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caracteriza en general al hombre actual; el ser humano término medio de hoy ha perdido contacto con su naturaleza verdadera, con su núcleo biológic...

caracteriza en general al hombre actual; el ser humano término medio de hoy ha perdido contacto con su naturaleza verdadera, con su núcleo biológico, y lo experimenta como algo hostil y extraño; de ahí que por fuerza odie cuanto trate de ponerlo en contacto con él. La Sociedad Psicoanalítica era una comunidad de personas obligadas a presentar un frente único contra un mundo enemigo. Sólo podía sentirse respeto por ese tipo de ciencia. Yo era el único médico joven entre todos los "mayores", personas que me llevaban entre diez y veinte años. En octubre de 1920 leí mi trabajo para la candidatura de miembro de la Sociedad Psicoanalítica. A Freud no le gustaba que se leyeran los trabajos. Decía que los oyentes tenían la impresión de ir corriendo detrás de un coche veloz mientras el orador viajaba confortablemente sentado. Tenía razón. Me preparé para hablar sin el manuscrito, pero, cuerdamente, lo tuve al alcance de la mano. Apenas comencé a hablar perdí el hilo de mi exposición. Afortunadamente, encontré en seguida el lugar en el escrito. Todo anduvo bien. Es verdad que no había cumplido con los deseos de Freud. Estos detalles son importantes. Muchas personas tendrían algo inteligente que decir, y expresarían menos desatinos si el miedo tiránico a hablar sin el manuscrito no sirviera de freno. Un buen dominio de su material, permitiría a cualquiera hablar espontáneamente. Pero uno quiere sobre todo causar impresión, estar seguro de no hacer el ridículo; siente todos los ojos clavados en uno, y prefiere refugiarse en el manuscrito. Más tarde improvisé cientos de discursos y llegué a tener una buena reputación como orador. Lo debo a mi resolución originaria de jamás llevar un manuscrito conmigo, sino más bien "nadar". Mi trabajo fue bien recibido y en la reunión siguiente fui admitido como miembro. Freud sabía muy bien mantener las distancias y hacerse respetar. Pero no era despótico; al contrario, era muy amable, aunque por debajo de la amabilidad se sentía cierta frialdad. Sólo rara vez abandonaba su reserva. Era extraordinariamente sarcástico cuando ponía a prueba a algún inmaduro sabelotodo o cuando se enfrentaba con psiquiatras que lo trataban abominablemente. Cuando trataba algún punto crucial de teoría psicoanalítica era inexorable. Muy pocas veces se discutía sobre técnica psicoanalítica, lo cual representaba una laguna que yo percibía de manera marcada en mi trabajo con los pacientes. Tampoco había un instituto de entrenamiento ni un programa organizado. El consejo que se obtenía de los colegas más viejos era escaso. "Siga analizando pacientes", decían, "ya llegará". Qué debía llegar, y de qué manera, nadie lo sabía. Uno de los puntos más difíciles era el manejo de los pacientes profundamente inhibidos, que permanecían silenciosos. Los psicoanalistas posteriores nunca han experimentado la desolada sensación de estar a la deriva en problemas de técnica. Cuando un paciente no podía producir asociaciones, no "quería" tener sueños, o no tenía nada que decir acerca de los mismos, uno se sentaba, allí, impotente, y pasaban las horas. La técnica del análisis de las resistencias, aunque teóricamente formulada, no se ponía aún en práctica. Sabíase, desde luego, que las inhibiciones eran resistencias contra el descubrimiento de los contenidos sexuales inconscientes; también se sabía que tenían que ser eliminadas. ¿Pero cómo? Si se le decía al paciente: "Usted tiene una resistencia", éste miraba, sin comprender. Si se le decía que "se estaba defendiendo contra su inconsciente", no se progresaba mucho. Tratar de convencerlo de que su silencio o resistencia no tenían sentido, de que realmente se trataba de desconfianza, o miedo, era algo quizás más inteligente, pero no más fructífero. Sin embargo, los colegas más antiguos insistían: "Continúe analizando". Este "continúe analizando" fue el comienzo de mi propio concepto y técnica del análisis del carácter. Pero de ello no tenía entonces, en 1920, la menor idea. Recurrí a Freud. Freud tenía una capacidad maravillosa para solucionar teóricamente las situaciones complicadas. Pero desde el punto de vista técnico, tales soluciones no eran satisfactorias. Analizar, decía, significa, en primer término, tener paciencia. El inconsciente era intemporal. No se debía ser demasiado ambicioso terapéuticamente. En otras oportunidades aconsejaba un procedimiento más activo. Por último, llegué yo a la conclusión de que el esfuerzo terapéutico sólo podía ser genuino siempre y cuando tuviera uno la paciencia de aprender a comprender el proceso mismo de la cura. No se sabía aún bastante acerca de la naturaleza de la enfermedad mental. Esos detalles pueden parecer poco importantes cuando se trata de presentar el "funcionamiento de la materia viviente". Pero, por el contrario, tienen gran importancia. E1 problema del cómo y el dónde de las incrustaciones y rigideces de la vida emocional humana, fueron la luz que me guió a la investigación de la bioenergía. En una de las reuniones ulteriores Freud modificó su fórmula terapéutica original. En un principio decíase que el síntoma debía desaparecer una vez que su significado inconsciente había sido llevado a la conciencia. Ahora Freud afirmaba: "Debemos hacer una corrección. El síntoma puede, pero no debe necesariamente desaparecer cuando se descubre su significado inconsciente". Esa modificación parecía muy importante. ¿Cuáles eran las condiciones que conducían del "puede" al "debe"? Si el proceso de hacer consciente el inconsciente no eliminaba de modo infalible los síntomas, ¿qué otra cosa era entonces necesaria? Nadie conocía la respuesta. La modificación incorporada por Freud a su fórmula terapéutica no causó mayor impresión. Se continuó interpretando sueños, actos fallidos y asociaciones sin preocuparse por descubrir los mecanismos de curación. La pregunta: "¿Por qué no curamos ciertos casos?" ni siquiera se planteó. Esto se comprende fácilmente al recordar el estado de la psicoterapia en esa época. Los habituales métodos terapéuticos neurológicos, tales como los bromuros o "Usted no tiene nada, ... un poco de nervios", eran tan fastidiosos para los enfermos, que les resultó un alivio, aunque sólo fuera por el cambio, acostarse en el diván y dejar sus mentes a la deriva. Más aún, se les decía: "Digan todo lo que se les ocurra". No fue sino muchos años más tarde cuando Ferenczi declaró abiertamente que nadie seguía esa regla, y que nadie podía seguiría. Hoy en día eso es tan obvio que ni siquiera lo esperamos. Alrededor de 1920 existía la creencia de que se podía "curar" el término medio de las neurosis en un período de tres a seis meses a lo sumo. Freud me envió varios pacientes con la siguiente nota: "Para psicoanálisis, impotencia, tres meses". Me esforcé arduamente por hacerlo lo mejor que pude. Fuera de nuestro círculo, los psicoterapeutas de la sugestión y los psiquiatras prorrumpían en invectivas contra la "depravación" del psicoanálisis. Pero estábamos hondamente convencidos de su excelencia; cada caso demostraba cuan increíblemente correctas eran las formulaciones de Freud. Y los colegas mayores insistían: "Siga analizando". Mis primeros artículos trataban de problemas clínicos y teóricos, no técnicos. No cabía ninguna duda que habría que entender muchas otras cosas más antes de que los resultados pudieran mejorar. Eso en realidad impulsaba a trabajar intensamente en un esfuerzo para comprender. Se pertenecía a la élite de los luchadores científicos y se formaba un frente contra la charlatanería en la terapia de las neurosis. Estos detalles históricos pueden hacer que los orgonterapeutas actuales sean más pacientes si la "potencia orgástica" no aparece más fácil y rápidamente. CAPÍTULO III LAGUNAS EN LA TEORÍA SEXUAL Y EN LA PSICOLOGÍA 1. "PLACER" E "INSTINTO" Basado en mis estudies biológicos y destacándose sobre el trasfondo de la definición freudiana del instinto, abordé cierta dificultad en la teoría del principio del placer. Según Freud, existía el fenómeno peculiar de que la tensión sexual —en contraste con la naturaleza general de la tensión— era de un carácter placentero. De acuerdo con los conceptos usuales, una tensión sólo podía ser desagradable y únicamente su descarga podría proporcionar placer. Mi interpretación de ese fenómeno fue como sigue: en el curso de los prelim

Esta pregunta también está en el material:

La funcion del orgasmo
382 pag.

Psicologia, Psicanálise, Psicologia Humano Universidad Nacional De ColombiaUniversidad Nacional De Colombia

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Lo siento, pero parece que has pegado un texto extenso que no parece ser una pregunta. ¿Puedes reformular tu pregunta para que pueda ayudarte?

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