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¿Debemos dar dinero a los mendigos? ¿Por qué o por qué no?

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Materiales y Apuntes

Para intentar responder esta pregunta te voy a contar mi experiencia con los mendigos. Antes yo vivía en una ciudad pequeña de Colombia; muy pocos habitantes, por tanto pocos mendigos. En mi barrio habían (o hay, ya no lo se) como cinco mendigos que usualmente frecuentaban las mismas esquinas y pedían dinero en los mismos lugares.

La mayoría de los vecinos ya los conocían he incluso le sabían sus historias; por eso todos los ayudábamos, les dábamos dinero cuando lo pedían, incluso mis padres les regalaban ropa y comida con bastante frecuencia. En ese tiempo pensaba que estaba bien darles dinero, para mí eran personas desafortunadas que se podían beneficiar de unos pocos pesos para comprar comida.

Hace tres años me mudé a la capital, una ciudad con diez veces más habitantes, y una cantidad abrumante de mendigos. Al comienzo, cuando salía a la calle, al igual que antes, le daba unas pocas monedas a todo el que me pedía. Pero muy pronto me empecé a desesperar; demasiados mendigos, en el transporte publico, en cada esquina, a la salida de los restaurantes, en los supermercados. Llegaba a casa con los bolsillos vacíos.

Antes yo me conmovía con la historia de una señora que mendigaba en la iglesia del barrio (en mi antigua ciudad) a quien habían violado y matado a una de sus hijas. En Bogota, a diario esas historias caen como lluvia a los usuarios de transporte publico. En un principio, y conmovida sobremanera por tantos infortunios, daba mi dinero a quien pudiera. Muy pronto, por fortuna, me llegue a dar cuenta de las artimañas que muchos de estos personajes usaban. Cierto señor aparecía en diferentes restaurantes pidiendo dinero, algunas veces con una mano vendada, otras en muletas, otras con gafas oscuras y bastón. Otro, con traje y corbata decía que lo había atracado y necesitaba dinero para volver a su casa; me di cuenta que este sujeto aparecía afuera de universidades todos los días con él mismo cuento. Y otros tantos con historias tan irrisorias, usando y exponiendo a niños a los peligros de la calle.

Con esto no estoy diciendo que todos los mendigos sean unos mentirosos, dada la desigualdad económica tan grande en Colombia, entiendo que la situación debe ser difícil para muchos. Pero la mendicidad en Bogotá es como una avalancha que toma por sorpresa a los que no estamos acostumbrados.

Sin embargo, este asunto de ver mendigos en la calle se vuelve natural después de un tiempo, y al saber que muchos se inventan historias para sacar provecho de los sensibles como yo, ocurre el efecto opuesto, uno se empieza a desligar de esa realidad. La copa que esta llena ya no se puede volver a llenar.

En fin, hoy en día solo doy limosna a los artistas callejeros, porque al menos tienen algo bueno que ofrecer y a las mujeres madres de familia, porque aunque no puedo comprobar que estén diciendo la verdad, me parecen más creíbles.

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