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Ward la característica más trascendental de la mente, en la medida en que está a disposición del individuo para someter la conducta a su atención v...

Ward la característica más trascendental de la mente, en la medida en que está a disposición del individuo para someter la conducta a su atención voluntaria y a sus intenciones y propósitos. Por otro lado, su posición con respecto a la estructura de la conciencia es claramente holista, considerándola un continuo, una totalidad anterior a cualquier representación (o presentación, que es como él llama a los contenidos de la conciencia). Tomados aisladamente, los elementos (las presentaciones) que en un momento dado alberga la conciencia, por mucho que se asocien entre sí, nunca darían lugar a nada. Según lo indica James Drever “podemos identificar el comienzo de la etapa post-asociacionista en las Islas Británicas con la publicación de su artículo sobre Psicología en la Enciclopedia Británica de 1886” (Drever, 1968, 336). El pensamiento de Ward fue continuado y completado por su discípulo Stout, quien llegaría a ser el primer miembro en ingresar por estudios de Psicología en uno de los College de Cambridge (el St. John) en 1887 y fue el sucesor de Robertson en la dirección de Mind en 1892. Definía la conación como ecto a él de una manera particular o, por lo menos, que experimente un impulso a efectuar tal acción” (McDougall, 1908, 25). En esta definición aparecen los tres elementos principales que McDougall veía en la acción instintiva: el cognitivo-perceptivo, el emocional y el estrictamente motor-conductual (Mayor y Pérez, 1998). Hasta aquí lo que tiene McDougall de spenceriano. Sin embargo, se separaba de Morgan y sus discípulos, en la misma medida en que lo hacía de Bain, el propio Spencer y los asociacionistas, porque no podía aceptar la idea según la cual de la suma de las sensaciones o ideas más los reflejos mecánicos pudiera generarse actividad mental inteligente. En la Psicología Hórmica de McDougall, según vemos, la teleología es consustancial a la conducta, y ésta no es mero movimiento sino que implica al organismo en su totalidad (McCurdy, 1968). Después de la Gran Guerra, con 49 años, MacDougall fue invitado a ocupar la cátedra que había dejado vacante Münsterberg en Harvard. Allí empezó su calvario académico, aunque sobrellevado con el orgullo que siempre le caracterizó, al darse de bruces con un competidor perfectamente adaptado a � una notable labor desde su magisterio en Oxford, donde contó con discípulos como Burt, y a través del laboratorio de Londres, el cual dirigió durante seis años. Watson en particular criticó con dureza la teoría de McDougall. Ambos dirimieron sus diferencias en un famoso debate celebrado en 1924 en el Club de Psicología de Washington y publicaron sus respectivos argumentos en La batalla del Conductismo (1929). Si bien los jueces del debate votaron a favor de McDougall, el público se decantó por escaso margen hacia Watson. En cualquier caso, la teoría instintiva de McDougall perdió aceptación a medida que el conductismo ganaba popularidad. Frente al determinismo y objetivismo de Watson, McDougall defendía también un lugar en la Psicología para la libre voluntad así como la necesidad de complementar la utilización de los datos conductuales con los datos de conciencia obtenidos por introspección. McDougall es un autor difícil de clasificar en este simple esquema de agrupación por universi- dades. Como vemos, estudió, enseñó o investigó en Cambridge, Londres, Oxford, Harvard, etc. Si lo hemos incluido en este apartado dedicado a la Psicología experimental en Cambridge es debido a sus ascendientes intelectuales y también a que representa uno de los frutos esperables de la tradición iniciada con Ward y Stout, y afianzada con Rivers. Él se fue de Inglaterra y se quedó C. S. Myers, su coetáneo y compañero de muchas aventuras intelectuales. Con Myers, sucesor de Rivers en la dirección del laboratorio, se formaría otro de los autores que también se quedó en Cambridge durante toda su carrera universitaria: F. C. Bartlett. Bartlett, cuando se retiró Myers en 1922, tomó las riendas del laboratorio de Psicología experimental de Cambridge (un par de años después de que McDougall viajara a América) y allí enarboló la bandera del experimentalismo británico al más puro estilo de Cambridge. Era el otro fruto posible. La vida y la obra de Bartlett nos permiten poner en conexión el pasado de aquella concreta institución británica con el futuro de la psicología internacional, dando continuidad a la historia de la psicología inglesa y sentido a ciertas interpretaciones que se han hecho sobre los orígenes de la Psicología cognitiva. Sir Frederic Bartlett nos permite completar esta historia de la Psicología experimental en Cambridge. Su pedigrí al respecto lo presenta en los tres primeros párrafos de su autobiografía (Bartlett, 1930). El primer libro sobre Psicología que leí –dice Bartlett– fue el Manual de Stout (…) Aproximadamente al mismo tiempo también leí la Psicología Analítica y los Preliminares (Groundwork) del mismo autor. El tercero de estos libros me produjo particularmente una gran impresión que todavía hoy permanece. También leí el gran “Artículo” en la Enciclopedia Británica de Ward, viajando una vez a la semana die- ciocho millas hasta la librería pública más próxima y trayéndome de vuelta abundantes notas conmigo (…) Poco después de su publicación leí el Text-book de Psicología Experimental de Myers (…)Tres años después de mi incorporación a la Psicología, y con una orientación predominantemente filosófica en mi actitud ante la vida, me matriculé en el St. John’s College, en la Universidad de Cambrigde (…) Fue el ‘college’ de G. F. Stout, de William McDougall y, por entonces, lo era de W. H. R. Rivers. Vine aquí en gran parte, de hecho, porque estaba Rivers y mis intereses estaban volviéndose claramente ha- cia la antropología (…) Comencé los cursos del laboratorio con poca afición y los terminé con mucha. Este cambio fue debido en primer lugar a C. S. Myers y, en segundo lugar, a Cyril Burt, quien estaba ayudando a Myers con las clases en Cambridge Nada como el arranque de la autobiografía de Bartlett para poder dar sentido histórico a su dedicación a la investigación experimental y también para comprender el rumbo teórico que tomaría su propio trabajo. Quizá sólo faltaría añadir, para terminar de completar el cuadro de referencias allí indicadas, que Rivers, por su notable inclinación hacia la antropología adquirida en la expedición al Estrecho de Torres, también despertaba la admiración de Bartlett. Cuando Rivers fue nombrado director del laboratorio de Cambridge, en 1897, los primeros estudiantes en unirse a las labores de investigación fueron McDougall y Myers. Y los tres se embarcaron en 1898 en la expedición antropológica, organizada por Haddon, con la intención de comparar a los nativos de las islas con los europeos en varias tareas psicofísicas (sin encontrar diferencias significativas). No vamos a entrar en el detalle de lo que pudo significar para estos autores el viaje al Estrecho, sólo indicaremos que dicha experiencia insufló algunos matices teóricos a la investigación psicológica, favoreciendo el desarrollo de una Psicología antropológicamente fundada, en la que residen claras resonancias de lo que hoy podría llamarse una psicología cultural. Pero volvamos a Bartlett. La Psicología es una ciencia biológica que pretende desentrañar las condiciones que hacen que un suje- to responda de una determinada manera. En tanto que ciencia biológica, los métodos de la Psicología, para Bartlett, han de ser lo más exactos como sea posible, lo que podríamos traducir ahora diciendo que a veces el experimento estará obligado a perder exactitud para ganar en validez ecológica. Por ejemplo, no hay experimentos más exactos que los llevados a cabo por Ebbinghaus para estudiar la memoria a través del uso de sílabas sin sentido, pero ¿qué nos dicen de la forma real en que los seres humanos recuerdan? En opinión de Bartlett, bien poco. Una cuestión de sumo interés para Bartlett es que, junto con los estímulos o las situaciones inme- diatamente presentes, el psicólogo no puede perder de vista lo que son tendencias propias del sujeto que responde, bien de tipo instintivo, temperamentales, adquiridas por aprendizaje o socialmente determinadas. De este modo, el psicólogo trabaja con dos tipos de materiales: los directamente acce- sibles por introspección, como las sensaciones o los recuerdos o los pensamientos; y las tendencias determinantes que, como los esquemas, seleccionan y organizan las sensaciones o los recuerdos o los pensamientos, pero que, en sí mismas, son inobservables por el sujeto de la experiencia. Advierte Bartlett que dichas tendencias, como mínimo, deberían ser contempladas como hipótesis necesarias que el psicólogo debe utilizar para explicar el modo en que funciona la mente humana. Sólo así, el psicólogo puede hacerse cargo de la variabilidad de respuestas ofrecidas por distintos sujetos ante una situación que incluye exactamente los mismos estímulos e idénticas condiciones objet

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Historia de la psicologìa
538 pag.

Psicologia Universidad Nacional Autónoma De MéxicoUniversidad Nacional Autónoma De México

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