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ro lado, se encuentran los fenómenos relacionados con la forma en que la sociedad responde al proceso salud enfermedad, no sólo en función de resol...

ro lado, se encuentran los fenómenos relacionados con la forma en que la sociedad responde al proceso salud enfermedad, no sólo en función de resolver los daños a la salud sino en su definición misma y en las formas en las que los significamos, así como en las prácticas que desplegamos hacia lo que socialmente definimos como patológico y a los sujetos que identificamos como enfermos; este conjunto conforma el segundo objeto de la medicina social. En su desarrollo, la Medicina Social y la Salud Colectiva, han planteado que las condiciones de salud determinadas socialmente, son producto de la estructuración que asume la sociedad, por ello alude a una distribución di- ferenciada del proceso salud enfermedad en la población y como expresión concreta de este proceso, a las desigualdades en salud. En su conformación, cada sociedad, y como resultado de las dialécticas relaciones económicas y de poder, ubica a sus fracciones en posiciones específicas con relación a la totalidad social, en estos espacios-lugares tienen lugar las relaciones de explotación, de dominación y subordinación, de construcción de la hege- monía y la alteridad o la contracultura, produciendo procesos de estigma- tización, exclusión y opresión que influyen negativamente en la experiencia de procesos vitales como lo son la enfermedad y la muerte. Con este basamento teórico, la MSSC, cuenta ya con una importante trayectoria de estudios que han caracterizado las desigualdades sanita- rias y los procesos sociales que se le asocian. En relación a la sexualidad, se parte de considerarla una dimensión de la vida humana, construída socialmente, que con su trascendencia y complejidad, define la posición de los individuos respecto de su cultura así como la estructuración de su subjetividad, respecto de su análisis, se ha asumido una posición crítica que cuestiona el tradicional enfoque reproductivista, esto ha permitido una perspectiva más profunda de la misma heterosexualidad y del resto de expresiones sexuales que han posicionado a la primera como norma y al resto como alteridades, estableciendo así entre los grupos adscritos a estos espacios-lugares, relaciones de hegemonía y subordinación. En la dimensión sexual, ocurren distintos fenómenos de interés para el estudio de la salud de las colectividades, primero porque históricamente, alrededor de la construcción social de la sexualidad, y para establecer a la heterosexualidad como normalidad, el orden social prevaleciente ha construido a las expresiones no reproductivas como entidades patológicas. Segundo, porque la medicalización de la sexualidad y la patologización de la disidencia sexual tienen serios efectos en la salud no sólo entre las personas no heterosexuales sino aún en éstos, pero en ambos grupos, la constante es la imposición de la heterosexualidad. Por lo anterior, el análisis crítico de la sexualidad cuenta con un im- portante potencial de contribución a la comprensión y explicación de las desigualdades en salud. En tanto dimensión esencial de la vida humana, las significaciones y prácticas que se le derivan, han asumido modalidades históricas que se articulan coherentemente con el orden social. La sexua- lidad heterocentrada, tal y como la conocemos en la actualidad, es una modalidad que se ha configurado en régimen48 por su carácter impositivo y regulador de la vida social. Si reconocemos que los dominios econó- mico, político y cultural conforman el andamiaje en el que se constituye toda formación social y que la sexualidad es una dimensión esencialmente humana, entonces podemos afirmar que ésta asume una particular forma en función del modo de producción vigente y a su vez, contribuye a dar coherencia de totalidad orgánica a dicha formación, al mismo tiempo que estructura al individuo en sujeto y agente de esa sociedad. En el devenir histórico de la reproducción social y sus transformaciones, la sexualidad muestra cambios que se expresan más allá de sus propios atri- butos, reorganizando las relaciones sociales a través de la estructuración de sistemas de parentesco históricamente específicos, redefiniendo las nociones de género y las expresiones de éste, modificando la interacción entre el suje- to y la sociedad al transformar los sistemas identitarios y las subjetividades. De hecho, Foucault (1996) plantea que, en el fondo, lo que hoy denomina- mos sexualidad, es un producto histórico en tanto que la expresión que se impuso como norma corresponde a la ideología de la burguesía y que su configuración tiene un correlato con el desarrollo del capitalismo. En tanto modo de producción que define la actual reproducción social, el capitalismo no es solo un sistema económico, es una forma de ejercicio 48 Nos referimos al “régimen heterosexual”, concepto acuñado por Monique Wittig en donde muestra que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que susten- tan el poder de la heterosexualidad normando y controlando las sociedades contemporáneas, por tanto, su poder es político (Wittig, 2006). del poder y una forma de significar y vivir la vida. La separación entre los dominios sociales (económico, político y cultural) y las categorías que le derivan (clase social, dominados, alternos), son sólo separaciones didácticas para comprender su definición y poder desentrañar las relaciones que se establecen entre sí, pero en la realidad operan de forma simultánea y en su dinamismo constituyen eso que llamamos orden social. No podemos com- prender al capitalismo como un modo orgánico de reproducción social si no distinguimos su triple naturaleza, Osorio (2012) propone la metáfora de la moneda para comprender el carácter dual del capitalismo, considerando que lo económico y lo político son las dos caras de una misma moneda que llamamos capital, establece que el capitalismo es un sistema de explotación de la fuerza de trabajo porque impone a su vez un régimen político que hace posible el despojo de los medios y productos del trabajo. Es decir, requiere un ejercicio del poder que legitime e institucionalice la sustracción de lo produ- cido socialmente, privatizando el capital y socializando el trabajo. Así, me- diante el uso del poder se coloca a la propiedad privada como el ordenador fundamental de todas las relaciones sociales, pero esta estructuración de la sociedad se requiere de un sujeto y un agente, sujeto en tanto adopte la nor- matividad social y agente en tanto la valide y reproduzca. El sujeto del capi- talismo es el individuo (Granados, 2017), el sujeto atomizado perteneciente en su sumatoria con otros, a una sociedad que es el mercado. En el dominio cultural observamos que la lógica en que el sujeto se apropia individual- mente de los satisfactores de sus necesidades, que son mercancías (adopta las prácticas de producción y consumo propias del capital), reproduciendo las normas y significaciones que le dan validez a la propiedad privada y garanti- zan su permanencia en el tiempo, de tal manera que la trascendencia de los bienes apropiados individualmente sólo puede materializarse mediante la imposición de un sistema de parentesco que la vehiculice, estamos hablando del arreglo familiar tradicional (heterosexual y con progenie), el observado en la moral burguesa de la sociedad capitalista. A partir de estos plantea- mientos, el propósito de este texto es identificar y analizar los principales vínculos entre le imposición social de la heterosexualidad y algunas de las problemáticas de salud más relevantes de las mujeres lesbianas. La construcción social del cuerpo de las mujeres El cuerpo es construido socialmente a partir de los esquemas de percep- ción que el orden social le dispone al sujeto para incorporar e incorporar- se al mundo simbólico. Dicha lectura se basa en una interpretación de la anatomía e incluye la asignación del sexo que no admite más etiquetas que hombre o mujer, en el caso de la segunda “opción”, la asignación supone una presunta capacidad paridora49 como destino de ese cuerpo en construcción. La encomienda de construir un cuerpo reproductivo es atribuida a la totalidad social, pero son sus instituciones y sus agentes quienes ejecutan de forma práctica los mecanismos requeridos para conseguir ese constructo. Este proceso formativo implica la imposición y asimilación de una serie de mandatos cuyo cumplimiento es posible sólo en ciertas circunstancias, por ejemplo, la reproducción no asistida, que primero implica la capacidad ovulatoria en los cuerpos a los que se les ha asignado el sexo de mujer y la capacidad eyaculatoria de los cuerpos asignados como varones, es decir, sobre un esquema hetero se construyen esas expectativas que la sociedad espera de cada cuerpo, pero también que el sujeto ha incorporado como parte de su subjetividad en forma de proyectos personales de vida. Canevari (2017:9) explica que “la categoría género es relacional y está de

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Libro_salud_colectiva_2018 (1)
238 pag.

Saúde Coletiva Universidad Antonio NariñoUniversidad Antonio Nariño

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