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La verdad apreciada por un punto de vista individual, aunque es distinta de otros puntos de vista, tiene en sí misma un valor universal y supra-tem...

La verdad apreciada por un punto de vista individual, aunque es distinta de otros puntos de vista, tiene en sí misma un valor universal y supra-temporal. El descubrimiento y valor de la verdad son cambiantes y dependen de la perspectiva, pero las verdades halladas en dicho proceso son "afines" y atemporales. De este modo la razón pura es sustituida por la "razón viviente o histórica". Por ello Ortega critica la concepción racionalista de la verdad, que considera simplista y antihistórica. En Ortega, como ha señalado Cerezo Galán, la verdad no se encuentra sustantivada y presente, antes de llegar a un acuerdo de conformidad con las cosas; sino que debe buscarse en su sentido verbal, como "averiguación" o surgimiento de la presencia. Este es el sentido que tiene originariamente "alétheia" (descubrimiento de lo oculto exponiéndolo en el esplendor de su presencia), porque todo lo profundo tiene su expresión en la superficie. Cuando un poeta es auténtico, renueva la lengua, es decir, da una nueva expresividad a los términos viejos, y al mismo tiempo, en su penetración descubre parte de la "alétheia" original. Esta idea es formulada de distintas maneras a lo largo de la obra de Ortega, según le interesa el concepto de verdad en el ámbito poético o el filosófico; Cerezo Galán, después de revisar dichas formulaciones, concluye: "En resumidas cuentas, poesía y filosofía, como polos complementarios de la verdad, se encuentran en un movimiento de permanente circulación. De ahí también que las dos tengan que hundirse en el lenguaje, reanimarlo vitalmente, ya sea para renovar su hontanar significativo, como hace el poeta, o para reformar críticamente sus raíces semánticas, como pretende el filósofo, repristinando la genuina visión del mundo que se encuentra allí sedimentada." Para Ortega la palabra del vate, del poeta creador, esconde una verdad simbólica, un trozo de realidad velada por el bosque de los fenómenos. El artista es también un pensador, y en la conjunción de ambas facetas se encuentra teóricamente el modelo estético moderno. La diferencia con ensayistas contemporáneos es que Ortega concibe una verdad misteriosa y difícil de aclarar, pero posible, positiva. El realismo y el naturalismo, habían iniciado la transformación del lenguaje artístico, adecuando la materia más sórdida, como la miseria y la enfermedad, a una prosa descarnada, des-sublimada, embebida en los detalles más vulgares y cotidianos de lo humano. El modelo canónico clasicista ya había quedado atrás cuando se produce la crisis positivista; puede decirse que desde Baudelaire la definición de "belleza" deja de ser tradicional, no responde a un modelo de armonía. La belleza en la concepción estética de Ortega, no consiste pues en el esteticismo de algunos epígonos del realismo y de las nuevas vanguardias, sino en la coherencia entre sensibilidad y razón, entre la formulación artística, que requiere un enorme esfuerzo de síntesis y exactitud expresiva, y el pensamiento que mueve al autor a elegir una determinada concepción. Por eso podemos concluir que la "belleza" se identifica con la "verdad" en el arte, es decir, con la perfección de la representación. El acuerdo en el significado negativo de retórica para los escritores de principios de siglo es casi unánime, y venía servido desde el romanticismo y el realismo. El discurso elegante, que enseñaba la disciplina retórica, estaba asociado al concepto de belleza clásica y normatividad, por tanto era ineficaz como expresión artística de la espontaneidad. Las críticas al amaneramiento estilístico, en resumen, eran las siguientes: 1) La retórica en el arte es falsedad e hipocresía. 2) El arte reducido a retórica es estéril. 3) Retórica es sinónimo de normatividad mecánica. Estos argumentos se encuentran dispersos en diferentes textos orteguianos, de los cuales se pueden resaltar: "Cuando las palabras o los giros no responden exclusivamente a la necesidad de expresar un pensamiento, imagen o emoción vivamente actual en el alma del autor, quedan como materia muerta y son la negación de lo estético. (...) (La retórica es) ese pecado de no ser fiel a sí mismo, la hipocresía en el arte." Esta idea es consecuencia de la noción de "sinceridad" en el arte, surgida en las poéticas románticas. El arte necesita expresar lo que el poeta siente sinceramente, si en lugar de encontrar el estilo a través de la soledad y la reflexión íntima sobre la existencia, el poeta le impone al discurso artístico un rígido esquema externo, entonces la obra pierde su capacidad creativa, y también su "verdad". Así pues, la "false- dad e hipocresía" retóricas se deben a la inadecuación entre pensamiento y forma y no a la cuestión de la verosimilitud e imitación: "Hay una afinidad previa y latente entre lo más íntimo de un artista y cierta porción del universo. Esta elección, que suele ser indeliberada, procede –claro está- de que el poeta cree ver en ese objeto el mejor instrumento de expresión para el tema estético que dentro lleva, la faceta del mundo que mejor refleja sus íntimas emanaciones." Por último, la retórica mete a la lengua en un estrecho corsé de normas, que el buen poeta debe romper (el poeta rebelde): "Escribir bien (contra la retórica) consiste en hacer continuamente pequeñas erosiones a la gramática, al uso establecido, a la norma vigente de la lengua. Es un arte de rebeldía permanente contra el contorno social, una subversión. Escribir bien, implica cierto radical denuedo". La intención del discurso persuasivo de Ortega es la de caracterizar positivamente la creación de un estilo literario que penetre en la intimidad del espíritu, como lo hace la filosofía en su ámbito. La necesaria expresividad estética, está vinculada al aspecto lingüístico del hecho estético. La preocupación estilística en Ortega también es una constante, puesto que la forma se identifica con la perspectiva del escritor: "Harto conocida es la importancia que para aprehender y fijar la individualidad de un artista literario tiene la determinación de su vocabulario predilecto. Como esas flechas que marcan en los mapamundis las grandes corrientes oceánicas, nos sirven sus palabras preferidas para descubrir los torbellinos mayores de ideación que componen el alma del poeta." Ortega considera que la palabra es el núcleo que estructura la obra literaria, pero como señala Sánchez Reboredo, la palabra es sólo el primer paso para acceder a un orden distinto; en la reflexión poética, desde la que escribe Ortega, el análisis de las formas lingüísticas es una instancia necesaria para acceder a la comprensión profunda del pensamiento del poeta. Cada escritor realiza una elección individual con la que codifica el sentido de su discurso. Pero lo importante es que no lo hace caprichosamente, sino por exigencia de su íntimo descubrimiento, de una percepción única y personal; por eso el crítico (sinónimo de lector) descodifica el discurso de forma inversa, con el objetivo de hallar a través de las palabras, el descubrimiento oculto en la génesis de la obra. La labor del crítico literario aparecía ya en Meditaciones, allí también se encuentra la idea de obra de arte como forma y ésta como conocimiento: "La obra de arte no tiene menos que las restantes formas del espíritu esta misión esclarecedora, si se

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190 pag.

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