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¿Qué pasaría si algunas células cancerosas de otra persona fueran inyectadas en tu flujo sanguíneo?

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Estudiando Tudo

Algo así ya se ha hecho, fue un experimento horrible y carente de ética. Fue en la década de 1950, un virólogo e investigador en el Centro de Investigación para el Cáncer Sloan Kettering llamado Chester Southam se encontraba trabajando con células HeLa (una famosa línea de células cancerígenas, llamadas así por la paciente de la que fueron extraídas, Henrietta Lacks). Él quería saber si existía algún riesgo de que los investigadores contrajeran cáncer por alguna exposición accidental.

En el año 1954, él inyecto células HeLa a una docena de pacientes sin su consentimiento y sin informar a nadie. El mintió diciendo que estaba poniendo a prueba sus sistemas inmunes, pero en realidad, él estaba experimentando para determinar si el cáncer de Henrrieta Lacks podría desarrollarse en el cuerpo de otras personas. Varios pacientes desarrollaron tumores de 2 cm de diámetro y uno desarrollo metástasis en los nódulos linfáticos.

Como ese experimento fue realizado en pacientes que ya tenían otros tipos de cáncer, Southam quiso determinar si las células HeLa podrían desarrollarse en personas sanas. Ciento cincuenta prisioneros se ofrecieron voluntariamente (creyeron que eso reduciría sus sentencias) y él inyecto células HeLa en 65 de ellos en el año 1956. Los tumores también se desarrollaron en los prisioneros, estos crecieron en sus brazos, en la zona de la inyección. Por suerte para todos los prisioneros, sus cuerpos lucharon y los tumores desaparecieron.

Southam realizo ensayos similares en más de 600 personas durante varios años, incluyendo a cada paciente que fura sometido a una cirugía obstétrica o ginecológica en el Centro Sloan Kettering, mintiéndole a cada paciente sobre lo que en realidad estaba haciendo. “Solo estamos determinando si tiene cáncer,” les decía él.

En la década de 1960, cuando todo salió a la luz, un reportero de la revista Science le pregunto a Southam sobre porque no se inyectó las células a si mismo. Su respuesta, en resumen, fue que el se consideraba mas importante que esos pacientes. “Aceptémoslo,” dijo al reportero, “Existen relativamente pocos investigadores talentosos en esta área y me pareció tonto arriesgarme, aunque sea un poco.”

Le pareció tonto arriesgar su propia vida en la investigación; en su opinión no fue tan tonto el arriesgar las vidas otros cientos de personas.

Los códigos de ética actuales hubieran impedido la realización de un experimento tan horroroso. La carrera de Southam podría haber terminado si hubiera realizado sus experimentos hoy en día, entonces seria despojado de su licencia médica y probablemente también seria encarcelado. Pero esos códigos no existían en la década de 1950.

(Referencia: Rebecca Skloot, La vida inmortal de Henrietta Lacks, pp. 127-136)

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