Alemania Nazi: ¿Cómo fueron los últimos días del Tercer Reich?

Si te interesa una historia familiar de la Alemania rural:

Hay que entender que la parte del sur de Baviera, en la que vivía mi familia, era muy rural, muy conservadora y un poco atrasada: en general se desentendían de la política y de la ideología, no les gustaban los judíos pero tampoco los protestantes, los intelectuales, la gente de las ciudades, ni siquiera los sacerdotes católicos, ya que no trabajaban para vivir.

Mientras que la propaganda nazi tenía su máximo esplendor en las grandes ciudades y sobre todo en las universidades, la población rural no era tan ideológica, simplemente porque no se puede adoctrinar a niños que sólo van a la escuela durante 4-6 años y cuyos padres pensaban que leer y calcular lo básico, era suficiente educación.

Eso no significa que los Nazis no lo intentaran: mi abuelo (nacido en 1934 y con 11 años cuando terminó la guerra), fue obligado a unirse a las Juventudes Hitlerianas locales y una vez a la semana entrenaban maniobras y hacían prácticas de tiro, lo que como niños, obviamente disfrutaban (sin saber que si la guerra se hubiera alargado un poco más, habrían sido reclutados). Después del tiro tenían "educación política"; que significaba el adoctrinamiento por parte de un oficial del partido de la ciudad. Mi abuelo lo recuerda como algo tremendamente aburrido, y que el miembro del partido se limitaba a gritarles durante horas, hasta que un día uno de los chicos se levantó y dijo que tenía que irse. El funcionario se puso furioso y empezó a gritarle:

"Estamos hablando de Adolf Hitler, el salvador de Alemania y el Führer del Gran Reich alemán, ¡¿y tú te quieres ir?! ¿Qué estás haciendo…?".

El chico le interrumpió: "Sí, me parece bien, pero mi padre está en la guerra, mi madre está enferma y alguien tiene que dar de comer a las vacas".

El funcionario del partido se quedó sin palabras ante este desinterés por sus enseñanzas. No se le volvió a ver en el pueblo. La guerra, sin embargo, se prolongó unos meses más. Mi abuelo lo recuerda como un caos, incluso en el pequeño pueblo en el que vivían, la razón principal era que los Alpes empiezan justo detrás y cientos de personas (tanto civiles como desertores de la Wehrmacht) decidieron que era más seguro esperar el final de la guerra en las montañas.

Obviamente, la Wehrmacht tenía otros planes, ya que Hitler había ordenado luchar hasta el final y retrasar el avance aliado todo lo posible. En abril de 1945, un grupo de soldados de la Wehrmacht se presentó en el pueblo, con órdenes de hacer explotar el único puente de la región, lo que habría retrasado a los Aliados durante unos días. Mi bisabuelo, que tuvo la suerte de no ser reclutado para la guerra, ya que era propietario de un pequeño aserradero, que producía artículos para la guerra (por entonces, sobre todo ataúdes), no se alegró demasiado de la voladura del puente, ya que su aserradero estaba conectado con el resto del pueblo sólo a través de este puente.

Así que, por la noche, mi bisabuelo y sus amigos fueron al puente, donde los soldados ya habían colocado dinamita y habían dispuesto todo para volarlo por la mañana. Mi bisabuelo y sus amigos se deslizaron evitando a los guardias y tiraron toda la dinamita al río. A la mañana siguiente, el oficial sumó dos más dos y adivinó que había sido mi bisabuelo (el aserradero estaba justo al lado del puente) y lo hizo arrestar y ordenó que lo fusilaran.

Sin embargo, mi bisabuelo consiguió convencer al oficial: de todas formas la guerra estaba perdida, qué importaba un solo puente y a quién le iba a importar, si el ejército ya estaba desorganizado. Así que, en lugar de ser fusilado, mi bisabuelo mostró a los soldados un camino hacia su propia cabaña en las montañas, y él iría regularmente a llevarles comida y bebida. El oficial y mi bisabuelo se hicieron buenos amigos y él venía una vez al año.

Aquí puedes ver el aserradero de mi bisabuelo, su casa y el puente