La evolución de la humanidad, con toda su contingencia y sin teleología que probarse pueda, no ha pasado de un terminus a quo primitivo a un termin...
La evolución de la humanidad, con toda su contingencia y sin teleología que probarse pueda, no ha pasado de un terminus a quo primitivo a un terminus ad quem moderno para cerrar ahí su periplo. No hay fin de la historia. Sabemos que ésta continúa, preñada de incertidumbres, aunque tengamos buenas razones para sospechar que hoy lo hace por vía civilizatoria. No hay otra, como no se produzca una regresión a la barbarie, o por lo menos una refeudalización general21, para lo cual carecemos de indicios fiables. Ello no impide la aparición de algunos vaticinios alarmistas. Naturalmente, esa historia que continúa lo hará con nuevos instrumentos, creencias y saberes, amén de los existentes. Con nuevos conflictos, peligros, anhelos y enfrentamientos. Con nuevos poderes y dominaciones, por decirlo con la expresión de Jorge Santayana cuando reflexionaba sobre la naturaleza de la civilización contemporánea (G. Santayana, 1951). Será siempre impredecible. La futurología sigue sin tener futuro.
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