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Una formulación como esta dista muy poco, incluso en sus términos, de las de Crisóstomo, Gregorio de Nisa o Basilio de Ancira. Pero dentro del tema...

Una formulación como esta dista muy poco, incluso en sus términos, de las de Crisóstomo, Gregorio de Nisa o Basilio de Ancira. Pero dentro del tema del «tiempo de la continencia» hay que diferenciar entre dos ideas. La que se mencionó en el texto precedente: se trata en verdad del fin de los tiempos, cuando, en efecto, las relaciones físicas ya no tendrán lugar, dado que la ciudad celestial solo admitirá relaciones espirituales. Y la que se menciona varias veces en otros pasajes: se trata entonces de la situación actual del género humano. Agustín la caracteriza por un hecho y una tarea. El estado de cosas es un poblamiento ya muy abundante: lo ha realizado y lo realiza todavía una gran cantidad de gente que, casada o no, no practica la continencia; de ese modo ofrece un gran «recurso de sucesiones». La tarea consiste pues en entablar santas amistades entre tantos seres humanos y constituir así, a lo largo de todas las naciones, un «vasto parentesco espiritual», una «sociedad santa y pura». Así, el presente debe pensarse menos en la urgencia que en la larga duración: menos como un término inminente que como un equilibrio que es preciso desplazar lentamente. De bono conjugali no anuncia la entrada en una era de virginidad en que el matrimonio, hasta aquí necesario, deba ser abandonado: antes bien –y, por supuesto, sin dejar de mantener el horizonte del fin de los tiempos– muestra la existencia de un periodo, el nuestro, en el cual la proliferación del género humano, por medio de las uniones físicas, será algo así como la materia necesaria para la multiplicación de parentescos espirituales. Virginidad y matrimonialidad, cada una en su lugar, podrán entonces verse asociadas conforme al principio de que el conjunto en el cual se combinan es más bello que la más bella de las dos. Agustín reestructura así profundamente la escansión que, de manera bastante general, se reconocía con anterioridad: el momento de la virginidad paradisíaca, en la inocencia que precede a la caída; luego el tiempo del matrimonio y la fecundidad, bajo la ley de la muerte. A continuación, el retorno a la virginidad, cuando llega la salvación y el tiempo se consuma. La escansión que se esboza en De bono conjugali es muy diferente: no presenta un ciclo de alternancia entre virginidad y matrimonio, sino que marca las diferentes maneras de constituir la societas, que de todos modos es el «fin» del género humano. Existió en un principio la posibilidad, en el paraíso, de una societas a la vez corporal y espiritual; vino después el tiempo en que los hombres propagaron la raza, unos «vencidos por la pasión» (victi libidine), otros –los patriarcas– «movidos por la piedad»: estos, de haber tenido el permiso, habrían permanecido continentes, pero si se casaron y «si pedían hijos en su matrimonio, era con vistas a Cristo, para distinguir su raza, según la carne, de todas las naciones». Actualmente la división es otra: ya no entre la proliferación impía y la santa procreación, sino entre quienes se entregaron a las relaciones espirituales y quienes, al no poder acceder a la continencia, siguen poblando la tierra. Unos y otros preparan la ciudad futura: los primeros, al multiplicar las relaciones espirituales, y los segundos, al someterse a la ley del matrimonio único que representa simbólicamente la unidad venidera de la sociedad celestial. Por último, el cuarto tiempo es el de la ciudad misma. En ese momento, la multiplicidad ya no será la de la proliferación de los seres humanos, resultado de sus conjunciones, y la unidad ya no será la de las parejas forzadas a no practicar más que un solo matrimonio. La multitud de las almas se reunirá y ya no tendrá más que un corazón y un espíritu en la unidad de Dios. Todas las relaciones, ahora espirituales, convergirán hacia Él y solo Él, y de tal modo, después de la «peregrinación» de aquí abajo, la societas a la cual estaba destinado el género humano encontrará su realidad final en la unidad de la ciudad celestial. Agustín ya no remite el valor del matrimonio al bien absoluto de la virginidad que marcaba el estado inicial de la humanidad y el punto último del tiempo; lo remite al fin universal y constante de la societas. Y si no siempre el matrimonio ha tenido la misma forma, el mismo papel ni las mismas obligaciones, si no siempre se opuso del mismo modo a la virginidad, fue porque antes y después de la caída, antes y después de la venida del Salvador, el género humano no se encaminó de la misma manera hacia la ciudad futura.

Esta pregunta también está en el material:

Historia Sexualidad IV Las confesiones de la carne
338 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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