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Al documentarme sobre el tema, encontré que la diferencia entre los conceptos sobre la sexualidad de Forel, Molí, Bloch, Freud y Jung era sorprende...

Al documentarme sobre el tema, encontré que la diferencia entre los conceptos sobre la sexualidad de Forel, Molí, Bloch, Freud y Jung era sorprendente. Excepto Freud, todos creían que la sexualidad era algo que durante la pubertad le llegaba al ser humano desde el cielo inmaculado. "La sexualidad se despierta", decían ellos. Dónde había estado antes, nadie parecía saberlo. Sexualidad y procreación se tomaban como una sola y misma cosa. ¡Qué montaña de falsas concepciones psicológicas y sociológicas yacía tras un solo concepto equivocado! Es verdad que Molí hablaba de un instinto de "tumescencia" y "detumescencia", pero no se sabía bien cuáles eran sus fundamentos ni sus funciones. No pude reconocer entonces que la tensión y relajación sexuales eran atribuidas a dos instintos separados. En la sexología y la psicología psiquiátrica de aquel tiempo, existían tantos instintos como acciones humanas, o casi tantos. Había un instinto de hambre, un instinto de propagación, un instinto exhibicionista, un instinto de poder, un instinto de prestigio, un instinto de crianza, un instinto maternal, un instinto para el desarrollo humano superior, un instinto cultural y un instinto gregario. Por supuesto, también había un instinto social, un instinto egoísta y un instinto altruista, un instinto especial para la algolagnia (instinto para sufrir dolor) o para el masoquismo, el sadismo, el transvestitismo, etc., etc. Todo parecía muy simple. Y sin embargo era terriblemente complicado; no se vislumbraba el camino de salida. Lo peor de todo era el "instinto moral". Hoy en día pocas personas saben que se consideraba la moralidad como un tipo de instinto filogenéticamente, hasta sobrenaturalmente determinado. Y tal afirmación se hacía seriamente y con la mayor dignidad. Sin duda, se era entonces demasiado ético. Las perversiones sexuales eran consideradas como algo puramente diabólico y se llamaban "degeneración moral". Del mismo modo se juzgaban los desórdenes mentales. Quien sufriera de una depresión o neurastenia, tenía "una tara hereditaria", en otras palabras, era "malo". Se creía que los insanos y los criminales tenían serias deformidades, que eran individuos biológicamente ineptos, para quienes no había ni ayuda ni excusa. El hombre de genio tenía algo de un criminal que no "había salido bien"; en el mejor de los casos, era un capricho de la naturaleza, y nunca, por supuesto, un ser humano que se ha retirado dentro de sí mismo, abandonando la pseudo vida cultural de sus prójimos y manteniendo el contacto con la naturaleza. Basta leer el libro de Wulffen sobre criminalidad o los textos psiquiátricos de Pilcz o cualquiera de sus contemporáneos para preguntarse si eso es ciencia o teología moral. Nada se conocía entonces sobre los desórdenes mentales y sexuales; su existencia misma despertaba indignación moral y las lagunas de las ciencias se llenaban con una moralidad sentimental. De acuerdo con la ciencia de la época, todo era hereditario y biológicamente determinado, nada más. El hecho de que esa actitud desesperanzada e intelectualmente cobarde pudiera, catorce años más tarde, ser la actitud de la totalidad del pueblo alemán, no obstante la obra científica realizada mientras tanto, debe atribuirse a la indiferencia de los pioneros científicos por la vida social. Rechacé intuitivamente esa clase de metafísicas y filosofías morales. Buscaba honestamente hechos que sustanciaran estas enseñanzas y no pude encontrarlos. En los trabajos biológicos de Mendel, quien había estudiado las leyes de la herencia, encontré, por el contrario, muchos hechos a favor de la variabilidad de los procesos hereditarios, en lugar de la monótona uniformidad que se les solía atribuir. No se me ocurrió entonces que el noventa y nueve por ciento de la teoría de la herencia no es nada más que una coartada. Por otra parte, me gustaban la teoría de las mutaciones de De Vries, los experimentos de Steinach y Kammerer, y la Periodenlehre de Fliess y Swoboda. La teoría de Darwin de la selección natural, también correspondía a la razonable esperanza de que, si bien la vida está gobernada por ciertas leyes fundamentales, hay sin embargo amplio margen para la influencia de los factores ambientales. En esa teoría no se consideraba nada eternamente inmutable, no se explicaba nada según factores hereditarios invisibles: todo era susceptible de desarrollo. En esa época me hallaba muy lejos de establecer ninguna relación entre el instinto sexual y estas teorías biológicas. No me interesaba la especulación. El instinto sexual era considerado por la ciencia como algo sui generis. Hay que conocer la atmósfera prevaleciente en la sexología y psiquiatría antes de Freud para poder entender mejor mi entusiasmo y alivio cuando entré en contacto con éste. Freud había construido un camino hacia la comprensión clínica de la sexualidad. Podía verse cómo la sexualidad adulta se originaba en las etapas del desarrollo sexual infantil. Tal descubrimiento por sí solo aclaraba un hecho: sexualidad y procreación no son la misma cosa. Se desprendía que las palabras "sexual" y "genital" no podían ser usadas como sinónimos, y que la sexualidad era mucho más inclusiva que la genitalidad; si no fuese así, perversiones tales como la coprofagia, el fetichismo o el sadismo no podían ser calificadas de sexuales. Freud demostraba contradicciones en el pensamiento e introducía orden y lógica. Para los escritores anteriores a Freud, "libido" significaba simplemente el deseo consciente de actividad sexual. "Libido" era un término tomado de la psicología de la conciencia. Nadie sabía qué significaba, ni qué debía significar. Freud afirmó: No podemos aprehender directamente el instinto mismo. Percibimos únicamente los derivados del instinto: las ideas sexuales y los afectos. El instinto mismo está hondamente arraigado en la base biológica del organismo y se hace sentir como una necesidad de descargar la tensión, pero no como el instinto en sí mismo. Este era un pensamiento profundo, que tanto los amigos como los enemigos del psicoanálisis no pudieron comprender. Sin embargo, era un fundamento científico-natural sobre el cual se podía construir con seguridad. Mi interpretación de los enunciados de Freud fue la siguiente: es absolutamente lógico que el instinto mismo no puede ser consciente, ya que es lo que nos-gobierna. Somos su objeto. Considérese la electricidad: no sabemos qué es; sólo reconocemos sus manifestaciones, la luz y la descarga. Aunque podemos medirla, la corriente eléctrica no es más que una manifestación de lo que llamamos electricidad y en rigor no sabemos qué es. Así como la electricidad se mide a través de las exteriorizaciones de su energía, así los instintos se reconocen únicamente por sus manifestaciones emocionales. La "libido" de Freud, concluí, no es lo mismo que la "libido" de la era prefreudiana. Esta última llamaba libido al deseo sexual consciente; la "libido" de Freud no podía ser sino la energía del instinto sexual. Quizás sea posible un día medirla. Usé bastante inconscientemente la analogía con la electricidad, sin sospechar que dieciséis años más tarde sería lo bastante afortunado para poder demostrar la identidad de la energía sexual y de la energía bioeléctrica. El empleo consecuente por Freud de conceptos energéticos provenientes de la ciencia natural, me fascinaba. Su pensamiento era realista y nítido. Los estudiantes del seminario sexológico aplaudieron mi interpretación. Su conocimiento de Freud se reducía a suponer que interpretaba símbolos, sueños y otras cosas singulares. Logré establecer una relación entre las enseñanzas de Freud y las teorías sexuales aceptadas hasta entonces. Elegido director del seminario en el otoño de 1919, aprendí cómo ordenar el trabajo científico. Se formaron grupos para el estudio de la diversas ramas de la sexología: endocrinología, biología, fisiología, psicología sexual y, principalmente, psicoanálisis. La sociología sexual la estudiamos al principio sobre todo en los libros de Müller-Lyer. Un estudiante de medicina nos dio conferencias sobre higiene social de acuerdo con los principios de Tandler, otro nos enseñó embriología. De los treinta participantes originales sólo quedaban ocho, pero trabajaban seriamente. Nos mudamos a un sótano de la clínica Hayek. Hayek, en un tono especial de voz, preguntó si también intentaríamos hacer "sexología práctica". Lo tranquilicé. Conocíamos la actitud de los profesores universitarios con respecto a la sexualidad, y ya no nos perturbaba. Nos parecía que la omisión de la sexología en el programa

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La funcion del orgasmo
382 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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