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¿Cuál fue la reacción del público español a las independencias de los territorios españoles en Latinoamérica?

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Aprendiendo con Apuntes

Al contrario de lo que muchos creen, la independencia de la América Continental Española no fue una revolución popular, ni tampoco espontánea. Fueron los criollos, dueños de grandes plantaciones y burgueses enriquecidos, muchos de ellos iniciados en la Masonería, los promotores de los procesos de independencia del principio del siglo XIX. En tanto, la mayoritaria población mestiza e indígena permaneció fiel a la Corona, siendo los indígenas que lucharon en el bando realista mayoría en sus líneas, por lo que se puede considerar con razón que las guerras de independencia de las nuevas repúblicas americanas fueron realmente guerras civiles en las que se sustituyó el patrón del dominio económico de España por el de Gran Bretaña y otras potencias mundiales.

Así, los nuevos estados surgidos resolvieron de forma inmediata la expulsión de quienes habían ejercido cargos antes del fin de la contienda, que pronto se hizo extensivo a todos aquellos que no fueran nacidos en América. La expulsión fue un auténtico drama humano para miles de hombres, mujeres y niños de toda condición. Los últimos exiliados sufrieron toda clase de abusos y desprecios. Se habla de entre 150.000 y 200.000 expulsados, que crearon un fuerte sentimiento proespañol allá donde se asentaron (Cuba, Puerto Rico, Filipinas…).

La expulsión de México

La independencia de México implicó un drama humano para unas 15.000 personas, que fueron obligadas a abandonar todo lo que habían construido en estas tierras. El antihispanismo que acompañó al movimiento independentista afectó gravemente a los peninsulares que ahí vivían. Además de prohibírseles la tenencia de armas o desempeñar cualquier cargo público, la nueva república se incautó de sus capitales y sus haciendas, obligándoles a una vida en el exilio.

Los líderes más radicales llegaban incluso a culpar a los exiliados de todos los males acaecidos en el continente, justificando así que ahora se les quitara todo y se les expulsara. Se hicieron campañas propagandísticas para amedrentarlos y obligarlos a abandonar México, a la vez que alimentó el odio a todo lo español. Sin embargo, algunos diputados, unos pocos, se mostraron contrarios a estas medidas pues no respetaban lo acordado en los Tratados de Córdoba de 1821.

En breve, en diciembre de 1827, se aprobó la ley de expulsión de todos los peninsulares, sin excepción, en un plazo máximo de 30 días. Los españoles quedaron sumidos en una profunda marginación social que provocaron varias oleadas de salidas masivas de hombre, mujeres y niños desposeídos de sus bienes.

Unos pocos peninsulares pudieron quedarse mediante enlaces con los hijos de los criollos, aceptando al gobierno republicano y adoptando la nueva nacionalidad. Sus descendientes siguen siendo actualmente los grandes hacendados y terratenientes del país. Ello hizo crecer aún más el sentimiento antiespañol entre la mayoría de los mexicanos.

La expulsión de la Gran Colombia

Si el trato recibido por los peninsulares en México fue humillante, en la Gran Colombia debemos hablar apropiadamente de crueldad.

Aquí la emancipación se consiguió tras una lucha encarnizada de hermano contra hermano, que rápidamente derivó en el extermino de poblaciones afectas a los realistas y donde los independentistas se mostraron especialmente crueles desde el principio, llegando a calificarse por algunos autores no ya como guerra civil sino como guerra de exterminio contra los peninsulares y los indígenas fieles a la Corona.

Al final de la guerra, todos los españoles de origen europeo que no habían formado parte del movimiento emancipador fueron sacados a la fuerza del país.

La expulsión de las Provincias Argentinas

A pesar de que la guerra se llevó pronto fuera de la actual Argentina, en 1810 se emitió una orden de expulsión de la mayoría de los cargos y se impusieron penas de confinamiento, contribuciones especiales y expropiaciones explícitamente contra los españoles peninsulares con motivo de financiar la guerra de independencia. Bien conocido es el bando emitido por el gobernador artiguista de Montevideo, Fernando Ortogués, con fecha de 15 de marzo de 1815: "Ningún individuo español podrá mezclarse pública y privadamente en los negocios políticos de esta Provincia, esparciendo ideas contrarias a su libertad, con el sutil pretexto de hacer la felicidad del país, ni con otro alguno. El que a ello contraviniere será a las 24 horas irremisiblemente fusilado, incurriendo en la misma pena el que lo supiese y no lo delatare. Con igual pena será castigado el vecino que fuera aprehendido en reuniones o corrillos sospechosos, criticando las operaciones del gobierno".

En Paraguay se expulsó a unos centenares de peninsulares a la provincia de Corrientes. Los que se quedaron fueron obligados por ley a desposarse con indias de las antiguas misiones.

La expulsión de Perú

La gran población española de Perú, especialmente la concentrada en Lima, sufrió toda la crueldad y el terror desarrollado por Bernardo Monteagudo, apoyado por José de San Martín. Se encarcelaron a más de 4000 hombres peninsulares como parte de las medidas represivas, se prohibió la salida del domicilio al llegar la tarde y se embargaron todos sus bienes.

Tras la Batalla de Ica, se detuvo a más de 600 rehenes peninsulares y tras realizar con ellos "memorable ejemplo de venganza", se expulsó a los supervivientes a la fortaleza del Callao, aún en poder de los realistas.

Tras la Batalla de Ayacucho de 1824, poco más de 6000 peninsulares, canarios y criollos, sin posibilidad de escapar, buscaron refugio en la fortaleza del Callao, defendida por una guarnición de unos 2000 soldados. Aquel lugar sería el último refugio de un territorio que había sido España desde los tiempos de Pizarro. La fortaleza finalmente capítulo con apenas 700 personas vivas en su interior.

El caso de Chile

Chile sería la gran excepción a la humillación y el terror realizado contra los monárquicos. Tras la derrota de las fuerzas realistas, O´Higgins, temeroso de que las diferencias entre los diferentes grupos acabaran en un conflicto armado, hizo un esfuerzo para unir a los monárquicos con los republicanos, disponiendo diversas medidas sociales que permitiera una rápida reconciliación. No obstante, la guerra civil estaba ya en ciernes.

Epílogo

Habría que esperar a que se presentaran nuevas condiciones en ambos hemisferios para que se curasen las heridas abiertas por las afrentas realizadas durante la emancipación: Chile en apenas unos años estableció relaciones diplomáticas, seguida por México que buscó establecer relaciones diplomáticas tras la pérdida de Texas. El resto de las nuevas repúblicas irían estableciendo acuerdos diplomáticos poco a poco, hasta que finalmente Colombia y España lo firmaron ya en 1881.

Por otro lado, el verdadero poder de las nueva repúblicas residía en las logias. En ellas se repartían los cargos y se tutelaban los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Las disensiones propias de los parlamentos se dirimían en las logias y si no se alcanzaba la concordia, se forzaba al nuevo estado con un golpe de estado. Es en la forma que se concibió y gestionó el poder de las nuevas repúblicas donde vemos la principal raíz de la corrupción actual en la América Latina. La excepción fue nuevamente Chile, pues surgieron pronto diferentes facciones en el seno de la república cuyas graves disensiones podían conducirla a la guerra civil, por lo que fueron los moderados de todas las tendencias quienes tendieron puentes que buscando el entendimiento.

En cuanto a los indígenas, si bien la legislación los trataba casi como iguales, lo cierto es que fueron despojados de la protección frente a los abusos de los criollos de la que habían gozado bajo la Corona. Se puede afirmar con rotundidad que las nuevas repúblicas dieron la espalda a los indígenas, pasando de una convivencia a una mera cohabitación, cuando no directamente al exterminio. Los abusos fueron continuos, despojándoles de la mayoría de sus tierras e incluso de sus vidas. Ejemplos de ello se dieron en todo el cono sur. Tal fue la animadversión entre los indígenas hacia las nuevas repúblicas que hubieron de pasar varias generaciones hasta que se volviera a la convivencia, como ocurrió en la Puna cuyos indígenas no reconocieron a las repúblicas hasta ya entrado el año 1866.

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