del quehacer educativo. Se destaca en la filosofía aristotélica una sólida fundamentación del acto de conocer. El punto de partida lo constituye el...

del quehacer educativo. Se destaca en la filosofía aristotélica una sólida fundamentación del acto de conocer. El punto de partida lo constituye el descubrimiento del hilemorfismo; esto es, la composición de materia y forma que encontramos en las cosas físicas. El desarrollo es gradual; pues el conocimiento empieza en el nivel sensitivo y pasa al nivel intelectivo. Se subraya este aspecto corpóreo espiritual dado que el hombre es unidad dual. Cuanto más se mire a esa condición humana facilita encontrar vías para atender a la posibilidad de formación que exige ambas dimensiones. Tal es así, por ejemplo, que en el conocimiento sensitivo el vínculo de materia y forma es nítido; pues, “Habrá de suponerse por fuerza que, si nos falta alguna sensación, es que nos falta, a su vez, algún órgano sensorial” (Sobre el alma 424b 26). Y más adelante indica “A no ser que exista algún otro cuerpo simple, o bien alguna cualidad que no esté presente en cuerpo alguno de este mundo, no cabe la posibilidad de que nos falte algún sentido” (Sobre el alma 425a 12-13). Según Shields (2017) Aristóteles se funda en una razón teleológica al afirmar la existencia de los cinco sentidos; así cada sentido capta los sensoriales propios y comunes. Además hay unidad y proporción de materia y forma; “El acto de lo sensible y el del sentido son uno y el mismo, si bien su esencia no es la misma” (Sobre el alma 425b 26). Los sentidos externos e internos captan realidades sensibles según su objeto propio. Además de los objetos propios de los sentidos externos existen otros objetos llamados sensibles comunes; éstos para Aristóteles (1978) son: movimiento, reposo, figura, magnitud, número y unidad que no tienen un órgano especial para captarlos. “Cabría preguntarse, en fin, con qué finalidad poseemos varios sentidos y no uno solo. Seguramente es así para que no nos pasen inadvertidos los sensibles comunes y concomitantes, como movimiento, magnitud y número” (Sobre el alma 425b 4-6). Los sentidos para captar sus objetos requieren estar en acto. En efecto, en el conocimiento sensorial tanto lo sensible como el sentido están en acto; como por ejemplo ocurre en la audición. “Cuando lo que puede oír está en acto y lo que puede sonar suena, se producen conjuntamente el oído en acto y el sonido en acto” (Sobre el alma 425b 28-30). La capacidad de ser conscientes de que percibimos los objetos requiere la conjunción de ser sensible y sentir. Así: En relación con todos los sentidos en general ha de entenderse que sentido es la facultad capaz de recibir las formas sensibles sin la materia al modo en que la cera recibe la marca del anillo sin el hierro ni el oro: y es que recibe la marca de oro o de bronce pero no en tanto que es de oro o de bronce. A su vez y de manera similar, el sentido sufre también el que el alma razona y enjuicia– no es en acto ninguno de los entes antes de inteligir” (Sobre el alma 429a 22-23). Por lo que se refiere a la dinámica del acto de la sensibilidad, sostiene Aristóteles lo siguiente: Que una facultad sensorial adopta la forma sensible significa que se torna igual al objeto perceptible respecto de la forma sensible. Esto es puesto de manifiesto en parte por un conocimiento sensorial y en parte por la adopción de un cierto logos, de un orden, por parte del órgano sensorial (Lear, 1974, p. 139). La percepción sensible culmina en cuanto cesa el acto sensible; no obstante, en cambio, la intelección puede seguir progresando. “Tras haber inteligido un objeto fuertemente inteligible, no intelige menos sino más, incluso, los objetos de rango inferior. Y es que la facultad sensible no se da sin el cuerpo, mientras que el intelecto es separable” (Sobre el alma 429b 3-5). Esto denota también para Aristóteles que el entendimiento es inmaterial y capta esencias abstractas; éste sería propiamente la actividad intelectual que se ejerce por el noús2. El Estagirita afirma: Y cuando éste ha llegado a ser cada uno de sus objetos a la manera en que se ha dicho que lo es el sabio en acto– lo que sucede cuando es capaz de actualizarse por sí mismo-, incluso entonces se encuentra en cierto modo en potencia, si bien no del mismo modo que antes de haber aprehendido o investigado: el intelecto es capaz también entonces de inteligirse a sí mismo (Sobre el alma 429b 6-9). El intelecto es capaz de captar las esencias de la realidad y de sí mismo. La facultad sensible para percibir requiere la presencia de la realidad material de lo captado; ahora bien ¿cómo el entendimiento se capta a sí mismo? El intelecto es inteligible y lo inteligido se identifican toda vez que el conocimiento teórico y su objeto son idénticos –más adelante habrá de analizarse la causa por la cual no intelige siempre–; pero tratándose de seres que tienen materia, cada uno de los objetos inteligibles está presente en ellos sólo potencialmente. De donde resulta que en estos últimos no hay intelecto –ya que el intelecto que los tiene por objeto es una potencia inmaterial– mientras que el intelecto sí que posee inteligibilidad (Sobre el alma 430a 2-9). Aristóteles acude a sustentar esta dinamicidad en principios metafísicos de la siguiente manera: Pero, cuando las potencias tiene como resultado alguna otra cosa además del uso, su acto está en lo que se hace (por ejemplo, la edificación en lo que se edifica, y la acción de tejer, en lo que se teje, y de modo semejante en las demás cosas, y, en general, el movimiento en lo que es movido); pero, cuando no tienen ninguna obra sino el acto, el acto está en el agente mismo (por ejemplo, la visión en el que ve, la especulación en el que especula y la vida en el alma; por eso también está en el alma la felicidad, pues es vida de una calidad especial). Por consiguiente, está claro que la substancia y la especie son acto (Metafísica 1050a24 b1). De lo que se desprende es que “Aristóteles considerase el Entendimiento agente como un principio idéntico en todos los hombres, como una Inteligencia que domina sobre las demás inteligencias separadas, que penetra en el hombre y funciona en él y que sobrevive al individuo cuando éste muere” (Copleston, 2007, p. 331). 4. CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO Y REFLEXIÓN El intelecto es en potencia todas las cosas; esto es, en cuanto tiene la capacidad de inteligir los inteligibles. El conocimiento de sí mismo puede explicarse desde la teoría de la causalidad. El Estagirita explica así: Mas, puesto que la causa motriz, en las cosas naturales, para un hombre es otro hombre, pero, en las que proceden del pensamiento, es la especie o lo contrario, en cierto sentido habrá tres causas, y, en un sentido determinado, cuatro. Pues, en cierto modo, la Medicina es la salud, y la Arquitectura es la especie de una casa, y un hombre engendra a otro hombre. Además, aparte de estas casusas, la que, como primera de todas lo mueve todo (Metafísica 1070b 30-35). Según Aristóteles para explicar el conocimiento de sí, esto es la reflexión, es posible hacerlo desde la teoría de la causalidad. Las cuatro causas aristotélicas sería de la siguiente manera: la causa material y formal cuya unidad hace al sujeto, que al ser consciente de sí requiere de la eficiente –especies– y final conocimiento de sí mismo. Así pues, existe un intelecto que es capaz de llegar a ser todas las cosas y otro capaz de hacerlas todas; éste último es a manera de una disposición habitual como, por ejemplo, la luz: también la luz hace en cierto modo de los colores en potencia colores en acto (Sobre el alma 430a 15-17). Este intelecto sería la causa de la inteligibilidad. “Y tal intelecto es