¿Alguna vez has descubierto algo sobre tu mascota que te haya sorprendido?

Habiendo tenido unas cuantas mascotas, siempre hubo experiencias sorprendentes. Y al leer esta pregunta lo primero que recordé fue mi primera mascota, una cachorra mestiza que mi padre halló en la ruta, en uno de sus muchos viajes debido a su trabajo.

Estaba famélica, recuerdo que me llamó mi padre, yo tenía unos 8 o 9 años, fui al garage y ahí la ví, devorando ávidamente lo que había en una olla que le pusieron a su alcance, con comida. Era pequeña, medio rosadita, de allí que la llamé Pinky, en el momento en el que mi padre, en cuclillas a su lado, me dijo sonriendo: “La traje para vos”.

Pinky creció conmigo y vivió muchos años junto a mí, aun después de casarme. Era una perra buena, incomprendida muchas veces en sus travesuras, ya que mi padre no tenía habilidad ni conocimiento para tratar a los perros. Eran perros y punto.

Recuerdo una vez, yo tendría unos 12 o 13 años, no recuerdo por qué razón estaba muy triste, me fui al patio a llorar mis penas a un rincón, fui una niña bastante solitaria. Sentada en el piso y abrazando mis rodillas, cavilaba entre lágrimas sobre lo que me hacía sufrir, vaya a saber qué.

Mi perra Pinky tomó un pedazo de carne con hueso de su olla y me lo trajo, dejándolo en mi falda y apoyando su cabeza sobre mis rodillas, quedándose así, mientras me miraba con ojitos de consuelo. Estuvimos largo rato sin movernos, tanto por mi tristeza como por mi sorpresa de ver que un animal podía darse cuenta más que mi familia de mi estado de ánimo.

Que no vengan a decirme que los perros son sólo perros y que no entienden nada…