la “muerte m irada de frente”, com o sugiere B ernard Lam arche-V adel, o “la vida misma [vista] en plena c a ra ” y en la “singularidad irreductible [que] cad a rostro [opone a] la despersonalización institucional”, com o lo propone C hristiane V ollaire?90 En térm inos deleuzianos, .se p odría sugerir que el encuadre am pliado (el relevam iento de los lugares) expone un tiem po d e Ia historia en el sentido de que la historia (ch ro n o s ) “designa el conjunto de las condiciones, por recientes que sean”, en cuyo espacio puede tener lugar “una efectua ción en los estados de cosas”; m ientras que el encuadre de detalle (el relevam iento del tiem po al que probablem ente hacía referencia Levinas) expone el tiem po d el d ev en ir, el del “acontecim iento” (aion), el que N ietzsche llam aba “ lo intem pestivo”, y que Deleüze hace suyo p ara señalar en él “la única posibilidad de los hombres [de] responder a lo intolerable”.91 En su habitación de “ larga estad ía”, el cuerpo de la vieja mujer (figura 3) está a la vez solo y em parejado . La im agen de Philippe Bazin nos m uestra, aquí la vida residual enfrentada a su em presa de “gestión ”, es d ecir de p rotección y co n tro l, pero tam bién de subexposición o desaparición sociales. En el encuadre de detalle del instante en que su rostro es sorprendido, al co n trario (figura 2), el o tro cuerpo de anciano está a la vez d esn u d o y sostenido. E xpon e su devenir trág ico en prim er plano, pero en una tensión hacia el o tro que destaca a las claras la intensidad -au n q u e esté vacía de co n te n id o - de su m irad a y su orientación vertical, a la que Bazin atribuye una im p o rtan cia de prim erísim o orden. Por un lado está , pues, la desnudez de ese rostro : es eso lo que hace decir a Bernard Latnarche-V adel que las caras de Bazin son menos retratos que desnudos.92 Y es eso lo que, frente a estas im ágenes, nos acerca abruptam ente a la “nuda vida” - l a “ vida im personal, y sin em bargo singular,que desprende su puro acontecim iento”- y la inm anencia en cuanto tales.93 Pero por o tro lado está la com pacidad vertical de los ro stros, su naturaleza, casi, de estelas. C om o si la resistencia al languidecer se tornara piedra. C om o si la vida residual y acurrucada se convirtiera, en la operación fotográfica, en una vida erguida que se nos impone en su frontalid ad , su precisión, su dim ensión. Y Philippe Bazin reivindica, en esa elección form al, una dimensión ética inherente a la totalidad de su trabajo: La ética de la fotografía es la responsabilidad que tengo con respecto a cada persona que fotografío.-Procuro erguir a la gente. De una maneta u otra, sea en el hospital donde están tendidas en sus cam as, o en la institución que las aplasta, las personas están física o simbólicamente acostadas. Mi deseo es devolver a cada una de las personas cuyo rostro fotografío la dignidad del ser humano verticalizado.94 Dignidad de la mirada que hay que sostener. Sin duda, es en ese sentido, ya, que las caras de Philippe Bazin llevan a la práctica la exigencia form ulada por W alter Benjam ín, la de e x p o n e r a los sin n o m b re . Una fotografía, es cierto , no devuelve la palabra al sujeto fotografiado. A dem ás, las im ágenes de Bazin, tal com o se nos m u estran en series, no restituyen sus nom bres propios a las personas cuyos rostros se exponen. Su em presa no está en la órbita ni del m em orial ni de la investigación sociológi ca. Pero erguir los rostro s, sostenerlos, devolverlos a su p o d er de 3 8 Pueblos expuestos, pueblos figurantes Parcelas de humanidades 39 encarar, ¿no es ya exponerlos en la dimensión de una posibilidad de palabra? Én el m arco de una elaboración m etapsicológica de la situación p sicoan alítica , Pierre Fédida entrelazaba de m anera notable todos estos tem as, al definir el “ sitio del e x tra ñ o ”, com o tan bien lo llam aba, m ediante una conjunción espacial y tem poral compleja en la que ningún elemento debe separarse de los dem ás: m antenerse “ál m ism o tiempo atrás y adelante”; asum ir el “rech a zo de lo fam ilia r” d entro m ism o de la p roxim id ad , el “c o n tra ” dentro m ism o del encuentro ; apelar a “ la única com u n id ad que es posible —lajlen gu a- [según] la condición acom unicacional [que] depende de la m era existencia del lenguaje”; constituirse a p artir del “m ovim iento de la vertical que engendra en la palabra la m em oria del lenguaje”, y acep tar, p or últim o, la imagen com o “el instante de la superficie que se form a con el a ire”, entre el aliento que se exhala de un sujeto y el rostro que se expone a la m irada del o tro .93 E xp o n er a los sin nom bre, acoger al otro. B ernard L am arch e- Vadel veía con m ucha justeza, en el gesto de Bazin, una decisión política tan radical com o m odesta y local: Gesto inaudito, gesto único, verdadero gesto hum ano de un joven médico el de romper con su tarea administrativa pata insta larse a la cabecera de sus viejos pacientes y hablarles, mirarlos a la cara , fotografiarlos. Gesto político de verdadera política hum ana, a saber, gesto de protección de la visibilidad de cada quien y sobre todo de aquellos que, para ser mirados, deben encontrar fuera de sí mismos y casi por azar la manera de acceder a su propio rostro y a la posibilidad de que se los encare y se los represente.96 ¿C óm o asom brarse entonces de que Philippe Bazin haya decidi do exp lorar un cam p o m ás vasto y prolongar su operación de ca ra a ca ra , de d esn u d ez sostenida , en otros lugares (otros co n texto s institucionales) y o tras tem poralidades (otras edades de la vida humana)? Después de los moribundos, que ya no hablan m ás, Bazin habría de fotog rafiar, por lo tanto -e n la institución m ism a que tiene la misión de prepararles la vida, o sea, el sector ob stétrico de un h ospital-,Ja niños recién nacidos, seres librados a su nuda vida y que aún distan m ucho de hablar.97 Serie precedida en 1 9 8 8 p or fotografías de lactantes y rostros de parturientas (ellas, en quienes la prueba física estran gu la la p alabra). Serie que co e x is te , p ara term inar, co n un trabajo sobre los adolescentes y o tro dedicado a 4 0 Pueblos expuestos, pueblos figurantes rostros de jóvenes alienados mentales (ellos, en quienes la prueba psíquica impide la palabra).98 /: La serie de los N és [“N acid o s” ! se revela tan im presionante com o la de los V ieiüards [“A n cian o s” ] y, tal com o el con trasu jeto de una fuga, le responde en m uchos aspectos (figuras 2 y 4). En am bos casos, en el prim er plano de tod o p royecto de “re tra to ” se sitúa la pertenencia a la esp ecie h u m a n a . Bazin reivindica a veces, sin duda, la intención de “m ostrar la anim alidad presente en cada rostro hum ano”.99 Pero lo que se nos m uestra en esos rostros tan cercan os p arece , justam ente, volver a p lan tear la cu estión , form ulada por Georges B ataille y retom ada por Pierre Fédida, de com prender “por dónde com ienza el cu erp o h u m an o”.100 En los dos casos -re c ié n nacidos o a n c ia n o s- se tra ta pues de con sid erar el devenir hum ano bajo la form a o, m ejor, las fo rm a s d e l pasaje. Así, el anciano (figura 2) lleva en el ro stro los estigm as del tiem po pasado, el tiempo de su vida en tera, que tiene su m anifes tación m ás esp ectacu lar en las honduras de las arru gas: estigm as de tiem po tran scu rrid o pero, igualm ente, signos precursores del tiem po para derrum barse, del repliegue final, de la d esecación . Tam bién el recién nacido (figura 4) lleva los estigm as del p asa je: los hum ores de su m adre to d av ía están ah í, a flor de piel (otros recién nacidos de la serie están aún m an ch ados de sangre o parecen untados de líquido am n iótico ); tiene la frente todavía deform ada -a rru g a s del nacim iento y no de la v ejez- p or el arduo p arro ; todo su rostro se m uestra co m o una form a d eform ad a, no por la desecación sino por la plasticidad m ism a de su m ateria aún m aleable. En uno y o tro caso , de esas form as en devenir se da a deducir un trabajo: aquí, el trab ajo , ai'm, de un n acim iento , allá, ei trabajo , ya, de una agonía. ; L o que llama por fin la atención en esas imágenes es el estatus p aradójico que en ellas asume la m irada a so sten er en tam añ as proxim idades. La temporalidad hum ana elegida por Pliilippe Bazin excluye de entrada toda psicología, toda com unicación . Las m ira das deben sostenerse, no intercam biarse. Pero dejan a los espec tadores -n o s d ejan - en la más com pleta soledad,[porque el recién nacido todavía no m ira; él, que por ah ora no ha visto nada de este m undo, no ve nada pero abre ya ojos que sentim os oscuram ente tendidos hacia la vida, ya intensos, ya concentrados, ya invocantes, ya observadores. En cuanto al anciano -é l , que ha visto ya todo o Parcelas de humanidades 41 Figura 4 . Philippe Bazin , Nés. F o to g rafía (copia analógica), 4 5 x 4 5 cm . Colección del artista. demasiado de la v id a -, es probable que verdaderam ente ya no mire. L o que Bazin llam a “anim alid ad ” no se refiere tal vez sino a esa hum anidad con centrad a en la suerte de m ínim o vital en que cada intensidad se debate con tra la am orfía , cada gesto, con su propia imposibilidad de efectuación. Bernard Lam arche-V adel deduce de ello la obscenidad, la in d ecen cia de esas im ágenes, en tan to que C hristiane Vollaire ve, al con trario -p e ro , sin duda, no habría que juzgar aquí en térm inos de con traste esas difíciles elecciones de v o ca b u la rio -, la d ign id a d m ism a de una posición de la cual “se ha abolido toda obscenidad”.101 ¿O b scen a dignidad? Frente a esos desafíos planteados a nues tras categorías habituales de juicio estético o m oral, quizás habría que volver a las fórm ulas de A n ton in A rtau d , y me refiero
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