¿Por qué no se debería enseñar religión en las escuelas?

Las derechas supieron colar muy bien en el momento de la redacción de la Constitución de 1978 el estado aconfesional en lugar del estado laico, imponer clases de religión como un derecho de los padres, colar en la enseñanza pública a más de trece mil catequistas elegidos y libremente despedidos por los obispos incluso por motivos que vulneran la Constitución como el de ser divorciados o estar casados en un matrimonio de personas del mismo sexo.

Sin embargo, el Estado, las Comunidades Autónomas, han de pagar con dinero público hasta la última de sus nóminas. Se genera un serio conflicto con la legalidad vigente desde el mismo momento en que para su contratación se vulneran los principios de igualdad, de publicidad y de concurrencia mediante la regulación de su acceso según el mérito y la capacidad así como la exigencia de no discriminación por razones religiosas para optar a un empleo público.

¿Se admitiría con la misma tolerancia que en los centros educativos se enseñase a los alumnos a invocar a los arcontes mediante conjuros, sortilegios, rituales y hechizos, al buen uso del Pentáculo para adorar a Satanás, a evitar el mal de ojo o a confeccionar pócimas, elixires y brevajes de la buena y mala suerte? Pues eso es también religión

Pero, vamos a ver, ¿Qué tipo de comprensión del mundo puede dar a los niños la enseñanza de una disciplina que, con su doctrina de la dualidad cuerpo y alma y del alma inmortal entra en contradicción directa con la psicología experimental y cognitiva y los desarrollos de la neurobiología? ¿Qué puede enseñar a los niños la creencia en una resurrección que se opone a los principios básicos de la bioquímica, de la termodinámica y al aumento de la entropía? ¿Qué tipo de ética y sentido de la responsabilidad puede aportar una creencia en seres invisibles depositarios del sentido del bien y del mal absolutos?