Había un israelita, llamado Tobit, que fue llevado a vivir lejos de su tierra, en Nínive, donde la gente tenía otra religión (ver pág. 27). Mientra...

Había un israelita, llamado Tobit, que fue llevado a vivir lejos de su tierra, en Nínive, donde la gente tenía otra religión (ver pág. 27). Mientras la mayoría de sus paisanos se olvidaron de la ley de Dios, él siguió firme en la fe de sus padres. Por eso Dios lo favoreció, permitiéndole reunir una grande fortuna. Al sobrevenir una grande persecución contra su pueblo, Tobit se dedicó a enterrar a los muertos, algo prohibido por la ley y que le causó la pérdida de todos sus bienes. Por suma desgracia una noche mientras dormía cansado en el patio de su casa, después de haber enterrado un cadáver, le cayó en los ojos el excremento de algunos gorriones y quedó ciego. Entonces decidió enviar a su hijo Tobías a buscar un dinero que había dejado algunos años antes con algunos parientes lejanos, que también estaban en problemas por una hija molestada por el demonio. Fue cuando intervino Dios mediante el ángel Rafael. Este se hizo compañero de viaje de Tobías y lo ayudó a recuperar el dinero de su papá, la liberó del demonio a su lejano pariente, que después tomó como esposa.