Las instituciones educativas sigan siendo una gran herramienta para potenciar un trabajo en conjunto, en donde puedan germinar ideas, propuestas, d...
Las instituciones educativas sigan siendo una gran herramienta para potenciar un trabajo en conjunto, en donde puedan germinar ideas, propuestas, debates que contagien las ansias de construir con el otro, la necesidad de formar una conciencia del nosotros. Para ello es necesario configurar nuevos formatos de enseñanza y de aprendizaje donde la diversidad sea una riqueza y no un obstáculo, donde las opiniones y los puntos de vista divergentes se escuchen con respeto y se sostengan con argumentos más allá de posiciones cerradas, evitando todo fundamentalismo. En ese sentido las instituciones educativas deben constituirse en el “escenario” donde cada sujeto puede ensayar y exhibir su acción y su palabra, es decir construir su propio discurso que le posibilite tanto la configuración de su identidad como la pertenencia a un “mundo común, entendido como comunidad de cosas, que nos une, agrupa y separa, a través de relaciones que no supongan la fusión” (Arendt, 1997, p. 21). Y en ese escenario, es fundamental la presencia de un docente que sea un verdadero semiólogo, es decir alguien que indaga en los discursos educativos, los signos, que configuran los sentidos y significaciones que se atribuyen a las prácticas educativas.
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