En las últimas décadas, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (en adelante, TIC) han generado cambios en la mayoría de las áreas de nuestra sociedad. Estos cambios han dado lugar a nuevos escenarios con nuevas posibilidades y exigencias. Ante este hecho, la formación de menores en el uso de las TIC resulta un reto educativo al que deben responder tanto la escuela como la familia y la sociedad en general (Besoli, Palomas y Chamarro, 2018). El rol de la familia en la educación de los menores resulta innegable. No obstante, esta tarea es compartida tanto por este primer agente de socialización como por los agentes secundarios: escuela y sociedad. La adquisición de cualquier tipo de aprendizaje resulta más eficaz cuando todos los agentes implicados mandan el mismo mensaje. Si existe colaboración entre ellos, el conocimiento, habilidad o actitud que se desea enseñar no llegará con la misma fuerza que si se dan contradicciones. Por tanto, es tarea de toda la sociedad, con especial responsabilidad en las escuelas y las familias, la educación de los menores (Pinto, León y Jiménez, 2018). En consonancia con lo expuesto, es en los grandes retos educativos donde los tres agentes deben estar más unidos. Uno de esos retos es la preparación para las repercusiones que están provocando, a nivel cultural y social, los rápidos cambios tecnológicos en nuestro entorno. La tecnología forma parte de nuestra rutina diaria y, en consecuencia, los menores están en continuo contacto con las herramientas tecnológicas. El problema radica en que, en numerosas ocasiones, los niños y jóvenes no reciben una formación adecuada para un uso responsable de las mismas (Chukwudozie y White, 2018).