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En la adolescencia y la adultez, el trabajo es un elemento central en las desigualdades en salud entre mujeres y hombres, debido a una diferenciaci...

En la adolescencia y la adultez, el trabajo es un elemento central en las desigualdades en salud entre mujeres y hombres, debido a una diferenciación sexual del trabajo formal que implica para las mujeres una segunda y tercera jornadas de trabajo con el cuidado de los enfermos en el espacio doméstico, y para los varones, la realización de trabajos “adicionales” que requieren fuerza física en el espacio laboral, aún cuando el puesto tenga otra naturaleza (como cargar y trasladar objetos pesados, reparar maquinaria o desperfectos menores en las instalaciones, debido a que se parte del supuesto que los hombres son fuertes o saben reparar), también se ha observado una mayor resistencia a utilizar equipos protectores y tomar medidas de seguridad ya que hacerlo es representado como debilidad, lo cual rompe con la idea del hombre como ser “invulnerable” (Rohlfs, Borrell y Fonseca, 2000; de Keijzer, 2014a). La integración de la identidad masculina, también determina el ejercicio de la sexualidad, la reproducción, y las relaciones de pareja y familia, generando inequidades que expresan en prácticas corporales el conjunto de ideas sobre lo que “deben ser” una mujer y un hombre (Burín y Meler, 2000), es decir, las exigencias sociales y sus respuestas prácticas sintetizadas en los estereotipos de género (Scott, 1990). Los hombres despliegan en su sexualidad los atributos del estereotipo masculino, concibiéndola como un ámbito y medio de conquista, triunfo y éxito, no necesariamente, como en el caso de las mujeres, un espacio de fortalecimiento de los lazos emocionales (Stern, Fuentes, Lozano y Reysso, 2003), lo anterior genera contextos en que se promueven prácticas inequitativas, que delimitan el uso de métodos anticonceptivos o de prevención de infecciones de transmisión sexual, así mismo, favorecen el abuso y la violencia. La salud de los hombres: resultado de una distribución diferenciada El campo de la salud mental es un ámbito privilegiado para verificar la distribución diferenciada de la morbimortalidad por género, hemos explicado líneas arriba que su determinación se refleja en la socialización e introyección de los estereotipos de género, por ejemplo, los varones muestran tasas más altas de suicidio que las mujeres por un mayor acceso a métodos más letales, así como un mayor abuso y adicción a sustancias, la resistencia de muchos hombres a expresar su depresión en forma de melancolía, llanto u otras pasivas, los lleva a expresarla con conductas violentas, enfermedades psicosomáticas o alcoholismo u otras adicciones (Castro y Bronfman, 1993; de Keijzer, 2014a), sobre esto último hay que mencionar a la conducta de experimentación como componente importante del estereotipo de la Mhg y como rasgo de verificación social de la masculinidad que se vincula con otro rasgo, el desafío de la autoridad o legalidad como pruebas de valor, que lleva a muchos varones a entrar en contacto, con mayor frecuencia que las mujeres, a sustancias con alto poder adictivo. Lo anterior muestra una precarización de la expresión emocional de los varones que al incorporar la Mhg reprimen toda una gama de emociones, necesidades y posibilidades afectivas por considerarlas inconsistentes con ser un “verdadero hombre” y ello puede implicar el deseo de autocontrol o de dominio sobre quienes los rodean (Burín y Meler, 2000). El hecho de que los hombres en general tarden más tiempo en buscar ayuda ante problemas de salud mental o adicciones, hace suponer que existe una alta demanda insatisfecha en salud mental, con la contradicción que de los mismos varones no suelen demandar estos servicios aunque los requieran. En general, el autocuidado y la valoración del cuerpo para su salud, es algo casi inexistente en la socialización de muchos hombres. Al contrario, cuidarse y cuidar a otros es una actividad que todavía se considera exclusiva de las mujeres (de Keijzer, 2014a). Bonino (1998) utiliza seis enunciados para sintetizar las creencias matrices de la Mhg y los ideales/mandatos que conforman la normativa de género y que estructuran la subjetividad masculina dominante. Se trata de ejes para ordenar las problemáticas masculinas o síntomas producto del temor a no cumplirlas, y tienen diferentes direccionalidades en su expresión: malestares cuando la expresión de la problemática se dirige hacia sí mismo, y molestares, cuando se dirige hacia otras personas. Estos enunciados/creencias se experimentan desde la lógica occidental del todo/nada, por la cual, el no cumplimiento de una creencia –lo deseable- arrastra inevitablemente al incumplidor al opuesto negativo del ideal propuesto por dicho mandato –lo temido y que produce la crisis masculina y el malestar o molestar-: 1) No tener nada de mujer; 2) ser importante; 3) ser un hombre duro; 4) mandar a todos al demonio; 5) respetar la jerarquía y la norma, y; 6) ser sensible, empático e igualitario. El “ser hombre” implica “No ser mujer” o no ser “femenino”. Además de las múltiples formas de discriminación y violencia de género contra abuso de poder de forma reactiva como respuesta frente al temor y las heridas que se experimentan en la búsqueda del poder (Kaufman, 1997). Según Bonino (1998) y de acuerdo en lo reportado por los estudios de Fleiz (2010) y Sánchez (2015), una consecuencia invisibilizada en los criterios diagnósticos es la depresión a modo masculino, dicho cuadro suele ser poco diagnosticado precozmente en la clínica y poco descubierto por los 85 Sobre estas relaciones de poder entre hombres, comenta que los gays sufren de parte de hombres hetero- sexuales una opresión similar a la que se ejerce sobre las mujeres: son golpeados y asesinados por grupos de hombres heterosexuales y se les hace burla por ser “amanerados”. Generalmente, los hombres hetero- sexuales reciben aprobación y tienen una mejor posición social como heterosexuales, no así los gays en el mundo heterosexual. naguantable por sus exigencias. Esta sintomatología, es una depresión expresada con las máscaras que los mandatos hegemónicos de la masculinidad propone a los varones para no ser estigmatizados como femeninos y al no ser diagnosticada, muchas veces se descubre a través de sus consecuencias.87 Masculinidad, salud y respuesta social organizada Según Bernales y Figueroa (2016), aunque los hombres presentan a nivel mundial una mayor prevalencia de factores de riesgo en salud y su espe- 86 Uno de los factores relevantes para ello es que su sintomatología esta invisibilizada porque la norma en la que los criterios diagnósticos para la depresión están basados es el modo “femenino” de su expresión, es decir, llanto, inhibición, relatos y emocionalidad depresiva. 87 Estas afectaciones forman parte de lo que se considera desde los estudios de masculinidades, una sustrac- ción de la posibilidad de vivir con plenitud todos los potenciales humanos y desarrollar un proyecto pro- pio de sujeto. Se le considera como la alineación de los varones, es decir, la ignorancia de las emociones, sentimientos, necesidades y del potencial para relacionarse con el ser humano y cuidarlo. Se asocia a la distancia y aislamiento con las mujeres y con otros hombres, ya que lo que conciben como masculinidad, es el resultado de la forma de cómo se combinan el poder social encarnado y la alineación. Esta alienación aumenta la solitaria búsqueda del poder/dominación y enfatiza una convicción de que el poder requiere de la capacidad de ser distante. Así, en un sentido paradójico, se considera que este aislamiento es la clave para conservar el patriarcado, pues, en mayor o en menor grado, incrementa la posibilidad de que todos los hombres terminen en colusión con éste- en todos sus diversos mitos y realidades-, puesto que sus propias dudas, experiencias y sentido de confusión quedan, al no ser nombrados, silenciados y enterrados (Kaufman, 1997). Salud de los hombres y salud colectiva 193 ranza de vida es menor a la de las mujeres -aproximadamente entre seis a siete años más que los hombres, situación que se repite en Latinoamérica-, son escasas las políticas de salud enfocadas en este grupo, y aún menos las elaboradas desde un enfoque de género que derive en políticas públicas que integren intervenciones particulares sobre las necesidades específicas de las masculinidades. Actualmente existen al menos dos posturas que pueden resultar complementarias para comprender la salud de los hombres incorporando el enfoque de género; primero, aquella literatura que considera al género como un factor de riesgo individual: “el riesgo de ser hombre”; y segundo, la que además de “culpar” a los hombres de su propio riesgo, propone analizar el complejo entramado social en el cual ellos están insertos, considerando la socialización masculina como algo naturalizado de lo cual es difícil desprenderse. La salud colectiva, en razón de su planteamiento teórico de la

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Libro_salud_colectiva_2018 (1)
238 pag.

Saúde Coletiva Universidad Antonio NariñoUniversidad Antonio Nariño

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Lo siento, pero parece que has pegado un texto extenso que no parece ser una pregunta. ¿Puedes reformular tu pregunta para que pueda ayudarte?

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