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esta polémica, quien apunta un problema que consideramos de fundamental importancia para la correcta delimitación del ámbito de competencia de la crítica: el de la distinción clara entre ésta (considerada como lenguaje segundo, portador de un sentido «engendrado» a partir de una obra particular) 15 y aquello que Barthes designa como ciencia de la literatura, que será «une science des conditions du contenu, c'est-á-dire des formes [...]; en un mot, son objet ne sera plus les sens pleins de l'oeuvre, mais au contraire le sens vide qui les supporte tous» 16. En sus fines rigurosamente teorizadores, la ciencia de la literatura se ciñe, por tanto, a un papel que, remontándose a las reflexiones de Platón acerca de las funciones de la literatura, a la Poética de Aristóteles y a los preceptos de Horacio, y pasando por las Poéticas renacentistas y neoclásicas, encontró modernamente al- gunos de sus más perspicuos intérpretes en estudiosos como Román Ingarden 17, Wolfgang Kayser 18, Rene Wellek y Austin Wa- rren 19, autores de obras ya hoy consideradas clásicas, pero todavía de lectura innegablemente útil por lo que contienen de esclarecedor acerca de la esencia del fenómeno literario. Curio- samente, sin embargo, la ciencia de la literatura no es objeto exclusivo de la ponderación de aquellos que, de modo más o menos sistemático e invariablemente enfeudados en coordenadas ideológicas particulares, intentan escudriñar la médula de la lite- ratura o las finalidades socioculturales que la producción literaria debe observar. A lo largo de los tiempos y bajo el influjo de los más diversos movimientos estético-literarios, también los mismos escritores se han preocupado de definir las «condiciones de con- tenido» del lenguaje que generan, como si al sentido «engen- drado» (que es también el de la obra) le fuese permitido buscar el sentido «vacío» de la teoría que la sustenta, pero no otros sentidos particulares (y también «engendrados») resultantes de la reflexión crítica sobre otras obras. Cuando Camóes proclama que «la razón / de alguno no ser en versos excelente / Es no verse preciado el verso y rima, / Porque quien no sabe arte, no lo estima»; cuando Verlaine se bate por una poesía que sea «de la musique avant toute chose»; cuando el poeta brasileño Manuel Bandeira se anuncia «harto del lirismo comedido/ Del lirismo bien comportado» y declara que «el poema debe ser como la mancha en el lienzo», es todavía sobre las condiciones medulares de existencia de la obra literaria donde se precipitan las reflexio- nes de aquellos que la concretizan. Y si es cierto que esas refle- xiones, en virtud de las «coacciones» que las circunstancias de cada época imponen, se manifiestan parciales y desprovistas del carácter sistemático que debe presidir la elaboración del teoriza- dor de la literatura, también es cierto que estudiarlas cuidadosa- mente implica casi siempre un innegable enriquecimiento de la comprensión del fenómeno literario 20. 3. DISCURSO CRÍTICO Pero si el acto crítico impone, además de la lectura instru- mentada a que anteriormente nos hemos referido, una sistemati- zación que nace de la observancia de los principios operatorios sugeridos por el método elegido, la verdad es que tal acto no se consumará cabalmente sin la formulación de un discurso crítico; es esa formulación la que permite la comunicación de los resul- tados de una actividad que, de otro modo, permanecería circuns- crita al ámbito personal de su autor 21. Última etapa de un proceso largamente elaborado, las responsabilidades que, en el conjunto de la actividad crítica, se imputan al discurso crítico justifican que nos detengamos ahora en él, intentando fijar sus características fundamentales así como los riesgos que acarrea el menosprecio a que, no raramente, es relegada esta faceta de la crítica literaria. Quede, ante todo, bien grabada la idea de que el discurso crítico no debe procurar constituirse en tentativa de imitación del discurso particular en que se inserta 22 y mucho menos aspirar a cumplir las funciones que le son inherentes; justamente porque, al revestir finalidades nítidamente distintas de las que son pro- pias del lenguaje literario, pensamos que el vicio primero que el discurso crítico debe evitar es el de transformarse en paráfrasis de la obra criticada. Este es, además, el error en que invariable- mente incurre la actividad incipiente del estudiante que, colo- cado ante un texto que debe analizar, se limita, en última instan- cia, a reproducir, de modo más o menos simulado, ese texto; y lo hace a costa de un lenguaje que, aunque casi siempre va prolijamente adornado, sólo consigue ofrecer una imagen pálida del objeto de estudio. Nótese, sin embargo, que esta modalidad 21 Debe subrayarse que cuando aquí empleamos la expresión discurso critico no tenemos en cuenta exclusivamente su concretización habitual, que es la escritura, sino también la formulación oral de la conferencia (sin soporte de enunciado escrito), de la mesa redonda y (de modo menos sistemático) de la tertulia literaria. 22 Téngase en cuenta, de pasada, que no cabe obviamente en el ámbito de estas consideraciones el pastiche, de ningún modo aceptado en el campo de la crítica, sino en el de la creación literaria: en Pastiches el mélanges, Proust demostró cabalmente a qué filigranas de ejecución técnico-formal puede llegar tal modalidad de discurso literario, sirviéndose de la recreación del estilo, situacio- nes y contextos de referencia preferidos por escritores como Flaubert, Balzac, Michelet y otros, hipotéticamente interesados en un mismo acontecimiento. Si la inclinación a la paráfrasis escolar es un error que hay que evitar por lo que contiene de aleatorio e inconsecuente, no lo es menos, ciertamente, otra tendencia: la que lucha por un discurso que pretende mantenerse escrupulosamente dentro de los límites del lenguaje corriente; casi siempre derivada de una concepción diletante de la crítica literaria, tal tendencia no con- sigue más que trivializar y empobrecer irremediablemente la ac- tividad crítica. De ninguna manera somos apologistas de la ela- boración de un lenguaje que, pensando sólo por ello conseguir su estatuto de dignidad, se fundamente en terminologías intenciona- damente abstrusas que, cuando no son retorcidas, al menos se revelan herméticas. Pensamos, sin embargo, que una crítica que se pretenda consciente de su condición de disciplina científica debe aspirar legítimamente a la utilización equilibrada de instru- mentos que le permitan concretizar cabalmente y sin ambigüeda- des su misión.

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REIS_Carlos_1985_FUNDAMENTOS_Y_TECNICAS
216 pag.

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