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III. EL RECURSO A DIOS Para justificar la necesidad de una dirección y la obligación de obedecer, Casiano ofrece una razón que nada tiene de nuevo ...

III. EL RECURSO A DIOS
Para justificar la necesidad de una dirección y la obligación de obedecer, Casiano ofrece una razón que nada tiene de nuevo ni de inesperado. A lo largo de toda su existencia monástica, quien aspira a la perfección debe evitar dos peligros: por un lado, el relajamiento en lo que concierne a las tareas de la vida ascética, las pequeñas complacencias apenas perceptibles que llevan al alma a las más grandes debilidades, y por otro, un exceso de celo que, por caminos diferentes, suele llevar a los mismos efectos que el relajamiento. Los extremos se tocan. El exceso de ayuno y la voracidad tienen el mismo final; las vigilias inmoderadas no son menos desastrosas para el monje que la pesadez de un sueño profundo. Las privaciones excesivas, en efecto, debilitan y conducen a un estado en el que la negligencia y la apatía hacen languidecer(65). Tema banal el del peligro de los dos excesos y el principio de que el hombre, en su conducta, debe evitar el exceso y el defecto. El saber antiguo lo había desplegado a menudo. Para designar la capacidad de encontrar el camino entre los extremos, Casiano utiliza la palabra discretio, como equivalente del griego diakrisis (a la vez, capacidad de distinguir las diferencias, aptitud de decidir entre dos partes y acto de juicio mesurado). Alejada igualmente de los dos excesos contrarios, la discreción enseña al monje a caminar siempre por una vía regia y no le permite desviarse a derecha, con una virtud neciamente presuntuosa y un fervor exagerado, que superan los límites de la justa templanza, ni a izquierda, hacia el relajamiento y el vicio(66). Al igual que los teóricos de la vida monástica de su época, Casiano atribuye una importancia fundamental a esta noción clásica. Le consagra la segunda de sus colaciones, inmediatamente después de explicar, en la primera, la meta y el fin de la vida monástica, y antes de considerar, en las siguientes, los diferentes aspectos de esta existencia, sus combates y sus deberes. Dicha noción se presenta entonces como el instrumento primordial del progreso hacia la perfección. «Lámpara del cuerpo», sol que jamás debe ponerse sobre nuestra ira, consejo al que debemos someternos aunque bebamos el vino del espíritu, en ella «reside la sabiduría, y también la inteligencia y el juicio, sin los cuales no nos será posible construir nuestro edificio interior ni acumular las riquezas espirituales»(67). Ahora bien, este elogio de la discreción, que se repite en muchos otros pasajes de las Colaciones, tiene un tono peculiar. Se dirige contra los excesos del celo más que contra la molicie. La exageración aparece como el principal peligro(68). Todos los ejemplos invocados son los de monjes que presumen de sus fuerzas y, excesivamente confiados en su propio juicio, caen en el momento en que el ardor de su celo los ha llevado demasiado lejos(69). Casiano pone bajo la autoridad de San Antonio esta advertencia contra el ascetismo inmoderado: A cuántos hemos visto entregarse a los ayunos y las vigilias más rigurosas, suscitar admiración por su amor a la soledad, arrojarse a un despojamiento tan absoluto que no habrían tolerado reservarse siquiera las vituallas de un solo día. […] Y luego, de pronto, cayeron en la ilusión; no supieron coronar la obra emprendida, y su más bello fervor y una vida digna de elogio acabaron por tener un fin abominable(70). Y Casiano presenta el combate contra el exceso de ascetismo como más duro y peligroso que el otro. Batalla ardua: «No pocas veces he visto a algunos, que habían sido sordos a las seducciones de la gula, caer a raíz de ayunos inmoderados; la pasión que habían vencido se tomó revancha gracias a su debilitamiento»(71). Derrota especialmente temible: Una y otra guerra vienen del demonio, pero la caída es más grave por un ayuno inmoderado que por un apetito satisfecho. En este caso, con ayuda de una compunción saludable, se puede alcanzar una austeridad mesurada; en el otro, es imposible(72). Este matiz antiascético que anima todo el elogio de la discreción tiene una razón histórica bien conocida. En el siglo IV, la disciplina de la vida monástica y las reglas cenobíticas que se formulan, pero también las prescripciones y consejos con que se rodea la soledad del desierto o la semianacoresis, se elaboraron –sobre todo en el Bajo Egipto, de donde Casiano tomó lo esencial para sus lecciones y ejemplos– como reacción contra las formas salvajes, anárquicas, individuales y competitivas del ascetismo. Frente a los ermitaños aislados o los monjes vagabundos, que rivalizaban en justas ascéticas y maravillas taumatúrgicas y comparaban las proezas de su mortificación

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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