González Prada, sin que le vacilase la voz: "En esta obra de reconstrucción y de venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añoso...
González Prada, sin que le vacilase la voz: "En esta obra de reconstrucción y de venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos y carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo y sus frutas de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas y frutas nuevas! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!" Un espíritu auroral y límpido acrisola los temperamentos vehementes del ensayo social hispanoamericano. El "Ariel" de Rodó estará, no por azar, dedicado "a la juventud de América", y en sus páginas finales, la semilla de la enseñanza recaerá en el discípulo Enjolrás, el más joven de todos los alumnos que escucharon esa última lección de Próspero, el maestro, que a su vez será la encarnadura textual del ensayo de Rodó. Un implícito homenaje al espíritu republicano de Víctor Hugo y a su magnífica novela “Los miserables” resuena en el nombre del personaje Enjolrás. Y así concluye Rodó su “Ariel” narrando que, al salir del aula, señaló Enjolrás "la perezosa ondulación del rebaño humano" frente a la "radiante hermosura de la noche" y exclamó: "Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira. Sobre su masa indiferente y obscura, como tierra del surco, algo desciende de lo alto. La vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas manos de sembrador".
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