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¿Cómo, cuándo o en qué época pudo el Imperio español haber invadido y colonizado Inglaterra?

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Aprendiendo a Aprender

Bueno. Los Españoles hemos atacado varias veces Inglaterra. (Recomiendo al lector que siga hasta el final, pues aunque la primera parte es archiconocida, la segunda va a deslumbrar a más de uno).

Así a vuelapluma, se me viene a la mente el ataque de 20 galeras bajo el mando de Fernando Sánchez de Tovar que remontaron el Támesis y pegaron fuego a varias localidades cercanas a Londres en 1380 (otro día narraré sobre los ataques españoles a Inglaterra durante la Guerra de los Cien Años).

También cuando en el verano de 1779, la flota combinada hispano-francesa bajo mando del francés Louis Guillouet y del español Luis de Córdova, sembró el pánico en las costas británicas tras poner en fuga a la escuadra del Canal de la Mancha y apresar el navío Ardent, dejando el terreno libre para la invasión de la Gran Bretaña. La población abandonó precipitadamente las localidades costeras y el comercio naval inglés y la Bolsa de Londres cerró, en un ambiente de terror. Prometo contarlo también en otra ocasión, pero baste por ahora con el enlace que dejo aquí para conocer la situación en la época.

Sin embargo, ya tocaba, hoy contaré las aventuras y desventuras de la Armada Invencible y de la Contra Armada. Va a ser un poco largo, pero desde ya aviso que no dejará a nadie indiferente.

Como ya he narrado varias veces en Quora, uno de los problemas de los hispanos, en general, y de los españoles, en particular, es que hemos descuidado nuestra historia. Muchos tienen la percepción de que el poderío inglés viene desde antiguo y que la supremacía de sus armas sobre las hispanas nos llevaron de derrota en derrota durante siglos de enfrentamiento. ¿Quién no ha oído sobre la Armada Invencible, Trafalgar, la conquista de Gibraltar o los cinematográficos ataques a los barcos españoles cargados de oro?

Sin embargo, todo lo anterior dista mucho de la realidad. Lo cierto es que los españoles les hemos dado estopa a los ingleses (casi) siempre. Durante siglos, los soldados españoles han visto las espaldas muchas veces a los ingleses mientras huían y eran derrotados una y otra vez. Y esto no fue menos en el mar.

PRIMERA PARTE: La Grande y Felicísima Armada (Armada Invencible según los ingleses).

31 de mayo de 1588. El último buque de los 130 barcos que componían la Grande y Felicísima Armada de Felipe II abandona Lisboa al atardecer. En número de 154 buques con 2.400 cañones, 8.000 marineros y 19.000 soldados, sin duda tenía un aspecto formidable.

La táctica marina española del siglo XVI consistía en tratar la guerra en el mar como una extensión de la guerra terrestre: los españoles esperaban aproximarse a los barcos ingleses, hundir en ellos sus ganchos, para después abordarlos y hacerse con los buques a fuerza de espada y arcabuz.

De hecho, los españoles fueron los mejores espadachines de la historia (la esgrima es el único deporte olímpico de origen español) y los ingleses no podían, bajo ningún concepto, ganar en un combate cuerpo a cuerpo. Su táctica era muy diferente, basada en galeones más ligeros y rápidos, con artillería de mayor alcance: debían cañonear a los españoles, manteniendo las distancias en todo momento. En total, 137 buques con 1972 cañones, 8.500 marineros y 16.000 soldados.

La actitud conservadora de Medina-Sidonia permitió salir vivos de Plymouth a los ingleses, que en sus desordenados ataques apenas pudieron causar más que rasguños a los galeones hispanos. Ni en el combate de Plymouth, ni en la Isla de Wight, los perros de la Reina pudieron hundir ningún barco español. Los únicos contratiempos graves fueron la explosión del San Salvador por causas ajenas al combate y la rendición sin luchar de la carraca Nuestra Señora del Rosario, que había perdido el control del timón, quedando la nave sin gobierno.

De hecho, Medina-Sidonia mantuvo la formación cerrada hasta llegar a Gravelinas, rechazando las propuestas de pasar al ataque de los oficiales más intrépidos, entre ellos Juan Martínez de Recalde. Al frente del buque más poderoso de los españoles, el San Juan, este bravo español fingió varias veces quedarse rezagado para provocar a los ingleses y que intentaran abordar el barco. De esta forma, Medina-Sidonia ordenaría un ataque masivo.

Supuesto combate, según los ingleses, entre las flotas inglesa y española.

Lord Howard no mordió el anzuelo y se limitó a seguir a cierta distancia a los españoles. La llegada de la flota sorprendió a Farnesio al saber que Medina-Sidonia estaba en Calais. Pero mientras ponía en marcha toda su maquinaria de intendencia, se produjo el único combate directo entre barcos ingleses y españoles: la batalla de Gravelinas. En la madrugada del 7 al 8 de agosto, la Armada Española recibió el ataque de ocho brulotes (barcos incendiarios), que rompieron por primera vez el orden de la flota provocando que algunos capitanes soltaron las cadenas de sus anclas para evitar que su barco se incendiara. Aquella salida desordenada derivó en un intercambio de fuego con los ingleses, que causaron averías de gravedad en barcos principales como el San Felipe o el San Mateo.

El viento hacia el norte salvó a los españoles de recibir más daños y de encallar en los bancos de arena de la costa de Zelanda, pero obligó a Medina-Sidonia a bordear las Islas británicas por Escocia e Irlanda, donde se produjo el desastre frente a sus afiladas costas. La posibilidad de regresar a por el Ejército de Flandes se desvaneció para siempre. Pronto, la escuadra española se dispersó, de manera que cada capitán debió sostener su vela y dirigirse a su ritmo hasta España. Enfermo y agotado, Medina-Sidonia encabezó la lastimosa travesía.

Algunos galeones como el San Martín, el San Marcos y el San Juan se encontraban muy dañados y se entretuvieron en varios momentos para achicar agua. Los alimentos frescos se agotaron rápido y las enfermedades camparon a sus anchas. La principal causa de los naufragios estuvo en que las tripulaciones estaban agotadas o diezmadas, además de que su cartografía sobre la costa irlandesa era incompleta.

En las siguientes semanas se produjo la pérdida de una veintena de barcos en las costas irlandesas a consecuencia de las malas condiciones climatológicas. En un mismo día, el 25 de septiembre, se hundieron por una tormenta tres buques, el Lavia, el Santa María del Visón y la Juliana, en la playa de Streedagh Strand, con la pérdida de un millar de vidas.

La mayoría de los hundimientos y naufragios fueron provocados por los elementos adversos, y no por los ingleses (responsables de solo cuatro pérdidas), como bien advierte la frase que Baltasar Porreño colocó en boca de Felipe II 40 años después de la derrota: "Yo no mandé a mis barcos a luchar contra los elementos". En cualquier caso, se perdió únicamente 35 barcos, muchas de ellas de pequeño tonelaje y destinadas al transporte de las tropas que nunca embarcaron y sólo uno de los 18 galeones. La sempiterna ocultación de pérdidas propias por los ingleses dificulta saber cuántos barcos perdieron ellos en los escasos combates del Canal, si bien consta que la defensa de las islas dejaron a 9.000 marineros víctimas de sendas epidemias de tifus y disentería, que estallaron a bordo de los barcos ingleses inmediatamente después del enfrentamiento con la flota española.

Sin embargo, y a pesar de toda la propaganda inglesa, España salvaría a dos tercios de la flota y conservó su poder naval y económico. Isabel I de Inglaterra, por el contrario, no sería capaz de pagar ni los salarios de los supervivientes de la Contra Armada.

Y ahora viene lo mejor.

SEGUNDA PARTE: La Contra Armada (Invencible Inglesa, según los españoles).

Pocos saben que en 1589, un año después del infortunio de la Grande y Felicísima Armada, Inglaterra reunió una flota aún mayor que la española y que fue derrotada en los puertos españoles y portugueses. Se la conoce como la Contra Armada y fue desastrosa para los intereses ingleses. Pero Inglaterra consiguió ocultar la vergonzosa retirada, en la que murieron 20.000 hombres, durante siglos. Sin embargo, el relato que ha permanecido y permeado en el acervo cultural popular es que tras la Armada Invencible se iniciaba la caída del Imperio Español. Nada más lejos de la realidad.

Los barcos españoles supervivientes se encontraban en los puertos del norte de España, haciendo las reparaciones necesarias tras haber bordeado Gran Bretaña e Irlanda. Inglaterra realiza un movimiento militar para aprovechar el momento de debilidad de la Armada Española. Frente a los a los 137 barcos que Felipe II envió a Inglaterra, Isabel Tudor reúne una flota de entre 190 y 200 navíos para dar un golpe de suerte a España.

La Contra Armada fue un completo fracaso, una derrota sin precedentes de la Inglaterra isabelina.

Su plan consistía, precisamente, en la idea de aprovechar la supuesta indefensión de las costas españolas. Los objetivos de esta armada, que incluía un ejército embarcado, eran atacar los restos de la Armada Española, principalmente refugiada en el puerto de Santander, levantar Portugal contra España y capturar la Flota de Indias en su regreso de América. Pero Drake no estaba dispuesto a librar un combate contra barcos llenos de enemigos, más interesado en un botín que en atacar la bien defendida Santander. Así prioriza el ataque a la entonces pequeña ciudad de La Coruña, de apenas 4 o 5.000 habitantes, en busca de un botín fácil, pues creía que albergaba cinco millones en oro recién llegado desde América.

El Marqués de Cerralbo, gobernador de la ciudad, tomó medidas urgentes para defender la ciudad: todos los hombres de infantería llegados en barcos de la Armada se quedarían para defender la ciudad y en el islote de San Antón se hizo a gran velocidad un baluarte defensivo con los pocos materiales que pudieron encontrar. A todos los habitantes se les encomendó una tarea y no había anciano, niña, viuda, inválido o hidalgo que no tuviera encomendada una tarea en la defensa de la ciudad.

Animado por el ingente número de combatientes que dirigía, Drake ordenó desembarcar ese mismo día a 10.000 de sus hombres en 14 lanchones para ir tomando posiciones. Su avance fue ralentizado por los cañonazos de los buques españoles que defendían la ciudad (apenas una nao, dos galeras y un galeón), pero finalmente lograron llegar a tierra.

En todo caso, la ciudad no solo contaba con hombres deseosos de defender sus tierras, sino que los muros de La Coruña también guardaban un tesoro mayor: cientos de mujeres que, durante la resistencia, llevaron pan y agua a los defensores para que no abandonaran sus puestos. Y entre todas ellas se encontraba una que tendría, si cabe, una relevancia todavía más especial: María Pita.

En las horas posteriores los asaltantes tomaron el barrio de la Pescadería, ubicado fuera de los muros de la ciudad, acabando con la vida de unos 70 defensores. La victoria fue de importancia, pues gracias a ella capturaron la artillería del galeón español San Bernardo, que estaba siendo reparado al comenzar el asedio. Apenas dos jornadas después los ingleses solicitaron a los defensores que se rindiesen. Pero la respuesta española fue una salva de cañón. Sobraban las palabras.

Los ingleses intentan penetrar en la ciudad mediante escalas y fracasan brutalmente, pues "hasta perros y gatos defienden los muros frente a los ingleses". Así, los ingleses decidieron dejarse de minucias y llamar a la puerta por las bravas. De esta guisa, no se les pasó otra cosa por la mollera que hacer estallar una mina explosiva en una zona del muro cercana al convento de Santo Domingo. El explosivo no logró abrir una abertura en el muro, aunque sí lo dejó considerablemente dañado. Desde ese momento los esfuerzos coruñeses se dirigen a reparar el muro, "tarea en la que tomarán parte activa las mujeres e incluso los niños". El fallo, con todo, no amedrentó a los hijos de la Gran… Bretaña, quienes se propusieron volver a hacer saltar por los aires las defensas con una nueva carga de demolición.

El día 14 fue aún peor, pues era en el que estaba planeado el asalto final inglés. El estallido no se hizo esperar, y después de que saltara por los aires la muralla, la infantería británica cargó por la abertura. Los españoles les recibieron con una salva de arcabuz en primer lugar y las pertinentes picas después. Todo ello, acompañado a coro por un sin fin de armas de fuego de todo calibre que bramaban balas contra los enemigos. Sangre por aquí y muerte por allá. Por la reina y por venganza unos, y por el rey y por salvar su tierra otros.

El paso de las horas trajo consigo un cansancio increíble para ambos bandos. Cuando estaban exhaustos unos y otros, un alférez inglés alentó a sus hombres a seguirlo. Sacó fuerzas de flaqueza y cruzó la muralla derruida portando la bandera de su regimiento. Casi como si les hubiesen insuflado una última bocanada de odio contra España, los creadores del pudding volvieron a alzar sus armas y cargaron contra el hueco de la muralla (más grande si cabe por la artillería). Aquella tierra sería suya, demonios. O como quiera que se diga en su idioma…aunque se quedarían con un palmo de narices.

Las mujeres combatieron codo con codo junto a los hombres en la defensa de La Coruña frente al inglés.

Cuenta la historia (que no la leyenda) que, cuando la marabunta inglesa se disponía a entrar en la urbe, hubo una figura que logró detenerles: la de una valerosa mujer que, durante el asedio, había visto morir a su marido. Esta mujer, que ha pasado a la historia como María Pita, mató al alférez, le arrebató su bandera y la alzó por encima de su cabeza para llamar al combate a sus compañeros, al grito de "quien tenga honra, que me siga". Existen varias versiones sobre cómo llevó a cabo esta gesta, aunque las más extendidas fueron que lo logró de una pedrada, o que lo hizo con su misma espada. Los ingleses fueron rechazados y los refuerzos de Betanzos, El Ferrol y otras poblaciones comenzaban a llenar la plaza de defensores. Al final, los hombres de Drake se retiraron a sus barcos el día 18 tras perder dos barcos. Otra gran victoria española.

"Heroísmo de María Pita", grabado de 1589.

Pero la derrota inglesa no acabaría aquí. Ante la imposibilidad de tomar la ciudad, los ingleses se dirigen a Lisboa. Pero Drake no ha conseguido tomar La Coruña, y lo necesitaba para reponer alimentos, un fallo que pagará muy caro. La peste y el hambre empiezan a hacer mucho daño a la empresa inglesa. Una vez en Lisboa, la Contra Armada quiere imponer en el trono a Antonio Prior de Crato, un hijo bastardo de Luis de Portugal que reclamaba la corona lusa que había sido heredada por Felipe II.

Drake hace desembarcar a unos 10.000 hombres, mientras que se dirige con la flota hacia la ciudad. El plan consistía en que Drake forzaría la boca del Tajo y atacaría Lisboa por mar, mientras las tropas desembarcadas, que iría reuniendo adeptos y pertrechos por el camino, atacaría la capital por tierra para finalmente tomarla. Pero sucedió todo lo contrario: sorprendentemente para los ingleses, la ciudad no solo no daba muestras de pretender rendirse, sino que se aprestaba a la defensa. La guarnición lisboeta estaba compuesta por unos 7000 hombres entre hispanos y portugueses.

Ataque inglés a Lisboa en 1589. A la izquierda la flota de galeras española, a la derecha la flota inglesa.

En el puerto había no menos de 40 embarcaciones, pero sus dotaciones fueron mejor empleadas en completar las fuerzas terrestres y guarnicionar las baterías del puerto que tanto destrozo harían entre los ingleses. Más poderosa era la Escuadra de Galeras de Portugal, 18 en total, bajo el mando de Alonso de Bazán, hermano del gran Álvaro de Bazán, fallecido dos años antes. También las galeras estaban escasas de personal, pero Alonso supo hacer buen uso de ellas "…las galeras desde el río les hicieron mucho daño y los desalojaron y la mosquetería mató bastantes soldados y el capitán Monfrui, con su galera de guardia, les mató mucha gente y los desalojó del convento de Santa Catalina, donde se habían mudado, para saltar luego a tierra y tras luchar a mano contra los ingleses, logró hacerse de tres banderas que dejó en dicho convento, bajo la custodia de las monjas del lugar".

Pero la cosa no iba a quedar ahí. Ni mucho menos. A la noche siguiente, Don Alonso logró engañarlos con una añagaza: simuló un desembarco en la retaguardia enemiga, poniendo algunos botes llenos de gente haciendo todo el ruido posible. El campamento inglés se conmocionó enormemente presa del pánico y delataron su posición con las teas y antorchas encendidas, siendo duramente batidos por los cañones de las galeras, que "hicieron mucho daño sin recibir ninguno". Como remate, Don Alonso desembarcó con trescientos hombres, que más que hombres parecían dragones, soltando fuego por aquí, mordiendo por allá, matando a los más.

Finalmente, Drake estaba realmente acojonado, pero el olor a miedo llegó hasta bien lejos cuando la Escuadra de Galeras de España entró en el estuario con mil infantes armados hasta los dientes y sedientos de sangre inglesa. Se olía el miedo entre las filas inglesas y eso alimentaba a los defensores. Drake había fracasado. La flota inglesa es repelida por barcos españoles y portugueses, y se marcha con el rabo entre las piernas.

Pero los marinos españoles, y especialmente Padilla, no estaban dispuestos a que el enemigo se marchara como si no hubiera pasado nada. Padilla era un cuatralbo (tenía el mando de cuatro galeras) veterano de la Escuadra de Sicilia y había luchado contra turcos, berberiscos, holandeses e ingleses. Así que salió con sus cuatro galeras, más otras tres de Juan de Portocarrero, en persecución del enemigo. Las naves enemigas fueron cayendo una tras otra en manos de Padilla, hasta en seis ocasiones. En total iban en los buques ingleses unos 700 hombres, de los que sólo 130 quedaron vivos y, por supuesto, prisioneros. Los españoles sólo tuvieron dos muertos. Todas las naves apresadas fueron echadas a pique a cañonazos. El combate duró desde el amanecer hasta dos horas después del mediodía y pese a la aplastante superioridad inglesa, lo cierto es que las galeras españolas maniobraban con tal osadía que sólo recibieron algún cañonazo sin consecuencias.

Martín Padilla y Manrique, todo un macho.

De pronto, en la distancia se percibía el velamen de otras tres galeras españolas, repletas de infantes con intención de unirse de fiesta, por lo que Drake ordenó congregar la flota para repeler nuevos abordajes. Sin embargo, a las cinco de la tarde se alzó el viento y los aliviados ingleses pudieron largar velas y dejar aquellas aguas que les habían sido tan funestas, huyendo toda una flota contra apenas diez barcos enemigos de menor tamaño. Y a pesar de los ingleses, aún pudieron los nuestros abordar otras cinco naves más, que esta vez sí, llevaron a puertos hispanos.

Finalmente, los ingleses perderían unos 20.000 hombres, 41 navíos hundidos y 5 capturados, todos en combate. Una derrota total y de profundo calado, sobre todo si la comparamos con los 35 barcos perdidos por la Armada Española un año antes (la mayoría por las tempestades).

Y así acabó la oportunidad de Inglaterra de Isabel Tudor de propinar un golpe demoledor a la España de Felipe II, cuando nuestros galeones todavía no estaban disponibles y sólo se contaba con galeras para defender las costas. Un puñado de aquellas galeras, mandadas con arrojo y valor, pese a su escasa artillería, fueron capaces de hundirle seis embarcaciones, capturarle otras cinco y poner en fuga al resto de la flota, ante la vista de un asustado Drake.

Hechos así merecen ser siempre recordados.

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