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¿Por qué tanto interés por los narcisistas y no por saber más de las víctimas?

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Aprendiendo con Apuntes

Muy buena pregunta. Voy a hablar de las víctimas.

¿Qué convierte a una víctima en víctima?: la elección del narcisista, sin ninguna duda.

El agresor ha elegido a su víctima porque está tiene algo que él no tiene, algo que en el fondo envidia: vitalidad, alegría, generosidad, don de gente… y, sobre todo, empatía. En su pensamiento trastornado el narcisista busca robar estos atributos, si fuera posible, apropiárselos, y, en último término, destruirlos.

Las víctimas son envidiadas por la felicidad que irradian. Esto es lo que no soportan estos seres oscuros y rotos. Su luz, su potencia vital las ha convertido en presas apetitosas para el depredador.

Al principio, durante la seducción, el narcisista percibe a su víctima como un objeto que brilla. En realidad, le importa poco quien sea, lo que le interesa es que sea manipulable, alguien que pueda dominar y explotar, y convertir en fuente de combustible o suministro. En el momento en que decrete su devaluación la convertirá en objeto de su odio y maldad, luego la desechará.

El depredador, al elegir a su presa, se fijará si manifiesta externamente sus emociones, a través de gestos y palabras, tanto positivas como negativas. Buscará además otras características para él muy convenientes: su sentido de responsabilidad, su deseo de ayudar a otros, su carácter compasivo. Estas son las víctimas ideales.

Además, observará sus rasgos de personalidad, y si los encuentra atractivos, se los apropiará para él, formarán parte de su construcción. También considerará, acorde a su talante explotador, otros beneficios que puede aportarle la víctima en términos de fachada, amigos, influencia, dinero, estatus, etc.

Durante la seducción el abusador identificará las vulnerabilidades de la víctima. Todas las personas presentan puntos débiles que pueden convertirse en puntos de enganche para el narcisista. Esos son los botones que pulsará en su momento para dominar a la víctima y provocar en ella las reacciones emocionales que busca sobre todas las cosas.

El depredador demuestra una gran intuición a la hora de identificar las debilidades de la víctima, está atento para descubrir que le hace sentir dolor emocional o lo que la hiere, ese es el asunto para él más importante.

El narcisista necesita a gritos llenar su vacío, el agujero negro que se encuentra en el centro de su ser. Para no colapsar, para volver a sentir que existe, recurre a las emociones de la víctima, necesita pinchar su sangre, recibir su atención emocional, por eso la manipula y controla, la humilla, la vampiriza hasta vaciarla por completo. Sólo así el agresor logra sentirse con poder, omnipotente y capaz de todo.

Todos los seres humanos arrastramos un cúmulo de heridas emocionales, traumas no resueltos del pasado, memorias dolorosas. El narcisista, sádicamente, clava sus colmillos de vampiro en estas vulnerabilidades que percibe, justo donde puede causar más daño y desolación.

Por eso las secuelas de la agresión narcisista son tan devastadoras para el que las sufre. El narcisista cuando maltrata a la presa actúa como un espejo en negativo. La buena imagen que tenía de sí misma se esfuma y se transforma en desamor.

Esta es la obra maestra de un depredador. Afirmar que la víctima es su cómplice por haber permitido la agresión que sufre, es no comprender el proceso previo y sus efectos. Esta persona fue condicionada de manera encubierta y perversa, sus emociones y su psiquis fueron manipulados, sus sistemas psicológicos de defensa, desmontados. Se encuentra, literalmente, paralizada.

Se trata, en muchos casos, de una grave agresión moral de hondas dimensiones, incluso diría de un intento de asesinato psíquico.

Juzga mal quien piensa que la víctima es masoquista o depresiva. La realidad es que está psicológicamente atada por el discurso totalitario del narcisista, que niega su existencia como ser humano. No hay reciprocidad, no hay vínculo, no hay empatía, se trata de una tiranía en la que no existe la posibilidad de decir “No”.

Muchas víctimas sienten vergüenza por no saber salir o defenderse del abuso que padecen. En esta sociedad, todo el mundo quiere dar una impresión de listo, de duro e incluso de agresivo, pero no de débil, eso pesa en la imagen que las víctimas tienen de sí mismas.

Ninguna de las víctimas de los narcisistas que he conocido aman el sufrimiento por el sufrimiento mismo. Al contrario, cuando logran librarse de la tiranía de su verdugo, sienten una enorme liberación, sienten que están vivas y que pueden, al fin, respirar aire puro. Esa es la verdad de las víctimas cuando logran escapar de las garras del depredador.

Si algo se les puede reprochar a las víctimas es que han sido ingenuas y crédulas. No se podían ni imaginar la existencia de estos depredadores, cuya naturaleza es, básicamente, destructiva.

Cuando comienzan los trabajos de la devaluación, la víctima se devane los sesos intentando encontrar explicaciones lógicas y busca resolver las cosas: “Le diré cómo me he sentido, seguro que me comprenderá y se disculpará por su comportamiento”. De entrada, les resulta imposible imaginar tanta manipulación y tanta maldad.

En su confrontación con el abusador, las víctimas suelen ser trasparentes. Esa apertura ingenua de la víctima hace que el agresor tome todas las llaves del poder. En el fondo, el narcisista la odia. Su bondad natural es una bofetada para él.

Las víctimas desconcertadas, quieren mostrarse comprensivas, intentan adaptarse. Lo hacen porque aman a su agresor: “Si él es así, es porque no fue amado cuando era niño. Yo lo ayudaré a superar ese trauma”. Se creen investidas con la misión de arreglar las cosas porque son las únicas que comprenden.

Tarde o temprano caen en la cuenta de que se trata de una falsa esperanza. Ni la comprensión ni el diálogo hacen cambiar a un narcisista. Lo cierto es que no quiere cambiar, dado que se considera superior y perfecto, ni puede cambiar, porque su trastorno responde a un patrón fijo y estable de personalidad. Es imposible dotar de conciencia moral a quien carece de ella, o hacer que actúe empáticamente alguien que de por vida está desprovisto de emociones tan básicas como la alegría o la compasión.

Repito, es imposible cambiar a un narcisista. Esto es algo que nunca debemos olvidar.

A la víctima le cuesta salir de este círculo vicioso de manipulación y engaño hasta que llega la hora del descarte. La experiencia suele ser devastadora, traumática. Es entonces cuando comienza, por lo general con ayuda de agentes externos, a identificar lo que ha vivido, a ponerle nombre, a reconocer el trastorno narcisista de su agresor, iniciando así su camino, a veces arduo, de recuperación del abuso.

Sólo cuando la víctima logra decodificar los mensajes cargados de violencia, verbales y no verbales, del agresor narcisista, comienza a despertar.

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