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Éstos son tipos ideales o arquetipos conceptuales. Algunas personas encajan mejor que otras en estas descripciones. Nadie consigue ser un vulcanian...

Éstos son tipos ideales o arquetipos conceptuales. Algunas personas encajan mejor que otras en estas descripciones. Nadie consigue ser un vulcaniano auténtico; todo el mundo es al menos un poco parcial. Por desgracia, mucha gente encaja bastante bien en el carácter del hobbit o del hooligan. En su mayor parte, los estadounidenses son hobbits o hooligans, o se encuentran en algún lugar intermedio del espectro. Nótese que no defino estos tipos en función de lo extremas o moderadas que son sus opiniones. Los hooligans no son por definición extremistas y los vulcanianos no son por definición moderados. Quizá algunos marxistas radicales o anarquistas libertarios sean vulcanianos, mientras que la mayor parte de los moderados es un hobbit o un hooligan. Mill conjeturó que a los ciudadanos la participación en la política los ilustraría. Otra manera de expresar esta suposición es que Mill esperaba que la deliberación política y la participación en un gobierno representativo convertirían a los hobbits en vulcanianos. Schumpeter, por el contrario, pensaba que la participación embrutecería a la gente, es decir, tiende a convertir a los hobbits en hooligans. En los siguientes capítulos analizo y refuto una amplia variedad de argumentos que pretenden demostrar que la libertad y la participación política nos hacen bien. Yo afirmo que para la mayoría de nosotros la libertad y la participación política son, en general, perjudiciales. Somos sobre todo hobbits o hooligans, y la mayor parte de los hobbits son hooligans potenciales. Estaríamos mejor, y también lo estarían los demás, si nos mantuviéramos al margen de la política. Existe un conjunto de opiniones ampliamente compartidas sobre el valor y la justificación de la democracia, y sobre la participación democrática universal. Estas creencias son populares entre mis colegas, es decir, otros filósofos políticos analíticos y teóricos políticos, así como entre gran parte de la gente común que vive en democracias liberales. Son menos populares entre los economistas de mentalidad empírica y los politólogos, o entre los filósofos y teóricos más empíricos. Consideremos todas las formas posibles en las que la democracia y la participación política universal pueden ser valiosas: Epistémica/instrumental: quizá la democracia y la participación política universal son buenas porque tienden a conducir a resultados justos, eficientes o estables (al menos en comparación con las alternativas). Aretaica: quizá la democracia y la participación política universal son buenas porque tienden a educar, ilustrar y ennoblecer a los ciudadanos. Intrínseca: quizá la democracia y la participación política universal son buenas como un fin en sí mismas. Lo que llamaré «triunfalismo democrático» es la opinión según la cual, por estos tres tipos de razones, la democracia y la participación política universal están justificadas y son valiosas y necesarias por justicia. El eslogan del triunfalismo podría ser: «¡Tres hurras por la democracia!». De acuerdo con el triunfalismo, la democracia es una forma excepcionalmente justa de organización social. La gente tiene el derecho básico a disfrutar de la misma cantidad de poder político. La participación es buena para nosotros; nos da poder, resulta una forma útil de conseguir lo que queremos y tiende a hacernos mejores personas. La actividad política tiende a producir un sentimiento de fraternidad y de compañerismo. Este libro refuta este triunfalismo. La democracia no se merece al menos dos de estos tres vítores, y puede que tampoco se merezca el tercero. Yo sostengo que: • La participación política no es valiosa para la mayor parte de la gente. Al contrario, a la mayoría de nosotros nos hace poco bien, y en cambio tiende a embrutecernos y a corrompernos. Nos convierte en enemigos cívicos que tienen motivos para odiarse unos a otros. • Los ciudadanos no tienen el derecho básico de votar o de presentarse a un cargo electo. El poder político, incluso la pequeña cantidad de éste que implica el derecho a votar, tiene que estar justificado. El derecho a votar no es como otras libertades civiles, como la libertad de expresión, de religión o de asociación. • Aunque es posible que existan algunas formas de gobierno intrínsecamente injustas, la democracia no es una forma de gobierno intrínseca o exclusivamente justa. El sufragio universal no restringido e igualitario, en el que cada ciudadano tiene derecho a un voto de forma automática, es en muchos sentidos moralmente objetable. El problema es (como argumentaré con detalle) que el sufragio universal incentiva que la mayoría de los votantes tome decisiones políticas de una manera ignorante e irracional, y luego impone esas decisiones ignorantes e irracionales a gente inocente. Lo único que podría justificar el sufragio universal no restringido sería que no pudiésemos crear un sistema que funcionara mejor. Ahora mismo, los mejores lugares para vivir suelen ser las democracias liberales, no las dictaduras, los gobiernos de partido único, las oligarquías o las verdaderas monarquías. Aun así, esto no demuestra que la democracia sea el sistema ideal o siquiera el más viable. Y aunque la democracia resultase ser el sistema más factible, podríamos ser capaces de mejorarlo con una participación más reducida. En general, los gobiernos democráticos tienden a funcionar mejor que las alternativas que hemos probado. Pero quizá algunos de los sistemas que no hemos probado sean todavía mejores. En este libro no trataré de convencer de que sin duda existe una alternativa mejor. Pero defenderé una afirmación condicional: si resultara que existe una alternativa que funciona mejor, entonces deberíamos adoptarla. A algunos lectores esto les parecerá una afirmación tibia. Sin embargo, en el contexto actual de la teoría de la democracia, me convierte en un radical. La mayoría de los lectores legos y de los filósofos políticos contemporáneos niega esta afirmación; cree que debemos ceñirnos a la democracia incluso aunque resulte que algunas alternativas no democráticas funcionan mejor. Las libertades políticas no son como las demás La mayoría de los estadounidenses y de los europeos occidentales, independientemente de a qué partido suelan votar, defienden cierto tipo de liberalismo filosófico. El liberalismo filosófico es la idea de que cada individuo tiene una dignidad, basada en la justicia, que lo imbuye de una gran variedad de derechos y libertades que no se pueden reducir o ignorar fácilmente en nombre de un bien social mayor. Estos derechos son como tener un as en las cartas: impiden que otros nos utilicen, se entrometan o nos hagan daño, ni siquiera cuando las consecuencias de hacerlo fueran positivas para los demás. En el discurso estadounidense contemporáneo, a veces utilizamos el término «liberal» o «progresista» para designar a alguien de centro o de izquierdas, pero en filosofía política, la palabra se refiere a aquellos que piensan que la libertad es el valor político fundamental. Los liberales, siguiendo los pasos de Mill, sostienen normalmente que la gente debe poder tomar decisiones equivocadas mientras sólo se hagan daño a sí mismos. Para ilustrar esto, supongamos que Izzy —un hombre de veintitantos años, soltero y sin hijos— es imprudente. Izzy come mucho, apenas hace ejercicio y gasta demasiado. Pero por muy mal

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Contra la Democracia
21 pag.

Democracia Unidad Central Del Valle Del CaucaUnidad Central Del Valle Del Cauca

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