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dando lugar así a las denominadas “taxonomías”. Realizaron esta tarea adoptando y corrigiendo las clasificaciones antiguas de Aristóteles. Estos pa...

dando lugar así a las denominadas “taxonomías”. Realizaron esta tarea adoptando y corrigiendo las clasificaciones antiguas de Aristóteles. Estos patrones que presentaba la diversidad de los seres vivos permitieron a Linneo llevar a cabo una clasificación jerárquica que distinguía entre reinos (por ejemplo, animal); cada uno de esos reinos, a su vez, se encontraba dividido en clases (por ejemplo, mamíferos) que, también, podían ser divididas en órdenes (por ejemplo, carnívoros), familias (por ejemplo, canidae), géneros (por ejemplo, canis) y especies (por ejemplo, lupus). Por su parte, las especies podían ser subdivididas en subespecies o variedades (por ejemplo, canis lupus familiaris – pastor alemán). Si bien Linneo realizó importantes modificaciones a la taxonomía de Aristóteles, su manera de clasificar a los seres vivos, mantenía muchos de los supuestos fundamentales de la filosofía de Aristóteles. Para Aristóteles todas las cosas, y no solo los seres vivos, tenían dos tipos de propiedades: esenciales y accidentales. Si una propiedad esencial de un objeto cambiaba, cambiaba la naturaleza del objeto. En tanto las propiedades accidentales eran aquellas que podían variar entre individuos u objetos que comparten las mismas propiedades esenciales, sin que cambiara su naturaleza. La idea es que, en el caso de los seres vivos, estos podrían agruparse en especies, por ejemplo, debido a ciertas propiedades esenciales en común, mientras que las diferencias que permiten agrupar en variedades a los organismos de una especie serían accidentales. Así, desde el punto de vista aristotélico, un dálmata, un caniche y un collie compartirían una esencia que los hace ser perros, pero se diferenciarían en las propiedades accidentales que caracterizan a cada una de estas variedades: tamaño, patrón del pelaje, largo del pelo, etc. Aristóteles desarrolló su teoría de las esencias como un intento de mejorar la teoría platónica de las ideas de acuerdo con la cual cada entidad terrestre era una copia imperfecta de un ejemplar ideal o forma que existía eternamente en el mundo de las Ideas. Si bien este mundo de abstracciones, tal como lo concebía Platón, no era visible, era accesible por medio de la mente de manera independiente de la experiencia. Así como se consideraba que un geómetra razonaba y probaba teoremas acerca de las propiedades que poseen formas como el círculo y el triángulo, también existían formas o ideas para la jirafa y el hipopótamo que las ciencias intelectivas de la naturaleza debían indagar. Asimismo, del mismo modo en que ningún círculo terrenal, aún elaborado con el máximo cuidado, jamás podría ser el círculo perfecto de la geometría euclidiana, ningún hipopótamo en la naturaleza podía manifestar perfectamente la esencia o idea de hipopótamo (Dennet, 1995). Las concepciones de Platón y de Aristóteles, no solo influyeron en la manera en que los naturalistas anteriores a Darwin –como Linneo– sistematizaron y clasificaron la información acerca de los seres vivos, sino que, también, dejaron su huella en el tipo de preguntas y respuestas consideradas valiosas a la hora de investigar los fenómenos naturales. Aristóteles distinguía cuatro preguntas básicas acerca de cualquier entidad (Dennet, 1995): 1.¿Cuál es su materia o causa material? (es decir: ¿de qué está hecho?) 2.¿Cuál es su causa formal? (es decir: ¿con qué forma, estructura o configuración se presenta?) 3.¿Cuál es su causa eficiente? (es decir: ¿cuál es su origen, cómo comenzó a existir, qué lo puso en movimiento?) 4.¿Cuál es su causa final? (es decir: ¿cuál es su propósito, su meta o fin?) Aquí nos interesa detenernos particularmente en la causa final aristotélica. Por cientos de años, tanto científicos como filósofos se han dedicado a buscar respuestas por la causa final, a las que se ha dado en llamar explicaciones teleológicas (el nombre proviene de la palabra telos, que en griego quiere decir “fin”). Una explicación teleológica es aquella que da cuenta de la existencia u ocurrencia de algo apelando a algún propósito u objetivo que la entidad cumple. Por ejemplo, si uno se pregunta por qué existen los martillos, la respuesta más obvia, seguramente consistirá en una explicación teleológica: los martillos existen porque alguien los inventó con un propósito, en este caso para martillar (Dennet, 1995). Cualquiera que conviva con niños pequeños habrá notado una característica de las respuestas a las preguntas por qué: es posible repreguntar, y repreguntar interminablemente, para cualquiera de las causas aristotélicas. Aristóteles ofreció una manera de hacer frente a este problema de las explicaciones teleológicas: la repetición de “por qué” terminaba en el primer motor inmóvil. El primer motor inmóvil, para Aristóteles, es la causa final y eficiente de los movimientos naturales. El mundo aristotélico, sin embargo, es eterno. No fue creado ni diseñado por nadie. Esta idea aristotélica fue modificada cuando sus obras fueron reinterpretadas en el marco de la teleología cristiana durante el Medioevo. En esta reinterpretación, el primer motor inmóvil fue, por supuesto, identificado con el dios de los cristianos. Pero, este dios, a diferencia del primer motor inmóvil, habría creado el mundo, así como todos sus componentes. La finalidad de la vida, que en Aristóteles era intrínseca a las sustancias que conformaban en el mundo, fue reinterpretada como una finalidad extrínseca, dependiente de los objetivos conscientes del creador: Dios. Las diferentes entidades que poblaban el mundo se volvieron artefactos, cuyo fin dependía de las metas que el arquitecto les había otorgado en el plan de creación. En el siglo XIX, esta visión, que había sido desterrada de la física y la astronomía en la Revolución copernicana, seguía imperando en los estudios acerca de la vida. Desde esta concepción, el origen de los diferentes rasgos de los organismos que les permiten estar adaptados a sus ambientes para asegurar su supervivencia en el lugar en que viven, era explicado también, apelando al plan de creación divina: ¿cómo los colibríes adquirieron el pico justo del tamaño que necesitan para comer el néctar de las flores? ¿Cómo los peces adquirieron la forma óptima para nadar en el agua con la menor resistencia posible? ¿Cómo los pájaros adquirieron huesos huecos y livianos, que les posibilitan el vuelo? La respuesta siempre apela a los planes del creador. Dios los diseñó de ese modo para que pudieran subsistir en sus hábitats naturales. Así, por ejemplo, William Paley (1743-1805) ante la pregunta: “¿Por qué existen adaptaciones?”, respondía: “Porque Dios las creó”. Para dar cuenta de las adaptaciones exhibidas en los diferentes seres vivos, argumentaba que de la misma forma en que al ver cómo funciona un reloj atribuiríamos el diseño de su estructura a un relojero, al observar el funcionamiento de las distintas adaptaciones biológicas debemos atribuir su complejo diseño a un Dios creador: Al examinar la estructura del reloj hallo en él que las partes de que se compone han sido hechas unas para otras y con determinado objeto; que ese objeto es el movimiento; y que ese movimiento se dirige a señalar las horas […]. Veo que está proporcionado el calibre de estas ruedas a que en tiempo determinado se muevan las manecillas con perfecta regularidad sobre la carátula; que las ruedas son de un metal que no oxida, los muelles de un material muy elástico […]. Forzoso es que esta máquina sea obra de uno o de muchos artífices, que estos artífices existiesen antes de fabricarla; y que al fabricarla se propusiesen el resultado de ella que estoy observando […] Toda observación hecha […] respecto al reloj puede ser repetida con propiedad, en relación al ojo, a los animales, respecto incluso a todas las partes organizadas de los dominios de la naturaleza. (Paley, 1802, 1-3) Antes que Darwin publicara sus investigaciones, el creacionismo era una de las concepciones más aceptadas acerca del origen de los seres vivos. En el siglo XVII, se encontraba fuertemente establecida la creencia de que la Tierra solo tenía unos pocos miles de años de antigüedad y se explicaba tanto el origen de nuestro planeta, como la existencia de los seres vivos que lo habitaban, apelando a Dios, que había creado a cada uno de los antepasados de dichos organismos de manera directa, de acuerdo con una

Esta pregunta también está en el material:

Teorías de la ciencia - Ginnobili
321 pag.

Pensamento Científico Universidad de Buenos AiresUniversidad de Buenos Aires

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