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En estas exigencias o de que a menudo se restaure partiendo de la improvisación es un mal que el tiempo corregirá a no mucho tardar y que se enraíz...

En estas exigencias o de que a menudo se restaure partiendo de la improvisación es un mal que el tiempo corregirá a no mucho tardar y que se enraíza en el desconocimiento y la ausencia de criterio. El llamado restauro critico posterior a la Segunda Guerra Mundial abrió las puertas a la consideración primordialmente artística de los monumentos, por encima de la documental, pero cuando finalmente se concretó en la Carta del Restauro de 1972 el documento reforzó de manera taxativa la prevención con respecto, precisamente, a las intervenciones “creativas” sin criterio. La obtención de ese criterio implica una conciencia y justificación “críticas”, como el propio nombre de la corriente restauradora indica en fin, para cuya obtención resulta indispensable un cierto nivel de conocimiento histórico. Por lo demás el restauro conservativo, mucho más riguroso en su respeto a la “autenticidad” del monumento, ha ido adquiriendo en las últimas décadas una legitimidad renovada, lo que nos insta a cuidar especialmente el aspecto de la “justificación documentada” de toda propuesta de intervención. El capítulo segundo del Plan Director, a continuación, habrá de dar cuenta detalladamente del reconocimiento efectuado en el edificio y del análisis patológico realizado a partir de él. Este capítulo, de índole más técnica e independiente del anterior, aportará una serie de conocimientos prácticos esenciales que marcarán las prioridades de la intervención. Junto con las conclusiones y recomendaciones de los estudios documentales, el análisis patológico es el otro “mapa” del edificio que resulta imprescindible para orientarse antes de la restauración. Este capítulo incluye, lógicamente, la reseña de los problemas patológicos localizados durante la inspección, así como una aclaración apropiada de todos ellos, fundamentada siempre en una correcta descripción. Para culminar correctamente este apartado es conveniente poseer un modelo apropiado de ficha de datos que nos permita organizar convenientemente la información y pueda ser fácilmente consultado después por el equipo de restauración. Toda ficha llevará bien marcado su número correspondiente y la nomenclatura que identifica cada daño (grieta, humedad, desplome, etc.), además de un pequeño texto explicativo acerca de su localización y un esquema o croquis de alzado y planta. La parte esencial de la ficha la constituyen los apartados dedicados a la descripción y el análisis; en el primer caso se tratará de establecer la dimensión, la forma y las particularidades del problema detectado y en el segundo caso se intentará determinar la causa del mismo, así como el posible proceso patológico y su desarrollo en el tiempo. La ficha de toma de datos puede incluir también un breve prediagnóstico, si se poseen los datos y la seguridad suficiente, y también unas recomendaciones sobre el orden de prioridad en la intervención propuesta. Cuanto más desarrollado y preestablecido sea el modelo de ficha de que dispongamos más ágil y fácil será la implementación de esta fase. La mecanización del proceso, sin embargo, no excluye la redacción de comentarios aclarativos y observaciones auxiliares de utilidad. Por supuesto que las fichas deben de suponer también una suerte de archivo gráfico y fotográfico de los problemas del edificio, lo que en todo caso será de gran ayuda para la restauración futura y el conocimiento del edificio en el caso de que los trabajos sean ejecutados por un equipo diferente a aquel que ha realizado el Plan Director. Tras el proceso de reconocimiento del edificio el tercer capítulo consistirá en la emisión de un diagnóstico general y razonado, con prescripciones de cara a la actuación. El diagnóstico contempla tanto el planteamiento general de los problemas patológicos del edificio como las técnicas que se han de emplear en la intervención subsiguiente. Existe una gran diversidad de enfoques, en este último aspecto, que pueden ser adoptados según la naturaleza del caso. La rehabilitación y la restauración, por ejemplo, son opciones en cierta medida contrapuestas. El término “rehabilitación” pone el acento en los nuevos usos y el problema de la actualización, mientras que “restauración” nos habla más bien de conservación y puesta en valor de los contenidos histórico-artísticos. Ambas orientaciones pueden ser compatibles en cierta medida, pero el énfasis del Plan Director puede desplazarse a través de ellas en un sentido u otro. Por otra parte, el Plan Director puede proponer extremos diferentes: es el caso de la reconstrucción, donde el objetivo es volver a levantar una estructura que se ha perdido o dañado en exceso y cuya recuperación parece deseable (la ley de patrimonio de 1985 prohíbe expresamente las reconstrucciones, pero éstas pueden practicarse en casos especiales, como el de la reconstrucción del Pabellón Alemán de Mies van der Rohe en Barcelona, que databa de 1929, o en el caso de reconstrucciones parciales o de “anastilosis”). Igualmente el Plan Director puede diagnosticar sencillamente una necesidad de adecuación o conservación, por ejemplo en el caso de ruinas musealizables y en general en los complejos arqueológicos, lo que incluye labores de consolidación, reforma y reutilización de materiales, además del proyecto específico desarrollado para adecuar el lugar para su visita o cómoda contemplación. El diagnóstico y la propuesta de actuación subsiguiente marcan el límite entre los contenidos técnicos y las propuestas concretas del Plan Director, puesto que, a continuación, éste ha de acometer la presentación de un Plan de fases de Actuación. El Plan de Fases es la parte más comprometida del Plan Director, puesto que incluye un cronograma tanto como una estratificación normativa de las labores que se van a desarrollar, estableciendo una guía concreta para la intervención directa sobre el edificio. Si el Plan de Fases está bien apoyado y justificado por el desarrollo de los apartados precedentes debería de ser aceptado sin reticencias e implementarse efectivamente tal y como está programado, pero lo cierto es que el paso de las previsiones a su cumplimiento puede ser problemático de muy diversas maneras. De una u otra manera la programación será siempre aprovechable por restauradores ulteriores o puede retomarse, simplemente, cuando se hayan resuelto los problemas, una vez revisadas las fechas. Por todos estos motivos la aceptación del Plan de Fases es clave en la correcta aplicación del Plan Director y ha de ser tramada con el máximo conocimiento del inmueble. El Plan Director debe incluir también un avance del presupuesto sobre la inversión prevista, para poder realizar un calendario coherente y conceder prioridad a las fases más urgentes según las necesidades. Algunas de las etapas a desarrollar pueden ser ejecutadas anticipadamente, según el caso (el Plan de Fases no tiene por qué ser llevado a cabo de forma correlativa). Finalmente la propuesta de uso y gestión supone uno de los apartados más ricos de contenido del Plan Director, y al mismo tiempo uno de los de más reciente inclusión. Desde que la disciplina de la restauración comenzó a fundamentarse teóricamente, con los escritos de Viollet-le-Duc, el problema del cambio de uso había sido sistemáticamente obviado. Sólo la obsolescencia creciente de un gran número de estructuras y las necesidades variadas y abundantes de la sociedad de masas han puesto sobre la mesa, desde los años 60 del siglo XX, la necesidad de transformarlas y rehabilitarlas para poder desempeñar un nuevo papel funcional sin dejar de ser ellas mismas. Hasta los años 60 los edificios, y aun partes enteras del tejido urbano, que no eran considerados ya útiles se derribaban y sustituían sin más, pero desde finales del siglo XX el incremento de los bienes inmuebles protegidos y la preocupación política y social por la conservación del entorno urbano han propiciado toda una casuística y una amplia reflexión en torno al problema de los nuevos usos. De hecho el Plan Director incluye a menudo, a no ser que la cuestión sea obvia e irrelevante, una propuesta de nuevos usos para aquellos edificios o partes de los mismos cuya función se haya perdido definitivamente o se haya degradado o empobrecido. Como es lógico, la inversión y el esfuerzo que desembocan en la restauración de edificios antiguos deben de llevar aparejada la posibilidad inmediata de rentabilizar y reutilizar unos espacios que de no usarse, además, acabarán decayendo de nuevo. El Plan Director ha de hacer una propuesta de uso para estos espacios o desarrollar la sugerida o deseada por el cliente, recurriendo a especificaciones en la adecuación del edificio y aportando cuando sea posible alguna referencia comparativa o ejemplos similares anteriores de adecuación a nuevos usos concretos. La puesta en valor de un edificio antiguo puede depender de muchas cosas (el uso propuesto, para empezar, pero también la campaña de concienciación, su presentación pública, la difusión de los resultados de la restauración y los estudios documentales, la atracción de visitantes, etc.), y el Plan Director puede

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Restauración de Patrimônio Arquitetônico
133 pag.

Restauração Universidad LibreUniversidad Libre

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