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A la pérdida del sentido histórico en la interpretación de los hechos vinculados con la Educación y la Educación Física, debemos agregar ahora un f...

A la pérdida del sentido histórico en la interpretación de los hechos vinculados con la Educación y la Educación Física, debemos agregar ahora un factor que nos trae de nuevo al motivo central de este capítulo: la finalidad educacional. Este factor es el que imprime lo que llamamos “direcciones de la educación”, y debemos comprender claramente que su variación depende de los ideales y necesidades de cada momento histórico. Muchas veces estos ideales han debido interrumpirse —y hasta pervertirse— según la perentoriedad impuesta a la solución de esas necesidades. Gran parte de las necesidades insatisfechas, o no advertidas a su debido tiempo, lian provocado esos colapsos y desintegraciones a que alude Toynbee en su “Estudio de la Historia”. Son como accidentes o enfermedades de la Civilización que interrumpen momentánea o definitivamente el desenvolvimiento de los ideales culturales de cada época. Por regla general, diríamos que en la antigüedad clásica (que es de donde traemos nuestra crítica esclarecedora) el “estado de guerra” era una necesidad vinculada, por fuerza, a los ideales culturales. De donde, también, la necesidad del guerrero corría pareja con el ideal del ciudadano, del artista y del filósofo. La fortaleza física y las habilidades bélicas eran más virtudes biológicas, que meramente técnicas o tecnológicas, como en nuestro tiempo. En un sentido, tal vez descomedido pero cierto, hubo una época de esa antigüedad en que la guerra constituía la verdadera ocupación del hombre, y la cultura intelectual y estética el lujo de las horas libres a que todo griego aspiraba con delectación. Obvio sería extender el comentario comparativo con nuestra época, en que el trabajo no puede concebirse sin una técnica qus lo envuelve todo; ni siquiera la recreación compensadora, que con tanta esperanza se puso en las horas libres, se salva de su influencia. En unos párrafos muy elocuentes del “Compendio del Estudio de la Historia” se lee lo siguiente: “Los deportes constituyen una tentativa consciente de contrarrestar la especialización destructora del alma que ocasiona la división de trabajo bajo el industrialismo. Desgraciadamente, esta tentativa de ajustar la vida al industrialismo mediante el deporte lia sido vencida en parte porque el espíritu, y el ritmo de aquél ha invadido e infectado el deporte.” (Pág. 314, Compendio.) Nosotros podríamos agregar, a nuestra vez, que ello ocurre y seguirá ocurriendo, no sólo por la influencia arrolladora del industrialismo, sino también porque el deporte (como agente de la Educación Física) nada tiene de auténtico para oponerle, ya que lia perdido el carácter de necesidad bélica apremiante con que los antiguos lo incluyeron en su educación. Hoy la guerra también ha sido modificada por la técnica, y el combatiente tiene más necesidad de una apreciable cantidad de conocimientos que le impone la abrumadora y complicada industria bélica, que la fuerza biológica y las destrezas físicas, antes tan decisivas. Aun la misma moral del soldado moderno tiene escasas perspectivas de ser desarrollada y templada en los campos de juego, cuando él clima de guerra puede más fácilmente ser provisto por los campos de maniobras; en donde las armas portátiles, las granadas de mano, los lanzallamas, los morteros y los tanques hacen aparecer ridículos ciertos implementos anacrónicos, como la jabalina, el disco, la lucha a mano, los saltos de obstáculos; sin contar con que las distancias, largas o cortas, no necesitan ya de las piernas por haber sido éstas reemplazadas con elementos mecanizados. Si por el contrario variamos el enfoque, que por cronología histórica de la Educación Física corresponde en primer término a los ideales y necesidades bélicas, nos encontramos ahora con los que persiguen el deleite estético y los bienes de la salud. Este último, sobre todo, es el que presenta mayor extensión y perdurabilidad en el tiempo. Los adelantos en las ciencias biológicas y en las técnicas terapéuticas han asegurado a las ejercitaciones físicas un lugar permanente en la educación del hombre. El movimiento orgánico, que es base de la vida misma, va siendo restringido, sin embargo, por el adelanto paralelo, y aun superior, que se advierte en la técnica dirigida a economizar el esfuerzo humano. Es éste un curioso fenómeno de vaivén que está poniendo a prueba las tan ponderadas virtudes razonadoras del hombre. Es como poner por un lado lo que se quita por el otro. Y es precisamente la captación de este fenómeno lo que suscita la alarma de Carrel, cuando declara que “a cada rato, y por cualquier cosa, recurrimos a la fuerza mecánica: es porque hemos perdido la fuerza biológica”. Convendría discriminar aquí dónde está la causa y dónde el efecto. Más que a ningún otro educador, el problema ha de tocarnos, a nosotros, mucho más de cerca. Si el hombre actual ha perdido sus fuerzas biológicas por causas que atañen exclusivamente a una declinación de su naturaleza (cosa muy difícil de determinar), la técnica podría ser un recurso supuestamente razonable para acrecentar su vitalidad interna, tanto como su rendimiento vital en el medio donde debe actuar. No ha de olvidarse que la técnica, aliada con la ciencia, son capaces de reintegrar energías orgánicas cuando éstas muestran su déficit en una u otra forma: la medicina de hoy aparece extraordinariamente beneficiada con la técnica. Pero si la declinación de la fuerza biológica tiene su causa en una irreflexiva ambición del hombre por derivar su natural esfuerzo hacia el trabajo de la máquina, estaríamos en presencia de una actitud suicida cuyos resultados no son difíciles de prever. Tal vez sea ésta, desgraciadamente, la opinión más acertada. No obstante, el mal no se detiene ahí, sino que se prolonga en una indefinida complicación de factores que llamaríamos mentales y espirituales, no sólo físicos. A éstos (ya lo hemos d-'cho) la medicina ofrece un cierto número de soluciones, que una correcta Educación Física puede reforzar. Aun lo grave subsiste si admitimos que no sólo su fuerza biológica entrega el hombre a la máquina, sino también sus fuerzas mentales y espirituales, aunque más no sea que en el momento en que ésta se halla funcionando. No hay medicina, ni del cuerpo ni del alma, que pueda remediar esta declinación de la razón humana. Una penetrante filosofía puede ponerla de manifiesto, pero no curarla. Sólo a la Educación está reservada la tarea de preverla y, más aún, contenerla, por no decir que, en cierto modo, hasta lograría corregirla. Pero en este caso se trataría de una Educación tan excepcionalmente renovada, que requeriría desde el primer momento un tipo nuevo de educador también excepcional mente dotado. A esto tenderíamos nosotros si nos fuera dada la facultad (y sólo por el momento esta facultad) de proyectar las bases de esa nueva Educación y de ese nuevo educador. No sin cierta circunspección es que hemos ya previsto los términos EDUCACIÓN DE PORVENIR DE LA EDUCACION FÍSICA

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