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Aníbal. Una escena conservada en un mosaico hallado en Veïe nos da idea de dichas dificultades. De pie en la popa de un barco, a lo largo de un río...

Aníbal. Una escena conservada en un mosaico hallado en Veïe nos da idea de dichas dificultades. De pie en la popa de un barco, a lo largo de un río, hay un hombre a quien una amplia capa sobre las espaldas, y también tal vez la gran atención de que da muestras, confiere una actitud hierática: dirige las delicadas evoluciones de un grupo de trabajadores. Hay un elefante sobre el pontón estrecho que une el barco con tierra firme. Tres patas del animal están sólidamente sujetas por sendas cuerdas cuyos extremos opuestos están en manos de unos hombres que aparecen en cubierta. Un segundo grupo de hombres, que se han quedado en tierra, sujetan la cuerda de la cuarta pata. No hay ningún ando llegaban a destino, eran encerrados en las casas de fieras de Roma o de los alrededores. Los elefantes procedentes de África eran trasladados por vía fluvial a unos parques especiales situados cerca del mar, en Árdea, mientras que otra casa de fieras, en Laurentum, acogía la fauna abigarrada que los pintores, por su cuenta y riesgo, habían ido a ver a su llegada al puerto con el fin de tomar apuntes y hacer esbozos. Se ha calculado que, en el espacio de quince años, la caza de fieras del Emperador, en tiempos de Augusto, vio desfilar a 3.500 animales, entre ellos 400 tigres, 260 leones, 600 panteras y especies de todas clases: focas, osos, águilas, etc. Naturalmente, la manutención de estos carniceros, destinados en su mayor parte a la matanza pura y simple, representaba una carga muy pesada, incluso cuando no eran alimentados con faisanes, como hizo Heliogábalo. Además, para ocuparse del transporte, del mantenimiento y, eventualmente, de la doma de toda esa fauna, era necesaria una auténtica administración cuyos escritos conservan pruebas de ello. Los gastos considerables que llevaba consigo semejante organización era el mayor inconveniente para la seguridad del aprovisionamiento. Y el fisco, en determinadas épocas, se vio tan grabado por ello que el Emperador ofreció a particulares parte de sus animales como regalo. Pues, si entre la remuneración del venator y el precio de coste del animal, pudiéramos establecer la cantidad a que ascendía matar a un león en pleno corazón de Roma, obtendríamos sin duda una cifra sorprendente. Es cierto que en el acto trivial que los indígenas de Mauritania llevaban a cabo de manera rutinaria para proteger a los animales que iban a Roma, los romanos veían el símbolo de su omnipotencia sobre el universo. El mercado de fieras en África Había que satisfacer también las necesidades de los notables y de los magistrados que, por todo el Imperio, ofrecían a sus conciudadanos el espectáculo de una cacería. Ciertamente, en aquellos regocijos provincianos aparecía únicamente a menudo la fauna local, fácil de capturar en los bosques o las montañas de Europa: lobos, ciervos, jabalíes o toros. Pero, de vez en cuando, también se presentaban allí fieras, y eran mucho más apreciadas, puesto que constituían un auténtico lujo. Había, pues, allí unos mercaderes que, salvo en el caso de los leones y los elefantes que el Emperador se reservaba en exclusiva, cumplían con la función de satisfacer esta demanda. África fue su tierra predilecta por la riqueza y la variedad de su fauna, pero también como consecuencia de circunstancias especiales. La «caza», introducida tardíamente en Roma, no revistió jamás, como los combates de gladiadores en su origen, el carácter de un rito. En la venatio propiamente dicha, es decir, el combate entre el venator y la fiera, el mismo hecho de que el resultado de la lucha fuera dudoso hacía difícil toda consagración: el cumplimiento del rito habría dependido del azar, y el apaciguamiento del dios, de la estadística. En cuanto a las ejecuciones por medio de las fieras, no eran más que asesinatos en serie. No ocurría lo mismo en Cartago, donde esta última forma de espectáculo fue utilizada para satisfacer las exigencias de un ritual local. El Saturno africano, en efecto, heredero de Baal Hammon, exigía unos sacrificios humanos que habían estado rigurosamente proscritos por las leyes romanas: la forma degradada de la venatio que constituía la condena a las fieras permitía satisfacer las exigencias moralizadoras del vencedor sin privar al dios de la sangre que reclamaba; bastaba para ello con disfrazar a los condenados de sacerdotes de Saturno y consagrarlos a dicho dios antes de lanzarlos a las fieras. Este espectáculo, que en Roma era como un intermedio reproducido en serie para llenar los vacíos del programa, se convertía, en Cartago, en una auténtica ceremonia. Se sacrificaba en cierta manera «a la romana» pervirtiendo una institución contra la cual el vencedor no podía tomar represalias, puesto que la idea inicial había sido suya. Y, no obstante, en el decorado típicamente romano del anfiteatro, tenía lugar un rito cartaginés para honrar a un dios cartaginés. Esta circunstancia particular contribuye sin duda a explicar la popularidad excepcional de la venatio en África, de la que tantos hechos nos dan testimonio. Parece ser que los combates del anfiteatro revistieron allí un carácter pasional que no alcanzaban en ninguna otra parte: en el spoliarium del gran anfiteatro de Cartago donde se colocaban los cuerpos de los venatores muertos durante el combate, ha sido hallado gran número de aquellas fórmulas de execración mediante las cuales se pedía la desgracia para el cazador deseándole que resultara herido o que no pudiera lanzar la red. Por otra parte, los combates no eran anónimos, pues los animales llevaban nombres conocidos por el público: hubo osos que se llamaron Leander, Crudelis u Homicida. Estos nombres los hallamos en los mosaicos mediante los cuales los notables que habían ofrecido los juegos perpetuaban orgullosamente su recuerdo. Esta clase de espectáculo, muy en boga hacia la mitad del siglo III, da testimonio del prestigio de que gozaban las cacerías entre el público. En África había, en resumen, una necesidad y los medios para satisfacerla. El anfiteatro había dado vida a un comercio próspero que estaba en manos de sociedades cuyo número ha sorprendido a los historiadores modernos: los Pensatii, los Synematii, los Tauriscii y, principalmente, los Teleginii, cuyos nombres hallamos numerosas veces en las inscripciones. Estas sociedades, más o menos relacionadas con los propietarios de las yeguadas, poseían colecciones de fieras cuya obtención les era muy fácil: mediante el cambio, con los indígenas de los confines, de animales por productos manufacturados o abalorios. Si creemos a B. Pace, algunas de las pinturas rupestres halladas en África del Norte y en el Sahara fueron hechas por hombres del lugar durante las etapas difíciles en que conducían lentamente los convoyes hacia las ciudades prósperas. Al mismo tiempo que los animales, alquilaban a los organizadores de los juegos los «cazadores» expertos que necesitaban; tenían, como vemos, un papel muy parecido al del lanista. El arte romano de África da testimonio de la vitalidad de dichas organizaciones: hallamos un nombre en un jarrón acompañado de la exclamación Nikè (¡Victoria!) y también en mosaicos. En este terreno, poseemos una fuente de primer orden descubierta hace unos veinte años en Sicilia, en Piazza Armerina. Defensa e ilustración del mundo antiguo Se llega allí después de pasar por unas tierras quemadas, siguiendo las pendientes de un valle cuyos verdes casi transparentes recuerdan súbitamente las bahías de Toscana. Uno abandona el paraje sorprendido y no poco intrigado por la visión de una mujer en bikini, tal vez una bailarina, si consideramos acertada la teoría de Biagio Pace, cuyo libro desarrolla a este respecto una historia muy erudita sobre el traje de baño en la antigüedad. Tal vez no es únicamente la frivolidad lo que lleva a los turistas en masa hacia este mosaico que cuenta, es cierto, con un estilo menos refinado que los otros: hay, en la silueta de la mujer —mezcla de madurez y de

Esta pregunta también está en el material:

Crueldade e Civilização
128 pag.

Cultura e Civilizacao Espanhola I Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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