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suma, para retomar una expresión que Casiano despliega al comienzo de las Colaciones, la vida de los monjes es encarada como un «arte» y como relac...

suma, para retomar una expresión que Casiano despliega al comienzo de las Colaciones, la vida de los monjes es encarada como un «arte» y como relación entre medios, objetivos particulares y el fin que le es propio(34).
I. EL PRINCIPIO DE DIRECCIÓN
«Quienes no son dirigidos caen como hojas muertas.» Este texto de los Proverbios[(35)] ha sido citado a menudo en la literatura monástica en apoyo del principio de que la vida del monje no puede prescindir de una «dirección». No puede prescindir de ella si el monje, en soledad, se propone llevar la existencia del anacoreta. Y tampoco debe estar eximido de ella si su vida transcurre en un monasterio con el resguardo de una regla común. Tanto en uno como en otro caso, se requiere esa relación singular que liga un discípulo a un maestro, lo pone bajo su continuo control, lo obliga a seguir hasta la mínima de sus órdenes y a confiarle su alma, sin reticencia alguna. La dirección es indispensable para quien quiera caminar hacia la vida perfecta: ni el ardor individual de la ascesis ni la generalidad de la regla pueden reemplazarla.
En la decimoctava colación, Casiano, basándose en el abad Piamun, se refiere a la distinción de los monjes en tres o, mejor, cuatro categorías(36). A las dos que condena –los sarabaítas y falsos anacoretas aparecidos poco tiempo atrás– les reprocha en esencia el hecho de rechazar la práctica de la dirección. De los sarabaítas dice que «los tiene sin cuidado la disciplina cenobítica» y que se niegan a «someterse a la autoridad de los ancianos»; «ninguna formación regular, nada de reglas dictadas por una prudente discreción», «el menor de sus deseos es el de ser gobernados», quieren «mantenerse libres del yugo de los ancianos para tener toda la libertad de realizar sus caprichos»(37). Lo mismo vale para los falsos anacoretas, porque carecen de humildad y paciencia y no soportan ser «provocados» (lacessiti) por persona alguna(38). El mal monje es aquel que no tiene dirección: por acudir al monacato con malas intenciones –quiere dar la apariencia pero no la realidad de la vida monástica–, se niega a dejarse dirigir y, por rechazar esa dirección, sus vicios no hacen más que progresar(39).
En consecuencia, la dirección es lo que hace que se entre a la realidad de la existencia monástica. A quienes eligen los «lugares privilegiados de la anacoresis», Casiano les aconseja ponerse a prueba, antes, en la comunidad regular de un cenobio(40), y buscar luego a un maestro con el cual aprender la soledad. Casiano recuerda un consejo de San Antonio: para un aprendizaje tan difícil no basta con un solo maestro, sino que, junto con varios, hay que tomar el ejemplo de las virtudes que cada uno posee. En efecto, «el monje que desee hacer provisión de miel espiritual debe, como una abeja muy prudente, libar cada virtud en aquel con quien más familiaridad ha forjado, y recogerla cuidadosamente en el cáliz de su corazón»(41).
En cuanto a aquel que desea entrar al cenobio, se lo somete en primer lugar a la gran prueba del umbral. Se lo hace esperar a la puerta del convento al cual suplica entrar; pero, fingiendo no suponer en él otra cosa que motivos interesados, durante diez días los monjes lo rechazan y «lo abruman con insultos y reproches», a fin de probar su intención y su constancia. Si es aceptado, su formación se despliega en dos etapas. En un primer momento se lo pone en manos de un anciano que, «morando aparte, no lejos de la entrada del monasterio, está encargado de los extranjeros y los huéspedes»; allí se lo adiestra en el servicio –famulatus–, la humildad y la paciencia. Al cabo de un año entero, y si no hubo motivos para quejarse de él, se lo integra a la comunidad y queda bajo el cuidado de otro anciano, encargado de instruir y gobernar –instituere et gubernare– a un grupo de diez jóvenes. Casiano no da indicaciones sobre la a retomar en otro sitio la vida de novicio, y cuando lo encuentran se lamenta y llora por no poder terminar su vida en esa sumisión que ha conquistado(45). Lo cierto es que, para Casiano, solo puede ser llamado a mandar quien ha aprendido a obedecer, y adquirido «por la formación recibida de los ancianos lo que deberá transmitir a los más jóvenes». Además, la sabiduría más alta o, mejor, «el don más elevado» del Espíritu Santo consiste en la posibilidad de «dirigir bien a los otros» y, a la vez, «hacerse dirigir»(46). Lo característico de la santidad de un anciano no es que en él la aptitud para dirigir haya sustituido a la necesidad de ser dirigido, sino que el poder de dirigir a los otros siga ligado, en lo fundamental, a la plena disposición a aceptar una dirección. No es santo quien «se dirige» a sí mismo; sino quien se deja dirigir por Dios.
Universalidad, por tanto, de la relación de dirección. Aunque haya una etapa de iniciación a la vida monástica en la cual la dirección debe adoptar una forma densa, institucional, organizada por reglas comunes a todos los novicios, la voluntad de aceptar una dirección, la disposición a dejarse dirigir, es una constante que debe caracterizar la totalidad de la existencia monástica(47). Casiano indica los dos aspectos principales de dicha dirección y de su modo de ejercicio.
– La dirección consiste en un adiestramiento en la obediencia, entendido como renuncia a las voluntades propias a partir de la sumisión a la de otro:
La preocupación y el objeto principal de su enseñanza [se trata del
en ello con aplicación y diligencia, velará siempre por ordenarle ex profeso lo que haya notado contrario a su temperamento(48).
– Y para alcanzar esa obediencia perfecta y exhaustiva, para que pueda efectuarse ese juego de anulación y sustitución (anulación de la voluntad propia, sustitución por la voluntad de otro), es

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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