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¿Cómo entender el Evangelio de Jesús en un contexto así? La problemática que el autor identifica es que la fe cristiana se veía amenazada por ese c...

¿Cómo entender el Evangelio de Jesús en un contexto así? La problemática que el autor identifica es que la fe cristiana se veía amenazada por ese conjunto de creencias. Se llegaba al punto de desplazar a Cristo mismo. El protagonismo, el papel de mediadores entre Dios y la humanidad lo ocupaban una serie de «tronos, dominaciones, principados, potestades» (Col 1, 16) y «ángeles» (Col 2, 18), ya no Jesucristo. Dios mismo era un ser completamente lejano. Si nos fijamos en la cosmovisión de esa época, podemos hacernos una idea más clara de esos planteamientos (ver el Gráfico 1).
La carta a los Colosenses es una respuesta a esas circunstancias. Sigue la estructura de la mayoría de epístolas paulinas. Inicia con el saludo y acción de gracias (Col 1, 1-14), el cuerpo de la carta lo conforma una sección doctrinal (Col 1, 15—2, 23) y otra de orientaciones éticas (Col 3, 1—4, 1) y la conclusión contiene algunas noticias diversas y los habituales saludos de despedida (Col 4, 2-18). En esta lección nos focalizamos en la parte central de la epístola.
* Cristo, cabeza de todo (Col 1, 15—2, 23)
¿Por qué el autor de la carta percibe las doctrinas que hemos enunciado como ajenas al Evangelio? La razón principal era que desvirtuaban la fe cristiana; quitaban todo su sentido al acontecimiento salvífico y la revelación de Dios en su Hijo Jesucristo. Si se despreciaba este mundo en aras de otro de corte espiritual, celeste, se negaba la bondad de la obra creadora de Dios. Si el culto y la oración estaban dirigidas a las potencias celestes que hemos mencionado, se rechazaba la centralidad de Cristo. ¿Qué decir entonces?
El autor formula su respuesta a los colosenses con un hermoso himno cristológico (Col 1, 15-20): «Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque en Él fue creado todo» (vv. 15-16). Cierto, a Dios nadie lo ha visto nunca, pero en Jesús nos ha mostrado su rostro. Por tanto, ¿qué sentido tiene buscar la mediación de otras potencias si Cristo es nuestro camino al Padre? Solo Él basta. Además, resulta infundado también el desprecio de este mundo, porque proviene de las manos del Creador y se sostiene en Cristo, cabeza del cosmos y de la Iglesia. En la cruz de su Hijo, Dios ha reconciliado consigo (ha atraído hacia sí) a la humanidad y a todo cuanto existe. Como vemos, la visión del autor aquí no se centra solo en los humanos, toda la creación participa de la acción salvífica de Dios, toda ella está llena de la presencia de Cristo y camina hacia su encuentro futuro.
Las doctrinas de los falsos maestros y sus filosofías (cf. Col 2, 8) promovían, asimismo, prácticas cultuales y morales, al parecer, influenciadas también por tradiciones judías. Prohibían ciertos alimentos y bebidas (no se especifica cuáles); celebraban días festivos, lunas nuevas y sábados (cf. Col 2, 17) y daban «culto a los ángeles» (Col 2, 18). Promovían también prácticas de «mortificación corporal» (Col 2, 23). Estos preceptos y ritos —dice el autor— basan su pretensión de sabiduría en una aparente religiosidad y humildad (cf. Col 2, 23), así como en las supuestas visiones y sapiencia de quienes los enseñan (cf. Col 2, 18). La pregunta para los cristianos es sencilla: «Si ustedes han muerto con Cristo a los poderes cósmicos, ¿por qué se someten [a esas doctrinas] como si aún pertenecieran a este mundo?» (Col 2, 20). Todas ellas —dice— «carecen de todo valor para combatir las apetencias mundanas» (Col 2, 23). Si es así, la conducta ética del cristiano no puede apelar a ellas.
Una vida nueva en Cristo
Con el Bautismo, sostiene el autor, hemos muerto y resucitado con Cristo, por eso, debemos aspirar a «los bienes de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1). En consecuencia, nos exhorta a aplacar lo «mundano» que existe en nosotros: «Lujurias, impurezas, pasiones desenfrenadas, malos deseos y avaricia, que es una idolatría» (Col 3, 5). También invita a controlar las emociones (ira, cólera), las intenciones (maldad), el lenguaje (evitar injurias, groserías y mentiras [cf. Col 3, 8-9]). En una palabra, lo importante es despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; es decir, hacer vida el Evangelio.
Esta nueva vida en Cristo debe expresarse en misericordia mutua, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, así como en aceptación mutua, de tal forma que siempre prevalezca el amor (cf. Col 3, 12-17). Luego, el autor, reglamenta también las relaciones familiares (Col 3, 18—4, 1) de modo muy similar al código doméstico que describimos en la lección anterior sobre Efesios. El principio ordenador de la vida cristiana, en consecuencia, debe ser el Evangelio y la vida nueva que nos ha otorgado Cristo. No cabe ningún tipo de temor a otras potencias cósmicas.

Esta pregunta también está en el material:

digital 04 PALABRA Y EUCARISTIA abril 2024
148 pag.

Pedagogia1 Jose Leonardo OrtizJose Leonardo Ortiz

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