Si sus padres le dijeran que morirá en el infierno por ser gay, ¿qué les respondería?

Mis padres me dijeron exactamente eso cuando se lo dije a los 14 años. Por supuesto, eso fue en 1967. Primero, mi madre lloró y gimió. Ella dijo que nunca me casaría, nunca tendría hijos y moriría completamente solo. Mi padre me gritaba que me quemaría en el infierno. Más tarde trató de atacarme físicamente. Afortunadamente, heredé mis rasgos físicos del lado de mi madre. Tengo 1,92 m. y soy musculoso.

Me llevaron al pastor, que me llamó marica y sodomita, ... desde el púlpito. Se aseguraron de que de que me golpearan y me dieran una paliza tremenda. Nadie vino a verme al hospital. Particularmente él. No hubo cargos presentados. Solo mi talla me mantuvo a salvo en la escuela.

Cuando me recuperé y volví a casa, porque en esos días un homosexual era casi el equivalente social de un abusador de niños, mi padre había quitado la puerta de mi habitación.

Mis padres me llevaron a todos los encantadores de serpientes con el programa Pray the Gay Away (Expulsa al Gay en ti mediante el Rezo) y tantos psitoterapeutas de terapia de conversión de tortura que perdí la cuenta. He tenido hasta exorcismos para expulsar los demonios homosexuales.

Me entregué al trabajo escolar. Estudié mucho y me gradué 4º en mi clase en la escuela secundaria más grande de Houston. Obtuve todos los gastos pagados con una beca académica a Cornell.

Recibí una educación de alta calidad e hice mi trabajo de posgrado en Cambridge en el Reino Unido. Conocí a un hombre y me enamoré. Tuvimos un compromiso civil, que era el matrimonio gay en esos días, intercambiando nuestros votos en un servicio religioso. Sus padres vinieron. El mío no lo hizo.

De hecho, cuando llamé a mi mamá, ella gritó y colgó el teléfono. La invitación de boda me fue devuelta. Dentro de la tarjeta, escribió con un rotulador rojo: "Te quemarás en el infierno".

Mi esposo y yo teníamos empleos bien remunerados y contratamos una madre de alquiler. Terminamos con tres hijos. Una niña y dos niños. Todos son adultos, heterosexuales y casados ​​y tengo 5 nietos. Cuando mi esposo murió de una enfermedad cardíaca, todos regresamos a los Estados Unidos. Estuvimos casados durante 23 años.

Conocí a otro hombre y logré enamorarme de nuevo. Nos casamos en el 2000, tres meses después de la muerte de mi padre. Mi madre no gritó esta vez. En su lugar, me dijo que el dolor que había causado había matado a mi padre. Que había asesinado a mi padre con mi perversión. En realidad murió de cáncer de páncreas.

Le envié una invitación de todos modos. Ella no lo devolvió, pero tampoco vino. Incluso mis suegros de mi primer matrimonio vinieron. Mi ex suegro estaba en una silla de ruedas. Se ofreció a entregarme (padrino de boda). Mi ex suegra incluso lloró.

Mi estado y el gobierno federal reconocen mi matrimonio. Tengo hijos y nietos que amo mucho. He tenido dos matrimonios monógamos a largo plazo con hombres que amo apasionadamente y que respeto.

Soy diácono y maestro de escuela dominical en una iglesia bautista en Houston que afirma ser gay y brinda igualdad de oportunidades para el servicio, sin importar el género. Vivo en mi rancho, cerca de Houston, donde enseño a mis nietos a montar y montar a caballo y a pescar.

Nada de lo que predijeron mis padres se hizo realidad. He vivido una vida plena y normal, rodeada de amigos y familiares, incluso nietos que juegan en mis rodillas y a quienes echo a perder con mimos y caprichos.

Todavía estoy en la iglesia y todavía amo a mi Jesús. Todavía hoy estoy tan perdonado como el primer día que creí y le pedí que me perdonara, como pecador. El Salmo 103 nos dice que Dios recuerda que somos humanos y cómo nos creó del barro.

Juan 3 nos dice que Cristo no vino a la Tierra para condenarnos. Y si vamos al infierno, no es por nuestros vicios mezquinos, ni por lo que ponemos en nuestros estómagos o con quién nos metemos en la cama por la noche. Sino porque no hemos creído en el nombre del único hijo de Dios, Jesús el Cristo.