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sino otro ente, otro ser, desde luego ni mamífero ni humano; digo que este deseo que alienta nuestra vida desde que nacemos, tiene, le han puesto, ...

sino otro ente, otro ser, desde luego ni mamífero ni humano; digo que este deseo que alienta nuestra vida desde que nacemos, tiene, le han puesto, nos lo presentan con un nombre y unos apellidos concretos: las relaciones coitales adultas: y por tanto, ese deseo y el placer deben ser postpuestos: y por tanto, reprimido en el presente, y siempre durante toda la infancia, ya que no puede haber, porque no existe, ninguna otra cosa en lo que a deseo y goce corporal se refiere. Las cosas, los seres humanos somos así, hombres o mujeres, y estamos hechos, determinados y determinadas para esa relación sexual, eliminando con esta afirmación la mitad de la vida humana, por lo menos, y envenenando el resto de tal forma que hace imposible la realización del bienestar humano. La inhibición sistemática de las pulsiones sexuales desde el nacimiento y durante toda la infancia, produce una profunda alteración en el cuerpo humano; esta alteración es lo que estamos tratando de ver aquí: sus consecuencias psicosomáticas y sociales. Por eso es tan importante la obra de Deleuze y Guattari, el Antiedipo, porque la triangulación edípica del deseo, la codificación falaz del deseo es una operación clave en la inhibición sistemática de las pulsiones sexuales: aceptar el significado que la sociedad da a nuestro deseo del cuerpo materno y de otros cuerpos, que en verdad, y hasta la adolescencia, no tiene nada que ver con el coito. La supresión de todas esas pulsiones, deseos y prácticas espontáneas, es una represión de gran envergadura que nos mutila anímica y somáticamente, suprime las relaciones corporales desde las pulsiones, y corrompe el amor y las relaciones humanas entre los próximos; lo que equivale a una devastación del entorno propio de los seres humanos, a convertir el entorno en un desierto afectivo, porque las carantoñas y el afecto que en el mejor de los casos nos dan, son insuficientes para la expansión natural de la capacidad de amar. Quizá sea esto difícil de entender, pero es la verdad que subyace en nuestra Falta Básica, nuestra biografía corporal, y no hay manera de eludirla. Quizá haya que explicarla y entenderla mejor, pero no se puede soslayar a menos que queramos seguir perpetuando el sufrimiento humano y el fratricidio. Nuestra madre y nuestro padre, nuestros próximos, al querernos sin amor corporal, actúan de hecho reprimiendo nuestro deseo, inhibiéndolo, negándonoslo y creándonos una conciencia errática de nuestros propios cuerpos; porque al creernos que nos queremos de verdad, normalizamos la inhibición: no podemos concebir que la relación que se establece sea mala o inconveniente para nosotr@s. Entonces, la conciencia que se establece de nuestro cuerpo es la del cuerpo inhibido, y crecemos acorazando el cuerpo y el inconsciente, y desarrollando la conciencia errática de un cuerpo insensibilizado y desconectado, una falsa conciencia de nuestras pulsiones, del deseo de los otros y de las otras. El malestar que sentimos por esta represión no se dice, no tiene justificación, explicación, ni reconocimiento; pero aunque no tenga reconocimiento, lo cierto es que nos sentimos mal, y por eso aprovechamos cuando nos caemos al suelo para llorar desconsoladamente, aunque nos hayamos hecho un rasguño de nada, y cogemos pataletas por cualquier cosa, para llamar la atención y pedir el abrazo y el regazo del otro cuerpo. La guerra que se establece entre mayores y niños-niñas puede ser más o menos dura, según las circunstancias, es decir, según sean las corazas y el margen de complicidad de nuestros mayores. Y poco a poco, de forma más sutil o más a lo bestia, se va estableciendo la relación como tiene que ser, que es como los mayores establecen que sea. Y según se va estableciendo la relación en la asepsia del deseo, se va formando nuestra conciencia de cómo son las cosas, quedando la verdad del deseo refoulada en el inconsciente. Así es como psíquicamente e inconscientemente, nos interpretamos y nos identificamos con ese modelo de ser humano, hombre o mujer, y con el orden sexual establecido, en el que toda la sexualidad y todo el deseo son falocéntricos. En concreto, la niña aprende lo que es el cuerpo de mujer viendo el de su madre, que se le niega a ella, y que es de y para el deseo del hombre adulto. Esta visión del cuerpo materno nos da una imagen de la mujer según la mirada falocéntrica del hombre que decía Lea Melandri (nota (17) pag.119); y esta mirada es como un filtro, que no deja pasar ni deja ver, todo lo que el cuerpo de mujer no debe ser, dándonos sólo la imagen de lo que debe ser. Y también el niño aprende a contemplar a las mujeres con esta deformación, y cuando crezca reproducirá la misma relación distorsionada con ‘su mujer’, ‘la madre de sus hij@s’, etc. Lo que en verdad ocurre es un proceso represivo que sufre cada criatura, y que simultáneamente construye las relaciones de dominación (puesto que para reprimir hay que dominar al que se reprime) y la jerarquización social (porque para dominar hay que ser superior al que se domina). La niña inhibe sus pulsiones espontáneas porque hay una autoridad (la madre patriarcal) que le dice (en general sin palabras o con muy pocas palabras) que debe inhibirlas; de otro modo, en un entorno de complicidad corporal y de complacencia, con el amparo de una madre verdadera, no lo haría. La represión de la sexualidad, tiene su correlato psíquico, que es esto que Deleuze y Guattari llamaron edipización de la psique; es decir, la represión de la sexualidad fragua en una psique que busca la atenuación de la ansiedad latente, tratando de desarrollar su vitalidad conforme al orden sexual establecido, el cual codifica de forma tramposa la emoción y el deseo que pueda emerger. La contención de la producción del deseo, paralelamente conduce a la formación de la coraza neuromuscular que se opone al desarrollo del placer; y así es como llegamos a la estructura carácterológica humana apta para las relaciones de dominación: porque para someterse a la autoridad hace falta un acorazamiento neuromuscular capaz de soportar la resignación de la sumisión, y para ejercer la autoridad hace falta un acorazamiento para evitar la complacencia e impartir la represión y el sufrimiento sin inmutarse. Porque sin coraza, la complacencia sería inevitable. Entonces la represión del deseo materno que: * neurológicamente abre el programa de defensa y pone en marcha el sistema de inhibición, * fisiológicamente hace entrar a la criatura en un ‘modo de supervivencia’, cambiando la dinámica del derramamiento por la de contención y acorazamiento, produciéndola un daño de por vida (el impacto de por vida -Bergman), * psicológicamente produce una herida que secretará ansiedad de por vida (la Falta Básica -Balint), * cambia el modo de vida en función del deseo y de las pulsiones, por la supervivencia en estado de carencia, de necesidad y de miedo a morir (Deleuze y Guattari), además, * transmuta la relación de confianza de tú a tú entre seres que se aman, se derraman recíprocamente, y que desean su mutua complacencia, en una relación de dominación y sometimiento (A.Moreno (nota (16) pag.119). La represión del deseo materno implica las relaciones de dominación entre los sexos. Sin dominio sobre la mujer, la madre impregnaría el campo social de prolactina y de amor fraterno. La crianza en la represión del deseo materno necesariamente está en el comienzo de las relaciones de dominación. Sin dominación, el deseo materno y la sexualidad femenina se recuperarían rápidamente. Cada vez que dejamos de tener en cuenta los deseos de las criaturas, y prescindimos de nuestro deseo de complacerlas, (si es que todavía percibimos ese deseo nuestro), empezamos a ‘amar’ a nuestras criaturas de la manera establecida; nuestros sentimientos habrán perdido sus raíces viscerales; será el tipo de ‘amor’ ese que sale del corazón o del alma, que es compatible con la adaptación a la competencia y que se identifica con el triunfo social en la lucha fratricida. Se trata de un proceso de sublimación por el que se corrompe el amor corporal verdadero, y por el que se encubre el ejercicio de la represión y de la dominación, con el señuelo del éxito social (el ‘bien’ de la criatura), de conquistar posiciones y botines. El Poder siempre corrompe el amor, y el Poder de la madre y del padre, corrompe su amor hacia sus hijos e hij

Esta pregunta también está en el material:

Sexualidad y funcionamiento de la dominacion
284 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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